Capítulo 43. Tuviste suerte esta vez
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 43.
Tuviste suerte esta vez
Esther en verdad se encontraba a unos metros de la misma salida por la que habían entrado cuando habló esa última vez para avisarle a Lily. Su recorrido había sido bastante despejado tras perder de vista a Matilda. Sólo se habían cruzado con un enfermero golpeado y aturdido que intentó detenerlas, y Esther se los quitó del camino con tres balas en el abdomen. El hombre aún respiraba (aunque con dificultad) tirado en el suelo mientras se alejaban. Samara ni siquiera pestañó.
De hecho, la niña de largos cabellos negros a la que arrastraba con ella, se había mantenido bastante callada. No hacía intento alguno de detenerse o impedir que Esther la llevara consigo; sólo miraba perdida al suelo mientras avanzaban, como si no fuera siquiera consciente de en dónde se encontraba o hacia dónde iba. Esther no sabía si sólo estaba en shock por lo que había ocurrido hace poco, o quizás en realidad estaba arrastrando por todo ese hospital a una zombi comatosa. Pero se preocuparía de eso después; de momento ese estado alelado le hacía las cosas más fáciles.
Y hasta antes de estar prácticamente cruzando la puerta, realmente todo aquello le había resultado bastante sencillo, o al menos más que cómo había sido su travesía en el Providence Medical Center de Portland, a pesar de que la cantidad de gente a la que había tenido que dispararle era relativamente mayor. Claro, en aquel entonces no tenía a la pequeña hechicera de Lily Sullivan de su lado para cuidarle las espaldas; quizás sin eso todo hubiera sido sustancialmente más complicado. Pero entonces todo se volvió un poco menos simple.
—¡Leena Klammer! —escuchó que alguien gritaba con fuerza, resonando por el pasillo, e instintivamente el oír su antiguo nombre la hizo detenerse—. Policía, tira tu arma y alza las manos.
Esther se encontraba con su cara hacia la puerta, por lo que no podía ver directamente al apuesto detective de Filadelfia a sus espaldas, que la apuntaba directo a la cabeza con el arma que acababa de pedir prestada al detective Vázquez. Aun así, sus solas palabras y la forma en las que las había dicho, le indicaron sin lugar a la duda de que en efecto era un policía, y en efecto le estaba apuntando; esto último lo sintió como un escozor caliente en la parte trasera de su cabeza.
—No intentes nada, ni siquiera des un paso de dónde estás —exigió tajantemente Cole Sear, manteniendo aún su distancia antes de atreverse a acercarse un poco más.
Esther examinó rápidamente sus opciones. Hasta ese momento, no estaba aún segura si era capaz o no de sobrevivir a un disparo con su nueva e inusual naturaleza, y en realidad no se sentía con la suficiente suerte para probarlo en esos momentos. Podría apostar a que no le dispararía, o no lo suficientemente rápido antes de que ella lo hiciera. Pero en ese sentido él tenía la ventaja (la tenía justo en mira en esos momentos), y por su voz tan firme podía notar que no tenía duda en tener que hacerlo si era necesario. Además, la había llamado Leena Klammer; sabía quién era en realidad, así que era poco probable que le causara titubeo dispararle a esa "inocente chiquilla".
Si intentaba tomar de nuevo su radio y hablar con Lily, igualmente era probable que le disparara. Y, aunque lograra hacerlo, ¿cuánto tardaría su feliz acompañante en hacer algo para ayudarla desde donde quiera que estuviera? La otra alternativa era la niña que tenía justo a su lado, que era obvio que también tenía sus habilidades. Pero estaba tan ensimismada en sí misma (ni siquiera había reaccionado a la abrupta presencia del policía), que era poco probable que pudiera convencerla de hacer algo para ayudarla.
