Capítulo 54. Pagar por los pecados de otros
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 54.
Pagar por los pecados de otros
A la mañana siguiente en Anniston, Dan Torrance despertó un tanto confundido al no reconocer al principio en dónde se encontraba. Afortunadamente los recuerdos vinieron rápidamente a él, y pudo reconocer la sala de los Stone. Había pasado la noche en el sillón. Para cuando logró sacar a su sobrina Abra de su hibernación y terminó la obligada conversación posterior, ya era tarde para tomar carretera hacia Frazier. David Stone le ofreció amablemente que se quedara, aunque quizás hubiera sido buena idea consultarlo primero con su esposa, pues el rostro de Lucy no pareció reflejar gozo ante la idea. De todas formas, al final secundó la propuesta de su marido, quizás como parte de esa obligada cordialidad que debía existir entre ellos, o como un medio de tranquilidad por si volvía a ocurrir algo con Abra; Dan aceptó principalmente por este último motivo.
Lo que más preocupaba a Dan y a los señores Stone, ya no eran tanto el desmayo de Abra, o el ataque indirecto que pudo haber estado involucrado. Ahora lo que los tenía inquietos era lo obsesionada que estaba la joven tras haber despertado de aquel episodio. Quería saber quiénes eran Jane y Matilda, quién atacó a aquella mujer, por qué le pedía ayuda, y cómo podía ayudarle exactamente. Pero aquello no era del agrado de los tres adultos más importantes de su vida, especialmente de su madre.
—¿No fue suficiente la angustia que nos causaste hace cinco años? —soltó molesta Lucy, cuando los cuatro estuvieron sentados en la isla de la cocina discutiendo lo sucedido esa madrugada; el Dr. Dalton se había ido minutos antes—. ¿Ahora te quieres involucrar de nuevo en algo como esto? Te desmayaste y no reaccionabas. ¿Tienes idea de lo asustados que nos tenías?
—¿Me estás culpando de lo de hace cinco años? —Soltó Abra, ofendida y por supuesto molesta—. ¿Crees que yo pedí que esos malditos demonios vinieran por mí?
—Pues hasta dónde entiendo, tú te metiste con ellos primero y los atrajiste a ti. Y ahora quieres hacer exactamente lo mismo. ¿Qué acaso no aprendiste nada de todo eso? Ya no tienes doce años, Abra.
—Exacto, ya no tengo doce años, ¡así que deja de tratarme como tal! Sé que preferirías que no tuviera estos poderes y que no pudiera hacer todo esto. Pero los tengo, y hago cosas extraordinarias con ellos. ¡Aunque te asuste!
—Tranquilas, por favor —intervino David inseguro, intentando ponerse entre las miradas penetrantes como hierro hirviendo de su esposa e hija—. Creo que ha sido una noche larga y hay que ir a descansar, ¿no creen?
Y así lo hicieron, dejando la conversación ahí, aunque Dan estaba seguro de que Lucy y David debieron de seguir discutiendo durante al menos una hora más en su habitación.
Abra era una chica lista, quizás la más lista que conocía. Estaba seguro de que ella comprendía, aunque fuera en el fondo, que su madre sólo se preocupaba por ella. Lo que ocurrió hace cinco años con aquellos asesinos de niños que se hacían llamar el Nudo Verdadero, y como estaban dispuestos a cazarla para alimentarse de su Resplandor como lo habían hecho con tantos antes... no era fácil de entender o de olvidar para cualquier padre. El mundo ya era un lugar bastante peligroso como para sumarle peligros como esos rondando en las esquinas. Pero su sobrina, para bien o para mal, seguía dando esas muestras de ira inherente a los Torrance, de la cual incluso la propia Lucy poseía un poco. A Dan le seguía preocupando un poco aquello, pues temía que esa ira mal encaminada, además en manos de alguien tan poderoso como Abra, pudiera llevarla por caminos muy oscuros; y el alcoholismo, también inherente a su familia, podría no ser el peor de ellos.
Aún algo adormilado, se levantó del sillón y se encaminó a la cocina. Creía ser el primero en despertarse, pero se sorprendió al encontrarse con David sentado en una de las sillas de la isla, con una taza de café en un amano y su tableta colocada delante de él. Cuando sintió su presencia, alzó su mirada de la tableta y le sonrió escuetamente.
—Buenos días, Dan. Hay café caliente en la jarra si gustas.
—Gracias. Te aceptaré un poco.
—¿Dormiste bien? —le cuestionó el señor Stone, mientras Daniel se servía café en una taza blanca con un dibujo de Orlando en su costado—. Espero que el sillón no haya sido demasiado incómodo.
—No quieres saber los sitios "incómodos" en los que me ha tocado dormir —le respondió Dan con ironía—. Yo espero no haberte causado demasiados problemas con Lucy por dejarme dormir aquí.
—Claro que no, ella estaba encantada de que te quedaras. —Su voz no sonaba para nada convincente, y él mismo se dio cuenta de ello—. No pienses mal de ella. Sólo está asustada y preocupada por Abra.
—Lo sé. Y supongo que de cierta forma me culpa a mí de todo esto, ¿no? —David lo miró un tanto perplejo—. Por esto, por lo de hace cinco años, y por lo que pasó entre su madre y mi padre.
