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Capítulo 78. Mami

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 78.
Mami

"¿Quieres aprender a tocar?", fue lo que Kate Coleman le preguntó sin titubeo a su hija adoptiva, en cuanto ésta se mostró maravillada por el piano que tenían en la estancia. El ofrecimiento había brotado de ella de forma natural y casual, como si en verdad le diera igual si acaso la respuesta era "no." Pero lo cierto era que, como maestra y amante de la música que era, la posibilidad de poder enseñarle de nuevo a alguien le provocó un fervor interno que hacía tiempo no sentía, o creía siquiera que fuera aún capaz de sentir. Y dada la discapacidad auditiva de su hija menor, y el nulo interés del mayor en la música (que no fuera parte de algún videojuego), el hecho de que fuera su nueva hija la que mostrara tal iniciativa, lo hacía aún más valioso.

Por todo ello, el que la respuesta inmediata de la (aparente) niña de nueve años fuera un "sí, por favor," no hizo más que llenarla de júbilo, aunque de momento lo expresara en silencio.

Las clases de piano fueron una forma de comenzar a conectar con la pequeña nueva integrante de su familia, una hermosa niña extranjera de nombre Esther. No era que necesitaran como tal algo para conectar, pues realmente la chiquilla era adorable, hermosa y agradable... pero algo extraña. Y Kate percibía además que se portaba muy reservada, especialmente con ella. Kate intentaba ser comprensiva, y sobre todo paciente. No debería ser fácil para nadie entrar a una nueva casa, llena de personas que ya eran una familia, e intentar comprender todas sus costumbres y reglas ya bien establecidas y conocidas por todos. Esperaba que con el tiempo todo mejorara.

Sin embargo, un día ocurrió un incidente en la escuela que tenía a la señora Coleman un poco inquieta. Y durante su lección de esa tarde con Esther, seguía aún pensando al respecto.

Ambas estaban sentadas delante del piano. Esther practicaba una nueva composición, pasando los dedos de su mano derecha por las teclas intentando seguir las tonadas de la partitura delante de ella. Kate a su lado, le indicaba el ritmo con el movimiento de su dedo.

—No, La, La... Si... —Pronunció suavemente la maestra de música, dándole las indicaciones pertinentes a su alumna.

Esther, con expresión retraída, intentó completar lo mejor posible esa parte de la melodía. Una vez que lo hizo, Kate le sonrió alegre.

—Lo hiciste muy bien.

—No es verdad —respondió la niña de pecas, volteándola a ver con frustración en sus ojos—. Cometí al menos nueve errores, ¿no es cierto? —Bajó entonces su mirada casi derrotada hacia las teclas—. Lo haré mejor la próxima vez.

—Así será —asintió Kate, y colocó entonces una mano sobre su espalda, acariciándola con un movimiento reconfortante—. Esto es algo que toma tiempo, no te presiones.

Esther asintió, pero Kate la siguió notando algo afligida. El incidente del que le habían informado rondó de nuevo en la mente de la madre.

Al parecer Brenda, una chica de su clase, no la había recibido de la mejor forma. Se había burlado públicamente en varias ocasiones de su vestido y listones, a lo que Esther en su mayoría permanecía callada y se alejaba. Pero ese día, Brenda se había cruzado con ella en el pasillo, y deliberadamente le había tumbado sus libros al suelo, incluyendo esa biblia que siempre traía consigo, y que terminó deshojándose por el piso. La reacción de Esther a esto al parecer había sido explotar en un ataque de gritos desesperados que duraron por varios segundos. La maestra no lo vio directamente, pero eso fue lo que Esther le había contado a ella y a la consejera escolar, y algunos otros niños presentes lo confirmaron.

—No es culpa de Esther —había aclarado la maestra tras su relato—. Ya hemos tenido problemas similares con Brenda antes, y citamos a sus padres para hablar con ellos. Pero a la consejera le preocupa un poco que ese ataque se deba a algo más serio. Le gustaría seguir charlando con ella un par de sesiones más, si usted está de acuerdo.

Kate dudó un poco sobre qué responder. Por un lado la propuesta le sonaba razonable y benéfica. Pero, por el otro, no quería que Esther se sintiera más incómoda en la escuela de lo que ya se sentía. Acordó que lo hablaría con su esposo, pero en esos momentos cavilaba sobre si era conveniente o no hacerlo primero con la propia Esther. Había tenido que afrontar situaciones más o menos similares con su hijo Daniel antes, pero por algún motivo vacilaba sobre cómo abordarlo con Esther. Era, quizás, porque se sentía casi como tener que hablar de ello con el hijo de otra persona... y no con el suyo. ¿En algún momento dicha sensación desaparecería?

—Tu maestra me comentó lo que pasó hoy en la escuela —comentó de pronto sin tantos rodeos. La niña alzó su mirada hacia ella, sorprendida e incluso un poco asustada—. ¿Quieres hablar de eso?

Esther guardó silencio, y agachó su mirada otra vez, como si se sintiera apenada.

—No creo que haya algo de qué hablar —susurró despacio—. Sólo... me asusté. Lo siento.

—No tienes de qué disculparte —indicó Kate rápidamente, extendiendo rápidamente su mano para estrechar la de ella entre sus dedos—. Sabes que yo estoy de tu lado, ¿verdad? La maestra me dijo que hablaría con los padres de esa niña para que te dejé tranquila de ahora en adelante. Y me dijo también que si estás de acuerdo, a la consejera le gustaría charlar un poco más contigo...

—No, por favor no —respondió Esther rápidamente, claramente alarmada—. Los chicos de la escuela ya creen que soy rara... no quiero que piensen además que estoy loca.

—Está bien —asintió Kate, comprensiva—. No tienes que hacerlo si no quieres, ¿de acuerdo?

La mujer pasó dulcemente sus dedos por el cabello oscuro de la pequeña, y ésta pareció sentirse mejor. De momento dejaría el tema así. Pero más adelante, si acaso algo como eso se repetía, le plantearía a John el llevarla con la Dra. Browning, su terapeuta. Un ambiente más privado quizás le resultaría más cómodo que la oficina de la escuela.

—Te tengo una sorpresa —indicó Kate sonriente, aligerando el ambiente. Se estiró entonces hacia la parte trasera del piano, detrás de las partituras, de donde tomó lo que parecía ser un pequeño librillo de forro rojo—. Tengo uno parecido a éste que uso como diario. Y pensé que quizás te gustaría usar éste como álbum de recuerdos.

