Capítulo 74. Nosotros perduramos
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 74.
Nosotros perduramos
James estacionó su camioneta a unas cuadras del edificio de Damien, en el estacionamiento de una plaza comercial. El día anterior la había mandado a limpiar exhaustivamente, por si acaso había quedado en ella algún rastro de la corta visita de Jeremy, el ilustre residente de Eugene cuyo cuerpo sería descubierto un par de días después a la orilla del lago Fern Ridge. Ya estaba atardeciendo y las calles se veían muy despejadas. Compró un café en el Starbucks de esa misma plaza, y entonces caminó con paso tranquilo hacia el elegante edificio de departamentos. Su paso era tranquilo sólo para no llamar la atención, pues en realidad por dentro su apuro era bastante intenso. Quería llegar a aquel sitio lo antes posible y terminar de una vez con el asunto. Aunque él sabía que toda esa situación era casi imposible que fuera a "terminar" como tal; no mientras ese jovencito paleto siguiera con vida.
No ingresó por el lobby principal, sino por una puerta trasera de servicio, justo como lo hizo la vez anterior. Ahí uno de los encargados de la seguridad del joven Thorn lo aguardaba, y una vez que se identificó debidamente lo dejó pasar para que subieran por el elevador privado hacia el pent-house. James no intercambió más de las palabras debidas con aquel hombre, y éste a su vez pareció querer hacer justo lo mismo.
Una vez que llegaron al departamento, el guardaespaldas lo guio hacia el estudio, en donde quien lo había mandado a llamar lo aguardaba. Al caminar por el pasillo, sin embargo, se encontraron con dos hombres envueltos en trajes blancos y con cubre bocas en sus rostros, que se encontraban tallando exhaustivamente unas manchas oscuras en la alfombra. Estos lo voltearon a ver alarmados, y luego se enfocaron en el guardaespaldas que lo escoltaba. Éste les indicó con una sola seña de su mano que no había problema. Los dos hombres de blanco se hicieron a un lado para dejarlos pasar. James no necesitó ver las manchas de cerca para saber qué eran con exactitud. De haberlos conocido antes, quizás hubiera sido buena idea pedirles que limpiaran también su camioneta.
—Si es mi viejo amigo, el misterioso hombre del hospital —escuchó mencionar desde lo alto cuando pasaba justo a un lado de la sala. Al alzar su mirada hacia lo que era la planta alta del departamento, divisó la mirada sonriente de alguien recargada contra el barandal a un lado de las escaleras. Lo observaba desde lo alto con una molesta prepotencia en su mirada.
James la reconoció de inmediato. Era una de las niñas que había estado vigilando de cerca esos días; la tal Esther, si no se equivocaba. La cuál, según tenía entendido, no era precisamente lo que su apariencia indicaba; algo con lo que él estaba bien familiarizado, de hecho.
—Nos estuviste pisando los talones todo este tiempo, ¿verdad? —Cuestionó Esther con curiosidad—. Debes ser muy bueno, pues ni siquiera me percate de tu presencia. —James permaneció en silencio—. Si tienes algo de tiempo de libre, me gustaría platicar un poco contigo, ¿qué te parecería eso? —le propuso Esther a continuación, con un tono tan sugerente que no dejaba a la interpretación el hecho de que no se refería precisamente a hablar.
El hombre de color siguió sin responderle, y en su lugar caminó de largo en dirección al estudio, ignorándola.
—Dile a tu jefe que aún me debe una charla —escuchó a Esther pronunciar con fuerza mientras se alejaba, e intuyó que en ese caso sí se refería a una "charla" de verdad.
El guardaespaldas que lo escoltaba entró unos momentos al estudio para anunciarlo, y luego de unos segundos le indicó que podía pasar. James así lo hizo, y todo como un reflejo del otro día, ahí vio a Damien Thorn, sentado del otro lado del escritorio, con el mismo maletín gris colocado sobre éste; el maletín que tenía justo lo que él había ido a buscar. En cuanto lo vio, una gran ansiedad, como una sed insaciable, se apoderó de él, pero intentó contenerla para no darle a ese chiquillo la satisfacción.
—Ah, mi vampiro favorito —comentó Damien con tono bromista, y alzó entonces su mano derecha para indicarle que podía avanzara—. Pasa, amigo mío.
James comenzó a caminar hacia el escritorio, y escuchó como la puerta del estudio se cerraba a sus espaldas. Se paró entonces derecho a la altura de las sillas de los visitantes, con sus ojos deseosos puestos en el maletín.
—Debo felicitarte por tu trabajo —señaló Damien, complacido—. Leena, Samara y Lily llegaron sanas y salvas. Resultó no ser una petición tan difícil, ¿verdad? —James alzó su mirada molesta hacia él, y se guardó cualquier cosa que hubiera querido decir al respecto—. En fin, estás aquí por tu pago, ¿o no?
En ese momento el muchacho se puso de pie, extendió sus manos al frente del maletín para abrir sus seguros, y entonces levantó la tapa superior para revelarle su contenido. Ahí estaban los dos termos restantes, sobre la estructura de fomi, a lado del espacio vacío en donde anteriormente se encontraba aquel que le había entregado en su pasada visita. En cuanto sus ojos se posaron en ellos, esa sed y ese anhelo se volvieron aún más intensos, y muy difíciles de disimular. Damien pareció darse cuenta de ello, pues su sonrisa prepotente se volvió incluso más marcada.
—Los últimos dos recipientes de vapor que tu antigua jefa tenía en sus reservas —murmuró el muchacho, recorriendo sus dedos por la superficie metálica de la tapa del maletín—. ¿Cómo dices que se llamaba esa agradable mujer?
—Eso no te importa —respondió James tajantemente, acercándose rápidamente al escritorio—. Hice lo que querías, así que tomaré lo que me pertenece y me largo.
—Claro, puedes tomarlos —le indicó Damien, y entonces James extendió su mano derecha para tomar uno de los termos. Y sus dedos ya habían prácticamente rozado el material brillante del recipiente, cuando de un parpadeo a otro la tapa del maletín se cerró abruptamente y con fuerza, machucándole la mano—. Aunque, pensándolo mejor, creo que lo harás —añadió Damien con tono frio, mientras apoyaba sus dos manos fuertemente sobre la tapa.
