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Capítulo 61. Ven conmigo

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 61.
Ven conmigo

Terry guio a Abra de regreso a la camilla de su madre, escabulléndose discretamente y cuidando que nadie conocido las viera. Terry fue la primera en asomarse al otro lado de la cortina, y para su fortuna no había nadie además de su madre. Su padre no quería que nadie más se acercara a ella luego de lo ocurrido, y tenía motivos válidos para quererlo. Terry solía siempre acatar sin excepción las instrucciones de sus padres, pero en esa única ocasión se vería forzada a saltar su autoridad. Era algo más que necesario, quizás la única oportunidad que podrían tener de recuperar a su madre, y no podía dejarla pasar. Así tuviera no sólo que desobedecer, sino también arriesgar su propia seguridad. Si había algo que lamentaba era tener además que arriesgar la de Abra, esta chica que apenas acababa de conocer pero que desde el primer instante le había dejado tan buena impresión. Entendió de inmediato porque su madre la estaba buscando; se notaba de inmediato que era una resplandeciente única.

—Bien, papá y el tío Will no están —señaló con optimismo, e hizo que ambas pasaran. Justo después cerró la cortina detrás de ellas para que nadie más las viera—. Hagámoslo. ¿Qué debo hacer?

Abra miró pensativa a la Sra. Wheeler; no preocupada o asustada, sólo pensativa. Estaba justo igual a cómo estaba cuando llegaron, como si ese exabrupto que había ocurrido unos minutos antes no hubiera ocurrido nunca. Su tío Dan le había dicho que debía aceptar la posibilidad de que quizás no quedara nada más de ella ahí. Abra se había rehusado a aceptar tal posibilidad, pero eso era antes de conocer quién había estado detrás del ataque en un inicio. Ahora que lo sabía, ¿qué pensaba de esa posibilidad? ¿Podría realmente ya no haber nada que se pudiera salvar?

Como fuera, no deseaba implantarle esa idea a Terry, no todavía. Quizás ella misma terminara dándose cuenta si hacía ese único intento que tanto deseaba. Eso, o quizás ambas terminarían siendo compañeras de camilla de la Sra. Wheeler.

«Dios, protégenos», se sorprendió a sí misma pensado. Nunca se había considerado una persona muy religiosa, pese a todas las cosas que había visto y vivido. Pero ciertamente la idea de tener un poco de ayuda superior en este caso en particular, le resultaba muy atractiva.

—Primero, toma su mano —le indicó a Terry, señalando la misma mano que su padre había estado tomando durante todos esos días. Terry se apresuró para sentarse en la silla de su padre, y así poder estrechar la mano derecha de Eleven. Abra la siguió, aunque más cautelosa—. El contacto es importante. Yo colocaré mi mano sobre tu hombro, como lo hizo mi tío. ¿De acuerdo? —Terry asintió, y entonces Abra hizo justo lo que había anunciado.

»Ahora, intentaremos entrar en su mente. El interior de cada una es diferente; créeme, he estado en varias. Imagínate lo que podría ser en el caso de tu madre el lugar en el que se sentiría segura, o en el que iría a refugiarse si tuviera algún problema. E intenta llevarnos hasta ahí.

"Y ten cuidado." Añadió como advertencia final en forma de un pequeño mensaje mental.

Terry asintió.

"Tú también..."

La joven castaña estrechó un poco más fuerte la mano de su madre, y entonces intentó concentrarse en ese sitio seguro que Abra le había comentado. ¿Cuál podría ser?, ¿cuál sería el sitio seguro de su madre?

¿Su casa, quizás? Más específicamente su estudio; pasaba bastante tiempo ahí. Esa fue la primera opción que se le vino a la mente, pero tuvo que descartarlo casi de inmediato. Ahí era donde la habían atacado y le habían hecho todo este daño. Era probable que no le gustaría estar ahí en esos momentos.

¿Qué otro lugar había? Pensó intensamente queriendo recordar alguno. Tardó casi un minuto entero, pero entonces una idea le iluminó la cabeza.

"Lo tengo, hay un lugar." Pensó triunfante, y Abra pudo oírla con bastante claridad.

Terry se inclinó hacia el frente, contemplando el rostro dormido de su madre por unos segundos, y luego cerró los ojos lentamente, comenzando a imaginarse aquel sitio en el que estaba pensando. Había estado ahí sólo unas pocas ocasiones, pero lo recordaba bien. Intentó acordarse de su aspecto, de su olor, y la de sensación que la envolvía al estar ahí. Intentó realmente estar en ese sitio, pero no sola sino con su madre; con la gran Eleven...

"Mama... ¿me escuchas...? Mamá... Voy por ti... Por favor, ábreme la puerta... Déjame entrar, mamá..."

Los sonidos que la rodeaban fueron desapareciendo poco a poco, hasta convertirse en un silencio tan absoluto que casi le lastimaba los oídos. Sus ojos se apretaron con más fuerza, sintió como su mente se doblaba y desprendía de su cuerpo, y entonces sus ojos se abrieron de nuevo abruptamente.

— — — —

Lo había logrado, había entrado.

Sin embargo, el sitio en el que se encontraba no era el que estaba buscando.

Terry miró confundida a su alrededor. Aquel lugar era una habitación cuadrada y pequeña, de paredes blancas y un gran espejo (seguramente de doble cara) justo delante de ella, en dónde podía ver el reflejo del cuarto, más no el suyo. En el centro, justo delante de ella, había una mesa con una silla. Justo encima de la mesa, había una lata de Coca-Cola, machucada como si alguien la hubiera aplastado con su mano. A su izquierda había una puerta cerrada, y parecía ser la única salida de aquel sitio.