—¿Recuerdos? —Cuestionó Esther, un poco confundida.

—Sí, mira.

Kate apoyó el librillo sobre el atril, delante de las partituras, y lo abrió para que ambas pudieran verlo juntos. Las primeras hojas estaban en blanco, pero luego Kate le mostró una página que tenía pegada una fotografía rectangular de Kate y John, ella con vestido blanco y él con traje negro, mirando sonrientes a la cámara. Encima de la foto, escrito con tinta, se leía: "Mami y Papi se Casan."

—Qué jóvenes, ¿verdad? —bromeó Kate, a lo que Esther respondió con una pequeña risilla.

Dio vuelta a la página, y la foto que seguía era de un niño de cabellos rubios cortos, y una amplia sonrisa de dientes chuecos. En sus manos sujetaba un camión amarillo, y sobre ella estaba escrito: "Daniel, 7 años."

—Daniel la mañana de Navidad —indicó Kate, y Esther sonrió alegre.

Siguió con la siguiente página, en donde se veía a John cargando en sus brazos a un bebé envuelto en una frazada blanca, que miraba con ojos pelones a la cámara. El texto sobre la foto relataba: "Papi y Max."

—Ésta es Max —señaló Kate colocando su dedo sobre la fotografía.

—Se ve tan pequeña —exclamó Esther entre risas.

—Sí —le secundó Kate, riendo también.

Y entonces giró a la siguiente, la última que tenía una fotografía en ella. El rostro de Esther reflejó una notable sorpresa al ver esa última foto, pero para nada desagrado. La foto tenía como título "Esther se une a la familia," y en ella aparecían justamente Max y ella, sujetando un pastel entre las dos, muy sonrientes y felices. Era una de las tantas fotos que habían tomado en su primer día ahí.

—Y aquí estás tú —señaló Kate con delicadeza—. Porqué ahora eres parte de nuestra familia, igual que todos nosotros. Lo sabes, ¿verdad?

Esther tardó un poco en reaccionar, pues su atención se encontraba fija en aquella fotografía. Al final, su única respuesta fue asentir lentamente con su cabeza. Sin embargo, Kate presintió que había otra cosa cruzándole por la mente en esos momentos.

—¿Qué ocurre? —le preguntó, un poco preocupada.

Esther, una vez más, guardó silencio unos instantes antes de volver a hablar y preguntarle:

—¿No hay fotos de Jessica?

Kate sintió que el aire se le escapaba un poco al escuchar tal pregunta, y dicha impresión fue más que palpable en su mirada perpleja.

—¿Cómo supiste de Jessica? —le preguntó intentando no sonar acusadora.

—Max habla de ella a veces —respondió Esther. Su siguiente frase la acompañó del movimiento de sus manos, indicando con lenguaje de señas justamente como Max se expresaba—. Dice que era su hermana menor que se fue al cielo. ¿No tienes fotos de ella?

Kate inhaló y exhaló lentamente, intentando dejar salir toda su impresión inicial. Sabía que tarde o temprano tendría que hablarle a Esther al respecto, pero no creyó que fuera a ser tan pronto. Debió prever, sin embargo, que Max terminaría por mencionarlo; ahora temía sobre la forma en la que se lo habría dicho. Pero fuera como fuera, ahora le tocaba a ella.

—Ven —le indicó sonriente a la niña, y la tomó firme de su mano. Ambas se pararon del banco y comenzaron a caminar juntas, hacia el invernadero.

— — — —

De todas las plantas que ahí crecían, había una muy, muy especial: un hermoso rosal de rosas blancas. Kate guio a Esther hacia éste, y la niña notó rápidamente que en el centro de las rosas se erguía una placa color bronce, con un pequeño epitafio:

Nunca te sostuve, pero te siento.

Nunca me hablaste, pero te escucho.

Nunca te conocí, pero te amo.

Kate leyó aquellas palabras en voz baja, ocultando detrás de cada una un sentimiento de melancolía, pero también de singular felicidad. Esther dedujo de inmediato que aquello era, en efecto, en honor a la difunta Jessica. Inevitablemente, parte del sentimiento que envolvía a Kate en ese momento se impregnó en ella.

—¿Qué le pasó? —cuestionó Esther.

Kate pasó sus dedos discretamente por su ojo derecho, retirándose una sutil lágrima.

—Murió mientras aún estaba en mi panza —le respondió a su hija a adoptiva, intentando reflejar calma—. Por eso no tenemos fotos de ella. Esparcimos sus cenizas aquí. Así, mientras estas flores crezcan, parte de ella vivirá con nosotros.

Esther se quedó mirando fijamente a las rosas por unos segundos, como si hubiera sido abstraída por un profundo pensamiento. Cuando Kate la miró de nuevo, notó como una lágrima se formaba en la comisura de su ojo, y luego resbalaba por un costado de su nariz y mejilla. Un instante después pareció reaccionar de aquello que la tenía tan ensimismada y volver al mundo real. Sin limpiarse su lágrima, se giró hacia Kate, observándola muy fijamente.

—Hubiera tenido suerte —comentó con un pequeño nudo en su garganta—. Eres una gran mamá.

Aquellas palabras hicieron que algo se desbordara en el interior de Kate, y entonces también volvió a llorar, pero ahora con una mezcla más prominente de felicidad.

—Gracias, linda —le susurró con suavidad, rodeándola con sus brazos para luego darle un cariñoso beso sobre su cabeza. Esther le correspondió el abrazo sin problema alguno—. Significa mucho para mí. Gracias...

Esther ya no dijo nada, y sólo se quedó abrazándola con su rostro apoyado contra su hombro mientras ella sollozaba en su oído. La principal motivación de la (aparente) niña era, en realidad, evitar que ella viera su rostro de genuina confusión por lo que acababa de pasar.

Sorprendentemente, incluso para la propia Leena Klammer oculta bajo la fachada de Esther, aquel momento no había sido del todo actuado. De hecho, aquella lágrima que había derramado fue sincera; la más sincera que había derramado en años, o que derramaría en el tiempo posterior. Pero ni siquiera ella tenía claro, al menos de momento, porqué había pasado o porqué se había quedado tan absorta de esa forma. Temía quizás haberse puesto en evidencia, pero esa última frase cariñosa la había salvado; siempre funcionaba.

Pero fuera lo que fuera que haya sido, no dejó que la perturbara más allá de ese momento. Y, lo más importante, no dejó que la hiciera menguar con respecto a lo que vendría después...