Dan se dio cuenta de que quizás estaba hablando de más sin darse cuenta. La cocina de su media hermana no era el sitio adecuado para ventilar esos temas, y especialmente con el esposo de ésta. David vaciló un poco, y pareció querer darle algún tipo de respuesta que simplemente no terminaba de formarse. Y antes de que lo lograra, ambos notaron como la figura de Lucy se aparecía en el umbral de la cocina. Como dos niños descubiertos a mitad de una travesura, ambos se congelaron en sus respectivas posiciones, y voltearon a verla expectantes. Lucy los miró de regreso con expresión estoica y calmada.
—Buenos días —saludó la mujer con neutralidad, y tanto Dan como David le regresaron el saludo al unísono. Lucy se dirigió a la alacena superior de la cocina, sacando de ésta una taza limpia color rosado, y luego se dirigió a la jarra de café para servirse también un poco—. Yo no te culpo de nada de eso, Danny —soltó Lucy de pronto, tomando por sorpresa a los dos hombres; al parecer había escuchado más de lo que creían—. Si no fuera por ti, mi hija quizás seguiría en coma, o la hubiera perdido hace cinco años. Y te estoy muy, muy agradecida por todo eso.
Lucy terminó de servirse el café, y regresó la jarra a su sitio. Tomó la taza entre sus manos y le sopló un poco, antes de darle el primer sorbo.
—Sin embargo... —prosiguió con cierto desasosiego—. Abra mencionó anoche que le tengo miedo a sus poderes. Esa fue la palabra que usó, ¿no? "Miedo". Es bastante adecuada... Me siento avergonzada de admitirlo, pero siempre me he sentido atemorizada por esas cosas que puede hacer, y la mayoría del tiempo prefería ignorarlas y fingir que tenía una hija normal, con las preocupaciones normales de cualquier chica con las que yo podría ayudarle llegado el momento. Pero la realidad es que tengo una hija que puede leer mentes, ir a lugares lejanos sin moverse de dónde está, y cuando se enoja hacer que las cosas se muevan o se rompan. Esperaba ingenuamente que, si lo ignoraba, todo eso simple desaparecería, pero no fue así. Y quizás en eso si te culpé un poco, aunque sea inconscientemente. Porque sentía que el conocerte fue lo que la incentivó a, no sólo seguir haciendo esas cosas, sino además entrenarlas y hacerlo mucho más. Pensé que, si quizás tú no hubieras aparecido, ella hubiera olvidado todo hace tiempo, y nada de esto hubiera pasado.
—Ni tú ni yo tenemos injerencia en lo que Abra es o no es, Lucy —musitó Dan, procurando calma—. Abra es una niña hermosa en todos los sentidos, y esto que puede hacer es parte de lo que la hace tan única. Es natural que pienses que yo la alenté a esto, pero me temo que en realidad fue al revés. Yo pasé una larga temporada de mi vida repudiando estas habilidades, intentando esconderlas y olvidarlas. Fue Abra quien me hizo abrazar esta parte de mí con orgullo, no con vergüenza. Ese es el tipo de influencia que tiene en todos aquellos con los que tiene contacto; hace que su vida sea un poco mejor que antes.
Lucy lo escuchó en silencio y sin mirarlo, mientras seguía bebiendo lentamente de su taza. Una vez que Dan dejó de hablar, permaneció callada, mirando fijamente hacia la superficie plana de la isla.
—Es cierto —susurró despacio, casi como si no quisiera en realidad que la escucharan—. Pero así sea la psíquica más poderosa del universo, sigue siendo mi hija, y es mi deber protegerla de cualquier peligro. O al menos no alentarla a tirarse de cabeza hacia él.
—En eso estamos de acuerdo —aclaró Dan.
—Quizás cuando se trata de esto ella no me escucha, pero a ti sí. Te respeta cuando se trata de estos temas, y te hace caso. Si sigue con esa locura de investigar este asunto y ponerse en peligro de nuevo, convéncela de desistir. Por favor...
Por primera vez desde que la conocía, Dan notó verdadera súplica en la mirada de su media hermana. Sin embargo, le parecía que sobreestimaba demasiado la verdadera influencia que tenía sobre su sobrina.
—Lo intentaré, pero la conocen mucho mejor que yo. Saben lo obstinada que puede ser cuando se compromete con algo.
Lucy sólo asintió, y bebió un poco más de su café.
Se quedaron cerca de un minuto en un silencio que desde afuera podría parecer incómodo, pero al menos de inicio los tres lo agradecían. Dicho silencio fue opacado por el resonar de los pies de Abra, bajando por las escaleras a paso veloz. Era seguida de cerca por el pequeño Brownie, que estaba quizás demasiado emocionado para no saber siquiera qué ocurría. A Dan se le ocurrió que quizás al ver a Abra tendida en el sillón sin reaccionar, el pequeño chucho había tenido una remembranza del difunto Fred Carling, su antiguo dueño, y quizás ahora no se quería despegar ni un momento de la joven que lo cuidaba.
—La encontré —exclamó Abra emocionada en cuanto entró a la cocina. En sus manos sujetaba su laptop de carcaza rosada. Se apresuró hacia la isla y colocó la laptop sobre ésta, justo delante de su padre y su tío Dan. Ambos se inclinaron a ver a la pantalla, y Lucy se les unió casi de inmediato. En el navegador estaba abierto un sitio en colores pasteles y agradables, que listaba en su parte superior y en su propio dominio el nombre de "Fundación Eleven".