—¿Qué lugar es éste? —Escuchó que la voz de Abra le preguntaba a sus espaldas. Ella también había ido con ella, justo como lo esperaba; al menos eso había salido bien. Fue consciente en ese momento de que aún sentía su mano en el hombro, pero Abra la retiró en ese momento y comenzó a caminar alrededor, revisando las paredes y el suelo. Ella tampoco se reflejaba en el espejo de enfrente.

—No lo sé... —Respondió Terry con duda—. No es el lugar en el que estaba pensando. No sé cómo llegamos aquí.

—Al menos no es el espacio negro. Eso es un progreso.

Terry se aproximó a la mesa y se inclinó a ver la lata aplastada. ¿Todo eso se encontraba en la mente de su madre? Si era así, ¿qué significaba esa lata exactamente? Notó entonces algo más en la superficie lisa de la mesa: una pequeña mancha roca ovalada. Terry se acercó más a ésta, y notó que era una huella... de sangre, quizás de un dedo.

—¿Es algún tipo de sala de interrogación? —Preguntó Abra curiosa. Estaba delante del espejo, tocándolo con sus dedos.

—Es un laboratorio —susurró Terry despacio, incorporándose de nuevo—. Aquí fue donde mi madre creció.

—¿Creció? —Repitió Abra, virándose de nuevo hacia ella—. ¿A qué te refieres?

Terry no respondió. Sólo sabía las historias que su madre y su padre le habían contado cuando ya tuvo la edad suficiente para saberlas (que no había sido de hecho demasiado atrás). Pero tuvo el presentimiento de que en efecto ese era el sitio al que se referían esas historias; el antiguo Laboratorio Nacional de la Compañía de Luz y Energía, abandonado a las afueras. Los chicos locales solían retarse a entrar, y se decía que estaba maldito; pocos sabían que tan real era eso último, de cierta forma.

Sin decir nada, Terry comenzó a caminar hacia la puerta.

—Espera, debemos movernos con cuidado —indicó Abra, pero Terry continuó.

—Mamá no está aquí —señaló teniendo ya su mano en el pomo de la puerta—. Debe de haber otro lugar al que podamos...

Sus palabras fueron interrumpidas en el momento justo en el que abrió aquella puerta, y la mirada de ambas se encontró con el pasillo del otro lado. Las paredes, el suelo y el techo eran tan blancos como en esa habitación. O al menos daban la impresión de en alguna ocasión haberlo sido, pues todo estaba cubierto con unas extrañas enredaderas negras, que más que plantas tenían apariencia de ser carne viviente, y que roían las paredes como ácido. Todo estaba iluminado por una extraña luz azulada, y el aire estaba cubierto con una neblina ligera, y particular blanquizcas que flotaban como motas de polvo movidas por el viento. El silencio que brotaba de aquel espacio por sí sólo era igualmente atemorizante, casi tanto como lo que podían ver.

Ambas se quedaron de pie en la puerta, contemplando aquello en silencio.

—¿Qué es esto? —Susurró Abra un tanto pasmada. Inconscientemente dio un paso al frente, pero ahora fue Terry quien la detuvo, tomándola la tomó con cuidado de su brazo.

—Esto es el interior de la mente de mi madre, ¿cierto? —Murmuró Terry con preocupación, mirando a lo lejos el pasillo que parecía no tener fin.

—Yo supongo que sí —respondió Abra un poco más calmada que ella—. No es como que un sitio así pudiera existir en el mundo real.

Abra rio un poco intentando aligerar un poco el ambiente... pero Terry no rio en lo absoluto, y sus dedos se apretaron un poco más al brazo de Abra, antes de aparentemente comenzar a relajarse poco a poco hasta soltarla por completo.

—Tienes razón, debemos avanzar con cuidado —masculló despacio la menor de los Wheeler, comenzando entonces ella misma a avanzar por aquel oscuro espacio, vigilando por donde pisaba.

Abra la siguió en silencio, un poco inquieta por cómo su actual guía estaba reaccionando. En cuanto salió por completo de aquel cuarto, la puerta se cerró con fuerza detrás de ella, haciéndola saltar un poco. Se volteó a verla, sintiéndose tentada a intentar abrirla, pero supuso que sería inútil. Esa no sería su salida.

Avanzaron cuidadosas por el pasillo sin hablar entre ellas. Abra sentía un poco de aquel frío que la había prácticamente paralizado la vez pasada, pero ya no era tan intenso. ¿Sería acaso que en ese lugar estaban lejos de la fuente de aquella incomodidad?, ¿o quizás hora que ya sabía qué (o quién) lo causaba había perdido cierto poder en ella? No lo sabía, pero pedía en silencio que no volviera a ponerse como antes y terminara causando más mal que bien en ese sitio.

Pasaron varios minutos caminando, o quizás sólo un par de segundos, sin ver algún cambio. Todo aquello no era más que un largo pasillo oscuro, cubierto de esas enredaderas y esa neblina. Respirar se volvía un poco difícil, pero aún posible de momento. El pasillo se sentía realmente largo y no parecía verse el fin a lo lejos. Quizás estaban andando en la dirección incorrecta, o quizás no existía como tal una dirección correcta.

