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02 ✓

Los capítulos editados tendrán una "✓"

Suelto el aire que retenía, cansada, tensando mi abdomen por el creciente dolor en el costado derecho que viaja hasta mi cabeza en un zumbido. Me dejo caer al suelo, rendida. Enseguida el grito -que bien podría ser un chillido- de mi amigo avisa su presencia, escondo la cara en la toalla, suspirando.

—Maldito viejo rabo verde—maldice dejándose caer a mi lado, siento algo frío entre las piernas y suspiro—, esa es para ti—quita la toalla de mis manos y señala una botella de agua—. Me estoy quedando sin culo de tanto correr, ¿ya se me nota?.

—Carter—hago un mohín con los labios, negando mientras abro la botella—, el culo se cayó en la segunda vuelta.

—Mira quién lo dice—contraataca.

Le doy un suave empujón.

—¿Qué harás hoy?—pregunta, destapa su botella y le da un trago.

—Lo mismo de siempre—admito, la verdad es que "lo mismo de siempre" en mi vida se resume en quedarme en casa y ahogarme en líneas rojas—, ¿tienes algún plan?.

Peina sus cabellos castaños hacía atrás, abriendo todavía más los ojos. Si debo confesar algo, es que hasta con los gestos más raros se ve bien.

—Podemos ir a algún club—Carter me mira con una sonrisa, recarga su frente sudada sobre mi hombro.

—Voy, pero quítate que me dejas con tu apestoso olor—frota su cara en todo mi brazo y jadeo molesta—, ¡Asco!.

Su estrepitosa risa atrae más miradas, incluyendo la del entrenador que nos mira de mala gana, haciendo sonar su silbato. Empieza a hacer señas extrañas con los brazos, señalando su silbato y la cancha. Que va, que termine de dar las vueltas él.

—Tendrás que arrastrarme—dramatiza el castaño, estirando sus brazos—, ya no puedo más.

—Así quizás encontramos tu culo plano—me burlo alejándome.

Carter era mi mejor amigo. Bronceado, lo cual era muy raro por los pocos meses de verano que teníamos, alto y guapo, estilo Kevin de Bob esponja, pero con más personalidad.

A medida que las minutos pasan no paso por alto la inquietante sensación de ser observada. Me gustaría comenzar por recalcar el absurdo hecho de una universidad junto al bosque, ¿Qué genio pensó que sería una buena ubicación?. Discretamente miro a los lados, centrándome en las gradas junto a la gran cancha. Las sonrisas de los chicos del equipo de fútbol americano me reciben. Son lindos cuando no están todos sudados y drogados antes de sus partidos. Sin mirar a uno en particular, les guiño un ojo y devuelvo la sonrisa, soltando una suave risa, que ellos decidan a quién va dirigido.

Apenas termino tomo mi mochila, trotando a la duchas. Es un poco incómodo, pero es mejor que oler a corredor obeso en maratón. Saludo a las pocas chicas que se encuentran adentro.

Sus risas y chillidos sobre lo que usarán el fin de semana son mucho más altos que la música en mi celular.

—¡Y que jodan a todos!.

Cierro los ojos, frotando mi cabello bajo el agua. Esto sería perfecto para una comedia juvenil o un romance endulzado hasta los huesos. Aunque para muchas es así y no mentiré, en ocasiones también para mí, al salir de las fiestas, de las multitudes, del alcohol, todo cambia.

Oh ya empiezas a contar tu triste historia.

Es parte del show.

Tomo una toalla de la estantería superior, envolviendo mi cuerpo. Asomo la cabeza primero, viendo como el grupo de chicas sale sin mirar atrás. Salgo cuidando no caer, parandome frente al espejo, secando mi cabello lo mejor posible, para no parecer rata mojada. Amarro mis zapatos al terminar, dado un último vistazo al espejo empapado de vapor. Quizás no tenga el cuerpo más despampanante, ni el más delgado, pero... A la mierda la humildad por unos segundos; es el mejor de todo el pueblo.

