Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 89. No la abandonaré

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 89.
No la abandonaré

Ese mismo día en la tarde, Matilda tenía una cita con el Dr. Shawn, un viejo amigo pediatra de Jennifer Honey que había sido el encargado de tratar prácticamente cualquier mal de su hija adoptiva, desde que era niña y hasta antes de que se fuera a estudiar la universidad. Siendo ya una mujer adulta de casi treinta años, a Matilda le resultaba un poco extraño el ir consultar a un pediatra, y aún más considerando que su motivo para verlo era una herida de bala; si hay algo en lo que un pediatra tiene experiencia, es en heridas bala, ¿no? Bueno, puede que en algunos casos tristemente fuera así...

Como fuera, lo único que necesitaba era a alguien de confianza que le diera seguimiento, y le retirara los puntos llegado el momento; en especial antes de que se decidiera a hacerlo ella misma.

El consultorio actual del Dr. Shawn se encontraba en el Torrance Memorial Medical Center al sur de Los Angeles, lo que implicaba un viaje de un poco más de media hora desde la residencia de las Honey en Arcadia. Jennifer de inmediato se ofreció a acompañarla y llevarla en su vehículo, sin lugar alguno a la negociación. Durante todos esos días, la maestra se había comportado incluso más sobreprotectora de lo que Matilda había esperado. Y en parte estaba bien, pues ese reposo casi absoluto era quizás lo que le estaba ayudando a recuperarse rápido.

Luego de aguardar unos quince minutos en la sala de espera, las hicieron pasar al fin a la oficina del Dr. Shawn. El pediatra era un hombre de cabello casi enteramente gris, a pesar de que no era de hecho mucho mayor que Jennifer, de nariz aguileña y sonrisa afable. Salvo por su cabello, no había cambiado mucho de cómo Matilda lo recordaba de cuando era niña.

Después de unos minutos de saludos, ponerse al día, y los habituales "qué grande estás", "¿cómo has estado?", "recuerdo cuando eras de este tamaño", y varias otras expresiones similares, Matilda se sentó en la mesa de exploración (con un curioso forro de grabados de colores en él). El doctor le ayudó a retirarse el cabestrillo, y posteriormente ella misma se retiró su chaqueta y se abrió lo suficiente su blusa.

—Muy bien, vamos a revisar esa herida, ¿quieren? —propuso Shawn mientras pasaba a usar unas tijeras para retirar el vendaje.

Jennifer, que aguardaba sentada en una silla, tuvo por mero reflejo que desviar su mirada hacia otro lado. Ver directamente la herida de su hija había sido de las cosas más difíciles que la profesora había tenido que hacer esos días, y muchas veces le había tenido que pedir a Maxima que ella se encargara de cambiarle su vendaje y limpiarle la herida; ella parecía tener mayor tolerancia a ello.

Sin embargo, si Jennifer se hubiera atrevido a ver, se hubiera sorprendido de que para esos momentos el hombro de Matilda estaba muchísimo mejor.

—Se ve muy bien —indicó Shawn con bastante optimizo. Aún no estaba completamente cerrada obviamente, pero no había rastro alguno de infección ni de ninguna complicación. Matilda misma se había dado cuenta al verla en el espejo, pero el visto bueno de otro médico era tranquilizante—. Esta semana de reposo se ve que le ha servido, Dra. Honey.

—Reposo se queda corto —bromeó Matilda, volteando hacia Jennifer con cierto reproche en su mirada—. Mi madre apenas y me deja levantarme de la cama.

Jennifer se sobresaltó, un poco apenada al parecer por la forma tan repentina en la que la acababan de poner en evidencia.

—Es sólo que a veces eres un poco difícil, Matilda —carraspeó Jennifer con sus mejillas enrojecidas.

El Dr. Shawn rio de forma casi estridente por su reacción, y añadió:

—Pues su madre hace bien. Hágale caso y ese hombro estará listo para lanzar bolas rápidas más pronto de lo que cree.

Matilda solamente sonrió como respuesta a su comentario, tentada a decirle lo únicas que eran sus bolas rápidas con curva cuando era niña (aunque llevaban un poco de ayuda psíquica con ellas).

El doctor pasó entonces a limpiarle la herida y a revisarla con más detenimiento a través de sus gruesos anteojos.

—La herida se ve limpia y está cicatrizando bien —concluyó tras unos minutos—. Creo que podemos ya dejarla respirar sin el vendaje. Sólo hay que tener cuidado, mantenerla limpia, y aplicarle un ungüento antiséptico. A este ritmo creo que podríamos quitarle los puntos la semana siguiente.

—Qué bueno oírlo —suspiró Matilda, más que aliviada. Moría por ya dejar eso de lado de una vez.

—¿Tiene que seguir usando el cabestrillo? —preguntó Jennifer, notándosele igualmente aliviada y emocionada por el diagnostico.

—Sería bueno, pero no indispensable —respondió Shawn, encogiéndose de hombros—. Si ya se hartó de él, sólo procure no hacer esfuerzos ni cargar cosas pesadas, al menos por una semana más.

—Descuide —murmuró Matilda—. Cargar cosas pesadas nunca ha sido un problema para mí.

—¿Cómo dice? —musitó Shawn, un poco confundido por el comentario.

—No le haga caso —se adelantó Jennifer rápidamente a responder; ella definitivamente había entendido la broma oculta detrás de esa afirmación—. Yo me encargaré de que se porte bien y no se fuerce.

—No lo dude —contestó Matilda, irónica.

Matilda se abotonó de nuevo su blusa y se colocó su chaqueta. Le agradaba ya no sentir tanto dolor al mover el brazo, pero la molestia aún estaba presente, recordándole que aún no estaba completamente sana.

Por su lado, Shawn caminó hacia su escritorio y comenzó a escribir una receta para su tratamiento de la siguiente semana.

—Por más Doctora de Yale que se sea, los hijos siempre serán los hijos. ¿Cierto, maestra? —Comentó el pediatra, mirando con complicidad a Jennifer—. Eso me recuerda, ¿quiere una paleta, Dra. Honey?

Matilda rio creyendo estaba bromeando, hasta que lo vio sacar un bote de plástico, lleno de paletas de caramelo de diferentes colores.

—¿Enserio? —Masculló la psiquiatra, escéptica.

—Si tú no la quieres... —pronunció Jennifer con voz traviesa, acercándose al tarro para tomar una.

—Oye, debes cuidar más tu consumo de azúcar, ¿recuerdas? —le regañó Matilda con aprehensión.

—Una vez al año no hace daño, ¿verdad? —comentó buscando el apoyo del pediatra, que sólo rio y asintió.

Jennifer introdujo su mano en el bote, sacando una pequeña paleta verde limón. Matilda sólo negó con su cabeza y suspiró resignada. Pero en el fondo estaba feliz de ver a su madre de mucho mejor humor. Esos días había estado tan preocupada por ella que por un momento creyó que se enfermaría.

Y, de paso, ella misma también se sentía un poco mejor. Aunque en su caso la herida era lo que menos le causaba angustia. Las preocupaciones y los recuerdos de lo sucedido la agotaban mucho más que su recuperación.

—Gracias, Dr. Shawn —agradeció Matilda, estrechando firmemente la mano del pediatra—. Nos vemos la semana que viene.

—Cuídese —le indicó el médico—. Y no olvide seguir tomando sus medicamentos.

—Por supuesto.

Ya con receta y paleta mano, las dos Srtas. Honey se dispusieron a retirarse de una vez antes de que se hiciera más tarde.

— — — —

Montadas ya en el Audi del año 2000 que la profesora Honey había estado conduciendo durante ya casi una década, se dirigieron de regreso a Arcadia. Ya era la mitad de la tarde y estaba comenzando a refrescar un poco, a pesar de que el día había estado bastante templado. Jennifer se las arreglaba para conducir al mismo tiempo que comía su paleta, mientras Matilda en el asiento del pasajero miraba pensativa por la ventanilla. De vez en cuando inconscientemente llevaba su mano a su hombro y presionaba un poco su herida, pero la retiraba de inmediato en cuanto sentía la sensación de dolor. Ese tic le resultaba bastante molesto, y se repetía a sí misma que no lo hiciera.

