Capítulo 93. Se te pasará
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 93.
Se te pasará
Ya era entrada la noche cuando los invitados inesperados de Matilda Honey decidieron que era hora de retirarse. La tarde había sido bastante amena, más de lo que Matilda hubiera esperado. Charlaron del pasado, del presente, y también un poco sobre el futuro. La Srta. Honey les preparó una cena ligera, así como unos refrigerios, y entre todos se comieron a pedazos el famoso pastel de chocolate que Bruce les había traído.
Todo había sido muy divertido. Pero era ya momento de dejar el país de los recuerdos, y volver a la realidad...
—Se nos fue el tiempo volando —señaló Lavender un poco sorprendida al salir tomada de la mano de Mandy, y ver el cielo estrellado sobre ellos—. Mi mamá me va a matar. Le dije que sólo me iría un par de horas, y ella quería que le ayudará a limpiar el horno. Ahora pensará que me escapé apropósito.
—¿Y no fue así? —Cuestionó Matilda, acusadora, y Lavender sólo sonrió con complicidad.
Sacó entonces su teléfono con la intención de pedir un transporte, pero Bruce rápidamente se le adelantó.
—Yo las llevo, Lavender —le ofreció el hombre joven, sacando sus llaves y presionando el botón para abrir los seguros de su elegante sedan color gris, estacionado frente a la casa. El auto soltó un pitido, y sus luces parpadearon.
—¿Enserio? —Musitó Lavender, claramente de acuerdo con la propuesta—. Siempre tan dulce, Bruce —murmuró alegre, girándose entonces hacia Matilda con mirada suspicaz—. ¿No es realmente dulce este chico?
Matilda sólo le respondió con una media sonrisa, ya para nada dispuesta en seguirle su juego. Aunque no era que estuviera muy dispuesta a hacerlo antes, en realidad.
—Gracias por venir a verme, a ambos —agradeció la psiquiatra, aproximándose hacia Bruce para darle un gentil abrazo de despedida—. Fue un gusto que nos reuniremos los tres después de tanto tiempo.
Tras unos segundos, Matilda se apartó de Bruce y se viró ahora hacia Lavender, abrazándola también del mismo modo.
—El gusto fue nuestro, Matilda —masculló su amiga, correspondiéndole su abrazo con un brazo, mientras con su otra mano seguía sujetando a su hija para que no se apartara de ella. La pequeña en realidad ya se veía bastante adormilada, y tenía su rostro pegado contra la pierna de su madre, y sus ojitos amenazaban con cerrarse. Una vez que su abrazo terminó, Lavender la cargó, acomodándola para que recostara su cabeza en su hombro. Y en cuanto lo hizo, la niña pareció caer dormida en un chasquido—. Debemos hacer algo antes de Acción de Gracias —propuso Lavender, susurrando un poco despacio—. Incluso podemos invitar a Hortensia y a Amanda Thripp.
—Sí, estaría bien —asintió Matilda, manteniendo su escueta sonrisa inmutable.
—Que estés bien, Matilda —añadió Bruce, ofreciendo además un último ademán de su cabeza como señal de adiós—. Espero que ese brazo se cure pronto, y que encuentren a esa niña.
—Muchas gracias, Bruce —respondió Matilda, correspondiendo su gesto del mismo modo—. Vayan con cuidado a casa.
Bruce y Lavender, y Mandy en los brazos de su madre, bajaron lentamente los escalones, y Bruce se apresuró a abrirle la puerta del copiloto a su amiga para que se subiera con mayor libertad.
—Despídenos de la Srta. Honey —solicitó Lavender una vez que ya estuvo sentada en su asiento.
Bruce cerró la puerta con cuidado un instante después. Luego rodeó el vehículo por el frente, virándose una última vez haca Matilda para despedirse agitando su mano, y ella le respondió desde el pórtico haciendo lo mismo. Bruce se subió, y un poco después el vehículo se alejó por el camino de la propiedad, con sus luces internándose en la oscuridad y desaparecido.
Matilda permaneció de pie, con su hombro sano apoyado contra uno de los posters del pórtico, y su vista puesta en donde el vehículo se había ido. Sin darse cuenta, comenzó a abrazarse a sí misma, pues al parecer la noche había refrescado un poco. Decidió entonces que era momento de entrar.
Durante todo ese rato, Matilda pareció relajada, y despejada de todas esas abrumadoras preocupaciones que la oprimían. Pero lo cierto es que era todo una simple fachada. Por detrás de sus risas y comentarios divertidos, una parte importante de ella estaba aún enfocada en todo lo que le había ocurrido antes de volver a esa casa y, en especial, en todo lo que Cole le había ido a decir. Y por más que lo intentó, no pudo sacarse todo aquello de la cabeza; y quizás, en realidad, no quería hacerlo.
Todo era tan apremiante y preocupante, que el tener que fingir normalidad como si nada pasara, sencillamente le resultó agotador. Hasta el punto de sentirse un poco molesta por la visita de Lavender y Bruce, y en el fondo desear que se fueran lo más pronto posible.
Aquel pensamiento ciertamente la hizo sentir algo de culpa. Lavender y Bruce eran personas tan buenas, y habían ido hasta ahí para verla y animarla; no merecían una amiga que no pudiera disfrutar su compañía...
«Esos pensamientos no son productivos y no te llevarán a ningún lado» se dijo a sí misma, al tiempo que entraba a la casa y cerraba con cuidado la puerta con llave, colocando además su pasador. Al virarse, divisó a su madre, observándola desde el arco de la sala, con una frazada alrededor de sus hombros y brazos, de seguro para mitigar al fresco.
—¿Te divertiste? —Le preguntó Jennifer con una alegre sonrisa en sus labios, misma que Matilda intentó imitar, pero de seguro sin mucho éxito.
—Sí, por supuesto —respondió intentando sonar lo más firme posible.
Jennifer se le aproximó lentamente, se paró delante, la observó en silencio unos momentos, y luego extendió sus manos hacia ella, colocándolas delicadamente sobre sus brazos.
—Pero creo que tu mente estaba en otros sitios, ¿cierto? —Le preguntó sin muchos rodeos, tomando a Matilda un poco por sorpresa.
—¿Fui tan obvia?
—No, descuida —negó Jennifer rápidamente—. Es que yo te conozco muy bien.
La antigua profesora de primaria aproximó su mano hacia el rostro de la muchacha, retirándole sutilmente algunos mechones de su rostro, como solía hacer cuando era niña (y cuando ya no era tan niña).
—Ese hombre que vino, ¿era de la Fundación? —Inquirió Jennifer con curiosidad, a lo que Matilda respondió asintiendo con la cabeza—. ¿Te trajo malas noticias?
—Algo así —susurró la psiquiatra, desviando un poco su mirada hacia un costado—. Ha sido un día agotador... Sólo quiero descansar.
—Anda —indicó Jennifer, y se inclinó entonces hacia ella, dándole un dulce beso en su frente—. Te subiré un té en un minuto, y tus medicinas.
—Gracias.
La Srta. Honey se dirigió entonces en dirección a la cocina, y Matilda comenzó a subir las escaleras. A mitad de camino intentó estirar un poco sus brazos para desperezarse, pero el dolor punzante de su hombro le recordó que aún no estaba bien, y la obligó a bajar de nuevo su brazo con más cuidado. Estaba considerando si acaso sería conveniente darse un baño y lavar bien la herida antes de acostarse, cuando escuchó su teléfono sonar.
Matilda aproximó su brazo hacia hacía atrás, tomando el teléfono del bolsillo trasero de los pantalones que usaba en esos momentos. Al revisar la pantalla, éste no mostraba el número que le marcaba, sino sólo la leyenda: "Número Privado." A veces alguno de los rastreadores de la Fundación le llamaba por números bloqueados como ese, en especial Mónica y su paranoia con la privacidad, así que supuso que podría ser precisamente ella. Pensó rápidamente si acaso le llamaba para darle alguna otra mala noticia sobre Eleven o Samara, y meditó si acaso sería capaz de afrontarlo en esos momentos. Pero no podía simplemente ocultarse en su caparazón: fuera lo que fuera, tenía que afrontarlo.