—Hey Lucy—me coloco una delicada cadena—, el siguiente grupo necesita las duchas.

Asiento en dirección a la chica, Clarisa. Su grupo de amigas la une a ellas, cuchicheando sobre algún nuevo chisme o algo así. Todas sonríen y se codean, riendo. Aveces, desearía tener una vida así de despreocupada, sin molestía más que la de hermanos molestos o algún lío amoroso.

Pero mi panorama a cambiado lo suficiente como para darme cuenta de que eso nunca pasará, no por el camino que sigo. Salgo con mi mochila en hombros, peinando mi cabello con los dedos. Por años pedí explicaciones, rogué que alguien me dijera qué había sucedido, pero todos negaron lo obvio, solapando la verdad, dejando la masacre impune.

Y los que quedamos vemos todo con recelo, en silencio, viviendo con el recordatorio de trabar la puerta. Así que fue extraño cuando de entre todas las caras tristes, una salió sonriente de su casa. Cómo si nada hubiese pasado.

La niña de caperuza roja

Todos supieron lo que pasó en aquella casa, en el pueblo, lo cuerpos mutilados eran la prueba. Pero nadie dijo nada, y siguieron con sus vidas. Al poco tiempo nos mudamos a un pueblo cercano, papá no quería alejarse mucho de aquel lugar, decía que lo hacían sentirse cerca de mamá. Y comenzamos de nuevo, o eso tratamos.

Me encamino a la salida trotando, saludando a las chicas del grupo. Froto mis brazos por el repentino frío, estamos a finales de octubre, se viene la mejor época del año.

Atravieso la cancha a paso rápido, evitando indagar con la mirada más allá de la primera línea de árboles que dan al bosque. Todo el parece gritar: "Si entras ya no sales" y la verdad es que no soy tan estúpida como para hacer caso a mi curiosidad.

Es extraño como pasa desapercibido su silencio, la oscuridad que no puedes iluminar, lo engañosos que pueden ser sus senderos.

Apresuro el paso en los largos pasillos, sujetando las correas de la mochila con fuerza. Visualizo mi auto en una de las orillas, cerca de la salida, el tiempo parece pasar más lento, paso saliva. Saco las llaves de la mochila, abriendo el automóvil y entrando en el. Recargo mi frente contra el volante, mareando el sentimiento de ser perseguida mientras coloco los seguros.

Tiro suavemente de mi cabello para atrás, mirando hacía los lados en busca de algo irregular.

Y todo tranquilo, ¿segura de no necesitar un loquero?

Esto va a acabarme.

Saco mi celular y mando mensajes a Lotty y Gabriel —Dos muy buenos amigos— sobre la salida esta noche. Junto a Carter ellos se volvieron mis grandes amigos, hice muchas cosas por primera vez gracias a ellos, a lo extrovertido de Carter, a lo alocada de Lotty y a la seriedad de Gabriel, este último es como la mamá gallina del pequeño grupo.

Me adentro en las calles del pueblo, tarareando una canción, escondiendo mis preocupaciones bajo una sonrisa amable.

Al llegar a casa saludo al perro de la vecina, hay prioridades.

Cierro la puerta a mis espaldas, poniendo todos los seguros.

—¡Papá ya llegué!—tumbo mi mochila sobre el sillón, esperando su respuesta. Y nada. Perezosamente camino a la cocina, abriendo el refrigerador por una lata de soda.

Empiezo a tomar tanta comida como puedo, bolsas de papas, otras latas de refresco, dulces y bombones. Es viernes y el cuerpo lo sabe.

Giro sobre mis talones sonriente, lista para enroscarme entre las sábanas hasta la noche.


Que jodidos voy a usar.

Miro los montones de ropa sobre el suelo, los dividí en tres; los "probablemente", "nunca, deja eso" y "tírame a la basura chica". Cierro los ojos y voy una vuelta. Okey, lo primero que tome, cómo en los libros. Me agacho y tomo la prenda.