—Me alegra escuchar que tu herida va bien —comentó Jennifer con moderado entusiasmo—. Pero espero que no se vuelva costumbre que te metas en este tipo de situaciones. Lo de hace cuatro años ya había sido bastante preocupante, pero esto...

—Mamá, por favor —murmuró Matilda con sequedad; lo que menos deseaba en esos momentos era pensar en Carrie, y en lo que había ocurrido en Chamberlain hace cuatro años. En aquel entonces también había terminado con un cabestrillo, aunque no por un disparo.

—Tienes razón, lo siento —se disculpó Jennifer rápidamente. Extendió su mano hacia ella, dándole un par de palmadas cariñosas en su rodilla—. Pero estoy feliz de que estés bien.

Matilda le ofreció la sonrisa más sincera que le fue posible, y se viró de nuevo hacia la ventanilla.

—Me pregunto cómo estará Eleven —murmuró la psiquiatra de pronto, casi sin darse cuenta siquiera de que lo había dicho en voz alta.

—¿No has recibido ninguna noticia al respecto? —Le preguntó Jennifer con seriedad, quizás dándose cuenta de que el ambiente había cambiado.

—No he querido comunicarme para preguntar —explicó Matilda en voz baja—. Tengo un poco de miedo de lo que podrían decirme.

—Si algo malo hubiera pasado ya te habrían avisado.

—También si hubiera pasado algo bueno...

Matilda suspiró pesadamente, e intentó recobrar lo más pronto posible la compostura. Ese había sido un buen día; no tenía motivo para estar deprimida o triste, y especialmente no tenía motivo para contagiarle su preocupación a su madre.

—Como sea, tengo pensado ir a Hawkins y apoyar en lo que pueda a la Fundación mientras Eleven se recupera. Pero será hasta después de Acción de Gracias, y que esta herida me permita viajar.

—Yo estoy contenta de tenerte aquí todo el tiempo que pueda —comentó Jennifer, bastante más optimista. Y de nuevo Matilda le sonrió, esta vez más sincera que antes.

El resto del viaje fue un poco más silencio. Matilda necesitaba pensar en sus cosas, y Jennifer decidió darle su espacio.

Cuando habían ya entrado a la propiedad y se aproximaban a la residencia Honey, ambas notaron a Maxima sentada en la pequeña sala del pórtico. Pero no estaba sola. Había otra persona, una mujer al parecer, sentada en otro de los sillones a su lado, y ambas parecían estar tomando té mientras charlaban; o eso parecía al menos a la distancia. A lado de la extraña, muy pegada a ella, notó también a una pequeña niña de trenzas y vestido rosa que devoraba en pequeñas mordidas una galleta de avena.

—¿Quién está con Max? —Preguntó Matilda, curiosa.

—No sé —respondió Jennifer, en un estado similar al de su hija—. Un cliente, quizás.

A Matilda le convenció aquella explicación, aunque no era muy usual que Maxima atendiera a sus clientes en casa, además de no les había comentado nada al respecto.

Sin embargo, conforme el vehículo se fue aproximando más, el rostro de aquella persona le resultó cada vez más... familiar. Era una mujer de piel oscura, cabello negro muy rizado que caía sobre sus hombros, y complexión pequeña. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, la mujer se viró a verlas, y sus ojos oscuros se cruzaron con los de Matilda. Y en ese momento justo la Dra. Honey supo exactamente de quién se trataba.

—¡No puede ser! —Exclamó asombrada, pero bastante emocionada.

En cuanto el vehículo se estacionó frente a la casa, Matilda abrió rápidamente la puerta y salió casi disparada por ella.

—¡Matilda!, ¡no corras! —le gritó la Srta. Honey a sus espaldas, pero Matilda no la escuchó. Rápidamente subió los escalones del pórtico, en donde aquella mujer de piel oscura ya la aguardaba de pie, con una emoción igual o mayor que la suya.

—¡No puedo creerlo!, ¡Lavender! —Exclamó Matilda llena de júbilo, y sin pensarlo mucho la rodeó con sus brazos.

—¡La única! —Respondió la mujer casi gritando, y de inmediato la correspondió el abrazo con fuerza—. ¡Qué alegría verte, Matilda!

—Auh, auh... —exclamó la psiquiatra en voz baja, y lentamente se vio forzada a romper su efusivo abrazo—. Más despacio... —murmuró risueña, mientras se presionaba un poco su hombro herido.

El rostro de la visitante se llenó de miedo y pena.

—Lo siento, lo siento. Me emocioné de más.

—No, descuida. Es que tengo...

—Te dispararon, lo sé —murmuró la mujer rápidamente, tomando a Matilda bastante desprevenida—. Bruce Bogtrotter me lo contó.

—¿Bruce? —Musitó Matilda, aún más confundida por esa explicación—. ¿Y él cómo lo supo?

—Es una ciudad pequeña, todo se sabe rápido —comentó entre risas burlonas, que inevitablemente se le contagiaron a la psiquiatra y comenzó a reír también, como posiblemente no lo había hecho en mucho tiempo.

Lavender Brown había sido la mejor amiga de Matilda desde los seis años. A pesar de los grados que le tocó saltarse a la castaña y que les impidió estar en el mismo grupo, igual se las arreglaban para siempre estar en contacto, y verse en las tardes y fines de semana cuanto fuera posible. Eso hasta que Matilda se fue a estudiar a Yale y ya no fue tan sencillo seguirse viendo.

Durante el tiempo que Matilda estuvo en Connecticut, Lavender se casó con su novio de preparatoria y se mudó con él a Phoenix. Y desde entonces y en el pasar de esos años, las ocasiones en las que tocaba que ambas estuvieran en la misma ciudad al mismo tiempo, habían sido muy reducidas. Aunque seguían de vez en cuando en contacto por Facebook, viendo y comentando las publicaciones de la otra. Sin embargo, a la larga esa había sido otra de esas amistades que Matilda, quizás sin darse cuenta, había estado dejando de lado poco a poco.

Pero el verla ahí después de tanto tiempo, y justo en ese momento, traía todo de regreso y de una forma tan natural, como si nunca se hubieran separado.

Jennifer subió las escaleras del pórtico con bastante más calma que su hija. Ella igualmente ya había reconocido a su antigua estudiante de primaria, si acaso el que Matilda gritara su nombre en alto no hubiera sido suficiente, y una amplia sonrisa de alegría le iluminaba el rostro. Lavender también se sintió bastante feliz de ver a su maestra favorita.

—Srta. Honey, ¿cómo está? —saludó, aproximándosele para darle un abrazo bastante más cuidadoso que el que le había dado a Matilda.

—Lavender, qué gusto verte —murmuró Jennifer despacio, abrazándola también—. No sabía que andabas por aquí.

—Para variar pasaremos Acción de Gracias en casa de mi mamá este año —se explicó Lavender—. Roland sigue en Phoenix trabajando, pero nos alcanzará en un par de días. Y todo quedó justo para poder ver a mi vieja amiga.

—Oye, ¿cómo que vieja? —exclamó Matilda, fingiendo estar ofendida. Pero no pudo sostenerlo mucho, pues casi de inmediato volvió a reír y ambas se abrazaron de nuevo—. Ha pasado... ¿cuánto?

—¿Cuatro? Cinco años, quizás...

Las palabras de Lavender se cortaron, al sentir el pequeño cuerpo de la niña que la acompañaba chocar contra su pierna y abrazarse de ella con fuerza.

—Mandy —masculló Lavender con seriedad—. Ven, saluda a tu tía Matilda.

