CAPÍTULO 01
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La tranquilidad que había en la Mansión Lestrange se esfumó cuando los gritos mañaneros se escucharon, los más pequeños se refugiaron en la habitación de su hermana mayor en busca de su protección. Sus mentes infantiles aún no entendían porque sus padres se tenían que gritar todos los días, no comprendían porque su papá decía que su hermana Cordelia debía abandonar la casa.
Cordelia Black es una niña silenciosa que siempre pasa desapercibida en aquella mansión que debe llamar hogar, los sirvientes apenas le dirigen la palabra y cuando lo hacen, no es para nada más que insultarla. Eso provocaba que la pequeña se sintiera triste y sola, aún cuando sus hermanos y su adorado elfo Kreacher le hacían compañía y le decían cumplidos, no evitaba que la soledad inundará el corazón de la infante.
La pequeña Black tampoco era tonta, pues bien sabía que varias personas de la servidumbre no le hacían cosas malas porque ellos quisieran, sino que su «padre» los tenía bajo amenaza de muerte. Ella sabía esas cosas porque su «habilidad» le permitía ver y oír los pensamientos y recuerdos de los demás, y gracias a ello, podía llegar a evitarse malos ratos.
Así que gracias a ese poder suyo, Cordelia fue como escuchó a sus hermanos llorar y se permitió correr a su habitación sin importarle las lecciones de etiqueta que su madre le daba. Cuando llegó a sus aposentos, los busco por todos lados hasta encontrarlos hacinados dentro de su guardarropa. Los abrazo con el amor y gran cariño que les profesaba y les dijo con voz temblorosa que todo saldría bien y que no debían preocuparse por nada, que ella estaría ahí para protegerlos. Sin embargo, esas palabras difícilmente podría cumplirlas en ese momento.
Unos brazos fuertes y varoniles la tomaron fuertemente de su cabello oscuro y sedoso y la alejaron de sus esos seres que ella amaba con su propia vida. Imploró al hombre que la dejara despedirse de ellos, pero él fue implacable y le dijo que nunca más volvería a verlos, que una «sucia mestiza» no es digna de estar entre ellos, los sangre pura.
Así que sin más apuros, Cordelia Black de apenas nueve años, partió al Colegio Durmstrang. Su corazón estaba echo añicos por el dolor y la tristeza que lo inundaba, pero al menos se sentía reconfortada ya que por la escasa bondad del corazón de Rabastan Lestrange, se le permitió conservar con ella a su querido elfo Kreacher.
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El reflejo que le devolvía el pequeño espejo incrustado en la pared le daba a entender que esas noches largas de insomnio estaba surtiendo ya efecto, el color azulado ya estaba asomándose por debajo de sus ojos avellana dándole así un aspecto fatigado. No era su culpa, era la de esos malos sueños que la atormentaban todas las noches sin parar. En ellos veía a un hombre de ojos rojos con piel tan blanca como la tiza y a su lado, un chico de su edad que imploraba piedad, pero lo que más llamo su atención fue esa cicatriz con forma de rayo que adornaba su aperlada frente.
Ante la frecuencia con la que se presentaban estos sueños, decidió consultar a su tutor en busca de respuesta alguna, pero lo único que obtuvo fue una respuesta tan seca como el árbol que florecía en el patio de su casa.
«Es solo un sueño, tómatelo como tal»
Ante la precariedad de lo que le habían dado, Cordelia acudió a una biblioteca muggle en busca de algo más sólido. Allí encontró lo que buscaba y eso la hizo sentirse más que satisfecha, pues entendió que no todas las respuestas podía encontrarlas en su mundo, el mundo mágico.
Ahora ella miraba aburrida el techo de su habitación, en espera de que su águila llegará con alguna noticia del mundo exterior. No es como si mucha gente le escribiera todos los días, pero los que lo hacían se habían ganado un lugar en su corazón. Sabia que las cosas se habían complicado después de su huída de Durmstrang, pero tampoco podía seguir estando en un lugar que casi siempre le traía infelicidad.
Cordelia soltó un fuerte suspiro, así que decidió hurgar un poco en las mentes de los transeúntes que pasaban frente al número 12 de Grimmauld Place. Poco le duró el gusto de lo que descubrió pues el ruido de una aparición la hizo brincar del susto.
—¡Por Merlín! Eres tú Kreacher —musitó la muchacha aún con la adrenalina corriendo por su cuerpo.
—Discúlpeme Señorita Delia, no quería asustarla así —susurró una disculpa el elfo Kreacher.
