Capítulo 85. Su queja está anotada
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 85.
Su queja está anotada
El ratón blanco, que había estado completamente quieto por casi un minuto luego de suministrarle el compuesto, comenzó abruptamente a convulsionar y a retorcerse, soltando agudos chillidos de dolor. Sangre comenzó a brotar de sus ojos, oídos y boca, hasta después sencillamente quedar inmóvil y tieso sobre la plancha metálica, y un pequeño charco rojizo comenzó a formarse debajo de su pequeño cuerpo. El ratón al que se le había aplicado la misma porción, pero presentando la lesión en su cerebro, tuvo un resultado bastante parecido, con la excepción de que en su caso no hubo chillidos.
Lisa soltó un fuerte quejido de frustración, incluso llegando a golpear la mesa con su mano, provocando que el cadáver de los dos ratones saltara un poco.
—Y con esos ya van ocho ratones muertos, más rápido que los anteriores —señaló el Dr. Takashiro sobre su hombro—. Y ya pasaron bastante más de diez minutos, por cierto.
—No me está ayudando —musitó Lisa con molestia y pasó rápidamente a preparar a los otros dos sujetos de prueba—. ¿Decidió quedarse sólo para molestarme?
—Por curiosidad, supongo —respondió el neurólogo, encogiéndose de hombros. Lisa tuvo deseos de decirle que saciara su curiosidad en otro lado si no le iba a ser de apoyo, pero se lo guardó—. Si sirve de algo —mencionó Takashiro poco después—, puedo hacerle la radiografía a los ratones con lesiones para ver si hubo alguna mejora.
—No importa la mejora que hayan tenido las lesiones, si el sujeto muere en el proceso —señaló Lisa de mala gana. Quizás había sonado más dura de lo debido, pero ambos sabían que era la pura verdad.
La quinta y última dosis que había logrado crear en ese corto tiempo, contenía la mayor cantidad del VPX-01, superando incluso cualquier otra que se hubiera hecho antes para un ratón de prueba; al menos según las notas que tenía a la mano. Esperaba no tener que llegar a usarlo, pero era lo último que le quedaba. Si no tenía al menos un resultado significativamente diferente con esa última prueba, entonces eso sería todo.
Eligió a los dos ratones y le administró a cada uno la dosis correspondiente. Y al principio en efecto sí pasó algo diferente: una reacción casi igual a las otras, pero ocurrida justo al instante en cuanto el Lote Diez entró en sus sistemas. Ambos ratones comenzaron a convulsionar violentamente, y el que no tenía la lesión a chillar incluso más fuerte que los anteriores. Aquello fue tan extremo, que Lisa tuvo que retroceder un poco, con miedo reflejándose en su mirada. Todo fue en efecto más rápido que las veces anteriores, apenas un poco más de un minuto. La sangre comenzó a brotar de sus orificios, y tras esa al menos corta agonía, ambos quedaron totalmente inmóviles sobre la plancha.
De nuevo, evidentemente ambos muertos.
—¡Maldita sea! —espetó Lisa con enojo, retirándose las gafas de seguridad y tirándolas al suelo con frustración. Luego se dirigió a su escritorio, apoyando sus manos sobre éste y comenzando a respirar lentamente intentando calmarse.
—Debías intentarlo —oyó pronunciar a Takashiro a sus espaldas—. No te sientas mal.
Lisa no le respondió nada. En realidad, que ese sujeto intentara reconfortarla era lo que menos deseaba en esos momentos.
Si tan sólo le hubieran dado más tiempo podría haber encontrado una solución; ella sabía que sí. Pero ahora ni siquiera podía dejar alguna constancia de que su teoría del acelerador podría funcionar o no. Lo único que le quedaba por hacer, como lo haría cualquier profesional como ella, era dejar sus notas lo más claras y detalladas posibles, e intentar expresar el hilo de pensamiento que la había llevado a realizar esos últimos experimentos. De esa forma, quizás toda esa información le pudiera ser de utilidad a los que estén a cargo del Lote Once, y puedan terminar lo que ella no...
—Por Dios —escuchó de nuevo a Takashiro hablar a sus espaldas, pero estaba tan ensimismada que no le prestó bastante atención al inicio—. Mathews, mira eso. No puede ser.
—¿Qué cosa? —Musitó Lisa algo irritada, girándose a verlo sobre su hombro. Notó que el doctor miraba estupefacto hacia la plancha. Y al mirar en dicha dirección, pudo ver lo que había causado tal reacción en él: uno de los ratones se estaba moviendo.
Pero no sólo moviéndose. Al aproximarse con cautela, Lisa pudo notar que el ratón respiraba con regularidad, movía un poco sus patitas, y sus ojos estaban abriéndose. Aún con su cabeza manchada por su sangre, el ratón logró girarse sobre su lomo para quedar bocabajo, y apoyó sus patas rosadas sobre la superficie fría. Alzó entonces su cabeza, olfateando, y luego dio unos débiles pasos, casi teniendo que arrastrar su cuerpo en dirección al otro ratón. Éste seguía igual de quieto, y muerto, que hace unos momentos.
Lisa contempló todo aquello boquiabierta. Y lo más impresionante era que ese ratón... era el de la lesión, el que no era capaz de despertar y reaccionar. Y ahora ahí estaba, moviéndose. Tomó rápidamente una pluma y se la acercó al ratón, moviéndola con cuidado frente a su rostro. El ratón olfateó la pluma y giró la cabeza en la dirección en la que la pluma se movía.
—¡Increíble! —Exclamó la bioquímica, soltando una risa casi nerviosa—. Está vivo, y alerta. ¿La lesión cerebral se curó?
Volteó a ver a Takashiro en busca de una confirmación de su parte. Éste seguía tan atónito, que tuvo problemas para poder responderle.
—Eso pareciera —comentó el neurólogo con vacilación—. Tendría que hacerle una radiografía para estar seguro...
—Hágalo, rápido —señaló Lisa tajante mientras tomaba con apuro sus notas y lo juntaba todo en un legajo—. En cuanto tenga el resultado mándemelo, por favor.
—¿A dónde vas? —Le preguntó Takashiro extrañado, pero Lisa no respondió y en su lugar corrió apurada hacia la puerta cargando todos aquellos papeles en sus brazos. Por un momento se le olvidó su tarjeta para poder abrir la puerta y tuvo que regresarse, casi tropezándose, para luego entonces sí salir con paso veloz como si escapara de algún peligro inminente.