James soltó un fuerte alarido de dolor que fácilmente debió ser escuchado en todo ese departamento, pero nadie pareció lo suficientemente interesado en entrar y ver qué ocurría. Sus piernas flaquearon y terminó cayendo de rodillas delante del escritorio. Jaló su mano intentando sacarla, pero el hacerlo sólo le provocaba más dolor, e incluso sintió como la piel se le desgarraba contra el filo que de la orilla de la tapa. Sangre comenzó a escurrir por su mano, comenzando a manchar el escritorio.
—¿Acaso crees que soy idiota? —le cuestionó Damien con rabia brotando de su boca, y aplicó incluso más de su peso contra la tapa del maletín—, ¿esa es la impresión que tienes de mí? Sé muy bien que deliberadamente evitaste avisarme que las tres ya habían llegado a Los Ángeles, o incluso que se habían metido hasta acá a escondidas. Es más, no me extrañaría que incluso las hayas ayudado a infiltrarse al edificio, aunque ellas no lo supieran. ¿Me equivoco? ¿Eh?, ¿me equivoco?
Se retiró en ese momento de encima de la tapa del maletín, y cuando la presión desapareció James logró retirar rápidamente su mano, casi con desesperación. Cayó hacia atrás sentado en la alfombra, agarrándose la mano herida y presionándola. Tenía magullada la piel, y el sólo mover los dedos le provocaba dolor; quizás se la había roto.
El hombre lo volteó a ver furioso desde el suelo. El chico lo miraba hacia abajo con prepotencia y enojo.
—¡Querías que las vigilara y cuidara que llegaran hasta aquí, y así lo hice! —declaró James casi gritando—. No dijiste que te estuviera avisando de cada respiro que daban...
—No te quieras pasar de listo, James la Sombra —le interrumpió Damien secamente—, que he tenido un par de días bastante estresantes, y no estoy de humor. Dos de mis hombres murieron por tu culpa, y yo me llevé una muy desagradable sorpresa. Y odio las sorpresas... ¿Qué te proponías exactamente? ¿Esperabas ver si eran capaces de matarme, quizás? Pues como ves, no tuviste suerte; sigo aquí.
James apretó con más fuerza su mano, intentando apaciguar el dolor, que ya para esos momentos se sentía más como un molesto ardor. De hecho, sí había considerado la posibilidad de que esas tres niñas podrían hacer algo contra ese chico, luego de ver de lo que eran capaces de hacer mientras las seguía. Quizás si sólo las dejaba ser, algo pasaría y podrían indirectamente librarlo de esa humillante situación. Pero claramente no fue así, y se habían convertido de seguro en sus nuevas aliadas en lo que sea que tuviera pensado hacer.
Respiró lentamente, intentando relajar su cuerpo y recuperar sus fuerzas. Lentamente comenzó a alzarse, sobreponiéndose al efecto físico, pero sobre todo mental, que aquello le había ocasionado.
—Yo hice lo que me pediste —señaló James ya de pie, aunque no por ello completamente recuperado—. Las protegí y fui tu recadero. Me diste tu palabra...
—¿Acaso has olvidado con quien estás hablando? —Le cortó Damien—. Yo decido cuando honrar y cuando no mi palabra. Y este último chascarrillo tuyo no me agradó en lo más mínimo...
Damien colocó entonces su mano derecha sobre la tapa del maletín, haciendo que sus dedos tamborileaban sobre ésta de forma bastante sonora y rítmica.
—Así que, ¿por qué debería de darte esto? O aún mejor... ¿por qué debería dejar que te vayas de aquí con vida?
Aquellas no eran palabras vacías; la amenaza en su voz era genuina, y James lo supo de inmediato. Él había sido testigo de primera mano de lo que era capaz. Acabar con él en ese mismo lugar y momento no significaría nada para Damien Thorn. Después de todo, desde su perspectiva, ellos eran apenas un poco más que mascotas de las que podía prescindir en cualquier momento.
Miró un momento sobre su hombro a la puerta del estudio, calculando seriamente las posibilidades que tenía de salir corriendo de ese sitio. Pero aun suponiendo que pudiera evadirlo a él, del otro lado de la puerta tendría que arreglárselas con sus guardaespaldas armados, además de esas tres niñas. Y se encontraba débil; no sólo por su herida, sino también por esa maldita enfermedad y la falta de vapor. Y era esto último lo que cobraba más peso que cualquier otro de sus pensamientos: no podía salir de ese sitio sin los termos, eso no era una opción.
Giró de nuevo su atención al maletín debajo de la mano guardiana de ese muchacho. Si iba a intentar huir, lo haría con ese maletín o nada habría valido la pena.
—Puedo sentir claramente todo lo que está cruzando por tu cabeza en estos momentos —escuchó a Damien pronunciar, haciéndolo sobresaltarse casi asustado. Él lo miraba con una amplia sonrisa prepotente y confiada—. Estás pensando que podrías arriesgarte, ¿no? Intentar paralizarme con ese bonito truco que haces, y quizás intentar romperme el cuello, encajarme algunas de estas plumas sobre el escritorio en el ojo, o aventurarte con el cuchillo que tienes detrás en tu espalda y rebanarme la garganta. Eso si acaso logras en verdad paralizarme, o al menos lo suficiente para que logres saltar este escritorio y alcanzarme. —Retiró en ese momento su mano y se hizo hacia atrás, tomando de nuevo asiento en su silla, pero sin apartar su mirada de él—. Pero si te decides por ese camino, más te vale que estés seguro de ello y no vaciles...
Los dientes y el puño sano de James se apretaron fuertemente a causa de la enorme frustración que le inundaba, y sus ojos casi parecían inyectados de sangre de la tremenda ira que estaba conteniendo. Gustoso tomaría ese riesgo; gustoso se arriesgaría a hacer justo lo que él acababa de describir, aunque tuviera que apostar su vida en ello. Con recibir el puro gusto de borrarle ese sonrisita pretenciosa de su cara, tendría suficiente para morir en paz y ser recibido por las almas de todos aquellos que lo precedieron.