Lavender intentó hacer que la niña la soltara para ponerla delante de ella, pero no se dejó, y en su lugar se esforzó por ocultar su rostro detrás de su pierna para que nadie la mirara.

—No puede ser Mandy —exclamó Matilda maravillada. Sólo había conocido a la hija de Lavender por las fotos de compartía de ella en Facebook, pero definitivamente la reconocía—. Estás tan grande.

Matilda se agachó poniéndose de cuclillas delante de ella para verla mejor. Le sonrió gentilmente, y la pequeña de piel oscura y cabello negro trenzado apenas y la vio de reojo desde atrás de la pierna de su madre. Sin embargo, rápidamente volvió a ocultarse. Se veía tan parecida a su madre cuando era niña, que era casi imposible de creer.

—Hey, deja de ser tan penosa —le reprendió Lavender, volviendo a intentar hacer que la soltara y que saludara como debía. La niña sin embargo siguió resistiéndose, y a la madre no le quedó de otra más que suspirar y resignarse.

Jennifer y Matilda rieron divertidas al ver esto.

—Es una niña preciosa —comentó Matilda, incorporándose de nuevo.

—Es la luz de mis ojos —respondió Lavender con una amplia sonrisa—. Pero ven, tenemos mucho de qué hablar.

—Por supuesto —asintió Matilda—. Vayamos a mi cuarto. Vamos a estar arriba, mamá.

—Adelante —musitó Jennifer—. Pero recuerda lo que dijo el doctor.

—Prometo no cargar nada pesado —murmuró Matilda con tono burlón mientras caminaba hacia la puerta abierta de la casa. Lavender la siguió por detrás, luego de que Mandy al fin la soltara y pudiera cargarla en sus brazos.

Las dos viejas amigas ingresaron a la casa, y Jennifer se quedó de pie en el pórtico observándolas con una inusual ilusión en sus ojos. Se quedó ahí hasta que las dos (tres contando a Mandy) subieron las escaleras y ya no las vio más.

La maestra soltó entonces un largo suspiro liberador, y se dirigió hacia la pequeña salita del pórtico, en donde Maxima había observado todo en silencio, aunque ella también se veía contenta.

—Por un segundo, al verla sonreír así otra vez, me pareció ver a la pequeña de seis años corriendo por aquí otra vez —comentó Jennifer con emoción, sentándose en el sillón justo al lado de su pareja.

—Pues la veo de mucho mejor humor —comentó Max—. ¿El médico les dio buenas noticias?

—Sí. La herida va muy bien hasta ahora.

—No me sorprende, con todo lo que la has obligado a reposar. No la has dejado moverse en toda la semana. De hecho, me sorprende que la hayas dejado recibir a su amiga.

—Oh, ¿tú también me vas a criticar? —Respondió Jennier molesta, dándole una pequeña palmada en su pierna como represalia—. Mejor sírveme un poco de té, ¿sí?

—Creí que nunca lo pedirías —bromeó Max, y comenzó de inmediato a servirle de la tetera caliente en una de las tazas.

—Pero sin azúcar, por favor. Me comí una paleta de camino para acá y Matilda ya me regañó.

—¿Ella te regañó a ti? —Max soltó una pequeña risilla divertida—. Ustedes dos son tal para cual.

Jennifer sólo sonrió, no molesta en lo absoluto por ese último comentario.

Max le pasó su taza de té caliente, y la profesora comenzó a beberlo lentamente en pequeños sorbos. La sensación cálida era agradable, considerando que la tarde se estaba poniendo más fría.

— — — —

Matilda se resistió al principio, pero al final le insistencia de Lavender pudo más y pasó a contarle la historia detrás de su herida de bala. Por supuesto, cuidando de no contar de más, y enfocarse más en la versión oficial que había compartido con la policía cuando la interrogaron.

Estando ambas recostadas en la cama de su infancia mientras le contaba todo, Matilda recordó otras tardes ya algo lejanas, en las cuales Lavender iba también de visita a esa casa, y ambas se la pasaban ahí en su cuarto, o jugando en el amplio jardín. Días cuando todo era más simple; antes de que comenzara a perder el control de sus poderes, de conocer la Fundación Eleven, de chicas de preparatoria incendiando sus escuelas y sus ciudades, niñas haciendo que sus madres se apuñalaran su propio cuello, o asesinas con cuerpos de niña disparando en hospitales.

Algunas de esas cosas eran precisamente las que omitió en su relato, incluyendo también las más gráficas que pudieran escuchar los oídos curiosos de Mandy, aunque ésta estuviera aparentemente muy entretenida revisando los viejos juguetes de Matilda en las cajas del armario.

—Te oigo y no lo creo —susurró Lavender asombrada mientras miraba al techo. Ella se encontraba recostada con su cabeza hacia los pies de la cama, en posición contraria a la de Matilda—. Aún no puedo concebir que algo como eso te haya pasado justo a ti.

—Pues créelo, porque esta herida es muy real; dolorosamente real —respondió Matilda, mirando también hacia el mismo techo.

—Vaya... Siempre escuchas de tiroteos en escuelas y en la calle, pero siempre es como algo ajeno; nunca algo que le pasa a alguien conocido. Y encima de todo te disparó esa asesina de la que todas las noticias hablan. Es increíble.

—Espero no lo digas en el buen sentido.

—No —respondió Lavender rápidamente, sentándose para poder verla—. Digo, claro, todo esto que me cuentas es horrible. Pero al mismo tiempo es lo más fascinante que he oído en mucho tiempo. Lo más impresionante que me ha pasado en Phoenix fue hace dos años, cuando choqué con aquel hombre y me comenzó a insultar en coreano. Al final nadie le disparó a nadie, y terminamos como amigos.

—Yo hubiera preferido un final como ese —señaló Matilda con ironía.

—Claro, lo siento. No sé lo que digo; ya sabes que cuando estoy nerviosa mi boca se acelera.

Matilda sólo rio un poco, al parecer no molesta en absoluto por sus palabras. Llevaba muchos años de conocerla como para ofenderse por algún repentino exabrupto de emoción por cosas que, en esencia, no deberían emocionarla.

La atención de Lavender se desvió un poco hacia su hija, que en esos momentos sujetaba un oso de peluche color azul de los brazos, y lo estiraba un poco y le daba vueltas.

—Mandy, si rompes algo lo pagarás de tu fondo universitario, ¿oíste? —le amenazó su madre con tono firme, pero la niña no pareció escucharla, o quizás ni siquiera entendió el significado de la amenaza.

—Déjala, no te preocupes —le indicó Matilda, sentándose también en la cama—. Es bueno ver a un niño jugar con esos juguetes para variar.

Lavender suspiró, esperando que su amiga no se arrepintiera de dichas palabras.

—Entonces, ¿esa mujer se llevó a la niña que tratabas? —preguntó de pronto, volviendo un poco al tema anterior.

La sonrisa de Matilda se fue ante la mención directa hacia Samara.

—Sí —respondió despacio.

—Santo Dios, pobre pequeña. Recemos porqué esté bien y la encuentren pronto.

—Yo también lo espero —añadió Matilda, aunque no sonaba del todo convencida—. Pero ya no hablemos de eso, por favor. Mejor cuéntame, ¿cómo te va en Phoenix?

Lavender no parecía muy contenta de dejar ese asunto por la paz, pero pareció percibir de inmediato el ambiente y darse cuenta de que Matilda en verdad no quería hablar de eso. Aunque ciertamente a Lavender tampoco le emocionaba mucho hablar de su vida. No porque no le gustara o le molestara, sino que en su opinión ésta era demasiado... normal.

—Bien, como te dije no pasa nada muy interesante en mi vida —indicó Lavender encogiéndose de hombros—. Las clases van bien, y todo bien también con Roland; lo más bien que se puede estar con un Entomólogo. —Entonó entonces una pequeña risa sarcástica—. No me malinterpretes; lo amo, pero tengo un cierto límite en el número de tipos de cucarachas y arañas que quería saber que existían. Y Mandy...

