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El destructor de mundos


«En algún rincón de la Vía Láctea. Dentro de una nave espacial tripulada por los Glu, seres desconocidos para los humanos.»

En el camarote principal se encontraba el líder de la tripulación, relativamente más grande que el resto y, a pesar de poseer el mismo color rosa, su piel, si es que se le puede llamar así a la viscosa membrana que recubre su cuerpo, es de un tono mucho más claro.

Este miraba solemnemente el veloz pasar de las estrellas mientras viajaban a dos quintos de la velocidad de la luz, el mayor logro de su flota, mientras pensaba en su misión.

Debía llegar a un remoto rincón de la galaxia y salvar a una atrasada civilización que debido a sus salvajes modos de vida estaban destruyendo un hermoso planeta, la Tierra (como fue nombrada por sus seres vivos). Este era un trabajo habitual para él, siendo parte de los directivos del PIPE (Parlamento Interplanetario para la Preservación de Especies) consideraba de extrema importancia la supervivencia de los seres inteligentes y aún más de los planetas que sustentaban esas vidas.

-Papá -saltó sobre él una pequeña ameba, de un tono rosa tan claro que parecía blanco.

-Hola, Bai -respondió recibiéndolo entre sus inarticulados brazos-. ¿Qué haces aquí?

-Me aburro en mi habitación -dijo el pequeño Bai con unos ojitos tan tiernos que conseguirían lo que pidieran.

-¿Y tu nana? -preguntó el padre.

-¿La señorita Ni? -dijo inocente la pequeña ameba inclinando la cabeza.

-¿Quién más podría ser? -Inquirió el Comandante.

-Je, je -rió nervioso el pequeño-. Se quedó dormida mientras me leía las Dos mil y dos aventuras del Capitán Bai -respondió elevando los hombros y parpadeando en fingida inocencia.

-¿Desde cuándo te gusta ese libro? -preguntó el padre, sabiendo que a Bai no le hacía gracia ser comparado con el mítico capitán de la historia.

-Je, je -volvió a reír nervioso-. Desde que sé que a la señorita Ni le da sueño -confesó entre risas.

-Ja -el Comandante no pudo evitar reír con la respuesta de su pícaro hijo-, ya sabía yo que algo te traías -dijo frotando su viscoso y paternal brazo sobre la cabeza pálida de su hijo.

El pequeño no pudo evitar sonreír orgulloso de sí mismo bajo la atención de su padre.

-Vamos -dijo el Comandante.

-¿A dónde? -inquirió el pequeño en desconocimiento.

-Voy a darte un recorrido por la Sala de Mando -respondió.

Al escuchar esas simples palabras de su padre, sus ojos se dilataron instantáneamente, sin ocultar su emoción trepó sobre el cuerpo de este hasta colocarse súbita y cómodamente sobre su cabeza.

-¡Vamos! -exclamó divertido el pequeño.

Siguiendo el ritmo de Bai el Comandante comenzó a correr y saltar, saliendo así del camarote, hacía tiempo que no pasaban tiempo juntos, al llegar al pasillo todos los tripulantes se detenían saludando en pose militar y saltando fuera del camino en el último minuto para evitar la colisión con el Comandante al ver que no se detendría sin importar qué o quién se interpusiera. Solo frenaron su carrera al llegar a las puertas de la Sala de Mando.

-Recuerda que no debes tocar nada -dijo retomando la compostura y bajando a su hijo.

El pequeño se limitó a asentir y mirar expectante a su padre atravesar la puerta, todas las salas de esta nave poseían una seguridad absoluta ya que las puertas holográficas podrían disolver a cualquier Glu no autorizado al intentar pasarlas.

La Sala de Mando es un lugar fascinante para cualquier ser que llegue a verla y más para el pequeño Bai, estar rodeado de tantos botones y palancas curiosas pero al encontrarse bajo la mirada atenta de su padre le es imposible comprobar la función de cada atrayente aditamento.
Solo se encontraban el Comandante y su hijo en la gran Sala, el mayor mostraba con orgullo su legado y el pequeño miraba embobado todo lo que se le enseñaba.

-Algún día, tal vez cuándo tu estés al mando, viajaremos mucho más rápido -contaba el Comandante-, ves aquella palanca -señaló en dirección a una barra de dos veces el tamaño de Bai-, con ella podremos viajar a warp máxima, pero aún no es completamente segura -advirtió-. Vez ese botón rojo gigante -señaló en otra dirección-, al presionarlo podrías destruir...

-COMANDANTE -interrumpió una voz monótona a través de los altavoces-, SE LE SOLICITA EN LA SALA DE CONFERENCIAS PARA LA REUNIÓN DIRECTIVA.

-Lo había olvidado -murmuró el Comandante-. Bai, regresa a tu camarote, luego continuamos -ordenó saliendo rápidamente de la Sala.