Y muy seguramente lo hubiera hecho si sólo se tratara de él, pero no era así. No tenía derecho de apostar su vida a la ligera, pues ésta no le pertenecía. Ésta era de ella, de su amada. Había prometido cuidarla sin importar qué, y eso implicaba hacer un sin número de cosas que el orgulloso James la Sombra del Nudo Verdadero quizás nunca se hubiera siquiera imaginado. Pero el quebrantado hombre que era en esos momentos, no podía darse ese lujo.
Su puño se relajó, al igual que su quijada. Agachó su mirada, con su orgullo más adolorido que su mano.
—Por favor... —susurró despacio sin mirarle—. Mabel los necesita... ella está...
Damien soltó de golpe una sonora carcajada incrédula.
—¿Me estás suplicando? —Soltó riendo como si hubiera escuchado la más graciosa de las bromas—. Vaya, eso sí no lo vi venir. Hasta alguien tan grande y rudo como tú suplica por la mujer que ama, ¿eh?
—Alguien como tú no lo entendería —murmuró James despacio, casi entre dientes—. Pero el bienestar de Mabel es lo único por lo que me queda luchar. Sólo tiene sentido seguir con esta vida para poder protegerla a ella.
—Conmovedor —musitó Damien, sarcástico—. Al parecer no están tan vacíos después de todo... Muy bien, para que veas que no soy tan malo —abrió en ese momento de nuevo el maletín, tomando el termo del centro—, te daré uno. El otro, tal vez te lo dé cuando me traigas a tu querida Mabel aquí.
—¿Qué? —Exclamó James, atónito—. No, nada de eso...
—¿Sonó acaso a una petición opcional?
Colocó el termo que había sacado y lo colocó parado sobre el escritorio. Cerró entonces de nuevo el maletín, y lo deslizó hacia atrás, acercándolo más hacia él mismo.
—Necesito que rastree a algunas personas por mí, así que quiero que la traigas. Sé que podría hacerlo desde donde está como lo ha hecho hasta ahora, pero me apetece más que lo haga aquí para variar. Y puede que regrese a Chicago en cualquier momento, así que será mejor que te des prisa y vuelvas antes de que eso pase.
James contempló en silencio el termo, sintiendo de nueva esa ansiedad y hambre. Se había forzado a sí mismo a consumir lo mínimo posible del primero que le había dado. Pero ahora ahí tenía uno nuevo, lleno y listo para ser ingerido, tan cerca de él. Su cuerpo lo anhelaba, como si de alguna droga se tratase, y posiblemente la comparación no estaría errada. Lo necesitaba, aunque fuera sólo uno... Pero esa condición que le imponía...
—Mabel está débil —intentó aclararle con la mayor firmeza que le era posible—, y cada vez que usa sus poderes...
—Para eso es el estúpido termo que te estoy dando —espetó Damien, señalando el recipiente delante de él—. Eso le recargara la batería, ¿no? Te sugiero que lo tomes y te vayas, antes de que cambie de opinión y mejor te deje ir sin nada.
James vaciló unos momentos más, pero aquello era más como un intento de engañarse a sí mismo. Desde el inicio supo muy bien cuál sería la decisión que tomaría. Extendió su mano sana hacia el termo y lo tomó. Incluso la sensación fría contra la yema de sus dedos le pareció reconfortante.
Damien sonrió complacido.
—Disfruta la comida —le indicó el muchacho con un tono burlón. James no le dirigió la palabra ni lo miró, y sólo se retiró en silencio del estudio, del departamento, y del edificio, aferrándose al termo como si fuera el más valioso y costoso de los tesoros.
— — — —
Caminó por la calle con el recipiente y su mano herida ocultos en el interior de su chamarra. Caminaba un tanto irregular, incluso cojeando un poco, y de seguro aquello llamó la atención de algunas de las personas que pasaban a su lado. Sin embargo, de seguro suponían que se trataba de algún borracho, y simplemente le sacaban la vuelta. El triunfo sería llegar hasta su camioneta sin que alguna patrulla se le ocurriese detenerlo y cuestionarle. No estaba seguro de qué haría si eso pasaba. Para su suerte, aquello no ocurrió.
Una vez que se sintió a salvo en la parte trasera de su camioneta, dejó que todo ese dolor y enojo que tenía por dentro saliera. De haber estado en algún sitio más alejado, habría gritado o incluso golpeado algo, pero no podía darse el lujo de llamar así la atención.
Miró su mano, su piel magullada y sangrante. Se acercó a la parte delantera de la camioneta y extendió su mano hacia la guantera. Ahí reposaba el primer termo. Lo tomó desesperado con su mano sana, y con sólo sentir su peso supo que no le quedaba mucho; al parecer había consumido más de él de lo que realmente recordaba. Se sentó de regreso en la parte trasera con su espalda contra la pared, y colocó el termo en el suelo entre sus piernas. Sin miramientos lo abrió, y dejó que todo el vapor que contenía saliera de una sola vez. Inclinó su rostro sobre él y comenzó a aspirar profundamente, a dejar que toda esa energía y vida entrara a su cuerpo, rehabilitándolo con cada inhalación.
Sus ojos resplandecieron con un fulgor plateado, y poco a poco se sintió mucho mejor. Observó su mano, y se dio cuenta de cómo el vapor cobraba efecto y su herida se iba curando poco a poco, hasta dejar su piel casi intacta.
El vapor del termo dejó de salir tras unos pocos segundos, dejando pequeños rastros en el aire, y luego simplemente desvaneciéndose para siempre. Ya estaba bien... pero quería más, anhelaba más. Aquello no había sido suficiente. Su atención se centró en el termo nuevo que le acababan de dar con tan "buena voluntad" de por medio. Mientras lo cargaba supo que estaba casi lleno. Vapor fresco y abundante... tal vez si sólo tomaba un poco...
«¡No!», se dijo a sí mismo como si quisiera golpearse con sus propios puños. En su lugar, frustrado, alzó su puño derecho, ya curado, y golpeó con fuerza la pared de la camioneta, abollándola; de seguro por afuera habría sobresalido un chillón a la carrocería.
Ese vapor era para Mabel; toda esa humillación había sólo valido la pena porque fue por ella. Por ello debía ser fuerte y resistir hasta que estuviera a su lado. El contenido de ese termo la pondría bien... debía hacerlo. Todo lo que siempre quiso era que ella estuviera bien... y lo seguiría queriendo hasta el final.