Sin titubear, aceptó la llamada y aproximó el teléfono a su oído.
—¿Diga? —Pronunció despacio, al tiempo que reanudaba su trayecto hacia la planta alta.
La voz que escuchó del otro lado no fue la de Mónica, ni de nadie más que ella conociera. Era la voz de un hombre, grave y seria, que sin algún saludo previo preguntó rápidamente:
—¿Hablo con la Dra. Matilda Honey?
—Ella misma. ¿En qué puedo servirle?
—Mucho gusto, doctora; y disculpe la hora. Me llamo Lucas Sinclair, soy amigo Jane Wheeler.
El nombre de aquella persona no le resultó familiar a primera instancia, pero la sola mención de Eleven la hizo estremecerse un poco, y la hizo volver a creer que aquella llamada era una mala señal.
—¿Pasó algo con...? —Intentó preguntar sin rodeos, pero el Sr. Sinclair se apresuró a responder, previendo cuál sería su cuestionamiento.
—Descuide, Jane sigue estable; sin cambio en su condición. Le llamaba por otro asunto.
Matilda respiró un poco aliviada, aunque casi de inmediato concluyó que la falta de cambio tampoco era algo bueno del todo, aunque de momento preferible a la alternativa. Se encaminó entonces a su habitación, y cerró con cuidado la puerta detrás de ella, mientras el misterioso Sr. Sinclair le explicaba ese "otro asunto" por el que le llamaba. Matilda supuso que sería algo referente a la Fundación, y de cierta forma tenía razón.
—No sé si El llegó a hablarle de mí en alguna ocasión. Trabajo para una agencia de investigación del gobierno que en ocasiones ha solicitado apoyo de la Fundación Eleven, y viceversa. Por ejemplo, hace unas semanas Jane me contactó para que la ayudara a usted y al Sr. Hobson con un pequeño problema con la policía de Portland, sino mal recuerdo.
—¿Fue usted? —Inquirió Matilda un poco sorprendida, mientras se sentaba en la orilla de su cama.
—Sólo pedí un favor a un amigo, así como El lo es para mí —aclaró el Sr. Sinclair.
Matilda recordaba claramente aquel suceso. El Detective Vázquez y la demás policía los tenían a Cody y ella prácticamente bajo custodia en aquel hospital, aunque no de forma oficial. Y con una sola llamada que recibió uno de los detectives, los habían dejado irse tras dar su declaración por escrito. Cody y Matilda supusieron que en efecto Eleven había intervenido para sacarlos de eso, aunque no sabían con exactitud el cómo; al parecer ahora ya lo sabía.
—Cómo sea —prosiguió el Sr. Sinclair—, el motivo de mi llamada es para pedir una vez más su apoyo en un asunto. Supongo que dada la situación actual de Eleven, usted se está haciendo cargo de la Fundación, ¿no es así?
El entrecejo de Matilda se arrugó un poco, intrigada por tal deducción.
—¿Por qué supone eso?
—El siempre habló de usted como su mano derecha; su persona de confianza. Nunca me lo dijo directamente, pero supuse que si algo le llegara a pasar, a ella le gustaría que usted se hiciera cargo de todo.
Matilda sintió que su respiración se cortaba un poco al oír tal cosa. ¿Ella?, ¿encargarse de la Fundación en lugar de Eleven? Nunca habían hablado de tal posibilidad, o al menos no recordaba que Eleven se lo hubiera mencionado o sugerido en alguna ocasión. ¿Eso era lo que ella quería? Recordó entonces como todos al parecer la llamaban la "Favorita de Eleven" a su espaldas, y se preguntó si acaso todos los demás igualmente esperaban que ella tomara el mando...
La posibilidad tan repentina la abrumó un poco, pero no tanto por el miedo a la responsabilidad, sino más bien por la idea de tomar el sitio de Eleven... cuando ella ni siquiera había muerto... Pero no dejó que dicho sentimiento la dominara, y especialmente que la pusiera en evidencia frente a esta persona desconocida.
—Lo siento, yo en estos momentos me estoy recuperando de una herida, así que no estoy del todo enterada de la situación con la Fundación. En cuanto pueda viajaré a Indiana para ver en qué puedo ayudar.
—Lo entiendo, escuché sobre lo que ocurrió en Eola —señaló el Sr. Sinclair, y Matilda no pudo evitar preguntarse qué tan enterado estaba en realidad al respecto—. No quiero exigirle demasiado, Dra. Honey. Solamente quisiera pedir el apoyo de uno de sus rastreadores con una investigación muy importante que necesito llevar acabo lo antes posible.
—¿Una investigación para el gobierno? —Musitó Matilda, desconfiada—. ¿Qué tipo de investigación?
—Es confidencial —respondió Lucas con voz un tanto apagada—, y me temo que sólo podría revelarle los detalles mínimos requeridos a la persona que acepte nos ayude.
—Lo siento, Sr. Sinclair. No puedo pedirle a un miembro de la Fundación que se involucre en un asunto en el que ni siquiera yo sé de qué se trata. Y estoy segura de que Eleven pensaría igual.
—Entiendo la situación en la que la pongo, Dra. Honey. Pero aclaro que no esperaba que este favor fuera a cambio de nada.
—Escuche, lo de Portland fue de mucha ayuda, pero aun así...
—Me refería a otra cosa —le interrumpió rápidamente, similar a cómo había hecho a inicios de la llamada. Guardó silencio unos instantes, y luego añadió—: Es de mi entendimiento que la Fundación, y en especial usted, podrían estar interesados en la ubicación actual de Samara Morgan. Era una niña que estaba a su cuidado, ¿cierto?
Matilda se paró abruptamente debido a la impresión de tales palabras. ¿Había realmente dicho lo que creyó oír?
—¿Usted sabe dónde está Samara? —Le preguntó con brusquedad, sin lograr ocultar del todo su excitación.
—Esa información también es confidencial, doctora —le respondió el Sr. Sinclair con una estoicidad casi marcial, que a Matilda exasperó un poco. Pero al mismo tiempo, el sólo hecho que supiera de Eola y de Samara, le hacía darse cuenta de que no estaba hablando con un simple "amigo" de Eleven.
—Si lo que dice es cierto, ¿por qué está hablando conmigo en lugar de comunicárselo a la policía? —Le cuestionó acusadora, y él le respondió del mismo modo frío de antes.
—Le aseguro que las autoridades que deben saber al respecto, ya saben lo que les es adecuado saber. Pero si usted me hiciera el favor de apoyarme con uno de sus rastreadores para mi investigación, yo estaría dispuesto a compartir ese dato también con usted. Sé de antemano que le sabrá dar buen uso.
Matilda guardó silencio, meditando un poco sobre todo lo que estaba diciendo. Se dio cuenta de inmediato que este hombre, quien quiera que fuera, sabía demasiado. No sólo sabía sobre Samara, sino que le estaba dando a entender qué también conocía las circunstancias "inusuales" de su secuestro, y posiblemente actual estancia con su "captor."
No le agradaba en lo más mínimo la idea de una persona que le hablaba con evasivas, que sabía tanto de ella y de ese asunto, y se sentía con el derecho de administrar y negociar con dicha información como le viniera en gana.
¿En verdad era amigo de Eleven?; le resultaba difícil verla relacionada con alguien así.
En cualquier otra circunstancia, hubiera rechazado tal ofrecimiento, colgado, y comunicado directo con Eleven para discutirlo.
Pero Eleven no estaba en esos momentos...
Y las circunstancias no eran las usuales; Samara no era sólo una paciente para ella, y de eso se había dado cuenta en su discusión con Cole de esa tarde.
Y también estaba Cole, y todo lo que le había dicho, y esa intención un tanto ambigua en sus palabras que le provocó preocupación.
Si lo que ese hombre decía era cierto y podía darle la ubicación de Samara, y si podía llegar a ella... tal vez podía ponerle fin a todo eso...
