04 ✓
Soy una gran fanática del control, a que todo salga según lo planeado, sin detalles ni equivocaciones. Una perra inteligente y controladora.
Perfecta para la ocasión.
Vuelvo a leer la información que Carter consiguió, al parecer pudo envolverse con alguien de la manada, con muchos tragos en cima cantó como un canario. Han pasado unos días de la amenaza que hizo la chica del gimnasio, a la que por cierto, no volví a ver.
Releo todo cansada, confundida por su abrupto regreso, el regreso del Alfa. Según el informante, viajó a múltiples manadas, complaciendo a muchos en la búsqueda de su mate, pero para la sorpresa de todos, su llegada fue sin su adorada alma gemela.
Claro que ni siquiera yo sabía que día volvería, pero de lo que si estaba segura era de que nada volvería a ser lo mismo. Me dejo caer en la silla de mi escritorio, repasando una y otra vez las líneas rojas en mi cabeza, los pequeños hilos que se unen en recuerdos e imágenes.
Aún en la silla, veo mi reflejo en el espejo junto a la puerta, deteniendome en mi cabellera teñida. Estos últimos meses e cumplido con el estúpido estereotipo de rubia oxigenada toda sonrisas, ¿de dónde sacaron que la rubias son tontas? Mi madre decía que los estándares en la sociedad brindaban lugares en mejores lugares, y en su momento lo creí. Oh vaya que lo hice. Pero con el paso del tiempo comprendí que no debía ser así. Nosotras podemos mandar por un caño esos estándares.
Claro, si estás dispuesta a ver todo de una forma más cruda y cruel.
Tiro levemente de la delicada cadena sobre mi cuello, jugando con el frágil colgante de luna. No hay una historia oculta tras el objeto, nada de llevar un microchip estilo espías de la CIA o algo así, solo un pequeño valor sentimental que puede ser remplazado con otro.
Entre menos apegos mejor.
—Si no quitas esa horrible cara de pasa arrugada te quedarás así—la varonil y ronca voz de Carter colapsa mi transe. Giro sobre la silla, viéndolo frotarse los ojos—, ¿pasa algo?.
Pero toda mi atención cae a su cabello totalmente despeinado, queriendo apartar los mechones castaños de su rostro somnoliento.
—Nada de que preocuparse—me encojo en hombros—, reviso lo que me trajiste.
—¿De nuevo?—pregunta y rueda los ojos. Si, de nuevo, por doceava vez—Creo que ya te la sabes de memoria.
—Unas repasadas más y así será—sonrío a medidas.
—No te interrumpo más—abre de nuevo las cobijas, envolviendose en ellas hasta cubrirse casi todo—. Me despiertas cuando el desayuno esté listo.
—¿Tu madre no te quiere en casa o qué?
—Prefierse sus botellas de cerveza y ron—aclara, sus ojos se cierran por unos segundos, tomando una gran bocanada de aire—. Así que es mejor estar aquí, ustedes si desayunan y a tu padre le caigo de maravilla.
—Es por que lavas los trastes—giro los ojos, tratando de alivianar el ambiente.
—Es por mi encanto natural—corrige de inmediato, sonriendo sonsacarron—y espléndida personalidad.
—Qusieras—resoplo.
Cubro los papeles sobre el escritorio, ofreciendo mi mano para que se levante, ayudándole a salir y pasando mi brazo por su cintura.
—Hay que salir—propone de repente, pasando su brazo sobre mis hombros—, ya sabes, antes de volver a la rutina de cinco días.
¿Han sentido que el estómago les da un vuelco? Cómo un pequeño dolorsito que no pueden explicar.
—Claro.
Primer error en la lista.
Volveré antes de las tres, Carter estará conmigo.
La comida esta en el microondas, te quiero.
Lucy.
Dejo la nota pegada en el refrigerador, dándole una última pasada y dejando un pequeño corazón si final. Froto mis manos inquieta y tomo mi pequeño bolso. Ni siquiera mi celular entra en el.
Bajo un poco el croptop que cubre mis pechos, subiendome un poco el pantalón de tiro alto negro en el proceso. Reviso el cuello de la camisa, revisando no haberla manchado de labial. Y por último, unos tacones negros con los que podría romperme un el pie. Me veo espectacular
Agarro mi chamarra al escuchar que tocan la puerta, al abrirla veo a Gabriel con su típico semblante serio.