* * * *

La mañana siguiente a su arribo a Los Ángeles, Esther se levantó muy temprano para poder arreglarse para su cita de ese día. El cuarto que le tocó compartir con Samara y Lily en ese elegante pent-house, era de hecho bastante espacioso, y hasta tenía su propio baño (más grande que el último departamento en el que vivía). Sólo tenía una cama, pero era King Size así que las tres cabían a la perfección, pese a que Lily no fue nada discreta en su disgusto de tener que compartir.

Esther se maquilló detenidamente frente el espejo del baño, intentando sobre todo disimular unas arrugas que le habían comenzado a aparecer en el área de los ojos; por todo lo demás, su rostro parecía mantener ese curioso rejuvenecimiento espontáneo que había ocurrido la otra noche. Pero de todas formas puso esmero en todo su rostro, por costumbre y por prevención. Luego se recogió todo su cabello con una cebolla, y se puso encima una peluca lisa castaña hasta sus hombros, de apariencia bastante natural. Su atuendo elegido era un vestido a cuadros verdes y blancos, y encima un suéter gris oscuro. Su accesorio final fueron unos anteojos discretos, y un bolso rosado.

Para cuando salió del cuarto, Lily y Samara dormían plácidamente en la cama la una a lado de la otra. Le sorprendió en especial esta última, pues durante el camino le pareció que era de las que tenía problema para dormir más de un par de horas. Las maravillas que un buen colchón podía lograr... o conocer a un chico atractivo.

Todo el departamento estaba silencioso; ni siquiera había rastro de los guardaespaldas. Mejor para ella; de seguro no eran sus personas favoritas luego de lo que les ocurrió a sus dos compañeros. Bajó por su cuenta en el elevador al lobby, cruzándose en su trayecto con un par de personas que también bajaban, y que, disimuladamente o no, parecían maravillados con la hermosa niña que los acompañaba. Ninguno le intentó sacar plática, cosa que agradeció.

Una vez que salió del edificio, se paró en la acera, y alzó su mano para llamar la atención de un taxi. El primero la ignoró, pero el segundo se estacionó delante de ella, y abrió el seguro de la parte trasera para que pudiera abrir la puerta y subirse.

—¿A dónde te llevo, linda? —Le preguntó sonriente el anciano de piel pálida al volante, con un marcado acento irlandés.

—A la Torre Thorn en el centro, por favor —le indicó con una adorable sonrisa.

El conductor se giró a verla unos momentos, notándosele un poco confundido. «¿Esperabas que te dijera a Disneyland o algo así?» pensó algo molesta, mientras aún sonreía. Se esperaba a continuación las usuales preguntas; sobre por qué una niña quería ir a un sitio como ese, o si acaso estaba sola, o si no conocía lo peligrosa que era la ciudad para alguien de su edad...

De nuevo, no hubo cuestionamientos, y el conductor sólo se limitó a conducir. Ese debía ser su día de suerte. Esperaba que ésta se mantuviera.

Esther había pasado por más molestias de las que se esperaba para cumplir su parte del trato que había hecho semanas atrás con Damien Thorn, alias el Anticristo al parecer (aunque en aquel momento no tenía idea de esa parte). Secuestrar a dos niñas y llevarlas con vida de regreso a Los Ángeles sonaba sencillo, pero aquello resultó ser un reto bastante... interesante, por decirlo menos. Y aunque no lo hubiera sido, no había olvidado ni por un momento aquello que el muchacho Thorn le había prometido. Claro, el dinero era bastante bueno, pero a modo personal le llamaba más lo otro...

"Sé que aquella noche alguien, o algo, te sacó de esas frías aguas, hizo que el aire volviera a tus pulmones, y tus heridas se cerraran. ¿Y crees que lo hizo para que pasaras el resto de tu vida abriéndote de piernas y boca a pervertidos enfermos en un sucio departamento como éste? ¿Crees que esto es lo único para lo que sigues con vida? Eres mucho mejor que eso, yo lo sé... Cumple este encargo por mí, y te aseguro que responderás esa pregunta, y más."

Esther quería respuestas sobre lo que había ocurrido aquella noche ocho años atrás, y era hora de que las obtuviera de alguna u otra forma. Pero al cuestionarle al chico sobre ello, éste dijo que para hablar sobre eso ocuparían un lugar más "discreto." Al parecer, un edificio de oficinas en una torre llena de empleados, era su concepto de discreto. Hubiera sido más discreto ir a su viejo departamento en el que se conocieron la primera vez, si acaso su antigua casera no había metido ahí a otro drogadicto de quinta. Como fuera, ya iba en camino al sitio pactado así que no tenía caso seguirse cuestionando las alternativas.

Al llegar al alto edificio que albergaba las oficinas de Thorn Industries en Los Ángeles, se dirigió sin espera al puesto de la recepcionista, una jovencita rubia y flacucha con un traje amarillo y una diadema con audífono y micrófono en su cabeza. Se paró delante de su lugar, teniendo que ponerse de puntillas para poder hacerse notar lo más posible.

—Buenos días —masculló sonriente tras su convincente disfraz. La recepcionista cortó un segundo la llamada que estaba teniendo por el micrófono de su diadema, para así ponerle atención—. Tengo una cita con el señor Damien Thorn. Me dijeron que lo viera aquí a las 10:00.

—¿Con el joven Thorn? —Inquirió confundida la joven, y de inmediato tuvo que cortar su llamada. Se retiró su diadema, y entonces se giró hacia su computadora, en dónde tenía todos los avisos de reuniones y personas autorizadas para el día—. ¿Cuál es tu nombre, pequeña?

Esther se estiró más hacia arriba para apoyar sus brazos sobre la superficie lisa. Se acomodó sus anteojos con una mano y respondió:

—Jessica Coleman.

La recepcionista revisó la agenda y, en efecto, había una sala de reuniones mediana en el quinceavo piso, reservada por el señor Damien Thorn de 10:00 a 12:00. Y había una autorización de seguridad para Jessica Coleman de 10 años. Aquello le pareció inusual, por más de un motivo. Pero todo estaba, aparentemente, correcto.

—Llamaré a alguien del Piso 15 para que bajé por ti, ¿está bien? —Le indicó la jovencita al tiempo que se colocaba de nuevo su diadema para hacer la llamada—. Mientras tanto puedes sentarte si gustas.

—Eres muy amable, gracias.

Y dicho eso, caminó tranquilamente hacia la amplia sala de espera, dando un par de brincos a mitad del camino. Se sentó en uno de los sillones tranquilamente, y sacó de su bolso rosado un teléfono con el que comenzó a jugar.