—Muy bien —suspiró tras unos instantes—. Acepto hablar con uno de los rastreadores para que lo apoye en lo que desee. Ahora dígame, por favor, ¿dónde está Samara...?
— — — —
Charlie lo tenía a unos centímetros de ella; al maldito arrogante que le había hecho todo ese daño a El y a Danny, con la guardia baja, y completamente ignorante de la amenaza latente que ella significaba. Lo único que Charlie tenía que hacer era concentrarse, dejar salir toda su energía directo en él, y hacerlo desaparecer de una maldita vez como había ido a hacer. Y entonces todo terminaría al fin...
—No me voy a sentar contigo con esa peste a alcohol que te cargas —escuchó de pronto que una de las niñas pronunciaba a un costado, llamando su atención, y las vio entonces aún en la acera discutiendo sobre cómo subirse.
—Qué delicada —le respondió Esther con sorna, pegándosele para hablar cerca de su rostro, molestándola con su aliento. Y en efecto Lily intentó retroceder, alejándose de ella.
—Yo me puedo sentar atrás si... —propuso Samara en voz baja, pero calló abruptamente cuando las tres escucharon la puerta del lado de Damien siendo azotada por éste.
—Súbanse de una maldita vez —espetó Damien irritado desde su asiento. Las tres se miraron entre ellas en silencio.
—¿Y sentarme con el señor simpatía? —Masculló Lily sarcástica—. Prefiero lidiar con la borracha. Además de que es tu culpa que esté de ese humor.
Y sin más, Lily se subió a la parta de atrás, y Esther la siguió alegre. A Samara no le quedó más que subirse en medio con Damien, algo que de momento no le alegraba tanto como lo había sido en el viaje de ida.
Charlie vaciló, observando toda aquella escena. No tendría problema en volar toda esa camioneta entera con Thorn y su guardaespaldas (que de paso estaba segura que había tenido la intención de matarla hace un momento por haber aflojado la lengua), e incluso con la chica que venía al frente. Pero esas tres niñas... ¿por qué iban ellas tres con ese sujeto? Fueran quienes fueran, no podía hacerlas volar también; no a tres niñas inocentes... como ella misma lo fue en alguna ocasión. Y ese pensamiento inevitablemente la paralizó, y le impidió realizar su esperado ataque.
Para cuando logró reaccionar, la camioneta ya se había puesto en movimiento y se alejó por la calle. Charlie simplemente se quedó de pie, observándola hasta que dio vuelta en la esquina.
Esa había sido una oportunidad de oro, y la había dejado pasar...
—Lo tenías en la mira —susurró Kali en su oído, sonando casi como un regaño.
La reportera suspiró agotada, y se forzó a recobrar su compostura lo más pronto posible.
—Esas niñas y la muchacha que venían con él también estaban en la línea de tiro —musitó despacio, procurando transmitir confianza en sus palabras—. No era el momento.
—Quizás no vayamos a tener otro —señaló Kali con desgano.
—Lo tendremos, te lo prometo —escuchó entonces que indicaba Abra con bastante seguridad en sus palabras—. Yo creo que hiciste lo correcto, Roberta. Gracias...
Charlie no pudo evitar sonreír por las palabras de la joven, al tiempo que se dirigía hacia la misma barda que había saltado, ahora con la intención de salir. Concluyó al igual que Abra que su accionar había sido el adecuado. Había hecho demasiadas cosas en su vida para condenar su alma; no necesitaba agregarle la muerte de tres niñas a su expediente. Así que de momento, su conciencia estaba tranquila.
Sin embargo, muy poco tiempo después terminaría por lamentar enormemente su decisión...
— — — —
El humor se había prácticamente apagado en la fiesta. La música no se volvió a encender, nadie nadaba en la alberca, y la mayoría estaba reunida en pequeños grupos charlando en voz baja sobre lo sucedido. Algunos ya estaban considerando la opción de mejor retirarse.
Dicho sentimiento se extendía hacia Rony. Ciertamente desde la llegada de Damien, lo que le ocurrió al televisor, y ahora rematando con esa pelea, si es que se podía llamar así... sus ánimos por seguir celebrando se habían mermado. Una vez que Thorn y sus acompañantes se retiraron, Rony se sentó en la sala en compañía de Joe, Crystal, Kelly y Cindy. Todos intentaban calmarse, e igualmente decidir qué hacer a continuación.
—¿No deberíamos de llamar a la policía o algo? —Propuso Crystal con seriedad.
—¿Para qué? —Respondió Rony de malagana.
—¿Cómo que para qué? Ese loco casi arroja Milton por el barandal.
—Y fue tan sexy... —masculló Cindy despacio con tono adormilado. Ella ya se encontraba bastante ebria para ese momento, y tenía recostada su cabeza sobre las piernas de Crystal. Igual eso no impidió que su comentario molestara a su amiga, y le diera un fuerte manotazo con su mano en su frente como represalia.
—Tú mejor ya no hables, Cindy —le reprendió Crystal—. No ayudas en ese estado.
La chica rubia se quejó y se sobó su enrojecida frente, mas no levantó su cabeza de sus piernas.
—Milton está hasta las cejas de coca —señaló Rony con severidad—. Llama a la policía y sólo provocarás que se lo lleven preso a él, sin mencionar a los que aún no tenemos edad legal para beber... Y de todas formas Thorn ya se fue, y aquí no pasó nada. Dejemos las cosas así.
Crystal lo miró con molestia, notándosele que no estaba de acuerdo con la decisión. Sin embargo, no dijo nada más como réplica.
—Milton se lo buscó —espetó Joe con disgusto—, yo vi cómo golpeó a esa chica. Le dijimos que dejara de meterse eso aquí, pero no hizo caso.
—Quizás ella hizo algo para provocarlo —masculló Cindy arrastrando sus palabras, lo que provocó que Crystal alzara su mano de nuevo amenazando con darle otro zape en su frente. Sólo fue una amenaza, pero igual ella reaccionó alzando sus brazos para cubrirse por reflejo.
—Ya, no importa, olvídense de todo eso —señaló Rony, parándose rápidamente de su asiento—. Lo mejor será que todos los demás se vayan. La fiesta terminó.
Y dada esa indicación, caminó apresurado hacia la escalera, quizás con la intención de ir a su cuarto y encerrarse ahí un rato. Crystal lo observó unos segundos, y luego se viró hacia Joe.
—¿Tú podrías encargarte de decirle a los demás? —le pidió la joven de bikini rosa, a lo que Joe asintió sin dudarlo.
—Yo me encargo de eso, tranquila.
—Gracias.
Crystal se retiró delicadamente la cabeza de Cindy de sus piernas. Y en cuanto su mejilla tocó el sillón, Cindy pareció quedarse dormida. Por su parte, Crystal se fue apresurada detrás de Rony para intentar calmarlo.
Joe se paró y se disponía a cumplir el cargo que le habían dejado. Antes de irse, sin embargo, su atención se centró en Kelly. Ella estaba sentada en un extremo del sillón, a un lado de Cindy. Tenía entre sus dedos una botella de cerveza a la que apenas y le había dado un par tragos. Su mirada estaba perdida en el televisor roto apoyado contra la pared, aunque era evidente que en realidad su atención estaba en algún otro sitio. En todo ese rato que habían estado sentados, ella no había dicho nada, y sólo había estado ahí pensando en... bueno, sólo ella pudiera decirlo.
—¿Tú estás bien? —Le preguntó Joe con gentileza, y aunque Kelly al inicio no pareció captar que dicha pregunta era para ella, tras unos momentos reaccionó y se volteó hacia él.
—Sí, yo... —vaciló un poco, sintiéndose algo dispersa—. Sólo estoy algo impactada por lo sucedido.
—Al menos nadie salió herido de verdad —señaló Joe conforme, y comenzó a avanzar hacia la puerta de la terraza—. Parece que Damien Thorn no era tan chico bueno como creías, ¿eh?