— — — —
—Hemos... tenido algunos progresos —respondió Russel al fin al último cuestionamiento del director Sinclair—. La señorita Mathews cree que puede encontrar la dosis correcta en unos días más.
—No tenemos unos días más —espetó Lucas, beligerante—. Nuestros dos objetivos están por reunirse en el mismo punto en cuestión de días. No tendremos otra oportunidad igual para atraparlos a ambos.
—Supongo —asintió Russel—, pero eso no quiere decir que debamos comportarnos tan impulsivos.
Lucas lo observó con dureza desde su silla.
—Entonces, ¿le parece que estoy actuando impulsivamente?
«¡Por supuesto que sí!», pensó Russel con tanta fuerza que por un momento temió haber sido escuchado de alguna forma. Se limitó entonces a sólo aclararse la garganta e intentar responder con la mayor serenidad posible.
—Sólo le pido que nos dé un poco más de tiempo...
—Le he dado cuatro años, Shepherd —respondió Lucas con dureza—. Cuatro —repitió alzando la misma cantidad de dedos para que los viera—, y aún no es capaz de siquiera garantizarme que podrá despertarla. Así que es todo: cancelaremos Gorrión Blanco y procederemos con la elaboración del Lote Once. Encárgate de que se haga lo más pronto posible, McCarthy.
—Sí, señor —asintió el militar de barba anaranjadas, evidentemente más por obligación que porque él mismo compartiera su mismo sentir.
—Sea razonable, director —exclamó Russel, ya no importarle tanto el sonar sereno o no—. Tardaríamos mucho más en elaborar el Lote Once de lo que nos tomaría terminar nuestras pruebas actuales. Y aunque tuviéramos el nuevo compuesto mañana, no hay garantía de que tenga mejores resultados. Como sea que lo vea, esta decisión no le ayudará en nada a atrapar a los dos objetivos.
—Pero al parecer tampoco el darle más tiempo, ¿o sí? —respondió Lucas con recriminación, provocando que el siempre elocuente Russel Shepherd se quedara sin palabras—. Mi decisión está tomada, así que...
Antes de que Lucas pudiera terminar lo que iba a decir, un pequeño alboroto justo afuera de la sala llamó la atención de todos.
—No puede entrar —escucharon como anunciaba uno firmeza uno de los soldados que cuidada la puerta.
—¡Ya le dije que necesito hacerlo ahora mismo! —Le respondió alguien más justo después—. ¡Dr. Shepherd! —Gritó con más fuerza para que le escucharan.
Los ojos de todos se fijaron en Russel, que estaba tan confundido como ellos. Sin embargo, quien se terminó levantando y caminando a la puerta fue McCarthy. Se aproximó a las dos puertas gruesas de manera y las abrió rápidamente deslizándolas hacia los lados. Afuera, logró ver a los dos soldados sujetando a una mujer de bata blanca y anteojos, que forcejeaba con ellos. Al verlo, los dos soldados intentaron pararse derechos, pero sin soltar a la mujer.
—¿Qué significa esto? —Musitó McCarthy con molestia—. Les dije que no quería ningún tipo de interrupción.
—Lo siento, señor —se disculpó uno de los soldados, y comenzó entonces a intentar llevarse a la mujer lejos de la sala.
—No, esperen —exclamó ella, continuando con su forcejeó—. ¡Dr. Shepherd! ¡Tuvimos un resultado positivo con el Lote Diez! ¡Un resultado positivo!
Aquello fue suficiente para que Russel reaccionara, y reconociera además de quién era la voz.
—¿Señorita Mathews? —Exclamó sorprendido, parándose rápidamente y dirigiéndose a la puerta—. Suéltenla, ¿qué les pasa? —Pronunció como reprimenda a los dos soldados. Miró entonces a McCarthy esperando que éste le secundara. El capitán vaciló un momento, pero entonces con un asentimiento de su cabeza les indicó que lo hicieran.
Una vez que estuvo libre, Lisa se acomodó como pudo su bata y anteojos, y miró de mala gana a los dos hombres. Se aproximó entonces hacia Russel, y le susurró despacio:
—Hice una nueva ronda de pruebas rápidas, y uno de los ratones con lesión respondió bien al Lote Diez; despertó y reaccionó. Creo que estábamos viendo el problema de forma incorrecta. No ocupábamos un inhibidor, sino uno acelerador.
—¿Un acelerador? —Musitó Russel, aún confundido. Intentaba pensar rápidamente en qué hacer o decir, pero de pronto la voz de Lucas se hizo notar.
—Que pase y nos diga lo que vino a decir —ordenó desde su silla en la cabecera de la larga mesa.
—Lo siento, director —musitó Rusel, virándose hacia él—. Esto es algo que creo debo revisar primero...
—Dije que pase, ¿no me oyó? —repitió Lucas con severidad, dejando claro que aquello no era una sugerencia.
Russel titubeó un poco, preguntándose si aquello sería la salvación de su proyecto... o su perdición. Pero, fuera como fuera, el no hacer nada daría el mismo resultado; ¿qué tenía que perder?
Se hizo entonces hacia un lado para que Lisa pudiera pasar. Ésta, aparentemente nerviosa, dio unos pasos hacia el interior de las sala, apretando los papeles que traía consigo contra su pecho. En aquel cuarto se percibía un aire muy denso, y la imagen de la larga mesa, con aquel hombre sentado en la otra punta observándola, la hizo por un momento sentirse pequeña.
McCarthy cerró de nuevo las puertas, no sin antes repetirles a los soldados que nadie debía interrumpirlos. Y una vez que lo hizo, todo el ruido del exterior desapareció, y Lisa se sintió envuelta en ese gran y profundo silencio que casi la ahogaba.
Lucas se giró unos momentos hacia los monitores a un lado, con el control táctil en su mano.
—Cullen, ya tienes tus órdenes —indicó el director—. Albertsen, te llamo en un par de horas para revisar otros puntos. Gracias a ambos.
Tras las despedidas correspondientes, Lucas cortó la llamada, y la imagen de ambos se desvaneció dejando igual que con Douglas sólo el logo del DIC en fondo azul.
Al parecer había considerado que lo siguiente a discusión sólo debía ser oído por la división científica. O, quizás, era su intento de quitarle ojos de encima a su recurso civil, y que ésta a su vez pudiera ver u oír más de lo necesario.