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Damien lo había llamado burlonamente "mi vampiro favorito." No era la primera vez que lo oía decirlo, ni tampoco era el primero que usaba la comparación. Y de cierta forma sí, eran como vampiros, manteniéndose vivos y jóvenes a base de alimentarse del vapor de los paletos, en especial de aquellos con habilidades "únicas" como la suya. Y es que cuando estos individuos morían, sobre todo sufriendo un gran dolor en el proceso, sus cuerpos soltaban esta sustancia blanca, que al ingerirla les daba fuerza y vitalidad. ¿Qué era con exactitud?, James nunca se lo cuestionó mucho. Sólo sabía que era energía, vida, fuerza... Y mientras más poderoso era el vaporero, y más dolorosa era su muerte, más delicioso y potente era el vapor. Así que sólo era cuestión de encontrarlos, cazarlos, atraparlos, y alimentarse. Simple, un precio bastante bajo a cambio de lo que obtenían.
Aquellos que eran como él, habían recorrido por siglos los caminos de diferentes continentes, viendo alzarse y caerse imperios y naciones desde las sombras. Alguna vez fueron humanos, paletos cualquieras como de los que ahora se alimentaban. Pero todos habían renunciado a esa vida anterior, abrazando su nueva naturaleza y formando entre todos una comunidad, un grupo... una familia.
Y eso fue en alguna ocasión el Nudo Verdadero para James: una familia, quizás la única que había tenido. De su vida como paleto ya prácticamente no recordaba nada. Tenía claro que había nacido como esclavo mucho tiempo atrás, con un nombre muy diferente a James. Había sido humillado, golpeado y tratado como un animal desde muy joven. Fue obligado a luchar en guerras que no le correspondían, y defender a señores por los que no sentía la menor simpatía. Y muy probablemente habría muerto de esa misma forma, si alguien no le hubiera extendido una mano y le hubiera dado la oportunidad de no sólo dejar todo eso atrás, sino de transformarse en algo mucho más grande.
James la Sombra no era ya un esclavo, ni un soldado, ni siquiera un hombre de color. Era un Verdadero, un ser más allá de las trivialidades de los paletos. En el Nudo Verdadero logró ser libre, enamorarse por primera vez, y conocer lo que se escondía detrás del mundo que lo rodeaba y que la mayoría no puede ni imaginar. Ahí encontró la verdadera paz...
Pero todo eso se acabó cinco años atrás.
En aquel momento, mientras caminaba por el gran campamento del Nudo, en esos momentos conformado por unas veinte casas rodantes y quizás más de cincuenta Verdaderos como él, todo lo que se sentía en el aire era apatía, miedo y confusión. Algunos jugaban cartas, otros hacían comidas, y otros sólo charlaban entre ellos. Pero no se percibía en lo más mínimo la alegría habitual, el júbilo que tanto los distinguía. Aquello parecía apenas poco más que un campamento de refugiados de guerra, al menos en lo que respectaba a los ánimos.
El origen de aquel sentimiento que caía sobre ellos tenía un nombre y un rostro: Bradley Trevor. Ese niño había sido el origen, pero no era del todo la principal causa. Cuando sus compañeros Verdaderos lo encontraron por primera vez, sólo era otro niño vaporero como tantos otros antes de él, que jugaba béisbol y seguramente se sacaba los mocos cuando nadie lo veía (o incluso si sí). Para ellos era alimento, y en una época como esa en la que cada vez era más difícil conseguir alimento de calidad, lo que cayera cerca de sus manos lo tomaban con gusto. Pero en ese caso, había sido su más grave error.
James tampoco entendía aún qué había pasado exactamente. Al parecer el chico tenía una enfermedad; sarampión decían algunos. Y por algún motivo, al consumir todos su vapor, dicha enfermedad se transfirió a sus cuerpos junto con él, permaneciendo latente hasta que comenzó a surgir poco a poco en algunos. No todos la mostraban (aún), ni tampoco tenían todos los síntomas. Pero a algunos les había golpeado fuerte y muy rápido, teniendo consecuencias incluso fatales.
Porque sí, ellos podían morir. Podían morir si no se alimentaban bien, pero también si caían de una altura alta, si les daban un buen disparo en el lugar correcto, si les cortaban la cabeza, y, al parecer, si les daban los síntomas del sarampión. El Abuelo Flick, el más antiguo de los Verdaderos que James había conocido, había muerto de eso sólo unos días atrás. La muerte de un Verdadero no era agradable. Sus cuerpos entraban en ciclo, que básicamente significaba que aparecían y desaparecían, a veces incluso sólo algunas partes como sus pieles dejando a la vista sus músculos y nervios, sintiendo en el proceso un gran dolor, hasta sencillamente desvanecerse. No dejaban rastro alguno, más allá de algo de vapor y sus ropas. Fuera de eso, era como si nunca hubieran estado ahí.
El Abuelo Flick sólo había sido el primero, pero ya algunos más lo siguieron. Y muchos se preguntaban quién sería el próximo, y cuando les tocaría a ellos mismos.
Pero había una luz de esperanza, o al menos así se los había planteado Rose la Chistera, su poderosa líder actual. Había encontrado con sus poderes de rastreadora a una niña vaporera sin precedente, con un vapor tan inmenso que podría darles a todos en el Nudo Verdadera las fuerzas suficientes como para combatir de una vez por toda esa enfermedad. Rose así lo había dicho, y todos confiaban en su palabra. Lo único que debían hacer era lo que siempre habían hecho: encontrarla, atraparla, traerla ahí ante ellos, y torturarla hasta que soltara todo su delicioso y abundante vapor.
Sencillo.
Y, sin embargo, en realidad no lo fue.
De los cinco de ellos que Rose había enviado para atrapar a la niña, recibieron la noticia de que cuatro habían muerto... Barry el Chino había sucumbido a la enfermedad antes de siquiera llegar a su destino. Por su parte, Jimmy el Números, Andi Mordida de Serpiente y El Nueces, habían sido asesinados por esa niña, y por sus aliados que la protegían.
