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Capítulo 49. Lo mejor es dejarlos ir

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 49.
Lo mejor es dejarlos ir

Una vez que la policía los dejó irse, Matilda, Cody y Cole inevitablemente volvieron a cruzarse en la entrada del hospital, pese a que su última conversación había sido prácticamente una despedida. El aire entre ellos se había vuelto particularmente incómodo, y además el agotamiento era más que notable en sus rostros y posturas. Lo único que Matilda deseaba en esos momentos era llegar a su hotel, bañarse lo mejor posible que su herida le permitiera, y dormir... igualmente lo mejor que esa horrible herida le permitiera. Pero antes de eso, tendría que preparar todo para su salida hacia Arcadia, para descansar unos días en casa de su madre hasta que su salud mejorase. Con su brazo en ese estado era poco recomendable volar en avión, por lo que su opción más viable sería el tren, lo cual le tomaría quizás más de un día entero de viaje hasta Los Ángeles. Y tenía también que investigar la forma de entregar el vehículo que había alquilado en Salem, sin tener que ir hasta Portland para ello.

Y hablando de su auto alquilado, había otra complicación que se interponía en los deseos inmediatos de la psiquiatra. Debido a todos los medicamentos que le habían dado, incluyendo el calmante que la había hecho dormir, y adicionalmente su brazo derecho inmovilizado, no era tampoco recomendable que condujera, aunque la distancia entre ese punto y su hotel no era tanta. Sin embargo, Cole se ofreció a hacerlo por ella, pues de todas formas irían al mismo sitio; Matilda aceptó de una forma un tanto fría.

—Yo también me quedaré en Salem —señaló Cody, tomando por sorpresa a sus dos compañeros.

—¿Estás seguro? —Le cuestionó Matilda, insegura—. ¿Qué hay de tus...?

—No hay forma de que pueda dormir sin tener pesadillas esta noche —aseguró con cierto pesar, y entonces palpó su saco, en específico el bolsillo en el interior de éste, haciendo que sonara un tintineo similar al de una sonaja—. Tendré que usar mis pastillas. Además, estoy muy agotado para ir hasta Seattle.

Matilda y Cole no le dijeron nada. Esperaban que realmente supiera lo que hacía.

El viaje hasta Salem fue realmente silencioso. Cole tenía su vista fija en la carretera, Matilda miraba pensativa por la ventana del copiloto, y Cody luchaba por no quedarse dormido en el asiento trasero; lo que menos querían era que se les apareciera de frente alguna de las vividas ilusiones del profesor ahí en medio del camino. Ninguno dijo mucho, no más de unos cuantos comentarios al azar, la mayoría provenientes de Cole, y ninguno de la mujer californiana su lado.

Una vez que llegaron al hotel y Cole acomodó el vehículo en el estacionamiento, Matilda salió disparada en dirección al interior, sólo ofreciéndoles un escueto "buenas noches" a ambos, sin mirarlos. Entró a la recepción antes de que cualquiera la detuviera o le dirigiera la palabra, y se perdió rápidamente de sus vistas. Cole se bajó poco después, azotando con algo de fuerza la puerta como señal de su frustración.

—Recuerda que es rentado —murmuró Cody con voz apagada, bajándose también. Al menos no la había pateado como aquella silla.

—Necesito un trago —murmuró el policía, pasando su mano por su rostro.

—Me imagino que sí. Pero yo tengo que ir a ver si consigo una habitación, así que...

Cole agitó una mano en el aire, indicándole que se fuera con confianza. Cody le tomó la palabra e ingresó al interior del hotel por la misma puerta por la que había pasado Matilda. Y una vez más, Cole se quedó solo.

Permaneció un rato a un lado del vehículo, pensando en qué hacer. ¿Iría por ese trago él solo? ¿Tomaría ese cigarrillo que no había podido, o quizás querido, fumar en toda esa noche? ¿O seguiría el ejemplo de sus amigos y se iría directo a dormir? La última opción no le apetecía, pero las primeras dos quizás sí.

Sacó su cajetilla, tomó un cigarrillo entre sus labios y ahora sí lo encendió sin titubear, y comenzó a fumarlo tranquilamente intentando calmarse... si es que acaso eso era posible. Después de todo, no había nada en todo eso que fuera digno de inspirar calma. Alzó su mirada hacia el cielo estrellado de Salem, y dejó que el humo saliera lentamente por su boca y se concentrara sobre él como una nube grisácea y sucia, ocultándole por unos momentos las estrellas. Así se sentía, como si tuviera una gran nube oscura sobre su cabeza, esperando el mejor momento para dejarle caer encima una pesada lluvia, y quizás algunos relámpagos.