—Señorita Mathews, supongo —pronunció Lucas, colocando de nuevo su atención en la recién llegada.
—Sí, señor —asintió Lisa, interpretando de inmediato que aquel individuo debía ser el director Sinclair.
—¿Estaba diciendo que obtuvo un resultado positivo con el Lote Diez?, ¿o acaso oí mal? —Le preguntó Lucas sin muchos rodeos.
Lisa titubeó un poco sin poder decir nada, como si su lengua se hubiera trabado. Insegura, se aproximó a la mesa, permitiéndose dejar sobre ésta los papeles que traía consigo. Carraspeó un poco, y entonces comenzó a explicarse.
—Cómo le decía al Dr. Shepherd, hice una última ronda de pruebas, esta vez intentando aumentar la dosis del VPX-01 en el Lote Diez para que la reacción fuera más rápida. Y... en uno de los ratones con lesión, éste logró reaccionar de buena forma y comenzar a moverse.
A sus espaldas, Russel intentaba mantener mitigados su emoción y sus nervios. Esperaba que lo que estuviera diciendo fuera enserio, aunque tampoco tenía ningún motivo para sospechar que podría llegar a mentirles.
—¿Y ese mismo resultado se puede aplicar en Gorrión Blanco? —Cuestionó Lucas con seriedad.
—Teóricamente —respondió Lisa, aunque no sonando muy segura—. Cabe mencionar que en esta ronda, sólo uno de los diez ratones tuvo esta reacción. Pero, si tomáramos una muestra de la chica e hiciéramos algunas pruebas adicionales, podríamos encontrar la dosis correcta del VPX-01 para su caso, y tener el mejor resultado posible. Seguiría siendo prácticamente imposible predecirlo por completo, en base a los resultados obtenidos anteriormente. Pero al menos podríamos aumentar las posibilidades de éxito.
—¿Qué tanto? —Soltó Lucas de pronto, y Lisa pareció por un momento no comprender la pregunta por lo que añadió con más claridad—: ¿A qué tanto aumentarían las posibilidades de éxito si hacemos esto que dice?
Lisa pensó con rapidez, intentando dar alguna respuesta que fuera realista, pero que tampoco sonara desalentadora. Sabía que el destino de su proyecto, y la vida de esa chica, dependían de ello.
—Supongo que quizás... un 60 o 65% —respondió lentamente.
Lucas asintió, al parecer satisfecho con la respuesta, y eso le permitió a Lisa respirar un poco. El director entonces preguntó a continuación:
—¿Cuánto tiempo le tomaría sacar esa muestra y hacer las pruebas que mencionó?
De nuevo, Lisa tuvo que ser cuidadosa con lo que respondiera. Sabía que lo ideal sería que le dieran todo el tiempo posible para intentar estar más seguros de los resultados. Pero, al igual que con la pregunta anterior, sabía que si daba el número incorrecto eso significaría el carpetazo definitivo de ese asunto.
—Tres días —respondió con firmeza—. Cuatro, máximo.
De nuevo el agobiante silencio inundó la sala. Lucas observaba atentamente a la señorita Mathews, pero su mente de seguro divagaba en otro lugar. De seguro él también realizaba sus propias cuentas en su cabeza, para determinar si aquello era algo que le funcionaba o no.
Russel predecía que, en base a la conversación que habían tenido, ese tiempo no le parecería, pues él quería lo antes posible armar ese operativo para capturar tanto a Charlie McGee como a Damien Thorn. Sin embargo, Russel sabía que si alguien en el DIC quería que Gorrión Blanco tuviera éxito más que él, ese era el directorio Sinclair. Por su historia con Jane Wheeler, sabía los beneficios que el tener a una persona con esas capacidades de su lado podía traer. Y no por nada le había dado esos cuatro años para intentar despertarla, más otros procedimientos y preparaciones adicionales que se habían dado para ese momento. Si tomaba ahora la decisión de cerrar definitivamente el proyecto, era más por su frustración al no ver resultados, y apuro por la situación que pasaban. Pero si lo que la señorita Mathews le acababa de decir le revelaba que no todo estaba perdido, y que sí le podían dar garantía de éxito si sólo les daba tres o cuatro días más, quizás eso lo haría recapacitar en su decisión, aunque no le ayudara con el plan que estaba ejecutando.
Esa era, de momento, la única esperanza a la que podían aferrarse.
Después de ese apremiante tiempo de meditación, Lucas volvió a asentir, y se paró abruptamente de su silla.
—Muy bien —murmuró despacio mientras se abotonaba de nuevo su saco. Y Russel y Lisa por igual festejaron en silencio, cuando de pronto les soltó lo siguiente—: Tiene ocho horas.
—¡¿Qué?! —Exclamaron los dos científicos al mismo tiempo, creyendo por un momento que habían oído mal, o era algún tipo de broma de mal gusto. Pero el rostro serio y duro de Lucas les indicaba que no era para nada algo como eso.
—Administraremos el nuevo Lote Diez a Gorrión Blanco a las siete en punto, ni un minuto después —indicó Lucas con firmeza, comenzando a caminar por un costado de la mesa hacia las puertas de la sala.
—Eso es una locura —exclamó Lisa abiertamente—. ¡No puede...!
Antes de que dijera más, Russel se le aproximó y le colocó una mano firme en el hombro. La miró en silencio, negando rápidamente con su cabeza para indicarle que ya no dijera nada.
Lucas, por su lado, pasó a un lado de ellos sin siquiera verlos.
—McCarthy, vamos a su oficina —le indicó con seriedad, abriendo las puertas de la sala. Los soldados del otro lado se hicieron a un lado y se pararon firmes—. Si la señorita Mathews y el Dr. Shepherd fallan hoy en la noche, será necesario ir planeando ese batallón que solicitó Albertsen.
—Sí, señor —fue la respuesta sencilla de McCarthy. Y antes de seguir al director hacia afuera, les dio a Russel y Lisa una mirada que, sin decir palabra, les indicaba que compartía su misma opinión sobre lo que acababa de pasar, pero no podía hacer nada para ayudarlos.
McCharthy y el director Sinclair salieron de la sala, siendo escoltados por detrás por los dos soldados.
Una vez que estuvieron solos, Russel se permitió a sí mismo volver a respirar, y se dejó caer de sentón en una de las sillas. Se comenzó a tallar su frente con sus dedos, intentando mitigar una migraña que estaba comenzando a formarse, quizás como efecto colateral de esa estresante reunión.