Decidió, de momento, hacer lo que le pedía. Hacer un poco de tiempo en lo que Lily llegaba hasta ese sitio y se encargara de ese idiota con sus habilidades únicas; si en efecto, no la dejaba morir y decidiera irse de ese sitio ella sola. Como fuera, Esther tiró su arma al suelo y alzó sus dos manos sobre su cabeza como le habían indicado. Eso debía causar al menos un poco de confianza en ese policía, y los hombres confiados cometían errores.
—Samara, ven conmigo ahora —indicó Cole con fuerza de mando en su voz, pero la niña a la que le hablaba no respondió; no alzó siquiera su rostro, como si no lo hubiera escuchado—. ¿Samara? ¿Qué le hiciste?
—Nada, ella quiso irse conmigo por su propia voluntad —respondió Esther con simpleza, y Cole no le creyó en lo absoluto.
—Samara, soy yo, Cole; el amigo de Matilda. Ven hacia mí, yo te protegeré.
Samara siguió sin reaccionar en un inicio. Luego, poco a poco comenzó elevar su mirada en su dirección, y eso tranquilizó un poco a Cole. Sin embargo, dicha tranquilidad no le duró mucho. La expresión de Samara parecía ausente y perdida, como si estuviera caminando dormida, y esto le provocó una muy mala sensación a Cole.
—Asesiné a mi madre —murmuró despacio—. Ya no puedo regresar...
—¿Qué dices? —Cuestionó Cole, confundido—. Escucha, no sé qué haya pa...
Y entonces, el oficial dejó de hablar abruptamente. Al inicio Esther no entendió qué ocurría, pero luego de varios segundos sin escuchar nada más, se giró lentamente a mirarlo sobre su hombro. Y entonces ahí se dio cuenta de que no sólo había dejado de hablar, sino de cualquier otra cosa. De un momento a otro, se quedó totalmente paralizado en su sitio, apuntando al frente con su arma, pero ya no dijo nada ni se movió. Sus ojos ya no parecían estarlas viendo a ellas, ni nada en particular.
—¿Qué le pasó? —inquirió Esther.
¿Había sido Samara?, ¿o Lily tal vez? Echando un vistazo a la que tenía más cerca, no creyó que fuera la primera opción; Samara seguía igual de metida en su propia cabeza. Y no veía a Lily por ningún lado.
No sabía qué había ocurrido, pero tampoco se quedaría a descubrirlo. Tomó a Samara de la mano y corrió el medio metro que las separaba de la puerta y la abrió de golpe. Del otro lado, sin embargo, encontró un nuevo aparente obstáculo que le cortaba el camino. De pie a corta distancia de ellas, se hallaba un hombre de piel oscura, alto y fornido, con su cabello negro largo sujeto en varias trenzas, y una barba de candado alrededor de la boca. Su expresión era agresiva, e hizo que Esther se estremeciera e incluso retrocediera un paso por la impresión.
Esther tuvo el impulso de apuntarle de nuevo con su arma, pero en el apuro la había dejado en el suelo como Cole le había indicado. Miró hacia atrás, intentando determinar qué tan rápido podría moverse para alcanzarla, pero no lo necesitó. Aquel hombre las pasó de largo, caminando con paso firme por su zurda, y luego entrando por la puerta. Se agachó entonces para tomar el arma de Esther del suelo.
—Lárguense de aquí, ahora —les indicó tajantemente sin voltear a verlas.
—¿Y tú quién eres? —Espetó Esther, desconfiada.
—¡Que se muevan!, ¡ya! —Les gritó casi furioso, mirándolas sobre su hombro—. Yo me encargo de este tipo.
Sin dar más explicación, avanzó hacia Cole con el arma en mano, colgando a un lado de su muslo derecho.
Esther no comprendió, pero no pensó desaprovechar la oportunidad con vacilaciones.
—Cómo digas...
Volvió a tomar a Samara de la mano y la jaló en dirección a dónde yacía oculta su camioneta.
