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Reto 7: El último baile

Jueza: SenioritaRMDeJeon

—¿Me concederías un último baile? —preguntó el señor Mason Occoner, extendiendo su mano hacia la joven chica cuya silueta, entre la oscuridad de las tumbas que los rodeaban, brillaba como la más pura de las estrellas.

Liliana Miller era una belleza en vida. Una bailarina de ballet, con tanta gracia y porte, que si no fuera por su estatus de plebeya, se habría convertido en la más talentosa artista de todo Londres. Los nobles habrían hecho fila afuera de los teatros para ver sus presentaciones, su camerino siempre estaría lleno de las más hermosas rosas y nunca faltarían los aplausos y los halagos al terminar cada baile. Si ella fuera la hija de un duque, un conde o incluso un barón, nadie habría dudado que llegaría a presentarse en el salón principal del palacio, ante la máxima autoridad del reino: la corona real.

Pero ella no era nada de eso. Por sus venas no corría sangre noble, y sus bolsillos estaban tan vacíos como los de su humilde familia. Ella solo era la hija de un agricultor. Una chica con el deseo ferviente de ser más de lo que demás esperaban de ella: una esposa, un ama de casa, una madre. Ella quería recorrer el mundo, sentirse libre cada vez que sus pies se movieran por el escenario, sentir que volaba con cada salto que daba. Liliana era rebelde, y Mason lo supo desde el primer momento en que la vió. Quizá fue precisamente eso lo que hizo que se enamorara de ella.

Eran de mundos diferentes, y a todos les pareció indignante la simple idea de que un marqués, lleno de tierras y riqueza, le entregara su corazón a una humilde bailarina del campo. Pero nada evitó que Liliana tomara su mano el día que él le confesó su amor, así como tampoco nada evitó que la volviera tomar aún después de su muerte.

Ambos sabían que no tenían mucho tiempo. Mason lo sentía al tocar la mano fría de su amada, que a cada momento se volvía más intangible. Liliana también podía verlo, estaba desapareciendo, su brillo se estaba apagando, pero aún así esbozo la sonrisa más brillante que fue capaz de expresar. Si ese realmente era su último baile, harían que valiera la pena.

Con sus manos unidas, los dos empezaron a bailar al son de una melodia que solo ellos podían oír. Se sonrieron el uno al otro mientras se dejaban llevar por la magia del momento.

Mason tomó a Liliana de la cintura y la hizo volar por los aires, haciéndola aterrizar en la cima de una de las tumbas. Sujetó su mano, como una promesa de no dejarla caer jamás y la guió entre lápida y lápida mientras ella se movía con una gracia hechizante. Su cabello rizado se movía con el viento y su vestido revoloteaba con sus movimientos. Mason no podía quitarle los ojos de encima. Verla bailar era mágico. Ella era su musa, su amada, su compañera. La mujer con la que había jurado pasar el resto de su vida, pero que le fue arrebatada por la vanidad de otros, por su egoísmo y sus aires de grandeza. Eran los nobles los responsables de su muerte, los que no merecían respirar el mismo aire que ella y no al revés.

Mason tendría su venganza, eso era seguro, pero no en ese instante. Ese momento era solo de ellos dos. Su último baile, los únicos minutos en los que podrían estar juntos hasta que algún día, la muerte los volviera unir en el más allá. Ellos eran felices y eso era lo único que importaba. Así que él, aún con todo el dolor de su corazón, esbozo una gran sonrisa mientras contemplaba con admiración a su gran amor.

Mucho antes de lo que hubieran deseado, el brillo de Liliana empezó a desvanecerse. Su tiempo juntos se estaba acabando. Ella bajo de las lápidas y se acercó a su amado, colocando sus manos en su pecho. Mason dejó su bastón a un lado, y se acercó a ella tan rápido, que su sombrero cayó al suelo. Él acarició sus mejillas y la observó fijamente, memorizando cada parte de su rostro: sus ojos verdes, sus pecas, su cabello rubio. Ambos sentían las lágrimas en los ojos, pero ninguno de los dos las dejó caer. Ese era su momento feliz, y no iban a dejar que nada lo arruinara.

Una vez que se convencieron de haber memorizado el rostro de otro, Mason y Liliana se unieron en un ferviente beso, dejando atrás todo el dolor, las diferencias de clases, la injusticia. Abandonaron todo lo malo y se concentraron únicamente en su amor. Fue poco el tiempo que lograron estar juntos, pero también fue muy valioso, y aún sabiendo lo que pasaría, seguirían eligiendo amarse, porque para ellos, incluso esos últimos minutos juntos los volvían las personas más ricas, no solo de Londres, sino de todo el mundo.

Cuando sus labios se separaron para tomar aliento, la piel de Liliana brillo fuertemente por última vez, antes de empezar a desvanecerse. Mason la tomó en sus brazos y la atrapó en un fuerte abrazo, manteniendo la sonrisa con la que quería ser recordado.

—Te amo —susurro el marqués—, y lo haré en todas las vidas que sigan después de esta.

—Te amo —contesto Liliana—, y te estaré esperando, pero me voy a enojar mucho si me alcanzas tan rápido, así que tómate tu tiempo —bromeó, sintiendo como su esencia se estaba desvaneciendo.

Al final, ella desapareció por completo, pero la alegría no abandonó la expresión del marqués, porque aún con el dolor de haberla perdido, y de saber que quizá no la volvería a ver hasta que la muerte reclamara su vida, había podido despedirse de ella, y eso lo volvía el hombre más afortunado del mundo.

La conoció, se enamoró, la amó, y se despidió de ella, prometiéndole que su amor sería eterno. Y eso era mucho más de lo que otras personas lograban tener.

—Te veré en nuestra próxima vida, amor mío —susurro, reafirmando su promesa—. Y cuando vuelva a verte, definitivamente te pediré otro baile.

Editorial: BookPromotionO

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