—Dr. Shepherd, no puede permitir esto —exclamó Lisa con severidad, no ayudando del todo a que su migraña se mitigara—. Es muy poco tiempo para obtener la dosis correcta, no se diga hacer las pruebas necesarias.
—Bueno, sonó muy segura en cuanto entro de esa forma, ¿se da cuenta? —Lanzó Russel casi como una recriminación, por lo que Lisa no dudó en defenderse de inmediato.
—No dije que tuviera ya la respuesta definitiva; sólo que ya había dado con una posible solución. Y tenía que decírselos antes de que ordenaran desconectar a la pobre chica y jugar con su cerebro, cuando todavía había una posibilidad de salvarla.
Russel soltó una pequeña risa irónica, y volteó a verla de reojo con expresión agotada.
—Takashiro le contó, ¿verdad? Pues bueno, eso era justo lo que ese hombre acababa de ordenar un segundo antes de que viniera. Así que, para bien o para mal, le salvó la vida con su repentino arrebato.
—Sólo para posiblemente matarla en cuanto le inyectemos esa cosa —lamentó Lisa, agachando la cabeza.
—Bueno, cómo le dije el primer día, no puede estar peor de lo que ya está. Al menos ahora le ha dado una posibilidad, y eso es mejor que nada.
Russsel se paró de su silla y se encaminó también a la puerta, permitiéndose darle un par de palmadas en su hombro antes de irse.
—Haga su mejor esfuerzo, y que pase lo que tenga que pasar. La veo en ocho horas.
Y dado ese último aliento, salió de la sala dejándola un momento sola.
Lisa no tenía mucho tiempo para lamentarse; tenía que intentar sacarle el mayor provecho a esas ocho horas, aunque supiera que quizás sería en vano. Pero igual se tomó un momento para respirar, calmarse, aclarar su mente y recuperarse. Tomó de regreso sus papeles, y se dirigió con paso firme de regreso al nivel médico y a la sala 5016.
Debía terminar el trabajo de una u otra forma.
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Mientras subían por el elevador hacia el nivel administrativo, Lucas le hizo saber a McCarthy que existía otro tema más que deseaba discutir con él, adicional a la coordinación del inminente asalto a Los Ángeles. Sin embargo, en el elevador los acompañaban los dos soldados escolta, por lo que prefirió hablar al respecto hasta que llegaran a la oficina del capitán. Normalmente no habría problema en confiar en la discreción en los hombres, pero ese tema en especial tocaba ciertas fibras sensibles. Y nunca sabían cuando la persona incorrecta podría estar oyendo.
Cuando llegaron a la oficina, Lucas se detuvo unos momentos en el escritorio de Kat, la secretaria de McCarthy, para pedirle que hiciera llamar al sargento Schur lo antes posible. Ella atendió el pedido de inmediato, tomando su radio para localizarlo.
Una vez dentro, Lucas y Davis cerraron la puerta y corrieron las cortinas para mayor privacidad. Lucas tomó asiento en una de las sillas frente al escritorio, y el capitán se sentó en la suya detrás. Se suponía que llamarían a Albertsen, pero primero Lucas quería discutir ese otro tema que le inquietaba, en especial aprovechando antes de Frankie llegara.
—¿Quiere investigar a Douglas? —Exclamó McCarthy, un tanto sorprendido, aunque no demasiado considerando todo lo que había acontecido en esa sala.
Lucas, con sus piernas cruzadas y su mirada pensativa, respondió:
—No estoy convencido de que esta tremenda omisión con el expediente de Damien Thorn, haya sido sólo un descuido o ineptitud suya o de su equipo. Tengo el presentimiento de que alguien deliberadamente omitió la información más incriminatoria para colocar el expediente como F y que pasara desapercibido.
—¿Por qué motivo?
—Se me ocurre que por dinero, o por influencia de alguien. Los Thorn son una de las familias más ricas y poderosas del país. Bueno, los que quedan... La tutora legal del chico es la actual CEO de Thorn Industries; un emporio de mucho, pero muchos millones de dólares. Ese sólo puesto, más el renombre y peso que lleva su apellido, pueden abrir muchas puertas. Incluso aquí en el DIC.
—Entonces, ¿cree que Douglas o alguno de sus analistas se contactó con esa mujer, y deliberadamente marcó su expediente como F a cambio de un pago?
Lucas se encogió de hombros.
—En estos momentos cualquier posibilidad me parece plausible —declaró—. Si es su único familiar con vida, puede que ella sepa lo que él es capaz de hacer y lo protege. Ya sea por cariño, o quizás miedo a terminar como los otros. No sería la primera vez que viéramos algo así, ¿cierto? Y no se confunda, capitán. No soy ningún niño, y sé exactamente cómo se manejan las cosas, incluso en agencias como ésta. Si un millonario o político desea ocultar que su hijo es un UP a cambio de una... pequeña contribución, estoy dispuesto a mirar a otro lado y que lo coloquen en la clasificación B, con un pequeño asterisco en su nombre. Pero usted no escuchó tal cosa de mí, ¿entendido?
McCarthy simplemente asintió como respuesta.
—Sin embargo, colocarlo deliberadamente en F sin ningún otro tipo de seguimiento, y encima con tanta evidencia que apunta a que podría ser responsable de quizás veinte muertes de las que sepamos... Es mucho más de lo que estoy dispuesto a tolerar, si es que eso fue lo que pasó. Y la persona que lo hizo, fuera quien fuera, no sólo sería digno de una sanción; yo sería el primero en aprobar que se le condenara por traición.
—Aún cabe la posibilidad de que haya sido un error sincero —apuntó McCarthy con seriedad.
—Sí, tal vez. Pero no estaré tranquilo hasta que descartemos que no haya sido otra cosa. Pero si mi propia división de inteligencia puede estar comprometida, sólo puedo recurrir a ustedes y al equipo de la agente Cullen. Quiero que en conjunto intenten encontrar cualquier movimiento extraño en las cuentas de Douglas y los analistas, en caso de que en efecto hubiera habido algún pago de por medio. Y especialmente quiero saber de cualquier conexión entre alguno de ellos y Thorn Industries.
