Olga Serkin
La noche era sofocante en Olinus. La directora del proyecto más audaz emprendido por los seres humanos, mantenía abiertos los grandes ventanales de su habitación para captar un poco de brisa, porque la refrigeración artificial le resultaba molesta y agresiva. La luz de Irta, el satélite de Olinus, lo bañaba todo con un resplandor irreal. O quizá fuese, pensó Olga, que la irrealidad de estos últimos días en que el Proyecto se acercaba a su culminación, se estaba traspasando también a sus noches.
Se levantó del lecho y una cascada de cabellos rubios, plateados ahora por la luna, cayó sobre sus hombros y sobre el leve camisón de seda con el que cubría su esbelto cuerpo. Este se transparentaba a través del fino tejido mientras la mujer caminaba hacia el balcón. El gesto de apoyar sus brazos en la barandilla destacó aún más las formas suaves y armoniosas, que aún se conservaban firmes y exquisitas, pese a ir entrando en una edad que podría considerarse de madurez, teniendo en cuenta la longevidad de los terranios.
Olga, ahora que se acercaba el momento decisivo, pensó que nunca se había ocupado mucho de sí misma. Sí, por supuesto, en todo lo referente a su carrera: era una brillante astrofísica, reconocida por multitud de universidades, una excelente organizadora y manejaba los equipos humanos con gran habilidad. Sin embargo, sentimentalmente empezaba a sentirse vacía. Muchas veces se encontraba sola y angustiada ante multitud de problemas que surgían de continuo en el desarrollo de su trabajo, y hubiese agradecido una mano amiga, o quizá algo más, para poder entregarse y reposar.
No obstante, como era una mujer fuerte, pronto se reponía y volvía a ser la columna donde todos buscaban apoyarse. Apoyo que también ella necesitaba, precisamente ahora que había surgido un serio obstáculo a la continuación del Proyecto: el repentino cese de August Riman, el Procurador que tanto les había ayudado a llevarlo adelante. Todos eran conscientes de que su destitución era debida a las maquinaciones de Zendar.
El recuerdo de ese molesto personaje, que no había dejado de poner trabas desde el inicio, le provocó un acceso de ira que controló rápidamente. Se había acalorado un poco y abrió el camisón para que la brisa acariciase sus pechos perfectos. Un poco de frescor nocturno corrió por su tersa piel, aliviándola, pero la inquietud volvía: ¿qué sucedería con ese extraño equipo de evaluación al que los aislacionistas habían recurrido en el último momento? ¿Se vería obligada a adularles o hacerles alguna concesión? Su interior se rebeló ante esto. Nunca renunciaría al Proyecto y si hubiese que dar la orden de inicio, aún sin el acuerdo del Parlamento, lo haría.
De pronto, sus reflexiones fueron interrumpidas por la lucecita de emergencia en el interfono de su mesilla. Olga no podía tener la seguridad de que en la noche dormiría tranquilamente y más en los últimos tiempos. Revisó el mensaje: era de Enrico y Cornelius, la esperaban en el salón de conferencias y era urgente.
Olga suspiró y comenzó a vestirse apresuradamente. Debía ser algo importante, siempre lo era cuando interrumpían su sueño. Con la inquietud rondando su mente terminó de arreglarse y bajando al recinto del aerodeslizador, programó el trayecto, acomodándose después para sumergirse en sus meditaciones.
Cuando llegó al salón de conferencias, ya la esperaban sus dos compañeros, los científicos más implicados en el proyecto. Por la expresión de aquellas caras, supo que el asunto era muy grave.
—Hola —saludó levemente—. ¿De qué se trata? ¿Es lo que nos temíamos?
Dave Cornelius fue el primero en hablar.
—En primer lugar, disculpa por molestarte a estas horas, pero estamos casi totalmente seguros. La traza de la última apertura cuántica, nos ha permitido una medición de la mayoría de los datos referentes a ese universo, tiempo de su fluctuación, tasa de expansión, tamaño, etc.
—¿Y qué habéis sacado en consecuencia? —preguntó Olga.
—El problema radica más bien en nuestro universo. Su velocidad de expansión es muy grande, como sabes —intervino Enrico Faci.
