Capítulo 58. Calcinarlo vivo
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 58.
Calcinarlo vivo
—¡¿Un trato?! —Exclamó Charlie McGee claramente furiosa, aquella tarde hace ya varios años atrás. Eleven, desde su silla al otro lado del escritorio de su estudio, la miró apacible.
En aquel entonces, ambas mujeres rondarían la mitad de sus treintas, y sus rostros aún mostraban una notoria juventud y fuerza, y mucho menos cansancio (en especial en el caso de Charlie). La pequeña Terry tendría apenas unos cinco años. Matilda Honey estaría en Connecticut terminando su carrera a una muy corta edad, y un joven Cole Sear ya habría considerado por primera vez la opción de unirse a las fuerzas policiacas, sin pasarle en lo absoluto por la cabeza el cáncer terminal que le descubrirían a su madre sólo un par de años después. Y la Fundación Eleven estaría en uno de sus mejores momentos.
Antes de esa tarde, Jane y Charlie habrían perdido contacto por un tiempo por diferentes motivos, principalmente derivamos de sus metas tan diferentes, y los límites que cada una estaba dispuesta a cruzar para obtenerlos. Pero esa tarde, a espaldas de Mike y de sus hijos, Jane había citado a su vieja amiga ahí en su casa para que pudieran hablar a solas y comunicarle la decisión que acababa de tomar. A pesar de todo lo que había pasado entre ellas, sintió que si alguien merecía ser informada de ello, esa era Charlie McGee; por respeto a su amistad, y por todo lo que habían vivido tanto juntas como separadas.
Su reacción adversa fue más que esperada.
—¿Cómo que un trato? —añadió Charlie justo después sin bajar ni un poco su tono. Por suerte se encontraban solas en ese momento, pues sus gritos de seguro habrían alarmada de más a la familia de Jane—. ¿Has perdido por completo la cabeza? ¡No se hacen tratos con esos sujetos!
—Lucas acaba de tomar el mando del DIC, y he llegado a una tregua con él —se explicó Eleven, serena—. Nos dejará y apoyará con nuestra labor, y nosotros haremos lo mismo con la suya.
—¿Con cuál? ¿La de secuestrar personas como nosotros, ponerles bolsas negras en las cabezas y meterlas en celdas subterráneas lejos de la luz del día?
—Lucas no es así...
—¡Es uno de ellos!, ¡todos son así! —Espetó Charlie frenética, chocando sus manos contra el escritorio—. Para ellos no somos más que ratas de laboratorio a las que pueden usar y desechar cuando les dé la gana. ¡Tú mejor que yo deberías saberlo!
Los ojos de Charlie la miraron fijamente con intensidad. El ambiente en el estudio comenzó a calentarse, figurativa pero también literalmente. Eleven confiaba en que Charlie fuera capaz de controlarse, pero si no era así tendría que reaccionar antes de que por un paso en falso terminara quemando su casa, o incluso a ella misma. Pero por lo pronto, necesitaba ser quien mantuviera la cabeza fría en esa habitación.
—Escucha... —musitó Jane, parándose de su silla y rodeando su escritorio. Charlie la siguió con la mirada—. Queramos o no admitirlo, hay muchos "como nosotros" allá afuera, y no todos hacen el uso correcto de sus habilidades. Muchos han crecido sin la guía correcta, o inspirados por la avaricia o los deseos personales. Y estos poderes, en manos de aquellos que no los saben usar como se debe, son un arma peligrosa. Y eso tú, mejor que yo, deberías saberlo. —La mirada de Charlie se volvió aún más dura ante tal insinuación. Jane continuó—. Nuestra misión es proteger a estos niños, y guiarlos desde pequeños a que puedan tener una vida adulta estable, incluso con sus habilidades. Pero, para aquellos que no podamos ayudar de esa forma, siempre se necesitará de alguien que haga lo que se debe hacer.
Hubo silencio unos segundos. Los puños de la mujer rubia se apretaron con fuerza, y claramente parecía tener deseos de estrellarlos en algo o en alguien. Por fortuna no hizo tal cosa, ni tampoco lo otro que Jane tanto temía. En su lugar, le respondió con una voz fría, que sin embargo se sentía bastante amenazante.
—Te desconozco... No puedo creer que enserio estés dispuesta a estrecharles las manos a estos monstruos. Después de todo lo que te hicieron a ti, a mí, a Kali y tantos más. Después de lo que les hicieron a nuestros padres...
—Charlie, tienes que aceptarlo de una buena vez —señaló El fervientemente, y entonces se le aproximó tomando su rostro firmemente entre sus manos para que la viera fijamente a los ojos. Charlie intentó apartarla, pero Jane no la dejó—. La Tienda, esa Tienda que nos hizo tanto daño, la que mató a tus padres, la que me tuvo encerrada durante toda mi niñez, la que le hizo tanto daño a mi madre... Esa organización ya no existe; desapareció hace mucho tiempo. Te has negado a verlo, pero el enemigo con el que combates, hace mucho que ya no está. Todos los involucrados en aquellos proyectos ya están muertos. Ya no tienes de quien vengarte.