—Haremos lo posible —asintió el capitán de barba anaranjada—. Pero lamentablemente es justamente el equipo del señor Douglas quien está más calificado para ese tipo de investigación. —Hizo entonces una pequeña pausa reflexiva, y entonces comentó—: He oído que la Fundación Eleven cuenta con su propia inteligencia. Un grupo de UP's con capacidad de buscar y espiar a personas, y con conocimientos para realizar investigaciones más convencionales.
Lucas rio un poco, haciéndose hacia atrás en su silla.
—Sí, sus famosos rastreadores —murmuró Lucas, un tanto irónico—. Intenté en varias ocasiones convencer a Eleven de que me apoyara con alguno de ellos, pero siempre se mantuvo firme en no querer involucrar a sus chicos en ningún asunto del DIC.
—Entiendo —murmuró McCarthy—. Pero, para bien o para mal, la señora Wheeler no está disponible en estos momentos. Quizás al saber que sería para detener a su atacante, consideren ser un poco más cooperativos en este caso.
Lucas observó al militar con expresión pensativa, y luego se viró hacia otro lado, pensando un poco en lo que acababa de decir. Eso sonaba de alguna forma a saltarse la autoridad de Eleven aprovechando la situación, algo que de seguro ella le recriminaría fuertemente cuando, Dios quiera, lograra recuperar la consciencia. Pero dado el estado de su confianza hacia su propio equipo, posiblemente esa sería su mejor alternativa.
—Quizás... —murmuró un poco distante—. Pero no sé quién se esté encargando de esos asuntos en lugar de El. Mike definitivamente no.
Apoyó su barbilla contra su mano, y miró distraído hacia una esquina de la habitación, intentando recordar algunas de las conversaciones que había tenido con su vieja amiga.
—Hay una mujer de la que El siempre hablaba —indicó tras un rato—. Era casi como su mano derecha, aunque ella nunca la describió así. —Se tomó un momento para hacer memoria de nuevo, y luego murmuró—: Matilda, Matilda Honey se llama; una de las UP's telequinéticas más sobresalientes de la Fundación, según recuerdo. Es probable que ella esté a cargo. Veré si puedo contactarla.
No conocía en persona a la señorita Honey, pero si era la persona de confianza de Eleven, Lucas sabía que era muy probable que tampoco viera con buenos ojos involucrarse. La única posibilidad era que, justo como McCarthy había apuntado, lo ocurrido a El la hiciera cambiar de idea. Como fuera, no perdía nada con intentarlo. Tenía que aguardar ahí unas ocho horas, así que podía tomar un par de ellas para revisar su expediente con detenimiento.
—Señor, una cosa más —comentó McCarthy abruptamente, trayendo de nuevo su atención—. Si todas sus sospechas fueran ciertas, y en la división de inteligencia hubiera un informante... ¿Está consciente de que eso significaría que en cualquier momento Damien Thorn o su tutora podrían enterarse de que tenemos el ojo puesto en él?
Lucas respiró hondo por su nariz.
Sí, era una posibilidad en la que también había pensado. Si alguien en el equipo de Douglas no tuvo reparó en pasar el expediente del muchacho a F, ya fuera por dinero u otra cosa, también era posible que optara por notificarle a la señora Thorn sobre lo que estaba ocurriendo con dicho expediente. Era en parte por ello que había optado por desconectar a Douglas antes de comenzar a hablar del plan de captura, pero sabía bien que eso no garantizaba que no fuera a enterarse de todas formas.
—Por eso sólo les di estas últimas horas de gracia al Dr. Shepherd y a su química nueva —señaló Lucas vehemente—. No tenemos mucho tiempo para reaccionar. Así que realmente espero que tengan éxito esta vez, y no se repita lo del agosto pasado.
Aquella repentina mención pareció poner un tanto nervioso a McCarthy, pero logró controlarse con la disciplina que tanto lo identificaba.
—Yo también espero que eso no pase —señaló despacio.
Alguien llamó a la puerta justo en ese momento, y ambos hombres de seguro pensaron de inmediato en qué se trataba de la persona que esperaban. Y, quizás, alguno querría hacer notar la coincidencia con respecto a lo que acababan de comentar, pero ninguno lo hizo.
—Adelante —ordenó McCarthy, y tras la puerta se asomó el rostro y figura de Francis Schur.
—¿Quería verme, señor? —Preguntó Francis con su siempre inmutable firmeza.
—Sargento Schur, pase —indicó Lucas, acompañado de un ademán de su mano. Frankie dio un paso al frente, cerrando la puerta detrás de él. Se paró firme sobre ambos pies, y juntó sus manos detrás de su espalda en posición de descanso, aguardando por la siguiente instrucción—. Es probable que hoy a las siete de la noche, el Dr. Shepherd, y la nueva química que lo está apoyando, realicen un complicado experimento referente al proyecto Gorrión Blanco. ¿Está familiarizado con él?
—Sí, señor —respondió Frankie, asintiendo.
—Excelente. En base a la naturaleza y posible resultado de dicho experimento, necesitamos que usted prepare a un equipo de respuesta táctica, por si las cosas se salen de control.
Aquello pareció, quizás por primera vez en mucho tiempo, causar un pequeño atavismo de incordia en el duro rostro del sargento. En concreto, pareció bastante asombrado, incluso un poco temeroso.
—¿Van a despertarla? —Preguntó tras unos momentos.
—Esa es la intención —apuntó Lucas—. Pero aunque las posibilidades van en contra, nunca está de más prevenir. Y dentro de lo posible, si es que en verdad logra despertar, quisiéramos prevenir el tener que... usted sabe, matarla. Se ha invertido mucho en ella, como bien usted debe saber. La primera medida sería sólo inhabilitarla usando el ASP-55. Pero, si la situación ya no es más manejable de otra forma... Bueno, confío en que dado el momento sabrá qué hacer. ¿De acuerdo?
Frankie permaneció en silencio unos segundos, y aparentemente aún afectado por la información. Se forzó a sí mismo para recuperar la calma, y volver a su habitual semblante estoico y frío. Aunque, por dentro, no se sintiera como tal.
—Sí, señor —respondió entonces como siempre.
