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05 ✓

Que Paul Anka me susurrara al oído mientras me recargo en su hombro es uno de mis sueños frustrados, con tan bella voz. En las tardes solía ponerlo en unas pequeñas bocinas, bailando en medio de mi habitación o solo estando en cama sin hacer nada.

Pero ahora no es así, ¿por qué? Pues, primero; no estoy en mi habitación, segundo; no tengo ni celular ni bocinas y tercero; apenas tengo una idea de dónde estoy.

Desperté hace unas horas en una habitación vacía, donde apenas entra la luz, con ganas de orinar y por si quería más, con una cadera amarrada en mi tobillo que no me deja alejarme ni dos metros. Apesar de eso, solo puedo pensar en qué hará papá cuando vea que no llegue a casa a las 3 de la mañana o si llegaré.

El golpeteo de las llaves con el cerrojo no hace que levante la mirada de lo tan interesante que son mis manos. Escucho unas pesadas pisadas, seguido como aclaran su garganta.

—Arriba, el Alfa quiere verte—el hombre me ordena.

Levanto la cabeza adolorida, mirando seriamente al hombre.

A mí nadie me ordena.

—No.

Simple y directo. El hombre me ve de la misma manera, dando unos pasos a mi, sube un poco su pantalón de vestir, agachándose hasta mi altura. Apenas veo sus intenciones de tocarme giro el rostro, dejándome caer de culo para evitar su contacto.

—No me toques—ordeno, aprieto los dientes, volviendo la mirada a su rostro—. Quítame esta porquería del tobillo, ahora.

Este enarca una ceja, chasqueando la lengua a modo de burla.

—Tu no eres nadie aquí niña—su expresión va decayendo—, así que cierra la boca.

—¿No soy nadie aquí?—pregunto y lo veo titubear—No lo creo imbécil, así que has lo que te digo de una vez.

Levanto el mentón levemente, dejándole saber la seguridad con la que ando. Sus fríos dedos toman mi talón, alandome por el piso. La cadena cae al piso, haciendo que el sonido rebote por las paredes, recalcando lo vacía que se encuentra. Sobo mi tobillo antes de levantarme, haciendo movimientos circulares para calmar la incomodidad.

Empezamos a subir escaleras, seguido de un largo pasillo. Las paredes cambian al llegar a un puerta de madera lisa, tomando un color crema sucio. Al pasar la puerta tenues colores nos reciben. El lugar a primera vista era una combinación de lo elegante con lo rústico, acompañado de grandes cuadros con pinturas viejas. Al adentrarnos todavía más dude de la clase de casa que sería, ¿ o acaso es una maldita mansión en medio del bosque?.

—Sigue derecho—dicta deteniéndose—, verás una gran puerta blanca, solo toca.

—¿Solo eso?

Su juiciosa mirada me escanea al escuchar mi pregunta.

—Ya te esperan.

Se da la vuelta caminando en otra dirección y lo pierdo de vista. ¿Y si quemo la casa con todos adentro?

Una extraña sensación empieza a esparcirse por todo mi cuerpo a medida que me acerco a la puerta blanca. Las piernas me tiemblan y tengo que tomar una gran bocanada de aire para lo que viene. Tomo el pomo de la puerta, exhalo y enderezo mi espalda.

Omito parte de sus instrucciones, abriendo sin tocar.

Toda mi atención cae en la masculina figura frente a un ventanal, envuelta en un traje negro. Tal vez no era la primera vez que lo veo, pero se siente como si lo fuera.

—Lucy.

La sombra de su figura voltea, dejando a degustar su casi perfecto perfil. Su ronca voz es suave y relajada, totalmente desinteresada al desenfreno.

Me obligo a avanzar, dando pasos lentos, precavidos a cualquier cambio. Analizo su cuerpo cuando gira un poco, observando el vaso de vidrio en su mano.

—¿Quién eres?—pregunté con extrema molestia. En parte no tan fingida.

—¿Quieres algo de beber?—ignora mi pregunta.

—Te hice una pregunta—demando, dejando que mi voz tiemble—y quiero que me respondas.

—Ya te escuché—la indiferencia es notable en su voz, su mirada es cansada, pero parece a ver una pequeña chispa.

Decidida doy otro paso, dejando de distancia su fino escritorio gris. Golpeo el mencionado a palma abierta, apretando la mandíbula. El corazón me late con tanto desenfreno que creo que en cualquier momento hará un corte y saldrá de mi pecho

—¿Quién eres? Y qué hago aquí—insisto, dejando a un lado el temor.

—Estas aquí porque así lo decidí—da un último trago a su bebida, lamiendo sus labios al terminar—. Tienes algo que necesito.

—¿Y qué es ese algo?

A la guillotina por entrometida.

—No es necesario que lo sepas—lo observo sin perder detalle, gravandome inconcientemente sus agraciados movimientos—. ¿Acaso no tienes miedo, Lucy?

Nunca.

—No sé dónde estoy, mucho menos quién eres tú y el propósito de este secuestro—callo por unos segundos, buscando las palabras adecuadas. Deja el vaso sobre el escritorio, dejando el pesar de su mirada verde sobre mi—, me es una aberración solo imaginarlo.

—El trasfondo no puede ser tan malo como te imaginas—corta mis palabras. Cierro los ojos, exasperada.

—¿Quién eres?

Por un milisegundo creo ver una curva en sus labios. Esa chispa en su mirada pasa a ser diversión.

—Elijah, pero puedes llamarme Alfa.

Asiento para disfrazar los temblores en mi cuerpo, alejándome del escritorio.

—¿Quieres dinero?—me atrevo a preguntar, consiente de la respuesta.

—No necesito tu dinero—aclara—. Lo que busco no es algo material.

