Capítulo 98. Un trato
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 98.
Un trato
A la mañana siguiente de la desastrosa fiesta, y luego de una no muy cómoda noche de sueño, Charlie, Abra y Kali volvieron a su posición de observadoras desde el interior de una de sus camionetas, estacionada frente al edificio ocupado por Damien Thorn. Pero ese día se sentía algo diferente para Charlie, pues lo ocurrido la noche anterior no había sido en vano para ella. Había visto de frente a su objetivo, y estado de pie sólo a unos centímetros de él. El que ya no fuera sólo una fotografía y un nombre, no había menguado su convicción; por el contrario, la había hecho decidirse aún por lo que tenía que hacer en cuanto lo tuviera de nuevo de frente.
Si acaso algo le provocaba cierta incertidumbre, eran esas tres niñas con las que estaba esa noche. ¿Qué hacía con ellas? ¿Estaban acaso quedándose con él en ese pent-house en ese momento? Y si era así, ¿por qué?, ¿quiénes eran? Charlie no quería sacar ninguna conclusión, pero definitivamente aquello le daba mala espina. Y por ello deseaba terminar con todo ese asunto lo más pronto posible.
Esa mañana, mientras Abra y Kali estacionaban la camioneta al frente, Charlie se bajó un par de cuadras antes y se encaminó entre las calles laterales hacia espaldas del edificio, donde había una calle angosta, y justo del otro lado un estacionamiento de tres pisos perteneciente a un hospital ubicado una cuadra más al fondo. Charlie ingresó al estacionamiento como si fuera otra peatona más que iba a recoger su coche, y se colocó en el segundo nivel, ocultándose detrás de la barda que daba hacia la calle angosta entre el estacionamiento y el edificio. Desde ese punto tenía una vista perfecta de lo que deseaba ver: la entrada privada de servicio, mucho menos a la vista que la principal en la fachada.
Según los planos que Kali había conseguido, por ahí se podía acceder también al estacionamiento para los residentes más exclusivo. Además que también había un ascensor privado que llevaba directo al pent-house. Si no eran capaces de atacar a Thorn fuera del edificio, Charlie estaba convencida de que esa sería su mejor vía para llegar a él sin llamar demasiado la atención.
Desde su posición, Charlie sacó su cámara con lente de alta resolución para sacar algunas fotos de dicha entrada, y sobre todo de la caseta de vigilancia. Lo más seguro era que cualquiera que quisiera ingresar, y no tuviera una tarjeta de residente, tendría que primero identificarse con el guardia de seguridad, que posiblemente cotejaba su nombre en una lista. Algo que Charlie no deseaba era tener que recurrir a la violencia para pasar ese primer obstáculo, pues el guardia en cuestión (que en ese momento según lo que veía por su lente era una mujer robusta de piel morena y cabello oscuro) no tenía nada que ver con su asunto. Por suerte Kali tenía ciertos trucos que le podía ayudar a pasar sin ser vista, así que eso era fácil de sortear.
Pero el problema principal sería justo después de cruzar esa entrada, pues según la investigación de su compañera, para activar los ascensores sería necesario usar una tarjeta electrónica que sólo el residente poseía. Sin ella, subir por el elevador al pent-house se volvía algo bastante complicado, pero no imposible; sólo debían descubrir la forma correcta de hacerlo.
Charlie estuvo vigilando la entrada atentamente, esperando ver a algún visitante entrar por ella. Esto principalmente para observar de primera mano el proceso con el cual se identificaban e ingresaban al edificio, en especial si no eran residentes. Sin embargo, no llevaba ni quince minutos observando la entrada cuando una cara conocida salió por ésta, y se dirigió tranquilamente a la caseta.
—¿Es enserio? —Murmuró sorprendida para sí misma.
Lo enfocó entonces con el zoom avanzado de su cámara, para así poder captar con más detalle su rostro y verificar que era quién ella pensaba. Y en efecto, sí lo era.
—Vaya, si es mi nuevo amigo ranger —susurró despacio, divertida un poco por la curiosa coincidencia, aunque no era tanta en realidad considerando la situación.
Aquel individuo era ni más ni menos que Kurt, el mismo guardaespaldas de la noche anterior que había llevado a Thorn a aquella fiesta, y con quién había tenido una agradable conversación; aunque claro, él había creído que hablaba con una simple e ingenua bibliotecaria de Malibú.
Kurt el ex ranger avanzó hacia la caseta, y se paró justo a un lado de la ventanilla de la guardia. Habló con ella un par de minutos, siempre siendo observado por el lente vigilante de Charlie. Luego de un tiempo, la guardia salió de su puesto, cerró la puerta de la caseta con llave, y caminó hacia el interior del edificio, perdiéndose por completo de la vista de la vigilante escondida. Kurt se quedó de pie afuera, con su espalda recargada contra la pared a un lado de la entrada de vehículos, y encendió un cigarrillo. Y ahí se quedó, fumando tranquilamente, y revisando de vez en cuando su teléfono, casi como una copia exacta de lo que hacía la noche anterior afuera de aquella casa.
¿El chico no los dejaba fumar aunque fuera en la terraza y los obligaba a bajar hasta ahí? Charlie no creía que fuera el caso. Dudaba que le hubiera pedido a la guardia que se fuera sólo por eso. Y conforme más pasó el tiempo y Kurt permanecía ahí, le pareció que más bien estaba aguardando algo, o a alguien. Y si se había tomado la molestia de que no hubiera nadie más presente, debía tratarse de un asunto muy privado.
Charlie no esperaba quedarse tanto tiempo ahí, pero definitivamente la curiosidad pudo más y le dijo que debía esperar un poco más para ver qué era estaba por ocurrir, convirtiéndose en la compañera de espera del buen Kurt, aunque él no lo supiera. Ese alguien que ambos esperaban se apareció cerca de media hora después, aunque no era precisamente lo que Charlie había creído que vería.
Una camioneta azul, algo despintada y vieja, se acercó a la entrada privada y se orilló justo a un lado de Kurt. Éste se inclinó por la ventana del conductor, dijo un par de cosas, y luego señaló hacia el interior del estacionamiento, dándole indicaciones al conductor. Justo después se dirigió a la pluma de la entrada y se encargó de abrirla para dejarle el paso libre al vehículo.
—¿Ahora Thorn hará su propia fiesta? —Murmuró Charlie con ironía.
¿Qué tipo de personas venían a ver a un niñito rico en un vehículo como ese, siendo recibido directamente por su seguridad para que los dejara pasar sin que nadie más los viera? Si no supiera lo que sabía, Charlie hubiera creído que era su proveedor de drogas o algo parecido. Pero como este chico no era en lo absoluto alguien común, supuso que esa vista tampoco lo era.
—Tengo que acercarme un poco más —se dijo a sí misma con convicción, y pasó de inmediato a moverse para ponerse en una mejor posición.
Bajó apresurada por las escaleras del estacionamiento hasta la calle. Se colocó entonces en la acera de enfrente del edificio, ocultándose tras un buzón, sólo asomándose lo suficiente para ver cuando Kurt ya estuviera dentro. Entonces se lanzó rápidamente para cruzar la calle, y justo después pegó su espalda contra la pared a un lado de la entrada de los vehículos, justo donde Kurt había estado fumando hace unos segundos; incluso a sus pies había dos colillas de sus cigarros. Asomó entonces el lente de su cámara, sólo lo suficiente para ver al interior y fotografiar a los dos individuos que bajaron de la camioneta: una mujer delgada de cabellos claros, y un hombre alto y fornido de piel oscura. Ambos con ropas y apariencias bastante... comunes. Podrían pasar sin problema por los clásicos turistas que venían a Bervely Hills esperando cruzarse con algún famoso en la calle.
