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Capítulo 37. Algo está pasando

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 37.
Algo está pasando

Aquel 25 de mayo de hace cuatro años, fue un día ocupado para Matilda Honey. Desde temprano tenía citas programadas con sus pacientes en su consultorio. Algunos eran niños resplandecientes, mientras que otros necesitaban de ayuda un tanto más convencional. Había un niño de siete años que recientemente había comenzado a escuchar los pensamientos de sus compañeros a modo de palabras sin sentido en su cabeza. Otro más comenzaba a tener presentimientos sobre cosas que ocurrirían, y estos le provocaban cierta obsesión durante todo el día. Y había también una niña que necesitaba usar guantes constantemente, pues en cuanto tenía contacto, aunque fuera mínimo, con alguna persona lograba percibir sentimientos y pensamientos de ésta que la agobiaban intensamente como si fueran propios. Cada uno ocupaba un cuidado particular, mismo que Matilda estaba poco a poco aprendiendo a llevar a cabo.

Un poco antes de que dieran las siete de la tarde, Matilda se encontraba en sesión con Roberta, la niña que lidiaba con su psicometría. Aunque en un inicio la actitud de ésta había sido algo cerrada, con el tiempo había comenzado a abrirse, aunque fuera un poco.

—Los niños me molestan por mis guantes —murmuraba la pequeña de complexión robusta y de cabellos rizados, estando sentada en el sillón del consultorio de Matilda; ésta se encontraba sentada en un sillón más pequeño, delante de ella—. No entienden porque siempre los llevo a clases... creen que mis manos están deformes y me avergüenzo de ellas.

—Los niños a esa edad se les dificulta entender que sus acciones lastiman a otros —murmuró Matilda cautelosa—. Pero no debes permitir que ello te afecte demasiado, especialmente cuando no es cierto.

—Para usted es fácil decirlo —le respondió secamente—. Usted de seguro era muy popular en la escuela.

—Oh, créeme que no —murmuró con ironía la psiquiatra—. Yo era la niña rara que se la pasaba leyendo libros y no hablaba con nadie. Me molestaban bastante, y también eso me hacía enojar como a ti.

Roberta alzó levemente su rostro, para mirarla con algo de escepticismo.

—¿De verdad?

—¿Crees que mentiría con eso?

—No... ¿y qué hacía cuando eso pasaba?

—Bueno... —Matilda miró un poco al techo, pensando un poco sobre cómo responder.

No sabía si era el enfoque correcto, pero en la poca experiencia que tenía se había dado cuenta de que a muchos niños les gustaba escuchar experiencias reales de otros que eran como ellos. Los hacía sentir menos solos, y les ayudaba a pensar que todo podía mejorar.

—Al principio intenté ignorarlo, pero...

De repente, el sonido característico de su teléfono recibiendo un mensaje sonó abruptamente, interrumpiendo sus palabras. Matida se sintió un poco apenada. Había ido a almorzar un poco tarde, y se le había olvidado ponerlo en silencio después; eran ese tipo de errores de novata que aún en ese entonces cometía.

—Un segundo, Roberta —se disculpó la psiquiatra, y entonces extendió su mano hacia su bolso, que había colocado en el suelo a un lado de su sillón. La intención era ponerlo directamente en silencio como debió haber hecho en un inicio. Sin embargo, dudó en su accionar al ver que el mensaje recibido era precisamente de Carrie White, o más bien del teléfono que ella misma le había dado en los días cuando se conocieron por primera vez.