Hizo una pausa y se viró a ver a su hija de nuevo. La pequeña ya había dejado el oso en el suelo a un lado, y esculcaba en la caja para ver qué más había.

—Bueno, como ves ella está bien —murmuró con seriedad—. Sólo que es tan tímida y cerrada con los extraños. En la casa no la calla nadie, pero nomas sale a algún lado y... —Concluyó con un pequeño suspiro de preocupación, que dijo más que las palabras—. Oye, no pienses que quiero consulta gratis ni nada pero, ¿puedes decirme si al menos eso es algo... normal a su edad o...?

Sorprendentemente Lavender pareció bastante más cohibida al momento de hacer tal pregunta de lo que estuvo todo el resto de la tarde. Parecía que era un tema que en verdad le preocupaba, pero no se sentía cómoda de hablarlo abiertamente. Pero aquello había sido un buen primer paso.

Matilda le ofreció una sonrisa tranquilizadora y asintió.

—Sí, es normal —murmuró con suavidad, como lo haría con la madre de cualquiera de sus pacientes—. Durante sus primeros años los niños son muy apegados a sus padres, y dependientes de ellos en lo que respecta a su trato con el mundo exterior. Intenta darle tareas que le requieran abrirse con la gente sin que tú le ayudes. Que en la tienda o en la biblioteca ella misma pida lo que ocupa, o incluso que llame para pedir una pizza.

—Eso hasta yo tengo problemas de hacerlo —bromeó Lanvander, riendo de nuevo, y Matilda le acompañó. Extendió entonces su mano hacia a ella, estrechando la de Matilda entre sus dedos—. Gracias, amiga. Te he extrañado mucho, ¿sabes?

—Y yo a ti —respondió Matilda, apretando también un poco su mano—. En especial estos últimos días...

La presencia de alguien en la puerta abierta del cuarto, acompañada del sonido de sus nudillos contra el marco para hacerse notar, las hicieron desviar su atención.

—Matilda, alguien más te busca abajo —le informó Maxima, tomando un poco por sorpresa a la psiquiatra. No esperaba siquiera una visita ese día, mucho menos dos.

—¿Quién es? —Preguntó Matilda, perspicaz.

—No lo sé —respondió Max encogiéndose de hombros, pero casi de inmediato una sonrisa astuta se asomó en sus labios—. Pero es un chico guapo.

Tras dejar esas últimas palabras en el aire, se dio media vuelta y pasó a retirarse antes de que Matilda pensara siquiera en preguntarle más al respecto.

—Debe ser Bruce —indicó Lavender de pronto, con bastante emoción.

—¿Bruce?, ¿por qué lo dices tan segura?

—Puede que casualmente le haya mencionado que vendría visitarte hoy —murmuró Lavender con un claro tono de complicidad—. Y quizás él me haya dicho que intentaría darse una vuelta por aquí durante la tarde.

Matilda la observó fijamente, arqueando su ceja intrigada.

—¿Y no me habías dicho nada por qué...?

—Para que fuera sorpresa —exclamó Lavender con bastante más agitación de la que Matilda esperaba—. ¿No has visto sus fotos en Facebook recientemente? Está aún más bueno que antes.

—Lavender —musitó Matilda, casi sonando como un regaño.

—¿Qué? Estoy casada, no ciega. Pero él sigue soltero, y creo que nunca te superó.

—¿Superar qué? Si nunca fuimos nada.

—Por qué tú nunca quisiste, amiga.

—Ay, por favor...

Irritada, aunque más que nada apenada por las insinuaciones de Lavender, Matilda se paró de la cama, sintiendo un pequeño respingo de dolor al hacerlo tan rápido, pero logró recuperarse casi de inmediato para seguir con su huida. Lavender se apresuró a seguirla, pero primero se regresó para tomar a su hija en sus brazos, y entonces apresurarse para alcanzarla en las escaleras.

—Si es Bruce, promete que te comportarás o te encierro en el sótano —le amenazó Matilda mientras bajaban.

—Me comportaré, enserio —respondió Lavender rápidamente a sus espaldas—. O si quieres los dejamos solos...

—Te lo advierto, no estoy para esos juegos. Ahora menos que nunca.

Y en verdad no lo estaba. Con todo lo que había pasado, para lo que menos tenía cabeza era para los intentos de su vieja amiga por querer emparejarla con Bruce Bogtrotter. Los tres habían sido muy buenos amigos desde que eran niños. Los tres habían sobrevivido juntos el reino de terror de Tronchatoro en su escuela, y se habían vuelto más unidos con el pasar del tiempo; de nuevo, al menos hasta antes de que se fuera a Yale.

Y claro, Matilda siempre había sido una niña inteligente y perspicaz. En efecto se había dado cuenta de que Bruce estaba un poco interesado en ella, pero nada más allá del usual e inocente enamoramiento de pubertad. Él nunca lo mencionó, y ella tampoco. Nunca vio a su viejo amigo de esa forma, y estaba segura de que con el tiempo se le pasaría como el suele ocurrir a todo adolecente. Pero si a Lavender se le ocurría insinuar cosas, podría incomodarlo demasiado (y de paso a ella también).

Al bajar al recibidor de la casa no vieron a nadie, así que Matilda supuso que Max lo había pasado a la sala. Al ingresar a dicho cuarto, divisó casi de inmediato al hombre de pie enfrente de la chimenea, observando con curiosidad la pintura sobre ésta de Magnus Honey, el padre de Jennifer. Sin embargo, en cuanto lo vio... se dio cuenta casi de inmediato de que no era Bruce. Y cuando aquel hombre se dio cuenta de su presencia y se giró hacia ellas, Matilda pudo confirmar que su primer presentimiento había sido correcto.

—Cole... —murmuró asombrada la psiquiatra, quedándose casi paralizada en su sitio.

El hombre rubio le sonrió gentilmente y se viró por completo hacia ella.

—Buenas tardes, Matilda —le saludó asintiendo ligeramente con su cabeza.

Ambos se miraron el uno al otro en silencio. El rostro de Matilda se había quedado congelado en su perpetua expresión de asombro; aunque, para dicha de Cole Sear, no se notaba precisamente molestia de verlo.

Cole se aclaró un poco su garganta, rompiendo un poco el silencio con su carraspeo.

—Espero no ser inoportuno.

—No, no —respondió Matilda rápidamente, sobresaltándose—. Es sólo que no esperaba... verte aquí. ¿Qué haces en Arcadia? Pensé que volverías a Filadelfia.

—Iba a hacerlo, pero...

Antes de seguir hablando, la vista de Cole se desvió un poco del aún sorprendido rostro de Matilda, hacia más allá detrás de ella. Matilda se viró lentamente en esa dirección, notando de nuevo la presencia de Lavender y Mandy a unos cuantos pasos de ella.

—Lo siento —pronunció Matilda, apenada al darse cuenta de que prácticamente se había olvidado de que no venía sola—. Lavender, él es el detective Cole Sear de la policía de Filadelfia; es uno de mis colegas que me estuvo apoyando con mi caso en Oregón. —Se viró entones hacia Cole—. Ella es Lavender Brown, una muy buena amiga mía de hace muchos años.

—Encantada, señorita Brown —le saludó Cole, extendiendo su mano hacia ella para estrechársela.

—Igualmente, detective —musitó Lavender, y se acomodó a su hija en un brazo para para poder estrecharle su mano—. Ella es Mandy, mi hija. Saluda, cariño.

Como respuesta a su petición, la niña rápidamente ocultó su rostro contra el cuello de su madre, y se abrazó fuertemente a ella.

—Lo siento, se cohíbe con los extraños.

—Descuide, yo la entiendo —asintió Cole, y entonces se permitió aproximarse un poco para ver más de cerca a la niña—. Hola, Mandy. ¿Cómo estás, linda?

