Atreus había perdido su fe una vez antes. Su fe en los dioses, los aspectos, los que vivían en el reino celestial. Su tiempo viviendo en el fondo de su mente, prisionero en su propio cuerpo, impotente y golpeado por el mismo poder que buscaba solo lo debilitó más. Sin embargo, cuando se levantó de su muerte, de la muerte de Pantheon, su fe fue restaurada lentamente. No al aspecto que había muerto, no, ni a ninguno de los inmortales que vivían indirectamente arriba, ignorando las dificultades de la gente de abajo.

No, su fe a su humanidad. Su fe a sus armas. Su fe en que podía, con este poder, convertirse en lo que los mortales necesitaban para protegerse de los monstruos que buscaban acabar con ellos. Así que hizo lo único que podía hacer un hombre con fe. Dejó de lado todo lo que era, todo lo que quería ser. Y se convirtió en Panteón. Aspecto de la Guerra.

Atreus se despertó sobresaltado, las vistas y los olores de algo diferente asaltaron sus sentidos, las manos agarraron sus armas con fuerza contra su pecho. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, se empujó lentamente hacia arriba, con el cuerpo aún ardiendo por el esfuerzo. El Vacío, los Vigilantes. ¿Que les pasó a ellos? ¿Funcionó el hechizo? ¿Por qué estaba tan tranquilo?

Se volvió para inspeccionar el campo de batalla y se dio cuenta de que todo había terminado. No había un paisaje desértico devastado por la guerra, ni una grieta en el espacio, ni cuerpos; en cambio, se paró en medio de árboles altísimos, el sol se ocultaba lentamente en el horizonte. Era como si lo hubieran transportado a Ixtal, desde los desiertos de Icathia donde había tenido lugar su resistencia final.

Y, sin embargo, su cuerpo estaba nervioso. Había algo mal con este lugar. Los árboles de Ixtal eran más grandes que la vida, llenos de la magia elemental ambiental que los levantó. Recordó la sensación de sobreprotección y poder autoritario, la sensación de maná hormigueando en su piel que simplemente ya no estaba allí.

Cuando la luz del día dio paso a la luz de la luna, amplió aún más sus sentidos mejorados por el aspecto y se encontró con una revelación. No podía sentir la corrupción del Vacío, la maldad que venía con él, ni podía sentir las energías celestiales de los aspectos de arriba. Mirando hacia el cielo ahora salpicado de estrellas, los pedazos rotos de la luna brillaron más como para confirmarlo.

Este mundo no era el suyo.

A kilómetros de distancia, en una torre con vista a una academia, un alma reencarnada sintió que la esperanza florecía en su pecho.

A kilómetros de distancia, en un castillo rodeado de oscuridad, una inmortal maldita sintió que el alivio florecía en su pecho.

Uno rezaba para que su trabajo fuera suficiente. El otro rezó para que su muerte llegara pronto. Porque ambos sintieron los signos reveladores de un dios descendiendo.