Y de repente, algo cambió. Entre todo el silencio que las envolvía, se escuchó un golpe pesado, como algo cayendo fuertemente al piso y haciendo que éste se estremeciera. Ambas se detuvieron y se miraron la una a la otra. Y antes de que pudieran preguntarse qué había sido aquello, al golpe le siguió un fuerte rugido que resonaba a lo lejos, pero que aun así las hizo estremecerse. Se voltearon lentamente en la dirección en la que venían, notando como una gran masa oscura al fondo comenzaba a abrirse paso, y a volverse cada vez más grande y más cercana. Oyeron más de esos golpes, que ambas identificaron casi de inmediato... como pasos.

No ocuparon más antes de comenzar a salir corriendo con rapidez hacia el frente, sólo cuidando de no tropezar con las condenadas vainas en el suelo. Ambas corrieron, Terry unos cuantos pasos más delante, pues Abra de alguna forma esperaba que ella supiera a donde dirigirse. Abra miró hacia atrás por encima de su hombro, y notó como entre aquella oscuridad una figura casi humanoide se abría paso, y era justo esa cosa la que provocaba aquellos pasos, y ahora rugidos mucho más claros. Abra no supo ver qué era, pero era bastante grande, y parecía estarlas alcanzando.

La joven Stone se detuvo y en lugar de seguir corriendo intentó abrir la puerta que tenía a su derecha, pero ésta no cedió por lo que siguió con la que estaba enfrente.

—¡¿Qué haces?! —Le gritó Terry, unos pasos más adelante al notar que ya no la seguía.

—Si seguimos corriendo no llegaremos a ningún lado —se explicó Abra mientras continuaba forcejeando con la puerta, sin ningún resultado. La criatura oscura seguía aproximándose—. Una de estas puertas tiene que llevarnos a algún lugar.

Terry comprendía lo que decía, pero su atención estaba más puesta en la criatura que se aproximaba con tanta velocidad y directo hacia ellas. Y mientras más cerca se veía, más se materializaba ante ella la descripción que tenía en su cabeza de aquel monstruo... Un ser pálido y enorme, de dos pies, como un enorme hombre, pero en lugar de cabeza lo que tenía era una gran boca abierta, como una grotesca flor de carne y colmillos. Era esa cosa, era real... o, ¿no lo era?

—Esto no es real, ¿cierto? —Susurró Terry despacio, casi como una súplica.

—¡Tan real como quieres que sea! —Le gritó Abra un tanto desesperada, mientras estaba intentando ya con su cuarta puerta, sintiéndose más nerviosa cada vez que veía a aquella cosa acercándose—. ¡Terry!, ¡ayúdame! —Terry se quedó quieta en su sitio sin quitar sus ojos de la criatura que ya estaba bastante cerca—. ¡Terry!

Abra se le acercó, tomándola fuertemente de sus hombros y jalándola hacia la quinta de las puertas. Luego, al joven de New Hampshire comenzó en su desesperación a patear la puerta, en un intento de derribarla. Sólo entonces Terry pareció reaccionar.

—¡Espera! —Le dijo la joven de Indiana apresurada, y ella misma intentó abrirla. Para sorpresa de Abra (aunque no tanta), la puerta sí se abrió en cuanto ella lo intentó. Ninguna se quedó el suficiente tiempo a pensar demasiado en ello, pues de inmediato la atravesaron y cerraron con fuerza detrás de sí.

En cuanto estuvieron en aquel nuevo espacio y la puerta estuvo cerrada, los golpes y los rugidos cesaron abruptamente, volviendo al silencio, aunque éste era un poco más tranquilizador.

—¿Qué era esa cosa? —cuestionó Abra por mero reflejo, sin realmente esperar una respuesta. Sin embargo, sí la obtuvo.

—El Demogorgon —susurró Terry, pensativa.

—¿El qué?

—Una vieja historia de terror. ¿Crees que pueda hacernos daño?

—Yo no me arriesgaría para averiguarlo...

Ambas se viraron hacia la habitación en la que se habían introducido, y se sorprendieron al ver que el escenario había cambiado bastante en comparación con el anterior. Y no fue sólo que ya no había de esas enredaderas oscuras, ni estaban siendo sofocadas por aquella neblina. Sino que ya no parecía una habitación que perteneciera al mismo laboratorio en el que se encontraban hace unos momentos. Aquello parecía más bien ser un rincón de una casa, como una sala de estar, o más bien un sótano o ático aclimatado para tal propósito. Había una mesa cuadrada casi enfrente de la puerta por la que habían entrado, con algunas cajas de juegos y libros sobre ésta. Más adelante había un sillón, con una mesa de centro al frente, y una lámpara a un costado. Y casi en la esquina contraria de donde se encontraban, podía notarse una escalera que iba hacia arriba, por lo que parecía en efecto tratarse del sótano de una casa.

Terry fue la primera en avanzar, cautelosa, inspeccionando cada objeto y mueble, cada dibujo y poster de la pared, como si fuera la visitante de la exhibición de algún museo.

—Creo que es el viejo sótano de mis abuelos —susurró despacio—. Pero se ve un poco diferente...

—¿Éste es el sitio seguro en el que estabas pensando?

—No, tampoco es éste. Aunque creo que cuando eran jóvenes mis padres y sus amigos pasaban mucho tiempo aquí...

Ambas escucharon un ruido repentino que las puso en alerta, pero casi de inmediato repararon en que no se trataba de ningún otro rugido, sino de un sonido similar a interferencia. Terry se viró hacia un lado y notó que no muy lejos de la mesa, pegada contra la pared, había lo que le parecía una extraña tienda de acampar improvisada con sábanas, edredones y algunos cojines. Parecía similar a los fuertes de almohadas que ella misma recordaba haber hecho de niña. El sonido venía justo de ahí dentro, entre los tendidos en el suelo.

