●Resquicio●
Disclaimer: Saint Seiya pertenece a Masami Kurumada... aunque me gustaría tener a Saga y Kanon ;).
Divergencia de canon con respecto a Origin, como el hecho de que en este Mirrorverse Ker no pertenece al Ejército de Hades, y tampoco es la única acosadora de los gemelos (cofcofArescofcof).
Puro headcanon mío ;).
Advertencia: Muerte animal.
-X-
En ese punto, el pensamiento ya no existía.
Por supuesto, hubo una idea, un nulo conocimiento de que todavía estaba vivo, pero los sentidos simplemente se confiscaron en alguna zona de su cabeza, su cuerpo o su cosmos.
Entonces, alguien gimió cerca de él, o podría haber venido de sus propios pulmones sin amor; él realmente no sabía cómo discernirlo, ni averiguar aquello que lo había debilitado en su propio juego. El aire dictaminaba una atmósfera inusualmente gélida, como si pequeñas virutas de hielo se aglomeraran a su alrededor para retozar sus músculos doloridos, injustamente castigados. El aire se crispó, sumiéndose en una pesadez casi asfixiante. Todo estaba quieto después.
Saga, seguramente.
El sabor a hierro en su paladar era enloquecedor.
Kanon forcejeó dentro de sí mismo, aferrándose a su cordura huidiza, la poca que lo había seguido hasta la inconsciencia. Este día, esta noche, Saga no había sido amable.
Verdaderamente, nunca lo era.
Pero el premio a ser lo más hilarante y gracioso, sin duda, se lo llevarían las acciones de su gemelo a continuación: Saga pretendería disculparse, curar sus heridas e intentar, de alguna manera, remediarlo (tapar el sol con un dedo, el idiota); ya intuía que el dolor y la culpa plasmadas en los ojos verdeazulados del mayor, exactamente un espejo de los suyos, serían tan martirizantes como las heridas de su cuerpo. Luego, irremediablemente, vendrían los reproches: ¿por qué no hiciste nada para defenderte, Kanon? ¡Eres igual de poderoso que yo! ¡No debiste permitir que... !
Lágrimas y sinceridad, negación e hipocresía en partes iguales. No eres el único que sufre, Saga.
Ker, Ker, Ker... Lémur. Ares .
Escupió sangre.
Déjame entrar, Kanon.
No sentía poder, en lo absoluto; sólo enfermedad, desgarro y desazón. Kanon se preguntó, vagamente, si este era el plan de ella, de él, para sujetar a la Sombra de Géminis y reducirla a un patético despojo humano.
No que ya lo fuera, de todos modos.
Con un gemido, abrió los ojos verdes e hizo una mueca ante lo brillante que era la habitación, pero cuando su mirada se aclaró lo suficiente, no discernió ninguna fuente de luz. Posteriormente intentó mover su cuerpo de cualquier manera que pudiera.
Era el... ¿sótano? Pensó que tenía demasiadas similitudes con una celda.
Bueno, lo era.
Con la piedra bajo sus dedos, y la superficie áspera deslizándose contra su piel extrañamente sensible, tuvo problemas para mover las piernas; aunque, después de un poco de trabajo, todo estaba al menos en orden. Se recuperaría en unos días, a lo sumo.
Luego, la piedra no se sintió fría ni caliente. Era como si ya no tuviera sentido para tal cosa. El aire ni siquiera parecía tener temperatura.
Su siguiente movimiento fue intentar pararse. Apretando los dientes, Kanon logró forzar sus brazos contra la piedra, elevando ligeramente su pecho magullado, que le escocía con cada pequeña respiración; sus movimientos eran simples, quizás insignificantes, pero se alegró ante su capacidad para llevarlo a cabo. Kanon alzó los ojos, entrecerrándolos en la habitación poco iluminada, casi a ciegas.
Quería que alguien celebrara su éxito, pero sólo los ojos pequeños de una rata acurrucada lo observaron desde un rincón de la habitación.