Mientras ellos inspeccionaban el sitio, Abra se dirigió a la jarra para servirse lo último que quedaba de café.
—Estuve casi toda la noche buscando y buscando, hasta que me quedé dormida. Desperté y seguí buscando. Creí que no encontraría nada, ya que sólo tenía dos nombres de pila, y no hay precisamente un directorio en línea de personas con poderes psíquicos —se empinó en ese momento prácticamente toda la taza de café de un sólo trago.
—Despacio, querida —advirtió David, pues de hecho ya se veía bastante alterada sin necesidad de la cafeína.
—Pero entonces di casualmente con un comentario totalmente al azar, y prácticamente ignorado, en un post de Facebook sobre el tema, que mencionaba a una fundación llamada Eleven, y que su directora se llamaba Jane Wheeler. Y con esa pista di con esto. —Se aproximó a la computadora y se encargó de abrir una de las secciones del sitio, en donde lo primero que se veía era una gran foto horizontal, con una mujer de cabellos rizados parada en el centro, rodeada de quizás uso diez niños que sonreían felices a la cámara. Aún antes de que Abra lo dijera, Dan reconoció rápidamente a la mujer—. Es ella, es la mujer que vi hace unos días, y la de mi visión. ¿Verdad, tío Dan? Tú también la viste; es ella, ¿verdad?
Abra lo miró con añoranza, en busca de su apoyo. Su tío se limitó a sólo asentir levemente como afirmación, pues en efecto parecía ser la misa mujer que vio cuando se introdujo en la mente de su sobrina.
—Tiene una fundación para ayudar a niños con habilidades especiales —prosiguió Abra—, con habilidades como la mía y varias más.
—Oh, cariño —murmuró David, un tanto escéptico—. Cuando nos dimos cuenta de lo que podías hacer, vimos algunas de esas organizaciones, y todas parecían ser claros fraudes.
—Pero ésta es real, la lidera alguien con poderes reales. Ella me buscó, y vi como luchaba contra quien la atacaba. Y miren —tomó una vez más la computadora, y abrió otra de las pestañas abiertas del navegador, que al parecer era la página de un periódico llamado The Hawkins Post—. Hubo un extraño apagón anoche en un vecindario de un pueblo llamado Hawkins, en Indiana. Y una residente del lugar, de nombre Jane Wheeler —puso especial énfasis en el nombre—, fue internada en el hospital local tras un extraño ataque y se dice que está en coma. Todo eso ocurrió anoche, más o menos a la misma hora de mi desmayo. Es ella, es alguien como nosotros, y necesita nuestra ayuda.
Abra miraba esperanzada a su tío, pero no era la única que lo miraba. De una manera poco discreta, tanto David como Lucy (especialmente Lucy) lo miraban en silencio, en espera de que dijera algo
«Sin presiones», pensó el cuidador, intentando no perder la calma. Se aclaró un poco la garganta, se paró derecho, e intentó hablar con claridad.
—Bien, Abra. La encontraste, ahora sabes quién es. ¿Qué es lo que quieres hacer exactamente?
El rostro de la joven se tornó un tanto dubitativo, como si en realidad no se hubiera hecho formalmente esa pregunta aún. Se alejó un poco de la isla, mirando al techo mientras cavilaba.
—Bueno... dicen que está en coma en el hospital de ese sitio, Hawkins. Podríamos ir tú y yo para allá, y ver si podemos sacarla de ese estado, así como tú lo hiciste conmigo.
—De ninguna manera... —comenzó a decir Lucy alzando poco a poco la voz, pero Dan se apresuró a virarse hacia ella, y con un ademán de su mano le indicó que aguardara.
—Calmémonos un poco primero —señaló Dan, y entonces se aproximó a su sobrina, parándose delante de ella, y colocó sus manos sobre sus hombros—. No te precipites y piensa bien lo que estás diciendo. No conoces a esta mujer, y mucho menos a quien la atacó. ¿Por qué te quieres exponer de esta forma?, especialmente luego de lo que pasó anoche. Eso podría ocurrir de nuevo, o incluso algo peor.
—Lo sé —respondió Abra con firmeza—, pero por algún motivo me buscó. Quizás necesita mi ayuda...
—O quizás te buscaba para hacerte algún daño, como lo hizo Rose la Chistera.
—No... no lo creo. No sentí ninguna amenaza en ella...
—Tú misma me dijiste que la repeliste la primera vez que intentó contactarte.
—Por qué me asusté, fue muy repentino... —Abra vaciló, como si dudara de qué argumentos usar para refutar su postura—. Bueno, ¿y qué se supone que debería hacer? ¿Sólo ignorar esto y fingir que nunca pasó?
—Eso no tendría nada de malo. En unos meses comenzarás tu último semestre de preparatoria, y luego sigue la universidad. Debes enfocarte en tus estudios y tus exámenes de selección. Y este asunto no tiene que ver contigo. No tienes porque exponerte de nuevo a algo como lo de hace cinco años.
—No, no, ¡no! —murmuró la joven, soltándose una forma un tanto violenta de las manos de su tío.
Abra se apartó unos pasos de Dan y se giró hacia la pared, abrazándose a sí misma. ¿Estaba molesta?, ¿decepcionada quizás por la postura que Daniel había tomado? Aún nada temblaba, ni los platos se habían roto, así que aún no era algo tan grave.