Charlie les tomó al menos tres fotografías, y luego volvió a pegarse contra la pared para ocultarse. Esperó unos segundos, intentando escuchar el movimiento de sus pasos, hasta que los sintió lo suficientemente lejos. Se asomó una última vez, volviendo a apuntar con su lente y activando el disparador de la cámara repetidas veces para captar toda la secuencia. Lo que logró ver en ese lapso corto de tiempo fue a los tres entrando al ascensor, y luego las puertas cerrándose lentamente hasta ocultar por completo a sus tres ocupantes.
Tomó entonces su cámara y comenzó a revisar con cuidado cada una de las últimas fotografías que había tomado, viendo en la pantalla una detrás de otra como los fotogramas de una película. Miró en cámara lenta como Kurt introducía su mano en el interior de su saco, y luego la acercaba al panel lateral del ascensor. Y al hacer zoom en su mano, pudo ver lo que tenía en ella: la tarjeta electrónica rectangular y blanca.
—Bingo —susurró despacio, conteniendo lo más posible su emoción.
Introdujo rápidamente la cámara en la mochila que le colgaba de su hombro derecho, y se dirigió disimuladamente calle abajo, actuando como si nada hubiera ocurrido.
— — — —
Mientras Charlie se encargaba de lo suyo en la parte trasera, en el caso de Kali y Abra las cosas eran bastante más parecidas al día anterior. Ambas estaban en una de las camionetas, estacionadas delante del edificio, más que nada aguardando. Aunque una diferencia era que la noche anterior, Eight había instalado una cámara especial sobre el tablero de la camioneta, y ésta enfocaba en estos momentos justo a la entrada del edificio. El video que la cámara captaba se mostraba en la pantalla de su computadora, y enfocaba principalmente los rostros de las personas que entraban y salían. Esto con el fin de tener un registro por si Thorn, su seguridad, o las niñas y la mujer que lo acompañaban anoche salían. De momento ninguno había asomado su nariz; no por la puerta principal, al menos.
—Otra emocionante mañana de vigilancia —masculló Abra desde la parte trasera de la camioneta. Estaba sentada en el suelo, hojeando aburrida una revista.
Le habían dicho que apagara su celular y le quitara la tarjeta SIM. Que si Thorn no podía encontrarla por medios psíquicos, bien podía intentarlo por otros más convencionales. Eso significaba que debía vivir esos días sin su teléfono, y sin acceso a internet. Aquello en un inicio no le sonó tan malo, pero ya para esos momentos lo había comenzado a resentir demasiado.
—¿Esperabas acaso que nos tomáramos un descanso luego de lo de anoche? —Cuestionó Kali sarcástica, mientras observaba con detenimiento el monito de su computadora—. Descuida, si tenemos suerte esto terminará pronto.
—¿Eso crees? —Respondió Abra, un poco incrédula.
Unos minutos después, una de las puertas posteriores de la camioneta se abrió, y Charlie ingresó por ella apresurada, cerrándola detrás de ella con una premura casi paranoica.
—Llegaron dos personas extrañas en una camioneta vieja por la entrada posterior —informó de inmediato sin limitarse a pronunciar algún tipo de saludo primero—. Y fueron recibidos por ni más ni menos que Kurt.
—¿Tu conquista de anoche? —Comentó Kali con tono burlón.
—Ese mismo; el que no hubiera titubeado en meterme una bala en la cabeza de haber tenido el tiempo suficiente para hacerlo.
—¿Vienen a ver a Damien? —Preguntó Abra, curiosa—. ¿Quiénes eran?
—Ni idea; no parecía el tipo de compañías finas que tendría un chico como éste —indicó Charlie, y justo después se retiró la mochila del hombro para sacar su cámara—. Pero pude ver cómo los subía por elevador privado que vimos en los planos; el que lleva directo al pent-house. Y les tomé varias fotos. Ve si puedes identificar a alguno, ¿quieres?
Le extendió entonces la cámara hacia su compañera de aventuras para que pudiera hacer su magia. Eight tomó el dispositivo y lo conectó a la computadora por uno de sus puertos para así descargar las fotografías. Tenía acceso a un programa de reconocimiento facial del FBI, un poco rudimentario pero que en ocasiones les ayudaba a rastrear a ciertos individuos "extraños", como bien Charlie había nombrado a esos dos.
—Kurt llevaba consigo la tarjeta electrónica para activar el elevador —prosiguió Roberta con su explicación, sentándose en uno de los asientos delanteros del vehículo—. Lo más probable es que cada uno de sus guardaespaldas tenga una, para cualquier situación de emergencia.
—Entonces sólo tenemos que quitársela a uno de ellos, ¿no? —Señaló Kali al tiempo que descargaba todas las fotos de la cámara—. No será tan sencillo. Tendríamos que emboscarlo cuando esté solo y afuera del edificio. Y de seguro no se separan del muchacho ni un segundo.
Al momento en que Kali mencionó eso, Charlie se dio cuenta que hace unos minutos hubiera sido una oportunidad perfecta justo para eso. Kurt estaba solo, si nadie más viendo. Podría habérsele acercado y, antes de que pudiera reaccionar, quemarlo sólo lo suficiente para dejarlo fuera de combate y quitarle su tarjeta. Aunque claro, ni siquiera pensó que él tuviera la tarjeta consigo en ese momento... pero debió haberlo supuesto.
«Qué imbécil» se quejó en su cabeza de sí misma.
Pero eso era ya el pasado. Tenía que enfocarse en lo que harían de ahora en adelante.
—Tendremos que ver la forma de hacer que alguno salga —señaló Charlie con simplicidad, y justo después se giró sobre su hombro a ver a Abra—. ¿En tu galería de trucos no tienes algo que nos pueda ayudar en ese sentido?
Abra no pareció percatarse de que le hablaba. De hecho, parecía distraída en otra cosa, mirando sobre su hombro para atrás, hacia el fondo de la camioneta, como si alguien la hubiera llamado pro su nombre e intentara vislumbrar quién había sido.
—¿Abra? —Murmuró Charlie con más fuerza para llamar su atención. La joven se sobresaltó un poco, y se giró un poco asustada de regreso a la reportera.
—¿Qué? —Susurró, al parecer un poco perdida todavía.
—¿Qué te sucede?
—Nada, lo siento. Creo que me distraje un segundo. ¿Qué me decías?
—Que si tú puedes...
—Hey, espera —ambas escucharon que Kali pronunciaba con fuerza justo en ese momento, desviando de inmediato sus miradas hacia ella.
La mujer en silla de ruedas se encontraba en ese momento viendo en uno de sus monitores el video de la cámara que enfocaba a la entrada del edificio, y lo estaba retrocediendo cuadro por cuadro, hasta un punto en específico.
—Yo conozco a ese hombre —indicó apresurada, señalando con su dedo sobre la pantalla.
—¿A quién? —Murmuró Charlie confundida, aproximándose a su lado para ver también el monitor.
—A éste, el de traje que va entrando.
