03 ✓
El desayuno con papá es tranquilo, me cuenta de como fue su último viaje con las ventas de bienes raíces y lo sorprendente que son algunos lugares. Muchas veces me a pedido que lo acompañe y en verdad quisiera hacerlo, tal ves hasta topar con un buen lugar y mudarnos, pero por una u otra cosa no es posible. Así que tengo que permanecer en este pueblo de mierda hasta que esas coincidencias se acaben.
Lo escucho atenta a cada palabra, la leve sonrisa que se le escapa al hablar de lo mucho que le gusta viajar. Él adora que su trabajo le permita cumplir uno de sus sueños.
—Podemos irnos de aquí cuando termines la universidad—sus palabras salen de su boca con lentitud—, fuera de este pueblo tendrás más oportunidades de trabajo, es bueno no quedarse estancado.
Siento mis mejillas formar hoyuelos de la gran sonrisa que le doy.
—Lo he pensado por mucho tiempo—acepto ladeando la cabeza—, con todo lo que me cuentas, me ánimas a querer experiencias así.
El apego que tenía hacía mi padre es como el de una niña pequeña a su madre, quizás un poco más arraigado, lo que es comprensible. Fue él quien nunca me dejó sola en las noches donde el llanto y la melancolía azotaba con fuerza, él que comprendió qué no podía abrirme tan rápido con el psicólogo, él que alegró mis días. Le ganaba a Batman en mi superhéroe favorito.
—¿Qué pasó con el muchacho que me presentaste?—pregunta tomándome por sorpresa. ¿Cuál de todos?.
Muerdo la cuchara, mirando un punto fijo en la mesa. Ethan, no, Steve, no, a él nunca lo traje.
—Ya no hablamos—miento.
—Me agradó, es una pena—levanta los hombros, concentrándose en terminar lo último en su plato.
Subo las piernas a la silla, abrazándolas contra mi pecho. Aveces me pregunto si puedo huir de todo, o solo esfumarme. Sin prisa me levanto, lavando mi plato y dirigiéndome a mi habitación.
Cierro la puerta a mis espaldas, poniendo el seguro. Me acerco al mesa de noche junto a mi cama, tomando de nuevo la carpeta. Algunas veces pensé en entregar toda mi pequeña investigación a la prensa, dejarla anónimamente a una televisora y que ellos se encargaran de todo, pero, dudo que crean una sola palabra plasmada.
Devuelvo la carpeta a mi armario, confirmando que todas las demás sigan ahí.
Froto mis ojos cansada, cerrando mi laptop y cuadernos con nuevos apuntes. La próxima semana vienen los exámenes y apenas he entendido algunos temas de economía. Me envuelvo de nuevo bajo las cobijas, esperando que el sueño llegué, pero en su lugar mi mente cree mejor recordar un par de ojos.
Seré cruel o muy dañada, pero preferiría que esto le hubiera sucedido a otra familia.
Abrazo las cobijas con fuerza, esperando que el mal sabor se boca desaparezca de una vez por todas.
Y de nuevo a divagar, recordando el primer día, las cientos de lágrimas que derramé y el miedo que recorrió mi cuerpo. Es ilógico que lo haga, que lo sienta de vez en cuando, al salir y sentirme observada. Y vuelvo, repitiendo la escena de mi padre desconsolado llorando por el amor de su vida, como desesperado pedía explicaciones y todos las negaron. Es increíble como el poder infunde tanto temor.
Desbloqueo mi celular, fastidiada por pensar.
»¿Ocupado?«
2:34
Entro a Youtube, escogiendo algo de Harry Styles.
»¿Para ti? Nunca, ¿a dónde vamos?«
2:37
Una sonrisa se cola en mis labios.
»Nos vemos en el gimnasio «
2:38
Aviento las cobijas con las piernas, levantandome de un brinco. Si no puedo dormir al menos que valga la pena.
Juego con el cable de los audífonos mientras tarareo una canción, saludo a algunos conocidos a medida que apresuro el paso, queriendo llegar rápido a un lugar cerrado. A lo lejos veo las puertas cristalinas del gimnasio, junto con un grandes letras rojas, las cuales si fuesen color neón se mirarían igual que las del burdel del pueblo. Empujo la puerta frente a mi y saludo con un leve asentimiento a la chica de recepción. Pasó por las máquinas que forman un pasillo y por las señoras de la clase de zumba.
El encargado de la planta baja me deja pasar sin problema. Bajo los escalones entre saltos, ansiosa por empezar, las luces están encendidas, haciendo brillar los tubos. Lamo mis labios, indecisa por cuál tomar. Me siento sobre una de las bancas, ajustando mis tenis y quitándome el suéter.
Empiezo a estirar con cuidado, haciendo dos repeticiones de cada ejercicio antes de comenzar. Observo las pequeñas ventanas a los lados, totalmente empañadas, ¿eso es normal?.
—Que sí, conozco a la chica que entró—frunzo levemente el ceño, la voz de mi amigo discutiendo es reparadora—, ya, se llama Lucy y tiene un tatuaje en la nalga derecha, si quieres entramos y le preguntas.