Una vez solo (aunque no era que eso hubiera sido un determinante), James, el misterioso salvador de Leena, se paró firme delante de Cole y lo contempló unos momentos fijamente, mientras el rostro del policía seguía congelado en el tiempo en una sola expresión de perplejidad. James lo supo de inmediato: era uno de ellos, de esos que pasó tantos años cazando y alimentándose. Y era uno muy poderoso; no necesitaba las habilidades de su Mabel para sentirlo, pues le bastaba con percibir como su mente luchaba para librarse de la atadura que le estaba imponiendo.
Meditó un poco en sus posibilidades; sería una pena desperdiciar un alimento tan único, pero no tendría el tiempo suficiente para sacárselo cómo es debido. Podía sentir como luchaba, y él por su parte aún seguía bastante débil. De seguro en cualquier momento se libraría. La solución más práctica era acabarlo rápido, devorar lo más que pudiera brotar de él y salir de ahí lo más pronto posible. No era una comida ideal, pero era una comida.
Mientras James pensaba en todo ello, era ignorante de que había alguien más ahí, o más bien algo. Él no la veía, y quizás Cole en su estado no era capaz de procesar por completo lo que sus ojos captaban. Pero por encima del hombro izquierdo de James se asomaba el rostro de aquel ser que se había presentado ante Cole con el nombre de Gema, con esa misma apariencia que le había mostrado en un inicio, con su cabello castaño un poco desarreglado, sus ojos azules serenos, y sus labios rojos torcidos en una sonrisa complacida ante lo que veía. Miraba atentamente al detective, deseando ver cómo terminaba esa escena tan interesante.
—Te lo advertí, guapo —pronunció con un tono juguetón aquel ser con forma de mujer, palabras que de seguro Cole escuchó, pero quizás no entendió.
Sin pronunciar ninguna palabra, James levantó su brazo, colocando el arma justo delante de la cara de Cole, con la punta del silenciador a sólo unos centímetros de su ojo izquierdo. E igualmente, permaneciendo en silencio, pensaba presionar el gatillo, y lo hubiera hecho sin el menor pudor... sino fuera porque su dedo, y toda su mano entero, no le respondía. A pesar de todo el esfuerzo que aplicaba, no era capaz de mover su dedo ni un milímetro.
—¿Qué...? —Exclamó perdido, en especial cuando su mano lentamente comenzó a girarse, hasta que la punta del arma le apuntaba directo a su propia cara, y todo ello sin que él se lo ordenara.
No era posible, ¿acaso ese hombre estaba haciendo eso? Lo miró de nuevo. Los ojos del policía habían cambiado por completo; no eran sus ojos.
—Ni se te ocurra —murmuró aquel hombre, pero la voz que James escuchó en su cabeza también sonó diferente; sonó a la voz de una mujer.
Cole bajó su mano derecha con su arma, y agitó la izquierda rápidamente hacia un lado. El cuerpo de James se elevó del suelo y voló violentamente hacia la pared. Chocó contra ésta y luego cayó al piso; el arma se le había resbalado de las manos en el proceso.
—¿Quién eres...? —exclamó James aturdido, intentando alzarse lo más rápido posible.
—Yo hago las preguntas aquí —le respondió la misma voz de mujer con autoridad. Extendió de nuevo su mano izquierda hacia él y James cayó de sentón al piso como si dos grandes manos lo hubieran empujado hacia abajo desde los hombros—. ¿Para quién trabajas? Dime su nombre.
James lo miró desde abajó con inquebrantable dureza. No había miedo como tal en él, pero sí bastante inquietud ante la pregunta que le acababan de hacer.
—Si fueran listos, le entregarían a las niñas y dejarían las cosas así. No saben lo que es capaz de hacer ese demonio.
—¡Tú no sabes de lo que soy capaz yo! —Le gritó con fuerza, con su voz resonando como mil ecos. James sintió que su cuerpo se presionaba contra la pared, como si una pesada bota se aplastara contra su pecho, dificultándole respirar.