Kelly no le respondió, y su atención siguió puesta en el mismo punto de antes, y en sus mismos pensamientos.
No, definitivamente el Damien Thorn del que ella había oído hablar no encajaba en alguien que hubiera hecho o dicho lo que acababa de pasar. ¿Estaba acaso borracho?, ¿también estaba drogado quizás? Sí, era probable. Sin embargo, no podía quitarse la mente lo que le había dicho un rato antes de que todo eso ocurriera:
"La verdad es que... yo maté a mi primo Mark. Yo lo maté, con mis propias manos. Mi tío Richard lo sabía, y planeaba matarme a mí en venganza..."
Aceptó sin chistear la explicación de que le estaba jugando una broma de muy mal gusto. Porque obviamente tenía que ser eso, ¿o no? ¿Quién pudiera creerse una locura como esa? Y, sin embargo, tras ver lo que acababa de ocurrir, ese arranque de ira y disposición para jugar con la vida de otra persona de esa forma. ¿Podría ser posible... que no fuera del todo una broma...?
Dio entonces un sorbo de su cerveza, e intentó despejar su mente lo mejor posible. Aquello debía ser sólo una coincidencia, o un simple hecho aislado. La alternativa era simplemente horrible como para considerarla de verdad.
— — — —
—¿Qué habrá pasado allá afuera? —Musitó Lidya, mientras se amarraba de nuevo la parte superior de su bikini frente al espejo de cuerpo completo de la habitación—. Todo está muy callado.
Lidya y Charles habían sido de los pocos que no se habían percatado del incidente de la terraza entre Milton y Damien. Mientras todo aquello ocurría, ambos habían subido a una de las habitaciones vacías del tercer piso. Al principio se suponía que sólo iba a hablar sobre lo ocurrido con esa extraña niña, y sobre la tal Amanda. Sin embargo, en el fondo ambos sabían que al final "hablar" no era lo único que iban a hacer.
Siempre era lo mismo con ellos dos. Discutían por algo, se amenazaban de muerte, pero al final terminaban contentándose y volvían a no poder quitarse las manos de encima, como más temprano en la piscina. Y cuando Charles se metía una pequeña dosis de coca de por medio, sus ánimos se volvían el doble de insaciables, y Lidya siempre estaba ahí, dispuesta a satisfacerlos; excepto cuando no lo estaba, y entonces más recientemente Amanda se había ofrecido de voluntaria...
Como fuera, mientras en el exterior se formaba todo aquel alboroto, ellos estaban muy concentrados en lo suyo. Y sólo hasta que volvieron a vestirse se percataron de que algo había cambiado en el entorno, aunque aún no sabían qué con exactitud.
—Quizás vino la policía —respondió Carles con absoluta tranquilidad, al tiempo que vertía un poco de la cocaína que Milton le había dado sobre el buró a un lado de la cama.
—Si es así, guarda esa cosa —le regañó Lidya al ver a través del espejo lo que estaba haciendo. Aquello, sin embargo, no le agradó ni un poco al chico.
—No me digas qué hacer, ¿quieres? —Le respondió malhumorado, quizás alzando la voz más de lo que se le proponía. Y del mismo modo, esto no le pareció para nada simpático a su novia.
Sin decir nada, Lidya caminó apresurada hacia la puerta con la intención de irse.
—Oye, espera —masculló Charles, parándose y dando unos pasos hacia ella.
—Vete a la mierda —le respondió Lidya irritada, abriendo la puerta para luego azotarla con fuerza detrás de ella al salir.
Charles soltó una maldición silenciosa. Se debatió entre ir tras ella o no... por un par de segundos, antes de volverse a sentar en la cama y volver a lo que estaba haciendo hace unos momentos. Le gustaba Lidya, especialmente por la buena química sexual que tenían. Pero ciertamente a veces lo desesperaba tanto que le daban ganas de estrellarle su carita contra la pared. Aunque claro, nunca lo había hecho... aún.
Se inclinó sobre la línea de polvo blanco en el buró, y lo aspiró todo con fuerza a través de su fosa izquierda. Se incorporó justo después, haciendo su cabeza hacia atrás y dejando que su cuerpo asumiera la sustancia poco a poco. Charles no se consideraba en lo absoluto un maldito drogadicto que no sabía controlarse, como Milton; él sólo lo usaba antes y después del sexo para relajarse, y a veces para los exámenes. Lo tenía bajo control... todo bajo control...
Al abrir de nuevo los ojos y mirar a su alrededor, algo le resultó... diferente. La paredes de la habitación a su alrededor comenzaron a distorsionarse, a ondear como el movimiento las olas en el mar. Aquello lo confundió, e incluso asustó un poco. Se alzó como pudo de la cama, pero se sintió mareado, como si el suelo bajo sus pies se hubiera agitado. Avanzó tambaleándose, amenazando con caerse un par de veces, y casi se cayó de hocico, pero se agarró fuertemente del marco del espejo de cuerpo completo en el que Lidya se estaba viendo hace unos momentos. Al alzar su mirada al espejo y ver su propio reflejo, vio entonces su rostro, deformándose de una manera extraña, alargándose hacia abajo como si se estuviera derritiendo. Luego, observó horrorizado como pedazos de piel comenzaron a desprenderse de su cara, cayendo y dejando la carne viva expuesta.
Charles soltó un gemido de horror, y llevó de inmediato sus manos a su cara, pero en cuanto sus dedos tocaron su rostro se llevó de paso un pedazo entero de su nariz, que se quedó pegada a su mano, derritiéndose como la cera de una vela.
—¡¿Qué demonios?! —Gritó, sollozando de miedo—. ¡¿Qué me está pasando...?! ¡Ayuda!
Comenzó a correr desesperado a la puerta, aun tambaleándose en el camino, y sintiendo un ardor intenso en su cara, y en otras partes de su cuerpo en donde igualmente su piel había comenzado a caerse y a quedar en el suelo como pedazos de carne sin forma.
— — — —
Milton nunca había sentido que el efecto de la coca se le pasara tan abrumadoramente rápido, como le ocurrió tras esa horrible experiencia en la terraza. Ahora estaba resintiendo el dichoso "bajón" se solía darle después, acompañado de una migraña más intensa que las de costumbre. Y claro, todo eso además del sentimiento de humillación, impotencia, y bastante confusión y miedo que lo ahogaba. Incluso sus manos y piernas le seguían temblando un poco...
Rony básicamente lo había obligado a que fuera a lavarse la cara, y después se fuera a recostar en alguna habitación. Y aunque no lo había dicho directamente con palabras, era claro que no tenía deseo alguno de verlo en lo que restaba de la noche. Y para Milton aquello estaba bien; en realidad, no quería que nadie lo viera.
En aquel momento se encontraba en el baño del tercer piso, enjuagándose la cara con abundante agua. Adicionalmente buscó en el botiquín, encontrando algunas aspirinas; se había tomado tres de un sólo trago.
Más allá de lo horrible que había sido todo lo que había pasado, le causaba además un poco de intriga todo lo que aquel chico y esa niña habían dicho. ¿Qué significaba realmente todo eso de disponer de la vida de la gente como si fueran Dioses? ¿A qué estaba jugando ese demente con esas niñas? También le confundía qué había sido eso que había visto en los ojos de Damien. ¿Había sido una alucinación por la droga?; en todo el tiempo que llevaba de usarla, nunca le había provocado nada similar. Y la forma en la que Damien lo había jalado de vuelta a la terraza en último momento... ¿realmente había sido él?
Algo muy raro había ocurrido en ese sitio; mucho más de lo que los demás que habían estado ahí presentes podrían creer.
Al salir del baño, ya se sentía un poco mejor, aunque aún estaba demasiado inquieto. Quizás algo de sueño era justo lo que necesitaba.
De pronto, vio por el rabillo del ojo como una puerta en el pasillo se abrió abruptamente. Al voltear a ver, miró a Charles, saliendo del cuarto, tambaleándose mientras se sujetaba de las paredes. Parecía aturdido y muy asustado; pero en contraposición, no tenía la cara descarnada, ni estaba dejando rastros de piel a su paso cómo él creía.