Charlie se inclinó sobre su hombro para ver la imagen de más cerca. En el cuadro en el que había parado el video, en efecto se veía a un hombre de cabello rubio corto, con un traje casual de saco y pantalón azul, y miraba discretamente hacia atrás antes de ingresar por la puerta principal.
—¿Segura? —Murmuró Charlie, no muy convencida; a ella no le sonaba en lo absoluto.
—Soy buena con las caras —contestó Kali asertiva. Abrió entonces en otro monitor un par de expedientes que había descargado unos días atrás, cuando estaban en Hawkins—. Es él —indicó efusiva, señalando a una fotografía de dicho expediente—. Cole Sear. Es uno de los miembros de la Fundación que descubrí que viajó a Oregón justo antes de lo que le pasó a El.
Charlie observó con detenimiento dicho expediente. El nombre le resultaba familiar porque Kali se lo había mencionado antes, junto con el de aquella mujer que todos llamaban la "favorita" de Eleven. La fotografía del expediente en efecto se parecía al del hombre en el video, aunque la calidad de éste no era precisamente óptima para estar por completo seguras. Pero entre sus datos personales, que incluían su nombre, edad, lugar de nacimiento, y otras cosas más... uno resaltó a los ojos de Charlie: su ocupación.
—Es policía —murmuró con ligero asombro—. Detective de homicidios...
—Y acaba de entrar al edificio donde está el chico que atacó a Eleven —añadió Kali—. Difícilmente será una coincidencia.
—Maldita sea —exclamó Charlie con molestia, chocando sin darse cuenta su puño cerrado contra una de las paredes de la camioneta, y haciendo que ésta se agitara un poco.
—¿Qué pasa? —Cuestionó Abra, confundida por la reacción de ambas—. Si es de la Fundación de la Sra. Wheeler, quiere decir que está de nuestro lado, ¿no?
Charlie y Kali se miraron la una a la otra, ambas sin pronunciar palabra alguna, pero en su silencio se percibía suficiente respuesta. Era complicado decir si realmente la Fundación y ellas tenían en esos momentos la misma agenda, pese a que claramente compartían un enemigo en común. Pero eso implicaba una historia bastante difícil de entender para la joven Abra.
—No es tan simple —se limitó Kali a responder con cautela en su tono—. ¿Crees que piense encarar a Thorn de frente? —preguntó justo después, girándose hacia Charlie y quizás deliberadamente dejando de lado a Abra de momento.
—Si es así, no ha de saber en qué se mete, o es demasiado confiado. ¿Sabes qué es lo que puede hacer?
—No realmente —contestó Kali, encogiéndose de hombros—. Sabes bien que si es que El lleva un registro de eso, lo debe tener en papel y guardado en su gaveta, pues no tengo acceso a esa información. Y si es así, es bastante astuto de su parte. Quien es probable que tenga más detalle al respecto es la Tienda, pero sabes que cada vez que intentamos hackearlos se vuelven más precavidos, y podríamos exponer nuestra ubicación.
—¿La Tienda? —Musitó Abra, un poco confundida—. ¿A qué se refieren con eso?
—Son unos hijos de puta, que si tienes suerte nunca te cruzarás con ellos —respondió Charlie con tono aguerrido, dejando bastante en claro que no deseaba hablar más al respecto—. ¿Qué haremos? Si tan sólo tuviéramos una cámara o un micrófono para saber lo que pasa en ese pent-house...
—Déjenme a mí ir a ver —propuso Abra repentinamente, resonando como un eco de la propuesta parecida que había hecho la noche anterior.
Charlie y Kali se voltearon hacia ella al mismo tiempo, y luego se miraron entre ellas con duda.
—¿Hablas de...? —murmuró Eight un poco insegura, presionando su dedo contra un costado de su cabeza para intentar dar a entender lo que quería decir. Y a pesar de ese acto tan escueto, el significado fue bastante claro.
—Ayer pude infiltrarme en esa casa, y Damien ni siquiera se dio cuenta —declaró Abra con notable confianza—. Si hago lo mismo, puedo ver qué pasa allá arriba, y lo que ese hombre hace.
—Ayer casi te mata un fantasma, o lo que haya sido, ¿lo olvidas? —respondió Kali, sonando casi como un regaño, lo que hizo que Abra reaccionara un poco a la defensiva.
—No me iba a matar, y pude repelerlo, ¿recuerdas? Además, ahora no me tomará por sorpresa, si es que sigue por aquí. ¿Alguna tienen una mejor idea, acaso?
Kali suspiró con resignación, pues efectivamente no creía tener una mejor propuesta que ofrecer. Se viró hacia Charlie esperando que ella estuviera en una mejor posición, pero no era así; ella también consideraba que era la mejor opción. Sin embargo, a diferencia de anoche, si algo pasaba no podía intervenir tan fácil para ayudarla. Así que si Abra lo hacía y algo la atacaba de nuevo, estaría totalmente sola.
¿Expondría a esa chica a tal peligro sólo para tener un mejor vistazo de la situación?
Al parecer, sí...
—Sólo blíndate tan bien como ayer, ¿de acuerdo? —le indicó Charlie con firmeza. Kali la observó sorprendida, pero también ligeramente molesta por ello; era claro que ella había llegado a la misma conclusión con respecto a su seguridad, pero su opinión sobre el accionar al respecto al parecer era diferente.
Charlie se apresuró a tomar la misma cámara oculta de la noche anterior para colocarla en la solapa de la su chaqueta, junto con el audífono oculto para su oído.
—Yo bajaré a ver si puedo ver todo de más cerca e intervenir si algo ocurre —comentó un segundo antes de bajarse de nuevo de la camioneta con apuro; quizás con demasiado apuro, para poder irse antes de que Kali intentara reprenderle o decirle algo.
La mujer de piel oscura se frotó su rostro con sus dedos, mientras respiraba lentamente en busca de algo de calma. Unos minutos atrás le acababa de decir a Abra que quizás dentro de poco las cosas cambiarían, pero no esperaba que fuera a ser de esa forma.
—Vete preparando, chica.
—Ya estoy en eso —respondió Abra, y se sentó entonces en el suelo de forma cómoda, cerró los ojos y comenzó a respirar muy despacio. Bastante similar a lo que había hecho anoche.
Mientras Abra hacía lo suyo, Kali se giró de regreso a la computadora y continuó con la descarga de las fotografías de la cámara de Charlie para pasarlas por el reconocimiento facial. No sabía que tan útil terminaría siendo aquello con el más reciente giro de los acontecimientos, pero al menos eso le permitía concentrarse en algo. Si Abra no hubiera estado enfocada en su concentración, quizás hubiera podido ver las fotos en el monitor de la computadora, y a ella hubiera venido un desagradable recuerdo; uno que para bien o para mal, habría dado un poco de luz sobre la identidad de esos dos.
— — — —
Un par de minutos después, en la sala del pent-house, Damien, Kurt, y otros más que estaban lo suficientemente cerca, escucharon claramente por el altavoz del intercomunicador como el misterioso visitante se identificaba a sí mismo como el "detective Cole Sear, de la Policía de Filadelfia." Aquello dejó azorados a todos, incluso a Damien.
—¿Policía? —Escuchó de pronto que exclamaba la voz chillona de Verónica.