—Deberías considerar dejar de fumar —escuchó abruptamente una voz a su diestra, tomándolo tan de sorpresa que saltó alarmado hacia un lado—. No te traerá nada bueno a la larga —añadió la misma voz.

El rostro duro y algo cuadrado del difunto Dr. Malcolm Crowe se giró hacia él, y le ofreció una curiosa y burlona sonrisa. Al reconocerlo, el sobresalto inicial de Cole disminuyó, aunque pasó a ser más una inusual extrañeza. Dos veces en un mismo día; no era habitual que lo viera tan seguido, no desde que era niño.

—¿Es una advertencia real? —Fue lo primero que se le ocurrió decir, aunque el fantasma sólo le respondió encogiéndose sutilmente de hombros. Un poco más en confianza, Cole se volvió a recargar contra el auto a lado de su inesperado visitante, pero su actitud se tornó ligeramente más tosca—. ¿Usted sabía que esto ocurriría? ¿El escape, la muerte de esa mujer, lo de Eleven...? —Crowe no respondió—. Podría entonces haberme advertido con mucha más claridad.

—Tú sabes que...

—Que no funciona así, sí, sí —completó Cole, justo antes de dar otra profunda bocanada de su cigarrillo.

Él más que nadie sabía que algunos muertos eran capaces de ver mucho más allá de lo que los vivos lo hacían, incluso hacia el pasado o hacia el futuro. Pero no era como prender una televisión y sentarse a ver una película. Al igual que ocurría con aquellos resplandecientes que tenían cierta afinidad con ver o sentir lo que ocurriría, la información muchas veces les llegaba por pedazos, que había después de alguna manera juntar e interpretar. Y aun así, había otras veces en las que podían saber o intuir que algo pasaría, pero no tenían la capacidad, o quizás el permiso, de transmitir esa información, incluso a los que eran como él. Así que el recriminarle a ese ser que ya ni siquiera debería estar en ese mundo por lo sucedido, carecía totalmente de sentido. Las acciones de los vivos sólo eran responsabilidad de los propios vivos.

—¿Al menos tiene algún consejo sobre qué debería hacer ahora? —le preguntó un tanto esperanzado de que al menos él pudiera darle un poco de guía, como lo había hecho en muchos otros momentos en los que se había sentido igual de perdido.

Lo escuchó suspirar, y una sensación fría recorrió aquel sitio desde abajo hacia arriba. Crowe miraba hacia la puerta por la que sus dos nuevos amigos, si aún podía llamarlos así, se habían ido. Su expresión era de preocupación, bastante tangible para provenir de un rostro muerto hace ya bastantes años.

—Vuelve a casa, Cole —exclamó de pronto—. Aléjate de esto, como te lo pidió tu madre.

—¿Qué me vaya? —espetó Cole, casi como si la insinuación le insultara—. ¿Sólo así? ¿Ese es su consejo?

—Ese es el único que puedo darte como tu psiquiatra, y como tu amigo.

Cole chisteó, aparentemente no muy satisfecho con lo que oía. Colocó su cigarrillo de nuevo en sus labios y volvió aspirar con algo de insistencia. Aunque, notaba como poco a poco aquello dejaba de relajarlo o calmarlo tanto como necesitaba.

—Y si lo hago... ¿todo esto se solucionará? —Cuestionó intrigado sin mirar a su visitante—. ¿Todo saldrá bien? —Alzó en ese momento su mirada hacia la puerta, que le pareció de momento más lejana que antes—. ¿Ella estará bien?

En su cabeza rondaban las advertencias que su madre le había hecho:

"Esto en lo que te involucraste es más peligroso de lo que crees. Tienes que irte lo más pronto posible, alejarte de todo este asunto. O si no... tú morirás... y ella también..."

Sin embargo, lamentablemente Crowe no tenía una respuesta que le pudiera resultar satisfactoria para aliviar sus dudas.

—No lo sé, Cole —murmuró el fallecido psiquiatra con lamento—. No creo que haya alguien vivo o muerto que pueda asegurarte tal cosa. No en esta ocasión... no con este enemigo con el que te has involucrado.

Cole alzó rápidamente su rostro y lo giró de lleno hacia él, intrigado y sorprendido por la repentina mención.