—¿Charlie? —murmuró Milton, un tanto desconcertado al verlo—. ¿Qué te pasa...?
Charles alzó su mirada rápidamente hacia él, y sus ojos se cubrieron de un ferviente y profundo espanto. Ante él no se encontraba Milton, o quizás sí... Pero su cara era en esos momentos sólo un cráneo, con apenas remedos de carne pegados a él, y escasas hebras de cabello rubio cayendo sin orden ni forma hacia los lados. Su único ojo sobresalía de su cuenca, hincado como si estuviera a punto de explotar. Y al hablar, su quijada se abría de una forma desfigurada, y de su boca surgieron decenas de arañas que caminaron por su cara, colocándose una justo en ese horrible ojo hinchado.
—¡No te me acerques! —Le gritó una fuerza aguerrida—. ¡No me toques!
La reacción inmediata de Charles no fue correr precisamente, sino lanzarse contra esa cosa, empujándolo contra la pared. La espalda de Milton chocó con fuerza contra ésta, golpeándose fuertemente la parte posterior de su cabeza. Aquello lo aturdió demasiado, pero no lo suficiente para no sentir como un ofuscado Charles lo tomaba de sus ropas y lo sacudía, estrellándolo repetidas veces contra la pared.
—¡Charlie!, ¡soy yo...! —Intentaba Milton de decirle, pero Charles no lo escuchaba en lo absoluto.
El atacante jaló entonces su puño derecho hacia atrás y lo dirigió con todas fuerzas hacia la cara de Milton. El impacto fue tan potente que le desencajó la mandíbula. Su cuerpo se precipitó hacia un lado, y luego cayó al piso de costado. Pero una vez ahí, Charles no dejó las cosas así, y prosiguió ahora a patearlo repetidas veces, una y otra vez en su cabeza, como si quisiera aplastar cada una de esas arañas, y asegurarse que esa cosa nunca se volviera a levantar.
Y siguió así por un buen rato, hasta que Rony rápidamente se la aproximó por detrás, lo tomó de los brazos y lo jaló.
—¡Charlie!, ¡déjalo! —Le gritó horrorizado, mientras lo jalaba. Charles se agitaba violentamente, soltando alaridos incomprensibles al aire.
Mientras Rony lo sujetaba, Crystal se aproximó apresurada a Milton. El chico estaba ahí tendido, completamente quieto, con su cara totalmente roja e irreconocible por todos aquellos golpes. Su apariencia la espantó enormemente, pero se sobrepuso lo suficiente para agacharse a su lado para revisarlo.
—Milton, ¿puedes oírme? Milton... —Intentó agitarlo como queriendo hacerlo despertar, pero no hubo respuesta. Se aproximó más acercando su oído a su rostro, y el abrumador silencio que percibió la dejó azorada—. Oh, por Dios... —susurró despacio, y se viró rápidamente hacia Rony—. ¡No está respirando!
—¡Llama una ambulancia, rápido! —Le indicó Rony, que aún intentaba de someter a Charlie. Crystal se apresuró rápidamente de regreso a la habitación de ambos, en busca de su teléfono, escuchando los gritos descontrolados, casi salvajes, de Charles mientras se alejaba.
— — — —
Lily Sullivan abrió sus ojos de nuevo justo cuando estaban cruzando la reja principal del residencial, y una sonrisa de satisfacción se dibujó de inmediato en sus labios. Aquello no pasó desapercibido para Esther a su lado, que reconoció que esa sonrisa no era sólo por qué sí.
—¿Qué hiciste ahora? —Le cuestionó curiosa, estando casi recostada por completo sobre su asiento. Lily la volteó a ver unos instantes, aun sonriendo del mismo modo, y entonces le contestó con un tono juguetón:
—Nada...
Y claro, bajo su lógica ella no había hecho absolutamente nada. Y cualquiera a quien ese bastardo que la había tomado y amenazado de esa forma le dijera lo que había visto, o creído ver, estaría de acuerdo. Todo habría sido obra de la droga, pero eso no le importaría mucho a la policía cuando llegara. Y el otro tipo que había recibido la paliza, desde ahí podía percibir que no la libraría; no lo tenía planeado de esa forma, pero igual se lo merecía.
Eso les enseñará a cuidar más con quien se meten la próxima vez... si es que había tal próxima.
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El viaje de regreso fue bastante más silencioso que el de ida para Damien y sus acompañantes. Pero todos los presentes en la camioneta estuvieron bien con eso, pues ninguno tenía humor para platicar, y cada uno prefirió dedicar ese tiempo para meditar por su cuenta en lo ocurrido en aquella fiesta. A algunos, por supuesto, les había afectado más que a otros.
Ya era cerca de la medianoche cuando el grupo entró al pent-house. Para ese momento los ánimos en general parecían haberse calmado; al menos Damien en particular se sentía más tranquilo. Pero una de ellos parecía estar incluso más encendida que antes.
—Bien, gracias por la hermosa velada, mocoso —musitó Esther, mientras se quitaba sus zapatos y agitaba sus piernas para que estos cayeran en dirección a la sala, y se quedaran ahí en la alfombra sin intención de recogerlos. Le siguieron poco después su peluca y los anteojos de su disfraz de Jessica—. Ahora yo haré mi propia fiesta, ¿sí? Con su permiso.
Y sin más, la mujer de Estonia se dirigió derecho al cuarto que compartió con las otras dos, con las dos botellas que se había robado en sus manos. Y justo como lo había dicho, parecía que tenía intención de seguir bebiendo un rato más. Lily sólo soltó un quejido de molestia al ver esto, pero de todas formas se dirigió también al cuarto; fuera como fuera, ella sólo quería dormir.
Samara se disponía a seguirlas igual, pero sus intenciones fueron interrumpidas.
—Samara, aguarda un momento —indicó Damien con algo de severidad, sintiéndose casi como si aquello fuera una orden.
La niña se detuvo en seco en su sitio y se giró lentamente a verlo. Damien caminó lentamente hacia el sillón individual de la sala, y se dejó caer de sentón en éste. Luego extendió su mano hacia el sillón más grande a su izquierda, indicándole que tomara asiento; de nuevo, sintiéndose como si fuera casi una orden.
Samara vaciló unos instantes, pero luego se acercó cautelosa al asiento que el muchacho le ofrecía, y se sentó en el puesto más cercano a él. Mientras esto ocurría, Verónica se había quedado de pie, un poco por detrás de Damien, observando todo en silencio. No sabía si lo que fuera a ocurrir sería algo que debía oír o no, pero al menos de momento nadie le había indicado que se fuera. Quizás Damien se había olvidado de que ella estaba siquiera ahí.
—¿Estás molesto conmigo? —Murmuró Samara cabizbaja, con sus cabellos negros cayendo sobre su rostro.
—Decepcionado, más bien —respondió Damien, un tanto sombrío—. ¿Por qué hiciste eso?
—Lo siento, lo hice sin pensar...
—Pero querías hacerlo, ¿o no? —señaló Damien acusador, a lo que Samara no fue capaz de responder de inmediato.
Los dedos de sus manos se movieron nerviosos sobre la tela amarilla de su vestido, apretujando un poco la tela entre ellos.
—Ya he visto demasiadas muertes estos día —musitó despacio tras unos momentos, apenas logrando ser escuchado—. Solamente no quería ver una más en este momento...
Damien la observó con dureza, como un maestro reprendiendo a un estudiante que acaba de cometer una estupidez, y al parecer no era aún siquiera capaz de comprender que lo fuera. Sin embargo, su expresión se fue relajando poco a poco, y con un último suspiro al parecer dejó salir el poco enojo que tenía dentro. Era un poco extraño; con la mayoría de la gente no tenía reparo en demostrar su furia, pero con Samara era diferente. Por algún motivo, no sentía que podía (o debía) permanecer demasiado tiempo enojado con ella.
