Capítulo 65. Ann Thorn
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 65.
Ann Thorn
Cuatro años después de que Ann saliera de Santa Engracia y se mudara a los Estados Unidos, la residencia de los Thorn en Chicago se vistió de gala para celebrar las nuevas nupcias. Era otoño del 2002, y follaje de los árboles se había pintado de un hermoso ocre. El patio fue acondicionado para el evento con mesas y sillas colocadas en torno a una pequeña pista de baile y a una tarima donde un grupo de cuerdas se encargaría de amenizar una vez que el evento principal hubiera concluido. Para dicho momento, dos sillas habían sido colocadas en el centro de la pista, frente a una pequeña mesa. El novio y la novia se encontraban ahí sentados uno a lado del otro, tomados de las manos a cada momento. El juez, un hombre mayor de anteojos redondos y abundante bigote blanco, se encontraba de pie delante de ellos. Las demás personas se habían congregado alrededor de la pista, e intentaban tomar fotografías del momento desde todos los ángulos posibles.
La novia lucía preciosa. A sus veintinueve años, se veía mejor que nunca. Su cabello negro corto lucía suelto hasta sus hombros, sólo con algunos rizos en las puntas. Sus labios rojos sonreían radiantes. Usaba un vestido sencillo color blanco sin mangas que se entallaba perfecto a su figura. Era sin duda el centro de atención de conocidos y extraños, aunque no sólo por su apariencia.
El novio era un hombre cinco años mayor que ella, de rostro apuesto con barbilla cuadrada. Era de complexión fuerte, propia de una antigua estrella del futbol americano universitario. Lucía un smoking negro sencillo con corbatín gris.
Todo el evento se veía de hecho bastante sencillo, considerando que se trataba de la segunda boda del Richard Thorn, el joven presidente de Thorn Industries desde hacía tres años. Aun así, pese a la sencillez del evento, entre los invitados había varios directores de las empresas más importantes de Chicago y de todo el noreste del país. Incluso algunos senadores y representantes de la oficina del gobernador estaban ahí; todos decididos a hacer acto de presencia en el matrimonio del joven empresario.
El discurso del juez fue bastante estándar en su mayoría, aunque dijo unas hermosas palabras justo antes de que guiara a los novios en la pronunciación de sus votos. La culminación de la ceremonia (que bien lo más correcto sería llamarlo trámite) fue con la firma del acta de matrimonio por los testigos y, por supuesto, por los dos contrayentes. Primero lo hizo la novia, deslizando la pluma grácilmente sobre la línea en la que se ilustraba su nombre: Ann Rutledge. Richard le siguió un instante después, y tras el último trazo el contrato estaba cerrado.
—Ann y Richard —pronunció el juez con voz potente, alzando sus manos hacia los dos novios—. Por el poder investido en mí por el estado de Illinois, yo los declaró marido y mujer. Puede besar a la novia.
Richard no necesitó que se lo dijeran dos veces. Sin dudarlo ni un segundos, rodeó a su ahora esposa entre sus brazos, y la atrajo hacia sí, dándole un beso que si bien intentó ser modesto para no arruinar el hermoso maquillaje de la novia, no por ello dejaba de demostrar abiertamente la pasión que el novio sentía por ella. Ann lo rodeó por el cuello con sus brazos, correspondiéndole su primer beso como esposos. Fueron acompañados por un estruendo de aplausos que fueron en aumento hasta convertirse en una fuerte tormenta.
—¡Vivan los novios! —Comenzaron a vitorear casi todos los presentes entre los aplausos.
Richard y Ann se separaron al fin y les ofrecieron a sus invitados unas fragantes y brillantes sonrisas, dignas de una portada de revista (y quizás terminarían siéndolo).
—Una foto, por favor —Les indicó uno de los fotógrafos contratados, parándose justo delante de los novios. Ambos se abrazaron y pegaron sus mejillas, y el fotógrafo tomó rápidamente una serie de tres.
—Una más, pero con Mark —señaló Richard, a lo que Ann asintió emocionada. Richard extendió su mano, llamando la atención de la niñera de su hijo que rápidamente se aproximó cargando en sus brazos al chico de tres años, con cabellos rubios y vestido con un pequeño traje de fiesta que parecía quedarle un poco grande—. Ven aquí hijo, no seas tímido —indicó Richard, y la niñera le pasó al pequeño para que lo cargara. Los novios lo colocaron entre ellos abrazándolo, y voltearon juntos hacia la cámara—. Sonrían
Los tres sonrieron entusiasmados, incluso el pequeño y silencioso Mark Thon. El fotógrafo se emocionó aún más por esa pose y tomó hasta cinco fotografías de corrido. Esa sí era definitivamente material de portada.