—Hola a ti también mariposa—le sonrío.
—Hola cosa fea—las comisuras de sus labios de curvan—, ¿llevarás esa bolsa de muñeca?—sus espesas cejas se fruncen en disgusto.
—Por eso la llevo, dah.
Niego obvia.
—¡Necesito embriagarme yaaaa!—Lotty se asoma por la ventana de la camioneta, captando toda la atención.
Gabriel rueda los ojos, divertido por su actitud infantil. Toma mi pequeño bolso y sin preguntar la guarda dentro de su gran chaqueta oscura. Lo tomo del brazo mientras nos acercamos a la camioneta, miro de reojo a los lados, con un mal sabor. Mi amigo me abre la puerta y la cierra cuando entro, mientras él trota a su lugar como conductor.
—Me contaron de un lugar que abrió hace poco, podemos ir, escuché que venden tequila mexicano—dice Lotty, tiene una fascinación con el tequila, específicamente con el mexicano, dice que es el mejor de todos.
Carter a mi lado suelta una risita, asintiendo en aprobación. Nadie de niega y Gabriel sigue las indicaciones de la tequilera hasta llegar. Me recargo en Carter, disfrutando de su cercanía.
Las tenues luces del pueblo otorgan un ambiente pacífico y acojedor, mientras que los frondosos árboles en las calles de encargan de dar asilo a la los animales en la oscuridad.
Al llegar me cuelgo del brazo de Carter. El intenso volumen de la música de escucha hasta afuera, por las orillas de la puerta escapan algunos rayos de luces coloridas. Al entrar las docenas de personas bailan y cantan, levantando sus tragos en el aire. Lotty corre a una mesa en cuanto la ve disponible, estirando sus brazos sobre ella
—¡Es nuestra hijo de perra!—su grito se pierde entre la música, pero el hombre que de sentarse lo entiende al instante al ver su reacción—¡Así que mueve tu plano trasero de aquí!
El hombre la mira de mala gana y da media vuelta, uniéndose a un grupo de hombres.
—Gabriel y yo iremos por bebidas, solo cuida que Lotty no le arranque el brazo a nadie—suelto el brazo de Carter y asiento.
Me siento del otro lado de la mesa apartando otro lugar. Y para cuando ellos vuelven Lotty ya coquetea descaradamente con el mismo chico que insulto.
—No te quita la mirada de encima—grito entre la música.
Lotty no aparta la mirada del hombre, mordiendo discretamente su labio inferior.
La fidelidad no es lo suyo.
Para cuando Gabriel y Carter vuelven, ellos coquetean descaradamente.
Y solo media hora después todos, a excepción de Gabriel, ya que era el conductor designado de esta noche, tenían los tragos encima, aunque no estuvieran del todo ebrios. Lotty seguía con ese chico, a ratos devorándose y luego riendo por los chistes idiotas que soltamos. Carter solo bebía y yo tenía la mirada en un castaño. Ya había recibido varias copas de su parte, pero uno nunca sabe, así que solo las dejaba en la mesa
Entre copas, botellas y tequila.
Veo al atractivo pelinegro acercarse, la peligrosa y coqueta sonrisa que tenía dió me dió paso. Y en un parpadeo, su brazo ya me sostenía por la cintura, pegándome contra su cuerpo. Pasó mi mano por su amplio pecho, mordiendo mi labio inferior al sentir su mano hacer presión de una manera deliciosa.
Subo mis caricias a su cabello, tirando suavemente de el para hacerlo girar a verme. Elevo la barbilla para verlo mejor, rozando sus labios. Por largos minutos no hablamos, dejamos que la tensión y las miradas cómplices expresen todo, acompañadas de roces.
—¿Quieres ir a un lugar más privado?—su voz no es tan ronca como me gustaría.
Considero su propuesta unos segundos, tengo que llegar a casa temprano y quedé con los chicos. Niego con la cabeza mientras le sonrío inocente.
—No es necesario—tomo su mano y empiezo a guiarlo entre la multitud, empujando a los cuerpos sudorosos que bailan de un lado a otro. Mi estómago se contrae y apenas noto la nuca quemarme. Apresuro el paso hasta llegar a los baños, cerrando la puerta detrás de él.
Cierro los ojos un segundo, ignorando y pensando todo a la vez. Uno de los brazos del pelinegro me toma de la cintura, mientras con la otra sujeta mi cuello.