El chico apoyó sus codos sobre sus muslos, y se inclinó un poco hacia ella para poder hablarle de más cerca.
—Tú problema es que sigues viéndote a ti misma como igual a estas personas, y piensas que éstas te ven del mismo modo. Pero no es así; tú nunca serás como ellos, y ellos no quieren que tú lo seas. A estas alturas pensé que ya lo habías entendido.
—Lo entiendo —respondió Samara rápidamente, alzando al fin su rostro hacia él—. La verdad es que sí lo entiendo. De hecho, cuando te vi ahí sujetando a ese chico de esa forma, no estaba en realidad aterrada o molesta como lo parecía...
Su voz sonó un tanto eclíptica, y lentamente se fue volteando hacia un lado, más no volvió a agachar la mirada del todo.
—La verdad es que no sentí casi nada; como si en verdad no me importara en lo absoluto. —Aquella extraña explicación desconcertó un poco Damien—. Y eso es lo que en verdad me asusta —añadió Samara, inquieta—, cómo cada vez todo esto me afecta un poco menos...
A Damien aquello no le quedaba del todo claro, pero de cierta forma sí lo suficiente para comprender lo que estaba tratando de decirle; e incluso sentirse un poco identificado.
Ambos se quedaron en silencio algunos segundos, hasta que Samara se volvió de nuevo hacia él, en apariencia más calmada tras haber sacado eso de su pecho, y le dijo:
—Por favor, no estés enojado conmigo.
—Tranquila, no lo estoy —respondió Damien sin vacilar, y extendió una mano hacia ella, dándole un par de palmadas reconfortantes en una de sus manos—. Mientras no vuelvas a usar tus trucos conmigo, yo no lo haré contigo, y estaremos en paz. ¿De acuerdo? —Samara asintió lentamente como respuesta—. Lo creas o no, entiendo lo que sientes. Yo también pasé por algo parecido cuando tenía más o menos tú edad... Pero se te pasará, igual que a mí.
Su último comentario fue acompañado de una sonrisa inusualmente amistosa, la cual no tardó en contagiarse a Samara. A pesar de su habitual apariencia apagada, en verdad resultaba ser una niña muy linda cuando sonreía.
—Ahora descansa —le indicó Damien, ya no sonando como una orden, pero quizás en parte lo era. Luego el muchacho se puso de pie y se aproximó caminando hacia las puertas de cristal de la terraza.
—Sí, tú también —le respondió Samara siguiendo con su mirada su andar. Se paró entonces del sillón y comenzó a caminar a su cuarto, pero no sin antes fijarse unos momentos en la tercera persona en la sala y decirle—: Buenas noches, Verónica.
—Buenas noches —le respondió la joven italiana, asintiendo con su cabeza.
Samara se alejó entonces caminando por el pasillo, desapareciendo rápidamente de la vista de Verónica. Cuando la niña se fue, centró entonces su atención en Damien. Éste se había parado justo delante de las puertas de cristal, viendo hacia el exterior en silencio, con postura pensativa mientras tenía sus manos en los bolsillos de su pantalón. Verónica se la aproximó cautelosa por un costado, parándose a su lado. Él no la miró, pero fue claro que su presencia no le era ajena.
—¿Y tú cómo estás? —Murmuró el chico en voz baja, quizás intentando sonar lo menos interesado posible.
—Bien, gracias —asintió Verónica—. Pero no lo entiendo, ¿por qué me defendiste?
—¿Eso hice?
«Eso me pareció al menos» pensó Verónica para sí misma. No veía lógico que hubiera atacado a Milton de esa forma enteramente al azar.
—Te expusiste demasiado, ¿no lo crees? —Añadió la joven rubia—. No tenías que hacerlo, en especial por mí...
—No, no tenía. Pero cómo tú misma dijiste, en realidad no me importa mucho en estos momentos exponerme o no.
Verónica agudizó un poco su mirada, escéptica.
—¿Así que sólo fue una excusa para crear alboroto?
—¿Esperabas algo más? —Ironizó Damien, volteándola a ver de reojo—. No te creas tan especial, perrito faldero.
No supo cómo interpretar esas palabras, pero al menos sonaba como el Damien que ella conocía bien. Y eso, por extraño que pareciera, la hizo sentir un poco más tranquila.
—Pues por el motivo que haya sido, gracias —musitó Verónica con un ademán de agradecimiento de su cabeza. Damien no le respondió nada, y simplemente se viró de nuevo hacia las puertas de cristal.
Verónica sintió en ese momento como su teléfono comenzaba vibrar en el bolsillo de su pantalón celeste. Se apresuró rápidamente a sacarlo, y en cuanto vio la pantalla su respiración se detuvo unos momentos. El nombre del contacto que llamaba se mostraba claramente: Ann Thorn. De seguro ya era de mañana en donde quiera que estaba en esos momentos.
—Es tu tía —le informó cautelosa a Damien, pero éste no pareció impresionado—. Sabes que tendré que reportarle todo lo que pasó, ¿verdad?
—Te perdería el poco respeto que te tengo si no lo hicieras —le respondió con indiferencia, con su mirada fija en el exterior.
¿El poco respeto que le tenía? Eso era muchísimo más de lo que esperaba escuchar viniendo de él... al menos que fuera algún tipo extraño de sarcasmo.
Verónica se alejó entonces unos pasos, aceptó la llamada, y acercó el teléfono a su oído mientras seguía andando en dirección a su cuarto.
—¿Hola...?
Por su parte, Damien permaneció de pie en el mismo sitio. Sin mirar nada en específico, ni tampoco pensar en algo particular. Simplemente intentando despejar su mente de esas pequeñas y mundanas preocupaciones.
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Samara ingresó cabizbaja a la habitación que compartía con las otras dos chicas. No estaba muy segura aún si la conversación con Damien le había ayudado a sentirse mejor, o quizás incluso peor. Pero lo cierto era que ya no quería seguir pensando más en lo ocurrido; sólo quería recostarse y descansar, y dejar cualquier cosa para otro día.
Además, tenía el presentimiento de que esa noche dormiría mejor que otras veces, pues no había vuelto a sentir la presencia de la Otra Samara desde lo ocurrido con la pantalla de la casa de playa. Fuera lo que fuera que aquella chica desconocida había hecho, al parecer la había alejado, pero sabía que no sería para siempre. Así que debía aprovechar mientras podía.
«La chica» pensó de pronto, deteniéndose en el marco de la puerta. Con todo lo sucedido después, se le había olvidado la extraña visión que había tenido sobre aquella chica rubia, y que luego simplemente desapareció en un parpadeo... ¿Debería contarle a Damien sobre eso? Quería hacerlo, pero no lo sentía apropiado, considerando que aún no estaba del todo segura de que le haya perdonado del todo lo que hizo. Quizás lo haría mañana, sino es que lo recordaba.
—Al fin llegaste —escuchó que la voz de Esther pronunciaba alegremente, haciéndola alzar su mirada—. Ven, acompáñame en un brindis, ¿quieres? —Le pidió efusivamente, mientras servía un poco del contenido de una de sus botellas en un par de taza de la cocina que tenía sobre el buró a un lado de la cama. Esther estaba sentada en la orilla, meciendo sus pies alegremente mientras tarareaba una canción.
—Está fuera de control —añadió Lily justo después—. Más que de costumbre...
La niña de Portland estaba sentada en una silla a un costado del cuarto, leyendo aburrida una de las revistas de la sala. Ya se había quitado sus zapatos y su suéter, pero aún no se ponía su pijama.
Samara se aproximó cautelosa hacia Esther, como si se acercara a un perro que no sabía aún si era agresivo o no. Se sentó entonces a su lado en la orilla de la cama, manteniendo una distancia prudente entre ambas. Esther le extendió una de las tazas, pero Samara la rechazó negando con su cabeza. Esther sólo se encogió de hombros, y se empinó ella misma el licor de la taza.
—¿Estás bien? —Le preguntó la niña de Moesko con suavidad.