Todo aquello dejó intrigada a la recepcionista, y no sería la única.

Unos diez minutos después, una secretaria del Piso 15 bajó a la recepción al encuentro de la misteriosa visitante. En su semblante se reveló claramente que su apariencia le resultó confusa, y que buscaba con la mirada a algún adulto que la estuviera acompañando, sin resultado. Se recuperó rápidamente y se aproximó hacia ella con cuidado.

—¿Jessica? —Murmuró despacio para llamar su atención, inclinándose luego un poco hacia ella—. Hola, ¿cómo estás? ¿Vienes tú sola, querida?

—Hola —Saludó Esther, guardando su teléfono de regreso en su bolso—. Sí, mi mami tenía que irse a trabajar, así que me dejó en la puerta. El señor Damien Thorn le prometió que estaría bien cuidada mientras estuviera aquí con él, y que en dos horas él personalmente me llevaría a mi casa.

—¿Eso dijo? —Murmuró la secretaria, aparentemente algo escéptica. Esther pensó por un momento que su improvisada explicación quizás le había hecho sospechar, y estaba ya pensando en su ruta de escape. Sin embargo, aquella mujer no le cuestionó más, y en su lugar se acomodó sus antejos, se paró derecha una vez más y le indicó—: ¿Gustas acompañarme? El señor Thorn ya viene en camino, y me dijo que podías pasar a la sala de reuniones para esperarlo ahí. No debe tardar mucho.

Considerando que técnicamente durmieron en el mismo sitio, a Esther le resultaba molesto, aunque también un poco divertido, el hecho de que tuviera que esperar a que se apareciera. Pero en efecto, debía aceptar que la situación ya era bastante sospechosa como para sumarle el hecho de que ambos hubieran llegado juntos. Igual no podía evitar preguntarse cuánta gente en ese edificio estaba enterada de la verdadera supuesta naturaleza del muchacho cuyo apellido estaba escrito en letras grandes en la fachada. Su deducción fue que las suficientes.

Como fuera, Esther hizo caso sin protesta a la petición de la mujer y se paró de su asiento, arreglándose su vestido con ambas manos.

—Gracias —asintió la pequeña y se permitió entonces tomar a la mujer de la mano para que la guiara. Ésta pareció incomodarse un poco por ello, pero igual no la apartó y ambas comenzaron a caminar juntas hacia el ascensor.

—¿Te ofrezco algo de beber? —Le preguntó la secretaria con amabilidad—. ¿Agua o quizás una soda?

—¿Tienes chocolate caliente?

—Claro. Tenemos una máquina en nuestro piso que hace uno delicioso.

—¡Qué bien! —Exclamó Esther/Jessica entusiasmada, ensanchando su sonrisa y mostrando sus lindos dientes (falsos). Su expresión fue tan adorable que la secretaria no pudo evitar sonreír alegre, aunque no se lo propusiera. La niña también sonrió por dentro, aunque más con vanagloria que alegría. Tenía ya muchos años de experiencia manipulando los sentimientos de las personas con su apariencia y dulce voz, y a veces le sorprendía lo fácil que resultaba con algunos.

Al llegar al quinceavo piso, la llevaron hacia una pequeña sala de reuniones, de forma cuadrada, con una mesa circular en el centro con seis sillas a su alrededor, un sillón de tres lugares a la derecha, un pizarrón blanco montado en la pared izquierda, y un proyector en el techo apuntando hacia el pizarrón. Bastante normal en general, pero al frente había unas grandes ventanas que dejaban entrar la luz del día, y mostraban una vista completa de la avenida y los edificios de enfrente.

—Aguarda aquí sólo un poco, por favor —le indicó la secretaria de pie en la puerta—. En un minuto te traigo tu chocolate.

—Gracias, eres muy amable —agradeció la pequeña, volviéndole a sonreír con la misma dulzura de hace unos momentos, obteniendo una reacción bastante similar en su receptora.

La secretaria se retiró cerrando la puerta detrás de ella y se dirigió a cumplir su encargo. Mientras avanzaba por el pasillo, fue interceptada repentinamente por uno de sus compañeros.

—Glenda, espera —le susurró despacio, y le indicó con una mano que se le aproximara. La secretaria lo hizo, aunque algo indecisa—. ¿Quién es esa niña con la que entraste?

La secretaria se encogió de hombros, perpleja.

—Ni idea, pero al parecer el señor Thorn dejó dicho que se vería con ella aquí, y a mí me acaban de informar hasta ahora.

—¿El señor Thorn? —Inquirió confundido su compañero—. ¿Qué señor Thorn?

—El único señor Thorn con vida, tonto. El joven Damien.

El compañero, un hombre joven y alto, pareció sorprendido al escuchar esa última respuesta.

—¿Sigue aquí en Los Ángeles?

—Eso parece —respondió Glenda, encogiéndose de hombros una vez más—. Reservó la Sala 12 y, pidió que atendiéramos a su invitada lo mejor posible en lo que llegaba.

—¿Y por qué se va a reunir con esa niña?

—No lo sé. Quizás quiere postularse para beca o algo así.

—¿Y sólo por qué es un Thorn, ese mocoso puede disponer de las salas de juntas y nuestro tiempo como mejor le plazca?

—Yo no me quiero meter en problemas —fue la respuesta directa de Glenda, mientras alzaba sus manos en forma de rendición—. En lo que a mí respecta, si quiere traer a todo un orfanato y que les pidamos pizzas, yo obedezco sin chistar. Y será mejor que tú hagas lo mismo.

Dada esa última advertencia, se apresuró hacia la máquina de café que tanto le había presumido a la invitada, para traerle el chocolate que le había prometido. Mientras tanto, su compañero veía con reserva la puerta de la sala de juntas cerrada. Sí, se iría a trabajar sin chistar. Pero estaba seguro de que a la señora Thorn le interesaría saber lo que su sobrino hacía en su ausencia, así que se encargaría de comunicárselo en cuanto tuviera la primera oportunidad.

— — — —

En cuanto Glenda cerró la puerta y se quedó sola, Jessica desapareció aquella sonrisa falsa, y volvió a dejar que su rostro se tornara más cercano al de Esther... o, más bien, al de Leena.