—Otros nombres, otras caras... la misma basura de siempre —declaró Charlie molesta, tomando a Eleven de sus muñecas y apartando sus manos de ella con violencia, incluso empujando a la castaña un poco hacia atrás—. Tú ya no eres la Eleven que yo conocí. Me repugna tan sólo ver en qué te has convertido.
Charlie rápidamente le sacó la vuelta, empujándola de nuevo un poco para que le abriera paso, y se dirigió apresurada a la puerta. Eleven no se opuso físicamente a esto, pero antes de que se fuera volvió a hablarle.
—¿Y qué piensas hacer? —Le cuestionó con fuerza, girándose hacia ella—. ¿Seguir quemando todo hasta que sólo queden cenizas? ¿Y luego qué?, ¿hasta cuándo estarás satisfecha? Si destruyes esta organización, una más la remplazará en unos años. El DIC, la Tienda, o como quieras llamarla, es un mal necesario. Lo mejor que podemos hacer es intentar que sea lo más beneficiosa y justa que se pueda, y que trabaje codo a codo con nuestra Fundación.
Sus palabras no surtieron efecto, y su invitada, si acaso era correcto llamarla así, siguió su camino hasta abrir la puerta y poner un pie en el pasillo. Jane se apresuró rápidamente hacia ella, y antes de que se alejara demasiado, la tomó con fuerza de su brazo y la detuvo. Charlie se viró hacia ella, mirándola con intensidad. Nunca antes había comprendido lo que significaba que a uno lo vieran con ojos de fuego, hasta que sintió esa mirada de Charlie en ella. Era como si le quemara con tan sólo verla. Aun así, se mantuvo firme.
—Te necesito, Charlie —murmuró Jane con seguridad—. Todo esto es tan mío como tuyo. Si dejas esta lucha ahora mismo, Lucas arreglará todo para que ya no te persigan, y puedas tener una vida normal con otro nombre e identidad. Aún no es tarde; puedes tener tu segunda oportunidad. Y lo más importante, podremos combatir aquello que nos hizo tanto daño en el pasado, de otra forma: haciendo que lo que nos pasó sea una fuerza para el bien, no para la destrucción. Ayudar a otros niños para que no pasen por lo que pasamos...
Charlie jaló su brazo a mitad de sus palabras con tanta fuerza que Jane casi cayó, pero se sostuvo de la pared para evitarlo.
—Mientras exista una Tienda, habrá una Charlie McGee dispuesta a quemarlo todo y a todos —fue la respuesta contundente y final de la rubia—. Hasta mi último día... Dile eso a Lucas o a quien sea que quiera detenerme...
Y esas fueron sus últimas palabras, antes de alejarse por el pasillo y salir de la casa. Eleven ya no hizo más intentos de detenerla. Y esa habría sido la última vez que ambas amigas se verían o hablarían... hasta más de diez años después, en circunstancias que en aquel entonces ninguna de las dos podría haber predicho.
* * * *
Esa mañana, Charlie McGee entró con paso seguro y firme por las puertas principales del Hawkins Memorial Hospital. Por dentro, sin embargo, se sentía ansiosa, incluso nerviosa. Pero su trabajo como reportera, así como sus labores un tanto más secretas, le habían enseñado como disimular su verdadero estado de ánimo, especialmente si se estaba infiltrando a un lugar. Y, ¿acaso eso estaba haciendo? ¿Infiltrándose? Posiblemente no era la forma correcta de decirlo, pero tampoco estaba muy apartada de hecho. Aunque ciertamente la mujer alta, rubia, con chaqueta de cuero y botas no pasó desapercibida ante la mirada de varios en el vestíbulo. Pero ella siguió avanzando derecho hacia el área de información sin prestarle atención a nada más.
—¿Algún moro en la costa? —susurró despacio, intentando no hacer parecer que hablaba sola.
—Todo despejado —susurró la voz de Kali en el comunicador de su oído.
Su vieja aliada se encontraba sentada en la camioneta, afuera en el estacionamiento del lugar. Habían conducido todo el día de ayer y toda la noche turnándose, cruzando Pensilvania, Ohio, y casi toda Indiana hasta llegar ahí. No era muy sencillo para ninguna de ellas subirse a un avión, pero por suerte las carreteras y las matrículas falsas siempre habían sido sus amigas.
—Aunque si la Tienda tiene algún elemento por aquí, te aseguro que no tendrán sus vehículos negros estacionados en la fachada del edificio —añadió Kali, un poco irónica.
—Igual estate al pendiente, ¿quieres?
—Descuida, yo te cuido. Ya me conecté al sistema de seguridad, así que seré tus ojos. Si veo algo sospechoso te avisaré. Relájate o terminaras calentando de más ese sitio, Bobbi.