Terry se aproximó para ver mejor, y notó que sobre los edredones reposaba un aparato que no reconoció al inicio. Parecía un viejo teléfono cuadrado, pero más grande y con una larga antena. El sonido provenía de él.

—Creo que es un viejo radio de dos bandas —murmuró Abra de pronto, inclinándose un poco a su lado para ver mejor.

—¿Un qué? —Cuestionó Terry un tanto confundida, virándose a verla.

—Un radio, walkie-talkies, como los que usan los policías. Momo... es decir, mi abuela, usó unos cuando yo era más pequeña para explicarme cómo funcionaba la comunicación a distancia, aunque no eran tan viejos. ¿Era de tu madre, quizás?

—No lo sé... Quizás de mi padre. A mi hermano y a él siempre les han gustado este tipo de cosas.

Aproximó su mano al radio, con tanta cautela como si temiera que le quemara. No lo hizo. Lo tomó, lo aproximó a su rostro y lo examinó.

Terry...

Aquella voz surgió débilmente de la radio en la mano de la joven castaña entre toda la interferencia que se escuchaba, tomando por sorpresa a cada una.

—¡Mamá! —Exclamó Terry con fuerza, acercando más la radio a su boca—. ¿Mamá? ¿Eres tú? ¿Me escuchas?

Abra por un momento quiso decirle que tenía que presionar el botón lateral para hablar, pero pensó que dado el lugar y situación en la que se encontraban, quizás eso no importara. Del otro lado no hubo ningún tipo de respuesta por unos instantes, hasta que volvieron a escuchar de nuevo y de la misma forma que antes:

Terry... No... no...

Y luego silencio, completo silencio; incluso la interferencia había desaparecido, como si la radio se hubiera quedado abruptamente sin baterías.

—¡Mamá! —Exclamó con más fuerza la joven Wheeler, llena de desesperación—. Era ella, ¿cierto? Era ella —se giró entonces hacia Abra en busca de su confirmación pero ésta en realidad no tenía como responder pues en verdad no tenía idea.

Los rugidos de la criatura que las perseguía se oyeron justo del otro lado de la puerta por la que habían entrado, provocando que ambas se giraran al mismo tiempo hacia ella. La puerta entonces comenzó a agitarse, amenazando con ser derribada en cualquier momento. Las había encontrado; ya fuera porque los gritos de Terry lo alertaron, o quizás porque simplemente era algo inevitable.

—Tenemos que salir de aquí, ¡vamos! —Señaló Abra fervientemente, y rápidamente tomó a Terry de su mano y la jaló hacia las escaleras. Las dos jovencitas subieron apresuradamente cada peldaño, mientras oían de fondo como su puerta de entrada era golpeada, y posteriormente se desprendía de la pared y era derribada al suelo. Un segundo después, para su suerte, ambas estaban atravesando a salvo la puerta al final de las escaleras.

En el mundo real, seguramente esa puerta las hubiera llevado a la casa de los abuelos de Terry. En su lugar, en cuando ambas pusieron un pie al otro lado del marco, fue como pisar la nada, y sus cuerpos cayeron al frente como si hubieran dado un paso en falso en la cornisa de un edificio. Por suerte no era un edificio tan alto, pues menos de un metro después ambas cayeron sordamente a tierra firme.

El suelo era en efecto tierra, húmeda y fría con algunos rastros de nieve en ella. Abra sintió como se golpeaba el mentón y se raspaba un poco las manos al interponerlas en la caída. Sus rodillas igualmente pasaban por un destino similar. Se dijo a sí misma que aquello no era dolor real y que tenía que reponerse lo antes posible. Se giró sobre sí y se sentó en el suelo, esperando ver alguna puerta flotando en el aire que pudiera cerrar, pero no vio nada. Lo único que miró fue un largo y oscuro bosque, alumbrado apenas por la luz de las estrellas y la luna. Igualmente había algo de nieve hasta donde lograba ver, pero extrañamente no sentía frío; no más del que sentía cuando empezaron su pequeño recorrido por ese País de las Maravillas.

—Párate, vamos —le indicó apresuradamente a Terry, tomándola para ayudarla a pararse. Notó entonces que la joven castaña miraba fijamente al frente con sus ojos bien abiertos. Abra se viró en dicha dirección, esperando verse con la misma criatura que las perseguía, o quizás algo peor. En su lugar, notó más adelante una vieja y pequeña estructura de madera, alumbrada con algunas luces exteriores—. ¿Ahora a dónde caímos?

Terry dio unos pasos al frente sin quitar sus ojos de la casa de madera.

—Es aquí —musitó de pronto, y entonces comenzó a andar un poco más deprisa—. Es la cabaña del abuelo Hopper; es el sitio seguro en el que pensé. ¡Es aquí!

Y entones aceleró el paso.

—Terry, espera —masculló Abra, pero la joven se había adelantado bastante—. Maldición...

Abra se talló un poco sus rodillas para limpiarlas de lodo y comenzó a seguirla, cojeando un poco.