Quien estaba usando al policía como conducto debía ser otra más de ellos, e incluso una más poderosa que ese individuo. Era impresionante, quizás eran tan poderosa como... aquella mocosa paleta.
Por unos momentos, James sintió que ese sería el final de ese largo viaje. Si no lo mataba esa mujer quién quiera que fuera, lo haría quien lo había mandado a esa estúpida misión. No había arrepentimiento en él sobre la idea de al fin ciclar y desaparecer por completo de ese mundo, como quizás debió haberle ocurrido hace cinco años, salvo quizás uno: Mabel. ¿Quién cuidaría de su Mabel? Sabía bien que el monstruo que los había arrastrado a todo eso no lo haría. A lo mucho la usaría, las exprimiría hasta la última gota, y luego se desharía de ella cómo lo hacía con todo. Esa sola idea le causaba tanto coraje y frustración...
Y hablando del diablo, éste se asomó, o quizás siempre estuvo observando en realidad.
—¿Por qué no me demuestra a mí de lo que es capaz? —se escuchó su voz astuta resonando como una carcajada, tomando por sorpresa a la mujer dentro del cuerpo de Cole Sear.
Sintió en ese momento como si alguien se hubiera parado justo detrás de ella, le rodeara el cuello con un brazo y lo apretaran con fuerza con él hasta casi sofocarla. Sintió además cómo colocaba su rostro a un lado del suyo, y le susurraba despacio en el oído:
—¿Lista para el Round 2, señora?
Y entonces, fue jalada violentamente hacia atrás, arrancada a la fuerza del cuerpo de Cole y desapareciendo entre sombras.
La presión en el pecho de James se esfumó y pudo al fin respirar con normalidad, aunque tuvo en ese momento otro de esos repentinos ataques de tos que lo hicieron doblarse en el suelo. Por su parte, las piernas de Cole se doblaron, y el oficial cayó de rodillas. Tuvo que soltar la pistola con el fin de usar sus dos manos para evitar caer de lleno, pues presintió que no podría ser capaz de volver a levantarse si eso ocurría. Se sentía bastante mareado y confundido. Le parecía haber visto y oído todo lo que pasaba, pero en realidad no estaba seguro; todo era como flashazos espontáneos en su memoria, como fragmentos de un sueño. Pero algo tenía bastante claro: la identidad de quién había intervenido.
—¿Eleven? —murmuró en voz alta, como esperando que de alguna forma la voz de su antigua mentora le respondiera, ya fuera en sus oídos o en su cabeza. Ninguna de las dos cosas ocurrió.
Cole por unos momentos no era del todo consciente de la presencia de James justo delante de él. No hasta que notó por el rabillo del ojo como estiraba repentinamente su mano derecha para alcanzar la pistola que Cole había dejado caer. El detective reaccionó, tomándolo de la muñeca firmemente para evitarlo, y luego estiró su pie para golpear la pistola y hacer que ésta se deslizara hacia un lado por el suelo. Hizo la mano de James a un lado, y de inmediato lo tomó de sus ropas, lo alzó sólo un poco y luego le remató un fuerte puñetazo directo en la cara. James chocó de nuevo contra la pared y luego se precipitó al piso.
El oficial de Filadelfia intentó pararse de nuevo para recuperar terreno, pero James logró barrer sus pies a medio intento y Cole cayó de bruces al piso. James se arrastró con debilidad, y aún con ciertos arranques de tos ocasionales, hacia la pistola. Cole lo tomó firmemente de su tobillo para detenerlo, y rápidamente se le colocó encima, lo giró hacia él y lo golpeó dos veces más en el suelo. Para el tercer golpe, James logró tomarlo firmemente de la muñeca para detenerlo, y entonces ambos hombres comenzaron a forcejear entre sí, haciendo alarde de su fuerza física.