Ese maldito.
Me pongo de pie sin más demora, frotando mis manos antes de sujetarme del tubo. El sonido de la puerta abriste no capta mi interés.
—¿Lo conoces?—giro levemente la cabeza, viendo al encargado impedirle el paso a Carter.
—Lamentablemente sí—mis músculos se tensan cuando me sujeto con más fuerza, dándolo un pequeño vaivén—. Puedes dejarlo pasar.
Retira su brazo de la puerta, dando paso al castaño. El hombre cierra la puerta al salir, mientras Carter camina hasta la banca, dejándose caer.
—Cada vez que vengo me hace lo mismo—farulla molesto—, si vengo más que los que pagan su mensualidad.
—Es por seguridad—mi cuerpo se eleva lentamente con ayuda de mis brazos. Empiezo a estirar las piernas en el aire.
—¿Me llamaste para que vea como estiras las piernas?—pregunta sacando algo de su bolsillo.
—¿Acaso tenías algo mejor qué hacer?—sonrío. Enrollo mi pierna derecha, afianzando mi agarre con la otra y soltando el tubo con las manos.
El pole dance, un arte menospreciado por las mentes morbosas y anticuadas. ¿Acaso no conocen la belleza en sus distintas formas?.
Discretamente volteo a verlo, cruzando las miradas por unos segundos. Algo en mi interior duele. Es algo extraño decir tanto con una mirada, pero lo hacemos, un extraño código que aprendimos de tanto que callamos en su momento.
—Lo ví—empiezo a deslizarme a abajo.
—¿Y estás lista?—sus gestos se endurecen.
—Más que nunca.
Pero mi cuerpo dice lo contrario. Las piernas me tiemblan y las manos van por el mismo camino. Veo su delgada figura ponerse de pie
—¿Entonces por qué tienes miedo?.
Casi lo sentí arriba de mi. Su colonia inundó mis sentidos sin hacer el menor esfuerzo.
—No lo tengo—repliqué sin dudar.
—Pues deberías—Carter inhaló hondo y desvío la mirada—, el miedo te mantiene vida y fija en una meta, no puedes detenerte por el, pero tampoco puedes dejarlo.
Sus palabras fueron como un *click* en mi cabeza, dispersando todo rastro de duda de los últimos días. Yo no les temería nunca, porque no importa lo salvaje y feroz de su naturaleza, ellos aún no conocen lo que la inteligencia y una cara bonita pueden hacer. Las manos de Carter tocaron mi cintura, dejando su tacto marcado en mi mente.
Su cuerpo se veía relajado, lejos de cualquier inquietud.
Nunca tuve secretos con él, hasta el más mínimo se lo confíe sin dudar, y nunca me falló. Y hasta hace un año seguía siendo así, cuando entre amigos y desconocidos bailamos. Al verlo tan despreocupado, tan sonriente, con una chispa de felicidad, me di cuenta de los sentimientos que empezaban a surgir.
Me mantengo al ras, conteniendo las ganas de tocar su mejilla. Me giro sin aparente interés, recargando mi hombro contra el tubo.
—Apenas sé que él está aquí—elevo la mirada—, necesito toda la información su regreso lo más pronto que pueda.
—Alguien de la manada me debe un favor—comentó—, dame unos días y tendré algo.
Y comienzo de nuevo, dejando un poco de mis preocupaciones en el baile. Muevo las caderas suavemente, siguiendo la melodía imaginaría que viaja por mi cuerpo.
Carter se movía por el cuarto hablando por teléfono, torciendo los ojos como lo hacía cuando discutía con su padre.
Incliné la cabeza por última vez, hasta tocar el suelo y dirigir la mirada las ventanas empañadas. Un destello de luz y todo se esfumó. En un parte de segundos ya tenía mi suéter puesto y la mochila sobre mis hombros.
—Hora de irnos—mascullé con los puños apretados. Si no fueran tan evidentes no dejarían al descubierto sus intenciones.
Me toma del brazo sin ejercer fuerza, es más como un ademán protector. Las personas en el gimnasio nos dirigen una mirada curiosa y lo abrazo por el brazo. La salida parece alejarse más y más.
—¡Lucy!—la femenina voz de la recepcionista me detiene, sus pasos ligeros y rápidos se acercaron—, te dejaron un paquete en recepción—una pequeña sonrisa se dibuja sobre sus labios.
¿Y cómo sabe mi nombre?
—Yo iré—y parece que mi amigo no entiende los golpesitos que le doy en la espalda—, no tardo, cualquier cosa grita.
Y se va, sin más y no sé si es muy tonto o muy inocente.
Me columpio sobre mis pies, mirando a todos lados menos a la chica.
—¿Cómo estás?—su tono roza lo mordaz. La observo sin rebajar la mirada, levantando ambas cejas.
—¿Te conozco?—pregunto de la misma forma.
—Me conocerás—afirma sin dudar. Mira por detrás de su hombro, viendo a Carter tomar el paquete—, así que anda con cuidado.
—Ya, gracias por la recomendación—ruedo los ojos.