Hizo memoria rápida, intentando recordar qué fecha era con exactitud, y ésta se le vino a la mente casi de inmediato. Fue eso lo que la convenció de darse unos segundos adicionales y echarle un vistazo al mensaje. Éste era de hecho una foto, de la propia Carrie y tomada por ella misma frente a un espejo. Pero por poco y no la reconocía; se veía totalmente diferente. Su cabello se encontraba peinado y arreglado, su rostro discretamente maquillado, incluso con un sutil brillo labial. Y lo más impresionante fue lo que usaba: un vestido rosa salmón de tirantes, que dejaba sus brazos y sus hombros al descubierto, y que además tenía un lindo escote. Se veía sencillamente hermosa, e incluso sonreía con satisfacción, algo que no había visto en el corto tiempo que llevaba de conocerla. Acompañando a la imagen, venía el texto:

Mi vestido y yo estamos listos

Matilda no pudo evitar sonreír. Nunca había usado un teléfono celular antes, y ahora se estaba tomando una selfie frente a un espejo y mandándola por mensaje; cómo había cambiado en sólo un par de semanas. Esa era la noche del baile del que le había hablado, y realmente se le veía contenta. No tenía ni idea de cómo habría convencido a su madre de que le permitiera asistir, y especialmente con tal vestido. Pero fuera como fuera, en aquel momento a Matilda le pareció que aquello tenía que ser considerado como un gran logro.

Se tomó sólo un momento más para responderle con un mensaje de ánimo final.

¡Te ves hermosa!
Diviértete mucho

Una vez que envió aquello, entonces sí lo colocó de inmediato en silencio y lo volvió a guardar en el interior de su bolso.

—Lo siento, Roberta —se volvió a disculpar, y entonces se sentó de nuevo derecha en su sillón, cruzándose de piernas; la niña la miraba expectante—. Ya no habrá más interrupciones. ¿Qué te estaba diciendo...? Ah, sí... Cuando entré en secundaria...

* * * *

Ya había atardecido en Indiana, prácticamente en un simple parpadeo. Todo ese día Jane Wheeler había estado bastante intranquila, aunque no estaba muy segura de por qué. No era que no tuviera en realidad motivo para estarlo, pues en sólo en un par de días habían ocurrido demasiadas cosas que eran dignas de alterarla. Pero en ese momento en específico, no sabía con exactitud cuál de todas era la causante de su estado. Posiblemente era una combinación de todas ellas.

Acababa de colgar cerca de una hora atrás con Matilda y Cole, quienes se encontraban de camino a Eola, y posiblemente para esos momentos ya se encontraban cerca de aquel sitio o quizás ya habían llegado. Le habían contado de manera rápida lo poco que habían sacado de su conversación con la madre biológica de Samara Morgan. También le resumieron lo acontecido cuando ambos hablaron con Samara días atrás, y las conclusiones que ambos habían sacado de aquello, teniendo más fuerza la de Matilda, pues al parecer Cole y ella habían acordado seguir dicha ruta de ahí en adelante. Eleven se sentía escéptica por tal afirmación, pero su mente tan divagante no le permitió objetarlo de alguna forma; prefirió dejar que ambos se pusieran de acuerdo con ello, y luego hablar con Cole al respecto a solas. Estaba convencida que el detective había obtenido más de esos dos encuentros de lo que había compartido con su acompañante.

Pero aunque el caso de Samara Morgan era importante, y quizás sólo Cole y ella sabían qué tanto, no era lo único que le causaba incomodidad.

Mientras meditaba en todo aquello, miraba de pie por las puertas de cristal de su estudio, que daban hacia su patio. En éste, podía ver a su hija menor, a su pequeña Terry, jugando inocentemente con Babilón, su enorme perro husky blanco y negro. Lo perseguía, o hacía que éste la persiguiera. Se lanzaban ambos al suelo, se revolcaban y rodaban como si fueran dos hermanos jugando. Terry reía como si fuera una niña de ocho años, en lugar de una jovencita de ya dieciséis. Había heredado el cabello rizado y abundante de su madre, y de hecho le recordaba bastante a sí misma, a excepción de su personalidad tan inocente y feliz; tan pura y resplandeciente, en más de un sentido. A ella no se le permitió nunca ser de esa forma, pero el ver a su hija jugueteando tan tranquila le llenaba su pecho de una gran alegría que la hacía sentirse un poco más reconfortante, pero no lo suficiente para olvidarse de sus preocupaciones.