Abro los ojos y frunzo el entrecejo. No, ni de broma. Vuelvo a pararme por mi celular, mando un mensaje a Lotty.

»Necesito tu buen gusto:(«
8:57

»Necesitas otro armario. Llego en 15.«
8:58

Sonrío frente a la pantalla. Si algo me agrada de Lotty es su complicidad, dejando de lado su carácter tan radical. Me tiro sobre la cama, desbloqueando mi celular y entrando a Youtube, dejando sonar a Sam Smith sobre mi pecho, pesando en qué haré los próximos días.

Al poco tiempo mi celular zumba y la notificación de el mensaje de mi amiga llega. Me levanto de un brinco, corriendo a abrir, pero al hacerlo soy recibida por un extravagante ramo de rosas.

—Tu enamorado dejó otro ramo—su melena castaña se asoma desde atrás.

—Es algo pretencioso a decir verdad—me hago a un lado, dejándola pasar—. Déjalas sobre la mesa, luego me encargo de ellas.

—¿No tienes idea de quién podría ser? Porque, demonios, sospecho de Peter, el de primer año—opina rascando su cuello, una de sus mantas manías.

—No tiene pinta de ser un chico intenso—me encojo en hombros, restándole importancia.

Sus mirada cae en mi de nuevo, confundida.

—Deberías andar con cuidado—advierte frunciendo el entrecejo—, ya sabes, hay muchos locos sueltos en las calles.

¿Un animal podría ser considerado loco?

—Lo tendré—acepto con una media sonrisa—. Entonces, ¿hablaremos del raro acosador toda la noche? ¿o iremos por tragos?

Poco a poco la angustia se dispersa de su rostro, pasando su brazo por mis hombros mientras caminamos a mi habitación.

No olvides quemar las flores

Admiro mi reflejo una vez más, de lado, de frente y hasta agachada. Al final dejé los vestidos para otra ocasión y tomé una falda gris metálica de tubo ajustada, un sostén de encaje blanco junto con un saco sencillo blanco, ¿qué si tendría frío? Hasta la mierda, pero lo vale. Me hago a un lado, dejando que Lotty retoque su maquillaje.

Su delgada y curvilínea figura se contonea suavemente. Deja el labial, alborotando su cabello y dando la vuelta. Sus movimientos ágiles y delicados le dan un toque de inocencia a su apariencia. La mirada juguetona que me lanza me hace sonreír.

Sin vergüenza recorro su cuerpo con la mirada, de arriba a abajo, tentada a comprobar la suavidad de su piel. Me acerco sin temor, rozando su mejilla con la yema de los dedos.

—Te ves hermosa—sus labios dejan escapar un suspiro—, como siempre.

Si algo sé de ella, es su debilidad por los alagos. Inclina sutilmente la cabeza, dejando un poco de su peso sobre mi mano. Lentamente me acerco, rozando nuestras narices. Su calida respiración choca contra mis labios.

—Josh estará muy molesto contigo.

Acerco nuestros labios, invitandola a dar el último paso. Se aferra a mis brazos, negando. Y cuando la siento, sus cálidos y suaves labios se mueven sobre los míos, dejando todo el peso sobre sus hombros en el piso.

—Él se puede ir a la mierda—un jadeo apenas audible sale de su boca. Sonrío al ver sus ojos cerrados, sus mejillas encendidas y expresiones relajadas—. Eres tú la que tiene todo de mi—puntualiza—, pero no puedo tenerte.

Su amargura grita y pellizco sus mejillas.

—Y es una pena Lotty—me alejo, cortando el contacto y tomando mi pequeño bolso—. Hora de irnos.