Richard había conocido a Ann dos años atrás cuando ésta última comenzó a trabajar en el corporativo de Thorn Industries como su asistente ejecutiva, sobresaliendo enormemente en sus entrevistas por encima de los demás candidatos. Ambos habían congeniado y trabajado bastante bien desde el primer día, pues sus formas de pensar y de tomar decisiones concordaban casi a la perfección. Unos meses después, sin embargo, Rebecca, la primera esposa de Richard y madre de Mark, fallecería de una repentina y rápida enfermedad. Aquello devastaría al joven empresario, pero Ann estaría ahí para apoyarlo tanto a él como a su hijo, volviéndose una parte sumamente importante de la vida de ambos. Una cosa llevó a la otra con bastante naturalidad, y fue bastante evidente que esa coordinación que ambos tenían no se limitaba sólo al trabajo, lo que terminó llevándolos ese día a ese gran momento.
No todo el mundo vio con buenos ojos su relación, mucho menos su casamiento. Algunos pensaban que era demasiado pronto tras la muerte de Rebecca. Algunos se atrevían a teorizar que habían estado juntos desde antes de aquel fallecimiento, y muchos eran más osados a insinuar que incluso la tal Ann podría haber estado de alguna forma involucrada en dicha muerte. Muchos lo pensaban, lo comentaban entre sus acercados, pero ninguno lo decía libremente en público y mucho menos enfrente de Richard. Pocos tenían la osadía de expresar abiertamente este descontento, pero los había; especialmente miembros de la familia.
Pero en ese momento ni a Richard ni a Ann les importaban las habladurías. Él sabía que su hijo pequeño necesitaba una madre, y él una esposa. Así que no había arrepentimiento alguno, «y qué se jodan todos los demás» se decía.
—¿Cómo estás, Mark? —Murmuró Ann mientras cargaba al pequeño en sus brazos y con sus dedos le acomodaba sus cabellos—. ¿Te estás divirtiendo? Qué apuesto te ves con tu traje. Más apuesto que tu padre.
—Por mucho —secundó Richard con una pequeña risa.
El niño sonreía, pero parecía cohibido por tanta atención. Instintivamente ocultó su rostro contra el cuello de Ann, y ésta rio por esta reacción tan adorable.
Los novios comenzaron a andar en dirección a su mesa de honor, y en el camino la multitud no perdía la oportunidad para felicitarlos; ya fuera de lejos, o abriéndose paso para darles un abrazo o al menos un apretón de manos.
—Richard —resaltó una voz entre la multitud, y ambos se viraron al mismo tiempo en su dirección. Una cara muy conocida para Richard (y secretamente aún más para Ann), se abrió paso para aproximarse hacia los recién casados.
—¡John! —Exclamó Richard notoriamente contento, y rápidamente se le aproximó a su viejo amigo John Lyons, y ambos se dieron un fuerte y caluroso abrazo. Ann, por su lado, aguardó unos pasos detrás, cargando aún a Mark.
—Lamento la demora —comentó Lyons una vez que rompieron el abrazo. El hombre de barba usaba un atuendo fino color gris oscuro.
—Ni lo digas —Le respondió Richard, dándole un par de palmadas en su hombro—. Qué bien que pudiste venir.
—Su padrino se disculpa por no poder asistir. Pero les manda un muy bonito regalo de su parte y de su esposa.
—Es mucho esperar que el presidente se tome una hora para asistir a una boda, ¿no? —Bromeó Richard, y Lyons lo acompañó en las risas. Luego lo guio unos pasos más hacia donde Ann y Mark los esperaban—. Ven, déjame presentarte a mi esposa, Ann Rutledge; Ann Thorn, ahora.
Los ojos de Lyons se posaron en la hermosa mujer de vestido blanco, y le ofreció una afable sonrisa, así como una discreta reverencia de su cabeza.
—Encantado, madame —musitó el hombre de barba, y se tomó la libertad de aproximársele y darle un discreto abrazo y un beso en su mejilla—. John Lyons, para servirte en lo que necesites.
—Es un placer, señor Lyons —respondió Ann con la misma afabilidad, o incluso mayor—. Richard habla mucho de usted. Dice que algún día será presidente.
—Dios me libré —ironizó Lyons entre risas—. Es una verdadera preciosidad, Richard.
—Y bastante inteligente —señaló Richard con firmeza—. El trabajo que realizó en Thorn Industries estos últimos dos años ha sido impecable.
—Claro, te enamoró con sus cualidades con los números, ¿cierto? —Comentó Lyons con tono pícaro, culminando con un sutil guiño de su ojo.
