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Cita a ciegas (Gabrinette)

N/A: OS escrito para el evento "Be my crack" del CDLF de Facebook, sobre crack ships.

Fandom: Miraculous Ladybug
Pareja: Gabrinette (Gabriel Agreste / Marinette Dupain-Cheng)
Prompt: A no creía en la efectividad de las citas a ciegas, hasta que conoció a B...el padre de su cita.
Advertencias: AU. Ooc de los Agreste. Adrien y Marinette no se conocen. Diferencia de edad.

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Marinette miró disimuladamente su reloj. No se podía creer que apenas hubieran transcurrido cinco minutos desde que lo había mirado por última vez.

Aquella cena estaba resultando de lo más pesada, y es que el chico con el que su amiga Kagami le había organizado esa cita a ciegas era un verdadero muermo.

—Te encantará, Mari —le había dicho—. Es modelo, guapísimo, practica esgrima y es encantador.

Pues sería encantador de serpientes, porque estaba segura que, tanto a ella como al resto de mujeres, les parecería un tostón de hombre.

Llevaba un buen rato hablando de sus sesiones de fotos, del maquillaje, y de las interminables horas de preparación.

«Interminables como esta cena», pensó Marinette.

Mientras el joven continuaba hablando, ella se dedicó a observar el restaurante en el que habían quedado, elegante, bien decorado, y con hermosos cuadros adornando sus paredes, lámparas modernas pero con un aire chic y detalles coquetos por todo el local.

Ella, como decoradora de interiores, apreciaba los pormenores que conformaban el aspecto del lugar y disfrutaba de imaginar pequeñas variaciones que podría hacer para dar una imagen distinta.

—¿Qué te parece, Marinette?

La voz de Adrien la devolvió rápidamente a la realidad de su aburrida cita. Sin embargo, no tenía ni idea de qué contestar, pues había dejado de prestarle atención hacía ya un buen rato.

—Lo que tú decidas está bien —respondió sin saber a qué se estaba comprometiendo.

—Entonces te contactaré cuando tenga mi próxima sesión aquí en París para que me acompañes y veas de lo que te hablo.

—Claro, será muy interesante.

«Debo recordar bloquear su número para que no consiga contactarme».

Tal vez estaba siendo un poco injusta. En realidad, estaba segura de que si hubiese conocido a aquel chico en su adolescencia habría caído enamorada a sus pies, porque era completamente su tipo. Se imaginaba a sí misma mirándole embobada y tartamudeando frente a él cada vez que intentase hablarle.

Pero ahora ya no era así. Muchas cosas habían pasado en su vida desde aquella época, y ahora sus gustos habían variado enormemente.

El camarero llegó en ese momento, trayendo el plato principal de la cena.

Marinette contempló su pescado, tan delicadamente presentado, con las pequeñas verduras a la parrilla acompañándolo y unos ligeros toque de confitura junto a él.

Después observó el plato de su acompañante, que también tenía muy buena pinta. En su caso era carne de ave en una salsa de frutos secos y trufa que ella había valorado pedir antes de decidirse por el pescado. La decoración tenía un par de plumas, que parecían naturales, y el conjunto se veía delicado y de vanguardia.

Apenas lo pusieron en la mesa, Adrien comenzó a estornudar.

—¿Estás bien? Cuestionó preocupada la chica.

Tras una nueva tanda de estornudos, el joven tomó un trago de agua, y asintió.

—Perdona, es que soy alérgico a las plumas. —Avisó al camarero y le explicó la situación, pidiendo amablemente que retirase la decoración. El hombre se llevó el plato completo para traerle uno nuevo, libre de aquello que le provocaba alergia—. Pero tú ve comiendo, Marinette, o se te enfriará.

La chica asintió y comenzó a degustar su comida. Unos minutos después el camarero regresó con la carne de Adrien.

El joven, se puso a comer inmediatamente, cosa que Marinette agradeció, pues en el tiempo en que tardó en volver el camarero, Adrien no había hecho más que observarla en silencio, y aquello la había puesto sumamente nerviosa.

—¿Y tienes alergia a algo más? —cuestionó ella por romper el incómodo silencio que continuaba instalado entre ellos.

—Pues a decir verdad sí. A los pistachos.