—¿Habla de quién atacó a Eleven? ¿Sabe quién es?

Fue incapaz de ocultar su apuro por saberlo. Esa persona, esa amenaza que había estado latente sobre sus cabezas como esa mortífera nube de lluvia. ¿Él sabía quién era?, ¿sabía quién era ese enemigo oculto? Cole de antemano estaba seguro de que no se lo diría si fuera así, pero igualmente no podía evitar cuestionarlo. El resultado, sin embargo, fue el esperado.

Crowe negó lentamente con su cabeza, sin verlo.

—Si te lo dijera, intentarías ir directo a buscarlo, ¿no es así? —le respondió con consternación, y Cole fue incapaz de negarlo—. Es tu decisión el hacerlo o no, pero me niego a empujarte deliberadamente en esa dirección; tu madre no me lo perdonaría. Además, él no es el único de quién debes cuidarte, pero eso ya lo sabes.

Cole soltó aire por su nariz pesadamente y volvió a recargarse contra el vehículo. La decepción era bastante palpable, incluso su enojo. Pero Crowe permanecía firme en su respuesta, y no podía culparlo por estarlo. El propio Cole en realidad no estaba seguro de qué haría si tuviera esa información a la mano.

Tras un rato en el que ambos permanecieron callados, el espíritu se apartó unos pasos del vehículo, y se giró hacia el detective con un rostro más calmado y sereno.

—Debo irme —le informó sin rodeos—. Ya he estado demasiado por aquí. No creo que volvamos a vernos en mucho tiempo.

—¿No dijo que estaría cerca por si necesitaba algo? —comentó Cole con tono algo jocoso—. Tengo en presentimiento de que lo veré más pronto de lo que usted cree.

Crowe soltó una ligera risa ante la insinuación.

—Tal vez sea así. —Le sonrió—. Hasta pronto, Detective Sear.

—Hasta pronto, Dr. Crowe.

Tras esa última despedida amistosa, el psiquiatra se dio media vuelta y comenzó a caminar como si fuera a entrar también al hotel. Sin embargo, a medio camino desapareció, difuminándose con el fondo y llevándose consigo por completo su presencia, incluyendo el frío.

Cole se quedó ahí un rato más hasta que terminó su cigarrillo. No pensó detenidamente en el significado oculto de esas palabras, o en lo que había ocurrido, o en cuál sería su próxima acción. Sólo se quedó ahí, terminando su cigarrillo, y pensando un poco en aquel trago.

— — — —

Matilda desistió de su idea de tomar un baño completo en ese momento debido a su herida, y solamente se limitó a lavarse el cabello y parte de su cuerpo, lo suficiente para estar lo más cómoda posible. Las medicinas aún la tenían embobada, por lo que una vez terminó su lavado improvisado y logró ponerse a duras penas su pijama, se quedó unos momentos recostada bocarriba en la cama, mirando al techo como si fuera lo más fascinante del mundo. Se forzó a no quedarse demasiado tiempo así, y tomó de inmediato su celular con la intención de... en realidad no sabía qué quería hacer. Su primer instinto fue investigar sobre qué hacer con su vehículo alquilado, pero luego pensó en Eleven, en Mike y en su hija. ¿Debería llamarles para saber cómo estaban? No sabía si sería demasiado inoportuna, y encima de todo no sabría qué decirles que fuera reconfortante; era realmente mala para esas cosas. Luego pensó en su madre... ¿no debería hablarle y comunicarle lo sucedido? De otra forma terminaría llegando a su puerta de la nada, con una herida de bala en su hombro. Pero si le contaba lo sucedido por teléfono, podría alterarla aún más...

Suspiró con frustración y pegó la pantalla de su teléfono contra su frente, como si esperara que aquello la ayudara a la pensar. Inevitablemente recordó a Cole y Cody, y en que quizás se había portado bastante grosera con ambos hace unos momentos. Ellos no habían hecho nada, y estaban tan afectados por todo esto igual que ella, y en lugar de tenderles una mano amiga o de apoyo, había optado por huir... sí, esa era la mejor forma de describirlo. ¿Qué clase de psiquiatra era? A ese paso ella misma tendría que ir a terapia, y todo mundo sabe que los doctores son los peores pacientes. Quizás debía disculparse con ambos antes de irse en la mañana, sobre todo con Cole. Ya habían comenzado a llevarse bien, y de pronto volvía de nuevo a su actitud osca de la nada.