Tiró su bolso rosado sobre la mesa circular con actitud algo despectiva. Y si por ella fuera, hubiera hecho lo mismo con la peluca y los anteojos, pero no podía arriesgarse a que alguien que no fuera la persona a la que esperaba fuera a entrar; Glenda la secretaria con su chocolate caliente, por ejemplo. Así que se quedaría un rato más con el resto de su disfraz.

Caminó entonces hacia una de las amplias ventanas y se paró justo delante de ésta, asomándose para contemplar un poco la vista. No había mucho que ver, pero le impresionó bastante la altura, y la perspectiva de ver absolutamente todo desde arriba. Para alguien que siempre se estuvo arrastrando desde lo más bajo, aquello le resultaba fascinante. De seguro por eso a los ricos les gustaba construir sus edificios y casas en sitios tan altos; el pent-house en el que se quedaban estaba también a una considerable altura.

Esperaba en verdad que ese maldito mocoso no la hiciera esperar demasiado. Deseaba terminar con todo ese asunto de una buena vez, para luego... ¿Para luego qué, exactamente?

¿Qué le deparaba a Esther de ese momento en adelante?

¿Qué le deparaba a Leena Klammer...?

Pasó su mano derecha por un costado de su cuello, presionándolo un poco como si intentara amortiguar un dolor causado por el estrés.

Quizás no se lo había planteado seriamente, pues durante los últimos cuatro años había estado prácticamente a la deriva, ocupándose únicamente en sobrevivir y no ser atrapada. Y antes de esos cuatro años... antes de eso todo era muy diferente. La Leena que estaba ahí parada era muy diferente a la de aquel entonces, ya tan lejano que le resultaba a veces más similar a un mal sueño.

Pero el ver a Max y Daniel en la televisión el otro día había traído todo de golpe, haciéndolo completa e indudablemente real. Aquello no había sido un sueño o le había ocurrido a alguien más. Ella había sido parte de aquella historia, sino es que fue de hecho su protagonista principal. Ella, su hermana adoptiva, su hermano adoptivo, su padre adoptivo... y su madre.

* * * *

La noche que todo terminó no fue mucho después de aquel momento en el invernadero. Kate, herida y agotada, había logrado salir de la casa por la parte de atrás, con Max en brazos. La pequeña de rizos rubios lloraba desconsolada, presa del pánico. Afuera nevaba ligeramente, y el frío las calaba a ambas pues ninguna se tomó ni un segundo de su huida para ponerse algo abrigador; Max incluso tenía los pies descalzos. Avanzaron entre los árboles alrededor de la propiedad con paso lento, en dirección al camino principal con la sola encomienda de alejarse lo más posible de la casa.

La cabeza de Kate era un mar de confusión, de miedos y desesperaciones. Su esposo, el amor de su vida, yacía muerto en un charco de sangre en lo que alguna vez fue su estancia familiar, y su hijo mayor se debatía entre la vida y la muerte en una cama de hospital. Ambos habían sido lastimados por la misma persona, aquella a la que le había abierto su casa, a la que intentó querer como a una verdadera hija... y que no era nada, absolutamente nada de lo que ella creía. Pero ya no podía hacer nada por John, y de momento tampoco por Daniel, y mucho menos por Esther. Lo único en lo que podía enfocarse era en Max; en sacarla de toda esa horrible pesadilla, aunque ella tuviera que morirse congelada en el proceso.

Sin embargo, en cuanto escuchó el sonido de las patrullas, y divisó a lo lejos las luces azules y rojas acercándose, sintió que el aliento le volvía al cuerpo. Incluso se permitió reír, dejando salir aunque fuera un poco de toda esa tensión que le oprimía el pecho. Y por un momento se dijo a sí misma que todo había terminado...

Pero no, no fue así.

Kate escuchó de pronto sus pasos apresurados acercándose por la nieve. Al virarse sobre sí misma, la luz de la luz alumbró aquella silueta, pequeña pero aun así horripilante, acercándose entre los árboles como una fiera salida de las sombras, incluso rugiendo con ira. Kate sólo la miró un segundo antes de reaccionar. Soltó a Max, alejándola de ella; la niña cayó amortiguada por la nieve. Luego, acercó su mano a su cintura, donde había guardado el revólver, lo jaló hacia el frente con la intención de dispararle sin siquiera apuntar. Su atacante la tacleó antes de que pudiera colocar su dedo en el gatillo, y la pistola se soltó de su mano.

Ambas cayeron a tierra y rodaron colina abajo, una pegada a la otra revolcándose en la nieve, en dirección al estanque congelado. Kate cayó de bruces, golpeándose fuertemente la cabeza contra el hielo, y estando a casi nada de perder la consciencia por ello. Aun así, el mundo le dio vueltas y sus oídos le zumbaron. Y el único pensamiento coherente que fue capaz de dar forma era hacia Max, preguntándose en dónde había quedado; y a Daniel, rogándole a Dios que si su vida tenía que terminar en ese lugar en momento, entonces que así fuera pero entonces perdonara la de su hijo.

Esos segundos de semiinconsciencia pasaron, y sintió entonces la inminente presencia del peligro a sus espaldas. Se intentó voltear, y lo primero que vio fue a ese horrendo e inhumano ser parándose, alzar sobre su cabeza el arma que tenía en su mano, y abalanzarse hacia ella. Aquello la hizo reaccionar. Logró girarse en la superficie fría, esquivando el letal cuchillo, y pudo oír cómo el filo golpeaba el hielo. Eso no la detuvo, y de nuevo intentó apuñalara. Kate alzó su pierna con la intención de patearla lejos, y fue dicho muslo el que recibió el corte. Un grito de dolor se escapó de sus labios, pero no dejó que eso la parara y logró patear a su atacante la en el pecho, empujándola lejos de ella.

Kate se arrastró por el hielo, sintiendo como éste le quemaba las manos, intentando alejarse. Pero ella no se lo permitió. Se arrastró también hacia ella, la tomó fuertemente de su pierna herida, apretándola. Kate volvió a gritar, y ese momento de vacilación fue suficiente para que ella lograra colocarse encima de ella para someterla. Kate intentó apartarla, pero era mucho más fuerte de lo que su escueta y pequeña figura podía dar a entender. Se subió sobre ella, se sentó en su abdomen, y entonces ambas estuvieron cara a cara.

Y ahí Kate pudo ver directamente al rostro de la absoluta locura, y la más profunda maldad. Un rostro con las proporciones de una niña, pero con las marcas, la mirada y la mueca de una mujer cruel y desquiciada, con dientes ennegrecidos, ojos desorbitados, y decenas de cortadas recorriéndole la piel, y que manchaban su rostro de su propia sangre.