— — — —
Tal y cómo Lisa se lo temía, esas ocho horas no fueron en lo absoluto suficientes. Lo más que logró fue hacer otra serie de pruebas con diez ratones más, usando la misma dosis que había usado anteriormente y que había obtenido el resultado favorable. Sólo uno de esos diez reaccionó igual que el primer ratón, y un segundo parecía por lo menos estar vivo, pero quedar en un estado catatónico total. Los otros ocho murieron de forma violenta y grotesca, como todos los demás. De nuevo, aquello era prácticamente como jugar a la ruleta rusa, pero al menos ahora tenían la pequeña posibilidad de obtener un éxito, aunque bastante lejos del 60% o 65% que le había prometido al director.
Terminadas las pruebas con los ratones, Lisa logró sacar la muestra de Gorrión Blanco, revisarla, hacer algunas pruebas en un simulador con el fin de obtener la dosis que, en teoría debería de funcionar con la chica. Aquello terminaría siendo más especulación que otra cosa, pues en realidad no tenía aún los datos adecuados para que el simulador fuera confiable. Así que faltando una hora para el límite que le habían establecido, lo que Lisa tenía eran tres ampolletas de su nueva versión del Lote Diez, aunque quizás habría que llamarlo diez punto cinco. Y de las posibilidades que creyó que tendría con un poco más de tiempo, calculaba que había un 12% o 15% de que aquello funcionara bien. Es decir, prácticamente una sentencia de muerte segura.
Una vez hecho todo lo que le era humanamente posible hacer, Lisa se tomó unos minutos de descanso, si así se podría decir. Por algún motivo, tuvo el impulso de sentarse justo a un lado de la camilla de Gorrión Blanco, y contemplarla en silencio por un rato. A pesar de todos los días que llevaba en ese sitio, trabajando prácticamente a un lado de esa chica, y que todo su esfuerzo fuera encaminado a salvarla... en realidad, no se había dado el tiempo de mirarla, o pensar demasiado en ella. De hecho, si lo pensaba un poco, hasta antes de que el Dr. Takashiro le revelara lo qué le harían quizás la había llegado a ver apenas como un poco más que sos ratones. Sólo un sujeto de pruebas, sin nombre ni pasado, y sin ninguna relación con ella.
Pero esa chica era una persona, que de seguro tenía su propia historia detrás que había provocado que terminara en ese sitio y en ese estado. El Dr. Takshiro dijo que quizás se merecía terminar así, pero Lisa no se imaginaba cómo eso era posible. El expediente no tenía muchos datos sobre ella, pero uno de ellos era su edad, relevante para cuestiones médicas: 22 años. Decían que llevaba ahí poco más de cuatro años, por lo que debió haber tenido apenas 17 o 18 cuando le pasó lo que fuera que le hubiera pasado. ¿Qué podría haber hecho una chica de apenas 17 años para merecer estar así?
«¿Quién eres en realidad, Gorrión Blanco?», se preguntó sin quitar los ojos de su apacible rostro. El Dr. Shepherd le había dicho que si todo salía bien, quizás ella misma le contaría su historia. Pero todo parecía indicar que eso no ocurriría. Que terminaría inyectándole esa cosa que de seguro la mataría de una forma horrible como a los ratones. Sería su verdugo, y ni siquiera sabía su nombre...
El sensor de la puerta soltó un pitido y poco después se abrió. Cómo invocado por su fugaz pensamiento, Russel Shepherd hizo acto de presencia en la sala, con sus manos en los bolsillos de su bata, y ni una golosina o tentempié a la vista. Debía estar igual o más nervioso que ella.
—¿Y cómo le fue con eso, señorita Mathews? —Le preguntó el científico en jefe, aproximándosele.
Lisa suspiró con cansancio.
—Hice lo mejor que pude con este absurdo límite de tiempo —indicó un poco molesta, señalando con su mano hacia su escritorio, donde las tres ampolletas aguardaban—. Pero quiero enfatizar de nuevo que haremos esto totalmente en contra de mi recomendación, y no quiero ser responsable de lo que ocurra.
—Ojalá fuera tan simple con tal sólo quererlo —musitó Russel mientras veía los pequeños frascos con líquido transparente—. Pero su queja está anotada, descuide. Takashiro ya está preparando el quirófano. Vendrán en un rato más a llevársela para allá. Usted debería ir a prepararse también y darse un baño rápido.
Lisa asintió. Ni siquiera tenía deseos de discutir si acaso tenía que ser ella en persona quien le suministrara el químico; simplemente le pareció bastante lógico el suponer que debía ser así.
Se paró de su silla, resintiendo en ese momento lo realmente agotada que estaba, pero sobreponiéndose para salir e ir a su dormitorio en ese poco tiempo que le quedaba.
—Estaremos observándola —le indicó Russel antes de que se fuera—. Suerte.
Lisa no respondió. Sólo salió y se dirigió justo a hacer lo que le habían indicado.
Se dio una ducha rápida. Aunque se había bañado esa mañana luego del gimnasio, sintió que su cuerpo realmente lo necesitaba. Aquello la hizo sentir un poco mejor. Recién salida de la regadera, la llamaron por el comunicador de su cuarto para indicarle que ya todo estaba listo, y la aguardaban en el quirófano 24.
«¿Hay más de veinticuatro quirófanos en este sitio?», se preguntó perdiéndose un poco en dicho pensamiento, pero al final de cuentas no le importó la respuesta. Dijo que iría en un minuto, y terminó rápidamente de arreglarse.
Antes de entrar al quirófano 24, le proporcionaron un uniforme quirúrgico de su talla, con pantalón y filipina azules, así como un cubre bocas y un gorro. Lisa se preguntó si acaso eso era necesario; no era como si realmente fueran a realizar una cirugía, y menos ella. Pero supuso que debía ser procedimiento, y en una base casi militar como esa, los procedimientos debían ser importantes.
Le sorprendió mucho ver que el quirófano 24 era algo similar a un anfiteatro de escuela de medicina. Tenía forma circular, y un techo de cristal transparente justo sobre sus cabezas. Había un nivel superior con un pasillo con barandal entorno a la circunferencia de la sala desde el cual las personas podían ver hacia el interior a través del techo de cristal. Al alzar su mirada, reconoció en dicho pasillo superior al Dr. Shepherd, al capitán McCarthy, el director Sinclair, y algunas personas más, entre ellos al menos cinco soldados armados.
Pero no había sólo soldados allá arriba, pues en cuanto entró, Lisa vio que de pie y pegados contra la pared dibujando un circulo a su alrededor, había entre diez y quince soldados, todos armados con rifles largos, caretas y chalecos; por supuesto, ninguno traía uniforme quirúrgico, y dudaba que esas armas se hubiera esterilizado antes de entrar. Entre ellos, al fondo, reconoció el rostro apacible del sargento Schur.