—Lo dices muy fácil. Sigo pensando que es una estupidez que haya venido aquí. No sé qué intento conseguir...
Había estado diciendo lo mismo prácticamente todo el viaje, más como una mantra personal para liberar estrés que como una afirmación real. Pero ya había llegado bastante lejos para retroceder en ese momento. Después de todo estaba ahí de nuevo, en Hawkins, Indiana, un sitio que pensó nunca volver a pisar... no mientras Jane Wheeler siguiera con vida.
Cuando ya estaba delante del área de información, cortó su conversación con Kali, e igualmente cualquier pensamiento distractor. En su lugar, dibujó en su rostro la sonrisa más amplia y amable que le era posible, y se apoyó sobre la superficie del mueble, inclinándose un poco hacia la mujer robusta de uniforme marrón al otro lado, que apenas y alzó un poco su mirada estoica hacia ella.
—Hola, soy Roberta Manders —se presentó, enseñándole rápidamente su gafete de prensa con su foto y nombre falso—. Soy reportera del Main News Post.
La mujer no hizo ademán de querer tomar el gafete. Sólo le echó un vistazo rápido, y luego volvió a mirar a la extraña a su rostro como queriendo comparar éste con la foto.
—¿Main qué? —soltó la recepcionista algo confundida—. No lo conozco. ¿Es de Indianápolis?
Charlie mantuvo su sonrisa inmutable. «De New Yok, pero da igual... de todas formas ya ni siquiera trabajo ahí realmente», se dijo a sí misma. La secretaria de Harry la había estado buscando el día de ayer en su teléfono, de seguro para comunicarse en su nombre para que pudieran reunirse y discutir la situación, pero ella no respondió. La última fue incluso una llamada del propio dueño del periódico, lo cual de cierta forma la hizo sentir halagada, pero tampoco atendió a esa. Aunque no hubiera tenido ese exabrupto en la sala de juntas, igual no creía quedarse mucho tiempo más ahí, ni siquiera en New York. Así que por ella, todo aquello era cosa del pasado, pero usaría su pase y el nombre del periódico mientras aún pudiera... aunque tuviera que mentir sobre su ubicación.
—Sí, es uno pequeño —le respondió a la recepcionista, restándole importancia. Guardó de nuevo el gafete en su bolsillo antes de que se le ocurriera analizarlo con más detalle—. Como sea, la señora Jane Wheeler se encuentra aquí internada, ¿cierto? —La mujer no le respondió nada—. Llegó hace dos noches con hemorragia nasal, inconsciente, y actualmente me parece que está en coma...
—Sé quién es —murmuró la recepcionista de mala gana—, todos en Hawkins sabemos quién es Jane Wheeler.
—Por supuesto que sí —susurró Charlie, esperando no haber sonado demasiado sarcástica—. Quería ver si sus familiares pudieran recibirme. Quisiera que me dijeran qué fue lo que le pasó con exactitud. Hay muchas especulaciones, y ninguna versión oficial hasta ahora...
—Si no es familiar o amigo de la familia, no puedo dejarla subir —le respondió la recepcionista de forma cortante, casi agresiva.
—Entiendo, claro. —Charlie sacó en ese momento su billetera, sacando de ésta un billete de cincuenta dólares, recién sacado del cajero automático, y lo colocó sobre el mueble—. ¿Qué tal ahora?
La recepcionista vio el billete con marcado asombro y confusión, como si fuera algún tipo de bicho extraño que, más que asustarla, la fascinara por su extrañeza.
—¿Me está queriendo sobornar para que la deje pasar? —soltó de pronto la mujer, más confundida que enojada.
—No —respondió Charlie con un tono irónico un tanto exagerado—. Sólo creo que quizás se le podría escapar casualmente en qué piso y habitación está la señora Wheeler, e ir a tomarse un café en los próximos minutos. —Colocó entonces sus dedos sobre el billete y lo deslizó sobre la superficie lisa para acercarlo más hacia la mujer—. Yo invito...
Si antes la confusión era más visible en la mirada de la recepcionista que el enojo, esto se invirtió rápidamente en ese momento. Se paró entonces lentamente de su silla, y Charlie se dio cuenta de que era bastante más alta de lo que parecía en un inicio.
—Escuche, señora —musitó la mujer con severidad, encarándola—. De seguro para usted esto es sólo una noticia más para rellenar su periódico, de seguro con los datos más amarillistas y escandalosos que se le ocurran. Pero Jane Wheeler y su familia son de los pilares más importantes de nuestra comunidad, y merecen algo de privacidad en estos momentos tan difíciles para ellos. Así que, repito, sólo puede subir si es familiar o amiga de la familia. ¿Es alguna de las dos cosas? —Charlie permaneció callada. Ciertamente, ya no se podía considerar ninguna de las dos opciones—. Entonces no la puedo dejar subir. ¿Está claro?
