Music awards - Fase rock-n-roll (Fantasía)
Forever emotionless
Historia en base a la frase del libro "Sasha" de firehaired .
Entonces pude sentir como metro tras metro, segundo tras segundo... Me iba alejando de lo que había sido mi hogar durante toda mi vida. En algún momento eché a correr, cargando en una mochila toda mi vida. Corrí hasta la salida del pueblo, cuando me abandonaron las fuerzas. Mi rostro se iluminó con una gran sonrisa y una lágrima en cada mejilla. Era libre de hacer lo que quisiese, aunque si miraba solo por un instante el camino a mi espalda, volvería.
"¿La llevo a algún sitio?" Preguntó un hombre de cabello plateado desde la ventanilla semiabierta de su monovolumen. Respondí rápidamente con un gesto de cabeza y un áspero "no" antes de proseguir mi camino.
—Sube. Te está esperando.
—No sé quién es y no tengo idea de que me habla.
—Cuando lo veas pídele que te enseñe a mentir mejor.
La puerta trasera se despegó de la carrocería ligeramente para dejarme paso. "Buen truco", pensé, "demasiado teatral para mi gusto". Me acomodé en el asiento trasero y dejé la bolsa justo al lado. El coche arrancó y pareció despegar del asfalto, dejándome clavada al asiento todo el viaje. Aún así alcancé a ver el rostro ceroso del chófer.
—¿Absídio?
—Belga.
—Ya...
—Hemos llegado, señorita. Disfrute su estancia mientras pueda.
—¿Qué significa...?
Casi pude notar la suela de su bota golpearme el trasero hasta sacarme del vehículo. Detrás de mí salió disparado mi equipaje. "Imbécil". Antes de poder decirle cuatro cosas a aquel ser ya estaba demasiado lejos, y lo que dijo resonaba en mi cabeza.
Entré por la puerta principal de la casa, carente de vigilancia a simple vista. Lo que no era evidente al ojo inexperto... Eso era otro cantar. Gárgolas vigía, árboles trampa, ventanas holograma... Una infinidad de recursos que garantizaban la seguridad de aquel lugar. Crucé el vestíbulo, entré al salón y me acomodé frente a la mesa de café.
—Te has puesto... Cómoda.
—Nadie vino a recibirme. ¿Qué más podía hacer, hermano?
—¿Puede que llamar al timbre? Es sólo una sugerencia.
—Peter...
—¿Sí, Phoebe?
—¿Porque me has llamado? Dime la verdad. Sin rodeos.
—Con los años te vuelves más impertinente, hermanita.
—Astillas de un mismo palo. Ya sabes lo que dicen.
No me hacía especial ilusión encontrarme con mi hermano, pero si me había hecho llamar debía ser importante. Peter huyó de casa con dieciséis años, dejando a nuestra familia hecha añicos. Años más tarde se presentó como delegado del consejo de razas. Aunque hacía ya un año que nuestra madre había muerto por septicemia, él no se presentó. Faltó al entierro de su madre... Y no soy quien para perdonar si no se disculpan.
—Te necesito. El consejo quiere nos ayudes en un asunto importante. Es acerca de Marget.
—No.
—Localizala. Es una orden. Quiero que me digas el paradero de esa cosa.
—¡No la llames cosa, gilipollas prepotente! Consejo de razas... ¡Una mierda! Quieres que use mi don para encontrar al último superviviente de un genocidio, ¿Para qué? ¿Aseguraros de que no encuentra a otro como ella? ¿¡Qué!?
—Ya es tarde, Phoebe. Ve a tu cuarto y descansa.
Sin más se fue, como si nunca hubiera pasado por allí. Sabía que me había comportado como una cría y que lo que dije estaba fuera de lugar, pero era lo que pensaba. Verbalizarlo o quedarmelo dentro no iba a cambiar la situación; dije que no usaría el don, y mantendría mi palabra. Con eso en mente me agarré a la barandilla de la pared, que me guió hasta el cuarto donde me hospedaba. Esa noche apenas pude pegar ojo.