La niña poco a poco comenzó a alzar su mirada, hasta que sus ojitos se encontraron con los ojos azules del policía. Éste le sonrió jovialmente, y Mandy pareció reaccionar correspondiéndole de la misma forma. Aquello tomó por sorpresa a Lavender; su hija nunca hacía eso con alguien que acababa de conocer.

—¿Viniste por algo en especial? —intervino Matilda, dando un paso hacia él—. ¿Pasó algo con la Sra. Wheeler?

—No, no... o más bien no lo sé —respondió Cole—. Vine porque necesito hablar contigo... sobre Samara.

Eso último lo había pronunciado despacio, y con un bastante notable tono de preocupación que a Matilda dejó intranquila; aunque la sola mención de Samara hubiera bastado para provocarle aquello. Pero sin lugar a duda aquello despertó enormemente el interés de la psiquiatra.

—Lavender, ¿podrías darnos un minuto? —solicitó Matilda con seriedad, pero procurando que su amiga no se diera cuenta de lo realmente preocupada que se sentía en realidad.

—Sí, claro —contestó Lavender sin titubear—. Ven, cariño. Vamos a ayudar a la Srta. Honey a preparar algo para merendar, ¿sí?

Mandy no pronunció nada a favor o en contra de la propuesta, pero no opuso resistencia cuando su madre comenzó a caminar hacia la entrada de la sala. Mientras se iban, sin embargo, observó sobre el hombro de su madre hacia Cole, hasta que desaparecieron de su vista.

—Siéntate, por favor —le indicó Matilda apuntando con su mano hacia una de las sillas de la sala. Cole tomó asiento, y Matilda hizo lo mismo en el sillón más grande, justo enfrente de él.

—¿Cómo sigue tu herida? —Preguntó Cole con sincero interés—. Veo que ya no usas el cabestrillo.

—Justo hoy dejé de usarlo —respondió Matilda—. Fui a ver a mi doctor y dijo que estoy cicatrizando bien. Quizás la próxima semana me quiten los puntos.

—Me alegra mucho oír eso. ¿Me creerías si te dijera que en ocho años de servicio, nunca he recibido una herida de bala?

—Suena a que has tenido mucha suerte.

—En realidad, que un policía reciba un disparo no es tan común como la gente pudiera llegar a pensar. Por otro lado, muchas veces sólo llegan a recibir uno... y ese único es todo lo que hace falta. —Cierto pesar cargó sus palabras, dejando un poco destanteada a Matilda—. Pero al menos ya estás bien, y eso es lo que importa.

Matilda asintió, sonriendo levemente como agradecimiento a sus buenos deseos.

—¿Tienes noticias de Samara? —Preguntó directamente—. ¿La encontraron? ¿Ella está...?

—Aún no —se apresuró Cole a responder antes de que la psiquiatra se hiciera ideas—. Pero tengo una pista importante de dónde podrían estar ella, Leena Klammer, y también la persona detrás de todo esto.

—¿Dónde? —cuestionó Matilda, apremiante.

Cola vaciló, agachando su mirada hacia la alfombra bajo sus pies.

—Matilda... siendo franco, estuve pensando demasiado si venir a verte o no. Yo tenía pensado irme a Filadelfia como habíamos dicho, pero entonces recibí información de hacia dónde se dirigía Leena Klammer, y pensé en avistarte. Pero luego decidí no hacerlo porque me preocupé por ti.

—¿Por mí? No te estoy entendiendo. Sé más claro, por favor.

—Lo haré —aclaró Cole, alzando una mano hacia ella indicándole que aguardara—. Pero necesito que intentes tener la mente abierta mientras lo hago.

—Si es otro tema de fantasmas y demonios, te aseguro que mi mente ya está muy abierta...

—No, hablo enserio —le interrumpió Cole abruptamente, con cierta hostilidad en su voz—. Necesito que me escuches, y realmente tomes con seriedad lo que te diré, Matilda. Porque no se trata de un juego, por más absurdo que te pueda parecer.

Matilda lo miró bastante azorada por oírlo hablarle de esa forma. Es verdad que su actitud no había sido la mejor cuando él le hablaba de esos asuntos un tanto más fuera de su zona de confort. Sin embargo, no lo había visto comportarse de esa forma las anteriores veces. ¿Lo que estaba por decirle era incluso más serio, y a la vez inverosímil, que fantasmas y demonios? Matilda no sabía qué pensar, pero de cierta forma también sintió curiosidad al respecto; especialmente si tenía de alguna forma que ver con Samara.

—Está bien —asintió con cuidado—. Haré lo posible, te lo prometo.

Cole suspiró y volvió a agachar su mirada. Guardó silencio unos segundos mientras repasaba en su mente lo que ya había pensado con anterioridad que diría, y entonces comenzó:

—Te conté sobre mi madre, ¿recuerdas? Sobre que murió de cáncer y yo la seguía llamando hacia mí, hasta que al fin la dejé ir.

—Sí, lo recuerdo.

—Lo que no te dije es que hace poco se apareció ante mí de nuevo, sin que yo la llamara. Fue el mismo día que hablamos con Samara en Eola. Y no fue la única que se me apareció ese día.

Matilda arrugó el ceño, intrigada por lo que escuchaba.

Cole intentó explicarle lo mejor posible lo que había ocurrido en aquel pasillo. Le habló de la mujer que se había presentado como Gema, de cómo su madre se apareció abruptamente para advertirle, y como la apariencia de aquella mujer había cambiado drásticamente de un momento a otro. Matilda lo escuchaba con atención. Y aunque en su semblante se reflejaba el escepticismo que todo ese relato le causaba, se las arregló para mantenerse serena y con la mente abierta como había prometido.

—¿Qué era esa criatura? —Preguntó Matilda, dándole el privilegio de la duda a su compañero.

—Aún no lo sé —respondió Cole—. Recientemente me acabo de enterar que sí existió una mujer llamada Gema, que se suicidó hace dos años. Pero no estoy seguro de qué lo que vi haya sido ella realmente. Y la volví a ver una vez más, la noche que Leena Klammer secuestró a Samara.

Su relato prosiguió dando un poco más de detalle sobre lo que había pasado aquella noche cuando se llevaron a Samara, y como aquel hombre misterioso intervino para ayudar a Leena a escapar. Parte de ello se lo había contado aquella noche, pero no la parte en la que el mismo ser llamado Gema le susurró mientras aún estaba paralizado.

—Mi madre y el Dr. Crowe me han estado advirtiendo todo este tiempo sobre este asunto —indicó Cole con palpable preocupación—. Ambos me han dicho que debemos apartarnos de esto; que hay fuerzas en juego más allá de nuestro alcance detrás. Y sea lo que sean esas fuerzas, esa criatura creo que es parte de ello. Y me han dicho que si seguimos interviniendo, no sólo mi vida estará en peligro, sino también la tuya. Es por eso que cuando me enteré de a dónde se dirigían Leena Klammer y las dos niñas, pensé en no decirte nada, para mantenerte alejada de todo.

—¿Y qué cambió? —Inquirió Matilda—. ¿Por qué decidiste venir a verme ahora?

—Porque me acabo de enterar de lo que podría estar realmente detrás de todo esto. Y es algo tan loco, incluso para mí. Pero si fuera aunque un poco la verdad, tú... necesitas saberlo, necesitas estar enterada para estar a salvo.

—¿De qué hablas? ¿De qué te enteraste?

Cole pasó su mano por su nuca, y desvió su mirada para no ver directamente a la mujer delante de él. Hasta ahora había sido sencillo; ahora comenzaba la parte complicada de esa visita.

—Me hablaron de un chico, que a todas luces es quien te atacó a ti y a Eleven. Y, Matilda... Él está en Los Ángeles.

—¿Qué? —Exclamó Matilda atónita, parándose rápidamente de su asiento, haciendo que su herida le doliera un poco. Cole también se paró, alarmado, pero ella le extendió una mano, indicándole que estaba bien—. ¿Samara está...?

