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FamiliaCactus

Tema: Terror en año nuevo

Título: Cuenta atrás hacía mi muerte

Portada:

Palabras totales: 775.

Nota: lo siento, FamiliaCactus , pero la historia es más misterios/suspenso que terror. Aún así, estoy orgullosa y creo que me ha quedado bien (aunque vuestra opinión es la que cuenta).

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Mi vida es cómo aquel viejo reloj de arena que mi padre me dejó en su testamento tras su prematura muerte.

Soy perfectamente consciente de cuanta arena le queda al reloj mientras cae, al igual que sé cuánto tiempo me queda de vida.

Y en ambos casos, queda muy poco.

Escucho a los vecinos festejando, mientras ríen y hablan entre ellos.

Se han reunido varias personas en la casa de los Madley, más de las que me gustarían.

También oigo gritos infantiles; los hijos de los Madley deben estar divirtiéndose junto con otros niños de su edad.

Lo normal, o eso creo.

Consulto de nuevo el reloj; quedan tan sólo diez minutos para medianoche.

Diez minutos para algo que no puedo remediar, por mucho que haya tratado de remover cielo y tierra buscando una solución.

No pasa nada. Ya lo he asumido. Quedan diez minutos para mi muerte.

Ahora, nueve minutos y cuarenta y cinco segundos. Cuarenta y cuatro.

Llaman a la puerta. Escucho la voz de la señora Madley; seguro será ella.

Pero voy a abrir.

Quizá pensarán que he salido.

Será lo mejor para ellos: que no se acerquen a mi puerta en toda la noche.

Enciendo la televisión, con el volumen bajo para que nadie más que yo pueda escucharlo.

En el canal principal, dos famosos de los que no recuerdo el nombre sostienen sus copas en alto y hablan de algo que no me interesan.

Mencionan que sólo faltan cinco minutos para las doce, y una sensación de miedo me recorre toda la espina dorsal, provocándome un escalofrío.

Dejo la televisión a un lado y me acerco a la ventana.

Aparto tan sólo unos centímetros la cortina para ver a través del cristal, pero es suficiente para que él me vea.

Para que él sea consciente de mi posición.

El hombre vestido con gabardina y sombrero negro que me observa desde mi calle desaparece de mi vista.

Sé que ha ido al portal para entrar a por mí, tras asegurarse de que estoy aquí.

Me siento en el sofá, en silencio, tratando de tranquilizar sin éxito mi respiración.

Cuando quedan dos minutos, escucho pasos en las escaleras, pero estos no son de los Madley, si no de alguien más.

Alguien a quién creí conocer bien.

Pero cómo en tantas otras cosas, me equivoqué estrepitosamente.

Mis ojos están fijos en la pantalla, aunque realmente no estoy viendo la televisión.

Simplemente, trato de no pensar en nada.

Me es imposible cuando, un minuto antes de las campanadas, suenan golpes en mi puerta.

No me muevo mientras su equipo entra en mi casa rápidamente, tirando la puerta al suelo.

Me acorralan y me apuntan con sus armas, esperando la señal de su jefe para matarme.

Él, que venía el último, les hace un gesto con la mano y sus hombres bajan las armas.

Se quita el pasamontañas, para enseñarme el rostro de mi fallecido padre, mirándome con una cínica sonrisa.

— Hola, hijo — me saluda.

Coge el mando de la televisión y le sube el volumen, para que todos oigamos las campanadas que empiezan a sonar.

Uno. Un hombre de anchos hombros me dispara en la pierna. Aprieto los dientes para no gritar por el dolor.

Dos. El tiro del de su lado me da en el hombro.

Tres. Una chica, la única chica del grupo, me hace un corte profundo con su cuchillo en el brazo.

Cuatro. Cinco. Seis. Estos parecen ir más rápido que los anteriores. Me disparan en las piernas y en el otro brazo. La vista se me nubla y el dolor me hace marearme. Dejo de escuchar los tiros. Ahora sólo escucho un sordo pitido en mis oídos.

Siete. El reloj de arena corre más rápidamente cuando un tiro me da en el costado.

Ocho. Sigue incrementando el ritmo, y cuando me disparan en mi otro brazo, empiezo a perder la consciencia.

Nueve. Diez. Once. Estos ya no duelen, o al menos ya no los siento. Me vienen imágenes de recuerdos de cuando era niño, de tiempos felices. Siempre creí que la muerte sería así.

Entonces, justo antes de la decimosegunda y última campanada, mi padre se acerca a mí.

No le oigo ni le veo, pero sé que está ahí.

— Feliz año nuevo — dice, justo antes de clavarme un cuchillo en el corazón.

Y cómo reloj de arena, mi vida se acabó.

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