Una rata, típico.
Extrañamente, le sonrió a la rata, ansioso por mostrarle a su inesperada audiencia (¿cuando fue que dejó de importarle que su audiencia fuera un mero animal?), que no era débil, que aún podía arreglárselas solo. Kanon se tambaleó, logrando frenar su inminente caída con un brazo firmemente apoyado en la pared.
Sus movimientos no eran suaves, no tenían gracia; en cambio, era como si sus nervios no conectaran con el cerebro. Se relamió los labios, sintiendo el sabor de la sangre deslizarse por las comisuras.
Finalmente, y con algunos intentos, Kanon alcanzó a mantenerse lo suficientemente erguido sin ameritar el apoyo de la pared.
Miró a la rata, manteniendo la torva sonrisa en su delicado rostro, aquella que borraba por completo la suavidad adolescente que hubiera endulzado sus rasgos.
Tal vez, una única testigo ante sus pequeñas victorias; sin embargo, no la última.
El hocico se crispó, observando con ojos poco inteligentes.
Kanon se apoyó en la pared, todavía sonriendo como si hubiera superado un gran obstáculo. Se quedó así por unos ¿segundos? ¿minutos? ¿horas?, hasta que finalmente la cabeza se le aclaró.
Con esto vino la realización.
Él era una sombra. Apenas mejor que la rata con la que compartía celda.
—Ven a mí, pequeña bestia —siseó.
Cayó de rodillas y apoyó la punta de sus dedos en la piedra. Su mente había regresado, aunque más inestable.
La rata, vencida por la voluntad del gemelo, se acercó lentamente. Su poder psíquico estaba intacto y era tan absoluto que resultaba gratificante manipular la mente, el cosmos y la materia.
El bicho le rozó los dedos con sus bigotes. Kanon miró a la rata, reprimiendo un gruñido de furia cuando sus costillas se quejaron ante el mal ángulo. Luego, lenta, cuidadosamente, envolvió sus dedos alrededor de la bestia peluda...
Le sonrió.
Al principio, se la quedó viendo largamente; el pelaje del roedor estaba áspero y maltratado, nada agradable al tacto, menos el de Kanon.
Frunció el ceño.
No le gustaban las ratas, eran cosas inmundas que simplemente no debían existir.
Iguales a ti.
Sin previo aviso, su agarre se volvió brutal. La rata chilló y se retorció entre sus dedos, asfixiándose poco a poco. Aquello le sacó una extraña sonrisa que floreció en sus labios como una herida cruda y rezumante. La voz del fantasma, sin embargo, no cesó.
Era un placer mórbido, se dio cuenta, escuchar los lloriqueos del animal. Kanon apretó el cuerpecillo con renovada fuerza, ignorando el chorro de sangre que se escurrió por su puño, aquel mismo que podía agrietar la realidad de un simple golpe.
No le importó que los chasquidos de huesos rotos retumbaran en plena Tercera Casa.
Tal vez fuera la estructura de la rata en plena destrucción, o la mente del geminiano, pero ya no había vuelta atrás.
La criatura dejó de luchar cuando sus ojos comenzaron a asomarse, y la vida se le escapó con un último gorgoteo. Los huesos sobresalían del pelaje, en una especie de zarza asquerosa, tétrica y espeluznante. La sonrisa de Kanon se ensanchó.
Relajando su agarre, dejó caer el cuerpecillo sobre las pulidas baldosas y arrancó con precisión quirúrgica un par de puntas blancas, sin estar seguro de si era el cartílago costal o simplemente una costilla; empaló a la rata con sus propios huesos.
Éso, Kanon.
Finalmente, y como un gato que regala a su dueño pájaros muertos, Kanon se dirigió al cuarto que compartía con Saga y la tiró encima de la cama desatendida; de todas formas ya no dormía con su hermano.
Fin.
Gracias por leer :).
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