—Es probable que Samara esté en Los Ángeles, con él —indicó el detective con seriedad—. Pero las cosas que me dijeron de este chico son simplemente...

Cole fue incapaz de seguir, y en su lugar caminó hacia un lado, aproximándose a la chimenea. Se apoyó en ella con una mano, mientras la otra la pasaba por su rostro agotado.

—¿Qué?, ¿qué te dijeron? —Preguntó Matilda con apuro, aproximándosele—. Habla; dímelo, por favor.

El detective respiró hondo, y contuvo las grandes ansias que tenía en ese momento de fumar un cigarrillo. Una vez que recobró de nuevo la compostura, o la mayor parte de ella, se volvió a virar hacia Matilda para seguirle hablando.

—Conocí a dos padres católicos, que trabajan directamente para el Vaticano. Me contaron de una orden secreta que se ha llevado a cabo desde el año 2000 para dar... con el Anticristo.

Hubo un momento de silencio, que sólo fue roto hasta que Matilda susurró:

—¿Qué...?

—El Anticristo —repitió Cole—, el hijo de Satanás, la Bestia del Apocalipsis. Ellos creen que se trata de una persona, de carne y hueso, y que nació en el 2000. Por lo que me dijeron, han estado desde entonces buscando a candidatos que pudieran encajar en su perfil. Y este chico del que te hablo, es uno de sus sospechosos. Y antes de que me digas algo, yo seré el primero en señalar lo absurdo que suena. Yo creo en muchas cosas, algunas incluso bíblicas. Pero hay otras que no considero se puedan interpretar de forma literal; y el Anticristo es una de ellas. Pero hay ciertas cosas que no me permiten descartar por completo la idea de una fuerza desconocida detrás de esto. Ese espíritu, el que se hizo llamar Gema, es uno de esos.

Matilda retrocedió un poco, mirando reflexiva hacia un lado. Se veía a simple vista que se contenía para no reaccionar justo como sus instintos le gritaban que hiciera, y mantener su promesa de la mente abierta. Pero, ciertamente aquello había puesto realmente a prueba el peso de dicha petición.

—¿Entonces tú crees que, quizás, quien me atacó a mí y dejó a Eleven en coma... es el Anticristo? —Musitó despacio la psiquiatra, intentando sonar lo más seria y respetuosa posible con su pregunta.

—No lo sé, Matilda —respondió Cole encogiéndose de hombros—. Pero lo sea o no, es obvio que se trata de alguien mucho más poderoso que nosotros.

—¿Y qué tiene que ver Samara en eso? —Señaló Matilda virándose de nuevo hacia él—. ¿Qué querría un individuo como ese con una niña como ella?

Cole guardó silencio, y Matilda notó cierta culpa asomándose de él, casi como un sonoro grito.

—Hay algunas cosas que no te compartí del todo sobre mis sospechas de la verdadera naturaleza de Samara. La verdad es que creo que sus poderes realmente tienen un origen no humano. Y que incluso su padre podría...

—Por Dios, Cole —espetó Matilda, caminando hacia el lado contrario de la sala—. Ya tuvimos esa discusión, y acordamos...

—Que si no obtenía nada de su madre biológica descartaría la idea, lo sé —respondió Cole, andando detrás de ella para seguirla en su andar—. Pero, ¿recuerdas las cosas que dijo? ¿Cómo se refería al ser que le hablaba desde el mar? ¿A Él?

—Eran desvaríos —señaló tajante la psiquiatra, girándose rápidamente hacia él—. Es obvio que no estaba consciente de lo que decía.

—Lo sé, lo sé. Pero, ¿y si no? ¿Y si lo que decía era su forma de interpretar lo que le pasó?

—¿Qué me estás queriendo decir, Cole? —Le cuestionó Matilda con ímpetu en su tono—. Dilo directamente. ¿Me estás diciendo acaso que el padre de Samara... es el Diablo? ¿Satanás? ¿Lucifer? Dime Cole, ¿eso es lo que realmente crees?

Él no pudo responderle de inmediato. Sus cuestionamientos, y la expresión dura e inquisitiva de su mirada lo dejaron casi indefenso. Pensó que quizás esa era la misma forma en la que él había cuestionado al padre Babato y al otro. Pero quien lo cuestionaba a él era Matilda... y ella tenía un efecto mucho más fuerte en él de la que podría tener en esos dos sacerdotes, y de eso él se volvió más consciente que nunca en ese preciso momento.

No deseaba que le creyera un loco o se decepcionara de él. Quería que ella le respetara, le admirara, e incluso algo más. Porque lo que había dicho a Eleven hace unos días sobre lo especial y hermosa que le parecía la Dra. Honey pudiera haber sido sólo un comentario casual, casi una broma. Pero lo que sentía en ese mismo momento al tenerla de frente, y mirándolo de esa forma... eso era real; lo más real que había sentido en mucho tiempo.

—No sé si se trata el Diablo de la Biblia, ¿bien? —Logró responderle en cuanto se recuperó—. Pero sí, creo que su concepción podría haber sido realizada por parte de esta fuerza que está detrás de la criatura que me atacó, y que posiblemente también es el origen de las habilidades de este chico. No te estoy diciendo que estemos lidiando con el Anticristo, Satanás o el Apocalipsis. Pero sí con algo mucho más grande de lo que incluso Eleven previó, y con lo que quizás no podremos lidiar; ni nosotros, ni la policía, ni nadie.

—¿Y qué significa entonces? ¿Qué pasará con Samara?

—Yo quiero salvarla —declaró Cole fervientemente, sorprendido un poco a Matilda—. Quiero ponerla a salvo, y alejarla de ese sujeto y de Leena Klammer. Y te juro que mi primera intención al venir acá era lograr justo eso. Pero, aunque lo hagamos, quizás nunca podremos alejarla de lo que habita en su interior; de lo que es realmente. Por qué, si tengo razón, no hay un demonio poseyéndola o acosándola: ella misma sería ese demonio. Y por eso... quizás no esté en nuestras manos el salvarla.

Matilda enmudeció, pasmada al escuchar tal declaración, que aunque no era tan directa no dejaba mucho a la imaginación la verdad que intentaba transmitirle con ella. Retrocedió un poco, y caminó cruzada de brazos hacia un lado, meditando. Le dio la espalda a Cole por casi minuto, y éste le dio su espacio para que pensara por sí sola en todo aquello.

—¿A eso viniste? —Pronunció despacio, sin mirarlo aún—. ¿A decirme que es un caso perdido? ¿A decirme que debo darme por vencida... y abandonarla?

Cole no respondió, pero su silencio dejó en evidencia que, efectivamente, intentaba decirle algo muy parecido a eso.

Hubo más silencio, en el cual Matilda observaba pensativa hacia las ventanas que daban al frente de la casa, aunque su mente se encontraba muy lejos de ese lugar y momento.

¿No la había ella de hecho ya abandonado? ¿No había en aquel momento tras el disparo, el secuestro y el ataque a Eleven, decidido que todos debían volver a sus casas y dejar eso atrás? ¿No podrían decir algunos que había ido a ese sitio específicamente a esconderse?, ¿a lamer sus heridas y curarse, para luego irse con la cola entre las patas en cuanto pudiera? ¿No había ella decidido dejar a Samara atrás...?

—No —pronunció de pronto despacio, pero Cole la pudo escuchar con bastante claridad—. No lo haré; ¡no lo haré! —Pronunció con bastante más fuerza, virándose hacia su visitante rápidamente. Cole se sorprendió al ver un fuego casi viviente alumbrando sus ojos—. Así sus padres, sus doctores, la Fundación o el mundo entero le den la espalda, yo no lo haré.

—Matilda... —intentó Cole decirle algo, pero ella no le dio oportunidad.

—Dijiste que sabías en dónde podría estar —señaló la castaña, aproximándosele con paso firme hasta pararse justo delante de él de nuevo—. ¿Dónde?

