Capítulo 86. Gorrión Blanco
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 86.
Gorrión Blanco
—¡Disparen! —Gritó Frankie rápidamente en cuanto logró recuperarse, y todos los soldados alzaron sus armas, apuntando en dirección a la chica en la camilla.
«¡Oh mi Dios!» pensó Lisa horrorizada, y rápidamente se tiró al suelo pecho a tierra, cubriéndose su cabeza con ambas manos.
Gorrión Blanco volteó a verlos de reojo, un instante antes de que todos comenzaran a dispararle. No se escucharon como tal detonaciones, y de los cañones de las armas no salieron balas, sino dardos, todos ellos cargados con suficiente de la droga ASP-55, un potente sedante de efecto rápido especialmente diseñado para UP's. Sin embargo, ninguno dio en su blanco. Los soldados y los demás espectadores miraron atónitos como cada uno de los dardos se detenía abruptamente en el aire a unos centímetros de la chica, y ahí se quedaban suspendidos como si el tiempo se hubiera detenido. Ella sencillamente los miraba atentamente, en silencio, aun respirando con agitación. Un instante después, los dardos cayeron por sí solos al suelo.
Gorrión Blanco alzó abruptamente sus manos y luego las dejó caer hacia los lados. Todos los aparados e instrumentos que la rodeaban volaron en todas direcciones como lo habían hecho los enfermeros antes, dirigiéndose como proyectiles hacia los soldados. Estos intentaron rápidamente esquivarlos, pero al menos tres de ellos fueron golpeados con fuerza, cayendo al suelo adoloridos, y uno de ellos inconsciente.
Entre las cosas que habían volado se había ido también el porta sueros, que inevitablemente terminó arrancándole la intravenosa del brazo. Gorrión Blanco gritó de dolor, sujetándose su brazo, y cayendo al suelo sobre su costado derecho, golpeándose fuertemente. Miró de reojo a cinco soldados que se le aproximaban por un costado aprovechando que estaba en el suelo, pero rápidamente la camilla salió disparada en su dirección, golpeando a cuatro de ellos y aplastándolos contra la pared.
Una de las enfermeras se levantó a duras penas, adolorida y sangrando por el golpe, e intentó correr hacia la puerta para huir. Pero su cuerpo se elevó de pronto antes de pudiera hacerlo, y fue jalada hacia un lado, siendo usada como un proyectil contra los soldados que intentaban volver a dispararle.
En un segundo todo aquello se volvió una completa locura. Los cuerpos de las personas y los aparatos volaban por los aires, golpeándolos para mantenerlos lejos de la chica recién resucitada. Incluso en algún momento una de las lámparas del techo se desprendió, cayendo y aplastando a un soldado. Algunos de ellos habían optado por dejar ya de lado los dardos, y comenzaron sin más a disparar. La balas eran desviadas en el aire, algunas de ellas incluso dándole a otros de sus compañeros.
Era una absoluta pesadilla.
Frankie se las había arreglado para mantenerse a salvo de los proyectiles, humanos y de objetos. Se tiró al suelo y se arrastró, hasta colocarse detrás de la chica, que ya estaba de pie tambaleante, con su brazo sangrándole. Si se le acercaba por detrás podría tener una oportunidad. Pero tenía que tomar una decisión rápida: dispararle o tomar una de las inyecciones que tenía en su cinturón con la droga e intentar inyectarla. Su cuerpo entero le gritaba que le disparara y terminara todo aquello de una maldita vez... pero no lo hizo.
El sargento guardó su pistola, sacó la inyección de su cinturón, se puso de pie rápidamente y corrió en dirección hacia ella, sujetando la jeringa en alto como una daga. Pero antes de poder alcanzarla, Gorrión Blanco se giró abruptamente. Y en cuanto sus fríos ojos se posaron en él, su cuerpo se detuvo como si hubiera chocado con un muro invisible, y un parpadeo después se elevó en el aire a gran velocidad, hasta chocar con fuerza contra con el techo de vidrio. Su cabeza y espalda se estrellaron tan fuerte que Russel y los demás arriba vieron como el vidrio se cuarteaba, dejando un rastro de su sangre en éste. Justo después se desplomó abruptamente de regreso al piso, chocando contra éste y ahí quedándose tirado e inmóvil.
—Santo Dios —fue lo único que McCarthy había podido exclamar al ver tal masacre. En el tiempo que llevaba en el DIC nunca había visto algo así; y esa chica hasta hace unos minutos había estado en coma por cuatro años. ¿Era acaso eso un efecto del Lote Diez?
Pero no podía dejar que aquello mitigara su razonamiento. Necesitaba recuperarse y reaccionar antes de que fuera tarde. Por ello rápidamente se giró a uno de los soldados que los acompañaban y gritó con fuerza:
—¡Sellen la sala!
El soldado asintió, y se dirigió a un panel de emergencia en la pared.
—¿Sellarla? —Exclamó Russel, escandalizado—. ¿Los encerrará ahí con ella?
—Debemos contenerla aquí mismo y solicitar refuerzos, antes de que cause más daño —indicó McCarthy con severidad.
—Los condenará a muerte si hace eso.
Ambos se viraron entonces hacia Lucas, en busca de su confirmación. El director miraba en silencio hacia abajo, donde el combate aún se libraba, a través del vidrio cuarteado y manchado de sangre. Se viró entonces sólo un poco hacia McCarthy y asintió lentamente.
—Proceda, capitán —le indicó con seriedad.
McCarthy se giró hacia el soldado, que ya tenía su mano en el interruptor, mismo que bajó rápidamente para activar el cerrado automático.
Abajo en el quirófano, Lisa había estado tirada en el suelo todo ese tiempo, apenas logrando alzar su rostro lo suficiente para ver los cuerpos volando, y escuchar los disparos y, especialmente, los gritos y golpes. Estaba aterrada; nunca había estado en un tiroteo, mucho menos en algo tan irreal como eso. ¿Eso en verdad estaba pasando? ¿Esa chica realmente estaba haciendo que eso ocurriera? ¿Cómo podía alguien así existir en ese mundo?