—No tienes pinta de ser la clase de chica con la que tiras en un baño—esconde el rostro en mi cuello, dejando leves caricias en el con su naríz.
—¿Te lo pregunté a caso?—tiro se sus cabellos oscuros, exponiendo sus labios rojos y brillantes. Sin medirme muerdo su labio inferior, asegurándome de dejar una pequeña marca.
Paso las manos por detrás de su cuello, empujandolo contra la pared. Su ronco y masculino suspiro escapa de sus labios, dando pie a atacar sus labios, mordiendo, chupando, jadeando. Una punzada en mi zona íntima enciende mi cuerpo, receptivo a cada uno de sus toques.
No nos importó el golpe de la puerta al abriste, su brusquedad fue lo de menos y el martilleo en mi cabeza quedó de último. Sus besos bajan a mi cuello de nuevo, hurmedos y calientes, pasando la curva en mis clavículas, avanzando sigilosamente al inicio de mis pechos. Y todo de acaba en un milisegundo.
Un tirón aparta el cuerpo de Erick —sí, así se llama—, cortando el fantástico momento. Y para cuando reaccionó el pelinegro ya estaba contra el piso, tratando de cubrirse de los brutales golpes del otro hombre. Pego un pequeño brinco, acomodando mi ropa. Rodeo la escena con cuidado, ignorando los jadeos y la sangre que salpica mis tacones.
—Quisiera sacar una foto—el hombre parece reaccionar, deteniendo sus salvajes golpes. Los pelitos en mi cuerpo se erizan, uno a uno los siento brincar—, pero tengo que irme. Erick, llámame cuando salgas del hospital.
Evito sonar burlona, pero una pizca escapa y el hombre se pone de pie. Instintivamente doy un paso atrás, estirando mis dedos por si salta sobre mi. Su altura me sorprende, pero no me encojo ni agacho la mirada.
Pero si me roba un suspiro, o tal vez la vida entera al ver su rostro tan cerca.
Sus anchos hombros se cuadran, dejando apreciar su fornido cuerpo. Me mira desde arriba, más no con soberbia o rebajandome, sino, con algo más, algo que no puedo decifrar entre lo oscuro verdoso de sus ojos.
—Te estaba tocando—despúes de días su voz es nueva, calando en mi pecho como nunca antes—, ¿estás bien?.
Giro levemente el rostro.
—De maravilla—suelto con molestia.
—¿Ibas a acostarte con él?—sus facciones cambian drásticamente, frunciendo el ceño y tensando la mandíbula.
A ti qué jodidos te importa.
—Tu mismo lo dijiste, iba—paso la mano por mi cabello, acomodandolo—, pero ese no es asunto tuyo y si fuera tu, ya estaría fuera de aquí.
Doy media vuelta, abriendo la puerta, la música azota de nuevo, atrapando con sus rebotes movidos.
—¿Hablas en serio?—su ronca voz vuelve a provocar lo mismo, acompañado de un asco apenas controlable.
Giro levemente la cabeza, enarcando una ceja burlona.
—Yo no he visto nada, muñeco.
Camino entre las personas, sin prisa ni angustia aparente, calmando mi sexto sentido al sentir que alguien me observa. Solo cuando estoy en la mesa con mis amigos puedo respirar con tranquilidad, dejando todo mi peso en el pequeño sillón de cuero. Quiero salir corriendo.
Siento como toman mi mano, no me resisto al ver su anillo dorado en su dedo, tomándola sin dudar.
—¿Qué pasa?—su respiración choca con mi mejilla, su cercanía me roba un suspiro de alivio—¿Te hicieron algo?.
Contengo las ganas de voltear el rostro, dejar que su nariz roce la mía en una caricia de despedida.
—Está aquí—el creciente nudo en mi garganta amenaza.
Líneas rojas se cruzan en mi cabeza, atando pequeños nudos. Entiendo su mirada, la indecisión y la intriga.
Me refugio en la ruidosa música, ignorando las corrientes chispeantes que se esparcen por mi cuerpo. Lotty llega a la mesa con una sonrisa de oreja a oreja y dos tragos en mano, ofreciéndome uno que no tardo en tomar y beber. Sus risas y bromas apaciguan los nervios, olvidando a ratos el peligro.