Se encontraba tan sumida contemplando a su hija, que no sintió cuando su esposo Mike entró en el estudio, cargando en cada mano un plato. Eleven, quien era capaz de ver, oír e incluso interactuar con lo que ocurría a kilómetros de distancia de ella, terminó sobresaltándose un poco sorprendida cuando captó por el rabillo del ojo la figura de Mike a su lado. Esta reacción causó un pequeño gesto de satisfacción en el rostro del hombre, e irremediablemente un ligero rubor en las mejillas de ella.

—¿Unos waffles a cambio de tus pensamientos? —le murmuró Mike, extendiéndole uno de los platos. Efectivamente, éste, tenía tres waffles Eggo, de un apetitoso amarillo dorado, bañados con una discreta cantidad de maple.

—Estas cosas —murmuró Eleven con tono irónico, tomando el plato con ambas manos—. Recuerdo cuándo sólo comía esto.

—Yo igual —respondió Mike, con un sentimiento bastante similar.

Eleven tomó uno de los waffles, dándole una mordida por un costado. Lo degustó un rato en su boca, antes de tragarlo. Su expresión se mantuvo bastante neutral.

—¿Es mi imaginación o sabían mejor en nuestra época? —comentó quizás más seria de lo que deseaba, justo antes de dar una mordida más.

Mike se encogió de hombros.

—Todo era mejor en nuestra época.

Eleven sólo rio un poco, sin muchos deseos de debatir su aseveración.

Ambos rodearon la mesa de centro y se sentaron lado a lado en el sillón, volteados hacia las puertas por las que ambos podían ver aún sin problema a Terry y Babilón jugando. Siguieron comiendo cada uno su respectivo waffle, en un silencio pacífico que con los años que llevaban juntos se había vuelto de hecho bastante relajante para ambos. Eleven deseaba que pudieran quedarse más tiempo sólo así, uno a lado del otro, sin tener que pensar o hablar de nada. Pero ella sabía que era un deseo bastante ambicioso.

—¿Y bien? —Cuestionó Mike tras unos momentos, virándose discretamente hacia ella—. ¿Qué es lo que pasa?

Eleven suspiró en silencio. Se terminó el waffle que tenía en su mano, e incluso se permitió limpiarse un poco el jarabe de los dedos con su lengua. Todo ello sin dejar de mirar al frente, al patio, a su hija... y quizás un poco más allá.

—¿Crees que me he vuelto una cobarde? —murmuró de pronto, haciendo que Mike se sintiera inseguro de si en verdad le había hablado a él o no.

—¿Cómo dices?

—Es este asunto con el que estamos lidiando... o los dos asuntos, más bien. El misterioso chico que nos atacó hace unos días, y el caso de la niña que le asigné a Matilda y a Cole. Hubo una época en la que hubiera enfrentado ambos de frente y sin pestañear. Ahora, los dos me tienen inquieta. Siento que me inmovilizan, y dudo de qué debo o no debo de hacer a cada paso. Yo no solía ser tan insegura y temerosa... al menos hasta donde recuerdo.

—No creo que sea inseguridad o temor. Sólo eres vieja.

Eleven casi brincó de su asiento, y entonces se giró hacia su marido con sus ojos totalmente abiertos, e incrédulos.

—¿Disculpa? —le cuestionó casi ofendida. Mike rio, aparentemente divertido por su reacción.

—Me refiero a que ya no eres una niña, ninguno lo es. Y la edad viene acompañada de experiencias, y las experiencias de sabiduría. No eres una cobarde, simplemente has aprendido a diferenciar qué batallas enfrentar de frente, golpeando antes de preguntar, y cuales requieren un poco más de delicadeza.