Su mirada se fijó en la puerta del quirófano, en ese momento con el camino libre, salvo por el cuerpo de un soldado ensangrentado delante de ella. Intentó con todas sus fuerzas reponerse de su terror y levantarse. Sus piernas, y de paso todo su cuerpo, le temblaban violentamente, pero al parecer la adrenalina fue suficiente para permitirle correr con toda su alma hacia la puerta. Sin embargo, no lo suficientemente rápido antes de que una pesada placa de acero bajara abruptamente justo delante de la puerta, tapando por completo la salida.
—¡No! —Exclamó Lisa pasmada, casi chocando contra la placa de acero. Comenzó entonces a golpearla con sus palmas con insistencia. Las lágrimas de desesperación comenzaron a brotar de sus ojos y bañar su rostro—. ¡Abran!, ¡por favor abran!
Su instinto fue virarse hacia arriba, esperando ver aún ahí de pie al Dr. Russel y a los demás. Sin embargo, sólo alcanzó a ver como un techó de acero, igual a la placa de la puerta, se cerraba también por encima del cristal, aislándolos por completo.
«Nos abandonaron —pensó Lisa, horrorizada—, nos abandonaron aquí con ella...»
De pronto, sintió como su cuerpo entero era jalado hacia atrás, y sus pies se deslizaban solos por el brillante piso. La misma fuerza que la jaló la volteó ciento ochenta grados, y la hizo ver con pánico que había quedado justo enfrente de Gorrión Blanco. Ella estaba de pie a unos cuantos metros, encorvada, con su cabello cayendo sobre su cara, y ésta estaba manchado de sangre, al igual que su bata blanca y sobre todo su brazo. Ella la miró fijamente con sus ojos llenos de una furia indescriptible.
Los pies de Lisa se encontraban suspendidos unos centímetros del suelo, y no era capaz de siquiera mover un dedo, pues esa fuerza la oprimía por completo como una soga invisible. Aun así, no pudo evitar comenzar a sollozar con miedo, especialmente cuando la chica se le aproximó lentamente, con su mano ensangrentada alzada hacia ella.
—Por favor, no... —musitó Lisa entre sollozos—. Por favor... no me lastimes...
Y entonces, Gorrión Blanco se detuvo abruptamente, y algo cambió en su rostro. Sus ojos se abrieron grandes, mirándola con asombro y confusión en ellos. Lisa notó este cambio, aunque no entendía su causa, y mucho menos le ayudó a mitigar su terror.
Lo cierto era que esas palabras habían despertado en la chica un pequeño y confuso recuerdo. Fue más como un flashazo, una imagen que pasó rápidamente por su cabeza de manera difuminada. La imagen de una chica, pero diferente a la que tenía enfrente. También inmóvil, y mirándola con terror...
"Por favor, Carrie... no me lastimes..." había escuchado a aquella desconocida murmurar, con el mismo tono y cubierta de lágrimas como esa otra persona.
"¿Por qué no? Todos ustedes me lastimaron toda mi vida..." respondió la voz de alguien más en su cabeza, pero... ¿quién había dicho aquellas palabras?
Gorrión Blanco se sumió por completo en aquel fugaz pensamiento, sin identificar su procedencia exacta; tanto que por un instante prácticamente se había olvidado de la persona delante de ella, o de cualquier otra en esa habitación.
Lisa miró entonces sorprendida como desde atrás de la chica surgía la figura del sargento Schur, saltando sobre ella para derribarla al suelo. Su cabeza le sangraba, pero aún parecía ser capaz de moverse. Ambos cayeron, y Gorrión Blanco terminó golpeándose la nariz contra el suelo. Frankie intentó rodear su cuello con su brazo para someterla, pero su cuerpo estaba de pronto siendo empujado hacia atrás para alejarlo de ella. Él se resistió contra esa fuerza invisible, y como pudo extendió su mano izquierda hacia el frente, hasta colocarla y presionarla fuertemente contra la cabeza de la chica.
Gorrión Blanco soltó un fuerte quejido al sentir el contacto de la mano de Frankie, y sus ojos y boca se abrieron por completo. Su mirada contempló perdida hacia el frente, como si mirara algo en algún horizonte lejano. El cuerpo de Lisa dejó de estar suspendido, al igual que otros objetos que flotaban a su alrededor, y todo se precipitó de regreso al piso.
La bioquímica alzó su mirada como pudo, viendo confundida como la atacante se había quedado así de quieta, ensimismada en sus propios pensamientos, mientras Frankie la seguía sujetando de la cabeza, con sus dedos presionados contra ella. «¿Qué le está haciendo?» se preguntó Lisa confundida, y notó entonces como de la nariz del sargento comenzaba a surgir un poco de sangre, que escurrió por su labio, hasta llegar a su barbilla.
Lisa lo supo en ese momento; había leído sobre ese efecto en específico en las notas...
Mientras la tenía sujeta de esa forma, y notándosele cada vez más débil, Frankie alzó con su otra mano la jeringa, y la jaló directo hacia el cuello de Gorrión Blanco, clavándola e inyectándole la droga. Aquello pareció hacer reaccionar al fin a la chica de lo que fuera aquel extraño trance. Giró su brazo hacia atrás, y Frankie fue empujado hacia un lado, volando por el aire y chocando contra la pared.
Gorrión Blanco intentó ponerse de pie de nuevo, tambaleándose. Dio un paso, luego otro, y entonces sus ojos se pusieron en blanco y se desplomó de nuevo al suelo por sí sola, totalmente inconsciente. Y la misteriosa fuerza que había envuelto toda esa sala, se esfumó al fin, dejando en su lugar un latente y doloroso vacío.
Lisa se incorporó lentamente, aún temerosa. Miró fijamente a Gorrión Blanco, que yacía bocabajo tan quieta y placida como había estado en la camilla. Esperó quieta a que en cualquier momento se volviera a levantar, pero no lo hizo. En su lugar, notó como alguno de los sobrevivientes comenzaban a reaccionar; varios de ellos claramente malheridos.
—El sujeto está inhabilitado —murmuró con esfuerzo uno de los soldado hablando por su radio—. Repito, el sargento Schur logró inhabilitar a la chica. El área ya es segura...
Tras haber dado aquel aviso, el mismo soldado dejó caer su brazo hacia un lado, y se sentó en el suelo, agotado.