—Bueno, y con otras cosas —añadió Richard juguetón, atreviéndose a recorrer la cintura y espalda de su ahora esposa, haciendo que ella se sobresaltara sorprendida.
—Oh, Richard, ¡cálmate! —Señaló Ann con falso enojo, dándole un pequeño golpecito con su codo.
—Tranquila, estamos en confianza. John es parte de la familia.
Los tres rieron un poco, y Mark también rio por mero reflejo, aunque no entendiera para nada de qué hablaban. Ann bajó al niño de sus brazos al piso, y éste comenzó a caminar con pasos torpes hacia un lado. Su niñera se apresuró a tomarlo de su mano y comenzó a caminar justo con él entre las personas.
—Hablando de familia —dijo Lyons recuperando la conversación—, me llego el rumor de que tu hermano estaría aquí.
Richard echó un vistazo rápido a su reloj antes de responderle.
—Su avión llegó de Roma apenas esta mañana. Debe estar a punto de llegar en cualquier momento.
—¿Y tu tía Marion?
Esa última mención creó un pequeño respingo en ambos novios, que se miraron entre ellos discretamente, como intentando ponerse de acuerdo sobre qué decir con sólo sus miradas.
—Ella... —comenzó a pronunciar Richard, pero no llegó mucho más lejos de eso.
—Nos informó que no asistiría, que la disculpáramos —se apresuró Ann a explicar. La cara de Lyons dejó en evidencia que había comprendido bastante bien lo que se ocultaba detrás de esa excusa.
—Ya sabes cómo es esa mujer —dijo Richard, encogiéndose de hombros.
—Sí, descuiden —se apresuró Lyons a contestar, alzando sus manos hacia ellos en señal de calma—. Todos saben que es una mujer chapada a la antigua. Para ella de seguro sólo existe un primer y único matrimonio.
—No nos preocupa —declaró Richard con firmeza, rodeando los hombros de su ahora esposa con su brazo—. ¿Cierto, Ann?
—Por supuesto —secundó Ann con una media sonrisa.
Marion Thorn era la tía de Richard y su hermano menor, Robert. Era la hermana de su fallecido padre. Nunca se había casado, pero había dedicado su vida a crear una cuantiosa fortuna en diferentes negocios, usando su apellido como carta fuerte. Era una mujer fuerte y decidida, muy religiosa y, como bien Lyons había mencionado, chapada a la antigua; al menos en lo que le convenía. Ella había sido desde el inicio la mayor detractora de ese matrimonio, y su ausencia ahí en ese momento era por mucho su mayor demostración de ello.
Mientras Richard y Lyons seguían conversando, alguien más se les aproximó por un costado.
—Richard —Pronunció el hombre de bigote y cabello grisáceo, alzando su mano para llamar la atención del novio.
—Ah, Bill, ¿recuerdas a mi viejo amigo, John Lyons? —comentó alegre Richard a Bill Atherto, su gerente general—. Uno de los mayores inversionistas de nuestro padrino, y su hombre de confianza para manejo de situaciones delicadas.
—Sí, por supuesto —respondió Bill, y pasó de inmediato a estrechar la mano de Lyons con firmeza—. Un placer volverlo a ver, señor Lyons.
—Atherton —contestó el saludo Lyons de la misma forma—. ¿Sigues de gerente al servicio de este sujeto? Sabes que te tengo un puesto mejor en Armitage.
—Oye, sé más discreto al menos —señaló Richard con falsa molestia por su comentario, y los tres empresarios rieron al unísono.
—Estoy bien dónde estoy, gracias —contestó Bill, asintiendo—. Richard, la comitiva de tu hermano ya llegó.
Los ojos de Richard se iluminaron al escuchar esa noticia. A pesar de que ya era prácticamente un hecho de que su hermano menor estaría ahí, y ya hasta había recibido confirmación de la llegada de su vuelo, una parte de él había llegado a sospechar que algo lo impediría. La felicidad que se reflejó en su rostro en esos momentos fue ciertamente contagiosa.
—No tendremos al presidente, pero si al recién nombrado embajador en Reino Unido. Algo es algo, ¿no? —Bromeó Richard con sus amigos, y volvieron a reír.
Llamó de nuevo la atención de la niñera de Mark para que lo trajera hacia él.
—Ven, Mark —dijo Richard mientras alzaba en brazos a su hijo—. Vamos a recibir a tu tío Robert y a tu tía Katie, ¿sí?
El niño de tres años volvió a asentir con su cabeza, sonriendo de forma penosa, y luego volviendo a querer ocultar su rostro contra el cuello de su padre.