Pero como fuera, por ese día ya era tarde. Quizás lo mejor sería dormir, descansar, y preocuparse por lo demás al día siguiente...

Escuchó entonces como alguien llamaba a la puerta de pronto, tomándola por sorpresa. Se sobresaltó un poco, y el movimiento le causo una molesta sensación de dolor en su hombro. Esperó un poco a que el dolor disminuyera, y entonces se paró con cuidado y se aproximó a la puerta, casi sin pensárselo. De hecho, estuvo a punto de simplemente abrir directamente, pero antes de tocar la perilla se lo pensó dos veces. ¿No habían ocurrido demasiadas desgracias ese día como para ser tan imprudente? Decidió entonces echar primero un vistazo por la mirilla para ver quién era. Aquello, sin embargo, no le ayudó mucho a calmarse.

Parado en el pasillo delante de su puerta, se encontraba Cole, que miraba hacia un lado mientras aguardaba alguna respuesta de su parte. Matilda se apartó un poco de la puerta, como si aquello la hubiera asustado. ¿Qué hacía ahí?, ¿había pasado algo? ¿Y cómo era que se aparecía de esa forma tan repentina justo cuando estaba pensando en él? Y... ¿por qué reaccionaba tan nerviosa exactamente?

Respiró lentamente, intentando calmarse. Aquella reacción era inmadura e irracional. Con más temple, retiró la cadena y el seguro, y abrió la puerta sólo lo suficiente. Cole se giró hacia ella en cuanto la puerta se abrió y le sonrió, un poco nervioso, y un poco incómodo al parecer. Antes de decir cualquier cosa, alzó lo que cargaba en su mano derecha: un six pack de cervezas, al que ya le faltaba una.

—¿Unas cervezas antes de dormir para hacer las paces, doctora? —le sugirió con un tono jocoso.

Matilda lo miró con severidad, pero no demasiada. No se veía ebrio como tal, pero tenía el presentimiento de que llevaba más de una cerveza encima. Aun así, le sorprendía, y a la vez le avergonzaba un poco, como a pesar de todo se comportaba con tanta ligereza con ella, queriendo "hacer las paces", como si todo se le resbalara. O era una persona con un buen balance emocional, o era otra más de sus máscaras.

—Lo siento, no bebo —le respondió intentando no ser cortante—. Y aunque así fuera, no podría mezclarlo con mis medicamentos.

Cole sólo sonrió y asintió un poco.

—Lo presentí... —murmuró, señalándola con gesto astuto—. Buenas noches...

Hizo un ademán de despedida con su cabeza, y sin decir más se dio media vuelta con la clara intención de volver a su propia habitación.

—Pero... —pronunció Matilda con fuerza, llamando su atención antes de que se fuera. La doctora pareció de nuevo debatir consigo misma unos momentos, pero al final abrió más la puerta y se hizo a un lado—. Pasa, si quieres. Supongo que a ambos nos vendría bien hablar un poco.

—¿Me cobrarás la consulta? —le preguntó el detective con tono juguetón, a lo que Matilda respondió sólo con una mirada inquisitiva. Cole prefirió entonces no seguir tentando a la suerte con bromas, y aceptó la invitación.

El oficial pasó al cuarto, y Matilda cerró la puerta detrás de sí.

— — — —

Cody tuvo suerte y consiguió un cuarto individual para pasar la noche, aunque le costó bastante más de lo que esperaba. No llevaba pijama por lo que sólo se retiró su camisa y pantalones para dormir en ropa interior. No traía tampoco un cepillo de dientes, y en realidad ni siquiera había cenado algo, aunque por algún motivo no tenía hambre; de hecho, sentía el estómago revuelto. No se duchó, sólo se lavó la cara y se remojó un poco el cabello. Luego se recostó en la cama, apoyando su cabeza en una torre de tres almohada para estar casi sentado, y encendió unos momentos el televisor. No le puso mucha atención, sin embargo; la tenía más como un sonido de fondo para no sumirse en el silencio.