Ese era su verdadero rostro.

Esa era Esther.

Esa era Leena Klammer...

— — — —

Las máscaras cayeron para la nueva niña y su madre adoptiva. Aquella noche ella no fue más Esther, y se volcó por completo en ser Leena Klammer, aquel horrible monstruo que tanto se esforzaba por esconder pero que al final siempre terminaba por dominarla. Y Kate dejó de intentar fingir ser su madre amorosa, y revelar abiertamente el desalmado y egoísta ser que siempre fue. Porque Esther estaba segura: ella nunca la quiso en su casa. En su mente la verdad era clara. Todo había sido un mar de mentiras, y la habían usado como su juguete para armar su familia soñada, sin pensar en ella ni un instante. Igual que su familia anterior... o la anterior... o cualquier otra persona que se había cruzado en su vida desde que tenía memoria.

Porque ella nunca era nada para esas personas, más allá de un rostro bonito y un cuerpo infantil, sin corazón ni derecho a amar o ser amada como ella deseaba.

Enserio había intentado que las cosas funcionaran esa vez. Esther estuvo segura desde el inicio de que podrían haber sido una familia feliz, si tan sólo hubieran hecho las cosas tal y como ella se las decía; ¿era eso tan complicado? Lo único que ella quería a cambio de ser la hija perfecta, linda y bien portada que ellos deseaban, era el cariño de su nuevo papá, sin ninguna restricción. Pero Kate, como bien le contaría a Lily tiempo después: "era bastante suspicaz y celosa. No le agradaba la idea de compartir el afecto de papi."

Al principio todo iba bien, pero poco a poco Kate se fue alejando de ella, y comenzó a desconfiar, a aislarla, y a poner a todos en su contra sin motivo. Y todo porque sentía celos de la nueva niña consentida de papá. Y al final todos le dieron la espalda: Kate, Daniel, John, incluso Max... Todos rechazaron su afecto.

Y si ellos no querían su cariño, recibirían todo su odio...

Ya se había encargado de John, quien se atrevió a rechazarla después de que ella había hecho todo eso por él y sólo por él. Y Daniel, de seguro ya no le quedaba mucho, sino era que ya había estirado la pata. Sólo quedaban ellas dos: Kate y la pequeña y dulce Max. Quizás su hermanita aún tenía salvación; ya lo verían. Pero Kate... ella moriría, en ese mismo sitio y por su propia mano; igual que su amado John...

La tenía ya ahí recostada en el frío hielo, golpeada, cansada y mareada, pero ella tenía toda la furia y la adrenalina moviéndola sin importarle el dolor de sus cortadas, sus golpes, o incluso el brazo roto. En su mano sujetaba su cuchillo, aún manchado con la sangre de John, y lo arremetía repetidas veces contra la desvalida Kate. O, quizás no tan desvalida, pues se las arreglaba para protegerse con sus brazos, sujetarlas de las muñecas y apartar aquella letal hoja de ella. Leena gritaba y gemía con cada ataque que lanzaba, uno más cerca de su objetivo que el anterior. Sólo debía apuñalarla en un ojo, en su cuello, y todo lo demás sería pan comido. Pero ella seguía luchando, y luchando. ¿Por qué?, ¿por qué seguía creyendo que podía hacer algo para salvarse de esa o a su destrozada familia? Pasara lo que pasara, ella ya había ganado.

La tomó fuertemente del cuello con su mano derecha, apretándola contra el hielo. Luego dejó caer el cuchillo cruentamente contra su cara, directo a su ojo izquierdo. Kate alzó sus dos manos y la tomó firmemente de su muñeca, deteniéndola con el la punta del cuchillo a escasos centímetros de su rostro. Pero Leena comenzó a oprimir y oprimir, y Kate a jalarla hacia un lado. Sólo una tendría éxito.

Leena escuchó de pronto una detonación a su espalda; un disparo, del revolver de John que ella había tomado. Se volteó por encima de su hombro, y divisó entre la ventisca a Max, de pie colina arriba, sujetando el arma con ambas manos y apuntando temblorosa en su dirección.

«No, tú no» pensó Leena, dolida por tal traición. Incluso Max le había dado la espalda. Ahora ella también tendría que morir.

Lo que ni Leena ni Kate se dieron cuenta, es que dicho disparo en efecto no le había dado a la atacante de su madre como ella quería, pero sí había dado directo en el hielo justo detrás de ella. Del agujero creado por el disparo comenzó a extenderse una fisura que se fue alargando hacia donde las dos mujeres luchaban. El hielo se debilitó, y de un segundo a otro la superficie sobre la cual las dos reposaban se quebró, y ambas cayeron irremediablemente al agua congelada que se ocultaba debajo de ellas.

— — — —

Si el frío del exterior ya las impregnaba, el que sintieron ambas al sumergirse en el interior de aquel estanque congelado fue sencillamente indescriptible. En otras circunstancias, aquello posiblemente las hubiera paralizado, pero el instinto de supervivencia y de lucha las mantenía en movimiento. Kate se quitó rápido a Leena de encima, y la empujó para alejarla de ella. Luego nadó con todas sus fuerzas hacia el exterior, sintiendo un lapso de desesperación por unos segundos, cuando no encontraba el agujero por el que habían ingresado. Al dar a tientas con él, rápidamente sacó su rostro al exterior, inhalando todo el aire que le fue posible, aunque el frío que le inundaba el cuerpo el dificultaba de todas formas el respirar con normalidad.

Se agarró de la orilla del hielo, intentando jalarse hacia arriba, pero sus dedos entumecidos se resbalaban por la superficie. Cuando parecía que al fin había logrado un progreso, sintió como Leena salía también de debajo del agua y se sujetaba firmemente de su cuello con un brazo, mientras su otra mano seguía aferrada a su cuchillo. Su peso sobre sus hombros, sin embargo, provocó que ambas se hundieran de nuevo antes de que la asesina pudiera apuñalarla, pero aún debajo del agua siguió intentándolo. Kate pudo bloquear los primeros intentos, pero al final uno de ellos dio directo en su costado derecho. La hoja se hundió en su carne, y no pudo evitar soltar un grito ahogado de dolor que soltó todo el aire que tenía guardado.