No estaba en mis planes toparme con alguien como ella, si lo hubiese podido evitar lo hubiera hecho, pues, nadie merece ser plato de segunda mesa, pero por más que le expliqué, que me aparté, no lo entendió. Sus ojos brillaban y se apagaban al mismo tiempo a mi lado, en los momentos que teníamos. Verán, entre nosotras existe una *amistad* con privilegios, claro que eso no evita que ella tenga pareja y yo saliera con más personas, así lo había decidido hace meses y no hubo oposición de su parte. Y no, no soy lesbiana, solo tenía curiosidad por el sexo opuesto y lo probé, pero los hombres siempre serán mis favoritos.

Aunque su sexo oral no sea tan bueno.

Al llegar a la discoteca la música retumba, escuchandose hasta afuera. Algunos bailan, otros gritan sobre la música con un trago en mano y otros simplemente sentados disfrutando. Carter y Gabriel nos esperaban en una mesa al fondo con unas chicas a su lado, Lotty fue directo con ellos, no sin antes decirme que bebería.

Esquivé los cuerpos sudorosos de las personas camino a la barra, ignorando de forma monumental a los imbéciles ebrios.

Esta noche quiero olvidar hasta mi nombre.

El mundo podría ser un buen lugar sería, podría ser el mismísimo edén si los humanos tuvieran más bondad, si dejaran las guerras y las religiones de lado, si la maldad y la codicia no fuese motor de cada nación. Pero en su lugar, preferimos dividirnos, hacer a un lado a todos por nuestros más oscuros deseos. Me incluyo en ese tipo de personas.

Las brillantes y coloridas luces flashean sin parar, las bebidas no dejan de llegar y tengo que rechazar cada una que no pido.

Muevo las caderas al ritmo de la música, sintiendo las manos de mi nuevo acompañante presionar mi cintura, frotando levemente mi trasero contra su masculinidad. Llevo las mano a mi cabello, tirando de el, disfrutando.

—Preciosa—sus labios besan mi cuello, aparto mi cabello, dándole una mejor entrada—, eres preciosa.

¿Debo devolver el obvio alago?

Respiro el aroma a cigarrillos y a algo más, cierro los ojos, extrañamente atraída a ese nuevo aroma. Elevo mis manos, enredado los dedos en las delgadas hebras de cabello de el hombre.

Un vuelco.

Volteo a verlo, quedando a escasos centímetros de su rostro. Miro sus labios, ansiosa de morderlos y recorrer su piel morena, sí, es lo suficientemente atractivo como para pasar un buen rato.

—Iré por mis cosas—informo tomando su mano para no perderlo entre la multitud.

A medida que avanzamos la incomodidad abraza mi cuerpo. Observo a las personas a nuestro alrededor, buscando algo raro entre el alocado entorno, peor todos se ven concentrados en sus propios asuntos. Tomo mi bolso de la mesa, saludando a Carter y a la linda rubia a su lado.

—Hey, quieto ahí vaquero—baja las piernas de la rubia con una disculpa, acercándose—Antes de que te vayas déjame tu número de celular, no quisiera que le pasará algo a mi amiga—su voz va por encima de la música, totalmente serio.

Mientras Christopher, el chico con el que bailaba, le pasa su dirección y número yo reviso el mío, checando que el botón de emergencia sí esté activo. Rasco mi nuca mirando a los lados, pero todo es lo mismo.

Impaciente por salir del lugar me despido de nuevo, abrazando el brazo de Christopher en dirección a la salida. El estómago me da un vuelco y comienzo a creer que tanta comida chatarra me hace daño. Camino más lento, volteo a ver a el sujeto de está noche, tiene una sonrisa relajada. Estoy por responder cuando me pujan, haciendo que pierda el equilibrio.

Mi trasero apenas toca el piso cuando me jalan como resorte del brazo. Elevo la cabeza de nuevo, esperando encontrar a Christopher. Pero esta no es mi noche.

—Maldición—me zafo el agarre, enderezandome sobre los tacones. Levanto el mentón, lista para encarar al idiota que me empujó.

Pero mira nada más.

