Hace 2 horas que bajé del avión y ya recorro las hermosas calles de Estambul en una bicicleta alquilada. Apenas llegué y estoy molida por todo eso del jet lag y los cambios de horario pero no puedo evitar alquilar una bicicleta para explorar un poco la ciudad, aunque eso implique quedarme embobada mirando Santa Sofía desde mi posición cuando un semáforo se pone en rojo frente a mi cara. Siento como las mariposas saltan en mi estómago por la emoción, ahora mismo he parado y estoy viendo como el río Bósforo, atraviesa la ciudad y separa Asia de Europa.

Recorro el paseo marítimo hasta la desembocadura. Allí hay una playa, bajo y con la bicicleta, me descalzo y meto los pies en la arena mientras observo al sol ponerse por la parte Europea. Me quedo allí un rato hasta que decido que ya es tarde.

Cuando me levanto me rugen las tripas y me doy cuenta de que tengo mucha hambre. Vuelvo al hotel, solo espero que siga habiendo comida en el buffet. Mañana seguiré explorando la ciudad. Quizá hasta coja un ferry hacia el lado asiatico de Estambul.