¿Cuatro de ellos muertos en un día? ¿Tres asesinados por una vaporera y simples paletos? En todos los años que James llevaba ahí, nunca había ocurrido algo como eso. Y esa noticia era justo lo que tenía a todos tan decaídos. Pero Rose seguía firme. Papá Cuervo, su amante y mano derecha, aún seguía ahí, y según el último reporte ya tenía a la niña. Eso animó a algunos, pero no a todos. James era uno de los que mantenían cierto escepticismo del resultado de esa cacería, aunque no lo demostraba abiertamente. Si esa niña había sido tan poderosa para matar a tres de ellos, incluso a Andi que podía dormirte o convencerte de hacer algo con tan sólo ordenártelo, ¿qué podría hacer Papá Cuervo contra ella? Lo único que tenía a su favor era su inteligencia y la fuerte droga que traía consigo; esperaban fuera suficiente. Pero por si las moscas, Rose había enviado a Doug el Diésel, Annie la Mandiles y Phil el Sucio para ser sus refuerzos, y en esos momento ya iban de camino a New Hampshire.
Mo la Grande se encontraba preparando una gran olla de su sopa especial fuera de su camper, y cuando vio pasar a James delante de ella le indicó que tomara un plato y se sirviera un poco. James aceptó, aunque no para él. Caminó entonces dos lugares más con el plato humeante en sus manos hacia su casa rodante, una Motorhome blanca, nueva y reluciente. En cuanto abrió la puerta lateral, escuchó una serie de tosidos secos provenir del interior, que lo inmovilizaron por unos momentos. Respiró hondo, y entonces ingresó cerrando la puerta detrás de sí.
El interior de la casa era amplio, y lo mantenían bastante limpio y ordenado; o al menos así era, antes de que todo eso comenzara. Sentada en uno de los sillones largos de la pequeña mesa para comer, cubierta con una manta azul del pecho hasta los pies, se encontró a Mabel; su Mabel. La piel pálida y con lunares de su rostro parecía casi brillar con la luz que entraba, al igual que su cabello castaño rojizo, corto y rizado. Siempre había sido algo pequeña y delgada, pero desde que comenzó a tener los síntomas cada vez le parecía aún más escuálida y frágil. En cuanto entró, ella no se movió en lo absoluto de su posición. Sin embargo, cuando se le aproximó cauteloso, la mujer giró lentamente su rostro hacia él, lo miró fijamente con sus ojos color miel, y una delgada sonrisa se dibujó en sus hermosos labios. Si acaso tenía intención de decirle algo, tres tosidos más que le surgieron en ese mismo momento se lo impidieron.
—Te traje un poco de sopa de Mo —le indicó James, y colocó entonces el plato justo delante de ella.
—Gracias —susurró Mabel con voz áspera por tanto toser, inclinando su rostro sobre el plato para olfatear un poco su aroma, además de sentir el agradable calor que surgía de él—. Huele delicioso.
Mabel tomó entonces la cuchara que acompañaba al plato, y tomó un primer bocado, no sin antes soplarle un poco para enfriarlo. Al parecer fue de su agrado, pues a ese primero le siguió un segundo, y un tercero.
—¿Cómo te sientes? —preguntó James, y estiró su gran mano para posarla sobre su frente. Se sentía bastante menos caliente de cómo había estado esa mañana.
—La fiebre viene y se va —le informó ella, sonriéndole con optimismo—. Es extraño como esta enfermedad nos pega tan diferente a unos y a otros, ¿no? —Tomó una servilleta para limpiarse un poco de sopa de los labios—. ¿Tú no has tenido ningún síntoma?
—No aún.
—Eres un hombre fuerte; siempre lo has sido. Espero que a ti esto no te afecte en lo absoluto. Eso sería un consuelo... —De nuevo la tos, ahora más fuerte y duradera que la anterior. James se alarmó un poco, y rápidamente intentó acercársele para tomarla. Ella, sin embargo, alzó una mano hacia él indicándole que se detuviera. Así lo hizo—. Estoy bien —indicó la mujer una vez que dejó de toser, y lo volvió a ver con la misma sonrisa despreocupada de antes—. No pongas esa cara, por favor. Descuida, Papá Cuervo volverá con la niña paleta en cualquier momento, y eso nos pondrá a todos mejor.
James apretó un poco sus labios, como si quisiera forzarse a no decir algo. Se aproximó al asiento delante de ella y se sentó, mirando también por la misma ventana por la que ella miraba. Desde ahí tenían una vista clara del camper de Rose. Había estado encerrada desde hacía un par de horas, posiblemente vigilando el progreso de Papá Cuervo.
—¿Estás segura de eso? —cuestionó James de pronto sin poder fingir más.
—Rose lo está, y eso me basta —le respondió Mabel sin vacilar.
—Quizás le tienes demasiada confianza.
—¿Y eso qué tiene de malo? Nunca ha hecho algo merecedor de que dudemos de ella.
—Excepto provocar que todos nos contagiáramos de sarampión...
—¡Eso no fue su culpa! —Exclamó Mabel bastante exaltada de golpe, haciendo James se sobresaltara un poco. Ella lo miró con molestia por unos momentos, pero casi de inmediato se calmó y volvió su vista hacia su sopa—. Lo siento, no fue mi intención. Supongo que estoy alterada como todos. Pero, ¿qué ganamos con poner en duda a Rose o a Papá Cuervo? Sólo nos queda aguardar y esperar lo mejor, ¿no crees?
Lo miró entonces con ojos curiosos, mientras introducía otra cucharada de sopa en su boca. James se volvía otro cuando estaba ante esos ojos, y él era consciente de eso. Una sonrisa, igual de despreocupada y optimista que la de ella, se dibujó en sus labios. Extendió entonces su mano por la mesa para tomar la de ella y estrecharla.
—Tienes razón, debemos confiar en que todo saldrá bien. Somos el Nudo Verdadero.
—Nosotros perduramos —añadió Mabel a ese conocido mantra que tanta fuerza les daba, y estrechó fuertemente la mano de su compañero—. Te amo, James.
—Yo te amo a ti, mi Mabel...
Y ambos permanecieron así, sentados y tomados de las manos mientras Mabel comía poco a poco su sopa. Ese silencio se volvió bastante reconfortante; y al estar solos en el interior de ese vehículo que habían convertido en su hogar, ambos se sentían seguros y cómodos para variar.