—No ha sido el mejor de tus halagos —susurró Eleven, con un ligero rastro de molestia en su voz.

—Era más querer aclarar un punto que un halago. —La expresión de Mike se volvió un poco más seria—. Pero si lo quieres ver de otra de forma, se podría decir que hemos aprendido por las malas las consecuencias que pueden venir de actuar sin pensar en este tipo de cosas.

Esas palabras tan ambiguas, resultaron ser bastante claras para la líder de la Fundación, y dicha seriedad se le contagió... e incluso se intensificó. Ya habían pasado tantos años en esa lucha, y habían perdido tanto... y a tantos. Eso definitivamente era mucho más que sólo haber "aprendido por las malas". ¿Era eso lo que le provocaba tanta inseguridad? Quizás... pero no dejaba de pensar que había bastante de miedo involucrado.

Tomó un segundo waffle de su plato, y luego colocó éste junto con el último de los waffles en la mesa de centro. Se sentó pegada contra el respaldo del sillón y se cruzó de piernas, al tiempo que comía lo más tranquila posible su aperitivo.

—También me inquieta otra cosa —murmuró, sin disminuir la severidad de su voz—. Siempre supe que habría otros más poderosos que yo allá afuera. Siempre supe que tarde o temprano, varios chicos de la Fundación como Matilda o Cody, llegarían a hacer cosas que yo ni siquiera imagino. —Hizo una pequeña pausa reflexiva antes de continuar. Volvieron a ella las sensaciones que había sentido durante ese encuentro fortuito de hace días con aquel extraño individuo—. Pero este... hombre, muchacho, o lo que sea con el que me enfrenté... es algo totalmente lejos de mi comprensión. Y está relacionado además con otra chica que también podría ser bastante poderosa... demasiado, diría yo.

—¿Cuál chica? —cuestionó Mike, curioso pero a la vez preocupado.

—Sólo sé que su nombre es Abra. Logré encontrarla por un momento, pero logró darse cuenta de mi presencia y repelerme. Estoy esperando que Mónica me pueda dar más información. Y luego está Samara Morgan, que cada día que pasa me temo que será algo mucho más complicado con lo cual lidiar. —Un suspiro pesado, y casi agotador, se escapó de sus labios en esos momentos—. Muchos chicos con Resplandores demasiados poderosos surgiendo de la nada. Y me hace preguntarme cuantos más habrá...

—Quizás no todos terminen siendo tus enemigos —señaló Mike, un tanto más optimista—. Has sabido hacerte de muchos amigos valiosos en estos años, ¿lo olvidas? Y aunque lo fueran, vamos, eres Eleven —comentó esbozando una amplia sonrisa animada—. Eres la persona más extraordinaria y fuerte que conozco, y mira que en los últimos años he visto tantas cosas que ya casi nada logra sorprenderme; y aun así, tú eres lo más increíble que he conocido. Nadie se atrevería a meterse contigo por segunda vez, ni monstruo ni humano. No sé quiénes sean estas personas que han decidido importunarte tanto, pero sólo puedo sentir lastima por ellas; no saben aún el gran error que cometieron.

De nuevo las mejillas de la mujer se ruborizaron, pero no de la misma forma que antes. Se volteó apenada hacia un lado, como si se tratara de alguna chiquilla de quince años. A pesar de todo el tiempo que había pasado, aún seguía siendo la heroína de Mike, quien era capaz de lograrlo todo, cuya sola presencia garantizaba que todo saldría bien. Y no era Mike el único que la veía de esa forma; sus viejos y nuevos amigos, siempre la volteaban a ver en busca de la mejor solución, cuando todo lo demás parecía perdido. Era un peso sobre los hombros, pero uno que ella no despreciaba... al menos, no normalmente. Pero en esa ocasión, no se sentía del todo segura de poder cumplir con las expectativas...