—Aquí te espero, ¿sí? —Comentó Ann, a lo que Richard respondió con un asentimiento de su cabeza, y con su mano alzada con su pulgar arriba.
Richard, Bill y Mark se dirigieron al interior de la casa con la intención de dirigirse a la entrada principal, en donde la limosina del embajador y su comitiva de seguridad ya debían estarse estacionando. Ann se quedó entonces a solas con Lyons; rodeados de gente, pero a solas aun así.
Sin que ninguno tuviera que decirlo, comenzaron a andar por el patio uno a lado del otro, intentando ser discretos y sutiles en su conversación. Ann le aceptó una copa de champagne a uno de los meseros que pasó cerca de ella y comenzó a darle pequeños sorbos, aunque lo que realmente quería era empinarse toda la copa de golpe y luego pedir otra.
—Lo estás haciendo todo muy bien, te lo reconozco —comentó Lyons con elocuencia—. Todos pensábamos que te tomaría al menos dos años más ganarte a Richard Thorn, pero ya incluso lo llevaste ante el juez. Baylock te enseñó bien.
Ann no dibujó cambió alguno en su falsa expresión de novia feliz, pero aquel comentario realmente le había causado una sensación de molestia en el estómago. La sola idea de que insinuara que todo lo que había logrado era por Agatha Baylock, sencillamente le enfermaba.
—Me complace ser de utilidad —respondió Ann sonriente, alzando su copa hacia él en gesto de respeto, enmascarando de esa forma lo que realmente sentía. Si acaso Lyons se dio cuenta de esto, lo disimuló pues sólo asintió complacido.
—Ahora sólo procura mantener su interés hasta que sea el momento adecuado.
—¿Y cuál será ese momento?
—Te lo comunicaremos cuando sea requerido.
Ann se viró hacia el frente y dio otro pequeño sorbo de su copa. «Sí, claro; cuando sea requerido deshacerse de mí también, de seguro» pensó mientras seguían avanzando alrededor de las mesas del patio. De vez en cuando alguno de los invitados se le acercaba a felicitarla, y ella sólo aceptaba sus palabras con rostro jovial, los abrazaba y besa, para luego continuar caminando a lado de su nuevo mentor.
—No creo que de aquí en adelante resulte tan complicado para ti, ¿o sí? —Señaló Lyons, casi burlón—. Pasaste de ser una niña pordiosera en las calles de Roma, a convertirte en la esposa de uno de los hombres más ricos de Estados Unidos, y parte de una familia de gran nombre. Has subido bastante alto, ¿verdad? —La volteó a ver como si esperara algún tipo de respuesta de su parte, pero no la obtuvo en lo absoluto—. Ahora vivirás en una casa enorme, con tantos sirvientes que ni siquiera recordarás el nombre de la mayoría. Pobre de ti.
Lyons acompañó su último comentario de un par de risas, que Ann correspondió sólo permaneciendo con sus labios curveados en ese discreto gesto de (falsa) felicidad.
—¿Qué hago si Richard quiere tener más hijos? —cuestionó de pronto un momento antes de dar un trago más de su copa. Aquello pareció tomar desprevenido a Lyons, que la volteó a ver un tanto desconcertado.
—¿Disculpa? ¿Te ha dicho algo al respecto?
—No... —respondió Ann, encogiéndose de hombros—. Pero es un tema que puede surgir en cualquier momento.
—Pues dado el momento lo pensaremos. Aunque de todas formas, ¿cuál sería el problema si eso ocurriese?
—¿Todavía lo preguntas? —Le respondió con un tono jocoso como si acabara de decirle una broma. Sin embargo, había un sentimiento oculto tras ello que a Lyons no pasó desapercibido. Aquello sonaba a una disimulada recriminación.
—¿Qué?, ¿qué significa eso? —Musitó molesto el hombre de barba, tomándola del brazo para detenerla, pero la soltó casi de inmediato ante el riesgo de que alguien los viera. Con un ademán de su cabeza le indicó que se alejaran un poco más, hasta pararse cerca de un árbol, a unos metros del área de las mesas—. ¿Esto es por esa niña? —Ann no respondió; ni siquiera lo miró directamente—. Pensaba que ya habíamos superado ese tema. No has cometido la estupidez de mencionarle algo de eso a Richard, ¿o sí?
—Claro que no —contestó Ann rápidamente con seguridad.
—Pues que siga así. Y escúchame bien: esto es muy, muy importante. Necesito tú completa concentración y compromiso en esto. No estamos jugando a la casita aquí, están en juego cosas mucho más cruciales. ¿Necesitas que te dé un recordatorio de eso?