Damien se giró y pudo ver a la joven rubia, de pie en el pasillo, mirando en su dirección con sus ojos grandes de perro asustado totalmente abiertos.
«Genial...» pensó con fastidio. Lo que menos quería en esos momentos, además de pensar en qué hacer con esa visita, era lidiar con la verborrea de la mascota de Ann.
Se inclinó entonces al intercambiador, e indicó con firmeza:
—Espere un momento, por favor.
Y justo después apagó el micrófono de éste para que su conversación no fuera escuchada ahí abajo. Y al parecer Verónica había tomado aquello como una invitación para acercarse y, en efecto, hablarle con su molesta voz preocupada y asustada.
—Debe de ser por el incidente de anoche; de seguro ese chico... —Verónica hizo una pausa incómoda al recordar por un instante aquello, pero intentó reponerse rápidamente—. De seguro Milton te denunció.
—Dijo que era de la Policía de Filadelfia —suspiró Damien con desidia—. ¿Qué tendría que ver un Policía de Filadelfia con una inofensiva pelea de adolescentes en Malibú?
—¿Llamas inofensivo a casi arrojarlo por la terraza? Quizá sea un amigo o conocido de él. Me dio la impresión de que era de una familia importante de por aquí... o eso me dijo.
—De seguro sólo quería impresionarte, tonta —le recriminó Damien, mirándola por el rabillo del su ojos izquierdo—. Y mira qué bien le resultó.
Verónica se exaltó, sorprendida, y en el fondo molesta, por tal insinuación. Fuera lo que fuera que hubiera intentado decirle con eso, la dejó sin palabras por unos momentos, y eso pareció bastarle al muchacho para intentar pensar en qué hacer.
—Dudo mucho que ese idiota lo haya mandado —se escuchó de pronto intervenir la voz de Lily. Las tres niñas se aproximaban por el pasillo de la dirección del estudio, y al parecer habían oído la mayor parte de la discusión—. No creo que pueda hacer mucho de aquí en adelante —añadió Lily con una sonrisa astuta, en un tono que le causó a Verónica bastante incomodidad.
—¿De qué hablas...?
—¿Quién sabe? —Dijo Lily, encogiéndose de hombros, y se dirigió entonces tranquilamente a la cocina—. Adivina.
Todos la siguieron con la mirada hasta que se retiró por completo de la sala. ¿Qué sabía esa niña que ellos no? De seguro varias cosas.
Pero para el caso a Damien le daba lo mismo. Él tampoco creía que eso tuviera algo que ver con esa absurda fiesta. Eso olía a algo más.
El joven Thorn se aproximó de nuevo al intercomunicador, lo activó y volvió hablar, ahora intentando transmitir mayor calma en su tono.
—Buenos días. Habla Damien Thorn. ¿Podría preguntarle al caballero para qué asunto me busca exactamente?
—Permítame —se escuchó la voz del guardia al otro lado.
— — — —
Cuando Charlie ingresó al amplio vestíbulo, éste se encontraba relativamente solo. Las únicas personas en él eran el guardia de seguridad en su módulo, y el visitante rubio y de traje azul de pie delante de éste; el tal Cole Sear. Charlie se aproximó con paso casual hacia dicho sitio, mientras inspeccionaba a su alrededor disimuladamente. Había algunas plantas decorativas, además de una enorme pintura de carácter religioso en la pared del frente justo detrás del módulo de seguridad; la imagen de un imponente ángel rubio y blanco, como siempre los dibujan al parecer, con una fea criatura derrotada a sus pies, que Charlie supuso era un demonio.
Había seis puertas para ascensores, tres a cada lado, además de dos puertas de emergencia, otra que de seguro daba a las escaleras, y una más de ingreso desde el estacionamiento. El lugar tenía piso brillante, paredes blancas, y un estilo bastante minimalista y moderno. Quizás lo único que en efecto se sentía fuera el lugar era aquella pintura del ángel. Ese tipo de cosas no solían llamarle demasiado la atención, pero su presencia en ese sitio le resultaba un poco incómoda por algún motivo.
Charlie se paró detrás de Cole, a una distancia prudente para dar a entender que estaba esperando a que él terminara su asunto para atender el suyo, pero a su vez estaba también lo suficientemente cerca para poder captar al menos en parte la conversación que el invitado indeseado tenía con el guardia de seguridad. Éste último acababa de bajar el auricular del teléfono y alzado su mirada de regreso al supuesto detective de homicidios.
—¿Podría indicarme para qué asunto busca al Sr. Thorn? —preguntó con tono tosco, y la sola mención de aquel apellido puso en alerta a Charlie, aunque intentó disimularlo lo mejor posible. Así que después de todo sí venía a buscarlo a él.
Cómo ella sólo le veía la espalda, no pudo verlo directamente. Pero al oír esa pregunta, una sonrisa casi burlona se dibujó en los labios del policía, y entonces se inclinó lo más posible al frente, como si quisiera acercar su rostro al teléfono, y entonces pronunció alto y claro:
—Dígale que necesito hablar con él sobre Samara Morgan. Él sabrá de qué le hablo.
El entrecejo de Charlie se arrugó un poco al oír aquello último.
«¿Samara Morgan?»
— — — —
La mirada de todos los presentes en la sala se giró inevitablemente hacia la persona que le pertenecía el nombre que acababa de ser nombrado tan alto en el comunicador. Samara se sintió un poco intimidada y cohibida al sentir las miradas de todos en ella. Pero por encima de ese sentimiento, ella también se sentía sorprendida tras escuchar lo que esa persona había dicho. Y, al mismo tiempo, aquello también le reveló con bastante seguridad la identidad de ese individuo.
«Es el amigo de Matilda» pensó asombrada.
A pesar de que sólo lo había visto una vez (aunque en realidad habían sido quizá tres), recordaba claramente cómo se había presentado con ella como un oficial de policía, e incluso le había enseñado su placa. ¿Qué hacía ahí?, ¿y cómo la había encontrado? ¿Acaso Matilda...?
«¿Matilda lo habrá enviado?» Pensó sorprendida y, sorprendentemente, emocionada por la posibilidad... pero la desechó casi de inmediato. No había forma de que ese fuera el caso. Si acaso ese policía venía a buscarla, de seguro era para arrestarla por lo que había hecho.
De seguro Matilda no quería saber nada más de ella, ni que le diera más problemas de los que ya causó...
—No puede ser —exclamó Verónica abruptamente, intentando no perder de más la calma pues aquello era incluso peor de lo que había supuesto en un inicio—. Alguien debió de haberla reconocido anoche en la fiesta y alertó a las autoridades. —Se le aproximó apresurada a Damien, intentando encararlo—. Te dije que esto pasaría. Yo te dije que...
Antes de que pudiera decir más, el chico se giró de lleno hacia ella, clavándole como navaja sus dos ojos azules que en esos momentos radiaban una gran... rabia. Verónica retrocedió espantada por aquella mirada, sintiéndose tan indefensa y pequeña ante él. Damien no le dijo nada; sólo se le quedó viendo muy fijamente, pero eso resultó suficiente.
Aquel silencio incómodo fue rotó únicamente con el sonido de carraspeo de Esther, un poco exagerado con el fin de lograr llamar su atención.
—Si sirve de algo, cuando estábamos saliendo de aquel psiquiátrico, un hombre que se identificó como policía nos detuvo. Fue ahí cuando tu guapo amigo nos ayudó la primera vez.