—Muy claro —respondió Charlie de forma cortante, recuperando su billete de cincuenta y justo después alejándose de ahí. Pudo escuchar a sus espaldas la silla de la mujer rechinar cuando ésta se volvió a sentar en ella—. Ahora resulta que me encuentro con la única recepcionista con principios justo en este maldito hospital.
—Sólo está cumpliendo su trabajo —señaló la voz de Eight en su oído.
—Sí, claro. Bien, quizás sea mejor así...
Mientras caminaba por el pasillo en dirección a la salida, más adelante vio entrar por las puertas a una mujer de largos cabellos color zanahoria, sujetos con una cola, de rostro pecoso y vistiendo una bata blanca. Tenía su teléfono celular en su oído y su rostro mostraba seriedad. Un segundo después de que Charlie la vio, y la reconoció, la mujer posó sus ojos en ella pues prácticamente habían quedado frente a frente a algunos metros de diferencia. Por el cambio en su mirada, Charlie supo de inmediato que también la había reconocido a ella.
—Oh, mierda... —soltó entre dientes, y su primer reflejo fue darse media vuelta e intentar alejarse de ella, aunque conscientemente sabía que eso no tenía sentido.
—Te marcó después —la escuchó pronunciar rápidamente a sus espaldas, seguido por un mucho más claro y sonoro—: ¿Roberta?
La rubia se detuvo en seco en su sitio. Respiró hondo por la nariz, intentó volver a sonreír (aunque claramente menos efusiva que hace unos momentos con la recepcionista), y entonces se giró lentamente hacia la doctora que le hablaba. Ésta ya se encontraba prácticamente pegada a ella, y cuando se viró y pudo ver con más claridad el rostro de la reportera, sus ojos se abrieron de par en par con asombro... y miedo.
—Santo Dios... eres tú... —susurró perpleja la pelirroja.
—Hola, Max —le saludó Charlie, aparentemente algo incómoda—. Veo que sigues trabajando aquí... Lo siento mucho...
—¿Qué haces aquí? —lanzó Max rápidamente, casi como una acusación.
—Vine a ver a Eleven, ¿qué más?
—¿Por qué?
—Eso mismo quisiera saber. —Charlie llevó su mano a su cabeza, pasando sus dedos nerviosos por sus cabellos rubios—. Al parecer le dejó una instrucción a algunos de sus resplandecientes, o como sea que se hagan llamar ahora, de que me llamaran justo a mí si algo como esto le pasaba.
La Dra. Mayfield entrecerró un poco sus ojos, al parecer dudando en primera instancia de esa explicación.
—Yo no sabía nada de eso.
—No eres tan especial, entonces —le respondió Charlie con sorna, algo que claramente a Max no le agradó.
—Veo que no has cambiado en nada tu actitud. De todas formas, sigo sin entender qué haces aquí. Eleven está en coma, así que no te responderá porque te buscaba exactamente.
—Ya lo sé, sólo...
A mitad de su explicación, dos personas pasaron justo a su lado, un hombre adulto y una joven adolescente. Charlie logró ver fugazmente el rostro de la jovencita. Ella tenía el cabello castaño y rizado, corto hasta los hombros, y su rostro y ojos... era idénticos a los de Eleven. Al notar esto, Charlie se quedó paralizada por unos momentos sin que fuera precisamente consciente de ello, como si acabara de ver algún tipo de aparición.
—Buenos días, Max —le saludó fugazmente y sin detenerse el hombre que acompañaba a la chica, sin reparar en Charlie en lo absoluto—. Volvemos en un par de horas.
—Si ocurre cualquier cosa con mi mamá, avísanos, por favor —soltó la joven con apuro mientras seguía avanzando a la puerta, tampoco poniéndole mucha atención a la extraña mujer con la que hablaba su tía Max.
—Descuida, pequeña —le respondió la doctora, despidiéndolos con un ademán de su mano.
Cuando al fin salieron por la puerta, sólo entonces Charlie logró reaccionar.
—¿Esa era...? —Intentó preguntar, pero las palabras no salieron de su boca.
—Terry, su hija menor —respondió Max rápidamente.
Claro, su hija; aquello tenía mucho más sentido. Era una niña pequeña la última vez que estuvo en Hawkins, y ni siquiera la había visto en aquel entonces. Por un momento le pareció que se trataba de la propia Eleven con una apariencia bastante similar a cuando la conoció por primera vez, aunque ello fuera una locura.
—Es idéntica a ella —susurró despacio para sí misma.
—Charlie, no quiero ser grosera —musitó Max, llamando de nuevo su atención—, pero supongo que sigues siendo una fugitiva, ¿o no? El que estés aquí, en mi hospital, me pone en una situación un tanto incómoda. Sin mencionar que siempre que te veo ocurren... problemas.