Marinette observó el plato de Adrien algo confusa.

—Pero, ¿esa salsa no lleva frutos secos? —preguntó contrariada.

—Sí. Pero no creo que lleve pistachos. Las salsas de este tipo no suelen llevar —contestó extrañamente convencido.

—Pero, ¿qué ocurre si los lleva?

La pregunta de Marinette fue respondida apenas unos segundos después, aunque desgraciadamente no con palabras.

El rostro de Adrien comenzó a enrojecer, y su respiración se agitó, volviéndose sonora. Sus labios se hincharon, al igual que su lengua. Y se hizo evidente que aquella salsa sí llevaba pistachos.

Los siguientes minutos fueron caóticos en el restaurante, buscando un médico o adrenalina para el shock anafiláctico que estaba sufriendo, y finalmente una llamada a emergencias.

Por suerte para Adrien la ambulancia no tardó en aparecer y fue trasladado de inmediato al hospital.

Marinette, sin saber muy bien qué hacer, lo acompañó hasta la clínica y se quedó a esperar para saber de su estado.

Una cosa era que su cita a ciegas hubiera sido un fiasco, su acompañante un aburrido y su deseo de salir corriendo lo que más le pasase por la cabeza. Pero, ante todo, era una persona que se preocupaba por los demás y no tenía intención de abandonar aquel lugar sin saber que Adrien estaba bien.

Estaba sentada en la sala de espera con un café, aguardando noticias, cuando un hombre alto, con el pelo rubio platino —casi blanco— y en un estado de agitación considerable, se dirigió al mostrador preguntando por Adrien.

Desde su posición logró escuchar que era el padre de su acompañante de aquella noche y se puso en pie para hablar con él en cuanto la mujer de recepción lo dejara libre.

Pasados unos minutos, y mucho más calmado tras la información recibida, sabiendo que su hijo no corría peligro, el hombre se dirigió hacia donde estaba Marinette. Ella dio un par de pasos en su dirección y se detuvo ante él.

—Buenas noches, mi nombre es Marinette Dupain-Cheng. Yo estaba cenando con su hijo cuando ocurrió todo.

El hombre la miró sorprendido, pero después asintió y habló.

—Gabriel Agreste —se presentó—. Gracias por estar aquí aún.

El tono de voz de ese hombre, su gesto amable incluso en aquella circunstancia, y esa hermosa mirada dejaron a la joven encandilada.

—No...no es na-nada —tartamudeó—. Yo también estaba programada. Digo presentada. ¡Digo preocupada! —Se maldijo internamente por aquella confusión con las palabras. Estaba claro que el nerviosismo que aparecía ante los hombres atractivos no había desaparecido del todo.

Gabriel dejó escapar una pequeña risa. La tomó de la mano y la condujo hacia los asientos de la sala de espera.

—Acompáñeme entonces, señorita Dupain-Cheng. Esperaremos juntos.

La chica asintió sonrojada y se sentó junto al mayor.

—Entonces... ¿es usted la pareja de mi hijo?

—¡No! —su voz salió más fuerte y enérgica de lo que esperaba, lo que la avergonzó de nuevo—. Quiero decir que apenas nos conocimos hoy. Estábamos en una cita a ciegas —reconoció.

—Y debo suponer que les fue bien.

—Pues no se crea —respondió sin pensar.

El rojo tiñó con fuerza sus mejillas. ¿Pero qué narices le pasaba?

El hombre se sonrió una vez más, carraspeando para evitar una nueva risa.

—Discúlpeme —murmuró Marinette—. No es que su hijo tenga nada malo, simplemente creo que no es lo que estoy buscando.

—Tranquila, no tienes por qué explicarme nada. Además —se inclinó ligeramente hacia ella y bajó el volumen de su voz—, para ser sincero me alegra que no seas la novia de mi hijo.

Marinette no sabía si pensar que aquello era un insulto o una insinuación. Sin embargo, no tuvo que esperar mucho para averiguarlo.

—Así no me sentiré culpable por invitarte a cenar ¿mañana? —cuestionó con interés—. Bueno, si es que quieres.

La chica asintió con una ligera sonrisa.

—Me encantaría.

«Nota mental para mí: agradecerle a Kagami por ser tan buena amiga y organizarme esta cita a ciegas».

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