—Por supuesto que estoy bien —respondió Esther con fuerza, alzando ambas tazas servidas por encima de su cabeza—. Estoy de fiesta, ¿no lo ves? Por ustedes, estúpidas mocosas, y por todas las bendiciones que han traído a mi vida; ¡salud! —Pronunció con algo de ironía, haciendo chocar ambas tazas una contra la otra como si brindara con otra persona.
—Has estado un poco diferente estos días —señaló Samara tras observarla en silencio unos momentos.
Esther rio divertida, casi histérica. Se hizo hacia atrás pegando su cabeza contra la cabecera de la cama, y entonces le respondió.
—¿Un poco diferente cómo?, dime.
—Creo que estás triste —indicó Samara rápidamente, tomando un poco por sorpresa a Esther, pero también a Lily que incluso alzó su mirada de la revista para verlas.
—¿Triste? —Pronunció la niña castaña con sarcasmo, cerrando la revisa y dejándola a un lado con la intención de poner un poco más de atención a lo que acontecía delante de ella.
Esther se vio pasmada unos instantes, pero luego su sonrisa y aparente buen humor volvieron de golpe, como si le acabaran de prender un interruptor en su espalda que la hiciera reaccionar.
—¿Triste?, ¿yo? —Masculló risueña, inclinándose un poco hacia Samara, llegando incluso a picarle un poco su mejilla con un dedo—. Pero si soy la persona más feliz de este pent-house de... ¿Cuánto crees que cueste este sitio...? Cómo sea, ¿por qué dices esas cosas?, ¿eh? ¿Te has estado metiendo en mi cabeza así como ella? —Inquirió, señalando con una de sus tazas hacia Lily.
—Yo no me meto a tu cabeza —espetó Lilith rápidamente, casi horrorizada por la acusación—. Me asusta lo que podría encontrar ahí adentro.
—Creí que nada te asustaba —Canturreó Esther con sorna, dando un sorbo más de su bebida. Luego miró fijamente a Lily con sus ojos entrecerrados, como si fuera ahora ella quien tratara de meterse a su mene de alguna forma—. Pero qué bien que no has entrado aquí —se señaló entonces, pegando una de las tazas contra su sien—, porque según recuerdo te debo una cosita.
—¿Sólo una?
—Habló enserio, pequeña dulzura. Esta mañana te dije que si me contabas si eras un demonio o no, yo te contaría mi pequeño secreto. ¿Ya lo olvidaste?
—En realidad sí —contestó Lily, encogiéndose de hombros con desinterés. Pero aquello no era del todo cierto; por supuesto que sí recordaba esa conversación, más de lo que ella quería, y Esther lo sabía.
La alegre mujer de Estonia dejó una de las tazas sobre el buró, subió por completo sus pies a la cama, y se sentó acomodando su espalda contra los almohadones a la cabeza.
—Pues igual te lo voy a contar. Así que ven, acércate —le indicó, palpando con su mano libre la cama, justo a su lado. Lily la miró fijamente con desconfianza—. Anda, no te voy a morder; aunque no es que no te lo merezcas, pequeña perra...
Aproximó entonces la orilla de la taza a sus labios, la inclinó un poco, y comenzó a sorber de ella como si fuera un delicioso chocolate caliente, y no... bueno, ya no estaba segura qué era, pero era fuerte y era alcohol, y era lo único que le importaba.
Lily, por su parte, dibujó una mueca de hastío al oír los desagradables sonidos que hacía, y pareció insegura entre acercarse o no. No era que le tuviera miedo, pero ciertamente le causaba una inusual incomodidad el verla en ese estado. Recordaba que su padre de vez en cuando bebía; algo inevitable debido al constante estrés que le provocaba tener una hija tan "especial" como ella. Y cuando lo hacía, solía envalentonarse para decirle cosas que normalmente no haría, y a veces soltaba bastante de más la lengua. Muchas veces se sintió tentada a hacer que se la mordiera hasta arrancársela, pero se conformaba con atormentarlo de otras formas más divertidas.
¿Qué haría si a esta mujer se le ocurría, al igual que a él, soltar su lengua de más? No lo sabía de momento, pero quizás sería hora de descubrirlo.
Soltó entonces un pesado suspiro, se paró de la silla y caminó a la cama. Se sentó en ésta, pero por supuesto no cerca de Esther; de hecho se quedó en el extremo contraria a ella. Esther sonrió divertida, y entonces se paró en sus rodillas y fue ella quien se le acercó. Lily se mantuvo firme en su sitio, sin intención de mostrarse intimidada por ella.
—Mi secreto es que —susurró Esther despacio, inclinando su rostro hacia ella, y golpeándola de nuevo con su desagradable aliento—, al parecer, yo sí lo soy.
—¿Sí eres qué? —Musitó Lily molesta, empujándola con su mano para alejarla de ella. Esther cayó de sentón en la cama, derramando un poco de alcohol en su atuendo, y unas gotas en el cobertor. Pero en lugar de molestarse, volvió a reír, incluso peor que antes.
—¡Soy un demonio! —Soltó con entusiasmo entre risa y risa—. Soy un monstruo, un asqueroso vampiro que se alimenta de la vida de sus víctimas... A que ninguna se lo imaginaba, ¿eh?
Samara y Lily la miraron fijamente en silencio, obviamente sin entender ni un poco sus enigmáticas palabras.
—¿A qué te refieres? —Musitó Samara, dudosa de qué sería lo que recibiría como respuesta.
Antes de responderle, Esther se empinó la taza en su mano, bebiendo lo poco que quedaba en ella.
—Verán, resulta que esto...
De la nada, estiró su brazo hacia el buró, y estrelló con fuerza la taza contra éste, astillándolo y haciendo que ambas niñas se sobresaltaran, sorprendidas por el golpe tan repentino. La intención de Esther al parecer era romper la taza, pues la golpeó dos veces más con bastante fuerza, hasta que se partió a la mita, quedándose ella con una parte sujeta por el aza. Luego, aproximó el pedazo de afilada porcelana a su mano, y ambas supieron de inmediato lo que haría.
—No lo hagas... —le pidió Samara, pero Esther no le hizo caso.
Esther Presionó con fuerza la orilla de la porcelana contra su palma, y luego la jaló rápidamente hacia un lado. Un agudo quejido de dolor se escapó de sus labios, y por reflejó apretó fuertemente su puño. Su sangre roja comenzó a escurrir por su mano, manchando con algunas gotas el cobertor.
—¡Esto...! —Exclamó Leena con fuerza extendiendo su mano hacia ellas para que vieran su horrible cortada, y también como poco a poco se fue cerrando, dejando sólo las manchas rojas en su lugar—. Esto ocurre porque mi cuerpo le roba la vida a la gente que asesino. Cada vez que mató a alguien o estoy cerca de alguien que muere, mi cuerpo se alimenta de él o ella. Y eso me hace fuerte, resistente, y me ayuda a curarme así de rápido. ¿Qué les parece eso?, ¿eh?
Ambas siguieron en silencio.
Esther se volvió a inclinar contra las almohadas, y con su mano aún manchada de rojo buscó a tientas la otra taza que tenía servida, sin voltear a ver el buró.
—Al parecer no volví a la vida esa noche en el hielo por la bondad de Dios, cómo creí; en realidad nunca salí de esas frías aguas... Lo que salió sólo fue un remedo der ser, una criatura inhumana, un demonio vacío sin nada aquí dentro... —indicó apretando con fuerza la tela de su vestido en el área de sus pecho—. Aunque bueno, no es que hubiera mucho antes, si lo pienso bien...
Su voz se había apagado considerablemente en comparación a cómo había estado hasta entonces. Era como si al fin se hubiera cansado de fingir que nada le molestaba, y que se encontraba celebrando como bien había repetido varias veces. En su lugar, el aire que la rodeó en ese momento fue mucho más similar al sentimiento que Samara acababa de describir hace poco: tristeza.
Una vez que sus dedos se encontraron con la taza, la tomó, la acercó a sus labios, y volvió a beber de ella como lo estaba haciendo antes de su demostración.