James logró patear a Cole directo en la cara y arrojarlo lejos de él. Su intención era dirigirse de nuevo al arma, pero se le vino otro ataque de tos, mucho más fuerte que los anteriores, que lo inmovilizó. Alzó su manga un poco para echar un vistazo a su antebrazo; esas malditas manchas rojizas de nuevo.
Cole se estaba incorporando de nuevo. James hizo uso de las pocas fuerzas que le quedaban para crear un amarre más, aunque fuera pequeño. Se concentró, se enfocó, y entonces clavó todo su ser en su actual oponente. Cole sintió que todo su cuerpo le dejaba de responder y todo se volvía negro una vez más. Su intento de levantarse quedó en ello, pues cayó sentado al piso, con su cabeza cayendo al frente. Cuando lograra reaccionar de nuevo minutos después, para él no habrían pasado ni un segundo, y de nuevo tendría flashazos aislados que querrían indicarle que no era así. Pero, de momento, estaba totalmente fuera de combate.
James cayó rendido al piso, sujetándose su abdomen y tosiendo con tanta fuerza que algo de saliva se le escurrió de la boca, creando un pequeño charco con ella. Se le había olvidado meter un tercer factor que podría matarlo: esa maldita sarampión, o lo que fuera que lo estuviera consumiendo.
Se paró a duras penas y salió tambaleándose del hospital para dirigirse a su propia camioneta y alejarse de ahí antes de que la policía se enterara de todo eso y acordonara la carretera.
Mientras todo ese combate acontecía, Gema los observaba con detenimiento, esperando que ocurriera algún giro emocionante, pero todo terminó un poco aburrido para su gusto. Cuando James salió por la puerta, aquel ser se aproximó tranquilamente hacia Cole, poniéndose de cuclillas delante de él para contemplar de cerca su rostro perplejo y congelado que asemejaba al de un cadáver, que ni siquiera sabía qué le había pasado; se vía incluso más apuesto así. Gema sonrió ampliamente, pero dicha expresión no reflejaba felicidad, ni ninguna emoción que pudiera asemejarse a algo parecido.
—Tuviste suerte esta vez —susurró intentando imitar cierta dulzura en su voz, mientras con una mano acariciaba su mejilla. Se aproximó entonces a su oído derecho, susurrándole sutilmente—. Pero esa puta ya no podrá protegerte más. Debiste hacerle caso a tu mami cuando podías, guapo. Ahora es tarde; Él ya no te dejará ir, lo siento —Se inclinó hacia su mejilla, dándole un pequeño beso rápido en ella—. Hasta la próxima...
Gema se incorporó y antes de que se enderezara por completo su figura sencillamente se esfumó.
Un par de minutos después, Lily Sullivan pasaría caminando por ese mismo pasillo, vería a Cole tirado en el suelo, pero no le prestaría mucha atención; supondría que sería otro más de las victimas del bello caos que había causado. Saldría por la misma puerta y se reuniría con sus compañeras de viaje sin mayor contratiempo.
— — — —
Eleven había entrado en trance desde hace ya algunos minutos. Se había sentado firmemente en el sillón de su estudio, con su cubre ojos y audífonos para aislar el sonido con el fin de tener la mayor concentración posible. Mike, mientras tanto, la vigilaba en silencio desde una silla colocada a un lado del sillón. Él se había opuesto en un inicio a que lo hiciera, pero su esposa podía ser bastante terca cuando se lo proponía. Tenía la completa seguridad de que algo horrible estaba ocurriendo en aquel sitio en el que se encontraban Matilda, Cole y Cody, y no podía dejarlos solos. Mike de todas formas quiso quedarse cerca, con la quizás absurda idea de que podría hacer algo para traerla de vuelta si algo ocurría. Y aunque en realidad no pudiera hacer algo, se sentía más tranquilo estando ahí que yéndose a otro cuarto.