Se terminó su waffle en silencio mientras reflexionaba en todo lo que su esposo le acababa de decir. Una vez que su mano estuvo libre de nuevo, incluyendo de rastros de jarabe en los dedos, la extendió al frente para tomar el último waffle del plato. Logró tomarlo con sus dedos y acércaselo al rostro, pero no logró introducirlo en su boca. Su cuerpo se paralizó abruptamente, de los pies a la cabeza. Sus ojos se abrieron hasta casi desorbitarse, y sus dedos irremediablemente soltaron el bocadillo y éste cayó directo a la alfombra.

Por un instante su mente divagó y se alejó de ese lugar y momento. Abruptamente se encontraba muy, muy lejos de ahí. Vio rápidos flashazos de pasillos blancos y largos, personas con uniformes o batas blancas, y habitaciones acolchonadas. Su mente se movió por todos esos espacios como una rata escurridiza entre los pies de los ignorantes peatones. No comprendió en un inicio porque estaba viendo todo eso, hasta que fue directo a una puerta con la palaba "seguridad" en ella. La puerta se abrió, y del otro lado pudo ver a tres hombres con atuendos de seguridad. Los tres, en diferentes tiempos, se voltearon hacia la puerta, y justo después se suscitó un gran estruendo que hizo que la cabeza de Eleven se sintiera como si rebotara.

Soltó un alarido de asombro y dolor, e hizo por completo el cuerpo hacia atrás hundiéndose en el respaldo del sillón, con sus ojos perdidos en el techo sobre ella.

—¡Jane!, ¿estás bien? —exclamó Mike, presa de la preocupación. Rápidamente se le aproximó, y la tocó con mucho cuidado, como si temiera de alguna forma lastimarla—. El, ¿me escuchas? ¿Qué pasa?

Eleven no respondía, ni siquiera era seguro que lo hubiera escuchado en realidad. Se quedó contemplando el techo por un largo rato, mientras su mente poco a poco intentaba volver a ese lugar por completo.

—No... no... —fue lo primero que se escapó de sus labios, como pequeños quejidos—. Algo está pasando... o está por suceder...

Mike la miró sin entender, y realmente Jane tampoco entendía del todo. Los detalles se le escapaban, pero lo importante estaba claro: Matilda estaba en peligro; y no sólo ella...

— — — —

El sol comenzaba a meterse cuando Matilda y Cole llegaron a Salem. Habían pasado más tiempo de ese día conduciendo de lo que habían estado en Silverdale. Esos largos paseos por carretera se estaban volviendo demasiado agotadores. Matilda esperaba que ya no tuviera que hacer más de esos, y que al menos en lo que restaba de su caso pudiera quedarse en Eola tranquilamente.

Se detuvieron sólo unos minutos en su hotel en Salem, para estirar las piernas, recoger algunas cosas, y quizás asearse un poco. Luego de ello se dirigieron de nuevo juntos en dirección al hospital psiquiátrico. Matilda le había sugerido a Cole que se quedara en Hotel, pero él insistió en acompañarla hasta el final de ese día. No entendió a qué venía esa obstinación, pero tampoco hizo mucho esfuerzo para rechazarlo. De hecho, estaba tan cansada que posiblemente no podría hacer mucho esfuerzo para nada en realidad. Pero debía ir a ver a Samara, aunque fuera por poco tiempo. Desde su plática con Cody había estado bastante intranquila, y lo estuvo aún más luego de su nada agradable encuentro con Evelyn. Sólo quería echarle un vistazo, hablar con ella un segundo y verificar que estuviera bien.

¿Era normal que se sintiera así de sobreprotectora con una paciente, como Cody le había mencionado? Quizás no tanto... quizás, Cody y Cole tenían razón al decir que le había tomado un cariño especial a Samara. Pero... ¿era eso tan malo?

—Aún es un poco temprano —señaló Matilda justo cuando estaban ingresando al estacionamiento del hospital—. Quizás Cody aún se encuentre aquí.