—No puedo simplemente ignorarlo —declaró Abra, virándose de nuevo hacia su tío y sus padres, con bastante más determinación en su mirada—. ¿Recuerdas lo que me contaste de cuando eras niño? Cuando lo necesitaste, tu amigo Dick te escuchó y te salvó la vida, a ti y a tu madre. Cuando yo necesité ayuda, te busqué y tú acudiste a mí. ¿Qué hubiera sido de mí si me hubieras ignorado?, ¿o de ti si ese señor Dick no hubiera ido para ayudarles? —Dan permaneció en silencio, como si no supiera con exactitud qué responderle. Los Stone aguardaban en silencio, expectantes—. Quizás es mi turno —continuó Abra—, quizás ahora me toca a mí responder al llamado de una persona. Quizás alguien necesita de mi ayuda como nosotros la necesitamos. ¿De qué sirve que tengamos estos poderes si no los usamos para ayudar a los nuestros? ¿De qué sirve resplandecer si nos enfocamos en escondernos debajo de una piedra cada vez que algún monstruo llama a la puerta?
La joven centró entonces su mirada fijamente en sus padres.
—Sé que tienen miedo por mí, y lo entiendo. Pero algo dentro de mí me dice que tengo que ir. No sé por qué, pero debo hacerlo.
La cocina se sumió en silencio. Ninguno de los tres adultos presentes dijo nada de inmediato, aunque era claro que Lucy se estaba conteniendo de imponer su autoridad de madre, a veces irracional desde la perspectiva de los hijos, y ordenarle que dejara todo eso de una buena vez. Dan sabía que, si permitía que eso ocurriera, la discusión volvería a calentarse como la noche anterior, o incluso peor. Y entonces sí estarían hablando de más que unos cuantos temblores y platos rotos.
El enfermero pasó una mano por su cara y su cabello, suspiró con algo de cansancio, y entonces intervino con firmeza antes de que Abra o Lucy dijeran cualquier cosa.
—Bien, hagamos esto. Si esto es en verdad tan importante para ti, yo iré a Indiana por ti y veré a esta mujer. ¿De acuerdo?
—¿Tú solo? —Cuestionó Abra, incrédula—. No, yo debo ir contigo...
—Lo que debes hacer es, como te dije, enfocarte en la escuela —señaló Dan con cierto tono autoritario, aunque no demasiado severo—. Estará bien, enserio. Tengo algunas vacaciones acumuladas, y no he ido a Indiana en un largo tiempo.
«No desde esos siete días tras las rejas, por esa estúpida una pelea de bar que salió tan mal», pensó Danny recordando esa faceta tan oscura de su vida de alcohólico y nómada. Por suerte aquello no había sido en Hawkins, donde fuera que ese pueblo se ubicara exactamente.
—Y lo más importante, no tendrás que exponerte de nuevo a ningún peligro innecesario.
—Pero serías tú el que se expondría —señaló Abra—. Y sin mi ayuda, quién sabe lo que te podría pasar
—Oye, tenme un poco más de confianza —le respondió Dan con una sonrisa fingida—. Me he encargado de muchos monstruos desde antes de que conocerte, Abracadabra.
Eso era cierto, si con encargado se refería a encerrarlos en cajas mentales y dejar que se pudrieran. Pero lo cierto era que, a diferencia de su sobrina, al ya no tan joven señor Torrance no le apetecía en lo más mínimo meterse en un asunto como ese, especialmente en ese momento en el que su vida ya había tomado otro rumbo y se encontraba mejor que nunca. Pero a veces uno debía estar dispuesto a dejarlo todo por el bienestar de su familia; aquello era de esas cosas que sus padres lograron enseñarle a su manera.
—Es mejor de esa forma —añadió Lucy, aproximándoseles—. Dejémoslo en las manos de Daniel. Él tiene más experiencia en esto, y sabrá qué hacer.
«Y también entre tu hija y tu medio hermano que apenas y soportas, mejor mandar a este último al matadero, ¿no?», pensó Daniel con ironía, esperando no haberlo hecho con la suficiente fuerza como para que Abra lo escuchara. Pero en verdad no podía culpar a Lucy de ello. Él mismo estaba dispuesto a hacer dicho sacrificio por su sobrina, quién prácticamente desde el primer momento en que la conoció ya empezó a ver como si fuera su hija. Y estaba seguro que su madre hubiera tomado la misma decisión por él.
Abra, por su lado, se le quedó viendo fijamente en silencio, con una expresión en su cara similar a como si quisiera transmitirle algún pensamiento, pero nada parecido se iluminó en su cabeza. Se veía molesta, pero no precisamente enojada con él. En el fondo de seguro entendía que lo que le decían era cierto, pero su propio orgullo le impedía aceptarlo abiertamente, y en efecto no lo hizo. En su lugar, se dirigió a la isla y cerró su computadora. La colocó debajo de su brazo derecho y salió de la cocina apresuradamente sin decir nada. Brownie la siguió de cerca emocionado, ignorante, al menos de momento, del mal humor que su dueña se cargaba en esos momentos.
Los tres oyeron como subía las escaleras, y luego incluso azotaba la puerta de su cuarto con fuerza. Respiraron con cierto alivio una vez que la joven se retiró.
—Ya se le pasará —comentó Daniel con cierto humor.
—Gracias, Danny, gracias —pronunció Lucy con un tangible y sincero agradecimiento, y se aproximó a su hermano dándole un gentil abrazo. Daniel se lo regresó tímidamente, y sólo sonrió incómodo.