Al inicio no pareció ocurrir nada, pero casi siempre así era. Por unos minutos sólo estuvo ahí sentada, callada e inmóvil. Mike siempre se imaginaba que aquello debía ser como intentar volar por el espacio, buscando a la persona que quería ver entre un mar de estrellas. Eleven le había dicho que no era precisamente "navegar", pero siempre le había resultado difícil describirlo.
La respiración de Jane se agitó un poco de pronto, sus manos se tensaron sobre el tapiz del sillón, e inclinó un poco el cuerpo hacia el frene como si comenzara a hacer un gran esfuerzo. Al ver esto, Mike se paró por mero instinto, y sintió la tentación de llamarla pero se contuvo.
—Ni se te ocurra —exclamó Jane de pronto con tono agresivo, y por un segundo Mike creyó que se lo decía a él, pero luego comprendió que no era así; ella ni siquiera estaba ahí en ese momento.
Las cosas del cuarto comenzó a agitarse un poco: la mesa de centro, lo que estaba sobre el escritorio, las ventanas que daban al jardín, como si estuviera ocurriendo un pequeño temblor.
—Yo hago las preguntas aquí —murmuró Eleven de nuevo, bastante parecido a como lo había hecho antes—. ¿Para quién trabajas? Dime su nombre.
Mike se preguntó a quién estaba interrogando con exactitud. ¿Tendría todo eso que ver con las preocupaciones que le estaba compartiendo hace sólo un momento atrás?
—Mamá, papá —escuchó Mike que una vocecilla familiar pronunciaba desde la puerta, y un segundo después ésta se abrió.
Mike se apresuró rápidamente hacia ella para evitar que se abriera del todo. Se paró firme en la pequeña abertura que se había creado, y miró a través de ella a su hija Terry, con Babilón a sus pies también mirándolo.
—Ahora no, Terry —le murmuró despacio, interponiéndose como si no quisiera que viera hacia adentro—. Tu madre está proyectándose, no podemos interrumpirla.
—¿Proyectándose? —Murmuró perpleja la niña de dieciséis años, e instintivamente intentó mirar más allá de su padre hacia adentro del estudio—. ¿Justo ahora? ¿Por qué?, ¿pasó algo?
—No pasó nada —le respondió, aunque en realidad no estaba seguro de la veracidad de esa afirmación—. Ve a tu cuarto, no debemos...
—¡Tú no sabes de lo que soy capaz yo! —Se escuchó como Jane gritaba con ímpetu desde su asiento, y el cuarto entero volvió agitarse.
Terry se exaltó un poco sorprendida por tal grito.
—¿Qué está pasando? ¿No necesita nuestra ayuda?
—Terry, tu madre sabe lo que hace. Debemos confiar en ella, ¿de acuerdo? —Colocó entonces una mano detrás de la cabeza de su hija y se inclinó al frente para darle un rápido beso en ésta—. Ahora ve a tu cuarto. En cuanto terminé te llamó.
—Está bien —contestó Terry, evidentemente no muy convencida. Se dispuso a obedecer y dirigirse por el pasillo a su cuarto, y Babilón igualmente parecía dispuesto a hacerlo. Sin embargo, en el último momento el husky pareció arrepentirse. Se detuvo, se giró de nuevo hacia la puerta del estudio, poniéndose en alerta, y luego comenzó a gruñir con ferocidad.
Mike y Terry lo miraron confundidos.
—¿Qué ocurre, Babilón? —Le preguntó Terry preocupada. Se agachó a su lado, intentando calmarlo, pero el animal de hecho se veía cada vez más tenso.
Fue entonces cuando ambos escucharon como Eleven soltaba un fuerte alarido de dolor. Mike se giró rápidamente hacia ella, soltando la puerta. Eleven se había pegado por completo contra el respaldo del sillón y tenía su cabeza hacia atrás; más de esos mismos alaridos salieron de su boca sin reparo. Alzó sus mano con desesperación, intentando prácticamente arrancarse el cubre ojos y los audífonos. Lo hizo, tirándolos al suelo para apartarlos de ella, pero ni así se tranquilizó.
