(Auto)Biografías [1]
Salí de la cama apesadumbrada. El cielo se escondía tras una manta gris oscuro y el frío me erizaba el vello y me sacudía hasta los huesos. Lunes, otro maldito lunes más. Me vestí todo lo rápido que pude y me enfundé en aquel espantoso abrigo negro, aún con el desayuno a medias. Corrí hacia la estación como alma que lleva el diablo, mientras notaba el helor llevado por el aire golpearme sin piedad el rostro enrogecido. Maldito lunes. Tras casi rodar escaleras abajo entré al primer vagón, atestado de personas sentadas y en pié, ataviadas con sus grandes abrigos, bufandas, gorros de punto y guantes. Una hora más tarde, que pasé intentando no rodar por el vagón como un barril en un barco llegué a mi destino. Llovía como habría llovido el día del juicio final, así que me quedé allí, resguardada del agua helada. Maldito lunes. Cuando por fin pude volver a casa, el mismo ritual: frío, angustia, dolor, frío, casa. Comí sola en la pequeña mesa de centro, en completo y absoluto silencio. La lluvia volvió a arreciar tras el último bocado y decidí que mientras pudiera, me acurrucaria bajo la manta y me olvidaría de todo. Mis planes se vieron truncados por el molesto sonido metálico de mi teléfono, recordándome que por mucho empeño que pusiera el mundo no se iba a parar por mí. Tecleé con abulia, introduciendo la contraseña y abriendo la aplicación de mensajería. Un sinfín de "chats" con números verdes en el lateral parecían recriminarme mi "analogismo" crónico. El último, situado el primero de la larga lista, llamó mi atención. Dictaba así:
"El calor de la primavera derretirá el hielo y te ahogaras si te quedas mirando la ola".
A lo que, algo reticente, respondí:
"No se puede correr más rápido que la muerte".
En ese momento un fogonazo blanco estalló junto a mi ventana, y acto seguido el estallido del trueno. Tenía la tormenta justo encima. Otro mensaje me evadió de la tensión provocado por el miedo y la sorpresa:
"Te equivocas. Lo que no se puede es escapar de ella cuando ya te tiene. La muerte es coja pero nunca miente".
Ya completamente fuera de mis casillas decidí dar por zanjada aquella extraña conversación. Me parecía un mal presagio hablar de muerte mientras se cernía sobre mi techo aquel insidiente temporal. Otro pitido anunciando la entrada de un nuevo mensaje a mi sobrecargado buzón de entrada:
"Corre".
Me arrebugé en mi manta de cuadros escoceses y vi las gotas estamparse violentamente contra el cristal. Un segundo resplandor reveló una silueta oscura frente a mi ventana, lo que me pareció la sombra de un objeto lejano, que llevado por la ventisca o el agua ahora surcaba el cielo. No se con certeza que fue lo que me hizo calzarme las botas y mi viejo impermeable, hacerme con un paraguas robusto y salir a la calle; la necesidad de huir se apoderó de mí inexplicablemente tras ver la sombra en el cristal. Meses después, recordando el incidente me pregunto si las sombras tienen rostro.
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