No recordaba claramente si era la primera vez que Lucy lo abrazaba, pero se sentía como si lo fuera. No fue como abrazar a su madre, ni tampoco a su padre. Se sintió más como algo que no debía de estar sucediendo, y en su mente supo que Lucy se sentía igual. Parecía que sin importar qué pasara, siempre seguirían siendo un par de extraños que se conocieron por mera casualidad.
— — — —
Media hora después, Daniel estaba en su automóvil camino a Frazier. Esa misma tarde se reunió con Rebecca Clausen, la supervisora en jefe de la Residencia Rivington, para discutir el tema de sus vacaciones. Como bien había dado a conocer en la cocina de los Stone unas horas antes, tenía algunas vacaciones acumuladas de todos los años que llevaba trabajando en ese lugar, además de las horas extras y turnos que le había tocado cubrir. En realidad, no se había tomado un periodo libre más largo de un par de días desde hace cinco años, durante el incidente del Nudo Verdadero. Y no era tanto que no tuviera deseos de tomarse un descanso, y de hecho lo hacía gustoso en sus días libres. Sin embargo, de cierta forma sentía que necesitaba estar ahí presente para los residentes todo el tiempo, como si fuera su misión divina; o, quizás, penitencia.
—Creí que esto no ocurriría de nuevo —comentó Rebecca desde el otro lado de su escritorio, con un tono tan serio que era difícil determinar si realmente lo estaba diciendo con ironía—. Doctor Sueño se tomará de nuevo unas vacaciones largas. ¿Cuándo fue la última vez?
—Hace cinco años —respondió Daniel, sin intentar ser impertinente.
Rebecca ya no era la mujer en la plenitud de sus sesenta que había conocido cuando recién llegó a ese sitio, sino ya una mujer mayor no muy lejos de los ochenta. Aún se veía bastante conservada, gracias a sus dietas y su yoga, y su pelo seguía igual de rojo (o incluso más). Pero era evidente que dentro de muy poco le tocaría a ella misma retirarse a unas vacaciones indefinidas y, cabía mencionar, bien merecidas. Mientras tanto, la supervisora en jefe se tomó un momento para hacer cálculos, y posiblemente intentar sacar la cantidad de tiempo que Dan llevaba en ese sitio. La suma total pareció desconcertarla.
—Siempre me ha sorprendido lo mucho que has durado —comentó de pronto, y Dan no estuvo muy seguro si acaso se trataba de un cumplido—. Entenderás que la mayoría no suele quedarse aquí demasiado. El contacto tan seguido con la muerte puede llegar a afectar a muchos.
—Usted lleva más tiempo que yo por aquí.
—Gracias por recordarme que soy vieja. Pero es diferente, supongo. Yo me la pasó aquí metida en mi oficina la mayoría del tiempo. Y aunque no diría que nunca estoy en contacto con los residentes, la mayoría a la larga se vuelven nombres, cifras y fechas en una hoja de cálculo o papel. Eso de cierta forma me ayuda a sobrellevarlo. ¿Cuál es tu secreto?
Dan se encogió de hombros.
—Supongo que la muerte y yo tenemos una relación complicada.
—¿Y cuándo te vas? —preguntó la administradora de pronto, volviendo abruptamente al tema inicial.
—Hoy mismo, en un par de horas si es posible.
Rebecca arqueó una ceja, un tanto intrigada. La premura de la petición ciertamente era digna de tal reacción.
—Me dijeron que recibiste una llamada de tu hermana anoche y tuviste que salir corriendo. ¿Es por eso que ocupas tus vacaciones tan repentinamente? ¿Está todo bien?
Dan sonrió, recordando que hace cinco años igualmente le había preguntado si ocupaba tiempo por un asunto familiar. En aquel momento aún desconocía que tan acertada era en realidad esa afirmación.
—Mi sobrina sufrió un desmayo anoche, y mi hermana por supuesto se alteró demasiado. Ella ya está bien, al parecer no fue nada grave.
—Cuidado, eso podría ser síntoma de que quizás te toque ser tío abuelo dentro de poco —comentó Rebecca con un tono astuto que hizo que las mejillas de Daniel se enrojecieran.
—No, no, nada de eso —respondió apresurado el cuidador, riéndose nerviosamente—. Eso fue descartado completamente. —En realidad eso no le constaba. Por su parte, había concentrado toda su atención en el asunto psíquico, y no había considerado esa posibilidad. Esperó que John lo hubiera hecho—. Fue sólo un poco de anemia. El Dr. Dalton la revisó y ya está bien. Pero Abra, mi sobrina, puede ser un poco melodramática, y tomó este incidente como uno de esos momentos que te obligan a replantearte el rumbo de tu vida; usted entiende. Quiere tomarse unos días libres antes de su último semestre de preparatoria y viajar un poco. Hablaba de ir de mochilera y pedir aventón en los caminos y todo eso. Mi hermana ha pegado el grito en el cielo, como algunos dicen. Pero, así como es melodramática, mi sobrina también es terca y rebelde, y es capaz de fugarse y hacerlo ella misma si no se lo permitían. Adolescentes, todos fuimos uno alguna vez. —Rebecca lo miró con expresión serena pero dura, como queriendo dar a entender que ella no.