Aquello la impresionó un poco. ¿Por qué estaban todos esos soldados ahí? ¿Era también parte del procedimiento?
Adicional a los soldados, vio también al Dr. Takashiro y a tres enfermeros, dos mujeres y un hombre, ellos también vestidos de azul como ella. Y en el centro de la habitación estaba la invitada de honor: Gorrión Blanco, recostada en su camilla, con los viejos y nuevos aparatos conectados a ella, mismos que los enfermeros revisaban con detenimiento, y anotaban lo que veían en sus tablas para escribir. Algunos de esos aparatos no le resultaron familiares a Lisa.
La bioquímica se aproximó cautelosa a la camilla. A un lado había una pequeña mesa con instrumentos quirúrgicos y medicamentos, entre los que identificó de inmediato las tres dosis del Lote Diez que había preparado, así como tres inyecciones haciéndoles compañía. Para que el químico surtiera efecto en una persona, bastante más grande que un ratón, era necesario suministrar tres ampolletas completas, en un lapso de dos minutos entre una y otra. O al menos eso decían las notas; esa sería la primera vez real en que Lisa lo aplicaría a un ser humano.
—Todos los signos están estables —escuchó como le indicaba la reconocible voz del Dr. Takashiro—. Estamos listos. ¿Y tú, Mathews?
Lisa permaneció en silencio. Miró de nuevo hacia arriba, en dirección a sus espectadores en lo alto, y luego hacia los soldados que la rodeaban. Tuvo el presentimiento, casi paranoico, de que si acaso fallaba no saldría con vida de esa sala circular de brillantes luces blancas. Aquello sólo acrecentó sus nervios, tanto que sintió que sus manos le sudaban un poco.
Respiró lentamente, lo mejor que su cubre bocas le permitía. Tomó entonces una de las ampolletas, una inyección, y comenzó a llenar ésta última casi por completo con el líquido transparente. Una vez que tuvo la dosis adecuada, golpeó ligeramente la inyección en un costado para liberar cualquier burbuja de aire que hubiera quedado. Jeringa en mano, caminó haca el porta suero, tomó el tubo conectado al brazo de la paciente (si acaso era posible llamarla así), y acercó la inyección hacia el punto para suministrar medicamento adicional.
Antes de al fin suministrar esa primera dosis, Lisa miró un instante al rostro de la chica, tan estático y tranquilo como lo había estado hace un rato atrás en la sala médica.
«Qué Dios me perdone», pensó para sí misma con pesar. Y sin más espera, insertó la aguja en el tubo, y presionó lentamente el émbolo para que el líquido fuera lentamente vertiéndose en el tubo, y viajara por éste hacia su destino final.
Retiró la aguja, y se volvió de nuevo a la mesita para preparar la otra jeringa, mientras esperaban los dos minutos. El Dr. Takashiro y los enfermeros revisaban las mediciones de los aparatos con sumo interés.
—No hay cambio aparente en los signos —indicaron como conclusión. Aquello podía ser por igual buena como mal señal, considerando el área tan incierta en la que se estaban moviendo.
Pasado el tiempo necesario. Lisa suministró la segunda inyección del mismo modo que la primera. De nuevo el químico fue entrando al cuerpo de la joven por la vena de su brazo, y de seguro debía estar ahora recorriendo rápidamente éste por su torrente. Aun así, los dispositivos seguían sin marcar alguna diferencia.
«Quizás me equivoqué en algo —pensó Lisa, por igual aliviada y preocupada—. Quizás mi versión modificada del Lote Diez ocupe otro ajuste adicional para reaccionar en humanos. Si tan sólo hubiera tenido más tiempo para hacer pruebas...»
Mientras preparaba la tercera inyección, Lisa sintió que su mano le temblaba, pero aplicó todo su autocontrol para intentar controlarse. Solo una dosis más y todo terminaría. Aún vacilante por dentro, pero con mano firme por fuera, introdujo la aguja por el punto de inserción del tubo, y aplicó la última dosis. Y en el momento justo en el que el líquido dejó la jeringa, a fin se presentó un cambio.
Todos los aparatos que los rodeaban comenzaron a pitar al mismo tiempo como pequeñas alarmas, y los gráficos de algunos comenzaron a mostrar picos irregulares. Todo aquello puso en alerta al equipo médico presente, y Lisa rápidamente retrocedió para darles espacio. Incluso los observadores de la parte superior parecieron alterarse enormemente al ver esto, y los soldados tomaron con firmeza sus rifles, apuntando en dirección a la camilla.
—La frecuencia cardiaca subió de golpe a 120, y sigue subiendo —indicó uno de los enfermeros.
—Su temperatura corporal también se está incrementando —añadió una enfermera—. Está llegando a los 40° C.
—Apliquen lidocaína, rápido —ordenó Takashiro apurado, pero con envidiable calma—. Y colóquenle compresas frías. ¿Qué indica el encefalograma?
—La actividad eléctrica también va en aumento —indicó casi con miedo una de las enfermeras—. Todos los signos se están saliendo de la escala al mismo tiempo. Esto es...
Todos guardaron un profundo silencio de golpe, justo cuando el cuerpo hasta ese momento inmóvil de Gorrión Blanco comenzó a convulsionarse y agitarse en la camilla, como si un choque eléctrico la recorriera por completo, estando casi a punto de caerse.
—¡Sujétenla! —Ordenó Takashiro, y el enfermero y una enfermera prácticamente se lanzaron sobre la chica para sostenerla lo mejor que podían.
Todos pudieron ver entonces como la chica comenzaba a tener una abundante hemorragia nasal, que luego le secundaron rastros de sangre que brotaron de la comisura de sus ojos como lágrimas, y de los orificios de sus oídos. La sangre llegó incluso a manchar a las personas que la seguían sosteniendo.
Todo se volvía en un momento casi surrealista para Lisa. Takashiro y los enfermeros seguían gritando y dando indicaciones, pero ella todo lo que escuchaba eran los aparatos, que seguían resonando como una horrible sinfonía discordante. Observaba todo eso de pie desde su posición, pero sentía su cuerpo tan ligero que por un momento creyó que no estaba ahí realmente... que todo era un horrible sueño.