El sabor de su propia sangre mezclado en con el agua le llegó a su boca. El dolor que sentía era inmenso, y encima de todo se seguían hundiendo, alejándose poco a poco de aquella única salida. El instinto de supervivencia de Kate se activó en su máximo, sobreponiéndose al miedo y al dolor. Jaló con fuerza su codo hacia atrás, clavándolo en la boca del estómago de su atacante. Ésta se dobló un poco, liberando ligeramente su agarre. Kate no perdió el tiempo, y se las arregló para lanzar otro codazo más, pero esta vez directo y con más fuerza hacia la cara de Leena. El pequeño cuerpo de la mujer se hizo hacia atrás por el empuje, y su nariz le sangró. Kate pudo entonces liberarse y comenzar a nadar con todas sus fuerzas hacia la superficie, dejando a Leena atrás, aturdida y golpeada.

Una vez más Kate logró salir a la superficie, inhalando una fuerte cantidad de aire, no sin antes toser un poco de agua fuera de sus pulmones. Se aferró como pudo a la orilla del hielo para mantenerse a flote. Cuando logró alzar su borrosa mirada al frente, distinguió ante ella el pijama rosa y blanco de Max. La niña se encontraba de pie frente al agujero, con sus pies descalzos sobre el hielo.

—Aléjate —pronunció con fuerza, al momento que agitaba una mano con desesperación para que su hija le entendiera—. Es muy peligroso, aléjate.

No sabía que tan débil seguía el hielo, y podía abrirse otro agujero en cualquier momento. A pesar de toda lo apremiante de su propia situación, la primera preocupación de Kate era la seguridad de su hija. Max, por su lado, comprendió el ademán de su madre, y rápidamente comenzó a retroceder por el hielo hasta pararse a la orilla del estanque.

Kate comenzó ahora sí a jalarse hacia afuera del agua. Aquello resultó ser una tarea aún más titánica de lo que había pensado, pero poco a poco lo fue logrando. Se fue arrastrando por el hielo, intentando alejarse del agujero lo más rápido posible. Ya estaba prácticamente totalmente afuera, cuando entonces sintió como la tomaban con fuerza de su pierna derecha.

Se viró incrédula hacia atrás, notando el brazo de Esther sobresaliendo del agua congelada y sujetándola firmemente. El rostro de la asesina surgió poco después, jalando igualmente la mayor cantidad de aire a sus pulmones. Sus cabellos húmedos estaban pegados contra su cara, y las cortadas dibujaban grotescos surcos por toda ésta. Kate intentó alejarse mientras Esther recuperaba el aliento, pero ella no la soltó. Se aferró a su pierna desesperadamente, en un intento de ayudarse a salir.

—Por favor... —susurró Leena de pronto con un doloroso tono de súplica. Kate la miró, y notó como la miraba desde su posición con sus ojos temerosos. Todo el cuerpo le temblaba, y su voz se quebraba en cada palabra—. Por favor... no me dejes morir, mami...

Y por un instante, Kate fue capaz de ver a través de los ojos de aquel monstruo, un rastro de palpable humanidad. Pudo sentir por un momento que detrás de ese rostro se escondía una niña real, que había pasado por su infierno personal que sólo ella conocía con exactitud, y que la habían convertido en lo que era y la habían llevado justo a ese lugar y momento. Y pudo ver también en ese mismo instante a Esther, aquella adorable niña que había escogido convertir en su hija, y darle todo el amor y cariño que tenía. La misma con la que se sentó las tardes a tocar el piano, y a la que abrazó y besó en el invernadero frente al memorial de Jessica. La Esther a la que, por un momento, estuvo a punto de amar genuinamente.

Vio y sintió todo eso... pero no le importó.

Porque Esther no existía. No había humanidad, ni dulzura, ni inocencia en esa criatura; sólo la locura y la maldad de Leena Klammer, la que había intentado matar a sus hijos, asesinado a sus padres anteriores, a la hermana Abigail, a su esposo, y sólo Dios sabía a qué tantos más. Y el hecho de que pensara siquiera en jugar con sus sentimientos en un vacío intento de compasión, la llenó de una intensa rabia que le tensó cada músculo de su cuerpo, y la hizo sobreponerse a cualquier rastro de cansancio o dolor que le quedara encima.

—¡Yo no soy tu puta mami! —le gritó con todas sus fuerzas, llena por completo de ira. Leena se sobresaltó al escuchar tales palabras, pero el asombro le duró poco. Toda esa fuerza renovada se acumuló y acumuló en el pecho de Kate, hasta explotar en la forma de una intensa patada de su pie izquierdo, que le dio directo en la cara a la asesina. Un machón rojizo de sangre brotó de su labio y nariz, y su cabeza fue lanzada por completo hacia atrás, y más allá.

El cuerpo entero de Leena se desplomó hacia atrás, cayendo al agua y desapareciendo por completo de la vista de Kate y Max.

Kate observó el agujero, como si esperara que fuera a volver a salir una vez más. Luego de unos segundos dejó de esperar, y en su lugar se puso de pie lo mejor que pudo. Avanzó cautelosa por el hielo hacia Max, que la esperaba en la orilla. Tomó a la pequeña en sus brazos, sorprendiéndose de que aún le quedaran fuerzas para cargarla. Al tenerla contra ella, Kate comenzó a sollozar con fuerza, de alivio pero también inundada por el profundo terror que había pasado. Max igualmente comenzó a llorar, hundiendo su rostro contra el cuello de su mami...

—Todo está bien, todo está bien —susurró despacio Kate, calmándose poco a poco.

Ambas avanzaron entre los árboles en dirección al camino, al encuentro de los policías con linternas que ya se encontraban peinando el perímetro, y no tardaron en dar con ellas.

— — — —

Aquella última patada había golpeado con la fuerza y la forma correctas para, no sólo empujar la cabeza de Leena completamente hacia atrás, sino además destrozarle su delgado cuello en el mismo movimiento. Ella lo pudo sentir en el acto. "Oyes el fuerte crack," le describiría a Lily años después, "pero no en tus oídos, sino en todo tu cuerpo, como si todos tus huesos vibraran." Y justamente eso fue lo último que sintió, antes de comenzar lentamente a ya no sentir nada en lo absoluto.

El primer par de segundos seguía consciente, pero ya no podía moverse, o quizás más bien no era capaz de pensar o entender lo que hacer tal cosa implicaba. Ya ni siquiera respiraba, y no sentía que a su cuerpo aquello le importara más. No oponía resistencia ni anhelo alguno por cambiar su situación. Sólo se dejaba llevar, sumergiéndose lentamente en aquella fría agua, alejándose cada vez más de la luz y sumiéndose en la oscuridad. Y en un momento, todo se volvió solamente eso: eterna y profunda oscuridad; sin que ella cerrara sus ojos, sencillamente ya no era capaz de ver. Pero tampoco hubo más dolor ni preocupación, y eso le provocó una inusual paz que no tuvo problema en abrazar de una vez por todas...