Aquella recriminación fue suficiente para hacer que Charlie saliera del pequeño letargo en el que la había sumido su impresión previa, y adoptara de nuevo su postura defensiva.
—¿Y qué vas a hacer?, ¿llamarle a tu novio y avisarle que estoy aquí? —soltó de pronto de forma asertiva. Al principio Max no pareció entender a qué se refería, pero unos segundos después lo comprendió.
—¿Te refieres a Lucas? Por supuesto que no haré tal cosa. Lo que menos quiero es causar un caos aquí, un tiroteo o... eso que tú haces. Sólo retírate sin hacer escándalo, por favor...
—Oye, ya hice el viaje hasta acá. Al menos quiero verla, o a Mike, o a Sarah...
—¿Sarah? ¿Por qué a Sarah en específico?
Ese cuestionamiento destanteó un poco a la reportera, que volvió a pasar sus dedos por sus cabellos nerviosamente.
—He estado viviendo una temporada en New York, y... me la he topado un par de veces. Es una jovencita muy agradable.
—¿Y ella sabe quién eres en realidad?
—No lo creo... Escucha —pronunció cambiando abruptamente su tono, y a la vez la dirección de la conversación—, yo no quiero estar en este sitio más de lo que tú me quieres aquí, ¿bien? Sólo... déjame pasar unos minutos y me iré. No causaré ningún tipo de problema; te lo prometo. ¿Puedes hacerlo por una vieja amiga?
—¿Eso somos? —Pronunció Max con reservas, aunque su expresión ciertamente se había suavizado lo suficiente como para que Charlie sintiera que sus palabras habían surtido efecto. Un largo suspiró se escapó de sus labios, y luego éstos se movieron como queriendo pronunciar una maldición silenciosa—. Está bien... Lo haré, sólo porque creo que El así lo hubiera querido. Pero no te separes de mí.
Charlie llevó una mano al corazón y luego la alzó a un lado de su cabeza en una exagerada seña de juramento. Max comenzó muy temprano a sentir que se arrepentiría de su decisión.
Se dirigieron de regreso con la recepcionista, aunque Charlie decidió mantenerse unos pasos detrás en esa ocasión.
—Violet, la señora subirá conmigo —le indicó Max a la recepcionista, y ésta miró con desdén a Charlie unos metros detrás—. Descuida, yo la escoltaré todo el tiempo. Es una vieja amiga de la familia.
—Como usted diga, doc —Respondió la recepcionista Violet no muy convencida, pero igual obedeció, colocando sobre la barra un portapapeles con una lista de visitas—. Firme aquí.
Charlie se aproximó, intentando con todas sus fuerzas no vanagloriarse de ello, y comenzó a llenar los campos de la solicitud.
— — — —
Unos minutos más tarde, mientras se dirigían a la camilla de Jane, Max y Charlie se cruzarían justamente con Sarah, que cargaba dos vaso de papel con café en ellos, uno en cada mano. La joven tuvo la iniciativa de saludar a su tía, pero al ver que iba acompañada se limitó a sólo alzar el vaso de su mano derecha a modo de saludo, a lo que Max respondió con una seña similar que indicaba que hablaran después. Su acompañante, por su lado, se viró a otro lado de una forma tan marcada que parecía ser que intentara no mirarla... y ciertamente así fue.
Sarah contempló a Charlie mientras se alejaba, y pese a su intento le pareció reconocerla, aunque fuera vagamente. Siguió con su camino hacia la sala de espera, en dónde su hermano Jim la aguardaba mientras revisaba su teléfono. Su expresión debió reflejar cierto desconcierto, pues en cuanto la vio lo primero que le preguntó fue:
—¿Qué te pasa?
La mayor de los Wheeler le entregó su café a su hermano, y luego se viró hacia el pasillo de nuevo esperando poder divisar a ambas mujeres, pero ya se habían perdido detrás de una puerta.
—¿Viste la mujer que iba con la tía Max? —Cuestionó Sarah mientras señalaba al pasillo.
—No, ni siquiera noté que pasó la tía Max. ¿Por qué?, ¿sucede algo con ella?
Sarah se sentó en una silla a su lado mientras continuaba mirando en la dirección del pasillo, y se cruzó de piernas.
—Es que me parece que la conozco. Creo que es una reportera de New York.
Jim parpadeó un par de veces, confundido.
—¿Y qué hace aquí? —Cuestionó el muchacho—. ¿Acaso querrá entrevistar a papá sobre lo sucedido?
—¿Qué interés podría tener una reportera de New York con esto? —Respondió Sarah con escepticismo.
—Bueno, mamá es una persona importante.
—Es importante, pero no famosa o conocida. No lo sé... pero no creo que la tía Max permitiría que pasara si fuera para algo malo, ¿no? —Volteó a ver a Jim esperando una respuesta, pero éste sólo se encogió de hombros—. Bueno, supongo que luego nos enteraremos de qué se trata...