Al fondo del cuarto, Lisa divisó al sargento Schur, que parecía igualmente haber quedado inconsciente tras ese último golpe. Y a unos metros de él, logró divisar el sitio en donde el Dr. Takashiro había caído tras ese último empujón. Con sus piernas temblándole un poco al inicio, se aproximó a ese punto para ver si acaso podía socorrerlo de alguna forma en lo que llegaba la ayuda médica.
—Dr. Takashiro —murmuró despacio mientras se agachaba a su lado—. ¿Puede oírme? Ya estamos...
Con una mano jaló apenas un poco al doctor, y éste se giró por completo, quedando bocarriba. Lisa soltó un pequeño gritillo de horror en cuanto lo vio: sus ojos totalmente abiertos y nublados, y su cabeza ladeada hacia un lado, casi apoyada por completo contra su propio hombro, pero apenas sujeta a su cuerpo. El golpe le había destrozado por completo el cuello; probablemente murió al instante.
Lisa cayó de sentón al piso, y se alejó arrastrándose hacia atrás por mero reflejo, sólo para toparse con el cuerpo de un soldado, que al parecer había recibido una bala perdida en el cuello, y Lisa terminó empapándose sus pantalones y manos con el charco de sangre que se había formado debajo de él. Volvió a gritar, y se pegó contra la pared, abrazándose a sí misma y temblando. Lo surreal de toda esa situación poco a poco se fue desvaneciendo, dejando en su lugar sólo esa grotesca y asfixiante realidad.
¿Cómo es que algo tan horrible como eso había ocurrido...? Si tan sólo el Lote Diez no hubiera funcionado; si tan sólo hubiera matado a Gorrión Blanco como lo había hecho con todos esos ratones...
«Es mi culpa —se dijo a sí misma—. Yo la desperté, yo provoqué esto... ¡es mi culpa!»
Lisa estaba tan ensimismada en sus propios horrores, que no notó cuando la placa metálica de la puerta se abrió, y varias personas comenzaron a ingresar al cuarto. Algunos eran más soldados armados, mientras que otros eran personas con trajes blancos y caretas, cargando equipo médico y camillas.
—Señorita Mathews —escuchó la lejana voz de Dr. Shepherd murmurar a su lado, y lentamente se viró en su dirección. Él estaba de cuclillas a su lado, observándola—. ¿Se encuentra bien? ¿Está herida? ¿Puede escucharme?
Lisa no fue capaz de responderle. Por un lado no podía articular palabra alguna, y por otro sencillamente no quería hacerlo.
—Saquéenla de aquí, rápido —le ordenó Russel a dos de los hombres de trajes blancos. Estos se apresuraron a guiar a Lisa a una de las camillas portátiles que traían consigo, y ésta no opuso resistencia al momento de subirse a ella. Uno minuto después, ya se la estaban llevando, al igual que a otros de los sobrevivientes.
De hecho, mientras se iba, Lisa miró de reojo a un lado y notó como también cargaban a Frankie en otra camilla parecida, mientras le daban aire con un resucitador. Al parecer, seguía con vida. Eso le dio un poco de alivio, antes de que sus ojos irremediablemente se cerraran cuando todo el agotamiento de la situación la subyugara por completo...
Por su lado, una vez que Lisa y Frankie se hubieran ido, Russel se aproximó hacia el equipo médico que revisaba a Gorrión Blanco, mejor conocida como la legalmente muerta Carrie White de Chamberlain, Maine. Aún no podía creer que después de tantos años, al fin hubiera logrado despertarse de ese coma; por un momento realmente parecía que sería algo imposible. Tristemente, no le resultaba tan increíble la horrible escena que se había suscitado justo cuando esto pasó. Al mirar a su alrededor, Russel se sintió asustado, pero a vez fascinado, por tal despliegue de poder telequinético. ¿Cuánto de eso había sido el talento natural de la muchacha, y cuánto había sido el efecto del Lote Diez potenciando sus habilidades? Viniendo de una chica que se rumorea había sido la causante de la destrucción de la mitad de su ciudad, la línea debía ser difícil de vislumbrar.
El equipo médico le indicó a Russel que Carrie se encontraba bien y estable. El ASP-55 hizo bien su trabajo, y ahora estaba plácidamente dormida, y lo estaría al menos por tres horas más con la dosis que el sargento Schur le había aplicado. Sus únicas heridas eran la de su brazo y el golpe en su nariz, pero ninguna era de cuidado y ya le habían puesto los primeros auxilios correspondientes.
—Llévenla a una de las salas médicas de contingencia —se oyó como Lucas ordenaba con seriedad, ingresando al quirófano seguido de cerca por McCarthy—. Traten sus heridas y manténganla dormida.
—Sí, señor —le respondió uno de los hombres de blanco, y rápidamente pasaron a subirla a otra camilla para llevársela. El cuerpo de la chica se encontraba flácido y sin fuerza, con sus brazos colgando como espagueti.
Russel se puso de pie y contempló en silencio como se la llevaban.
—Lo logró, Dr. Shepherd —murmuró Lucas, notándosele orgullo en el tono, y luego incluso le dio un par de palmadas en la espalda que lo sacudieron—. Tenía todo en contra, y sin embargo lo hizo.
—Sí, bueno... —masculló Russel, dubitativo. Miró entonces a su alrededor, viendo como trataban a los otros heridos, y comenzaban a revisar y recoger a los muertos—. Disculpe si no lo siento aún como una victoria.
—Siempre es una pena perder a buenos hombres —asintió Lucas—. Pero era un riesgo que sabíamos que podía ocurrir, y esto fue además una pequeña muestra de lo que esa chica es capaz de hacer. Piensen que hizo esto luego de despertarse de un coma de cuatro años; imagínese lo que podrá hacer una vez que esté a toda su capacidad. —Russel no quiso imaginárselo—. Si logramos detener a McGee y a Thorn, salvaremos muchas más vidas de las que perdimos este día aquí.
—Dígale eso a sus familias —masculló Russel con aspereza.
—Lo haré si es necesario. Mientras tanto, no tenemos tiempo que perder. Necesito que la estabilicen, y en cuanto pueda la despierten para hablar con ella.
Aquella instrucción alertó tanto a Russel como a McCarthy, y ambos se voltearon a verlo con rostros atónitos.