Sin darse cuenta, Ann había hecho desaparecer su sonrisa, pero en esos momentos no le importó en lo absoluto. Se terminó lo que quedaba en su copa, y luego tuvo deseos de tirarla al suelo y romperla en pedazos, pero se contuvo.
—No —respondió luego de un rato con bastante claridad—. Soy una leal sierva de la Bestia, y conozco mi deber.
—Bien —ratificó Lyons, aunque no se le veía del todo seguro aún.
La atención del hombre se distrajo unos momentos hacia la casa, y a como gran parte de los invitados comenzó a congregarse en torno a la puerta que daba al patio. Robert Thorn en efecto había llegado. Y, lo más importante, no venía solo.
—Olvídate de eso y ahora ven —le indicó a la novia, volviéndola a tomar del brazo, pero ahora de una forma mucho más cuidadosa—. A pesar de todo eres una chiquilla con suerte. Tendrás el honor de conocerlo tan pronto.
—¿A quién? —cuestionó Ann, distraída y ausente.
—¿Cómo que a quién? Ven.
Lyons comenzó a guiarla hacia la multitud, y Ann se dejó llevar sin nada de oposición. A ella en verdad no le importaba. Todo lo que había hecho ese día, y quizás los últimos meses, lo había hecho prácticamente en automático. A veces se sentía como esos robots humanos que se habían aparecido aquel día en Santa Engracia para llevarse a su bebé. No sentía ni pensaba en nada; sólo actuaba. Era la elegante y despampanante asistente, novia y ahora esposa de Richard Thorn, con todas las risillas, coqueteos, comentarios ingeniosos y habilidades sexuales que eso debía traer consigo. Se casaría con ese hombre, lo besaría, se lo cogería las veces que fuera necesario, pero no podía forzarse a sentir siquiera lo mínimo por él. Tampoco por su pequeño hijo, tan hambriento de un amor maternal que ella estaba dispuesta a simularle como un placebo.
Mientras más se acercaban, Ann distinguió poco a poco a Richard, que caminaba con su brazo entorno a un hombre bastante parecido a él, unos cuantos años más joven, de cabello negro corto bien peinado. Ann no lo conocía en persona, pero había visto su rostro en fotos familiares y en los periódicos de días pasados. Robert Thorn, el hermano menor de Richard, y recién nombrado embajador de Estados Unidos en Inglaterra tras la (trágica y misteriosa) muerte del embajador anterior. El ahijado y protegido del presidente, y el embajador más joven en mucho tiempo.
Richard estaba muy emocionado por ver a su hermano luego de tanto tiempo, pues llevaba varios años viviendo en Europa como parte de equipo del ahora fallecido embajador Haines. Y en definitiva se le veía bastante feliz mientras caminaba a su lado, tanto que incluso Ann se sintió un poco contagiada por el sentimiento.
—Oh, ahí está mi hermosa esposa —exclamó Richard, señalándola con su mano una vez que la vio acercarse junto con Lyons.
—Disculpen, le estaba dando algunos consejos para tener un buen matrimonio a la señorita —se disculpó Lyons por adelantado—. No por nada llevo veinte años, casado con la misma maravillosa mujer. —Miró entonces a Robert, extendiéndoles sus brazos para darle un ferviente abrazo—. Señor embajador.
—John, cuánto gusto verte —dijo Robert, correspondiéndole su abrazo.
—Muchas felicidades, muchacho.
—Gracias.
—Fue trágico lo de Steven, terrible. Pero no quiero que dudes ni por un segundo que tú más que nadie te merecías este puesto, ¿de acuerdo? —Se separó un poco de él y colocó sus manos en sus hombros de forma reconfortante—. Tu padrino te apoya por completo, ¿de acuerdo?
Robert sólo asintió y sonrió como agradecimiento. Fue evidente que el nombramiento, y como la gente lo describía en los periódicos como el "ahijado del presidente", lo tenían aún abrumado.
Lyons se hizo a un lado para dejarle el camino libre a la verdadera estrella de esa tarde.
—Ann —musitó Richard, colocando una mano en la espalda de su novia para animarla a aproximarse más—, quiero presentarte a mi hermano Robert.
—Encantado, Ann —le saludó Robert, estrechándole la mano e inclinándose hacia ella para darle un beso en su mejilla—. Richard habló sólo maravillas de ti.
—Igualmente, señor Embajador.
—Por favor, llámame Robert. Somos familia ahora.
Una mujer rubia y de vestido azul se aproximó en ese momento por detrás de Robert, empujando consigo una carriola negra con rojo. Ann vio además a Mark, que caminaba a un lado de la carriola, agarrado de ésta bajo el ojo protector de la mujer rubia.