Me gustaría decir que esto es algo raro, pero la verdad es que me e topado con más personas que hacen amenazas muy similares, y cuando vuelvo para confrontarlas, han desaparecido.
—Van a encontrarte—continúa, da un paso adelante, cuadrando los hombros.
—¿Quiénes?.
Su sonrisa se ensancha, mostrando su puntiaguda dentadura. Y lo sé, claro que lo sé, porque mi plazo a acabado y el tiempo corre en mi contra. Su hombro choca contra el mío al alejarse a la salida, ¿No tiene trabajo?.
—Tiene pinta de loca—Carter pasa su brazo por mis hombros, con la otra sostiene una caja mediana con un pequeño moño dorado.
Al salir miro a ambos lados, buscando alguna anomalía, pero todo es normal y aburrido. Carter me pasa la caja y me abre la puerta de su camioneta.
—No solo la tiene—bufo sin gracia—, me dió una advertencia.
Enciende el auto, sus espesas cejas se hunden.
—¿De nuevo?—pregunta con molestía—, esto se pone cada vez más raro.
Sé que le molesta, joder, muchas veces me pidió que abandonara esto, que lo escondiera en lo más profundo de mi mente y siguiera adelante. Y lo intenté, claro que lo hice, pero el vacío en mi pecho y las constantes pesadillas me impulsaron.
Y lo único que podía pedir para el final, eran minutos; solo unos minutos para ver a papá.
Al llegar a mi casa papá recibe a Carter como uno más de nuestra pequeña familia, desde la primera vez que lo lleve a casa congeniaron. Veo a los dos hombres de mi vida hablar de no tengo idea qué.
Dejo la mochila sobre uno de los sillones, pasando de largo de su conversación a la cocina. Saco latas de soda y bolsas de papas de un cajón.
—Cariño, ¿Carter se quedará hasta tarde?—papá entra a la cocina y se responde por si solo al ver cómo sirvo todo en un gran tazón—, vale. ¿Necesitas ayuda?.
Le pasó por la barra las latas de distintos sabores, negando.
—Para nada, solo elijan una película—sirvo la última bolsa.
Da media y sale con las latas. La tarea puede esperar hasta mañana.
Tomo el tazón y algunos dulces ansiosa por sentarme. Pero la vida es una perra dura. Un rasguño se lleva toda mi atención, apenas audible. Cómo una navaja contra el piso. Vuelvo a dejar todo sobre la barra sin hacer ruido. Trato de no hacer ruido a medida que me acerco la puerta, asomándome por la ventana antes de abrir. La cerca que separa nuestro jardín del bosque sigue en pie y todo se ve normal.
Quito el seguro de la puerta, pasando saliva antes de abrirla y asomar la cabeza.
El frío de octubre acaricia mi cara y todo se ve bien. Salgo por completo, cerrando la puerta a mis espaldas. Si algo me han enseñado las películas de terror, es que esta es una mala estrategia.
Me cruzo de brazos, esperando que la sensación extraña desaparezca. Relajo mi rostro al escuchar algo moverse, tensando levemente los músculos,
Es increíble como algo tan bello puede esconder algo tan vil y hostil. De entre los frondosos árboles una gigantesca silueta animal sobresale por su espesura.
Inconcientemente doy un paso atrás, dejando un jadeo en el aire.
Mi postura firme decae al ver al animal salir, como si fuese parte de la oscuridad. Pero hay dos cosas, dos detalles que nunca podría confundir u olvidar, los largos y bestiales colmillos que sobresalen de su hocico. Todo un depredador.
Y lo brillante en sus ojos, no animales, pues, parecen albergar humanidad.
El gigantesco lobo emprende de nuevo su camino, gruñendo por lo bajo, y yo, como buena Caperucita cliché, quedo paralizada del miedo.
El animal levanta su cabeza, mostrando con ímpetu el brillo tan hipnótico de sus ojos, robándome un suspiro miedoso. Es increíble como hacen click en su cabeza al encontrar a sus mates. Su enorme silueta se acerca por debajo, mientras que las hojas crujen por sus pesadas patas.
Fingiendo toco mi pecho, dando otro paso atrás
Soulmate.
Mate.
El lobo gruñe en respuesta, pegando su hocico a mis pies. La respiración se me corta por unos instantes, cubriendo mi rostro por si al maldito se le ocurre atacarme.
No puedo verlo, pero lo siento, siento como su pelaje se incrusta bajo mi ropa. El sonido de su respiración agitada interrumpe el profundo silencio que rodea el ambiente, proclamandolo como suyo.
Cierro los ojos, dejando que las lágrimas bajen por mis mejillas hasta mi cuello. Y de pronto, el hueco en mi pecho se hace más grande, rovoloteando en mis entrañas.
—¿Lucy?—el crujir de la puerta me despierta. Bajo mis brazos lentamente, mirando de un lado a otro, en busca del inmenso animal—, ¿ocurre algo?.
Asiento sin girar, limpiando mis lágrimas.
—No papá—sorbo mi nariz, necesito empezar a llevar un pañuelo—, creí a ver escuchado algo.
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