Pero esa sensación no les duró mucho.
Lo primero que escucharon fue un fuerte golpe, casi como si la puerta de un camper hubiera sido arrancada de sus bisagras. Luego fue el sonido del cuerpo cayendo de manos a la tierra justo delante del vehículo, seguido de un tremendo y estruendoso grito que recorrió todo el campamento:
—¡No!, ¡¡NOOOOO!!
Ambos se estremecieron asustados, y dirigieron al mismo tiempo sus miradas hacia la ventana. Y ahí la divisaron, a Rose a Chistera, su líder, tirada en el suelo frente a la puerta abierta de su casa (no arrancada, pero casi). Su sombrero, siempre fijo en su cabeza, reposaba en el suelo delante de ella. Sus manos golpeaban con furia la tierra, mientras seguía gritando iracundamente.
—Rose —musitó Mabel, atónita. Sin pensarlo dos veces, se levantó rápidamente de su asiento, sufriendo un pequeño mareo que la hizo sostenerse de lo tenía a su alcance para no caer—. Ayúdame, por favor.
—No debes... —Intentó decirle James, pero ella no se lo permitió.
—Estoy bien, enserio. Llévame afuera, ella nos necesita.
James vaciló, pero al final hizo justo lo que ella le indicó. La tomó con cuidado de su brazo y la ayudó a caminar lo más rápido que pudieron hacia la puerta.
No fueron los únicos. Todos aquellos que estaban en sus casas salieron despavoridos al oírla, y los que ya estaban afuera fueron los primeros en acercarse hacia su lugar. De un momento a otro todo el Nudo Verdadero se comenzó a congregar alrededor de su líder, invocados por sus desgarradores gritos.
—¡Esa puta!, ¡esa maldita puta! —La escucharon chillar una y otra vez mientras se acercaban.
—¿Rose?, ¿qué...? —Susurró Mabel despacio entre la multitud, mirándola con miedo. Ella alzó de golpe sus ojos directo hacia ella, resplandeciendo con intensidad, como cubiertos de frías llamas. Rose, siempre tan hermosa y en control, en esos momentos se veía totalmente desquiciada,
—¡Mi Cuervo! —Gritó como el rugido de una bestia, y algunos de los Verdaderos retrocedieron asustados—. ¡Esa hija de puta mató a mi Cuervo! ¡La mataré!, ¡¡La mataré y me comeré su corazón!! ¡¡Quebraré su cráneo con mis propias manos!!
Todos enmudecieron, salvo por algunas exclamaciones de asombro y confusión. ¿Lo que estaba gritando era cierto? ¿Papá Cuervo también estaba muerto? ¿La niña lo había hecho? Si los nervios del Nudo estaban al límite antes, ahora sencillamente estaban fuera de control.
Rose se quedó de rodillas en el suelo, cubriéndose su rostro con sus manos mientras lloraba, pero más que nada gritaba y maldecía.
—Ven, Rosie, tranquila —musitó Mo la Grande, aproximándose a ella para ayudarla a ponerse de pie—. Necesitas recostarte...
—¡Nada de recostarme! —Exclamó colérica la Chistera, empujando a Mo hacia atrás como si fuera alguien de la mitad de su peso o menos—. ¡No se atrevan a decirme qué hacer!
Rose respiraba agitadamente con su vista perdida en su propio sombrero tirado en el suelo de tierra. Poco a poco pareció irse tranquilizando, hasta que su respiración se normalizó, y el amenazante brillo plateado de sus ojos se esfumó. Tomó firmemente el sombrero con ambas manos y se lo colocó de regreso a su cabeza, sin tener que acomodarlo pues éste se quedó fijo justo como se lo colocó a la primera.
Se puso de pie rápidamente, mostrándose mucho más firme y segura. Sin embargo, todos los que la veían se sentían dudosos de la veracidad de dicho cambio.
—Contacten con al grupo de Deez —ordenó secamente, refiriéndose a los refuerzos que había mandado a ayudar a Papá Cuervo; dado la última noticia, al parecer se habían ido bastante tarde—. Díganles que regresen. Y una vez que estén aquí, abriremos los termos que quedan. Tomaremos todo el vapor, recuperaremos todas nuestras fuerzas, y entonces iremos tras ella. ¡Todos juntos! La mataremos y a todos los que estén cerca... ¡Quemaremos todo el maldito pueblo si es necesario!
Rose quizás esperaba algún tipo de respuesta de arte de sus hermanos, pero ninguno le proporcionó una. En su lugar, sus miradas dudosas, casi asustadas, se viraron al resto, quizás para verificar que no eran los únicos que se sentían así. Rose no tardó mucho en darse cuenta de esto.
—¿Qué les pasa?, ¡¿por qué me miran así?! —Exclamó alzando de nuevo la voz—. ¿Están dudando de mí? ¡Quien dude de mí que dé un paso al frente y me lo diga en la cara!
—Nadie duda de ti, Rose —intervino Steve el Vaporizado, uno de los pocos valientes que se sobrepuso al miedo inicial para intentar hablar; y, quizás, decir abiertamente lo que la mayoría pensaba—. Pero... si lo que dices es cierto, esta niña ya ha matado a cinco de los nuestros, incluso a Cuervo. Nunca habíamos perdido a tantos en tan poco tiempo. Me parece que podría ser mucho más fuerte de lo que incluso tú creías. ¿No crees que quizás... lo mejor sea dejarla en paz de una vez...?
—¿Dejarla en paz? —Susurró Rose con incredulidad, y de un segundo a otro su rostro se puso rojo de la rabia, y se abalanzó rápidamente hacia Steve—. ¡¿Dejarla en paz?!
Steve el Vaporizado retrocedió asustado, encontrándose con sus compañeros que de inmediato lo abrazaron, intentando protegerlo de la ira inminente de Rose. Ésta se detuvo justo enfrente de ellos, mirándolos como si su sola presencia le resultara ofensiva. Luego de un rato, se giró de nuevo hacia los demás.