Olga reflejó en su rostro una leve expresión de cansancio.
—¿Y en definitiva?
—Vamos en rumbo de colisión, como presumíamos —aclaró Cornelius lúgubremente.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Olga. Era algo ya esperado, vigilado y estudiado desde hacía tiempo y uno de los motivos por los que se había puesto en marcha el Proyecto, pero no por eso dejó de impresionarla la confirmación de esa hecatombe futura. Desde que se conoció la existencia del Megauniverso y se accedió a los múltiples Cosmos mediante portales cuánticos, hubo conciencia de un posible choque. A fin de cuentas, también en nuestro universo los choques entre galaxias eran algo frecuente y, por supuesto, estremecedor.
Olga quiso tener más detalles. Algo de lo dicho por sus interlocutores le había llamado la atención.
—¿Porqué pensáis que el problema somos nosotros? Dos se expanden y chocan, no solo uno —comentó, extrañada.
—Ese es el punto clave —incidió Enrico—. Pensamos que ese universo no se expande.
—¿Que no se expande? Muchas veces hemos tenido que ajustar el acceso a través de los portales debido a la expansión desbocada de los universos que atravesábamos. ¿Cómo puede ser que ese mundo no se expanda?
—Realmente no lo sabemos. Hay más cosas extrañas en torno a ese universo. Hemos vuelto a escanearlo, esta vez usando el Cubo Universal y parecen destacar tres cosas: primero, como ya hemos dicho, que no se expande; segundo, que es demasiado pequeño, bastante más que el nuestro. Y tercero, lo más sorprendente, parece estar constituido por una sola Galaxia, que debe ser enorme. En todas las entradas que hemos hecho con el escáner del Cubo, en diversos tiempos y momentos, hemos desembocado en el mismo espacio galáctico.
Un silencio ominoso acogió estas últimas palabras. Los tres eran conscientes de que algo que los superaba empezaba a cernirse sobre Olinus, la Confederación, la galaxia y el cosmos entero.
UN FUGAZ INTERLUDIO
Un espacio en el Centro de Conexión de los Cultivadores.
Ore Ayl habla o transmite en un idioma muy extraño repleto de cortos destellos luminosos, reflejados de inmediato por todos los presentes. Podríamos traducir el conciliábulo con sus demás acompañantes, así:
ORE:
—¿De qué mundo o a que especie pertenece el ente hallado cerca del Portal?
UN CULTIVADOR:
—Tras efectuarle una transparencia averiguamos que pretende ser un yálmite y que presta obediencia a un ser llamado Deirina.
ORE:
—¿Tenía intención hostil?
UN CULTIVADOR:
—No lo parece. Es un orfan muy desconcertado. Fue abandonado allí, escandalosamente, por su Superior.
ORE:
—¿No atendía a la vinculación?
UN CULTIVADOR:
—De ninguna manera. Hemos deducido que la vinculación no se da en su mundo, o al menos en su sector astral.
ORE:
—La cercanía de los extraños es evidente ¿Y qué dicen los Registradores?
REGISTRADOR ÓNIX:
—Los registros son alarmantes. Una serie de accesos mediante transposiciones U se han venido sucediendo a intervalos mucho más cortos que en ocasiones anteriores.
ORE:
—Es evidente que están usando los Portales para analizarnos. Bien, Vinculados, como ya sabéis nos encontramos ante un problema de vida o muerte, de supervivencia para nuestro mundo. Felizmente, en la última recolección encontramos una de las proposiciones sugeridas por el gran Igno Pel Ro. Creemos que puede representar una solución a esta crisis definitiva.
OTRO CULTIVADOR:
—¿Qué esperamos entonces?
El Primer Cultivador levantó sus ojos llenos de luz hacia el cielo blanco como si asistiese a una visión y luego, volviéndose hacia los vinculados, exclamó:
ORE:
—Los esperamos a ellos. Necesitamos que vengan...
***
Dárek Risen cerró su lector de hologramas cuando vio acercarse a Félinar Agarusso. Este también lo vio y dio un leve respingo. A ninguno de los dos le hacía gracia tener que viajar juntos a Olinus, pero ya que las cosas estaban así, era mejor poner buena cara.
