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Music awards - Fase Pop (Fantasia)

Tercera fase del concurso Músic awards de Silenceharmoni publicada el 18/12/19.

Rewind

Agarraba el trapo blanco con fuerza y frotaba aquella cuchara, pero tenía tantos detalles y recovecos que no conseguía limpiarla completamente. Empezaba a frustrarme como siempre que me tocaba limpiar la cubertería cuando un ángel descendió del cielo para salvarme.

—Vas a doblarla si aprietas tanto. Anda, trae, yo limpio estas.

—¡Luísa!

—No me mirés así, solo voy a limpiar las cucharas, nada más.

—¡Eres un ángel!

—No exactamente.

Luisa era una schrinder, es decir, una humana con alas en la espalda y garras en lugar de piernas. Siempre usaba corsé y vestidos largos para tapar su parte animal, escondiéndola y reprimiéndola. Yo sabía que aquello la acabaría matando. Para mí, que la conocía desde pequeña, siempre fue lo más parecido a un ángel que había visto en mi vida. Sus preciosas alas blancas, la tez fina y los ojos casi blancos. Aunque por mucho que se lo dijera ella se seguía viendo como un monstruo.

¡Au!

¿Cuando vas a aprender a cerrar la boca?

Susan era algo mayor que yo y llevaba más tiempo trabajando en el castillo. También era schrinder, pero sus atributos eran menos evidentes que los de Luísa, así que no sabía a qué clase pertenecía. Siempre me regañaba cuando hablaba de más, como en ese momento.

—No seas tan dura con ella, no ha hecho nada malo.

—Pero, señora Luísa...

—No me respondas jovencita.

—Lo siento. —Susan me lanzó una mirada inquisitiva antes de salir por la puerta con el té y las pastas para la señora.

—Eso no quiere decir que no debas comportarte delante de otras criadas.

—Lo siento, pero no me sale llamarte señora, es... Raro.

Su risa era dulce como la miel. No me gustaba que riera tan poco, pero cuando lo hacía era la mejor sensación del mundo. Rápidamente su semblante cambió, la rigidez de siempre en la cara me dió a entender que no estábamos solas. A los pocos segundos un chico jóven que no conocía entró en la habitación, preguntó por mí y me avisó que la señora me estaba buscando. Luísa se quedó limpiando los cubiertos y yo corrí al patio, donde sabía que encontraría a Elisenda, la señora del castillo, tomando su té. Al verme me indicó con la mano que me acercara a ella y tomara asiento. Al principio rechacé su invitación y entonces me ordenó tomar asiento. Y una cosa es que te pidan amablemente que hagas algo y otra muy diferente que te lo ordenen, con lo cual no tenía opción a negarme.

—Me han avisado que me buscaba, mi señora. ¿En qué puedo servirla?

—Deja de hablar así, no pareces tú, Meridith. Verás, quería preguntarte algo —oh, oh—. El otro día la zorra de Candy me invitó a su residéncia y me advirtió que circula el asqueroso rumor de que dentro de mi servicio hay un... —dejó la taza sobre el platillo con una mueca de repulsión, como si las palabras que fuera a decir a continuación le quemaran en la lengua— fénix. Como bien sabrás esas alimañas no son bienvenidas aquí.

—Por supuesto, señora.

—Entonces quiero que me digas quien es. Si lo haces te daré muchas de estas en el futuro.

Puso una moneda de oro frente a mí. Bajo el sol de la tarde resplandecía como una joya y no pude contenerme. Abrí la boca mientras contemplaba lo que Elisenda sostenía con naturalidad entre sus finos dedos. Yo solo había visto monedas como esas en manos de otras personas, y ahora podría ser mía. Solo había un problema que se interponía entre la moneda y yo: Yo era el fénix; y una lo suficientemente inteligente para no delatar a nadie por un puñado de oro.

—¿Y bien? Una moneda por un nombre, solo te pido eso.

—Yo...

—Que sean dos —la criada que la acompañaba dejó sobre la mesa otra moneda dorada idéntica a la primera.

—Señora, por mucho que me ofrezca no puedo decirle algo que desconozco.

—En ese caso que sean diez monedas por descubrirlo y otras diez por decirmelo.

Un saco de armilla tintineante cayó sobre el oro que ya había ante mí. La boca se me secó y las manos empezaban a humedecerse por el sudor. Me temblaban las piernas, aunque por suerte estaba sentada y se disimulaba un poco. Un saco con veinte monedas de oro, ni una más ni una menos. Solo debía decir un nombre, el de un schrinder sin atributos destacables, quizás el de un humano cualquiera. Veinte monedas de oro por un nombre. 

—Piénsatelo. Si prefieres renunciar a esto —dijo señalando con la mirada el saquito de armilla— tienes hasta la luna nueva. En ese momento quiero una respuesta. Por supuesto, si te niegas entenderé que me escondes algo deliberadamente y te castigaré acorde a tu crimen. ¿Me he expresado con claridad, Meridith?

—Sí, señora. En tres días tendrá mi respuesta.

—Bien, puedes marcharte.

Me levanté del asiento y en cuanto la señora me perdió de vista corrí como alma que lleva el diablo. Si me descubrían me condenarían y pasaría a ser una esclava de la guerra el resto de mi vida. Debía irme de allí, prefería eso antes que jugar con vidas ajenas. Pero antes de empezar a correr como un pollo sin cabeza debía hablar con Thomas y trazar un plan. No podía desaparecer el mismo día que iniciaba la búsqueda del fénix, demasiado sospechoso. Sin darme cuenta me planté frente al despacho de Thomas, así que llamé a la puerta y esperé a que me diera permiso para entrar. Al oír su voz irrumpí en la habitación como un tornado, cerré rápidamente, le hice una reverencia al señor del castillo y me lancé a sus brazos antes de que las lágrimas me traicionaran.

—Lo sabe...

—Si no despegas la cara de mi pecho no te entenderé, Meri.

—Elisenda, sabe quién soy... Qué soy... —su cara se transformó en una mueca de espanto y el miedo que había estado reprimiendo estalló. Allí, en los brazos del hombre al que amaba y al que nunca debería haber amado, tuve más miedo que en toda mi vida.

—Meri, yo...

—Mi amor, ni siquiera el capitán de la guarnición de magos puede proteger a una fénix. Me iré la próxima luna nueva.

—¡Eso es en tres días!

—Es el tiempo que me ha dado para aceptar su oferta. Thomas, no puedo vender a alguien y limpiarme las manos.

—No es justo.

Tres días después apretaba fuertemente la moneda que Thom me había entregado. Me eché la bolsita con mis pertenencias al hombro y corrí a través del bosque tras el castillo. En ese momento deseé con todas mis fuerzas tener alas como Luísa, y volar libre por fín. Caí al suelo cuando una flecha de energía me atravesó el pecho desde la espalda. Era la magia de Elisenda. Morí sujetando la moneda como un tesoro de valor incalculable al que debía aferrarme hasta mi último aliento. Así lo hice, sostuve lo que quedaba de un amor que nunca debió ser hasta que esa vida se escapó de mí por el agujero que tenía en el pecho; allí donde estuvo mi corazón.

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