¿El lugar seguro de la Sra. Wheeler era una vieja cabaña en el bosque?, a Abra aquello le pareció difícil de creer. Sin embargo, Terry sabía lo especial que era ese sitio para su madre. Había vivido unos años ahí con el alguacil Jim Hopper, su padre adoptivo. De hecho, aquella cabaña aún existía en el mundo real; el abuelo Hopper se la había heredado a su madre. Terry recordaba que de niña la había llevado un par de veces a esa parte del bosque y le había contado de cuando vivía ahí, y lo diferente que era todo (ella incluida) en aquel entonces. Su madre siempre mencionaba que quería repararle todos sus desperfectos que se le habían presentado con el pasar del tiempo, remodelarla un poco, y quizás retirarse ahí cuando fuera más vieja. Terry no creía que lo fuera hacer; no lo de irse a vivir a esa cabaña, sino más bien retirase. Conociendo lo ocupada que siempre estaba con su Fundación, y lo mucho que amaba su trabajo, estaba segura que lo seguiría haciendo hasta que muriera... y ese último pensamiento le causó una muy profunda e incómoda sensación de desagrado.

Terry subió apresurada las escaleras frontales y se paró firme en el pórtico delante de la puerta. Abra la alcanzó unos momentos después.

—Oye —le llamó Abra al pie de las escaleras, notándosele algo agotada. De hecho, ella misma se sorprendió de sentirse así—. Si no está aquí, debemos de comenzar a considerar nuestra huida, antes de que esa cosa nos alcance enserio...

Terry la miró unos instantes sin responderle nada. De seguro no estaba nada contenta con esa advertencia, casi amenaza. Sin embargo, su silencio indicaba que también no tenía como repudiarla o negarla.

La joven respiró hondo y acercó su mano al pomo de la puerta, girándolo y abriendo la puerta hacia adentro. El interior de la cabaña estaba iluminado con luz anaranjada. Pese a su apariencia externa descuidada, el interior de hecho se veía bastante agradable a ojos de ambas muchachas. En cuanto la puerta se abrió, ambas captaron otra vez ruido de estática, aunque era diferente a la que habían escuchado en la radio.

Ingresaron lentamente, una delante de la otra. Un poco delante de la puerta, había un sillón un poco viejo de tapiz rojo manchado. Lo que Abra primero notó fue que más adelante, en la pared contraria y delante del sillón, y debajo de una pequeña ventana y la cabeza de un venado colgada, había lo que parecía ser un viejo televisor cuadrado cuya pantalla brillaba de blanco y negro, mostrando sólo estática y emitiendo sonido blanco; aquello era el sonido que habían escuchado al entrar. Sin embargo, lo que Terry notó fue que por encima del respaldo del sillón, sobresalía una cabeza pequeña, como de un niño, con cabello apenas brotando de ella. Era una persona sentada en el sillón, que miraba fijamente hacia el televisor encendido aunque éste sólo tuviera estática.

Terry comenzó a rodear el sillón lentamente, mientras Abra se encargaba de cerrar la puerta. La joven Wheeler se aproximó con paso cauteloso hacia un costado del sillón, y luego al frente para poder ver mejor a aquella persona. Ahogó un pequeño gritito de sorpresa, y su respiración se cortó unos segundos.

—¡Mamá!, ¡¿eres tú?! —Exclamó con fuerza sin poder contenerse.

Abra se apresuró a ponerse a lado de su acompañante y también poder contemplar a la persona misteriosa. Su reacción fue menos efusiva que la de Terry, pero ciertamente le sorprendió un poco. Era una niña de once o doce años, aunque con el cabello rapado había sido un tanto difícil de determinar de lejos. Pero lo que delataba su identidad era su rostro, prácticamente una copia del rostro de Terry, sólo que unos años más joven. Aquella niña vestía lo que parecía ser una bata blanca de hospital con puntos negros, y nada más; incluso sus pies estaban descalzos y cubiertos de lodo. Miraba con sus ojos totalmente abiertos hacia el televisor sin siquiera pestañar. Y su nariz le sangraba... bastante. Sus labios y mentón estaban casi completamente rojos, e incluso la samgre había llegado a manchar la bata.

—¡Mamá!, ¡te encontramos! —Exclamó Terry con emoción y sin reparo se acercó hacia ella, poniéndose de cuclillas a su lado. La niña, sin embargo, no reaccionó en lo absoluto—. ¿Mamá? ¿Me escuchas? —Terry acercó entonces una mano hacia ella, colocándola sobre su brazo, pero la retiró casi de inmediato con un gesto de dolor—. Está fría... casi congelada...

«Fría», repitió Abra en su mente. Aquello no le sorprendió. No sabía qué significaba exactamente esa personificación de la Sra. Wheeler, pero no creía que su apariencia y estado fueran buena señal.

No hubo mucho tiempo para pensar en aquello, pues en aquel momento las luces de la casa comenzaron parpadear en un ritmo constante, casi provocado. A aquello le siguieron los mismos sonidos de pasos pesados provenientes del frente de la casa. Y claro, lo siguiente fue un rugido. Aquello sí que logró crear una reacción en la joven Jean, pues de pronto saltó del sillón, cayó al suelo y se arrastró por él hasta una esquina de la sala, haciéndose ovillo totalmente llena de terror. Terry la miró atónita sin poder reaccionar.

—Esa cosa estará aquí en cualquier momento —advirtió Abra y comenzó a mirar alrededor. La primera puerta adicional que vio fue una a lado de la cocina, que por la distribución muy posiblemente llevaba a un cuarto, pero esperaba que funcionara igual que la puerta del sótano y las llevara a algún otro lado—. Tráela y salgamos de aquí, rápido.

Abra se lanzó hacia la puerta, mientras Terry se aproximaba a la versión joven de su madre para intentar obligarla a pararse, aunque la sintiera tan fría que casi la quemara. Los pasos de la criatura ya se oían en los escalones. Abra se apresuró a la puerta, la abrió de par y par, y se dispuso a dar un paso al frente... pero se detuvo.