—Y aquí viene mi esposa y nuestro hijo —indicó Robert, haciéndose a un lado para que la mujer pudiera aproximarse con todo y la carriola.
—Katie —exclamó Lyons, aproximándose hacia ella para igualmente abrazarla y darle un beso en cada mejilla—. Más preciosa cada vez que te veo.
—John, no sabía que estarías aquí —le respondió ella con entusiasmo, abrazándolo también—. Siempre tan elegante.
Lyons le sonrió con falsa molestia, y entonces echó un vistazo al interior de la carriola.
—Ah, y éste debe ser el pequeño Damien. Qué grande estás, amiguito.
Ann se puso en alerta de golpe, alzando su mirada como si hubiera escuchado un fuerte estruendo.
—¿Damien? —exclamó en voz baja, casi sin proponérselo.
—Nuestro hijo, Damien Thorn —respondió Robert rápidamente, y entonces se aproximó al coche para desabrochar al niño que en éste viajaba.
Mientras él hacia eso, Katie se tomó un momento para rodearlo y aproximarse a la novia.
—Hola, Katherine Thorn —La saludó con entusiasmo.
—Ann, un placer —Le respondió Ann escuetamente, pues su atención se había concentrado de golpe en la carriola. Igualmente intentó no ser tan evidente, y recibió de buena manera el abrazo de felicitación de su nueva cuñada.
—Bienvenida a la familia —le murmuró Katie mientras la abrazaba, y luego añadió a tono de broma—: Aún estás a tiempo de arrepentirte.
Ambas mujeres rieron, más por compromiso que por otra cosa.
En ese momento Robert se incorporó de nuevo, y sentado en su brazo derecho cargaba ahora a un pequeño de máximo dos años de edad, de cabello negro corto, vestido con un pequeño trajecito negro que casi parecía un disfraz. El niño tenía una expresión bastante seria para ser tan pequeño, y miraba curioso a todas las personas que lo rodeaban en esos momentos.
Ann sintió que su respiración se cortó en cuanto sus ojos se posaron en aquel niño. La sensación que le recorrió el cuerpo fue indescriptible. Se sintió paralizada, pero al mismo tiempo como si le hubieran inyectado una fuerte dosis de adrenalina que le aceleró el corazón. El niño entonces pareció al fin notarla, y sus ojos azules y profundos se centraron en ella, y sólo en ella. Ann no pudo evitar sonreír (la primera sonrisa sincera de todo ese día) y entonces se aproximó cautelosa hacia él, temerosa de hacer cualquier movimiento indebido que lo alterara.
—Hola, Damien —le saludó con suavidad, pasando sus dedos por su torso mientras Robert lo seguía cargando—. Qué guapo eres, jovencito. ¿Puedo cargarlo?
—Claro —respondió Robert, y de inmediato se lo pasó.
La mujer de blanco tomó al muchacho de sus costados y entonces lo acomodó sentado en sus brazos similar a como Robert lo sujetaba hace unos momentos. El niño la miró con su rostro inexpresivo, y alzó sus manos para recorrer el rostro de la mujer con sus pequeños dedos. Ann lo dejó hacer lo que quisiera. El niño comenzó a sonreír luego de unos segundos, e incluso soltó una pequeña risa. Aquello sencillamente derritió el corazón de Ann. Katie, Robert y Lyons miraban fascinados la escena.
—Parece que le agradas —comentó Katie un poco sorprendida—. Casi nunca se ríe, en especial con extraños.
—A Mark también le agradó —añadió a Richard, alzando también a su hijo del suelo y acercándolo un poco a Damien. Ambos niños se voltearon a ver de nuevo y Damien estiró su mano, intentando alcanzarle su cabeza. Mark sólo rio divertido—. Es una lástima que no podrán verse tan seguido estando tan lejos.
—Quizás puedan venir a pasar la Navidad a Londres —Indicó Robert, optimista—. Claro, primero deberíamos instalarnos y...
Ann dejó de escuchar lo que decían, pues había perdido absoluto interés en cualquier otra persona en esa fiesta. Toda su atención estaba cien por ciento fija en el niño en sus brazos.
Ann se giró un poco, casi dándole la espalda al resto. Damien la miró de nuevo, aunque había vuelto a su expresión demasiado seria de antes. Por otro lado, la alegría se desbordaba por el rostro de Ann sin que pudiera ocultarlo.
—Qué gusto conocerte, Damien —le susurró muy despacio para que sólo él la escuchara—. Yo soy tú tía Ann. Y desde ahora cuidaré de ti... mi señor.
