Relato: ¿Qué más da? - Reto #1: "San Valentín" - Tema: La fruta prohibida.
Cada uno de los valores que le fueron inculcados, los buenos sentimientos y los principios morales y éticos aprendidos de palabra y a través del ejemplo, habían sido respetados a lo largo de la vida de aquel hombre que se encontraba abatido, sentado frente al escritorio.
En su mente buscaba una salida, en dos días podría perder la empresa que dirigía, legado de su familia. Una guerra no declarada, ninguna advertencia, pero él sabía que su esposa estaba obteniendo el apoyo de varios socios, entre ellos la víbora con la que se casó su hermano, quien 4 años antes había perdido la vida en un accidente.
Él le había pedido el divorcio al descubrir su infidelidad, lo que no le convenía, para ella representaba un mejor beneficio la repartición de las ganancias por la venta de la empresa, que recibir una ridícula pensión de 5 cifras con la que no podría costearse los lujos que hasta hoy había tenido. Él lo sabía y solo pedía a Dios que quienes le eran fieles y sus propias acciones fueran suficientes para salvar su empresa.
Previo a la asamblea de socios, la empresa ofrecía una fiesta, en esta ocasión el motivo sería San Valentín y sería con antifaces. Tuxedo impecable, colonia embriagante y antifaz negro, que hacía sobresalir el color cielo de sus ojos y su rostro varonil. Como todo un caballero daría con honor la batalla.
Él y ella llegaron separados. Dos horas después, la mujer había desaparecido, igual que la viuda de su hermano, se habían escabullido como animales rastreros, solo habían llegado para seguir esparciendo ponzoña.
Reunido con un grupo de conocidos, escuchó a su espalda una voz que sonó algo abismal, el rostro de la joven era cubierto completamente por una máscara. Lo invitaba a bailar y él como todo un caballero aceptó. En el centro de la pista él la tomó con educación, ella lo sedujo con el contacto de su cuerpo, fue inevitable para él percibir la fragancia natural y la suavidad de su piel. Al terminar la canción, ella a través de la máscara, muy cerca de su oído le dijo - ¡habitación 206! -, él solo la vio caminar seductoramente y desaparecer.
No estaba seguro, reflexionaba si había escuchado bien, si esa no era una treta sucia de su esposa, si valía la pena correr ese riesgo, dejarse llevar y desahogar toda la frustración y tensión hundiéndose en ese cuerpo tan hermoso. Al final se dijo ¿qué más da?
Subió, empujó la puerta semiabierta, la habitación lo recibió en total oscuridad, solo se veía la silueta de la joven que tomó su mano mientras en un hilo de voz le decía - ¡no! -, evitando así que encendiera la luz.
Lo aprisionó entre sus brazos, lo acercó a la cama y solo allí ella retiró la careta que llevaba, la oscuridad no permitió que la viera. No le importó, ese cuerpo voluptuoso lo invitaba a pecar, lo sedujo con su suavidad y se rindió, apretó salvajemente sus curvas, devoró los labios húmedos y cargados de ansiedad, se colocó entre sus piernas, casi le arranco su vestido, con ese mismo ímpetu se despojó de su ropa, la quería poseer, no importaba más, mordía y succionaba sus pechos, lo volvía loco el aliento tibio que impactaba en su rostro cuando la chica suspiraba.
Su furia contenida por tanto tiempo y la ansiedad de la joven bajo su cuerpo, cegaron sus sentidos. Al intentar hundirse en esa tibia humedad comprobó que ella no había sido poseída por nadie más y eso lo asustó.
Trató de alejarse, pero la joven se aferró a su cuerpo y en un susurro le suplicó - ¡por favor! - Tras meditarlo unos segundos se dijo ¿qué más da?, al fin y al cabo, unas horas antes, sentado en aquel escritorio, había colocado el arma en su sien y a punto de jalar el gatillo lo único que lo había detenido fueron sus principios, si iba a acabar con su vida, sería después de dar la última batalla.
Se entregó, pero esta vez con suavidad y amor. Intentó hundirse nuevamente pero esta vez con extrema precaución, lo intentó un par de veces más, hasta que consiguió conquistar la virtud que a nadie más le había sido entregada, ante el quejido de dolor que se escapó de la boca de la joven, sonrió con satisfacción, mientras besaba tiernamente los surcos plateados que las lágrimas habían formado en las mejillas de la que ahora era su mujer, contenía con tenacidad el deseo de embestirla una y otra vez, hasta alcanzar el punto máximo de la felicidad.