Se saludaron, pues, con cierta cortesía, conscientes de que iban a pasar bastante tiempo juntos. Dárek le señaló al aislacionista un asiento al otro lado de la pequeña mesa donde estaba siendo servido por un androide de aspecto completamente humano. Dárek pidió un cóctel de frutas mientras Félinar mandó que le trajesen una copa de yuso.
Cuando el androide se marchó, Dárek interrogó a Félinar:
—¿Estás nervioso? Nunca habremos dado un salto tan enorme como el que nos espera...
Estaban los dos en una terminal de la estación espacial Mirácoli 1, sobre la atmósfera de Terrania. Era una estación nueva, recién inaugurada, lo que se advertía en la brillantez de los suelos y de todas sus estructuras. Por su mirador se advertía el portal delicuescente, orlado por el anillo de control, que iba a llevarlos directamente a Olinus.
—La verdad es que da un poco de repelús —contestó Félinar.
Dárek sonrió al escuchar aquella palabra, pero no hizo alusión a ella cuando siguió hablando.
—Son muchos miles de años luz, sí. Una hazaña de proyectistas concienzudos...
Félinar se sintió aludido y encogió los hombros, empezando a sentir algo de sofoco. Como un mecanismo de defensa, derivó hacia el tema que le interesaba.
—Espero que no te pongas de parte de toda esa locura de los Pasajes...
—¿Y por qué habría de estar en contra? —arguyó Dárek—Ni siquiera hemos evaluado el más mínimo chip y ya demuestras prejuicios.
—¿Para qué queremos analizar unas minucias de detalles, cuando los objetivos, las fases y los riesgos están tan claros? ¡Es absurda esa idea de la catapulta cósmica! ¡Seguramente desencadenará un cataclismo en Terrania y quien sabe si en toda la Galaxia...!
—Reconozco que los riesgos son grandes —repuso Dárek—,especialmente para quienes pretendan atravesar el agujero negro, pero si se piensa bien...¡es excitante! ¿Y si sale bien y encuentran algo nunca visto por la especie humana? Deberías ser un poco menos conservador, dada tu profesión de Proyectista...
La conversación se interrumpió cuando el androide depositó las dos bebidas sobre la mesa. Dárek pagó por los dos con su reloj y Félinar se interesó por el modelo.
—Es la última genialidad de Porelki ¿no es cierto? —preguntó señalando la máquina en la muñeca del joven.
—Así es —respondió este, después de paladear su zumo—. Gracias a él no tienes problema con los distintos tiempos planetarios si te desplazas a otro mundo. El reloj realiza un ajuste instantáneo. Y es válido para más de un millón de sistemas, los más importantes, además de poder incluirle nuevos según lo vayas necesitando.
Félinar le lanzó una mirada de envidia y el joven lo embromó:
—¡Anímate, hombre! ¡Solo cuesta cien mil confederados! —exclamó, soltando una carcajada.
Agarusso comprendió que los tiempos venideros iban a ser muy duros, al lado del jovial pero impertinente Dárek.
Afortunadamente para él, una llamada por el comunicador público de la estación los convocó para abordar la nave que los llevaría casi hasta el centro de la Vía Láctea, por el flamante agujero de gusano que comunicaba Terrania y Olinus.
Tomaron sus maletines y se dirigieron en silencio hasta la poterna correspondiente. Después de una larga bajada en el ascensor, una linda y gentil azafata, con el distintivo androide, los acomodó en sus asientos. No estaba permitido comer nada durante el trayecto pero sí existía, a disposición de cada pasajero, una pequeña bolsa con un líquido verde anti mareos y una pajita. Era común que mucha gente sintiera leves desfallecimientos en el interior del agujero de gusano.
Dárek y Félinar estaban acostumbrados ya a estos viajes y, aunque el aislacionista realizaba más labores de despacho, ninguno de los dos experimentó nada resaltable durante el velocísimo traslado. Solo fueron unos minutos para atravesar media Galaxia. De pronto se vieron pasando por el anillo de salida, la Puerta de Mirácoli 2, ya en Olinus.
—Ha sido rápido —comentó banalmente Félinar mientras iban saliendo de la nave.