»Como sea, para intentar limar las perezas entre ambas, me ofrecí a acompañarla. No de mochilero, obviamente, pero sí a recorrer un poco las carreteras. Así ambas quedan más tranquilas, y yo de paso aprovecho para viajar un poco como en los viejos tiempos, y tener una serie de charlas con ella, sobre todos los diferentes errores y tropiezos que he tenido, y todo lo que le pueda ser útil. Porque Dios sabe que he tenido una vida desastrosa, y lo que menos deseo es que ella pase por lo mismo.
Daniel a veces se asustaba de la naturalidad que tenía para inventarse mentiras. El secreto no era de hecho tan complicado: usar como base la verdad. Su sobrina había tenido un desmayo, ella quería viajar, él se había ofrecido a hacerlo, y lo haría; pero no con ella, y no para recorrer las carreteras como el antiguo viajero que era. Quizás había dado mucha información innecesaria en su explicación, pero esperaba que no hubiera sido demasiada. Si Rebecca así lo pensó, o algo en su historia no le convenció, no lo demostró en realidad.
—El tío del año —soltó la mujer de pronto con algo de ironía—. ¿Y entonces crees que esa forma de ser de tu sobrina viene de ti? —Dan la miró confundido—. Eres el tío soltero, apuesto y rebelde, que viajó por todos lados, trabajó de todo, conoció a mucha gente, y peleó con otra más. Todo eso puede llegar a ser atractivo para un adolescente.
Dan guardó silencio un rato. ¿Cómo debía responder a ello? De cierta forma sí había percibido que Abra sentía cierta fascinación por todo lo que su tío Dan había visto y hecho, y no sólo lo que Rebecca había mencionado sino también todo lo referente al don especial que compartían. Pero, ¿era acaso él la inspiración de su actitud rebelde y osada? Él podría defenderse y decir que ella ya era bastante de eso antes de conocerla. Pero había entonces que considerar de nuevo el penoso caso de los genes Torrance que tenían en común, y que en más de una ocasión le han hecho preocupar. Y si se trataba de eso, no podía como tal lavarse las manos de cualquier culpa.
—Si es así, con más razón serán importantes esas charlas —respondió Dan con una confianza artificial—, especialmente antes de que parta a la universidad.
Rebecca sólo asintió un poco.
—Pues bien, que tengan un buen viaje entonces, y que les sea de utilidad. Sólo espero que no me sorprendas con la noticia de que te has conseguido algún otro trabajo en alguno de esos lugares, y ésta sea la última vez que te vea, Doctor Sueño.
Dan sólo sonrió sin responder nada más. Considerando la verdadera naturaleza del viaje que estaba por emprender, si acaso esa sería la última vez que ambos se vieran, sabía muy bien que no sería porque alguno hubiera conseguido un mejor empleo.
— — — —
Arreglado el asunto de su permiso, pasó a conseguir el boleto de avión para Indiana, de momento sólo de ida. David y Lucy se ofrecieron a pagarle el boleto, o al menos la mayoría de él; era su manera de pagar en parte por el favor que en teoría les estaba haciendo, supuso. El más próximo salía de Boston esa noche a las ocho y aterrizaba en Indianápolis. Consideró por un momento si realmente era tan urgente salir ese mismo día, considerando que ni siquiera sabía exactamente con qué se encontraría en aquel sitio. Sin embargo, pensó que era mejor terminar con eso lo más pronto posible. Mientras más tiempo dejara pasar, más le daba oportunidad a Abra de hacer alguna locura. Igual podría hacer una locura sin él ahí, pero al menos esperaba dejárselo un poco más difícil.
Se retiró temprano a su cuarto en la Residencia Rivington para empacar sólo un poco de ropa y su cepillo de dientes. Le pidió a Billy Freeman que le permitiera dejar su vehículo en su garaje (y Rebecca no se preguntara como se había ido a recorrer las carreteras sin él), y le diera un aventón en su camioneta a Boston; sin dudarlo dijo "sí" a ambos pedidos. Durante el trayecto, Billy, como era esperado, le cuestionó sobre ese viaje tan repentino, y si acaso había decidido cambiar de aires luego de tanto tiempo. Dan sintió que era su versión de si esa sería la última vez que se verían, similar al último comentario que Rebecca le había hecho. No le dio muchos detalles, más allá de que se trataba de un asunto de Abra.
—Es otro de esos asuntos, ¿eh? —comentó Billy con algo de seriedad. Billy sabía bien de lo que hablaba; había vivido directamente varios de esos "asuntos" con el Nudo Verdadero hace cinco años. Además de que él mismo resplandecía un poco, lo suficiente para tener buenos presentimientos—. ¿No quieres algo de refuerzos? Ya sabes que las cargas son más ligeras entre dos.
—No esta vez, amigo —le respondió Dan con una sonrisa discreta. Aquello era algo en lo que él se había involucrado voluntariamente, y no había porque meter a más gente de la necesaria en ello.
Billy no le insistió, quizás inspirado por su propia dosis de resplandor que le indicó que era mejor dejar las cosas así. Pero sí lo dejó justo en la puerta del aeropuerto Logan de Boston. Ambos se despidieron con un abrazo y un apretón de manos, y se desearon (aunque no precisamente con palabras) que en efecto esa no fuera la última vez que se vieran.