—¿Hablar con ella? —Cuestionó McCarthy con aprensión—. Señor, eso no sería en lo absoluto recomendable. Vea lo que pasó —señaló extendiendo sus brazos hacia alrededor—. Es claro que los ajustes mentales que se realizaron mientras estuvo en coma no funcionaron. Lo ideal será mantenerla dormida y volver a intentarlo, o ver la forma de garantizar que no sea una amenaza.
—¿No había quedado claro nuestra falta de tiempo para esperar? —Soltó Lucas defensivo, y entonces e viró hacia Russel—. ¿Qué dice usted, Shepherd? ¿Esto qué pasó significa sin lugar a duda que los ajustes no funcionaron?
Russel guardó silencio, agachando un poco su mirada, y volvió a ver de reojo el resto de aquella escena. Le llamó extrañamente la atención la camilla volcada contra un rincón. Luego de meditarlo unos segundos, respondió:
—Dadas las lesiones tan graves que Gorrión Blanco presentaba en su cerebro, siempre supimos que era posible que dichos ajustes no funcionaran como lo esperábamos. Y con esto que pasó, todo pareciera indicar que nuestras sospechas fueron cierta. —Guardó silencio unos momentos, y entonces añadió—. Sin embargo, esta reacción adversa podría también haber sido consecuencia de la confusión y desorientación por su abrupto despertar, además de un efecto provocado por el Lote Diez. Se ha visto que en su primer contacto, tiende a provocar reacciones de agresividad incontrolable en los sujetos, que suele pasar tras unas horas... o cuando el sujeto expira. Así que, puede ser que aún haya una posibilidad.
—No arriesgaré a más de mis hombres por una ambigua posibilidad —respondió McCarthy, firme en su convicción.
—No lo haga entonces —respondió Lucas con la misma firmeza, y comenzó entonces a caminar a la salida. Ambos hombres lo siguieron de cerca—. Yo hablaré con ella, como dije. Que mantengan la dosis mínima del ASP-55 para que sus poderes queden incapacitados mientras tanto. Y si tras esa conversación detecto que en efecto los ajustes no funcionaron, entonces pensaremos en nuestras opciones. Pero por ahora es nuestra mejor oportunidad.
McCarthy y Russel guardaron silencio. De todas formas daría igual lo que dijeran; era obvio que la decisión estaba tomada.
— — — —
Lisa fue llevada a la enfermería del personal y colocada en una camilla para observación. Estaba alterada y casi no lograba responder a las indicaciones del equipo médico. Sin embargo, no parecía tener ninguna herida, más allá de unos cuantos raspones.
Una vez que terminaron de examinarla, le aplicaron un calmante que le relajara y la ayudara a dormir un poco. La doctora estaba justo haciendo aquello, cuando el Dr. Shepherd se hizo presente en su camilla.
—¿Señorita Mathews? —murmuró Russel despacio, aproximándose por un costado.
Lisa lo observó en silencio, notando sólo hasta ese momento que miraba borroso pues no llevaba sus anteojos puestos. Debieron habérsele caído en algún momento durante la conmoción, y quizás ahora yacían rotos en el suelo del Quirófano 24. Y lo peor era que ni siquiera traía los de repuesto... o, más bien, esos eran los de repuesto.
Como fuera, eso no evitó que viera a su jefe (temporal) con evidente enfado en su expresión, mismo que al parecer puso un tanto incómodo al científico. Russel se aclaró su garganta, y sacó entonces del bolsillo de su bata una barra de chocolate, y comenzó a retirarle lentamente su envoltorio. Aquello era bastante menos sano que los bocadillos que acostumbraba comer, pero quizás la situación así lo ameritaba.
—Me dicen que está bien, al menos físicamente —indicó Russel, justo antes de darle una mordida al chocolate—. ¿Cómo se siente?
—Todo el cuerpo me tiembla —fue lo único que Lisa pudo articular como respuesta a tan imprudente pregunta.
—El calmante que le suministraron deberá hacer efecto pronto —le explicó Russel—. Intente dormir un poco.
—¿Dormir? —Espetó Lisa, como si aquella sugerencia le ofendiera de alguna forma—. ¿Cómo me puede pedir que duerma luego de lo que ocurrió?
Hizo una pequeña pausa, y entonces cuestionó con temor:
—¿El Dr. Takashiro...?
—Falleció al instante —respondió Russel casi de inmediato—. Al igual que dos de los enfermeros que lo asistían, y siete soldados. Cinco más están heridos de gravedad, incluido el sargento Schur.
—Dios santo —musitó Lisa horrorizada, escondiendo su rostro detrás de sus manos.
Russel parecía un tanto incómodo por su reacción, y ciertamente tenía motivo para estarlo. Vacilante, acercó una mano al hombro de la joven mujer, dándole lo más parecido que él podía dar a palmadas de ánimo.
—No fue su culpa. Usted hizo su trabajo, y lo hizo de maravilla. Tenía todo en contra, y aun así lo logró. Debe sentirse orgullosa de sí misma.
¿Orgullosa? ¿Cómo podía pedirle que se sintiera orgullosa de tan espantoso resultado? De haber sabido que algo como eso ocurriría, hubiera preferido por mucho haber fracasado, aunque ello hubiera costado la vida de esa chica. Ahora lograba entender un poco porque Takashiro le había dicho que se merecía terminar en ese estado, o peor.
Lisa bajó sus manos lentamente, revelando de nuevo su rostro, y observó a Russel fijamente con agobiante seriedad.
—Si no se hubiera detenido en ese momento, yo también estaría muerta, ¿o no? —Le cuestionó con brusquedad, y Russel no pudo responderle nada—. ¿Quién es esa chica realmente? ¿Cómo es posible que un ser humano sea capaz de hacer algo como lo que hizo en ese sitio?
Russel suspiró con pesadez.
—De eso hablaremos después —le respondió de forma disimulada—. Si acaso me es permitido hacerlo...
—¿Y el sargento Schur? —Soltó Lisa de pronto, tomando a Russel por sorpresa—. ¿Él es uno de ellos? ¿Es un UP?
Aunque Russel no conocía con exactitud el por qué le cuestionaba ello, se podía hacer una idea. De seguro lo había visto hacer algo durante ese lapso de tiempo en el que estuvieron encerrados, y así fue como Frankie logró neutralizar a Gorrión Blanco. Aún no había visto la grabación de las cámaras, pero estaba casi seguro de que dichas imágenes confirmarían su sospecha.