—Se más claro—respondo con un hilo de paciencia.

El silencio se hace presente, llevando consigo hasta el sonido el viento correr. Elevo la mirada al no tener respuesta. Es fastidioso repetirlo más de dos veces, pero mi mente no termina de asumir su presencia.

—Te necesito.

Declara y yo quiero reír.

—Necesito que te quedes por un tiempo—expresa de la misma manera—. Quizás no lo entiendas, pero no puedo dejar que te vayas.

No me siento capaz de ver sus palabras de otra manera más que posesivas. Las ganas de matar a todos abruptamente, combinadas con el extraño deseo no son suficientes para desviarme de mi objetivo.

—Jodete—suelto sin pensarlo apretando los puños—, no puedes retenerme aquí, eres un maldito loco si crees que puedes hacerlo.

—No negué que lo fuera—se sienta en su silla, viéndome fijamente.

Sus largos dedos golpean rítmicamente el escritorio, ladeando la cabeza. Antes de poder insultarlo, indeciso de levantarse, haciendo gestos extraños. Sus pasos apenas se escuchan, así que cuando comenzó a rodear el escritorio flaqueo. Su mano se eleva para tocarme y lo sujeto de la muñeca.

—No me toques—mascullo.

Pero mi orden se va al caño. Lentamente mueve su mano, soltandose sin prisa o miedo al rechazo. Ahora él es quien domina, sujetandome por las muñecas sin ejercer fuerza. Mantengo la vista en su pecho, siguiendo el ritmo de su pecho subir y bajar.

¿Segura de su naturaleza?

—Ansiaba tocarte—confiesa, acerca peligrosamente su rostro. Permanezco firme, frunciendo el ceño por su cercanía. Apesar de ello, avanzó, bajando hasta que su nariz hizo cosquillas en mi cuello, robándome un suspiro.

Y nada ocurrió después.
Su agarre se hizo débil, dejando que mis manos descansaran sobre las suyas. Seguía encorvado, escondido en la curva de mi cuello.

Quedó claro que no volvería al sótano, mandó a que me llevarán a una nueva habitación y en el proceso pude ver a muchos hombres cuidando cada lugar, cada que pasábamos junto a cada uno quería tirarme a los golpes, pero no soy estúpida, sería un milagro que lograse vencerlos en una pelea física.

Por eso los joderé de otra manera.

Una de las pocas chicas que hay en la casa me acompaña a la que será mi próxima habitación, saluda a algunos mientras caminamos, ellos me miran extraños.

—Esta será su nueva habitación señorita—su voz es dulce y débil—, en el armario hay ropa para usted y demás artículos en los tocadores junto a la ventana.

No me molestó en hablarle, su sola presencia me desagrada. Me volteo a mirarla, sus ojos tienen ese brillo que caracteriza a los de su especie.

—¿Quiere algo de comer?—pregunta y yo solo quiero que se largué.

—Lárgate—contesto antipática, sin ocultar el asco que siento.

Te comportas como una niña estúpida, no lograrás nada así.

Aprieto los puños. Relajo lo más que puedo mi rostro, consiguiendo una sonrisa no tan agresiva y dura.

—Disculpa, no quiero ser grosera—asiente con una comenzando a sonreir—, solo no puedo creer que esto me esté pasando a mi, no entiendo nada.

—No te preocupes, ya verás que las cosas cambiarán, te acostumbrarás—dice comprensiva.

¿En qué situación te acostumbras a un secuestro? No sé si es idiota.

—Puede contar conmigo para lo que necesite, espero y nos llevemos bien—Sí, es idiota—. Soy Camila.

—Luciana—me adentro en la habitación, yendo directamente a la ventana—, ¿podrías traerme algo de comer?

—Por supuesto, ¿desea algo en especial?—mantiene la cabeza agachada en señal de sumisión.

La escaneo en esos cortos segundos, tiene un buen físico, es una lastima que se desperdicie.

—Cualquier cosa que no sea comida grasa—contesto con aburrimiento.

En un puto bosque, estoy en un jodido bosque. Veo muchas casas alrededor, como un pueblo pero que está conectado, conviven.

No sé en qué momento se fue Camila, pero me alegra. Suspiro con pesadez, esperaba que este día con ansias, todo estaba medido, cada paso que daba, cada acción sería parte del fin, de su fin.

Después de un rato —y de ir al baño— Camila vuelve con una charola llena de comida, solo sonríe y sale de la habitación.

No me agrada.

Joder todo se ve delicioso, espaguetis, lasaña y carnes, ¿lo habrán tenido preparado?. Cojo el tenedor para dar un bocado al espagueti y me detengo.
Apenas visible, veo algo blanco en el, polvo muy fino.

¿Eso es sal?

No, eso no es sal. Dejo la charola en el mueble a lado de la cama.

Esa hija de perra.

Habrá algunos problemas más de los previstos, nada que no pueda manejar. Aún con el cansancio intacto comienzo a revisar la habitación. Y no hay nada que me sea de ayuda para defenderme.

No puedo evitar preguntarme el motivo de su intento de envenenamiento, ¿será que sabe lo que seré en esta casa? Una gran sonrisa se forma en mis labios.

—Señorita Lucy, el Alfa pide que baje a cenar

Su jodida voz se hace presente, ni siquiera tocó la puerta. Mantiene una sonrisa amable.

Recuerdo que papá contrato a una muchacha para limpiar a la casa hace unos años, al principio todo fue bien, ella cumplía con todas las tareas del hogar sin problemas, hasta que trato de engatusar a papá en mi contra. Sí, no le salió muy bien. No volvimos a saber de ella, una pena.

—Luciana—me giro a verla—, para ti, soy Luciana

Eres tan arrogante.

Somos querida, eres mi conciencia.

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