El check-in y el paso por los puntos de seguridad ocurrieron sin mayor problema. Faltando apenas un poco menos de una hora, Daniel ya estaba sentado en la sala de espera cerca de la puerta de abordaje, con su maleta de viaje acompañándolo en el asiento a su lado. El lugar se encontraba relativamente tranquilo. Usó ese tiempo de espera, y gran parte del viaje desde Frazier para pensar en lo que haría a continuación: subiría al avión, aterrizaría, posiblemente pasaría la noche en Indianápolis, a la mañana siguiente viajaría en autobús hacia ese pueblo llamado Hawkins, buscaría el hospital local, y... se presentaría como el tío de una chica que nadie ahí conocía, en una misión de ver a una mujer en coma que jamás había visto en realidad, para ayudarla de una forma que en realidad ni siquiera estaba seguro de realmente lograría.
Sonaba a un buen plan.
Esperaba que en efecto los familiares de esa mujer, Jane Wheeler, estuvieran realmente familiarizados con ese tipo de temas, para que cuando les dijera que su sobrina con poderes psíquicos había captado su grito de ayuda (si es que realmente eso había sido) y que él mismo también los tenía, no terminaran sacándolo a empujones del lugar, o incluso tuviera que pasar la noche en otra celda de comisaría de Indiana.
Revisó su reloj de muñeca, algo anticuado pero había sido un regalo de su padrino de Alcohólicos Anónimos por los quince años de sobriedad por lo que debía darle un buen trato y uso. Faltaban alrededor de veinticinco minutos para la hora de salida; no tardarían en llamarlos para comenzar a formarse delante de la puerta de abordaje.
Tendría que ser más cuidadoso con cómo manejar su aproximación. No era un novato en el tema, y con el pasar del tiempo había aprendido algunas formas de decir las cosas sin tener que decirlas en sí. Y esa conexión invisible que existía entre aquellos que también resplandecían como él, incluso un poco, le había ayudado bastante, como cuando conoció a Billy Freeman. Esperaba al menos encontrar a alguien con quién pudiera ocurrir lo mismo, y no estuviera realmente metiendo la cabeza en la boca del lobo apropósito. Pero se seguía repitiendo a sí mismo que era mejor él que Abra...
"¿No odias estos tiempos de espera, tío Dan?", escuchó de pronto resonar en su cabeza justo ene se momento, haciéndolo respingar en su asiento. "Te obligan a estar en el aeropuerto tantas horas antes, sólo para pasar la mayor parte del tiempo sentado aquí perdiendo el tiempo."
Dan se puso en alerta, mirando a su alrededor casi con miedo. Reconoció de inmediato esa voz retumbando en su cabeza; la había escuchado (por decirlo de algún modo) demasiadas veces como para no hacerlo.
"¿Abra?", pensó con cierta fuerza. "¿Desde dónde me estás hablando?"
Tenía aún la esperanza de que le dijera que estaba sentada en la cama de su habitación, concentrándose para hablar con él antes de que se fuera para desearle suerte, o incluso darle las gracias por hacer eso por ella. Pero no le parecía que esos pensamientos vinieran de tan lejos; eran casi el equivalente a que le estuviera hablando sentada justo a su lado, como aquella primera vez hace ya más de cinco años, que se sentaron uno a lado del otro en aquella banca afuera de la Biblioteca Pública de Anniston.
"Desde acá enfrente.", le respondió la voz de Abracadabra, e instintivamente Daniel se giró hacia adelante. Había una fila de personas delante de la puerta contigua abordando un vuelo a San Antonio. Entre una persona y otra, logró divisar otra hilera de asientos de espera al otro lado de la fila, y el rostro sonriente, casi maquiavélico, de Abra Stone, con sus piernas y brazos cruzados, mirando fijamente en su dirección.
Dan se sintió petrificado por la impresión, pero poco a poco fue recuperando el aliento. Suspiró, un poco por cansancio un poco por resignación, y se puso de pie colocando su maleta al hombro. Avanzó sacándoles la vuelta a las personas en fila, y se dirigió a la otra hilera de asientos. Aún en ese punto llegó a considerar que quizás no estaba ahí realmente, y era sólo una de sus muy convincentes proyecciones, capaces incluso de engañar a alguien como Rose la Chistera. Pero una vez que ya estuvo lo suficientemente cerca, se dio cuenta sin duda de que en efecto era ella, en carne y hueso.
Abra, bastante despreocupada, tomó su mochila que simulaba mezclilla y la retiró del asiento a su lado, ofreciéndoselo de esa forma a su tío. Dan la miró con desaprobación unos segundos, sin decir nada con su boca o con algún otro medio, y aceptó sentarse a su lado.
"¿Qué demonios haces aquí?"
"Acéptalo, lo viste venir", le respondió la joven, y aunque era un pensamiento desbordó bastante sorna en él.
"Por supuesto que no creía que tu osadía llegara tan lejos."
"No sé si me subestimas o sobrestimas, tío Dan.", de nuevo un pensamiento bastante burlón.
—Escuché cuando le avisaste a mi madre del vuelo que tomarías —comenzó Abra a explicar, ya con su propia voz. Supuso que no había como tal "escuchado", pues él le había mandado la información a Lucy por mensaje de texto, pero sabían bien que era difícil guardarle un secreto si se lo proponía—. Tomé prestada la tableta de mi padre que tiene guardada su tarjeta de crédito para comprar el boleto de avión para el mismo vuelo, y me vine en autobús para acá. Pensé que no llegaría a tiempo, pero el Universo está a mi favor. No creo que nos haya tocado en la misma fila, pero no importa mientras lleguemos al mismo punto.