Los ojos azules del profesor se enfocaban más que nada en el botecillo anaranjado con aquellas pastillas mágicas, esas que le garantizaban poder dormir toda la noche sin ningún sueño o pesadilla, a costo de prácticamente no descansar en realidad, más vaya Dios a saber qué otro efecto secundario desconocido pudiera surgir de repente. Se preguntó a sí mismo si realmente las necesitaba; quizás no pasaría nada, quizás se preocupaba de más... Pero sabía que aquello era engañarse a sí mismo. Conocía muy bien cómo funcionaba su mente, y sabía que no había forma posible en que pudiera pasar la noche sin alguna horrible pesadilla acompañándolo. Ya fuera el Canker Man, Lily Sullivan, o una horrible y deforme masa oscura comiéndose a Eleven sin que pudiera alcanzarla; fuera lo que fuera, se materializaría por los pasillos de ese hotel, poniéndolos en riesgo a todos. Así que no tomar esa pastilla, no era opción. Aun así, llevaba cerca de media hora contemplando el botecillo, esperando que algo en su etiquita cambiara y le indicara que no lo hiciera.

Suspiró cansado. Colocó las pastillas sobre el buró y tomó en su lugar su teléfono. Revisó su conversación con Lisa. Le había mandado dos mensajes luego de lo ocurrido en el hospital, y había intentado llamarla una vez que estuvo en el cuarto. Lisa no respondió a ninguna de esas cosas, e incluso no aparecía como conectada desde hace horas. Intentó que aquello no le molestara, especialmente cuando él mismo la había ignorado unos días luego de su discusión; quizás era su manera de vengarse. Pero su última conversación lo tenía intranquilo, y en especial qué podía hacer Lisa con la información que le había compartido. No era que supusiera que se lo diría a alguien, pero quizás simplemente no lo tomaría bien. Quizás no sabría de ella en días, y cuando al fin la localizará sería para acabar todo en malos términos. Tal vez decirle había sido un error... quizás debió haber terminado todo cuando tuvo oportunidad.

Se sintió de pronto algo egoísta y tonto por estar pensando en eso en un momento como ese. Eleven estaba en coma, personas habían muerto, Samara había desaparecido, a Matilda le dispararon, y no tenían ni idea de quién era ese misterioso enemigo que los rondaba, o si acaso tarde o temprano volvería a acecharlos. En comparación, sus preocupaciones se sentían algo pequeñas... pero no por eso carentes de toda importancia.

Sin que se lo propusiera del todo conscientemente, sus manos terminaron abriendo el frasco y sacando de su interior una de esas pequeñas pastillas ovaladas color rosado. La contempló unos segundos en su mano, algo temeroso, sólo para justo después metérsela de un solo empujón en su boca, seguida después por un pequeño sorbo del vaso de agua que reposaba sobre el buró.

Estaba hecho.

Se recostó boca arriba, mirando hacia el techo mientras la televisión y la luz seguía aún encendidas. Su visión y su mente no tardaron en divagar, y los sonidos de la tele a distorsionarse y volverse confusos. De un momento a otro, no se encontraba precisamente dormido, pero su cuerpo ya no se movía, su vista no miraba nada en realidad, y sus oídos tampoco oían algún sonido. Sencillamente estaba ahí, recostado, con sus ojos pelones sin poder cerrarse, mientras su mente desaparecía en lo alto. De cierta forma aquella sensación era como una pesadilla, pero al menos era una que sólo lo atormentaba a él... como debía ser.

— — — —

Cole tomó asiento en la alfombra del cuarto a lado de la cama, mientras tomaba tranquilamente sus cervezas. Aparentemente el hecho de que Matilda las rechazara, no era motivo para que se desperdiciaran. Por su parte, la huésped del cuarto se sentó en la cama con sus piernas estiradas. Mientras él bebía cerveza, ella se conformaba con una de las botellas de agua y bolsa de cacahuates de regalo que venían con el cuarto; estos últimos los había colocado sobre el cobertor de la cama para que fueran más sencillos de tomar con su mano libre.

—¿Él no sabía que estaba muerto?, ¿enserio? —Cuestionó la psiquiatra con escepticismo. Antes de que Matilda se diera cuenta, su casual conversación se había dirigido rápidamente hacia el tema de los fantasmas. Suponía que era bastante común en una conversación de amigos, en noches con cervezas y aperitivos, comenzar inusitadamente a hablar de espíritus y demonios. Pero esa ocasión era especial, pues lo hacía con alguien que se suponía era más que un experto en la materia.

Cole dio un sorbo de su segunda (¿o tercera?) lata, antes de responderle.