Cole la observó en silencio, de nuevo sintiéndose intimidado por su presencia, y por esos brillantes y penetrantes ojos azules. Aun así, se mantuvo firme lo suficiente.

—No te lo diré —le respondió con decisión.

—¿Por qué no?

—Por qué sé que si lo supieras irías directo a encarar a ese sujeto, aunque tuvieras que hacerlo sola. Y lo que más deseaba es que estuvieras a salvo... Así que fue un error venir aquí.

De pronto, Cole le sacó la vuelta y comenzó a caminar rápidamente hacia la salida con la clara intención de irse. Esto alertó a Matilda, y rápidamente lo alcanzó.

—Aguarda —pronunció apresurada la psiquiatra, tomándolo de su brazo para detenerlo. Al sentir su tacto, Cole se vio obligado a detenerse y voltearse a verla. La mirada de Matilda era mucho más serena, llena ahora de más suplica que exigencia—. No puedes soltarme todo esto y luego irte.

Lentamente retiró su mano del brazo de Cole, pero no desvió su mirada de él ni un momento.

—Lo admito, tenías razón. Lo que Cody y tú me dijeron sobre Samara es cierto: yo la quiero, muchísimo, y ella me necesita, así como yo necesité a la Srta. Honey y ella me extendió la mano sin dudarlo. Y así como ella, yo estoy dispuesta a hacer lo que sea con tal de ayudar a Samara. Así que dime lo que sepas, por favor. No puedo abandonar a esa niña otra vez...

La sinceridad que brotó de cada una de sus palabras fue casi embriagante. Cole sentía que veía a la verdadera Matilda por primera vez, mostrándosele como realmente era debajo de su respectiva máscara. Y, quizás, él inconscientemente había estado haciendo lo mismo durante toda esa plática, pues por un momento volvió a sentirse como aquel muchacho asustadizo e inseguro. Y todo aquello no hacía más que hacerlo sentir aún más fascinado por ella; e incluso se atrevería a decir, aunque no con palabras, enamorado.

Y estaba casi dispuesto a decirle eso que le preguntaba con tanta desesperación, pues era posible que en ese momento hiciera cualquier cosa que ella le pidiera sin excepción. Pero afortunadamente para él, fue salvado por la campana, pues en ese mismo momento el timbre de la casa sonó, haciendo que ambos se estremecieran.

—¿Ahora qué? —Maldijo Matilda por tal inoportunidad—. No te muevas, por favor —le indicó a Cole, justo antes de dirigirse apresurada a la puerta. Él la siguió unos pasos detrás, dispuesto a aprovechar la primera oportunidad para seguir con su plan de escape.

Por su lado, Matilda estaba dispuesta a despachar a quien quiera que fuera rápidamente, pues la plática que estaba teniendo se había tornado prioritaria por encima de cualquier otra cosa. Sin embargo, su actitud cambió en cuanto abrió la puerta, y se encontró de frene del otro lado con el hombre alto y de complexión fornida, de cabello negro y corto, y una elegante barba de candado oscura bien recortada y arreglada. El hombre le sonrió ampliamente con una brillante y blanca sonrisa, y Matilda lo reconoció casi al instante.

—Hey, Matilda, ¿cómo estás? —Pronunció el hombre en la puerta con bastante alegría, y se inclinó entonces para abrazarla, cuidando de que el recipiente de plástico que traía consigo en una mano no le estorbara. Matilda estaba algo aturdida y no fue capaz de corresponderle su abrazo, aunque tampoco se lo impidió.

—Bruce... hola —pronunció Matilda en voz baja, aún incapaz de salir de su impresión. Se había olvidado por completo de Bruce Bogtrotter, o quizás más bien había creído que en realidad no se presentaría como Lavender había creído. Pero ahí estaba, de carne y hueso, justo como en las fotos de su Facebook que al parecer tanto habían fascinado a su vieja amiga.

Una vez que dejó de abrazarla, Bruce se enderezó de nuevo, y se quedó de pie ahí en la puerta sujetando entre sus manos el recipiente de plástico. Y ahí se quedó unos segundos, antes de Matilda reaccionara al fin.

—Lo siento, pasa por favor —le indicó rápidamente, haciéndose a un lado para que pudiera entrar.

—Con permiso —pronunció Bruce, aceptando su invitación e ingresando a la casa. Era más alto de lo que Matilda recordaba, sacándole al menos una cabeza y media—. No quiero ser inoportuno. Me enteré hace unos días de que estabas aquí, y ayer me encontré con Lavender...

Cuando ya estuvo adentro y Matilda cerró la puerta detrás de ellos, Bruce notó la presencia de Cole en el vestíbulo, que lo observaba desde una prudente distancia. Y pareció entonces darse cuenta de la extraña seriedad que rodeaba tanto a aquel hombre, como a su vieja amiga Matilda.

—Ah, lo siento —pronunció Bruce un poco apenado—. ¿Interrumpí algo?

—No, descuida —se apresuró Cole rápidamente a responder, volviendo a sonreír ampliamente, y de cierta forma colocándose de nuevo su máscara de seguridad y despreocupación. Se aproximó entonces al recién llegado, extendiendo su mano hacia él—. Cole Sear, colega de la Dra. Honey. Mucho gusto.

—Igualmente —correspondió el hombre alto, estrechando con fuerza la mano que Cole le ofrecía—. Bruce Bogtrotter, viejo amigo de Matilda desde la primaria.

—¿Bruce Bogtrotter? —Pronunció Cole con curiosidad, y luego echó un nada discreto vistazo al hombre de arriba a abajo—. ¿El famoso Bruce Bogtrotter que acabó él solo con todo un pastel de chocolate frente a toda la escuela?

Aquella afirmación hizo que Matilda se sobresaltara casi asustada, aunque era más asombro de oírlo mencionar aquello tan repentinamente. Bruce, por su parte, sólo sonrió, un poco apenado pero no precisamente molesto.

—Oh, veo que Matilda te contó sobre eso —murmuró Bruce con tono de broma.

—No, claro que no —se apresuró la psiquiatra a responder, alzando un poco de más la voz—. Te juro que no sé cómo es que sabe de eso.

—No, no te preocupes —intervino Cole, alzando una mano en señal de tranquilidad—. Descubrir cosas de la gente es mi trabajo. Soy detective de policía.

Aquella explicación sí causó una reacción de sorpresa, y se podría decir que también incomodidad, en el recién llegado.

—Oh, vaya —pronunció Bruce despacio—. No sabía que comerse un pastel entero quedaba en tu expediente. Pero ahora sé que definitivamente debería ser ilegal.

Bruce terminó su comentario con una pequeña risa burlona, misma que Cole le correspondió. Quien no reía era Matilda, cuyas mejillas se habían ruborizado sin que ella pudiera evitarlo. ¿Era eso parte de lo que había investigado sobre ella antes de que se conocieran? ¿Qué tenía que ver el incidente de Bruce y el pastel de Tronchatoro con ella o su trabajo como para que alguno de los rastreador le hubiera transmitido tal dato? Al menos Bruce no se lo había tomado a mal.

—Sí, de hecho... —pronunció Cole, y de nuevo guardó silencio unos momentos, mirando de nuevo la figura del hombre sin disimularlo demasiado—. Espero no ofenderte, pero definitivamente no pareces el tipo de sujeto que haría tal proeza.

Bruce rio ante su comentario.

—De niño era muy diferente, te lo aseguro. Matilda puede confirmarlo. Pero durante mi adolescencia mi sobrepeso me trajo varios problemas; de salud... y de otros tipos. Así que di todo de mí para mejorar, ponerme en forma y cambiar mis hábitos alimenticios. Fue duro, pero Matilda fue un gran apoyo; no lo habría logrado sin ella. Desde entonces yo sabía que sería una gran psiquiatra.

—No tienes que decir eso —indicó Matilda con gentileza—. Todo lo difícil lo hiciste tú mismo, Bruce.