—Técnicamente, sí —asintió Russel sin muchos rodeos—. Pero no como Gorrión Blanco... o como su novio, señorita Mathews.
Aquel último comentario provocó una nada disimulada reacción de asombro, y quizás miedo, en Lisa. Una sonrisa astuta se dibujó en los labios de Russel.
—Sí, sabemos de su relación con Cody Hobson —aclaró el hombre de bata blanca—. No lo sabía al inicio, claro. El dato surgió durante la investigación que le hicieron una vez que fue elegida para el trabajo. Pero no tiene de qué preocuparse. Su novio es parte de una organización con la que... se podría decir, tenemos buena relación. Pero ya hablaremos también de ese tema cuando esté más calmada.
»Sobre Frankie, él no es como ellos dos. Gorrión Blanco y su novio nacieron o desarrollaron sus habilidades de manera natural. Frankie... él es básicamente un UP artificial. En sus notas es probable que se haya omitido al respecto, y con obvia razón. Pero el agosto pasado, luego de que se implementó el VPX-01 en el Lote Diez, se hizo una prueba en diez voluntarios. Todos eran soldados entrenados del DIC, y sus análisis nos indicaron que tenían la predisposición genética adecuada para procesar el químico y, quizás, desarrollar habilidades psíquicas. Justo como se dio en los 60's con Andy McGee y Vicky Tomlinson, usando el Lote Seis. Supongo que de ellos sí leyó en los expedientes, ¿o no? Bueno, este nuevo experimento fue incluso más desastroso que el de 1969. Nueve de los sujetos murieron; algunos en el acto, otros luego de días de agonía, y sólo a uno de ellos logramos salvarle la vida.
—¿El sargento Schur? —concluyó Lisa con voz seria, a lo que Russel asintió.
—Y justo como lo deseábamos, desarrolló algunas pequeñas habilidades especiales. Pero similar a como ocurrió antes, al ser artificiales, por decirlo de algún modo, tienen un efecto negativo en él si las usa prolongadamente. Pero en ocasiones resulta útil.
Lisa recordaba lo que había leído sobre los efectos negativos documentados a los usuarios de las pruebas de los 60's, sobre todo Andy McGee. O también las hemorragias nasales presentes en los sujetos de los 70's y 80's, que en las notas se referían sólo por un número clave. Pero en efecto, esas pruebas del agosto pasado no estaban nombradas en ningún lado.
—¿Eso es lo que quieren hacer con el Lote Diez? —cuestionó Lisa con preocupación—. ¿Crear soldados con poderes psíquicos?
—Es la intención final de todo esto, por supuesto —contestó Russel sin mucho miramiento—. Aunque aún creo que estamos lejos de lograrlo con seguridad. Pero su descubrimiento definitivamente será un paso importante en dicha dirección.
Lisa agachó su mirada con reservas. La angustia que aquella idea le causaba se hizo aún más evidente.
—Sé lo que está pensando —comentó Russel—, pero tiene que creerme cuando le digo que todo lo que aquí hacemos, es con la intención de proteger a las personas. Además, como científicos, no nos corresponde decidir en qué se usa o no un nuevo conocimiento. Nosotros lo ofrecemos al mundo, y éste decide qué hacer con él.
—Esa es una posición demasiado cómoda —señaló Lisa, acusadora.
—Quizás... Pero ya habrá tiempo de hablar de todo eso. —Le dio un par de palmadas en su hombro y entonces se alejó de la camilla para marcharse—. Ahora descanse.
Lisa no se sentía capaz de descansar, pero poco a poco el calmante pareció hacerle efecto. Se recostó de nuevo en la camilla, junto sus manos sobre el regazo, y cerró los ojos. No tardó mucho en quedarse dormida.
— — — —
Gorrión Blanco seguía plácidamente dormida, cortesía del fármaco ASP-55. Por seguridad la colocaron en una de las salas médicas de contingencia, justo como Lucas había ordenado. Estas salas eran diferentes a aquella en la que la habían tenido los últimos años. La puerta y las paredes eran de acero reforzado, y la camilla venía integrada con correas de doble cuero. Todo eso, y otros aditamentos más de seguridad, la volvían básicamente una celda.
Los médicos se encargaron de curarle sus golpes y su brazo, y de estabilizarla. Sus signos vitales se habían normalizado, al igual que su actividad cerebral. En toda apariencia todo indicaba que se había recuperado de aquel estado que la había afectado durante cuatro años, y lo único que la mantenía dormida en esos momentos era justamente la droga que en esos momentos le suministraban en pequeñas dosis por intravenosa.
Una vez que le indicaron que estaba estable, Lucas pidió ir a verla. El director ingresó a la sala médica acompañado de cerca por McCarthy, y se paró firme al pie de la camilla. La jovencita estaba recostada, como lo había estado durante todo ese tiempo, aunque su rostro ahora se veía menos tranquilo que siempre. Su nariz además estaba vendada por el golpe que se había dado. En la sala había también tres doctores, revisándola a ella y a los aparatos a los que estaba conectada.
—¿Podrán despertarla? —Preguntó Lucas con firmeza.
—El RTP-34 contrarrestará los efectos del ASP-55, y la hará recobrar un poco la consciencia —le informó uno de los médicos—. Pero seguiremos administrándole el sedante en una dosis menor, lo suficiente para que no pueda usar sus habilidades, o al menos le resulte difícil.
—¿Y estará lo suficientemente despierta para entenderme?
—Lo más seguro es que el ASP-55 la tendrá algo confundida, pero podrá responder sus preguntas. Aunque... siempre las dosis menores suelen tener efectos diversos dependiendo del individuo.
—¿Eso implica que aún es posible que pueda usar sus poderes? —cuestionó McCarthy, visiblemente consternado.
El doctor dudó un poco antes de responderle.
—Es poco probable... pero es una posibilidad.
McCarthy negó con su cabeza, y se viró entonces hacia Lucas.
—Le pido de favor que reconsidere esto, director —le pidió casi sonando como una exigencia—. Lo prudente será ir tanteando poco a poco el terreno con esta chica, hasta determinar su estado mental real y la forma correcta de tenerla controlada. Al menos espere a que el sargento Schur esté recuperado para que le sirva de apoyo.