Al pronunciar aquello último, Esther señaló de una forma nada disimulada a James, que seguía con Mabel frente a la puerta del baño, observando todo desde lejos.
El rostro de Damien pareció iluminarse al escuchar aquello, y recordó de inmediato el incidente. Claro que lo recordaba, pues él había estado observando todo el tiempo lo sucedido. Fue la misma noche en que se enfrentó por segunda vez con aquella misteriosa mujer; la mamá de Terry...
—Sí, lo recuerdo —murmuró, sonriendo de nuevo y al parecer dejando de momento la rabia que lo invadía hace unos segundos—. Es uno de los amigos de esa mujer. Era un resplandeciente también, ¿cierto? —Cuestionó virándose a James, pues él fue quien lo había encarado de frente en aquel momento.
La Sombra pareció vacilar un poco sobre responder o no, pero luego susurró despacio y sin mucha emoción:
—Sí. Y uno muy fuerte, me pareció.
—Para tus estándares, quizás —se burló Damien ante su comentario, y restándole importancia se giró de nuevo al intercomunicador para activarlo y dar su instrucción final—: Déjelo pasar, por favor. Lo estamos esperando.
Y sin esperar confirmación, cortó la comunicación.
—¿Lo dejarás pasar? —Pronunció Verónica con incredulidad—. Damien, eso es...
—Estúpido, tienes razón —añadió Lily al momento, volviendo de la cocina con un tazón de helado en una mano, y una cuchara en la otra—. ¿En verdad fue lo más inteligente?
—No viene como policía, de eso estoy casi seguro —respondió Damien con abrumadora tranquilidad—. Si fuera así, vendría con más oficiales y con una orden de por medio, y no se anunciaría de esa forma. Deben haberlo enviado para buscarte, Samara.
Samara no respondió ante la mención, o reaccionó a las miradas inquisitivas que una vez más se posaron en ella. Su mente en realidad seguía algo distraída desde hace rato.
—Pero no te preocupes —añadió Damien justo después con confianza—, yo lo atenderé por ti. Ustedes tres vayan a la habitación y no salgan hasta que yo se los indique.
—No entraré a ese sitio con esta loca —declaró Lily con molestia, señalando directo a Esther con su cuchara manchada de helado.
—¿Ahora me tienes miedo? —respondió Esther, socarrona—. Creí que no le temías a nada.
La mirada endurecida de Lily se clavó en ella, aunque las manchas de chocolate alrededor de su boca no le permitían parecer del todo intimidante.
—Tengo miedo de que me saques de quicio de una buena vez, y ya no pueda tolerar ver tu fea y arrugada cara más tiempo.
—Qué interesante, pero discútanlo en el cuarto, vamos —musitó Damien con tono jocoso, dirigiendo sutilmente a las tres en dirección al pasillo que llevaba a su habitación. De mala gana, Lily y Esther se dirigieron a dicho sitio, mientras que Samara más que nada se dejó llevar por la corriente—. Ustedes dos me acompañarán a recibirlo —indicó el joven Thorn a continuación, virándose ahora hacia James y Mabel.
—Él me reconocerá —indicó James de inmediato, pero Damien no pareció preocupado por ello... sino todo lo contrario.
—Cuento con eso.
Dadas esas instrucciones, avanzó hacia uno de los sillones de la sala, para así ponerse cómodo y esperar a su invitado.
—Damien, por favor para esto —susurró Verónica acongojada, mientras caminaba detrás de él—. Sea quien sea ese sujeto, es un policía, y tú tienes en este sitio a tres niñas buscadas, con las que ya te vieron en público además. Esto ya es demasiado. Tienes que dejar de exponerte así...
—¿Quieres cerrar tu estúpida boca de una vez? —Soltó Damien con ferviente fastidio, girándose al momento hacia ella y mirándola con una rabia que, aunque no era ni cerca la misma de hace unos momentos, sí fue suficiente para volver a inmovilizarla en el acto—. No has dicho ni hecho nada útil desde que llegaste, e insistes en querer taladrarme los oídos con tus quejas y lloriqueos. ¿Por qué sigues aquí en primer lugar? ¿No era tu misión reportarle a Ann todas las estupideces que hiciera? Anda, corre y ve a decirle lo que está pasando, y déjame en paz. —Verónica siguió quieta en su posición, mirándolo con los ojos bien abiertos y vacilantes—. ¡Qué te vayas! —Le gritó alzando con más fuerza la voz—. ¡Ahora!
Verónica se sobresaltó asustada ante su grito, dando inconscientemente un paso hacia atrás, luego otro, y después se giró sobre sus pies y comenzó a caminar apresurada en dirección a su habitación.
Damien suspiró fastidiado, y pasó sus dedos por su cabello para intentar acomodar su fleco (o quizás de hecho desacomodarlo aún más).
—Ustedes encárguense de recibir como se debe a nuestro invitado —musitó por último, virándose hacia Kurt y los otros dos guardaespaldas que estaban ahí de pie en la sala. Los tres asintieron y se dirigieron a la puerta principal.
— — — —
Desde su posición en la fila, Charlie logró ver como el guardia introducía una de las tarjetas electrónicas para visitantes en un dispositivo, y luego tecleaba en su computadora, de seguro para programarla y permitir al elevador subir únicamente al nivel al que se dirigía. Charlie pensó que sería bueno apoderarse una de esas, pero dudó que funcionara en el elevador privado del estacionamiento trasero. Y entrar por uno de esos a la vista de todos no era precisamente el movimiento discreto que tenía en mente.
Una vez que la tarjeta estuvo lista, el guardia la tomó y se la extendió a Cole.
—Aquí tiene.
—Muy amable —respondió el hombre rubio con una media sonrisa, tomando la tarjeta.
Al estirarse hacia el frente, su saco se levantó un poco de la parte trasera, lo suficiente para que Charlie se percatara de que llevaba una pistola metida en su pantalón. Aquello no le sorprendió, pero ciertamente no estaba segura de qué tanto le ayudaría allá arriba.
Con su tarjeta de invitado en mano, Cole se dirigió con paso calmado hacia uno de los elevadores del lado derecho. Charlie inevitablemente lo siguió con la mirada, como si esperara que en cualquier momento hiciera algo extraordinario, del nivel de salir volando y o que le saliera una segunda cabeza. Pero nada parecido ocurrió.
—¿Sí? —Pronunció el guardia con fuerza para llamar su atención—. ¿Qué se le ofrece?
Charlie se volteó rápidamente hacia él, siendo consciente de que ya no había nadie entre ella y el módulo de seguridad, y que ahora aquel hombre la observaba paciente, esperando que le informara el asunto que la traía a ese sitio.
—Ah, sí... —musitó indecisa. Se viró una última vez hacia Cole, sólo para ver las puertas de uno de los elevadores abrirse y al detective ingresando en éste—. Lo siento —exclamó sonriente, sacando de su bolsillo su teléfono y alzándolo para que lo viera—. Necesito hacer una llamada, enseguida vuelvo.
El guardia sólo asintió, y se sentó de regreso en su silla. Charlie se alejó, pegando su teléfono a su oído y fingiendo que hablaba por él, aunque éste estaba de hecho de momento suspendido. Pero eso no significaba que no estuviera hablando con alguien, pues sus susurros eran claramente aptados por el micrófono pegado a su chaqueta.