—No es tan raro, en realidad —explicó—. Creo que ya se los había comentado, pero cuando la muerte es violenta y repentina, el paso de un estado a otro es tan brusco que las almas se confunden, y no son capaces de procesar toda la experiencia. A partir de ese momento, viven su día a día sin darse cuenta del paso del tiempo, o de aquellas cosas que contradicen la realidad en la que quieren creer. No ocurre todas las veces, pero si es lo más habitual.

Sorprendentemente, el oficial hablaba con bastante fluidez y elocuencia a pesar de ya traer algunos mililitros de alcohol encima; quizás incluso con más elocuencia que cuando estaba sobrio.

—No lo entiendo —señaló Matilda, justo después de introducirse un cacahuate a la boca—. ¿Quieres que crea que no se daba cuenta de que su esposa, ni nadie más, le hablaban o se percataban siquiera de su presencia­­?

—Te lo dije —Cole se encogió de hombros—, interpretan el paso del tiempo y de la realidad como mejor se ajusta a lo que quieren creer. Tú eres psiquiatra, debes entenderlo mejor que yo. Como a raíz de una experiencia traumática, algunos recuerdos se bloquean y se crean realidades para protegerse a sí mismos.

—¿Y eso aplica también para los fantasmas? —cuestionó Matilda, arqueando una ceja.

—Así parece.

—Qué interesante —musitó la castaña, algo sarcástica—. De haberte conocido antes, podría haber hecho mi tesis sobre la psicología de los muertos.

Cole rio, divertido por su jovial comentario.

—No creo que haya muchos de tu ramo listos para aceptar esa idea de forma seria. Cómo tú, por ejemplo —la señaló entonces con la misma mano que sostenía su lata.

—¿Crees que no me lo estoy tomando enserio?

—¿Lo haces?

No, no lo hacía en realidad... o al menos, no del todo. Pero en esos momentos se sentía mucho más abierta a considerar la posibilidad. Habían pasado bastantes cosas incontrolables esos últimos días, en las cuales su orgullo y soberbia no habían sido de mucha ayuda. Y después de conocer más al detective Sear, no veía porqué la engañaría o mentiría. Además, no es que fuera a resolver los misterios de la vida y la muerte esa misma noche; sólo era una charla amistosa entre amigos. Y quizás, oyendo más cómo él veía ese mundo de espíritus errantes, entendería un poco qué se ocultaba detrás de su máscara de jovialidad y despreocupación.

—¿Y tú sabias que él era un fantasma? —inquirió Matilda, intentando volver a la anécdota de la que estaban hablando.

—No al principio —respondió Cole, moviendo un poco su cabeza hacia un lado, y luego hacia el otro—. Ya a estas alturas he aprendido como reconocerlos, y principalmente a sentirlos. Al menos a la mayoría... Pero en aquel entonces sólo me podía fiar en su apariencia, y en el frío que los acompañaba. Las primeras dos veces que lo vi no sentí lo mismo que con otros, pero conforme pasé más tiempo con él pude darme cuenta. Bueno, también ayudó el hecho de que mi madre nunca me comentó que quisiera que viera a un psiquiatra, y una vez que se lo mencioné noté que no sabía de qué estaba hablando. Luego de eso, pude verlo con su verdadera apariencia.

—¿Y cuál era esa? —preguntó Matilda con genuino interés.

—Básicamente se veía normal, pero por alguna razón muchos fantasmas errantes que aún no cruzan al otro lado, suelen verse con la apariencia que tuvieron el instante justo antes de morir. En el caso del Dr. Crowe, a él le dispararon en el abdomen, y tenía su camisa cubierta de sangre. Dentro de lo que cabe, fue de lo menos aterrador que vi en esos tiempos.

—¿Y él no se daba cuenta?

—¿De la mancha? Supongo que no. Vuelvo lo que dije antes, se engañan a sí mismos. Pero cuando me di cuenta de qué era en realidad, no le tuve miedo como a otros, pues nunca sentí amenaza en él. Realmente quería ayudarme, y lo logró. —Tuvo una pausa momentánea, en la que miró fijamente la pared opuesta, perdiéndose un poco en aquel pensamiento—. Creo que fue el primer amigo real que tuve... y ya estaba muerto.

Pese a que al inicio bromeó un poco con la idea, en realidad a Matilda comenzó a parecerle un poco interesante aquel punto. La idea, hipotética o no, de estudiar los estados de la mente por los que pasaba una persona fallecida, sería un campo totalmente virgen en el que habría mucho que descubrir. Aunque, si aquello era de alguna forma posible, podía apostar que alguien más, con ayuda de alguien como Cole, ya había hecho algo similar sin llegar a publicarlo, o pasando sin llamar mucho la atención de la comunidad científica, por obvias razones.