—Tú misma me dijiste que uno tiene que aprender a aceptar los cumplidos, ¿recuerdas? —Señaló Bruce, casi como un regaño, y de nuevo las mejillas de Matilda se ruborizaron—. Eres una persona fantástica, y lo sabes.

—Estoy de acuerdo —asintió Cole—. Es fantástica...

Matilda se sintió de pronto acorralada, y un poco confundida por el ambiente que se había formado en este vestíbulo. Abrió la boca como queriendo decir algo, aunque no estaba segura de qué con exactitud. Pero la voz de Lavender le ganó.

—¡Bruce! —Exclamó Lavender con fuerza, ingresando al vestíbulo por la puerta que llevaba a la cocina, trayendo de la mano a Mandy—. Sí viniste, y estás aquí... justo ahora. —Lavender sonrió nerviosa, viendo respectivamente a Bruce y a Cole—. Qué oportunamente genial...

—Sí, te dije que vendría —señaló Bruce, un tanto confundido por la extraña reacción de Lavender—. Y hablando de pastel de chocolate, traje un poco del que prepara mi madre.

Alzó entonces el recipiente de plástico que traía consigo, y lo abrió para que pudieran ver su contenido. Y en efecto, dentro del recipiente había un gran pedazo de pastel de chocolate, de una apariencia obscenamente deliciosa.

—El legendario pastel de chocolate de la señora Bogtrotter que es mejor que el de Tronchatoro —señaló Lavender, maravillada.

—Ese comentario me costó caro, pero lo sostengo hasta la fecha —indicó Bruce con orgullo.

—Luce delicioso, Bruce —dijo Matilda—. Creo que a Mandy ya se le hizo agua la boca.

Cuando miraron a Mandy, la niña miraba el pastel con sus ojos muy abiertos, al igual que su boca, y no le quitaba para nada la vista de encima.

—Sólo un pedacito, ¿oíste? —le indicó su madre severamente, aunque era difícil decir si la niña la había escuchado o no.

—¿Gustas probar un poco, detective? —Le preguntó Bruce, extendiendo el recipiente hacia Cole—. Te aseguro que nunca has probado uno igual.

—Eso me encantaría —asintió Cole, aunque su atención se fijó en ese momento en Matilda—. Pero no puedo, lo siento. Debo irme ya.

—No tienes irte —se apresuró Matilda a indicarle, tomándolo del brazo otra vez.

—Será mejor que lo haga —murmuró Cole, y se retiró su mano con delicadeza—. Hablamos otro día. Con su permiso, disfruten su velada.

Antes de que Matilda pudiera pensar en alguna respuesta, o cualquier cosa que pudiera decirle para que no se fuera, Cole se aproximó a la puerta, la abrió y salió casi disparado de la casa. Matilda observó en silencio la puerta cerrada, inmóvil en su sitio sin poder reaccionar.

—¿Todo está bien, Matilda? —le preguntó Lavender, acercándosele por un costado. Sólo hasta entonces la castaña logró reaccionar.

—Sí, por supuesto —respondió rápidamente, sacudiendo un poco su cabeza—. Pasemos a la cocina.

Matilda comenzó a aminar apresurada hacia la cocina, y sus dos amigos la siguieron por detrás. Toda esa conversación que había tenido con Cole le seguía dando vueltas en la cabeza. Sin embargo, de momento no le quedaba más remedio que intentar seguir adelante con la visita de sus amigos, y quizás mañana intentar solucionar todo ese ostentoso dilema.

— — — —

El anochecer no estaba muy lejos, y la temperatura había descendido considerablemente. Cole comenzó a alejarse de la casa caminando tranquilamente, abrazándose a sí mismo para mitigar el frío. Sentía una fuerte opresión en el pecho al recordar lo que acababa de ocurrir, pero esa misma sensación lo obligaba a no mirar atrás mientras se alejaba.

El deseo de sacar la cajetilla de su bolsillo y fumar un cigarrillo se hizo más vivido que antes, y al final cedió. Se detuvo a mitad de su camino, sacó la cajetilla y un cigarrillo, colocándoselo en los labios. Sacó su encendedor y estuvo a punto de accionarlo y encender el cigarrillo, cuando entonces escuchó a sus espaldas:

—¿Por qué hiciste eso, Cole?

Cole se sobresaltó impresionado. Aún antes de girarse, se había hecho una idea de quién le estaba hablando. Y en efecto, ahí estaba de pie frente a él, con su apariencia sana y joven, muy diferente a la real de sus últimos días de vida.

—Mamá... —susurró sorprendido mirando a aquella mujer. Por mero reflejo se retiró su cigarrillo de los labios, como si le avergonzara que ella lo viera fumar, especialmente cuando se había hecho a la idea de dejarlo—. ¿Qué haces aquí? Creí que no te...

—¿Por qué viniste aquí? —Exclamó Lynn Sear, aproximándosele—. ¿Por qué viniste a decirle todo eso? Dijiste que la mantendrías al margen, que no querías seguirla exponiendo. Y aun así viniste... ¿Por qué, Cole?

El detective guardó silencio, desviando su mirada hacia otro lado, como queriendo evitar la mirada inquisitiva de su madre fallecida.

—¿Acaso viniste a despedirte de ella? —Soltó Lynn de pronto, tomándolo por sorpresa.

¿Despedirse? ¿A eso había venido realmente? ¿A despedirse de Matilda?

Alzó su rostro, mirando hacia la casa aún visible no muy lejos de dónde estaba. Y entonces se dio cuenta, muy a su pesar, de que dicha interpretación era de hecho bastante... acertada. En el fondo había querido verla una vez más, si acaso lo que planeaba hacer no salía como lo esperaba. Aquello, más que preocuparlo o hacerlo sentir triste, le provocó una singular sensación de paz. Al menos le daba claridad sobre por qué había hecho tal cosa.

—No lo hagas, hijo —pronunció Lynn llena de preocupación—. Por favor, no lo hagas...

La mujer extendió entonces su mano lentamente con la intención de colocarla sobre su mejilla. Sin embargo, Cole retrocedió un paso, rechazando su frío roce.

—Debo hacerlo —respondió con severidad y firmeza en su voz—. Tranquila, todo terminará pronto. Por favor, ya no vengas a verme.

Dicho eso, se viró sobre sus pies y prosiguió con su partida.

—No, Cole... —Pronunció Lynn a sus espaldas con un nudo en la garganta.

—Adiós mamá —murmuró Cole despacio mientras se alejaba—. Te quiero...

La sensación fría y la presencia de la mujer se esfumarían un poco después, dejando al policía de nuevo completamente solo. Un par de cuadras después, tomaría ese cigarrillo de nuevo.

FIN DEL CAPÍTULO 89

Notas del Autor:

Lavender Brown se basa íntegramente en el respectivo personaje de la película Matilda de 1996, y en menor medida en el respectivo personaje de la novela de Roald Dahl. A pesar de que en ambas versiones de la historia no encontré como tal que se mencionara explícitamente su apellido, he visto en diferentes fuentes que se refieren a éste como Brown, y decidí tomar lo como base para esta historia. Su hija, Mandy, es un personaje original de mi creación que no se basa directa o indirectamente en algún otro personaje conocido de novela, película o serie.

Bruce Bogtrotter (Bruce Bolaños en el doblaje latino) se basa íntegramente en el respectivo personaje de la película Matilda de 1996, y en menor medida en el respectivo personaje de la novela de Roald Dahl.

Después de 32 capítulos, Matilda vuelve a las andadas (sí, 32, yo también estoy sorprendido de que hayan pasado tantos desde la última vez que la vimos). No sé ustedes pero ya me hacía falta tenerla en la historia. Y además se ha encontrado de nuevo con Cole. ¿Qué pasará con ellos dos a continuación? Quédense pendientes que las cosas están por ponerse aún más interesantes.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro