Donde te lleve una sandía (Bokuken)
N/A: Os escrito para la segunda edición del 30 minutos rock del CDLF
Último acorde del último día: The gift
Esto es para AkBennington y es una continuación del drabble "La fruta prohibida" que se puede encontrar en esta misma recopilación (se recomienda leerlo para mejor comprensión).
Advertencias: Sexo explícito.
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Kenma estiró la mano hacia la mesita de noche y tomó una goma del pelo, dispuesto a recogérselo para que dejara de caerle sobre la cara. Sin embargo, la mano de Bokuto lo detuvo, conduciéndola a su posición anterior, sobre su pecho, y llevando las suyas de nuevo alrededor del cuerpo del menor.
—Déjalo suelto. Me gusta como se mueve tu cabello cuando hago... esto. —Empujó su cadera hacia arriba, asiendo con fuerza la pequeña cintura, y hundiéndose más profundamente en el interior de Kenma, sacándole un nuevo gemido.
Los dedos del colocador se clavaron en los pectorales de Koutaro mientras lo recibía una vez más.
Bokuto lo contempló en ese momento: la cabeza echada hacia atrás, la boca entreabierta, el pelo agitándose con suavidad ante cada embestida, su espalda ligeramente curvada... todo un espectáculo. Un hermoso espectáculo.
Presentarse desnudo en su casa con aquella sandía había sido una apuesta arriesgada, pero el resultado había sido perfecto.
Lo supo en cuanto vio el brillo en sus ojos al observarle en la cocina. Y, por ello, unos minutos después, subió hasta su habitación dispuesto a comprobarlo
La respuesta no se hizo esperar. Fue Kenma quien dio el primer paso, de hecho, quien se acercó a él y lo besó con fervor, desencadenando el resto de acciones que les habían llevado a ese precioso instante, donde podía sentir su miembro envuelto por la calidez de Kozume.
Contemplarle desde abajo, moviéndose sobre él, era todo un deleite para la vista. Aunque la imagen más placentera, y que se quedaría para siempre grabada en su memoria, había ocurrido un rato antes, cuando, situado entre sus piernas, Kenma había llevado su dureza a la boca, a esa pequeña y húmeda boca, y la había envuelto con sus labios, mientras sus ambarinos orbes no dejaban de mirarlo.
Aguantó cuando pudo, dejándole hacer, disfrutando del placer que le proporcionaba aquella felación, pero le tenía tantas ganas que no pudo dejarle acabar su labor.
Lo agarró con fuerza de los brazos y lo tumbó sobre la cama, recorriendo con sus manos y su boca aquella blanca y suave piel.
¡Pero qué ingenuo había sido creyendo que Kenma le dejaría tomar el mando tan fácilmente! Ese chico era toda una caja de sorpresas.
Pese a su diferencia de tamaño —y de fuerza— de alguna manera consiguió cambiar posiciones. No supo cómo, porque estaba perdido en sus besos, pero en un instante se encontró con la espalda pegada al colchón y el armador del Nekoma subido sobre su cadera, deslizando ligeramente su cuerpo adelante y atrás, provocando que sus erecciones se rozaran entre sí, húmedas, calientes, duras.
Bokuto las envolvió con su mano, juntas, y les masturbó. Los jadeos no se hicieron esperar, llenando la habitación de una nueva sinfonía.
Kenma se inclinó sobre su boca y lo besó de nuevo, enredando su lengua con la propia, hambriento, voraz.
Abandonó sus labios y rozó con sus dientes el mentón del as del Fukurodani, lamió su mandíbula y se dirigió a su oreja. Mordió el lóbulo y se acercó a susurrar sobre su oído:
—Más rápido, Bokuto.
No fue una petición, fue una orden. Y Koutaro la cumplió solícito.
Aceleró el ritmo, apretando sus miembros, presionado en la base, acariciando la punta; y pudo sentir cómo su cuerpo se tensaba anticipando el orgasmo, y cómo el miembro de Kenma comenzaba a temblar bajo su tacto.
Al ritmo de su mano, Kozume, aún inclinado sobre él, movió sus caderas, aumentando la fricción y buscando su liberación.
El líquido espeso y caliente brotó del miembro del colocador primero y, segundos después, Koutaro lo acompañó en el clímax, derramándose también y manchando el abdomen de ambos.
Kenma se dejó caer sobre el cuerpo de Bokuto, con la respiración agitada y el pulso acelerado.
El capitán lo envolvió con sus brazos y besó su pelo.
Durante unos minutos permanecieron en aquella posición, regulando sus latidos y sus respiraciones.
Kenma deslizó sus manos por los fuertes brazos de Bokuto y frotó su mejilla contra el pecho.
—¿Estás bien? —cuestionó el más alto acariciando su espalda y bajando poco a poco hasta rozar su culo.
—Mjm, sí —afirmó sin moverse.
Las grandes manos de Koutaro comenzaron a amasar los glúteos del rubio, apretando los cachetes, separándolos y dirigiendo después su diestra al centro, rozando con sus dedos su entrada.
—¿Demasiado cansado para intentar algo más? —el tono pícaro y descarado de Bokuto lo provocó.
Por toda respuesta, Kenma se incorporó ligeramente y clavó su mirada en la del mayor, acomodando mejor las rodillas a ambos lados de su cadera, y tomando un poco del semen que aún mojaba sus cuerpos con dos de sus dedos. Ante la mirada atónita de Bokuto, llevó esos dedos hasta su entrada, y la estimuló unos instantes, introduciendo después ambos en su interior.
Koutaro no pudo resistirse a eso. Cada mano de aquel encuentro había sido ganada por ese chico de aspecto tímido e inocente, pero que derrochaba sensualidad en cada acción, y que se volvía aún más sexy cuando tomaba la iniciativa.
Dejándose arrastrar por ese juego de seducción, apartó los dedos de Kenma y los sustituyó por los suyos, acariciándolo, estimulándolo, haciéndole pedir por más.
Y, cuando lo hizo, se lo dio. Hundiéndose en él, embistiéndolo con fuerza, mientras Kozume se movía sobre su erección, acompasando sus movimientos, y llevándolos a ambos aún más allá.
—Bo-kuto —jadeó con la voz entrecortada ante la última estocada—, yo... voy a correrme.
—Hazlo, Kenma —el tono profundo, oscuro, cubierto por la lujuria—, córrete. —Subió su mano hasta el rostro del más joven y sujetó su barbilla—. Pero no... apartes la vista mientras lo... haces —pidió, haciendo salir las palabras con dificultad—, quiero verte llegar.
Kenma aceptó la petición, envuelto en placer, clavando su mirada en la de Koutaro, y alcanzando el clímax ante sus ojos. Un gemido alto, agudo y preciso rasgó el aire en ese momento, y pequeñas lágrimas escaparon entre sus párpados. Los labios hinchados, el cuerpo tenso, los dedos hundidos en la carne de Koutaro.
«La belleza hecha hombre», pensó Bokuto.
Y, ante aquella hermosa visión, y tras unas cuantas embestidas más, se derramó en el interior de Kenma, completamente satisfecho.
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