Matilda dio un pequeño sorbo de su botella de agua mientras pensaba en aquello. Dejando un poco de lado el carácter profesional (o pseudo profesional) del asunto, había algunas otras implicaciones inherentes a la posibilidad de hablar con los muertos, algunas de carácter un tanto más... personal, pero que se negaba a darles forma definida en su cabeza, como si aquello le avergonzara.

—¿Y le dijiste? —preguntó Matilda de pronto tras ese rato de silencio, tomando a Cole un poco desprevenido.

—¿Qué cosa?

—Que estaba muerto en realidad.

—No... —vaciló Cole—. Pero le di un pequeño empujón para que se diera cuenta él solo. Ya no lo vi mucho después de eso, así que supuse que había pasado al otro lado. Aunque una vez cada tantos años, se me vuelve a aparecer para darme algunos consejos, como si fuera mi Obi Wan personal.

Su "Obi Wan"... aquella afirmación le trajo a Matilda un viejo recuerdo. Miró pensativa hacia la puerta, mientras tomaba un cacahuate más del montón a su lado.

—¿Cuándo un alma cruza al otro lado... puede volver a este mundo? —preguntó de pronto, con algo de duda en su tono. Cole la volteó a ver, extrañado. No por su pregunta, sino por la forma en la que la había hecho.

—Sólo en ocasiones muy contadas, y creo que sólo ante personas como yo —le respondió con más seriedad que antes—. Es decir, con el Resplandor adecuado para comunicarse con ellos. Pero nunca se quedan mucho. El estar de este lado les resulta a veces doloroso. ¿Por qué la pregunta? —Cole se giró por completo hacia ella, mirándola con ojos curiosos—. ¿Está pensando en aquel doctor que saltó del techo o en la Sra. Morgan? —Matilda siguió mirando hacia la puerta sin decir nada—. ¿O en Carrie White? —Matilda siguió en silencio, aunque su rostro hizo un pequeño gesto, similar a cómo si el estómago le doliera.

Cole entonces comenzó a ponerse de pie, lo más diestro que las cervezas que había tomado le permitían, y se permitió sentarse en la orilla de la cama. Matilda no se lo impidió. El detective la miró con seriedad, como un padre a punto de darle un sermón a un niño; uno calmado, pero severo.

—Soy el menos adecuado para decir esto, o quizás el más dependiendo de cómo lo vea —declaró con voz calmada. Matilda lo miró apenas un poco—. Pero no es bueno aferrarse a los muertos. —Hizo una pausa para beber un poco de lo que quedaba en su lata, y de paso aclarar sus ideas—. Mi madre murió de cáncer hace ya unos ocho años... ¿o ya son nueve? Como sea, cuando recién ocurrió, era tan fácil... llamarla ante mí, y poder verla y hablar; fingir que nunca se había ido. Pero lo que hacía estaba mal. Le estaba haciendo daño por mis deseos egoístas, y a mí igual. Entendí por las malas que aunque sea muy difícil, quizás de las cosas más difíciles que se puedan hacer, lo mejor es dejarlos ir. Así ellos pueden descansar en paz, y nosotros también.

Matilda se sintió impresionada por lo sabias y convincentes que sonaban aquellas palabras, incluso viniendo de alguien medio borracho. Aunque no había pasado por una experiencia ni remotamente similar a la que él describía, podía imaginarse el impacto emocional que eso podría tener en un individuo. Quizás aquello había sido participe de esa máscara que ahora usaba, pero... sentía que mientras lo escuchaba, había logrado por esos instantes ver y escuchar al verdadero Cole Sear. Y lo que percibió... debía aceptar que no lo desagradó. Aunque si oliera menos a alcohol, sería mejor.

La castaña sonrió sin proponérselo, y sin estar segura de por qué exactamente. Simplemente se le había escapado.

—Eleven tenía razón —señaló de pronto, sentándose derecha en la cama y acercándose más a él—. Realmente tienes una perspectiva de todo esto que yo nunca podría tener, o siquiera comprender. Me hubiera gustado poder aprovecharla mejor, en lugar de sentirme amenazada por tu presencia. Quizás las cosas hubieran resultado diferente... —miró con pesar hacia un lado.