Gabriel pasa su brazo por mis hombros cuando suena Two Feet, ambos nos miramos con mirada cómplice, cantamos y bailamos al ritmo de la sensual música.
¿Una canción pude provocar tanto?
Me llevo la cerveza a los labios, meneando las caderas de un lado a otro, parte del amarillento líquido cae de mis labios, recorriendo mi cuello y clavículas. Tal vez fue la emoción del momento o la euforia, que no nos percatamos de las nuevas personas que habían entrado. Gabriel se aparta de mi para bailar con alguien más y yo sigo sola, moviéndome para mí.
Sucumbir. Palabra para que varía en términos según su oración, justo ahora me siento así, mis más retrógradas deseos querían sucumbir ante mi otra mitad. El deseo y los sentimientos no pueden reprimirse, es de idiotas negarlos.
Oh y yo soy de las grandes.
Siendo mate de un lobo, es solo cuestión de tiempo para que mis sentimientos estén a flor de piel y me impidan avanzar. Siempre es así. Planeas, te enamoras y se acaba todo, todo por lo que juraste y luchaste se va por un caño. Pero este no sería el caso.
Quisiera bailar toda la noche, sin cansancio ni preocupaciones. Y lo intento, al movido ritmo de la música contoneo mis caderas, con los brazos arriba y una sonrisa.
No pasa mucho cuando siento alguien comenzar a moverse conmigo, cierro los ojos disfrutando el momento. Hasta sentir la mano del hombre empezar a subir hasta mi cuello, aparentando suavemente.
Suspiro cuando me pega a su cuerpo.
—No deberías.
Su ronca voz invade hace brincar cada fibra de mi cuerpo y cuando reacciono es tarde. Las luces se apagan de golpe, los gritos de miedo y sorpresa inundan el lugar. Me zarandeo con fuerza, tratando de deshacer su agarre. Jadeo sin medida, parpadeando repetidamente para no llorar. Clamo por ayuda, pero todos corren de un lado a otro, empujadonos en el proceso, manteniendo su agarre firme.
—¡Sueltame!—grito—¡Cabrón!¡Me haces daño!—el daño me lo hacía yo sola al jalonear, pero culparlo de otra desgracia mia no hace la diferencia.
Comienza a avanzar llevándome con el. Los gritos continúan y nadie parece a ver salido, probablemente las salidas estén selladas, con la casi nula luz que hay busco a Carter desesperada.
—¡Carter!—grito y jaloneo—¡Carter!—grito tan fuerte que me raspa la garganta.
No me despedí de papá...
Y lo escucho, tan bajo y lejano que me da un vuelco al corazón.
—¡Lucy!.
El hombre me sostiene con más fuerza, caminando con rapidez, distingo a algunos hombres alrededor de nosotros cubriendonos.
—¡Carter!¡Estoy aquí!—la desesperación me empieza a llenar y no dejo de luchar. No importa que dije, nunca se está lo suficiente lista para estos momentos, nunca lo estas para dejar todo, por eso te empujan.
—Nos esperan afuera—uno de los hombres le informa a mi captor.
Pasa por delante de nosotros y abre una puerta, cierro los ojos por la ceguera repentina, llevo mis manos a la mano de mi captor que me sostiene del cuello.
—¡Sueltame!—peleo.
El rechinido de las llantas frenar me ponen los pelos de punta, una camioneta aparca a solo unos metros.
¿Han leído esos libros dónde la protagonista se desmaya apenas pasa por peligro o hay riesgo? Pues ojalá fuese así, porque realmente sientes adrenalina y desesperación al mismo tiempo, no te desmayas a la primera, no, claro que no, luchas.
—Tranquila Lucy—su voz aterciopelada me enfurece todavía más.
—¡Carter!¡Aquí estoy!¡Carter!—llamo desesperada a mi amigo, con las lagrimas amenazando con salir.
Deberían darme un puto Óscar.
Quiero gritar pero un pinchazo me lo impide, sintiendo mi cuerpo perder fuerza, dejando de pelear. Sus brazos me sostienen evitando que caiga. En un parpadeo ya estoy en la camioneta, me cuesta cada vez más mantenerme despierta.
—Todo va a estar bien—quisiera creerle.
Una par de ojos verdes es lo último que veo antes de caer en la inconsciencia. Mis sentidos se duermen y la tranquilidad llega.
Te tengo.
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