Delia era una especie de apodo que solo a su elfo le permitía usar, nadie más que él podía hacerlo. Y si querían llamarla con algún diminutivo, debían usar otro que no fuera ese.
—Vamos pequeño, no tienes que disculparte. Es mi culpa no estar alerta.
Kreacher sonrió y asintió con aprobación ante lo dicho por su señora.
—Ya está todo listo Señorita Delia, solo hace falta que usted desayuné algo para que así el buen Kreacher se sienta tranquilo.
—Entonces preparemos algo de desayunar para los dos, el buen Kreacher también debe de comer. Ya después te ayudaré a limpiar este cochinero que tiene Sirius.
Kreacher frunció el ceño ante la mención de aquel que se proclamaba su amo y señor, pero ya no pudo lanzar más maldiciones en contra del mago arrogante pues la cálida mano de su señora lo hizo volver en si.
Ambos se aparecieron en la cocina solitaria, y entre risas y anécdotas que Cordelia le contaba al elfo, los dos pudieron disfrutar de un desayuno tranquilo.
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«—Ya estoy aquí —dijo mentalmente la pelinegra a quien sabe quién.»
«—Muy bien, ya sabes que debes de hacer. Nada de llamar la atención, nada de juegos tontos, eres una Black y debes comportarte como tal —respondió una voz femenina.»
Cordelia no respondió ante eso, solo se limito torcer los ojos y seguir en la búsqueda de aquella casita de campaña que habían conseguido para ella. No tuvo que buscar mucho pues para su mal gusto, lo que buscaba era lo más llamativo posible ya que tenía colores demasiado chillones y una enorme letra “A” en el medio.
La chica negó en repetidas ocasiones pues lo que ella había pedido con gran exigencia no se siguió al pie de la letra.
¿Colores chillones?
A ella ni siquiera le gustaban, le parecían demasiado tontos. Claro que son perfectos para aquellas niñas mimadas que había conocido a lo largo de su vida.
Al menos la letra que había pedido para poder identificar su refugio era la solicitada, solo esperaba que el interior fuera cálido y con las cosas que ella merece, pues después de todo era una Black y los Black merecen solo lo mejor.
—Al menos trajeron cosas de buena calidad, no como la otra vez que me trajeron un caldero de dudosa procedencia y todo termino explotando en mi cara —farfulló molesta la pelinegra ante el amargo recuerdo que llegó a su mente.
Volvió a suspirar por segunda vez en el día, más tarde hablaría con las personas que se encargaron de esta atrocidad.
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Aún faltan dos horas para que el mundial de Quidditch diera inicio, así que la chica pelinegra decidió que era buena idea leer sobre la historia de Hogwarts. Antes ya había tenido la oportunidad de leer ese libro, era uno de sus favoritos, así que no tenía problema con volverlo a leer.
Cordelia es una persona que disfruta de la lectura, así que cuando su mejor amigo le regaló El Conde de Montecristo no pudo evitar leerlo a la primera oportunidad de soledad que tuvo. Y siempre que sentía que su mundo se venía encima, Edmundo Dantes llegaba a rescatarla.
Y así era siempre, ella se perdía en su mundo de fantasía y olvidaba al resto del mundo. Olvidaba que había personas que querían deshacerse de ella, olvidaba hacer uso de su poder para poder mantenerse a salvo...
—Conque aquí estas —masculló una voz femenina, llena de molestia.
La pelinegra dio un brinco del susto ante la súbita interrupción de la mujer de mirada azulada.
—Yo... Bueno yo... —tartamudeo Cordelia, aún tratando de procesar lo ocurrido.
—¡Basta! Una buena señorita nunca duda de sus palabras.
—Lo lamento tía.
La mujer rodó los ojos con fastidio.
—Tu tío se tomó la molestia de apartar tu lugar en el palco del Ministerio, así que espero que vayas con nosotros.
—Pero ya me instale aquí, ya tengo mi boleto para estar en un lugar que me deje ver bien el partido —refutó Cordelia mirando directo a los ojos de su tía.
Azul y avellana chocaron, ninguno dispuesto a ceder ante el otro.
—¡Tonterías! Eres una Black y debes comportarte como tal —gritó la mujer.
—Sé lo que soy, pero no pienso aprovecharme del poder de mi apellido.
—Me importa poco lo que pienses muchachita, más te vale que vengas conmigo así sea por las buenas o por las malas.
—No me asustas Cissy.
El rostro blanco de la susodicha se pinto de un lindo color carmín producto del coraje. Ella alzó su mano y la estampó contra la piel aperlada de la menor.
Si las miradas mataran, Narcissa Malfoy ya estaría tres o más metros bajo tierra.
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