Alguien le estorbaba el paso, alguien parado a menos de un metro de la puerta, con sus manos en los bolsillos de su pantalón negro de vestir, y la miró fijamente con sus profundos y penetrantes ojos azules. Esos ojos... Abra no tuvo que ver el resto de su rostro; esos ojos fueron suficientes para congelarla en su sitio. Una sonrisa astuta se dibujó en los labios de aquel individuo mientras la miraba, y aquello terminó por desarmarla.

—Hola, Abra —le saludó el apuesto muchacho, con el mismo tono de voz algo seductor, pero a la vez amenazante, que ella bien recordaba—. Vaya sorpresa...

Abra sólo pudo reaccionar hasta que la aterradora figura de Damien Thorn dio un paso hacia al frente, penetrando de esa forma en el espacio de la cabaña. Sin embargo, dicha reacción por parte de la muchacha fue retroceder torpemente en un intento de alejarse de él, hasta tropezar con un sillón reclinable justo detrás de ella, haciéndola perder el equilibrio y caer sobre el tapete que cubría el suelo de la sala. Se alejó aún más por el suelo, hasta que su espalda se pegó contra el costado del sillón más grande, y hasta ahí llegó. Aquel individuo sonrió divertido, como si le produjera gracia verla ahí en el suelo casi temblando de miedo, y eso a ella la hizo rabiar intensamente.

—¡Tú! —escuchó como pronunciaba la voz de Terry con su respectiva dosis de rabia. Abra no podía verla desde su posición, pero sí escuchó sus pasos retumbar en el suelo mientras se le aproximaba al chico recién aparecido—. ¡Maldito bastardo!, ¡tú le hiciste esto a mi mamá...!

Damien apenas y la miró un instante de reojo, antes de que el mismo sillón reclinable con el que Abra se había tropezado se deslizara sólo por el suelo y chocara contra la menor de los Wheeler, haciéndola caer sobre éste. Intentó levantarse rápidamente, pero en cuanto se acomodó para sentarse y luego pararse, dos fuertes manos la sujetaron con fuerza de los brazos y la jalaron contra el sillón, obligándola a quedarse ahí. Terry miró asustada y notó que esos fuertes brazos masculinos surgían del sillón, como si fueran extensiones de éste. Más se materializaron de la misma forma, tomándola de los tobillos, sus muslos, muñecas y cuello, dejándola totalmente inmovilizada.

—Tú no te metas, ¿quieres? —Comentó Damien con tono de amenaza—. Esto es una conversación privada.

—¿Eres real? —Cuestionó Abra con su voz casi quebrándose. Damien la miró de nuevo desde arriba, y le sonrió.

—En este sitio eso es relativo, ¿no crees? —ironizó alzando sus brazos hacia el espacio que los rodeaba—. Pero si te refieres a si soy yo o algún tipo de recuerdo en la cabeza de esta mujer, es lo primero definitivamente.

—¿Cómo es posible que llegaras hasta aquí? —soltó de pronto la joven de New Hampshire, casi sin proponérselo realmente.

—Tú me llamaste, ¿lo olvidas? —Le respondió con simpleza, haciendo que la respiración de Abra se cortara un poco—. Sólo seguí las migas de pan que me dejaste...

En ese momento, los tres escucharon como la puerta principal de la cabaña era derribada abruptamente de un fuerte golpe, como si hubiera sido envestida por un toro. Los ojos de todos se giraron en esa dirección y se posaron en aquella casi indescriptible criatura, que se irguió potente en el marco. Su cabeza se abrió como una flor floreciendo, soltando un intenso rugido por esa boca inhumana.

—Santo Dios —exclamó Abra, atónita al ver a lo que Terry había llamado Demogorgon, un nombre que ciertamente le quedaba bien.

—Él no tiene nada que ver con esto, querida —señaló irónico Damien, dando un par de pasos para ponerse delante de Abra, casi como si intentara cubrirla de aquel ser pálido. El Demogorgon se aproximó velozmente hacia él, y por un momento pareció que lo embestiría. Sin embargo, justo a último momento, se detuvo delante de él, con su boca a sólo unos centímetros del rostro del muchacho, y ahí se quedó. De pie, respirando, o haciendo al menos un sonido muy similar a respiración, cerca de él. Abra miró esto desde el suelo con asombro. Damien, por su parte, sólo sonrió con normalidad. —¿Así es como me ve, señora? —Cuestionó con burla, virándose justo hacia la pequeña niña rapada que tiritaba de miedo en la esquina—. ¿O es acaso un viejo miedo?

La niña no respondió, pero en su lugar aprovechó ese momento en que la criatura se había detenido para ponerse de pie y correr con todas fuerzas hacia la puerta por la cual Damien había entrado. Ésta al parecer de un parpadeo a otro daba ahora a un largo pasillo blanco, similar al del laboratorio pero sin las lianas negras y mucho más iluminado.

—¡No!, ¡mamá! —Le gritó Terry, pero la niña no escuchó y siguió corriendo hasta atravesar la puerta. La criatura se alertó en cuanto pasó cerca de él, volteando todo su cuerpo en su dirección.

—Es toda tuya —le indicó Damien, agitando una mano en el aire con indiferencia ante aquella situación. El monstruo de seguro no necesitaba su permiso, pero de todas formas en ese momento se lanzó hacia la puerta abierta, corriendo detrás de su verdadera presa.

—¡No!, ¡mamá! —Volvió a gritar Terry, pero ahora con todas sus fuerzas mientras intentaba inútilmente de zafarse del agarre que la detenía. En cuando la criatura atravesó el umbral, la puerta se cerró abruptamente detrás de él, y ya no se escuchó sonido alguno de ninguno de los dos seres que habían pasado por ella—. ¡Mamá!