El niño no reaccionó de ninguna forma a sus palabras, y posiblemente ni siquiera le entendía del todo lo que decía. Pero a Ann no le importó.
— — — —
Diez años pasaron casi volando después de aquella boda, y muchísimas cosas habían pasado en la vida de la familia Thorn. Pese a varios problemas y desgracias ocurridas que aún los perseguían, en aquel otoño del 2012 todo iba bastante bien para Ann y Richard. En los diez años que habían transcurrido, Thorn Industries se había expandido aún más, ampliando sus operaciones en un gran número de países, y diversificando en una gran cantidad de nuevos negocios.
En el matrimonio todo había ido de maravilla. Como todos, habían tenido sus altibajos y problemas, pero siempre habían logrado solucionarlo todo. Para Richard, Ann era la esposa perfecta, quién mejor le entendía, lo apoyaba y se encargaba cada día de hacerlo feliz. Y para Ann... bueno, como bien había dicho Lyons hace tiempo, ser la esposa de uno de los hombres más ricos y poderosos de Estados Unidos ciertamente no le había lastimado. Su vida había sido bastante cómoda y tranquila durante ese tiempo, y había disfrutado bastante el ser Ann Thorn y todo lo que esto conllevaba.
Sin embargo, Lyons siempre estaba al pendiente de ella, aunque físicamente no estuviera cerca, para recordarle a cada momento su papel y su verdadera misión. Como fuera, Ann se encargaba de cumplir ambas, especialmente cuando su labor tomó una importancia aún mayor a mediados del 2005. En ese momento ocurrió una de esas tragedias, tal vez la peor en la vida de Richard luego de la muerte de su primera esposa. Para Ann, sin embargo, aquello había sido una bendición, casi un regalo. Y el que aquello hubiera venido acompañado con la repentina y dolorosa muerte de su antigua mentora y torturadora, había sido un encantador agregado.
La mañana del lunes siguiente al fin de semana de Acción de Gracias, las cosas se encontraban algo movidas en la mansión Thorn en Chicago. Ann se había despertado muy temprano para supervisar que todo lo que había que arreglar esa mañana se hiciera como era debido, especialmente porque Richard se había tenido que ir temprano a la oficina.
Ann era en ese momento ya una mujer de cuarenta años, a unos meses de cumplir los cuarenta y uno, pero aún lucía radiante. Los años la habían bendecido con una belleza natural difícil de ignorar, además de mucha experiencia en diferentes cosas. Muy lejos había quedado ya aquella mujer inocente de veinticinco años a la que habían amarrado y golpeado en una sucia catacumba de Florencia. Muy lejos estaba ya esa misma mujer que había estado escondida nueve meses en un hospital oculto de Marsala, para al final ser obligada a entregar a su bebé. Incluso se encontraba lejos la mujer de sonrisa hermosa pero falsa que se había casado en esa misma casa con Richard Thorn, prácticamente obligada a hacerlo.
Ann Thorn era una persona muy diferente en esos momentos. Y aun así, había cosas que no habían cambiado en lo absoluto en esos diez, quince o veinte años. Y había cosas que no olvidaría en lo absoluto, sin importar cuanto tiempo pasara.
Desde las puertas que daban a la pequeña terraza del jardín, Ann contemplaba a los jardineros barriendo las hojas ocres de los árboles y colocándolas en bolsas de basura. Ya comenzaba a refrescar, y era cuestión de tiempo para que la nieve comenzara a caer. El invierno estaba a un mes, incluso menos.
Una vez que se aseguró que todo se estaba haciendo de forma correcta, o más bien que la vista simplemente le cansara, ingresó de regreso a la casa. En cuanto cruzó por el umbral, sus ojos divisaron a su hijastro Mark, acercándose por el pasillo vestido con su elegante uniforme de traje gris con hombreras y botones dorados, y el abrigo negro cubriéndole los hombros y los brazos. Cargaba la maleta con las cosas que había llevado para ese fin de semana largo en casa, y revisaba de forma ausente su teléfono celular sin percatarse de inmediato de la presencia de su madrastra. Mark se había convertido en un muy apuesto jovencito de trece años, alto y de hombros anchos para su edad, de cabellos dorados brillantes.
—Mark, ¿ya están listos? —Le preguntó Ann con ánimo, y al fin el muchacho alzó su mirada de su celular hacia ella—. Murray los está esperando en el auto.
—Yo sí —respondió Mark con normalidad, guardando su teléfono en su bolsillo—. Damien no sé qué tanto se está arreglando. Quizás no quiere que se acaben tan pronto las vacaciones.