—¿No le quedó claro que no tenemos tiempo, McCarthy? —le respondió Lucas con severidad—. Nos preparamos con bastante antelación para este momento, así que tendremos que arriesgarnos. Si los "ajustes" que le estuvimos haciendo mientras dormía no funcionaron, entonces tendremos que pensar en otra forma de actuar. Pero será mejor saberlo de una vez.
—Sí, señor —respondió McCarthy, más que nada resignado.
El capitán se hizo a un lado, pegándose a la pared para no estorbar, pero con su mano puesta sobre su arma para sacarla de su funda al primer vistazo de problemas.
—Despiértenla —ordenó Lucas, por lo que uno de los doctores se apresuró a inyectar el RTP-34 en la intravenosa.
Una vez realizado aquello, el médico, y todos los demás, se apartaron aprehensivos contra la pared. Aquello definitivamente no daba mucha confianza. Aún así, Lucas se quedó de pie, firme delante de la cama, aunque por dentro por supuesto le afloraban los nervios. Sólo escuchar las historias de lo ocurrido cuatro años atrás en Chamberlain sería suficiente para hacer que se sintiera así. Pero luego de ver lo ocurrido en ese quirófano, simplemente era imposible evitarlo, incluso para él que mostraba tanta seguridad por fuera.
Pasaron algunos minutos sin que nada cambiara. Pasado ese tiempo, algunos de los músculos del rostro de Gorrión Blanco comenzaron a moverse en pequeños gestos de incomodidad. Sus ojos se abrieron pesadamente, y sus labios se abrieron y cerraron despacio.
McCarthy y todos los médicos presentes se pusieron aún más nerviosos.
—¿Dónde...? —susurró Carrie despacio, mirando alrededor con confusión.
—Todo está bien, tranquila —se apresuró Lucas, dando un paso más hacia la camilla. El rostro de Gorrión Blanco se giró perezosamente hacia él, dificultándole al parecer el enfocar su mirada—. Estás en un hospital, te estamos cuidado.
Gorrión Blanco se le quedó mirando en silencio, como si estuviera de alguna forma intentando entender quién o qué estaba viendo realmente.
—¿Puedes entenderme? —le peguntó Lucas despacio.
La chica siguió sin reaccionar por un rato más, pero era difícil saber qué tanto de ese estado era causado por el sedante, cuanto por la conmoción o confusión de haber despertado de su coma luego de tanto tiempo, y cuanto era porque quizás las lesiones de su cabeza no estaban del todo curadas como se esperaba.
—¿Qué me pasó...? —Preguntó Gorrión Blanco de pronto, con un poco más de claridad en su voz.
—¿Qué es lo último que recuerdas? —respondió Lucas con cautela.
Carrie cerró los ojos, arrugando un poco el entrecejo. Luego alzó una mano hacia su rostro, presionándola contra su ojo derecho y su frente.
—No lo sé... Todo es muy confuso...
Se notó un poco de desesperación y frustración en su tono. Eso era peligroso. Si aquello se salía de control, podía repetirse lo de hace un par de horas; la dosis pequeña del ASP-55 era lo único que en teoría podía impedirlo.
—¿Recuerdas algo? —Murmuró Lucas—. ¿Sabes cuál es tu nombre?
—No... no lo sé —respondió Carrie con algo de enojo, y Lucas sintió por un momento que la camilla y los aparatos se agitaron, pero aquello bien podría haber sido sólo su imaginación.
Carrie bajó su mano lentamente, y entonces enfocó su mirada en Lucas, de una forma tan penetrante y agresiva, que incluso el director del DIC tuvo el reflejo de él también tomar su arma, pero se contuvo.
—¿Quién es usted? —Preguntó Gorrión Blanco directamente.
Lucas guardó silencio unos instantes.
Durante la llamada de la mañana, la agente Cullen había dicho que, aunque lograran despertar a esta chica, no había garantía de que pudieran convencerla de trabajar para ellos en tan corto tiempo. Bien, eso era verdad. Sin embargo, lo que Cullen, y ninguno de los otros directivos más que Lucas, McCarthy y Russel sabían, era que no habían dejado tal posibilidad al azar. El monitoreo constante del Dr. Takashiro, y las pruebas del Lote Diez, no eran las únicas vertientes del Proyecto Gorrión Blanco. Aquellos "ajustes" que habían estado comentando, eran pequeñas influencias que habían implementado en la mente de esa chica mientras dormía. Eso con la intención de implantare ciertas ideas e instrucciones, para cuando lograra al fin despertar.
Todo se había hecho con bastante cuidado y detalle. Sin embargo, el estado de su cerebro tras sus lesiones, hacía imposible predecir qué efecto tendrían dichos ajustes en realidad. Pero ahora era momento de descubrirlo...
—Me llamo Lucas Sinclair —le respondió con vehemente seriedad—. Y soy tu jefe.
Carrie arrugó un poco su entrecejo con confusión.
—¿Mi jefe? —Murmuró despacio, aunque casi de inmediato desvió su mirada hacia un lado, como si estuviera recordando algo—. Mi jefe...
—¿Lo recuerdas? —Susurró Lucas con cuidado, colocando una mano sobre el barandal de la camilla—. Eres Gorrión Blanco, una agente al servicio del DIC. Fuiste herida hace cuatro años y estuviste en coma. Pero hoy logramos despertarte al fin.
—¿Cuatro años? —exclamó la chica, sorprendida.
—Así es. Pero no te preocupes, de seguro todo volverá poco a poco. Pero ahora necesitamos que te recuperes rápidamente. Tenemos una misión importante que debes cumplir lo antes posible.
—¿Una misión...?
La joven seguía confundida, pero... al parecer, no tanto. Era más como si aquellas palabras le resultaran familiares, pero aún no lograra identificar claramente de dónde. Pero, poco a poco, todo le fue dando mucho más sentido.
—Una misión —repitió con voz más firme, y entonces se viró de nuevo hacia Lucas—. Sí, claro. ¿Qué debo hacer, señor...?
Aquello causó una profunda sensación de alivio en todos los presentes; McCarthy incluso retiró su mano del arma. Al parecer, de momento, todo estaba funcionando bien...