— — — —
Cuando Max corrió cuidadosamente la cortina que rodeaba la camilla de Eleven, no se sorprendió de ver a Mike ahí, sentado a un lado de ella tomando su mano. Max se preguntó si acaso se había parado de ese sitio desde que le permitieron pasar a verla. Era muy triste verlo en ese estado.
No pareció percatarse de sus presencias, por lo que Max se le aproximó con paso cauteloso, colocando una mano sutilmente sobre su hombro para llamar su atención.
—Mike —susurró la doctora despacio, y el hombre de anteojos se viró un poco ausente hacia ella—. El tiene una visita.
Al principio aquellas palabras parecieron no significar nada para Mike, hasta que divisó a la mujer a espaldas de su amiga, de pie en la abertura de la cortina con sus ojos fijos en su esposa inconsciente. Tardó un poco en lograr salir de la introspección en la que se encontraba antes de que llegaran, y poder reconocerla. Pero, en cuánto lo hizo, fue como si alguien le retirara la silla de debajo de él y se hubiera precipitado al suelo. Sólo que en realidad no cayó, sino más bien todo lo contrario: se puso de pie abruptamente, mirando atónito a la supuesta visita.
—¿Tú? —exclamó con severidad el Sr. Wheeler—. ¿Qué haces aquí?
Charlie apenas y lo miró un instante, y luego volteó de nuevo hacia la camilla. Se aproximó lentamente hacia ella, rodeándola hasta pararse del lado contrario.
—Es la pregunta de la semana —comentó la rubia con tono irónico—. Por cierto, también me da gusto verte, Mike.
—Tranquilo, por favor —intervino Max antes de que Mike dijera o hiciera alguna otra cosa, colocando sus manos sobre el brazo de su amigo—. No llamemos de más la atención. Sólo quiere ver a El.
—¿Y eso desde cuándo? —Exclamó Mike escéptico—. Si no hemos sabido nada de ti en años.
—Mejor pregúntaselo a tu esposa —musitó Charlie despacio—. Ayer me llamó una de sus rastreadoras y me dijo que dejó la instrucción explícita de que si algo como esto le ocurría, tenían que buscarme y contactarme. Y así lo hicieron.
—Nunca me mencionó nada de eso —declaró Mike con firmeza, quizás suponiendo que esa sola afirmación bastaba para contrarrestar la de Charlie—. De hecho, hacía mucho que no te nombraba siquiera.
—No me extraña. La última vez que hablamos le dije algunas cosas de las que ahora me arrepiento... un poco.
Desde que Max abrió la cortina, como un mago revelando la sorpresa de un truco, Charlie apenas y había logrado quitarle los ojos de encima a la mujer ahí recostada, entubada, con sus ojos cerrados, vestida con una fea bata de hospital, despeinada y desarreglada. Se le había formado un nudo en el estómago en cuanto la vio. La siguió observando insistentemente, buscando algo, cualquiera cosa en esa imagen tan lamentable que pudiera recordarle a su vieja amiga y aliada, o al menos a la mujer a la que le había dado la espalda aquella tarde en su estudio. Pero sencillamente no lograba ver nada de la Eleven que ella conocía ahí. Era como estar viendo a una completa extraña, y eso por algún motivo no hacía las cosas ni un poco mejor.
—Jamás pensé verla así —susurró despacio, casi como un quejido de dolor. Luego, se forzó a al fin fijar su atención en Mike por más de un segundo—. ¿Qué fue lo que le pasó con exactitud? Quien me llamó "no tenía los detalles." Sólo me dijo que la habían atacado.
Mike se mantuvo en silencio, y claramente tenía sus reservas con respecto a decirle cualquier cosa. Aun así, se viró hacia Max, quizás en busca de algún tipo de apoyo o clarificación. Ésta, sin embargo, se encogió de hombros, dudosa. Mike suspiró con cansancio, y ese suspiró se convirtió rápidamente en un profundo bostezo. No se había percatado de lo cansado que se encontraba hasta ese momento. Miró de nuevo el rostro dormido de El, que en realidad no se veía nada apacible, y volvió a tomar su mano entre las suyas.
—Yo tampoco lo entiendo muy bien —susurró despacio sin dejar de mirar a su esposa—. Había un caso, una niña, o dos, en Oregón. Algunos de sus ayudantes en la Fundación estaban allá encargándose, y parece que alguien más se involucró. Alguien muy poderoso que la atacó una vez hace unos días, y otra vez esa noche. En la primera logró repelerlo... Pero en la segunda la atrapó.
No era mucha más información de lo que la tal Lucy le había dicho, pero al menos era algo. Esperaba que Eight estuviera escuchando atentamente y haciendo sus notas.
—¿Ya tienen alguna pista de quién es? —cuestionó Charlie, casi como una exigencia. Mike, sin embargo, pareció vacilar en un inicio.