"Además de que tenemos esto para charlar durante el viaje.", añadió elocuentemente con su telepatía.
—Abra, ¿por qué...? —exclamó incrédulo el cuidador, tallándose su rostro con una mano. Eso parecía algo irreal, sacado de alguna mala película de comedia—. ¿Estás consciente de la gravedad de lo que has hecho? Vas a matar a tu madre de la preocupación. ¿Eso es lo que quieres?
—Por supuesto que no —susurró, con un tono mucho más serio—. Yo no quería hacer las cosas de este modo, pero ella no me dejó otra opción. No podía dejar que hicieras esto solo, tío Dan. Podrás esforzarte para ocultarme tus pensamientos, pero sabes muy bien que no lo puedes hacer por completo.
Lo volteó a ver con una mirada tan intensa y profunda que a Dan incluso puso un poco nervioso.
"Lo sentí, tío Dan. Sentí tu miedo."
Daniel se quedó en blanco, incapaz de responder por ninguna de las dos vías.
"Tú también viste esa sombra, esa cosa que atacó a la mujer. Y sé que también sentiste esa horrible sensación de terror. Y aun así aceptaste ir a hacer esto, sólo para complacer a mi madre."
"Eso es asunto mío, Abra.", recriminó Daniel, molesto.
"No, es mi asunto. Ya no soy una niña, ¿de acuerdo? Yo fui quien se involucró en esto, por mí es que te pidieron ayuda, y por protegerme es que te ofreciste. Pero tienes que dejar de intentar sacrificarte por los demás; deja de pagar por los pecados de los otros." De nuevo Daniel se sintió desarmado al escuchar eso. "No tienes que seguir pagando por las acciones de tu padre, tu madre, tu amigo Dick, mi madre o yo; o incluso por los tuyos propios. Ya has hecho demasiado por todos, tío Dan. Tus deudas ya están pagadas."
—No sabes todo lo que he hecho —susurró despacio, sin ser del todo consciente de que lo había hecho con su propia voz.
—Y no necesito saberlo —respondió Abra con convicción—. Eres una buena persona, tío; la mejor que conozco. No te admiro por tus años de rebeldía, peleas y viajes por el país. —Daniel se sorprendió al escuchar tal afirmación; ¿era coincidencia o acaso había estado oyendo su plática con Rebecca? Al final en realidad no importaba—. Te admiró por todo lo que te has esforzado para salir adelante y ser mejor persona. Sé que piensas que tienes que hacer todo esto solo, como algún tipo de penitencia de tus doce pasos. Pero no estás solo; somos un equipo, ¿recuerdas? —Le sonrió ampliamente con una sonrisa brillante que tanto lo cautivo desde la primera vez que la conoció—. Un semestre más y me iré a la Universidad, y quién sabe qué pasé después de eso. Ésta podría ser nuestra última gran aventura.
—Esto no es un juego, Abra.
—Lo sé. Pero sea lo que sea, podremos hacerlo si estamos juntos.
"Si pudimos con el Nudo Verdadero, podremos con lo que venga. Por favor, tío Dan."
Daniel desvió su mirada, pensativo. Se sintió hasta cierto punto absurdo al darse cuenta de que en verdad lo estaba convenciendo. Un adulto responsable no debería de permitir algo como eso, ¿no? Quizás él no era un adulto tan responsable después de todo... Pero algo de lo que había mencionado hace poco, y la mentira que había fabricado para Rebecca, revoloteaba en su cabeza. Dentro de poco Abra se iría a la Universidad, y un viaje como ese podría ser de utilidad para charlar, como bien le había dicho a su supervisora. Aunque fuera un viaje más a lo desconocido.
Una señorita de la aerolínea se puso al micrófono, disculpándose por la espera y llamando a los pasajeros con rumbo a Indianápolis a formarse delante de la puerta. Las personas poco a poco comenzaron a obedecer, pero Daniel y Abra permanecieron un poco más en su asiento, como si ésta última esperara cuál sería la decisión final de su tío; ¿aceptaría que lo acompañara o haría que se fueran de ahí por las malas? Por más que lo meditara, Danny pensaba que no podría hacer mucho para evitarlo.
—Tu madre estará furiosa —señaló Daniel con cierta ironía—. Estarás castigada de por vida, y yo también de paso.
—Viviré con eso —respondió la joven, sonriendo y encogiéndose de hombros; no ocupó que le dijera más para entender su decisión—. Apropósito, deberías llamarle para avisarle en cuánto puedas, pues apagué mi celular en cuanto tomé el autobús. Y de seguro debe estar muy preocupada.
—Abra...
—Vamos, tenemos que formarnos.
La joven se puso de pie, tomó su mochila y corrió al final de la fila. Danny la siguió con bastante menos entusiasmo.
—Por cierto —mencionó la joven mientras avanzaban paso a paso—. ¿En dónde queda exactamente queda ese pueblo llamado Hawkins?
—Exactamente no lo sé. Según Google Maps está cerca de la frontera con Illinois. Pero ya lo averiguaremos.
FIN DEL CAPÍTULO 54
Notas del Autor:
—Rebecca Clausen y Billy Freeman son personas originarios de la novela Doctor Sleep o Doctor Sueño escrita por Stephen King.
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