— — — —
El avión de Cody aterrizó en el aeropuerto de Bismarck, Dakota del Norte a las ocho de la noche. Fue un viaje ligero; sólo se llevó una pequeña maleta con un par de cambios de ropa y el maletín con su computadora. Lucy le había mandado un mensaje informándole que iría a recogerlo, aunque en dicho mensaje no sonaba del todo contenta con dicha idea.
Cuando bajó del avión y cruzó las puertas de los arribos, sacó su teléfono con la intención de mandarle un mensaje a Lucy y avisare que había llegado, pues ya había dejado muy claro que no le gustaba que le marcara. A esas alturas quizás aquello sería una tontería, considerando que ahora tendrían que verse cara a cara, pero prefirió no tentar más a la suerte con ella. Sin embargo, casi inmediatamente de cruzar las puertas automáticas, divisó el cartel blanco y grande con un enorme CODY HOBSON escrito con marcador negro. Y las manos que sujetaban dicho cartel eran las de una mujer, alta y delgada de cabello castaño claro y quebrado que caía libre sobre sus hombros como una maraña. Usaba unos grandes lentes redondos que hacían ver sus ojos más grandes, un suéter holgado color olivo, y unos pantalones gastados.
Esa debía ser Lucy.
Cuando los grandes ojos de aquella mujer se posaron en él, bajó el cartel en el entendido de que él ya la había visto a ella.
—Cody Hobson —murmuró despacio cuando el visitante estuvo a la distancia correcta—. Me alegra darme cuenta que la foto de tu expediente es bastante adecuada.
—Lucy, supongo —murmuró Cody, un poco dudoso sobre cómo debía actuar—. Qué gusto conocerte en persona al fin...
Extendió su mano con la intención de estrecharle la suya, pero Lucy no sólo no la tomó, sino que en ese momento se giró y comenzó a caminar en dirección a la salida.
—Mi auto está afuera —indicó con voz alta para que lo oyera—. Si no salimos ahora, me cobrarán otra hora.
Cody bajó su mano, y comenzó a seguir a la mujer unos pasos detrás. Creyó que al verla en persona esa impresión que le había dado al hablar por teléfono pasaría. Pero, al menos de momento, las cosas no iban en esa dirección.
El auto de Lucy era un New Beetle anaranjado de al menos doce años de edad, con la pintura un poco desgastada. Era pequeño, pero por suerte ni Cody ni su maleta ocupaban mucho espacio. Cuando salieron de estacionamiento del aeropuerto, comenzó a lloviznar, y sólo unos minutos después dicha llovizna se convirtió en un fuerte aguacero. Lucy conducía aferrada a su volante, con su cuerpo inclinado al frente mientras intentaba ver el camino que los parabrisas le limpiaban. Ya estaba oscuro, y Cody se preguntó por un momento si acaso su acompañante estaba acostumbrada a conducir de noche... y lloviendo.
—Te aviso desde ahora que dormirás en la sala —mencionó Lucy de pronto, tomando un poco por sorpresa a Cody pues dicho comentario había salido de ningún lado—. El sillón no es muy grande, pero por lo que veo tú tampoco.
—¿Disculpa? —Murmuró Cody, preguntándose si aquello era algún tipo de insulto. Ciertamente él no era muy alto, y le pareció que ella le sobresalía por unos centímetros. Como fuera, Lucy no hizo caso de su reacción y prosiguió con lo que deseaba decir.
—Y te advierto que cerraré la puerta de mi cuarto con llave, y duermo con un gas pimienta sobre mi buró.
Cody abrió la boca con la intención de responder algo a tal insinuación, pero prefirió evitarlo. Él ni siquiera le había pedido que fuera a recogerlo, mucho menos que le dejara quedarse en su casa. De hecho, tal opción ni siquiera le había cruzado por la cabeza hasta ese momento.
—Puedo quedarme en un hotel, Lucy —indicó Cody con seriedad, lo que provocó un casi inmediato intento de risa irónica por parte de ella.
—No, no es cierto —respondió Lucy casi como un regaño—. Mi casa está a las afueras sobre la carretera; alejada lo suficiente para que tus sueños no afecten a nadie cercano.
Cody se sobresaltó al escuchar aquello. De nuevo pensó en decir algo, ahora para cuestionarle cómo sabía de sus sueños. Sin embargo, entendió casi de inmediato que cuestionarle a esa mujer cómo sabía lo que sabía sería inútil.
—A nadie excepto a ti —señaló Cody con más serenidad—. Y no querrás estar cerca si tengo una pesadilla.
—Será preferible a que uses esas pastillas que traes contigo —fue la respuesta siguiente de Lucy, señalando incluso con una de sus manos hacia el bolsillo del abrigo de Cody. El carro se agitó un poco cuando retiró la mano del volante, por lo que rápidamente lo volvió a tomar para estabilizarlo.
Cody se agitó un poco por tal sacudida, pero logró enderezarse rápidamente. De nuevo, prefirió no preguntarle como sabía de las pastillas. Y aunque la idea de quedarse en su casa no le causaba ningún placer, y evidentemente tampoco a ella... debía aceptar que tenía razón con respecto a sus pesadillas. Sería mucho más seguro quedarse en un sitio donde pudiera afectar a la menor cantidad de personas posibles. Y además, con alguien que ya sabía de antemano de su estado.
Suspiró lentamente, resignado.
—Bueno, gracias —pronunció despacio, intentando sonar lo más genuinamente agradecido que pudo.
—No hay de qué —asintió Lucy mientras seguía viendo cómo podía el camino—. Mamá siempre me dijo que tenía que ser hospitalaria con los invitados.
«Si a eso le llamas hospitalidad» pensó Cody con cierta ironía, sin poder evitarlo.
Llegaron a la casa de Lucy unos veinte minutos después, retrasados un poco por la lluvia. La casa parecía bastante más acogedora de lo que Cody se imaginaba. Le recordaba un poco a la casa de los Hobson en donde había crecido; la clase de lugar en la que le gustaría vivir algún día.
Lucy lo hizo sentarse en la pequeña sala, mientras ella se dirigió directo a la cocina a preparar un té, aunque no se lo había pedido. Volvió unos diez minutos después con dos tazas humeantes en sus manos.