—¡El! —exclamó Mike lleno de angustia, dirigiéndose hacia ella; Terry le siguió por detrás.
—¡No se acerquen...! —Logró gritarles, alzando en ese momento una mano hacia ellos. Los tres, incluido Babilón, fueron empujados hacia atrás para que mantuvieran la distancia.
Eleven permaneció en su asiento, con sus dedos aferrados con sillón como si sus uñas fueran a atravesar en tapiz. Su mirada estaba fija en las puertas de cristal delante de ella, con sus pupilas dilatas por completo. El cuerpo siguió temblando, pero poco a poco todo se fue calmando incluyendo su respiración, hasta que quedó aparentemente tranquila, con su cuerpo más relajado. Sin embargo, algo de sangre escurrió por su nariz por su fosa derecha, llegando hasta sus labios.
Giró su rostro lentamente hacia su esposo, aunque éste no estaba seguro si en verdad lo estaba viendo a él.
—Mike... —susurró Eleven con debilidad, casi como si hablar le doliera.
—¿El? —Murmuró Mike con reservas, aproximándosele con cuidado—. ¿Qué ocurrió...?
Antes de que pudiera acercársele del todo, abruptamente el cuerpo de Eleven se dobló hacia atrás y un grito aún más desgarrador que el anterior se escapó de ella, y toda la casa fue abruptamente sacudida como presa de un fuerte terremoto; incluso Mike cayó a la alfombra al no poder mantener el equilibrio por la sacudida.
Terry, por su lado, se había pegado contra la pared a lado de la puerta, sosteniéndose para no caerse también. Babilón gruñía con agresividad, aunque era en realidad más miedo, en dirección a Eleven. Pero no le gruñía a ella. Su padre de seguro no lo veía, y Babilón sólo lograba sentirlo; pero Terry sí pudo verlo, vio claramente a ese chico de cabellos negros y traje, detrás justo de su madre, rodeándole el cuello con su brazo derecho, el cual presionaba con fuerza y ella era incapaz de quitárselo de encima.
—Mike, ese es su nombre, ¿eh? —Murmuró con malicia aquel individuo cerca del oído de Eleven, mirando de reojo al hombre en el suelo—. Tanto que se esforzó para mantenerme lejos de aquí la primera vez, y mire ahora: me trajo justo hasta su casa, con su linda familia.
Eleven estaba en shock; la había tomado totalmente desprevenida en ese momento, ni siquiera se dio cuenta de en qué momento la había arrastrado hasta ese punto. Era él; no necesitaba que él se lo confirmara. Era el mismo chico de la otra vez, y la tenía por completo a su merced. No era capaz de moverse o de hacer cualquier otra cosa. Jamás había sentido tal nivel de invasión en su persona... nunca se había sentido tan indefensa en toda su vida.
—Mike... Terry... —logró pronunciar con debilidad—. Váyanse de aquí, corran...
—¿Y enserio cree que hay algún lugar en el que se pueden esconder de mí? —Exclamó con marcada sorna en su voz—. Debió haberse quedado al margen, señora. Yo no pierdo dos veces en el mismo juego...
—¿Quién eres tú? —Cuestionó Terry tajantemente de golpe, llamando en ese momento la atención de todos, incluida la del extraño intruso.
—Terry, ¿a quién le hablas? —le preguntó su padre, quien intentaba ponerse de pie; en efecto, él no lo veía.
El misterioso atacante sonrió divertido.
—Ah, ella puede verme. ¿Acaso es como usted? —Pasó entonces los dedos de su otra mano por los rizos de la cabeza de Eleven de forma juguetona—. Quizás también deba hacerle una visita después de que acabe con usted, pero esta vez en persona. O aún mejor, tengo un par de amigos a los que les encantaría que se las diera como regalo; le darían un buen uso...