—¿Eso es lo que quieren? ¿Qué huyamos y nos escondamos de una vaporera? ¿Dejar sin venganza y sin pago la muerte de nuestros hermanos?, ¡¿la muerte de Papá Cuervo que siempre estuvo velando por ustedes, montón malagradecidos cobardes?!
Nadie le respondió, y muchos prefirieron bajar sus miradas antes de encontrarse con sus penetrantes ojos. Pero su silencio, o más bien la falta de negativa, por sí solo era bastante revelador.
Rose chisteó sonoramente, mirando incrédula a toda esa multitud que la rodeaba.
—Así que eso es lo que quieren —susurró despacio con ironía—. Después de todos estos años, el gran Nudo Verdadero derrotado por una paleta cualquiera, obligándonos a esconder las cabezas en la tierra como gusanos, ¿no? Si es lo que quieren en verdad, déjenme recordarles una cosa, hermanos míos.
Se aproximó apresuradamente hacia un lado, directo hacia Mo la Grande, la cual se quedó paralizada en su sitio sin poder moverse. Rose la tomó fuertemente de su muñeca y la jaló más al centro del círculo. Mo soltó un chillido de dolor por la forma en que la había jalado, y más cuando Rose levantó su brazo en lo alto para enseñárselo a todos los demás. La parte interna del brazo de Mo estaba cubiertas de manchas rojas de sarampión.
—¿Cómo piensan huir y esconderse de esto?, ¡¿eh?! —Les gritó ferviente—. Esta maldita enfermedad está dentro de nosotros, y poco a poco nos consume. Algunos de ustedes están bien ahora, y de seguro creen que lo estarán para siempre. Pero no sean ingenuos. Lo que le pasó a Abuelo Flick les pasará a todos ustedes, ¡a todos! Un vapor tan poderoso como el de esta niña es lo único que nos puede dar las fuerzas suficientes para combatir y vencer esta enfermedad.
Liberó en ese momento a Mo, que rápidamente se sujetó su brazo adolorido y se apartó avergonzada por la forma en la que había sido expuesta enfrente de todos.
—Eso no lo sabemos —intervino rápidamente entre la multitud Hugo el Cirujano, un buen amigo de James que había ingreso al Nudo sólo un poco después que él. En su mirada se veía cierta belicosidad que puso nervioso a James, en especial cuando Rose centró su atención en él. Sin embargo, Hugo no desvió su mirada—. Te has enfocado tanto en cazar a esta niña, que no te has detenido a ver otras alternativas. Quizás en lugar de enfocarnos en cazar a esta única niña, deberíamos salir y buscar a otros niños, muchos niños, y mantenernos bien alimentados.
—Otros niños, muchos niños —repitió Rose, extendiendo sus brazos hacia los lados. Comenzó entonces a avanzar hacia él. Hugo se veía claramente nervioso, pero se mantuvo firme en su sitio—. ¿Cómo todos los que hemos encontrado en estos últimos diez años? ¿Qué tan bien nos ha ido en ese terreno, Hugo? ¿Qué tanto vapor hemos estado recolectando últimamente, andando por las carreteras de este país a ciegas?, ¡dime!
Rose lo empujó en ese momento con ambas manos en su pecho, con tanta fuerza que el hombre retrocedió tambaleándose, cayendo de sentón al suelo. Marty el Viajero, su pareja, rápidamente se agachó a su lado para ayudarlo a pararse. Rose se volvió una vez a los otros para hablarles.
—¿Enserio creen que mágicamente encontraremos a otro vaporero como esta niña? Ésta es nuestra única oportunidad. Y aunque no lo fuera, ¡esa puta mató a nuestros hermanos!, ¡a cuatro de ellos! ¡¿Me van a decir que quieren dejar las cosas así?! —Y una vez más, nadie habló. Pero en esa ocasión, el silencio fue para no contradecir sus deseos, que estaban ya más que claros para todos—. En cuanto Deez, Annie y Phil regresen, nos pondremos todos en círculo. Destaparemos los termos, y todos consumiremos el vapor; la mayor cantidad de vapor que hayamos consumido nunca. Seremos mucho más fuertes de lo que hemos sido, y todos juntos iremos tras esa niña.
Se viró hacia su camper con la intención de volver a encerrarse en él. Ya se encontraba a mitad de su camino, cuando James sorpresivamente decidió dar un paso adelante. Había querido permanecer en silencio, pero todo aquello había sido demasiado, incuso para él.
—Rose... —pronunció con la fuerza suficiente para que lo escuchara; la líder del Nudo se detuvo, y se quedó quieta dándole la espalda—. Por favor, reconsidéralo. Estás hablando de vaciar por completo nuestras reservas de vapor, de exponernos a ser descubiertos por las autoridades si vamos todos hasta allá, e incluso de ser asesinados como los otros. Y todo por una paleta...
—Esperaba dudas de muchos, pero no de ti, Sombra —pronunció Rose tajantemente, cortando sus palabras—. Mira a Mabel, ¿cuánto tiempo durará en ese estado? ¿Te darás media vuelta y fingirás que no pasó nada mientras la ves morir?
James se sobresaltó y miró de reojo a Mabel a su lado, notando de nuevo esa fragilidad tan marcada que había notado en ella, y una dolorosa punzada le atravesó el pecho ante la posibilidad que le planteaba.
Rose se viró de nuevo hacia ellos.
—Nosotros somos el Nudo Verdadero, nosotros perduramos —pronunció fuerte su mantra, resonando como un trueno—. ¡Díganlo!
—Somos el Nudo Verdadero —pronunciaron todos los presentes al unísono—. Nosotros perduramos.
Lo dijeron pero no fue como las otras veces; era como si ninguno de ellos creyera ya en el significado de esas palabras. Pero de todas formas Rose siguió caminando hacia su camper, subió las escaleras y cerró la puerta detrás de ella, desapareciendo de sus vistas por varias horas más.
— — — —
A los Verdaderos no les quedó más que volver a sus casas, o a lo que fuera que estuvieran haciendo antes de aquel horrible incidente. Pero era obvio que aquello no los iba a abandonar en lo absoluto. James y Mabel volvieron a su Motorhome en silencio. Mabel tomó asiento en el mismo sitio en el que había estado antes de que tuvieran que salir de esa forma, igualmente mirando por la ventana hacia el ahora apacible camper de Rose. James decidió prepararle un té de hierba buena para que se calmara. En medio de su preparación, notó como ella se paraba, iba a uno de los cajones lado de la cama para sacar de éste su block y tres de sus lápices de dibujo. Se movía sin mareaos, así que James supuso que ya se sentía mejor y eso lo animó un poco.