—Te mueres por ir y ver que todo esté bien, ¿cierto? —comentó Cole con tono burlón, haciendo que la psiquiatra se ruborizara apenada.

—No me molestes, Samara es mi responsabilidad después de todo.

Aparcaron cerca de la entrada. Ambos bajaron tranquilamente del vehículo, pero no podrían ingresar al hospital en ese momento. Cuando ambos ya habían cerrado sus respectivas puertas, vieron cómo se abrió abruptamente la puerta del conductor de un automóvil que se encontraba a dos lugares del suyo. De éste, comenzó a bajarse con algo de dificultad un hombre de piel morena y cabello oscuro, que luchaba para salir tanto él como las dos muletas que traía consigo. Matilda y Cole permanecieron de pie a unos metros de las puertas del hospital, viendo aquella escena con total incredulidad.

—Oh, no puede ser... —exclamó Cole con una nada discreta molestia. Él reconoció de inmediato a aquel individuo, y Matilda igual. De hecho, era bastante probable que hubiera estado sentado, esperándolos especialmente a ellos dos.

El hombre se aproximó con actitud desafiante hacia ellos, a pesar de que se acercaba apoyado en dos muletas; al parecer había aprendido a manejarlas mejor desde la última vez que lo vieron.

—Detective Vázquez, buenas noches... —le saludó Matilda, un tanto impresionada aún.

Era el Detective de Portland que había sido herido durante en el tiroteo del Providence Medical Center hace sólo unos días atrás, y al que definitivamente no le habían dejado para nada una buena primera impresión. Matilda tenía la esperanza de no tener que volver a cruzarse con él de nuevo, pero ahí estaba; y por su rostro, podía adivinar que se encontraba de igual o incluso peor humor que la última vez. ¿Cómo supo dónde encontrarlos? Evidentemente era mucho mejor detective de lo que pensó.

—Me dijeron que no estaba —murmuró Vázquez con voz seca, clavando su mirada directo en la psiquiatra—, pero sabía que si esperaba lo suficiente la sorprendería. —Lo decía como si acaso hubiera querido hacerle una emboscada... y quizás esa era la idea—. ¿Dónde está Lily Sullivan? ¿Dónde está la niña, mujer o lo que sea que me disparó? Dígamelo ahora mismo.

En su voz se escuchó un gran tono de exigencia que no dejaba lugar para la vacilación.

Antes de que Matilda pudiera responderle, Cole dio un paso al frente para interponerse entre ambos.

—¿Enserio sigue con eso? —Le cuestionó el oficial de Filadelfia, con actitud defensiva—. Ya le dijimos que no tenemos ni idea.

—¿Ah no? Quizás les refresque la memoria saber que esa mujer mató a otro oficial ayer en Olympia.

Esa información sorprendió tanto a ambos, que se quedaron mudos por unos instantes.

—Santo Dios —murmuró Matilda, pero no con horror, sino más bien con frustración al recordar lo ocurrido en ese hospital, y como podría haberla detenido si no fuera por esa... oscura intervención.

Sin embargo, poco a poco logró sobreponerse, dejar los sentimientos a un lado por un segundo, y razonar un poco más lo que acababa de escuchar. Especialmente, se concentró en el lugar que había mencionado...

Vázquez, por su parte, prosiguió.

—Era un chico decente que sólo cumplía con su deber. Lo ahorcó en un baño y dejó su cuerpo ahí como si fuera basura.

—¿Eso pasó en Olympia? —murmuró Matilda, casi sin proponérselo.

—Sí, en Olympia —le respondió el policía con agresividad—. ¿Quiere que le dibuje un mapa?

Matilda no hizo mucho caso a esa respuesta, y en su lugar se alejó un par de pasos, cediéndole por completo el control de esa plática a Cole. No entró al hospital, ni tampoco era esa su intención. Sólo quería pensar un poco a solas... o lo más a solas posible.