Fuera, en el hangar, una basuina, acompañada de un androide, les hacía señas manoteando con sus delgadas extremidades.
—Parece que es a nosotros —advirtió Dárek a su compañero.
Kirga Chen se desplazó rápido hasta ellos y los saludó con toda la amabilidad de que era capaz.
—¿Tuvieron buen viaje, señores? La señorita Olga Serkin me ha pedido que acuda a recibirles. Ella está arriba, en la zona de servicio...
—¿Se refiere a la directora del proyecto? —preguntó Dárek, algo confundido por el lenguaje casi arcaico de la basuina.
—Eso —asintió Kirga—, ella misma. Acaba de salir de una reunión con sus asesores científicos y los está esperando.
El androide de acompañamiento tomó el equipaje de ambos y todos se encaminaron a los ascensores en medio del tráfago de viajeros que empezaba a circular, en las últimas semanas, entre aquellos dos extremos de la Confederación.
Una vez arriba, en la zona de servicio, la basuina los guió hasta uno de los lugares de consumición. Olga esperaba sentada en un taburete alto, junto a la barra y de espaldas a ella. Con las piernas cruzadas, algo descubiertas por una falda corta, aunque no demasiado, sostenía en las manos una copa llena de un líquido ambarino. Cuando giró la cabeza para observarlos llegar, su melena trigueña se movió con una elegancia innata. Dárek presintió que era ella.
En efecto, Kirga los llevó directamente ante la directora e hizo las presentaciones. Olga ofreció su mano a Félinar y este se la estrechó con escasa cordialidad. Hubo un momento de confusión cuando hizo lo propio con Dárek, ya que este posó levemente su mano sobre el brazo descubierto de la mujer y con un ligero roce, depositó un beso inocente en su mejilla.
No era corriente ver a Olga Serkin azorada. Es posible que Kirga Chen notase algo, pues intervino con rapidez y disposición:
—Ya tienen ustedes su alojamiento asignado—informó la basuina a los dos hombres—. Tienen un aerodeslizador con el trayecto desde aquí programado. ¿Desean que mi androide les acompañe y les ayude a instalarse?
Félinar iba a asentir, pero Dárek estaba disconforme. No sabía qué oscuro desasosiego le producía aquella cuyo futuro dependía de su decisión y le parecía muy corto este primer encuentro.
—Podría invitarnos antes a una copa, directora —sugirió con su encantadora sonrisa—. El viaje ha sido largo ¿no le parece? ¿Por qué no nos sentamos y charlamos un poco? Hay mucho de qué hablar...
—Tiene razón —coincidió Olga, recuperada ya su compostura y su semblante firme—. Sería una descortesía despedirlos tan pronto. Kirga...¿puede buscarnos un lugar para conversar?
La basuina la miró como frunciendo el ceño, si lo tuviese, pero se alejó un poco y al momento volvió para guiarlos a un apartado del local. Dárek, atrás, observaba el caminar seguro y al mismo tiempo sugerente de Olga y ella presentía las miradas del joven resbalando por su cuerpo. Esto, por un lado, la rebelaba, le parecía demasiado atrevimiento e impertinencia. Sin embargo, por otro, reconocía que era un evaluador muy atractivo, quizá demasiado y que ese interés la halagaba en cierta forma. De pronto se descubrió pensando este tipo de cosas y se recriminó interiormente, con aspereza. ¿Pero qué le sucedía?
Charlaron un buen rato, sentados a la mesa, mientras apuraban sus bebidas. Una conversación muy formal, sobre las profesiones de unos y de otros, sobre Olinus y su vida nocturna, sobre los lujos de Terrania...No quisieron tocar el tema para el que se habían desplazado al planeta, ya habría ocasiones para ello y nadie quería descubrir sus bazas antes de tiempo. A pesar de la relativa superficialidad de la conversación, las miradas no lo eran. Olga sentía sobre sí, casi todo el tiempo, la mirada del proyectista y aunque a ella también le costaba mantener la vista alejada de él, era mucho más reservada y comedida. Con un poco de angustia , comenzaba a sentir que aquella misión evaluadora era una nueva burla del destino, quizá otra prueba más para ella y para el Proyecto.
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