—No lo sé... no creo que alguien lo esté buscando en realidad...
Aquello dejó totalmente perpleja a la visitante.
—¿Cómo qué no? Tienen a un ejército de rastreadores por todo el país. Alguno debe de poder encontrarlo.
—¿Qué no ves lo que esa persona le hizo a El? —Señaló Max, apuntando con su mano a la susodicha—. ¿Qué crees que le haría a alguien más si intentarán alcanzarlo de alguna forma?
—¿Y acaso le tienen miedo? —inquirió Charlie, aún más agresiva—. Un sujeto ataca a su líder, la deja en este estado, ¿y qué hacen su familia y los valientes niños de la Fundación que tanto se esforzó en proteger? ¿Se esconden bajo las faldas de sus mamis? —Los rostros de Max y Mike se llenaron de asombro ante sus palabras, y también de su correspondiente dosis de enojo; aunque, para Charlie, de ésta no parecía haber tanto en realidad.
Para la mujer McGee, Mike Wheeler y su grupito de amigos siempre habían sido un montón de miedosos que preferían esconderse tras Eleven para todo; no le sorprendió darse cuenta de que sin ella, volvían a ser exactamente los mismos de antes.
Charlie rio con condescendencia.
—Creo que comienzo a entender porque Eleven quería que me buscaran. Pese a todo, sabía muy bien que si alguien iba a tener pantalones para hacer algo al respecto con este asunto, esa sería yo.
—¿Cómo te atreves? —Espetó Mike, ahora sí más enojado que antes—. ¿Crees que no movería mar y tierra con tal de encontrar al malnacido que le hizo esto a Jane si pudiera?
—¿Y qué harás entonces, Mike? —Lanzó Charlie levantando de más la voz—. ¿Te quedarás sentado tomando la mano de tu esposa en coma, esperando que tu amiguito Lucas y su pútrida Tienda quieran hacer algo al respecto?
—Roberta, basta —intervino Max con tono autoritario, aproximándose desde el otro lado de la camilla—. Dijiste que no causarías escándalos.
Charlie pareció querer decir algo más, pero a último momento se contuvo. Respiró hondo y se alejó unos pasos, intentando calmarse ante la mirada crítica de Max, y la furiosa de Mike.
—Lárgate de aquí —exclamó Mike con severidad—. No te quiero cerca de El o de mi familia.
—Pues perfecto —soltó Charlie con fuerza, girándose de nuevo hacia él—. Pero haré lo mejor que puedo hacer por Eleven en estos momentos. Lo que ninguno de ustedes, niñitas, tiene el valor de hacer. —Miró unos instantes el rostro dormido de su antigua amiga, y luego volvió a encarar tanto a Mike y Max con los mismos ojos de fuego que Eleven había visto en ella años atrás en su última conversación—. Buscar al bastardo que le hizo esto... y calcinarlo vivo.
Sin esperar respuesta alguna, se alejó de la camilla, incluso empujando un poco a Max a un lado para poder pasar. Ambos miraron en silencio como cruzaba la cortina y luego se perdía de sus vistas. Si no estuviera en dónde estaban, posiblemente Mike hubiera terminado rompiendo algo o le hubiera gritado algo más mientras se iba. En su lugar, sin embargo, sólo se sentó de nuevo, notablemente intranquilo.
—No puedo creer que la hayas dejado pasar —musitó como una recriminación, mirando de reojo a Max. Ésta también se hacía una pregunta similar en esos momentos, aunque en el fondo pensaba que aquello no había salido tan mal como podría haber salido. «Un consuelo de tontos», pensó.
—Es amiga de Jane, tenía derecho a verla —señaló Max con la mayor firmeza posible.
—No es su amiga. Es una loca terrorista que nos dio la espalda hace mucho sólo porque no quisimos seguir participando en su venganza imaginaria.
—Pues sea como sea, tú mismo la escuchaste —añadió Max, mirando hacia El, reflexiva—. El la hizo llamar. Por algún motivo, la quería aquí.
—Si es que lo que dice es verdad. A lo mejor se inventó todo ese cuento de la llamada. ¿Para qué la querría buscar después de todo este tiempo?
Si Mike no tenía idea, entonces no tenía caso que Max intentara siquiera adivinarlo. Apoyó sus manos en el barandal de la camilla, aun admirando el rostro de su querida amiga.
—Supongo que sólo ella podría decírnoslo —concluyó Max con seriedad, y Mike no pareció estar dispuesto a decir algo más para debatirlo. En efecto, la única persona que podría darles una explicación era la propia El. Pero, al menos de momento, a Mike realmente no le interesaba.
— — — —
—Espero que hayas escuchado bien, Eight —susurraba Charlie mientras caminaba por el pasillo apresuradamente sin ningún rumbo fijo aún—. Necesitamos descubrir quién es este maldito atacante.
—¿Y cómo esperas que hagamos eso? —Cuestionó Kali en su comunicador.