A través de la oscuridad, vio brillar las perlas blancas que adornaban la boca que semejaba el fruto prohibido del edén y esa fue la señal que tomó para poderse entregar a la pasión, el vaivén de su cuerpo fue cadencioso, provocando gemidos de los dos. Nunca se imaginó que dos manos temblorosas y unas caricias inexpertas le dieran la dicha plena, una dicha que había sido olvidada hace mucho tiempo. Su cuerpo se hundía una y otra vez. Sintió las manos de su joven amante aferrarse a su espalda, el cuerpo de ella encorvarse mientras dejaba escapar un grito de placer, fue hasta entonces que dejó de contenerse y liberó su simiente entonando un gemido ronco y varonil.
La colmó de besos y caricias, se acomodó, la atrajo hacia su cuerpo, ella sonreía, sus alientos chocaban al besarse en los labios y separarse para respirar, ambos se daban cortos besos en su rostro, en su cuello y su pecho, no les cabía más dicha, pero el cansancio los venció, él durmió placenteramente con ella entre sus brazos, acompañado de ese calor que le dio felicidad.
La mañana lo sorprendió y se maldijo al comprobar que se encontraba solo en aquella habitación, en un principio pensó que todo había sido un sueño, pero al comprobar los estragos que esa entrega le había dejado en su cuerpo y ver los indicios que la primera entrega de esa joven había dejado en las sábanas blancas de aquella cama de hotel, lo trajeron de nuevo a la realidad. Observó que su joven amante como la cenicienta del cuento había dejado una prenda para él, lo que más lo sorprendió fueron los documentos fielmente guardados en una carpeta ubicada bajo la máscara que le había dado anonimato a la joven que se había entregado a él, acompañados con una nota manuscrita sin firma.
Se sentó en una esquina de la cama y lloró con desesperación, porque al ver de qué trataban los documentos, la felicidad que le había sido entregada con la cláusula de prohibido la noche de Valentín, le había sido arrebatada al descubrir la identidad de quien unas horas antes yacía junto a él.
El día de la asamblea llegó, el magnate haciendo garbo de su porte y elegancia ingresaba al salón donde los accionistas ya estaban presentes y dio inicio a la reunión. Escuchó pacientemente la protesta de su cuñada: - ¡Mi hija aún no está! - Con tristeza colocó sobre la mesa los documentos que le habían sido obsequiados y puntualizó - ¡Val no vendrá!, hace dos días me cedió sus acciones y ahora como socio mayoritario he dejar claro que esta empresa no se vende-, vio con satisfacción como las arpías sentadas al frente se removían inquietas en sus asientos.
Fue exitoso el resultado de esa reunión, también el trámite de su divorcio.
Mientras en una limusina leía un pequeño papel en el que había sido escrito ¡Siempre te he amado!, trataba de buscar una excusa y no sentir tanta culpa. Meditaba y se decía que la tristeza y el dolor, alojados en sus vidas por tanto tiempo, les habría de dar el indulto al pecado de su amor.
Ella estaba pensativa mirando al horizonte y él susurró - ¡Valentine! -
Se acercó con cautela, le dijo que venía a devolverle lo que por derecho le correspondía, cabizbaja y viendo de nuevo al frente confesó -No me pertenecen. Él último día de su vida, yo perdí a mi padre dos veces, ellos peleaban y entre gritos ella le gritó que yo no era su hija-
Guardó silencio y luego continuó: -Solo necesitaba una muestra de comparación y la noche que estuve a tu lado la conseguí, el resultado de la prueba arrojó "0% compatibilidad"-
Ella visiblemente afectada, con el corazón en la mano, dijo a aquel hombre gallardo que toda la vida había admirado: - ¡Siempre te he amado, no me importaba si era pecado y te equivocaste hace tres años cuando me dijiste que yo estaba confundida, siempre supe que tú eras mi amor! -
Con esas palabras la chica le había devuelto la vida, se acercó y la abrazó, mientras reflexionaba que ahora el único problema sería superar los 16 años de diferencia entre ellos y antes de entregarse en un tierno beso, que fue recibido con amor y ansiedad, él de nuevo pensó. ¿qué más da?
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