—¿Quién te dijo todo eso?, ¿ese sujeto? —Cuestionó Lily con sequedad, sonando casi como una acusación, apuntando con su cabeza a la sala para señalar hacia Damien. Esther sólo se encogió de hombros sin responder, aunque fue claro para Lily de que en efecto así había sido—. Eres una idiota si le crees lo que te diga. Lo esperaba de esta retrasada —señaló entonces a Samara, tomando a esta un poco desprevenida—, pero pensé que al menos tú eras un poco más lista.
—No sólo me lo dijo, me lo demostró —le corrigió Esther, alzando un dedo hacia ella de forma sobreactuada—. ¿O acaso tú en tu gran cabecita tienes una mejor explicación a qué soy?
—No tengo idea de qué eres, y no me importa —espetó Lily, estoica—. Pero aunque lo que dices sea cierto, ¿por eso estás haciendo este espectáculo? ¿Te alimentas de la gente que matas?, ¿y eso qué? Ahora sabes lo que tienes que hacer para seguir con vida todo lo que desees: alimentarte bien.
Esther la volteó a ver apenas lo suficiente por encima de la orilla de su taza, y Samara percibió que algo estaba cambiando en ella... y eso la puso nerviosa.
—Claro —musitó Esther, despacio y fríamente—. Para ti todo es muy simple. A ti nada ni nadie te importa un comino, ¿cierto? Sólo vas por la vida secando a la gente de su felicidad hasta que quedan como pasas, y luego pasas al siguiente. Y todo eso lo haces por mera diversión...
Lily rio sarcástica al escuchar tal acusación, y le sonrió con astucia y arrogancia, como siempre lo hacía.
—Por favor, no te atrevas ahora a decir que eres muy diferente de mí...
—¡Tú no te atrevas a decir que soy igual a ti! —Gritó Esther de golpe y sin aviso, con su cara enrojecida, y cambiando abruptamente todo su humor como si de pronto fuera otra persona. Aquel cambió desconcertó a ambas chica, pero lo hizo aún más el hecho de que al mismo tiempo que gritaba aquello, había tomado la taza de su mano, y la había lanzado con todas sus fuerzas directo contra Lily...
La niña no tuvo oportunidad de reaccionar, y la taza terminó irremediablemente golpeándola directo en la frente, por encima de su ceja izquierda. La cabeza de Lily se hizo hacia atrás por el impacto, y rápidamente su cuerpo reaccionó alzándose de la cama y retrocediendo unos pasos. Soltó un fuerte quejido de dolor, y se aferró con ambas manos al sitio golpeado, cayendo posteriormente de rodillas en la alfombra.
Samara, alarmada, se paró rápidamente y se le aproximó por un costado. La taza yacía el suelo, astillada en un borde por el golpe, pero en su mayoría entera. Lily seguía soltando varios quejidos inentendibles mientras se sujetaba su frente, pero a Samara además le pareció percibir que sollozaba un poco. Notó además que un hilo rojo escurría por su palma y caía a la alfombra.
—Estás sangrando —señaló Samara, asustada—. Vayamos con Damien y Verónica, ellos pueden...
—¡No me toques! —Exclamó Lily con furia, empujándola con violencia hacia atrás. El delgado cuerpo de la niña de vestido amarillo se hizo hacia tras, cayendo también de sentón al suelo.
Esther entonces se aproximó a la orilla de la cama, colocándose de rodillas justo en ésta y viendo a Lily hacia abajo con enojo inundando su rostro. Lily la volteó a ver también, e igualmente la rabia se desbordaba por sus poros, así como las lágrimas brotaban sin remedio de sus ojos...
—¿Crees que todo lo que he hecho, todo lo que te he contado, lo hice por gusto? —Espetó Esther con brusquedad—. ¿Qué lo hice porque lo disfrutaba?, ¿porque me quería comer a toda esa gente? ¡Tu patética mentecita de diez años jamás podría entenderme! Así que escúchame bien, estúpida: todo lo que he hecho, cada maldita cosa, y cada maldito asesinato... ha sido siempre y únicamente por amor... Siempre ha sido por eso. Lo único que he querido toda mi maldita vida es que alguien me ame; un padre, una madre, una hermana, un amante... Pero nunca he podido sentir el calor del amor real. Todo lo que conozco desde que nací es el frío del odio, la indiferencia... y el rencor.
Ester soltó entonces un quejido de desagrado, y añadió por último:
—Pero, ¿qué puede saber cualquiera de ustedes dos, pequeños monstruos, sobre el amor? Ustedes están tan vacías por dentro como yo...
Lily se alzó abruptamente, parándose firme justo delante de ella. Retiró su mano de su frente, revelando el área ovalada y enrojecida donde había recibido el golpe, que tenía además una herida en diagonal por la que le escurría un rastro de sangre. Toda la parte izquierda de su frente y el área de ojo estaban embarradas de rojo por culpa de sus propias manos. Sus ojos estaban enrojecidos y húmedos, y respiraba agitadamente en pequeños sollozos.
En el tiempo que llevaba de conocerla, Esther nunca la había visto así. Por poco y parecía una niña normal, llorando descorazonada por un golpe que se había dado. Pero detrás de esos ojos llorosos y ese rostro de pujido, Esther pudo ver esa ira y amenaza tan latente en ella que le había acompañado desde que la conoció, pero esa vez era incluso mayor. Y Esther comprendió claramente lo que estos significaba: estaba furiosa, como nunca lo había estado en su presencia.
En lugar de asustarse o preocuparse, sin embargo, Esther sonrió complacida, casi como si eso hubiera sido justo lo que esperaba que pasara.
—Anda, dame tu mejor golpe, brujita —le retó con la mirada en alto, extendiendo además sus brazos hacia los lados—. Lánzame la peor pesadilla que me tengas reservada. Hazme alucinar con mi madre, con mi padre, con Kate, ¡con lo que te dé la gana!, ¡ya no me importa! ¡Vamos!
Lily permaneció inmóvil y en silencio, contemplándola aún con la furia desmedida apoderada de ella. Sus puños se apretaban con fuerza, y su boca se encontraba torcida en una dolorosa mueca sin forma. Tanto Esther como Samara estaban seguras e que haría justo lo que la mujer de Estonia le había provocado a hacer. Sin embargo, para su sorpresa, no lo hizo.
Poco a poco la respiración de Lily se fue calmando, y su rostro se relajó. Sus sollozos, que por un momento amenazaron con convertirse en llanto, se fueron apaciguando hasta desaparecer. Y llegado ese punto, se paró de nuevo con firmeza, y con una mano se presionó su herida, mientras con la otra se tallaba sus ojos para limpiarse cualquier rastro de lágrimas que hubiera quedado en ellos.
—Eres patética —espetó con fuerza—. Las dos lo son...
Y sin más, se viró hacia la puerta y caminó hacia ella, sin voltear a ver a ninguna. Al salir, azotó la puerta con fuerza a sus espaldas, casi haciendo retumbar las paredes al hacerlo. Y una vez que se fue, el silencio que quedó en su lugar se volvió un tanto incómodo para las dos que restaban.
—Eso no me lo esperaba —musitó Esther despacio, y justo después se dejó caer de sentón en la cama, para posteriormente hacer su cuerpo hacia atrás, recostándose de espaldas con su rostro fijo en el techo, y ahí se quedó.
Samara se paró y la miró con seriedad.
—¿Necesitas algo? —Le preguntó con un tono neutro, que no revelaba a simple vista si lo que acababa de ocurrir le molestaba o no.
—Tengo todo lo que necesito en estos momentos —le respondió Esther con voz apagada, teniendo su vista aún en el techo.
Samara se retiró también del cuarto, aunque de forma mucho más discreta y silenciosa.
Esther se giró, recostándose sobre su costado derecho, y sus parpados no tardaron mucho en cerrarse. Se sentía bastante adormecida por todo el alcohol que había bebido...
FIN DEL CAPÍTULO 93
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