—Leena —logró escuchar como un susurro lejano, a pesar de que se suponía que ya no debería poder escuchar nada—. Tú nombre será Leena. Así se llamaba mi abuela. ¿Sabes qué significa? Significa Luz, o eso decía ella. Pero para ti será así, porque tú eres una lucecita que viene a alumbrar mi vida, ¿oíste?; por muy poco que me quede de ella...

Comenzó a sentir un poco de calor brotando de su estómago y subiendo por su pecho. Su vista se fue aclarando poco a poco, hasta vislumbrar una silueta borrosa, como machones sin forma sobre un lienzo. Le pareció que era una persona, una que ella no conocía... ¿o sí?

—No te mentiré, Leena —murmuró de nuevo la misma voz, y le pareció distinguir que aquella silueta delante de ella pasaba su mano delicadamente por su abultado vientre—. Este mundo puede ser cruel y horrible, y yo lo sé de sobra. Pero siempre encontrarás aunque se aun poco de luz, incluso en la más recóndita oscuridad. Y aunque yo no pueda estar contigo a cada momento, quiero que sepas que te amo, y siempre te amaré. Sé buena, Leena... aunque el mundo te pisotee, sé buena... sé mucho mejor de lo que yo fui...

Y entonces su rostro se dibujó completamente, y Leena lo vio tan claro como si la tuviera justo delante de ella: una hermosa mujer de cabellos rubios y ojos verdes, con facciones delicadas, nariz pequeña, y radiante sonrisa. Un rostro que ella nunca había visto, ni una sola vez, y aun así reconoció...

—Mamá... —susurró despacio, aunque bien podría sólo haberlo pensado.

Alguien la tomó fuertemente de su hombro en ese momento, hasta provocarle una fuerte sensación de dolor; ¿aún era capaz de sentirlo? Aquello la trajo poco a poco de nuevo la luz y la claridad. Miró hacia su hombro, pues ya también podía volver a ver. La mano que la sujetaba era gris, con llagas horribles, uñas largas que se encajaban en su piel... y era fría, muy fría.

Se giró rápidamente hacia atrás para ver bien quién era, pero entonces fue como si todo su cuerpo hubiera dado un giro completo, cambiando no sólo de posición, sino de sitio.

Sus ojos se abrieron (aunque en realidad nunca se cerraron), y su boca jaló un aire tan frío que hizo que le doliera los pulmones. Luego comenzó a toser con fuerza, y su cuerpo se dobló en sí mismo hasta hacer un ovillo. Sintió poco después la sensación irritante del hielo contra su cara y su costado; ¿estaba afuera del estanque?

Se giró, recostándose sobre su espalda. Sobre ella se cernía un gran mar de estrellas, y el brillo inconfundible de una hermosa luna llena. Viró su cuello hacia un lado, y ahí contempló, a sólo unos centímetros de ella, el agujero en el hielo, como una tumba abierta.

¿Había salido?

¿Cómo?

¿Cuánto tiempo había pasado?

Sentía la cara entumecida, el cuerpo le temblaba presa de todo el frío, y el hielo le quemaba la piel... pero no sentía nada más. Se sentó, y llevó su mano a su cuello, palpándolo para estar seguro de que en efecto seguía ahí, y estaba entero; parecía ser así. Su atención se centró en su brazo izquierdo, aquel que había roto ella misma hace sólo unos días, pero que ahora... no le dolía más en lo absoluto. Incluso golpeó el hielo con fuerza con su mano para verificarlo, y el golpe en efecto le dolió hasta hacerla gemir un poco... pero se desvaneció rápido.

—Estoy viva —susurró sorprendida, y miró de nuevo hacia el cielo, como si esperara ver ahí escrita la respuesta a todas sus interrogantes—. ¡Estoy viva! —Gritó con más fuerza y comenzó a reír, dejándose incluso caer de espaldas al hielo.

¿Qué había pasado?, era algo que se estaría preguntando durante todos los ocho años siguientes. Pero en aquel momento estaba segura de que había sido un milagro, un verdadero milagro de Dios... O de algo más.

Escuchó pasos y voces a lo lejos. Al sentarse de nuevo, notó luces moviéndose entre los árboles. No se esperó a averiguar quiénes eran. Rápidamente se paró, dio un par de pasos, pero terminó resbalándose en el hielo y cayéndose de bruces, abriéndose el labio contra el hielo. Se alzó, se limpió con una mano y vio su propia sangre en su mano. Soltó una maldición y volvió a pasarse la mano... y su labio ya no le dolió. Y al ver su dedo, ya no tenía más sangre.

—¿Qué? —Susurró atónita.

Las voces y los pasos se hicieron más cercanos, por lo que se forzó a reaccionar. Gateó rápidamente por el hielo hasta llegar a la orilla del estanque, donde ya pudo pararse firme en sus dos pies y comenzar a correr bosque adentro. Sus piernas entumidas tardaron en reaccionar, pero conforme la circulación de su sangre fue aumentando, su cuerpo entero se iba calentando y comenzado a mover más deprisa.

Corrió y corrió en una sola dirección, sin fijarse hacia dónde ni mirar atrás. Y no se detuvo hasta el sol salió... No, de hecho, más bien no dejó de correr hasta varios años después.

FIN DEL CAPÍTULO 78

Notas del Autor:

Kate Coleman está basada en el respectivo personaje de la película Orphan del 2009, respetándose por completo lo que respecta a su apariencia, personalidad y papel.

—Gran parte de lo narrado se encuentra basado en los acontecimientos narrados en la película de Orphan o La Huérfana, sobre todo en su parte final, pero narrado desde las perspectivas de Kate y Esther, y agregando algunos detalles adicionales como el destino final de Esther luego de lo visto en la película. En los próximos capítulos se harán referencias a sucesos y personajes de dicha película, pero todo ocurrirá en un tiempo posterior a ésta.

Como les mencioné en las notas anteriores, nos toca tener otro flashback, pero será uno muy importante enfocado en dos personajes: Esther y Kate Coleman. Si tienen suficiente memoria de los capítulos anteriores, podrán deducir qué es lo que veremos a continuación y que aún no se había explicado. Y si no, estén al pendiente para los próximos capítulos para averiguarlo.

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