El pequeño observo solitario mientras se alejaba la inmensa figura de su padre y siguiendo su comando empezó a deslizarse hacia la puerta pero... una pequeña idea cruzó por su mente...

-Solo unos minutos más -se dijo.

Aprovechando su solitario momento de libertad comenzó a recorrer cada rincón de la Sala que su padre no le mostró y contempló una pantalla en la que se veía un planeta bastante interesante; era casi completamente azul y tenía un poco de verde, muy raro comparado con su hermoso planeta rojo aunque puede decirse que es lindo de una manera diferente. Junto a la imagen del planeta había algo que captó toda la atención del pequeño...

-¡Que feos! -Exclamó.

Pudo ver unas criaturas bastante extrañas, poseían extremidades raras y no eran nada viscosos, nunca había visto semejantes cosas decían ser humanos.

-Hasta el nombre es feo, no como nosotros los grandiosos Glu -divagaba orgulloso.
Tras mirarlos un rato perdió el interés y continuó su exploración, vio un pequeño destello en la periferia de su visión y al seguirlo encontró la brillante palanca que le había señalado su padre.

-Veloz -murmuró.

Se acercó lentamente a la palanca, la miraba expectante y pensaba sí debería moverla.

-Solo un poco -susurró- solo un poco -repitió acercando sus brazos a la palanca.

-¡Bai! -gritó su padre entrando repentinamente.

El pequeño sorprendido por el aullido cayó de lleno sobre la palanca accionando el mecanismo. La tensión recorría los cuerpos paralizados de padre e hijo, la expresión desolada se había apoderado del pequeño Bai y el Comandante había cambiado de color hasta llegar a un rojo atemorizante.

En cuestión de segundos la nave se detuvo abruptamente haciendo que toda la tripulación se sobresaltara.

El Comandante solo esperaba que este mecanismo experimental de propulsión superlumínica terminara así, en un simple desperfecto, con eso en mente avanzó hacia la palanca provocando que el pequeño Bai se estremeciera del miedo al ver a su padre acercarse... Apenas logró dar un paso, todo se envolvió en una intensa luz blanca y una súbita aceleración incrustó a todos los miembros de la nave al suelo, los minutos pasaron y todos se sumían en el terror sin poder hacer ningún movimiento.

Nadie supo realmente cuanto tiempo estuvieron inmovilizados, la carga mental los hizo pensar en siglos.

Un estremecedor sonido llenó el interior de la nave y como por arte de magia todos salieron disparados hacia el techo, siendo liberados de golpe de la presión ejercida por la velocidad.

-GRAVE DAÑO EN EL CASCO PRINCIPAL -advertía la IA de la nave- HEMOS COLICIONADO.

El Comandante perdió todo su color tras escuchar esas palabras, se lanzó con toda su capacidad a los ordenadores queriendo comprobar que había sucedido...

-No puede ser -susurró lívido al descubrir lo ocurrido-. Lo que venía a proteger -murmuraba sumido en desesperación.

El pequeño Bai temblaba en un rincón sobre el escritorio lleno de botones, donde había aterrizado, y al ver la imagen junto a su padre comenzó a retroceder en absoluto pánico.

Un satélite natural completamente destruido, el pequeño no sabía mucho del planeta que debía ayudar su padre pero destruir un satélite nunca es bueno.

-L, lo, lo siento -suplicó inarticuladamente entre sollozos.

El Comandante se limitó a mirarlo por un segundo y el pequeño pudo sentir el terror a través de los ojos de su padre.

-Tal vez pueda rescatar algunos -pensaba el Comandante- traerlos a la nave y reubicarlos en algún lugar, no puedo dejar que se pierda tanta vida.

En ese momento unos pocos oficiales autorizados a entrar a la Sala llegaron con cientos de preguntas, sorprendido por el tumulto Bai intentó escapar y sin percatarse pisó un brillante botón rojo.

-Bip -alarmó su pisada.

Todas las miradas se dirigieron a Bai o, más precisamente, al lugar donde descansaba su viscoso cuerpo.

Nadie se dio el tiempo para articular palabra, miraron al unísono la pantalla viendo como avanzaba incontenible el más potente de sus proyectiles. Antes incluso de ver el resultado de la trayectoria el Comandante de la nave colapsó frente a la imagen, cubriendo todo el suelo con su cuerpo disuelto. Bai ni siquiera pudo percatarse del deceso de su padre mientras contemplaba en transe la colisión del proyectil contra el curioso planeta azul que había visto hace instantes en imágenes y, ahora, justo frente a sus ojos estallaba en pedazos.

Dos acciones de un Glu infante bastaron para destruir todo un planeta y todas las vidas en él sin que fuesen capaces de enterarse siquiera. Ese día murió un gran Comandante Glu, ese día murió un planeta y ese día nació...

El Destructor de Mundos.

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