—El tal Sear ya está subiendo el elevador —informó—. Nosotras rompiéndonos la cabeza por dos días buscando la forma de llegar a Thorn, y este sujeto llega y pregunta por él en recepción.
—Apuesto que te hubiera gustado pensarlo primero —comentó la voz de Kali con tono burlón por el audífono oculto en su oído.
—Cómo sea, investiga por favor ese nombre que mencionó: Samara Morgan. Sea quien sea, al parecer Thorn aceptó verlo en cuanto la mencionó.
—Veré si puedo encontrar algo, pero sin más datos me pueden salir veinte personas con ese nombre.
—Quizás no sea nada, pero quisiera al menos descartarlo. ¿Tú cómo vas, Abra?
—Casi estoy lista —musitó la voz de la joven, sintiéndose un poco más alejada y apagada, pero definitivamente aún presente.
Sin apartar aún el teléfono de su oído, Charlie se viró a ver de nuevo al mismo ascensor por el que aquel hombre había entrado, ya en ese momento con las puertas cerradas. El panel en la parte superior iba subiendo poco a poco por el 4, el 5, el 6...
Sea lo que fuera a pasar, necesitaban saberlo para que su siguiente movimiento no fuera a ciegas. Sólo esperaban que realmente Abra pudiera ser sus oídos y ojos para ello.
— — — —
Mientras en la Planta Baja Charlie observaba los pisos ascender en el panel digital del elevador, Cole hacía lo propio desde el interior. Tenía su mirada fija y seria en cómo iba avanzando uno a uno por los quince niveles, hacia el dichoso pent-house que abarcaba toda la terraza.
Desde la noche anterior cuando fue a visitar a Matilda, ya tenía en mente justo lo que haría esa mañana, aunque por supuesto nunca había sido su plan compartirlo con la psiquiatra. Con la información que Karina le había dado, no tardó mucho en descubrir la identidad de la persona que buscaba, y en qué edificio se estaba quedando. Por supuesto había tenido que cobrar un favor a uno de los rastreadores de la Fundación para cotejar los datos, con la petición estricta de no decirle absolutamente nada a nadie; ni a Mónica, ni mucho menos a Matilda. El favor que le debía era lo bastante grande como para acatar dicha instrucción sin tener que hacer muchas preguntas.
Teniendo ya la persona y el lugar, había dedicado bastante tiempo en decidir qué hacer a continuación. Por su mente había pasado también el intentar escabullirse a escondidas, muy parecido a lo que Charlie, Abra y Kali estaban intentando hacer en esos momentos. Sin embargo, lo descartó casi de inmediato. Y tras mucho pensar, decidió optar por un enfoque directo, que era justo lo que estaba haciendo.
No era ningún tonto. Sabía que si la persona que iría a ver era capaz de hacerle eso a Eleven, lo que estaba haciendo era meterse a la boca del lobo él solo. Pero había personas por las que valía la pena tomar los mayores riesgos, y Matilda Honey era definitivamente una de ellas. Por qué sí, aunque podía enumerar varios motivos para hacer eso, el principal era ella. Aunque claro, todo eso resultaría inútil si terminaba muerto por su osadía.
Pero Cole tampoco iba tan indefenso a esa misión. Y no sólo por las armas que llevaba consigo que, justo como Charlie concluyó el ver una de ellas, sabía no le servirían de mucho; eran más por apariencia que otra cosa. Pero no eran las únicas cartas que tenía a su favor.
El elevador no se detuvo en ningún piso, sino que siguió de largo hasta su destino final. Las puertas se abrieron justo al momento. Del otro lado se encontró con una sala tipo recibidor, con un par de sillones y más plantas decorativas, y más adelante la puerta principal que de seguro llevaba al pent-house. Pero entre dicha puerta y él, se encontraban dos hombres de gran tamaño, y de trajes negros que apretaban sus musculosos brazos y torsos. Ambos a simple vista eran más altos que Cole por al menos una cabeza. Y por sus caras y cómo lo veían, definitivamente ninguno estaba muy contento con su vista.
"Tiene a varios guardaespaldas armados custodiándolo las veinticuatro horas," recordaba que Karina le había dicho aquella noche, añadiendo además: "La mayoría son de hecho mercenarios, parte de una milicia privada con arduo entrenamiento en guerreras reales."
Mercenarios y ex militares; definitivamente esos dos se veían como tal. Y si además era cierto que alguno de ellos creía que ese chico era el Anticristo, y lo seguían y protegían como una figura religiosa, todo eso lo volvía una combinación bastante explosiva.
—Contra la pared —le indicó con tosquedad uno de los hombres, señalando con uno de sus gruesos dedos la pared justo al lado de la puerta.
—Buenos días a ustedes también —murmuró Cole un poco sarcástico, pero no lo suficientemente hiriente viniendo de él.
Avanzó entonces lentamente hacia el lugar que le señalaban. Cuando ya faltaba medio metro, el mismo hombre que había señalado lo tomó de los hombros, y lo pegó de manera brusca contra la pared, haciendo que su cara se golpeara un poco contra ésta. Y sin espera pasó a recorrer sus manos por sus hombros, brazos y costados para inspeccionarlo.
—Esta no es la manera más amable de tratar a un invitado —bromeó Cole, intentando ocultar el dolor de su golpe, aunque los dos hombres no dieron seña alguna de si sus comentarios le resultaban graciosos o no.
Su escrutador no tardó mucho en encontrar el arma que traía en la espalda. Rápidamente se la arrebató, liberó el cargador y revisó su contenido de balas; estaba lleno, como lo esperaba por su peso.
—¿Trae otra arma consigo? —Le cuestionó con rudeza.
—La de respaldo en mi tobillo —respondió Cole señalando a su pierna derecha.
El guardaespaldas bajó de inmediato y le levantó su pantalón para así tomar el pequeño revólver que llevaba en su tobillera. Igual ya que estaba ahí abajo aprovechó para terminar se revisarle sus piernas una por una para ver que no tuviera nada oculto.
—Si oyeron que soy policía, ¿cierto?
—De Filadelfia, ¿no? —Contestó el otro hombre, que Cole quizás no sabría de momento que respondía al nombre de Kurt y que observaba todo desde su posición—. Lo que significa que no tienes jurisdicción alguna aquí. Además de que no vienes como policía en realidad, ¿o sí?
Cole no respondió, pero la respuesta a dicha pregunta era bastante obvia.
Una vez que el otro terminó de revisarlo, tomó ambas armas y se las extendió a Kurt, que igualmente las revisó.
—¿Me las regresarán cuando me vaya? —Cuestionó Cole mientras se acomodaba su saco tras el escudriño. La única respuesta que obtuvo fue un fuerte empujón de uno de ellos hacia la puerta principal—. Muy bien. Los sigo entonces, caballeros...
Ingresaron al departamento, caminando uno de ellos delante de él, y el otro detrás, teniéndolo rodeado y vigilado en cada momento. Todo aquello le traía recuerdos, sino malos al menos incómodos, justo como había pasado cuando Karina y Carl lo recogieron para llevarlo contra su voluntad a aquel restaurante italiano. En una ocasión para un caso, había tenido que reunirse por las malas con un cabecilla de la mafia local de Filadelfia en una fea bodega abandonada, y más o menos todo había sido parecido a ese momento: la revisión brusca, la escolta, e incluso la misma sensación de amenaza latente.