Mabel se sentó de regreso en el mismo sitio, ahora con pies arriba del asiento y sus piernas presionadas entre la mesa y su cuerpo. La delgada falda de su vestido blanco con flores se deslizó hasta dejar expuesto por completo sus muslos. Apoyó el bloc contra sus rodillas y comenzó a soltar rápidos trazos sobre el papel.
Mabel la Doncella tenía muchos talentos, y el dibujo rápido a lápiz era uno de ellos. Sin embargo, solía hacerlo sólo en dos ocasiones: como apoyó para plasmar algo que veía mientras realizaba sus rastreos, o cuando estaba tan preocupada por algo que intentaba dejar todos esos sentimientos en el papel para intentar dejaros salir. Era claro que en esa ocasión se trataba de lo segundo.
Cuando el té estuvo listo, James lo sirvió en la taza rosada favorita de Mabel, y se aproximó a la mesa, colocándola justo delante de él. Al inicio, sin embargo, ella no le prestó mucha atención pues seguía enfocada en su bloc.
—Jamás la había visto en ese estado —señaló la mujer de pronto sin detenerse. Fue claro de quién hablaba—. No parecía ella misma...
—El hombre que ama está muerto, al igual que cuatro de sus hermanos —señaló James mientras se sentaba delante de ella—. Eso desquiciaría a cualquiera. Yo sé que si a ti te pasara algo...
—Por favor, no lo digas —musitó Mabel con un poco de molestia en su voz.
La Doncella suspiró con cansancio en ese momento y dejó el bloc sobre la mesa a un lado. James pudo haber que, como había supuesto, era un dibujo de Rose. Aún estaba a la mitad, pero reflejaba de momento muy bien esa deslumbrante belleza que la caracterizaba, y esos enigmáticos ojos. Mabel siempre había sido muy apegada a Rose. La veía como una hermana mayor o una madre; o, ¿quién sabe?, incluso como algo más. Le afectaba bastante verla en ese estado, incluso más de lo que le afectaba su estado de salud.
—Tú no crees que esté haciendo lo correcto, ¿verdad? —Cuestionó Mabel de forma directa, tomando la taza de té caliente entre sus manos y acercándola a sus labios para darle un pequeño sorbo—. ¿Piensas que ir tras la paleta es una locura?
James pensó unos momentos sobre qué responder. A diferencia de ella, su fe y lealtad con Rose no era absoluta. La respetaba, y confiaba en su sabiduría y fuerza. Pero nada de eso era lo suficientemente fuerte como para no ver que sus últimas decisiones los habían llevado por un camino peligroso, y ahora parecía que lo haría aún peor.
—Sólo me importa que tú estés bien, nada más —respondió con firmeza al final, pues era la única verdad de su corazón que creía conveniente expresar en esos momentos. Pero de todas formas ella lo miró con desaprobación a su comentario.
—Somos una familia, James; todos somos uno. Mi vida no es más importante que la de los demás.
—Lo es para mí.
—Espero que no estés hablando enserio —señaló un poco distante mientras miraba hacia la ventana y tomaba de su té. James no dijo nada.
Permanecieron en silencio unos momentos, cada uno de seguro absorto en sus propias preocupaciones sobre lo que había ocurrido. Era un estado de ánimo que de seguro compartían todos en el Nudo esa noche.
De pronto, Mabel pareció sobresaltarse un poco, y pegó más su rostro a la ventana.
—Alguien viene —le indicó con seriedad.
Aquello puso un poco en alerta a James. ¿Habría pasado algo más?
Antes de que lo meditara demasiado, llamaron a la puerta de la casa rodante. James se puso de pie, mientras Mabel lo observaba desde su asiento. Al abrir la puerta, se encontró del otro lado a Hugo el Cirujano y a Marty el Viajero, ambos con expresiones serias y sombrías. Hugo era un hombre de estatura mediana, cabello rojizo rizado y corto, con ojos claros; cabe mencionar que su nombre de Verdadero no era porque fuera algún tipo de doctor en medicina. Su pareja, Marty, era un hombre más alto, de cabello oscuro y piel morena. James no se llevaba tanto con él como con Hugo, pero era simpático; siempre sonriente y alegre... excepto en esa ocasión, ya que ambos se veían igual de apagados y preocupados.
—Hola, Sombra —saludó Hugo—. Necesitamos hablar.
James los miró un tanto preocupado, y entonces los dejó pasar.
FIN DEL CAPÍTULO 74
Notas del Autor:
—Rose la Chistera, Papá Cuervo, Andi Mordida de Serpiente, Mo la Grande, y otros varios personajes que aparecieron o se mencionaron en este capítulo, son personajes pertenecientes a la novela de Doctor Sleep o Doctor Sueño de Stephen King.
—James la Sombra, Mabel la Doncella, Hugo el Cirujano, y Marty el Viajero, son personajes originales de mi creación que no se basan directamente en algún personaje ya existente en alguna obra. Sin embargo, fueron creados inspirados en el Nudo Verdadero de la novela de Doctor Sleep, y en el tipo de personajes que lo conformaban.
—El flashback de este capítulo se encuentra basado en un momento ocurrido durante la novela de Doctor Sleep, con sus respectivos ajustes de mi parte (como por ejemplo, la introducción de mis personajes originales). Este momento se basa en la reacción de Rose tras la muerte de Cuervo, Andi y los otros a manos de Abra Stone y Dan Torrance. En la película del 2019 este momento es muy diferente, pues el número de integrantes del Nudo Verdadero se redujo bastante y Rose termina sola luego de la muerte de Cuervo. En la novela, todavía quedaban varios miembros con Rose, pero algunos tomaron la decisión de irse y dejar el grupo antes de que todos murieran. Entre ese grupo de personas que se fue, estoy considerando a mis personajes originales, especialmente James y Mabel. Si tienen alguna duda o no queda del todo claro, no duden en preguntarme para explicarlo mejor.
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