—Bien, ¿qué objeto personal de Lisa Mathews me trajiste? —cuestionó de pronto, justo antes de colocar una de las tazas delante de él. Cody tomó entones su maletín y lo abrió, sacando de éste un estuche rectangular color morado—. ¿Unos lentes? —Cuestionó Lucy, curiosa.
—Son de ella —respondió Cody, abriendo el estuche que contenía en su interior unos anteojos cuadrados de armazón negro grueso—. Los dejó en mi casa unos días antes de... bueno, unos días antes de nuestra discusión. No he tenido tiempo de devolvérselos, como podrás adivinar.
—¿Por qué habría de adivinar eso? —Preguntó Lisa, genuinamente confundida por el comentario, justo ante de dar un sorbo de su taza. Cody quiso decirle que sólo era un decir, pero Lucy se paró rápidamente y se dirigió hacia su estudio antes de que pudiera decir algo.
Cody aguardó, y se limitó a beber un poco del té. Su sabor era muy intenso, y le provocó un par de tosidos por el ardor que le causaba en la garganta. ¿Para qué exactamente servía ese té? Y, ¿era acaso el mismo que ella estaba bebiendo?
Lucy volvió luego de un rato con lo que parecía ser un papel doblado en su mano y un marcador rojo. Se puso de rodillas enfrente de la mesa de centro de la sala, y retiró rápidamente las dos tazas de té, colocándolas en el suelo. Desplegó entonces sobre la mesa el papel, revelando que era un ancho mapa con la división política de los Estados Unidos, incluidas las ciudades y carreteras principales.
—Usaremos este mapa —dijo Lucy—. Si mi teoría de la caja de plomo es cierta, es probable que ni siquiera usando esos anteojos pueda dar con su ubicación exacta. Pero puede que, con la suficiente suerte, nos dé una localización más cercana. Colócalos ahí, sobre el mapa. —Cody sacó los lentes del estuche y los colocó justo en el centro—. Ahora deja me concentro. Intenta no moverte y no hacer ruido mientras lo hago. Si puedes evitar respirar, sería genial.
—¿Hablas enserio? —Inquirió Cody incrédulo. Lucy no le respondió.
La rastreadora cerró sus ojos y respiró profundamente; inhalando por la nariz y exhalando por la boca, intentando relajarse y despejar su mente lo mejor posible. Dada la dificultad que sabía de antemano implicaba esa búsqueda, necesitaba concentrarse más que de costumbre.
Intentó divisar en su mente lo mismo que había visto durante su primer intento. Todo el recorrido de Lisa, desde que salió de su edificio, subirse a aquel avión, luego a aquel helicóptero, hasta el punto justo en el que ya no pudo detectarla más. Una vez que su mente estaba ya fija en ese pensamiento y en ese lugar, extendió una mano hacia los anteojos, y la otra la colocó suspendida en el aire a unos cuantos centímetros por el área derecha del mapa. Y antes de que sus dedos tocaran los lentes, susurró muy despacio:
—Lisa Mathews...
Y entonces los tomó firmemente entre sus dedos, y al instante su mente se desprendió de ella y voló abruptamente lejos de ese sitio; hacia el este, muy al este.
Desde su perspectiva, toda su visión se amplió tanto que podía ver entera la costa este, sintiendo todas las voces y pensamientos de las miles de personas en dicha área. Poco a poco fue achicando la visión, haciendo que el área se redujera. Su mano fue moviéndose por el mapa de arriba abajo, dando pequeños giros, hasta enfocarse en un área casi específica. Lucy pudo ver de nuevo el helicóptero, viendo desde los ojos de Lisa su recorrido. Vio un paisaje boscoso amplio sin ningún edificio o carretera a la vista. Y a lo lejos, al fondo de todo ese panorama, logró ver una montaña alta que sobresalía por encima de todos los árboles.
Y entonces, volvió a sentir como era empujada hacia atrás con fuerza.
En ese momento mismo Lucy dejó caer su dedo sobre el mapa, apuntando justo un punto específico de éste. Lucy abrió de nuevo sus ojos y vio el sitio que señalaba. En cuanto lo vio estuvo segura; esa era el área en la que se encontraba su visión hace unos momentos, o al menos cerca de ahí.
Tomó rápidamente el marcador rojo y dibujó un círculo, limitando el área con la que se sentía cómoda con respecto a su visión. Y una vez que lo hizo, soltó el aire comenzando a respirar agitadamente, y se dejó caer hacia atrás, casi cayendo rendida por le esfuerzo que aquello le había provocado. Aunque lo que más le había afectado era precisamente ese empujón final.
—Ahí es... —susurró cansada entre respiros—. Eso creo...
Cody se inclinó apremiante para echar un vistazo al área que había marcado.
—¿En Maine? —Murmuró Cody, un poco confundido. El círculo rojo en realidad marcaba un área al noroeste de dicho estado.
—Nada bueno ocurre en Maine —respondió Lucy, encogiéndose de hombros—. Alguien me lo dijo una vez, no sé por qué.
Mientras decía aquello, Lucy se incorporó de nuevo, tomó su teléfono y comenzó a buscar en Google Maps una vista más completa sólo del estado de Maine. Le echó un vistazo y también al mapa en la mesa, intentando identificar cuál era el punto que había seleccionado; inspirada también un poco por su propia intuición.
—Me parece que el helicóptero se dirigía a un punto aquí, en esta zona boscosa —indicó pasándole el teléfono a Cody para que pudiera ver el punto que había marcado—. No sé con exactitud a dónde, pero estoy casi segura de que era algún sitio en esa área. Pero por lo que veo no hay algún pueblo o ciudad. ¿Alguna idea de por qué iría a ese sitio?
Cody miró atentamente el punto marcado, haciendo un poco más grande la vista para ver más completa la ubicación. No se le ocurría de momento algo en específico por lo que Lisa quisiera ir a Maine, mucho menos a un bosque sin nada cerca a la redonda.
—Dijo que era por trabajo, pero... no lo sé —respondió Cody, vacilante.
Cody bajó el teléfono, colocándolo sobre la mesa. Se sentó en el sillón con su espalda contra el respaldo del sillón, y su mirada alzada hacia el techo. Lucy lo contempló en silencio, expectante.
—¿Y qué harás ahora? —le preguntó de pronto con curiosidad.
Cody permaneció en silencio. Aquella era una buena pregunta en realidad...
FIN DEL CAPÍTULO 86
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