—Ni se te ocurra ponerle un dedo encima, bastardo —espetó Eleven con tanta rabia acumulada que sus palabras se esforzaban de más para poder salir—. Te juro que te voy a...
—¿Qué me va a qué?, ¿eh? —Ironizó el chico, apretando sus dedos contra su cabeza fuertemente—. Por si no se ha dado cuenta, no está en posición de amenazar a nadie; y nunca más lo estará...
De pronto, los dedos de aquel chico se presionaron tanto contra la sien de Eleven, y parecieron comenzar a hundirse en su piel poco a poco. Pero no era como si ésta se abriera, sino más bien como si los dedos de aquel intruso comenzaran a fundirse con la cabeza de Eleven. Fuera lo que fuera aquello, Eleven comenzó a sentir un tremendo y horrible dolor.
—¡¡Aaaaah!! —gritó con gran fuerza, retorciéndose en su sito pero sin lograr soltarse de ese agarre mental en que la tenía.
Más sangre comenzó a surgir de su nariz... mucha más sangre.
—¡No!, ¡déjala! —Le gritó Terry con tono desafiante, dando un paso hacia él que en realidad no compartía dicho sentimiento.
—Terry —Le llamó su padre, pero ella no lo escuchó.
—¡¡Deja a mi mamá!! —Gritó Terry con gran fuerza, y su gritó resonó como un relámpago.
Toda la habitación se agitó con más violencia como respuesta a su grito, y todo, a excepción del sillón en el que se encontraba su madre sentada, salió volando en diferentes direcciones. Las puertas de cristal estallaron y pedazos de vidrio volaron hacia el jardín. Y lo más importante, la imagen astral de aquel individuo también pareció ser empujado violentamente junto con todo lo demás.
Las luces tintinearon tres veces, para luego apagarse por completo; no sólo en ese cuarto, sino al parecer en toda la casa.
Todo se quedó en silencio justo después. Mike miró a su hija cauteloso; ésta seguía mirando al sitio en el que su objetivo había estado parado hace sólo unos momentos, con la respiración tan agitada como si acabara de terminar una carrera. Miró entonces hacia su esposa. Jane Wheeler se encontraba sentada en el mismo sitio, con sus ojos desorbitados mirando hacia las puertas ahora sin cristal en ellos.
—¿Jane? —murmuró Mike, pero no recibió ninguna respuesta.
Y unos segundos después de que Mike la mirara, su cuerpo se fue ladeando lentamente hacia un lado, hasta caer de costado sobre el sillón, y luego rodó hacia el suelo. Quedó boca arriba en la alfombra, con sus ojos aun totalmente abiertos, pero sin emitir sonido o movimiento alguno.
—¡Jane! —Mike cruzó en menos de un segundo la distancia que la separaba de su esposa y se agachó a su lado, tomándola rápidamente en sus brazos—. Oh, Dios, El, cariño... —Repetía lleno angustia y al borde de las lágrimas. Sus ojos no lo miraban; no miraban absolutamente nada. Pero aún respiraba, aunque muy débil, apenas apreciable—. ¡Llama a una ambulancia! ¡Rápido!
Sólo hasta ese momento Terry fue sacada de su profundo transe. Al mirar a su madre en ese estado en los brazos de su padre, por unos momentos se sintió paralizada pero forzó a que sus piernas se movieran lo más rápido posible, y entonces salió del estudio junto con Babilón en busca de su celular.
—Jane, contéstame por favor, reacciona... —siguió Mike insistiendo, sacudiéndola un poco y dándole palmadas en su mejilla, pero nada funcionaba. Eleven no daba señal alguna de consciencia. Y su respiración, que ya antes era escasa, comenzaba poco a poco a apagarse...
FIN DEL CAPÍTULO 43
Notas del Autor:
—Terry Wheeler es un personaje original de mi creación, pero se encuentra creada en base al contexto de la serie Stranger Things.
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