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Latidos (Kazufuyu)

N/A: Drabble creado para la segunda edición del 30 minutos rock del CDLF

Track08: Touch my body.
Prompt: Escucha los latidos del corazón de alguien importante para elle.

Fandom: Tokyo Revengers
Pareja: Kazufuyu
Advertencias: angst. Hurt/comfort.

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Corrió, corrió y corrió, como alma que lleva el diablo, perdiendo el aliento en cada zancada, dando bocanadas que no llenaban sus pulmones.

Corrió tan deprisa como sus piernas se lo permitieron. Y más aún, porque necesitaba llegar allí cuanto antes.

Había soltado el teléfono de golpe o, más bien, éste había resbalado de sus manos ante la aciaga noticia.

No podía ser, no podía creerlo. No otra vez.

Había perdido a su primer amor ante sus ojos, desangrado en aquel desguace, con su ropa y sus manos manchadas de aquel líquido espeso y caliente que tiñó para siempre su alma.

Y cuando creyó que nadie podría llenar ese vacío que Baji había dejado, Kazutora le demostró cuán equivocado estaba. Porque Keisuke había sido su primer amor, sí, pero Hanemiya era la persona a la que más había amado en su vida.

Después de tanta pena, sufrimiento, y esfuerzo, ambos habían encontrado en el otro a ese amigo, amante y mitad que les completaba y les hacía feliz, permitiendo que todo el dolor pasado fuera solo un mal recuerdo, un bagaje más de lo que conllevaba hacerse adulto.

Por eso, la llamada de Takemichi, avisándole de que su novio había tenido un accidente de tráfico al evitar atropellar a un pequeño perro que cruzó sorpresivamente la carretera, hizo tambalear toda su vida de nuevo, y, a la vez, como nunca. Porque, esta vez, no creía poder seguir sin él.

Así que corrió cuanto pudo hasta el hospital donde lo habían trasladado.

Al llegar, Hanagaki le recibió con lágrimas desbordando sus ojos y la angustia y el dolor marcados en el rostro.

—No, no, no. Dime qué no —rogó Chifuyu tomándole de los hombros y sacudiéndole con desesperación.

Takemichi agachó la cabeza, cerrando sus ojos y permitiendo que su amigo lo zarandease cuanto quisiera. Pero aquello duró apenas dos segundos. Enseguida la voz de Matsuno le llegó con claridad.

—¿Dónde está?

Takemichi señaló el cuarto que quedaba a su derecha y Chifuyu le soltó, dirigiéndose con presteza hacia allí.

Kazutora estaba sobre una cama, con los ojos cerrados y rodeado de gasas, envases, jeringas vacías y máquinas, y un par de auxiliares estaban apagando los aparatos y anotando algo en unas hojas.

Al ver el rostro desencajado del joven, los dos hombres se retiraron, anunciándole que avisarían al médico que acababa de salir.

Chifuyu se acercó a la cama y tomó la mano de Hanemiya entre las suyas. Aún estaba caliente.

Besó su dorso y cada uno de sus dedos, y después la giró, acercando los labios a su palma.

—Amor mío... mi vida... no puedes hacerme esto —sollozó sin poder contenerse, entrelazando sus dedos con los de él—. ¿Qué voy a hacer sin ti? ¿Cómo voy a seguir adelante?

Llevó su mano libre hasta el rostro tranquilo de su amante, acariciándolo con suavidad, deslizando un mechón tras de su oreja, para contemplar en su totalidad la hermosura que aun ahora desprendía, como tantas veces había hecho mientras lo veía dormir.

Despacio, se inclinó levemente, dejando un dulce beso sobre sus labios, que se volvió salado y húmedo por culpa de las lágrimas que no dejaba de derramar.

—Cariño, te amo tanto... —susurró junto a su boca.

Bajó su cabeza hasta el silencioso pecho y se apoyó sobre él, acariciando al tiempo su pelo. Cerró los ojos y suspiró, ahogando el llanto que lo abrumaba.

Pegó su oreja en el lado izquierdo, donde antes había un corazón latiendo, y deseó volver a escuchar aquel hermoso sonido, ese que le encantaba sentir en las noches, cuando, tras el último beso antes de dormir, se inclinaba hacia su lado de la cama, y se apoyaba sobre él, para que el arrullo de su latido le ayudase a conciliar el sueño.

Casi podía escucharlo de nuevo, suave pero constante, una maquinaria perfecta que le regalaba la vida a lo que él más amaba.

Casi podía escucharlo. Casi podía. Casi...

¡Espera! ¡Sí podía escucharlo! ¡Sí podía!

Se incorporó de golpe, llamando a gritos a cualquiera que pudiera oírle: médicos, enfermeros, o alguna persona que estuviese por allí.

En segundos la habitación se llenó de gente con pijama de hospital, unos y otros auscultando el pecho de Kazutora, buscando su pulso, su respiración.

Y, de pronto, alguien encendió una máquina, aquella que los anteriores habían apagado, y el pitido llenó la sala.

Fuerte, constante, potente.

Y Chifuyu sonrió, absolutamente feliz. Porque el latido del corazón de Kazutora era el sonido que más amaba en el mundo, y podría seguir escuchándolo durante mucho más tiempo.

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