Mientras avanzaban por el pasillo principal, Cole divisó a otros dos guardaespaldas de negro, parados más adelante dándole la espalda a la puerta. Cada uno estaba a un costado del pasillo, con sus espaldas rectas, quietos e inmóviles como estatuas. Un ojo observador concluiría que estaban haciendo guardia, cuidando que todo estuviera bien con esta visita inesperada. Y muy seguramente eso hacían... pero había algo más, y Cole lo percibió desde que puso sus ojos en sus anchas espaldas... y en la larga mancha de sangre que se dibujaba en la pared a su lado, y en la que al parecer sólo él reparaba.
Cuando pasaron entre ambos, Cole aprovechó para echarles una mirada a ambos, y sus rostros le confirmaron sus sospechas. Uno de ellos tenía una larga cortada desde el centro de su cuello y hacia la izquierda, por donde sobresalía una larga mancha de sangre que cubría casi por completo su camisa y saco. El otro en lugar de su ojo izquierdo, tenía un grotesco agujero por el que igualmente escurría sangre y le manchaba el rostro de rojo. Sus rostros pálidos y miradas perdidas estaban fijas al frente, y ni siquiera reaccionaron cuando pasaron a su lado; y sus compañeros igualmente no les dijeron absolutamente nada, pues ni siquiera los habían visto.
Aquellos dos guardaespaldas habían muerto ahí mismo, y no hace mucho; se habían atacado mutuamente con cuchillos, a causa de una de las horribles pesadillas de Lily Sullivan. Cole, por supuesto, desconocía dicha historia, pero su experiencia le daba suficiente para suponer que lo que hubiera pasado, fue horrible, y sus almas aún no eran capaces de siquiera comprenderlo.
—Perdieron a dos de sus compañeros aquí, ¿cierto? —Comentó Cole de pronto, tomando un poco desprevenidos a sus dos escoltas.
—¿Qué dice? —Exclamó Kurt delante de él, mirándolo sobre su hombro.
—Ellos siguen aquí —señaló Cole con abrumadora seriedad—. No se han dado cuenta de que han muerto, y continúan con su labor haciendo guardia. Admirable, pero triste.
Los dos hombres se miraron entre ellos con expresiones de absoluta confusión. Si acaso deseaban saber más, ninguno se animó a preguntarle. Pero Cole percibió que en efecto sabían de qué estaba hablando.
Los dos hombres encaminaron a Cole hasta una amplia sala, con puertas de cristal que llevaban a la terraza y por las que entraba libremente la luz del sol alumbrando todo el lugar. Y ese sitio fue justo en donde lo estaban esperando tres personas.
—Aquí está, señor —informó Kurt, haciéndose a un lado y dejando a Cole justo frente a las tres personas, pero especialmente frente aquel que estaba sentado en el centro del sillón largo, y que lo miraba atentamente con una arrogante y confiada sonrisa.
Cole se mantuvo tranquilo, pero la verdad era que en cuanto vio a aquel muchacho joven de cabellos negros y ojos azules... se sintió bastante abrumado. Era justo como en la foto, y justo como recordaba haberlo visto por un instante aquella noche en Eola. Pero ahora ahí estaba, en carne y hueso a unos cuantos metros de él.
—Detective, bienvenido a mi agradable hospedaje temporal —le saludó aquel muchacho, recargándose por completo contra el respaldo del sillón, y cruzándose de piernas.
Cole respiró una vez por su nariz, y con más calma le respondió.
—Damien Thorn, supongo. Qué placer conocerte al fin, chico.
—Pero usted y yo ya nos conocíamos, ¿o no? —musitó Damien con voz socarrona, dejando bastante claro con ese último comentario que él también lo había reconocido.
Los dos guardaespaldas que lo habían escoltado se pusieron de pie lado a lado a sus espaldas, vigilándolo de cerca. Notó a un costado que había un tercero, de pie frente al umbral de un pasillo que de seguro llevaba a más habitaciones de ese amplio espacio. Por su parte, las dos personas que estaban también en la sala y de pie detrás del sillón en que Thorn estaba sentado, ninguno usaba trajes negros, ni tenían en general la pinta de mercenarios como los otros tres. Eran un hombre alto de color y una mujer blanca y delgada, ambos con ropas bastante comunes. Pero ninguno era común, o al menos a Cole le constaba de uno de ellos.
—Es cómodo ver una cara conocida —señaló el detective, centrando su atención en James; éste lo miró de regreso con frialdad—. Supongo que todo esto significa que no te interesa andar con rodeos, ¿cierto? —cuestionó justo después, virándose de regreso a Damien.
—¿Tendría caso? —Respondió el muchacho con bastante tranquilidad, encogiéndose de hombros—. Creo que ambos sabemos que usted no viene aquí como un simple policía.
El mismo comentario que hizo uno de los guardaespaldas allá afuera, como si eso por sí solo les diera derecho de hacer o decir lo que les viniera en gana.
—¿Cómo está Terry, por cierto? —Soltó el chico de pronto, de la manera más normal posible, destanteando a Cole.
—¿Disculpa?
—Nos vimos hace poco —añadió Damien—. Estaba muy furiosa por lo ocurrido con su mamá. ¿Ella sabe que terminó así justamente por intervenir para ayudarlo a usted? Quizás si no hubiera sido tan descuidado, detective, todo hubiera sido distinto. Lo justo es que usted se lleve un poco de la culpa, ¿no cree? Y dígame, ¿sigue como un vegetal? ¿O al fin terminó de morirse?
A Cole el resultó bastante difícil mantenerse sereno tras oír todo aquello, en especial la forma tan burlona con la que se refería a Eleven. Era obvio que intentaba hacerlo enojar y confundirlo, mostrarle que él tenía el control absoluto en esa conversación. Pero no le daría la satisfacción.
Aunque le resultaba inesperado que mencionara de esa forma a Terry, la hija menor de Eleven. ¿Cómo era que la conocía?, ¿y a qué se refería con que la había visto hace poco? ¿Acaso ese sujeto le había hecho algo...?
No, eso era lo quería, que comenzara a hacerse preguntas y vacilara. Averiguaría si Terry estaba bien una vez que saliera de ese sitio; pero primero tendría que salir.
—No vine a hablar de eso —respondió Cole tras unos segundo, demostrando bastante calma en su tono—. Como dije antes, vengo por Samara.
—¿Samara? —Pronunció Damien con tono irónico—. ¿Ese nombre debería sonarme de algún lado?
—Debería, pues enviaste a ese sujeto de allá —indicó Cole señalando a James—, y a Leena Klammer para secuestrarla. ¿No es cierto?
—¿Secuestrar?, ¿yo? —Damien soltó una sonora y sobreactuada carcajada en ese momento—. Cuánta imaginación, detective. ¿Me veo como alguien que manda a secuestrar gente? Soy sólo un chico de diecisiete años con demasiado dinero y tiempo libre.
—Creí que no querías andar con rodeos.
—Y no lo hago. Yo no mandé a secuestrar a nadie. Si Samara se fue de ese horrible sitio en donde la tenían encerrada, fue porque así lo quiso.
—Correcto —asintió Cole—. En ese caso, debería poder irse conmigo si así lo desea, ¿o no?
Damien lo contempló en silencio unos instantes, sin borrar su astuta sonrisa ni un momento.