—Tú eres la genio de la información. Tú dime.
Escuchó entonces como su cómplice soltaba una marcada y sonora risa sarcástica, como a la reportera le parecía nunca haberla oído reír.
—Me estás pidiendo que busque a un psíquico, que nadie sabe siquiera cómo es, que podría estar en cualquier parte del mundo, y con ninguna pista o señal. ¿Esperas que agite mi bola mágica y me diga un nombre o algo así?
Charlie se detuvo de golpe. Aún en su ironía, Kali tenía un excelente punto que no había analizado del todo. No tenían en realidad ninguna pista adicional que las pudiera encaminar hacia alguna dirección, y ni siquiera contaban con un rastreador que pudiera echarles una mano.
"¿Qué no ves lo que esa persona le hizo a El? ¿Qué crees que le haría a alguien más si intentarán alcanzarlo de alguna forma?"
Había menospreciado las palabras de Mike y Max, pero tenían también un punto en ello. Este sujeto era peligroso, y si le hizo eso a El desde una larga distancia, cualquier otro rastreador estaría igualmente en peligro de terminar como ella, o incluso peor.
Se sentó en una silla de espera que estaba a su lado y caviló unos segundos sin llegar a ninguna resolución clara. Aunque le resultara difícil, no podía dejarse llevar por sus emociones. Debía pensar muy bien su próximo movimiento.
—¿No se te ocurre alguna cosa que podamos hacer? —Le cuestionó a Kali con dureza—. No creo que le pueda sacar más información a Mike, o a cualquier otro de aquí. Ninguno sabe nada más de lo que ya sé.
Kali también guardó silencio, de seguro también meditando por su cuenta sobre las opciones que tenían disponibles.
—Pero quizás alguien más sí sepa algo —comentó luego de un rato, haciendo que Charlie rápidamente se pusiera en alerta para escucharla—. Dijeron que algunos miembros de la Fundación estaban en Oregón encargándose de un caso relacionado a todo esto, ¿no? Quizás alguno de ellos sepa algo más.
Sí, Mike lo había comentado. Que había una (¿o dos?) niñas en Oregón, y algunos de los colaboradores de Eleven estaban allá, y que eso ocasionó todo ese desastre. Quizás Mike y su familia no tenían ni idea de qué había ocurrido, o eran demasiado cobardes para averiguarlo. Pero alguno de esos otros debía de tener más detalles.
—¿Crees poder averiguar quiénes eran? —Susurró Charlie despacio, como si temiera que la pudieran escuchar.
—¿No sería más fácil que se lo preguntaras a Mike o a tu nueva amiga Lucy? —señaló Kali.
—Si puedo, quisiera evitarlo. Para eso te tengo a ti, después de todo. Tienes una base de datos de los miembros conocidos de la Fundación, ¿cierto? ¿Puedes ver quienes volaron a Oregón en los últimos días?
Kali resopló con cierta molestia.
—Claro, lo que usted diga, jefa —le respondió un poco de mala gana—. Pero me tomará unas horas.
—Te espero. Me quedaré por aquí un rato lejos de la vista de Mike, por si algo más ocurre o si puedo obtener algo de alguien más.
Eso se lo estaba prácticamente diciendo a sí misma para convencerse, cuando la realidad era que aquello contradecía lo anterior que había dicho. En realidad, fuera consciente de ello o no, lo que quería era esperar y ver si podía ver de nuevo a aquella chica: la hija menor de Eleven.
Su sola presencia había dejado una impresión muy pesada en ella, como no le había ocurrido en mucho tiempo. ¿Por qué?, no tenía ni idea. No sabía si era por su parecido con Eleven, o uno de esos presentimientos que le daban seguido de niña y que con el tiempo fueron disminuyendo en su frecuencia. Pero esperaba que un segundo vistazo, incluso una pequeña charla, lograra mitigar aquello, incluso si eso molestaba a papi Mike. Como fuera, procuraba no pensar mucho en ello.
—Intenta no quemar nada mientras tanto, ¿quieres? —advirtió Kali en el comunicador como punto final antes de ponerse a trabajar en su último encargo. Charlie no respondió nada, pero no estaba muy segura de que podría cumplir dicha indicación a la perfección. De hecho, sentía esa energía tan conocida para ella acumulándose detrás de sus ojos, deseando poder salir. La sintió con más fuerza durante su pequeña discusión con Mike, pero por suerte logró contenerla, aunque de seguro alguno de los dos había percibido algo de calor de pronto.
Necesitaba contenerse, al menos de momento. Debía aguardar el momento en el que podría liberarlo todo de golpe y por completo sobre su nuevo enemigo. Hacía tanto que no lo dejaba salir todo con libertad, que en verdad anhelaba poder hacerlo. Ya se estaba imaginando lo realmente placentero que se sentiría... Mejor que un buen orgasmo.
FIN DEL CAPÍTULO 58
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