Los muchachos cursaban la escuela intermedia en la Academia Militar Davidson, una institución privada para varones de gran renombre, en donde sus padres y su abuelo habían estudiado anteriormente, lo que la hacía básicamente una tradición familiar. Habían tenido libre desde el jueves hasta el domingo, pero era hora de volver. Por suerte no sería por mucho, pues las vacaciones de fin de año también estaban cerca.
Ann se aproximó a Mark, permitiéndose arreglarle un poco su cabello (eso se había vuelto casi un tic involuntario en ella con los años), así como su corbata que estaba un poco floja. El muchacho igualmente se lo permitió sin oposición.
—Siempre me ha encantado lo apuestos que se ven con estos uniformes —señaló Ann con orgullo mientras lo arreglaba.
—Como adornos de pastel, ¿no?
—No bromees —musitó la mujer, dándole un golpecito sobre su pecho—. Aun así, siempre he creído que esto de las escuelas militares sólo para hombres es tan anticuado y poco natural.
—Davidson es una gran academia. No cualquier chico termina su escuela intermedia sabiendo cómo disparar de manera correcta un rifle.
—Sí, eso definitivamente será algo que impresionará a las chicas —dijo Ann con tono burlón, guiñándole un ojo—. Porque, admítelo, no te molestaría ir a una escuela donde hubiera algunas lindas jovencitas, ¿o sí?
El rostro de Mark se ruborizó notoriamente, y desvió su mirada apenado hacia otro lado. Aquello fue suficiente respuesta para Ann.
—Sólo un semestre más y veremos entonces, ¿sí? —susurró Ann con tono de complicidad, tomándolo discretamente de su brazo. Mark sólo le sonrió y asintió—. Adelántate al auto, ¿sí? Yo iré a ver qué hace tu primo.
Mark obedeció y se dirigió a la puerta principal con todo y su maleta. Mientras tanto, Ann se dirigió a las escaleras para subir al cuarto del otro chico que vivía en esa casa.
La relación entre Ann y Mark había sido igualmente bastante buena. El chico apenas y recordaba a su madre biológica, por lo que Ann había sido prácticamente la única madre que había tenido en realidad, y como tal la respetaba y quería. Las historias sobre madrastras malvadas no significaban nada para Mark, pues él siempre señalaba sin pena a todo el mundo lo agradecido que estaba de tener a Ann en su vida. Aun así, siempre le había llamado por su nombre, quizás como una última forma de respeto a su fallecida madre. Igual a Ann eso nunca le molestó, ni tampoco forzó a que lo cambiara. De hecho, en realidad no le importaba.
Mark era un buen chico, y puede que en el paso de esos diez años hubiera llegado a tenerle un poco de cariño. Sin embargo, la realidad era que tanto su padre como él eran personas que le eran indiferente, en el mejor de los casos. Eran las figuras ideales para tener la imagen de la familia perfecta: el esposo rico y exitoso, el hijastro guapo y atento. En ese sentido, apenas eran poco más que simples accesorios para lucir, como una pulsera o un vestido. No conocía aún qué contemplaba el gran plan de la Hermandad para ellos dos, pues Lyons solía compartirle los siguientes pasos sólo cuando necesitaba saberlos. Aun así, tenía el presentimiento de que no durarían mucho tiempo en el panorama, pues ambos representaban un peligro potencial para lo que querían lograr a futuro. La cuestión era sólo que le comunicaran el cómo y el cuándo. Por lo mismo, era absurdo sentir aunque fuera un poco de aprecio genuino por alguno de los dos. Sólo podía esperar que Mark tuviera una vida agradable hasta entonces, y que en verdad conociera a algunas chicas lindas antes de fuera demasiado tarde. Luego, ya verían...
FIN DEL CAPÍTULO 65
Notas del Autor:
—Robert y Katherine "Katie" Thorn son ambos personajes pertenecientes a la franquicia de The Omen o La Profecía, apareciendo ambos en la primera película de 1976 y en su remake del 2006. Igualmente su descripción es un poco más basada en la versión del 2006.
—Richard y Mark Thorn, así como Bill Atherton, son personajes que originarios de la película de 1978 titulada Damien: Omen II, perteneciente a la franquicia de The Omen o La Profecía, basándose casi por completo en las interpretaciones de los personajes hechas en dicha película.
—Parte de este capítulo y de los siguientes se encuentran basados en acontecimientos ocurridos en la película Damien: Omen II, pero adaptados y modificados para la línea de la historia. Estos capítulos sirven principalmente para explicar cómo ocurrieron estos acontecimientos en esta nueva línea alterna.
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