—¿Por qué querría ella hacer tal cosa? —Contestó tras un rato—. Ustedes no pueden darle lo que yo le ofrezco.
—¿Y eso es?
—Aceptación; un lugar donde puede ser ella misma, sin esconderse ni avergonzarse. Un sitio en donde puede hacer todo lo que desee, sin que nadie la ate a una cama y le inyecte veneno en los brazos con tal de tenerla dormida.
—Escucha, jovencito...
Cole hizo el ademán de querer dar un paso más hacia él, y aquello pareció poner en alerta a los tres guardaespaldas, y al menos lo dos detrás de él se aproximaron con la intención de tomarlo. Sólo la indicación de Damien, alzando una mano, logró persuadirlos de hacerlos. Cole tomó entonces aquello como una invitación a acercarse y así lo hizo, hasta que entre ambos quedó prácticamente sólo la mesa de centro hecha de cristal.
—No sé a qué clase de juego estás jugando aquí —prosiguió el policía—. Pero sea lo que sea, no involucres a Samara en él. Ella es una buena niña; confundida, pero buena. Y hay personas a las que les importa, están preocupadas por ella, y quieren que esté a salvo.
—Está a salvo aquí conmigo.
—Ni siquiera tú estás tan a salvo cómo crees —declaró Cole con tono mordaz, incluso atreviéndose a sonreírle con algo de prepotencia. Aquello pareció, por primera vez en ese lapso de tiempo, intrigar a Damien y crear una pequeña brecha en su armadura de confianza y superioridad.
—¿De qué habla?
Cole sonrió complacido al ver que había logrado captar su atención, justo como lo esperaba. Ahora tocaba ser muy cuidadoso con lo que fuera a decir a continuación.
Se aproximó un poco más, pero ahora en dirección al sillón individual de la sala, a la diestra del que ocupaba el muchacho. Y sin que nadie lo invitara primero, se sentó en éste, poniéndose cómodo.
—Escucha, Damien... ¿Puedo llamarte Damien? —El joven sólo se le quedó viendo estoico sin responderle nada, pero igual Cole no lo necesitaba—. Es obvio que tú tienes toda la ventaja en estos momentos, y de seguro eso te hace sentir muy confiado. Pero yo no vine aquí a debatir ni a pelear contigo. Y, en especial, no vine a poner a prueba de lo que eres capaz, u ofrecerte mi cabeza en bandeja de plata. Lo que quiero en realidad es hacer un trato contigo.
La ceja derecha del chico se arqueó ligeramente, intrigado.
—¿Un trato?
Cole asintió.
—Tienes a mucha gente enojada por lo que hiciste. Y quizás yo te parezca poca cosa, pero te aseguro que hay muchos más allá afuera; algunos mucho menos amables que yo, y que no se anunciarán en recepción antes de entrar aquí y tomar venganza. Y quizás te crees muy poderoso para derrotar a dos o tres de nosotros, pero deberías debatirte si tendrías la misma confianza contra diez, quince... tal vez veinte. Y además, nosotros no somos los únicos que te tienen el ojo puesto. Hay más gente rascando tu puerta trasera, y tú ni siquiera te has dado cuenta. Y me aseguré de que todos ellos sepan de inmediato quién eres y en dónde estás, si acaso yo no salgo de aquí con Samara.
—Su "trato" suena más como amenaza, detective —comentó Damien con elocuencia, pero detrás de sus palabras percibiéndose una ligera irritabilidad.
—Eso era más como una introducción —aclaró Cole, y entonces se inclinó un poco más hacia él para así verlo con más atención a los ojos—. El trato que te ofrezco es que permitas que Samara se vaya conmigo. Sin peleas y sin trucos. Y a cambio, yo te ofrezco que te dejemos en paz. Te doy mi palabra que yo, así como la organización a la que represento, ya no se meterá contigo, y ninguno intentará tomar venganza por lo que hiciste.
—¿Puede acaso hablar por todas esas personas que mencionó hace un momento?
—Por las de mi Fundación, sí. Será difícil, pero me encargaré de convencerlos, aunque sea por las malas. Y si yo no puedo, conozco a alguien que sí. De las otras personas por las que no puedo responder... —Cole hizo una pequeña pausa, como si quisiera meter un poco de misterio en su declaración, antes de continuar—. De ellos estoy dispuesto a decirte lo que sé. Y lo mejor: lo que ellos saben o creen saber de ti. Así no te tomarán por sorpresa y tendrás tiempo de reaccionar.
Damien se notaba indiferente, pero Cole se daba cuenta de que en el fondo estaba bastante interesado en al menos saber qué era lo que sabía, aunque fuera una tontería. Eso le hizo pensar que quizás él mismo ya sabía de antemano que habría personas, además de ellos, que podrían estarlo buscando. ¿A cuántos otros habría lastimado jugando con sus habilidades como para desarrollar esa paranoia? Y, aun así, ¿tendría alguna idea de la gente en específico de la que le hablaba?
—¿Y qué personas son éstas con exactitud? —Cuestionó el muchacho despacio, mirando sutilmente hacia un costado.
Cole debía ser meticuloso con su respuesta. Si hablaba de más o de menos, perdería su ventaja.
—Digamos que son personas... muy creyentes en lo que hacen, y que te han estado vigilando por un buen rato sin que te dieras cuenta.
Aquella simple frase tuvo una reacción en Damien mayor a la que Cole se esperaba, pues por un momento fue claro el profundo asombro que se apoderó de toda su cara.
Cole sabía que estaba mal usar como moneda de cambio lo que el padre Babato y Alfaro le dijeron en confianza, y que exponerlos así pondría en peligro su supuesta misión. Pero no estaba dispuesto a decir algo que comprometiera su seguridad; sólo lo suficiente para que ese muchacho se pusiera nervioso, y aceptara su trato a cambio de ello. Pero su reacción lo había confundido un poco. ¿Acaso había entendido claramente a qué se refería? ¿Acaso él sabía que... personas de la iglesia lo estaban buscando?
«¿Acaso tú también crees que eres el Anticristo, chico?» Se preguntó a sí mismo, concluyendo que quizás todo ese asunto tenía muchas aristas que desconocía.
Damien pareció tranquilizarse rápidamente, y recuperar gradualmente su expresión de indiferencia y calma. Incluso un hilo suelto de la manga de su saco pareció serle más interesante de momento que el hombre sentado delante de él.
—Así que —comenzó a murmurar despacio mientras intentaba arrancar dicho hilo suelto con sus dedos—, si dejo que Samara se vaya con usted, me promete que sus amigos y usted ya no se meterán conmigo, y me dará información de estas personas "creyentes" que me están vigilando. ¿Correcto?
—Debes ser el chico más aplicado de tu salón, ¿cierto? —Ironizó Cole, aunque aún así dejando clara su respuesta.
Damien guardó silencio mientras se las arreglaba para tomar el pequeño hilo, que se resbalaba entre sus dedos. Cuando logró al fin tomarlo con firmeza, lo jaló rápidamente, arrancándolo de un sólo tirón.
Se giró de regreso a su visitante, colocó sus manos juntas sobre su rodilla, y le sonrió de una forma que de hecho parecía bastante más amable que la que había tenido desde Cole entró a ese sitio. Y entonces pronunció fuerte y claro su respuesta:
—No hay trato...
FIN DEL CAPÍTULO 98
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