Terry comenzó a soltar fuertes sollozos; no de tristeza ni de dolor, sino de una profunda y casi dolorosa frustración. Abra sintió aquello calándole hondo. Intentó reponerse a su impresión inicial, y comenzó a alzarse lentamente, apoyándose en el sillón.

—¿Por qué haces esto? —Soltó de golpe, intentando mantener la firmeza lo mejor posible—. ¿Es a mí a quién quieres? ¡Pues aquí estoy! ¡Pero deja en paz a esta familia!

Damien se viró hacia ella con una expresión un tanto confundida, que bien podría ser algo sobreactuada.

—Y dicen que yo soy egocéntrico —respondió entonces, casi a punto de soltarse riendo—. Esto no tiene nada que ver contigo, querida. Yo no me metí con esta "familia" —señaló en ese momento con tu mano hacia la cautiva Terry—, ellos se metieron conmigo primero. Y los que lo hacen, tienen que pagar de una y otra forma.

—¿Eso me incluye a mí?

—¿Enserio crees que si hubiera querido hacerte algo por lo de aquel día no te hubiera encontrado y alcanzado en cualquier momento?

Comenzó entonces a caminar hacia ella, cortando la pequeña distancia que había entre ellos.

—¡No te acerques...! —Le advirtió Abra, señalándolo con una mano—. Te lo advierto...

Pero él no le obedeció. Y, lo que fue peor, ella tampoco hizo nada para detenerlo. Siguió avanzando hasta que ambos quedaron frente a frente, de una forma que claramente invadía de sobra su espacio personal. Y, aun así, ella no retrocedió o hizo intento de alejarlo en esos momentos. Sólo se quedó quieta en su sitio, mirándolo fijamente como si no fuera capaz de apartar su atención de sus profundos ojos azules.

—Siempre supe dónde estabas, Abra Stone de Anniston, New Hampshire —declaró con elocuencia, y escucharlo decir su nombre y su ciudad hizo que le recorriera un intenso escalofrío que casi la derribó de nuevo—. He tenido unos meses muy ocupados, y con el tiempo aprendí muchas nuevas habilidades que me hubieran permitido, con tan sólo desearlo, estar ahí contigo. ¿Quieres saber por qué nunca lo hice? —Inclinó en ese momento su cuerpo hacia el frente, acercando aún más sus rostros. Abra se hizo hacia atrás, teniendo que apoyarse en el sillón a sus espaldas para no caer—. Porque no tengo nada contra ti en realidad. De hecho, te estoy agradecido. Tú fuiste quien me abrió los ojos; fuiste mi motivación, se podría decir. Todo lo que he hecho desde entonces, ha sido gracias a ti. Es por eso que te dejé en paz, esperando a ver si acaso en algún momento tú venías sola a mí. Suponía que te había asustado lo que viste al otro lado del velo, pero que tarde o temprano sentirías tanta fascinación por ello que tú sola me buscarías para terminar lo que empezamos en ese vehículo.

—¡Por supuesto que no! —respondió Abra rápidamente, recuperando su compostura y forzándose a colocar sus manos sobre su pecho para empujarlo lejos de ella. Le hubiera gustado empujarlo miles de metros lejos, pero sólo lo hizo retroceder un par de pasos—. ¿Fascinación? ¡Lo único que siento al recordar eso es absoluto asco!

Damien rio un poco, y luego se paró derecho y se arregló un poco su atuendo. Abra notó entonces que usaba el mismo traje negro y camisa azul sin corbata del día que se conocieron. ¿Coincidencia?, ¿o así era como se había querido presentar ante ella?, ¿o... así era como ella misma lo recordaba y por eso lo veía así?

—No es cierto —señaló el chico, moviendo un dedo con un gesto de burla. Comenzó entonces a caminar, y Abra pensó que se le aproximaría de nuevo, pero en su lugar le sacó la vuelta y avanzó hacia Terry—. Pero no importa, porque en lugar de eso volviste a mí para ponerte en mi camino, igual que estos sujetos. —Caminó hasta colocarse justo detrás del sillón con brazos, apoyando sus manos en el respaldo. Abra sintió que esa posición, y la forma en la que la miraba, querían darle a entender que tenía completo control de todo eso, y que la propia Terry era su rehén—. Estoy un poco decepcionado por eso. Pero, tratándose de ti, te daré otra oportunidad de elegir el lado correcto en esto.

—¿Qué dices?

—Te diré tus opciones —continuó el muchacho de cabellos negros, mientras con una mano acariciaba, casi amenazadoramente, el respaldo del sillón reclinable—. Opción uno, regresa a tu aburrida casita en New Hampshire y no vuelvas nunca a mostrar tu linda cara delante de mí, y estaremos de nuevo en paz. Opción dos, si te quedas con estos perdedores, hormigas intentando detener la pata del elefante, te aplastaré junto con ellos. A ti, a tus padres, a tu querido tío Dan, y a quien sea...

Su voz había sido acompañada de cierto grado de ira en sus últimas palabras, que hicieron notar de inmediato que no estaba bromeando con su amenaza. Sin embargo, se calmó rápidamente, volviendo de nuevo a la misma actitud relajada y soberbia de antes.

—O la opción tres: ven conmigo.

—¿Qué? —Exclamó Abra, totalmente confundida, e incluso con una pequeña sensación en el estómago de querer reírse.

Damien prosiguió con su declaración.