—Buenos días señorita. Son las ocho y treinta minutos de la mañana. El señor la espera en el comedor.
Después de que el reloj de pared me recordara que debía enfrentarme a mi hermano, exhausta, me vestí y bajé agarrada del pasamanos.
—Buenos días. ¿Qué te apetece?
—No tengo hambre.
—Casa: dos tostadas francesas, mermelada de albaricoque, un vaso de zumo de naranja natural y un café corto de café.
—Que sea largo.
—Casa, rectificación: café corto de leche.
Y así la mesa se estiró hasta alcanzar la pared, dónde se abrió un pequeño hueco por el que pasaban los alimentos y el mantel hacía las veces de cinta transportadora. Una de las ventajas de que el consejo pague tus gastos: puedes permitirte esa clase de lujos.
—Espero que hayas recapacitado, porque no habrá una segunda oportunidad. Búscala y dime dónde está.
—No. No usaré mi don; se lo prometí a mamá. ¿Recuerdas? La mujer que te dió la vida y que abandonaste cuando más te necesitaba.
—¿Has terminado?
—Sí.
—En ese caso tengo una oferta para tí. Dime dónde está Marget y te diré porqué nadie pudo salvar a madre. Vamos, ¿no te parece extraño que papá no llamara a los druidas? Además, ¿Septicemia? Ambos sabemos de la experiencia en combate de esa mujer. Era una guerrera y una Shyrley.
Tenía razón. No sólo era guerrera, era descendiente del curandero de un clan vecino al de Marget, una Shyrley, una sanadora.
—Está bien. Pero si me mientes lo sabré.
—Adelante.
Me ardían las palmas de las manos y la luz que emanaban mis propios ojos no me dejaba ver. Al menos, no lo que estaba cerca de mí. Entonces noté el tacto familiar del papel grueso bajo mis dedos y con las yemas escribí las coordenadas. No hay mejor modo de esconderse que hacerlo a simple vista.
—Cumple con tu parte, hermanito, o te grabaré esto en las retinas —dije arrojándole el papel humeante.
—Tú la mataste. Te buscaban a tí y ella se interpuso. Sólo hizo falta algo de veneno y un pequeño corte casi imperceptible bajo la axila. Resulta que al estar cerca del corazón acorta la agonía de vivir con ácido en tus venas.
—¡Cállate! ¡Mientes! ¡Eres un mentiroso repugnante!
—Grita cuanto quieras, eso no callará las voces.
En mi cabeza alguien gritaba que decía la verdad, que no mentía. En ese momento las gárgolas aullaron.
Sólo oía voces en la lejanía e imágenes que no correspondían a esas palabras. Cientos de ellas se arremolinaban en mi mente como un rompecabezas indescifrable. Había perdido el control, y en algún momento explotaría.
—Pe... Ter...
Aún no estoy segura si pronuncié realmente su nombre. Si de mí boca salió algún sonido. Lo que sí puedo afirmar es que mi hermano me sacó de algún modo del trance.
—¡Estás chalada! ¿¡Papá no te enseñó nada!? ¡Eres psíquica, por el amor de Dios! Pues rastrear las emociones y pensamientos de los demás pero, ¿qué hay de los tuyos?
—Pe... Ter...
Las lágrimas salían a borbotones por mis ojos escocidos mientras agarraba la camiseta de mi hermano. No importaba el dolor de las quemaduras, ni la cabeza a punto de estallarme, no pude dejar de sollozar sobre el pecho de aquel hombre.
—Ya está. Ya pasó.
—N-No le ha-hagais daño. Por f-fa-favor.
No hubo respuesta a mis plegarias. Un par de días después Peter salió corriendo hacia el consejo. La habían localizado y capturado. Una semana después volvió pálido como el papel, se encerró en su habitación y no comió ni habló en todo el día. Por eso hay que cumplir las promesas. Desde ese día deseé cada noche que me arrebataran mis poderes. Que se acabara aquel suplicio.
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