—No hubiera sido así, y lo sabes —comentó Cole con burla—. Si te hace sentir mejor, yo también sentí un poco de celos cuando pregunté sobre ti y escuché todo lo que la gente de la Fundación decía sobre la "Favorita de Eleven".

—Oh, Dios —exclamó Matilda entre risas nerviosas—. ¿Realmente me llaman así?

Había llegado a pensar que todo aquello que Cody le había dicho era sólo para molestarla, pero tal parecía que era un apodo muy real.

—No les digas que yo te dije —pidió Cole también entre algunas risas—. Pero la reputación que te precede puede ser algo intimidante, y crear muchas expectativas.

—Cuánta presión. Pues, espero haber cumplidos esas expectativas.

—Lo hiciste —señaló el detective con convicción, inclinándose un poco hacia ella—. Y de sobra...

Aquello tomó a Matilda un poco por sorpresa. Sintió como sus mejillas se ruborizaban, e inconscientemente se hizo un poco hacia atrás, como queriendo hacer aunque sea un poco más de distancia entre ellos. Cole al parecer pensó que la había incomodado, cosa que Matilda no estaba segura de afirmar si había sido cierto no. Aún a pesar de su estado alcohólico (que aparentemente era capaz de controlar bien), el policía tuvo la claridad para decidir que quizás había sido suficiente por una noche.

—Será mejor que me vaya —señaló parándose de la cama con todo y el par de cervezas que le quedaban, tambaleándose un poco en el proceso, pero logrando quedar de pie—. De seguro quieres dormir. Mañana viajarás, después de todo.

—Sí, será lo mejor —respondió Matilda con calma, parándose también para encaminarlo a la puerta.

—La próxima vez que nos veamos, tendrás que contarme sobre ese poltergeist que viste cuando eras niña.

—No lo creo —susurró Matilda con ironía. No creía poder llegar a ese nivel de confianza alguna vez.

La psiquiatra le abrió la puerta, y Cole se dirigió con paso tranquilo, quizás para evitar caerse, hacia el pasillo. Antes de que saliera, sin embargo, Matilda lo detuvo.

—Cole, espera un poco —le susurró, colocando una mano sobre su brazo para detenerlo. Sus ojos lo miraron fijamente con algo de intensidad—. Dime la verdad... ¿realmente qué fue lo que viste en Samara? —Cole la miró inmutable—. Todo lo que me dijiste del supuesto demonio... ¿era enserio?

Cole no supo descifrar si lo estaba preguntando porque comenzaba a creerle, o quizás porque esperaba que le dijera algo que despejara las notables dudas que comenzaban a ocupar su mente. La cerveza tampoco le ayudó mucho en descubrirlo. Por lo mismo, antes de decir algo que pudiera arruinar ese pequeño momento que habían compartido, decidió decir algo que quizás no era lo que esperaba, que de todas formas era bastante sincero.

El oficial respiró hondo y se apoyó en el marco de la puerta para evitar caer

—Personas como Eleven y yo solemos caminar tanto en las sombras, que llegado un punto es todo lo que vemos. Pero tú pudiste ver la luz en esa niña, y darte cuenta de que había bondad en ella. Quizás eso era lo que ella más necesitaba, en realidad. Estoy convencido de que de haber tenido el tiempo y las posibilidades, hubieras podido salvarla. Sin importar qué fue lo que yo vi o no vi.

Matilda sonrió escuetamente, y apoyó su cabeza contra la puerta abierta.

—Eso no me consuela.

—Lo sé —respondió Cole, encogiéndose de hombros—. Pero a diferencia de Carrie White o la señora Morgan, Samara sigue viva. Mientras haya vida, aún hay esperanza, ¿no?

Matilda asintió levemente, sin estar de hecho del todo convencida.

—Buenas noches, Detective.

—Buenas noches, Doctora.

Cole se retiró, oscilando un poco por el pasillo hasta llegar al ascensor al final de éste. Matilda cerró la puerta cuidadosamente una vez que él se fue, y se quedó un rato delante de ésta, con su frente apoyada contra la superficie lisa de madera. No estaba segura si esa corta conversación le había ayudado de alguna forma a alguno de los dos. Pero algo tenía un poco más seguro: iba a extrañar a ese... "detective de los muertos".

Suspiró y se acomodó un poco sus cabellos con su mano libre. Ahora sí debía hacer el intentó dormir. Cómo bien Cole había dicho, el día de mañana le tocaba viajar.

FIN DEL CAPÍTULO 49

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