Las palabras se quedan en mi garganta, reteniendo un jadeo de sorpresa al ver al hombre frente a mi. Quedo atrapada en el bosque brillante de sus ojos, sus dedos rozan mi brazo, provocando un frenesí de emociones contradictorias.

—Disculpe, venía distraído—su voz arrebasa la música, sacándome de el pequeño trance con su ronques.

Bajo la mirada a su cuello repleto de tatuajes, pasando saliva mientras me recompongo lo mejor que puedo.

—Ten más cuidado para la próxima—sin poder evitarlo mi voz sale recelosa, alejo mi brazo de su caliente tacto.

Su cabello oscuro cae por un costado de su rostro, remarcando sus definidas y masculinas facciones. Giro el rostro, dando por terminada la "conversación" y ubicando a Christopher a unos pasos, mirando la escena sin moverse. El moreno me tiende la mano a lo lejos. Avanzo en su dirección, aplazando mis emociones para otro día.

Me contengo de mirar atrás, de darle más importancia. Aunque no es necesario, sus ojos quedaron en mi mente toda la noche.

Ni siquiera las caricias, las palabras dulces e inapropiadas que susurró para mí Christopher fueron suficientes para callar la vocesita en mi cabeza que gritaba una y otra vez:

"El tiempo a llegado"

A la mañana siguiente, me quedé más de la cuenta en la cama, procesando lo que acaba de suceder. ¿Por qué tenía que llegar justo ahora?. Me levanté sin hacer ruido, colocándome de nuevo la ropa y llamando un taxi. Sin avisar o dejar nota abandoné su departamento, rezando por no volver a ver a el hombre con el que dormí de nuevo.

Al llegar a casa veo el auto de papá estacionado, logrando llenar un pedazo en mi pecho. Cerré la puerta tras de mi, casi corriendo a mi habitación por una bata y cubrir la ropa que uso. De la misma forma corro a su habitación, tocando con impaciencia y abriendo.

—No me hagas tu carita inocente, ¿dónde estabas anoche?¿No podías dejar ni un mensaje?—frunce el ceño. Lo veo andar en ropa cómoda, lo que significa que no irá al trabajo—. Te estoy hablando Lucy.

—Olvidé llamar papá—me excuso de la peor forma—, el tiempo pasó volando y preferí quedarme en casa de Carter, todos los demás estábamos allí.

—Tienes que avisarme, aunque sea con una nota, creí que te había pasado algo—y es aquí donde un poco de culpa cae sobre mi. Ambos salimos de su habitación, abrazo su brazo.

—Prometo que avisaré la próxima—asiento sin verlo, no puedo enojarme o reírme se su preocupación, joder, por mucho tiempo estuvo sobre mi, preocupado por mi seguridad al máximo y ahora que me da tanta libertad, meto la pata.

—Más vale que sea así—levanto el rostro para verlo, sus hombros se relajan y sonrío como niña pequeña—, haré el desayuno, te espero abajo.

Nos separamos en las escaleras, el baja y yo entro de nuevo a mi habitación con la excusa de cambiarme. Cierro la puerta con seguro de nuevo, quitándome la bata y la ropa de anche, poniéndome la parte inferior de una pijama azul y un suéter de Carter que amablemente de obsequio.

Soulmate.

Mi mente no me jugó mal esa noche. Abro las puertas del armario, abriendo el último cajón y levantando la tapa que da con el piso. Una pequeña modificación que ví en un vídeo de cinco minutos. Sacó todas las carpetas que guardo y dejo lo demás.

Ojos verdes.

Dejo las carpetas sobre la cama, empezando a revisar hoja tras hoja. Decenas de expedientes, informes, ubicaciones y fechas. Y ahí estaba.

Una simple hoja que costó una parte de mis recuerdos.

Tomo las fotos, revisando y comparándola con la imagen en mi memoria. Es un golpe directo. Aprieto los dientes con el corazón acelerado.

Alfa Elijah.

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