—Sé lo poderosa que eres, y te quiero conmigo, de mi lado. Dentro de poco las cosas se prenderán y se pondrán divertidas. A niveles bíblicos, podría decirse; yo me encargaré de eso. Y tú puedes estar en el asiento de primera fila, conmigo. Porque, como dije, todo esto es gracias a ti...

Abra lo contempló unos momentos en un frío silencio, pero luego esa risa que había contenido anteriormente no pudo seguir guardándose y en ese momento surgió abruptamente y con fuerza. Damien pareció un tanto desconcertado, y eso a ella le encantó.

—Cielo santo —Murmuró Abra una vez que apagó las risas—. ¿Qué te crees?, ¿un villano de cómic con ese discurso tan estereotipado? Por favor...

—¿Crees que estoy bromeando? —Respondió Damien, considerablemente más serio que antes.

—Creo que eres un niño mimado y egocéntrico al que le gusta jugar al chico malo y que la gente le tema. Pero he visto a otros como tú antes, y, ¿adivina qué? —Avanzó entonces hasta ponerse a unos cuantos metros de Terry y de él, encarándolo con firmeza—. Yo no te tengo miedo... Sólo me das risa.

Sonaba muy segura de sí misma, muy sincera y con el sartén por el mango. Pero la realidad era que si estuviera en su cuerpo físico en esos momentos, posiblemente sus piernas le estarían temblando incontrolablemente. Por supuesto que le tenía miedo. Por algo había tenido tantos deseos de salir corriendo de ese lugar en cuanto se dio cuenta de que él estaba involucrado, y por eso tenía sus reservas de volver a intentar eso. Lo que había visto al otro lado del velo, como él lo había descrito, no sólo la afectó: realmente la aterró.

Sin embargo, había una fuerza mucho más fuerte en su interior que la movía y obligaba a pararse con firmeza delante de él, e incluso provocarlo de esa forma. Y esa fuerza era su ira, esa que tanto le preocupaba e incluso temía un poco, pero que en esos momentos era lo único a lo que podía sostenerse. Sentía ira ante como ese pelmazo la hacía sentir, como su sola presencia y sus palabras la hacían sucumbir, y de concebirse tan débil y miedosa. Su ira era lo único que tenía para poder defenderse de todo eso... y le gustaba hacerlo.

Damien la contempló en silencio por un rato, antes de volver a sonreír de esa forma tan presuntuosa y molesta.

—Oh, Abra —comentó con sátira—. Crees que sabes lo que realmente soy por lo que viste aquel día. Pero la verdad es que no has visto nada aún...

De pronto, extendió su mano derecha hacia el frente, colocándola por completo contra el costado de la cara de Terry, presionando sus dedos con algo de fuerza contra su piel. La jovencita en la silla soltó un pequeño alarido de dolor. Abra, por su lado, se estremeció al verlo tocándola de esa forma.

—No, espera... ¡No le hagas nada! —Le gritó como una advertencia vacía.

—Ven acá y detenme, entonces —Le respondió el chico forma burlona, mientras recorría su mano por el rostro de su aparente rehén—. ¿O tus piernas no se pueden mover de tanta... risa?

Los puños de Abra se apretaron, sus dientes se presionaron fuertemente entre ellos, y su mirada casi en llamas se clavó en aquel monstruo. Y, sin embargo, no dio ni siquiera un paso al frente. Estaba realmente congelada.

«Muévete... ¡¿qué haces?! ¡Muévete!» Se decía a sí misma con insistencia, pero nada pasaba. «Usa tus malditos poderes, ¡haz algo maldita cobarde!» Comenzó en ese momento a sentir como resbalaban lágrimas de frustración por sus mejillas, sin saber de momento si aquello quizás estaba ocurriendo de verdad en el mundo físico.

Damien volvió a sonreír, satisfecho por su reacción. Centró entonces su atención en Terry, agachándose un poco por un costado para poder susurrar cerca de su oído.

—Le prometí a tu madre que te haría una visita a ti también, ¿recuerdas? Te iba a dar de alimento a un par de perros rebeldes que tengo, como un jugoso pedazo de carne. Pero supongo que uno no se puede poner quisquilloso con las oportunidades que le da la vida.

Las manos que aprisionaban a Terry comenzaron a apretarla de golpe con más fuerza, incluyendo las que le rodeaban el cuello. La joven soltó un gemido de dolor, pero apenas fue audible pues de pronto comenzó a sentir como era asfixiada sin remedio.

—¡No! —Exclamó Abra y sólo entonces fue capaz de moverse hacia adelante, pero fue detenida por un par de manos, similares a las del sillón, que brotaron como flores del tapete y la tomaron de los tobillos, haciéndola tropezar y caer de narices al frente, casi a los pies de la rehén.

Una vez en el suelo, más manos surgieron y la sujetaron de todas sus extremidades para inmovilizarla, y no logró zafarse por más que forcejó. Sólo fue capaz de ver desde el suelo como el cuerpo de Terry se estremecía por el dolor y la falta de aire, y como él admiraba divertido la expresión de dolor y miedo en su rostro

—¡Maldito bastardo! —Le gritó Abra iracunda y desesperada—. ¡Te mataré!, ¡¿me oíste?! ¡Te encontraré y te mataré con mis propias manos!, ¡hijo de puta!

Damien sólo la miró de reojo unos momentos, con bastante poco interés en sus amenazas, y luego centró de nuevo su atención en Terry y en como la vida se escapaba poco a poco de su cuerpo.

FIN DEL CAPÍTULO 61

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