Aquello se prolongó por unos extenuantes segundos, quizás minutos. No importaba lo que Takashiro y los enfermeros hicieran para estabilizarla, sencillamente no reaccionaba, y parecía ir incluso a peor. Y de pronto, tan abrupto como todo había comenzado, así cesó.
El cuerpo de Gorrión Blanco dejó de agitarse, quedando torcido en la camilla, con su cabeza cayendo hacia un lado sin menor oposición. Los sensores se fueron de los picos hasta lo más bajos. La línea del pulso se aplanó por completo, resonando con el reconocible sonido de la ausencia de éste. Los demás sensores callaron, y sólo ese agobiante pitido constante perduró en los oídos de todos; todo lo demás, era silencio.
—No hay pulso —murmuró despacio una enfermera, y por mero reflejo se aproximó al resucitador, mientras otro de sus compañeros acercaba el desfibrilador.
—No, déjenlo así —les indicó Takashiro rápidamente, antes de que alguno pudiera hacer uso de alguno de los dos instrumentos. Los dos enfermeros lo miraron dudosos, y su sola mirada asertiva les hizo ver que hablaba enserio.
Takashiro había visto suficientes ratones muertos en las pruebas de Lisa. Y aquel cuerpo delante de él, retorcido y tieso, con abundante sangre brotando de todos los orificios de su cara... era una representación exacta de la misma imagen, sólo que más grande. No había nada que hacer, si es que en algún momento lo hubo.
El neurólogo suspiró con agotamiento, y se retiró con pereza su tapabocas y gorro. Miró hacia la gente de arriba, negando con su cabeza. Lucas y McCarthy se mantuvieron en apariencia serenos, mientras que Russel cerró unos momentos los ojos y agachó la cabeza, golpeando además un poco el barandal con su puño derecho. Los tres permanecieron reflexivos unos instantes. Lucas entonces respiró profundo por su nariz, y murmuró despacio:
—Procedan con el Lote Once como habíamos dicho.
—Sí, señor —respondió McCarthy rápidamente, asintiendo.
Lucas se separó del barandal, se acomodó su corbata, y caminó entonces hacia la salida, siendo seguido de cerca por dos soldados. Russel se quedó quieto en su sitio, con sus manos aferradas al barandal y su mirada aún agachada. Parecía intentar contenerse para no reaccionar como realmente se sentía por dentro.
—Siempre supiste que ésta era una posibilidad —le musitó McCarthy en voz baja como si quisiera reconfortarlo, sin mucho éxito.
En la sala, los soldados ya habían también bajado sus armas y se habían al parecer relajado una vez la situación terminó. Los enfermeros comenzaban a quitarse sus aditamentos y a revisar y apagar los equipos. Takashiro se viró un momento hacia Lisa, que seguía observando estática desde su posición, tiesa como estatua.
—Lo siento —murmuró Takashiro, sin estar del todo seguro de que lo hubiera escuchado.
La bioquímica comenzó a avanzar despacio hacia la camilla, hasta pararse a un lado de ésta. A pesar de la horrible posición en la que Gorrión Blanco había quedado, o de la sangre brotando de su cara... aún se veía igual de tranquila como siempre lo había estado. Como si aún durmiera...
Un pitido a su diestra hizo que Lisa se sobresaltara. Al virarse, se encontró de frente con el monitor cardíaco, que una enfermera estaba a punto de apagar cuando ella también lo vio: un pico, y luego otro, y otro, cada vez más constante.
Había pulso.
—Eso es impos... —comenzó a pronunciar la enfermera con asombro, pero su declaración no logró ser concluida.
Las luces sobre ellos parpadearon, y miraron sorprendidos como la camilla y el equipo médico comenzaron a agitarse como si un pequeño terremoto los sacudiera. El cuerpo de Gorrión Blanco se movió lentamente sobre la camilla intentando tomar una posición más cómoda, y entonces... los ojos azules de la chica se abrieron por completo de pronto, grandes como dos enormes lunas, y con sus pupilas dilatadas casi por completo. El monitor cardiaco, el único que seguía encendido, comenzó a pitar como loco de nuevo.
—Oh, por Dios... —murmuró Lisa estupefacta, retrocediendo por mero reflejo.
Los demás enfermeros y el Dr. Takashiro se dieron cuenta también del drástico cambio, y voltearon a ver sorprendidos a la camilla, notando como los ojos de la chica se movían a los lados, intentando vislumbrar su entorno. Todos se aproximaron por mero reflejo hacia ella para revisarla.
—¡Director! —Gritó McCarthy justo cuando Lucas ya estaba en el umbral de la puerta, obligándolo a regresarse. Russel también alzó de nuevo su mirada al oír aquello, mirando de nuevo hacia abajo al movimiento que comenzaba a presentarse.
—¿Qué ocurrió? —Preguntó el Lucas, mirando con interés hacia el quirófano—. ¿Acaso ella...?
Las luces comenzaron a parpadear de nuevo, y los instrumentos a vibrar, al igual que los cristales del techo. La respiración de Gorrión Blanco se agitó, y su rostro comenzó a llenarse de miedo en cuanto aquellas personas comenzaron a rodearla.
—No... —murmuró despacio con voz carrasposa, como si la garganta le doliera—. No se acerquen... ¿dónde... estoy...? ¡No me toquen!
Su gritó retumbó con fuerza, y todos los presentes, incluida Lisa y los soldados contra la pared, sintieron casi como si aquella voz hubiera agitado el interior de sus propias cabezas, creándoles un ligero dolor. Lo siguiente que notaron fue como Takashiro y los tres enfermeros, los más cercanos a la camilla, salían literalmente volando por los aires hacia diferentes direcciones con gran fuerza, como si un camión los hubiera envestido a toda velocidad.
Lisa tuvo que saltar rápidamente a un lado, apenas a tiempo para que el cuerpo de uno de los enfermeros no la golpeara, y en su lugar siguiera de largo chocando contra uno de los soldados. Los demás sufrieron suertes parecidas. Cuando Lisa alzó su mirada al frente, notó como Takashiro daba un par de vueltas en el aire, antes de estrellarse de cabeza directo contra la pared, para después precipitarse al suelo y quedar ahí inmóvil.
Y al virarse hacia la camilla, lo siguiente que vio fue a la figura de su ocupante sentándose lentamente, con su cabello rubio largo y desalineado cayendo sobre su rostro y hombros.
FIN DEL CAPÍTULO 85
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