Olympia... acababa de desayunar ahí esa misma mañana. Claro, Vázquez dijo que pasó el día anterior, pero aun así enterarse de ello la puso demasiado nerviosa de golpe.

—¿Y cómo saben que fue Leena Klammer? —Inquirió Cole, escéptico.

—No les tengo porque explicar nada —respondió Vázquez, encarando de frente al chico de Filadelfi, con actitud demás amenazante—. Si ustedes tienen la menor idea de dónde están, tienen que decírmelo, ¡ahora mismo!

—Vaya que usted es terco; qué no tenemos ni idea de dónde esté esa mujer. Si lo supiera se lo diría, de policía a policía.

—¿De policía a policía? —Vázquez soltó de golpe una sonora risa sarcástica—. ¿Crees que no te investigué? La policía de Filadelfia tiene muchas historias divertidas que contar sobre el loco Detective de los Muertos.

—¿Ah sí? —Musitó Cole; su expresión se endureció gravemente al escuchar tal mofa a sus expensas—, ¿Y una de esas historias es mi taza de casos de homicidios resueltos?

La tensión entre Vázquez y Cole iba en aumento, y su discusión parecía estarse volviendo más acalorada. Pero Matilda no era del todo consciente de lo que ocurría a sólo unos pasos de ella. Seguía pensando en su propio tema.

Esa mujer con apariencia de niña, aquella que había secuestrado a Lily Sullivan, sin lugar a duda trabajaba para su misterioso atacante; no por nada había aparecido precisamente para defenderla y permitirle escapar. Y ahora se dirigió de Portland a Olympia. Eso implicaría que se dirigía al norte... pero, ¿qué había en el norte? Muchas cosas, de seguro. Quizás se dirigía a Seattle, o intentaba cruzar la frontera a Canadá... o quizás algo más alarmante.

"Sólo soy una mensajera", era lo único que le había respondido cuando le preguntó quién era. Si se permitía adivinar, diría que tenía que ser una mensajera de aquel individuo... pero, ¿con qué fin? ¿Para qué quería a Lily Sullivan? ¿Qué había al norte...? Seattle estaba al norte, pero también Silverdale, justo de donde ellos venían. Pero más al norte estaba...

—¿Es cómo ellos, no? —Prorrumpió Vázquez como ferviente acusación—. Usa trucos para hacer creer a todos que puede hacer cosas que no son reales. Pero sus jueguitos ya no me hacen gracia. Podemos hacer esto por las buenas o por las malas.

—¿Me está amenazando? —Le contestó Cole con ímpetu—. Porque en cuanto deje esas muletas, le doy gusto dónde quiera.

—Te patearé tu linda cara con todo y muletas, muchacho irrespetuoso.

—Gracias por lo de linda cara, favor que usted me hace...

Matilda se preguntaba por qué su mente iba en esa dirección, como atraída por un imán. Más al norte de Silverdale se podía llegar a Port Townsend. Una vez ahí, se podía tomar el ferri y llegar a...

Y entonces la idea le bombardeó la cabeza, y detonó con una tremenda explosión. No tenía nada en específico para llegar a esa conclusión, nada que pudiera comprobarle que de todos los sitios posibles al norte de Olympia, ese fuera en efecto el correcto. Pero no le cabía la menor duda, no había ni una pequeña parte en ella que quisiera detenerse a cuestionárselo. Por algún motivo, ya fuera por su Resplandor o por intuición convención, lo sabía con seguridad: se dirigía a la Isla Moesko.

—Samara... —Susurró despacio, con un profundo sentimiento de aprehensión.

Cuando logró reaccionar, se encontraba tan cerca de la puerta automática que éstas se abrieron abruptamente, sacándola de sus pensamientos. Se giró entonces de nuevo hacia Cole y Vázquez que seguían discutiendo. Pero no fueron los dos policías lo que cautivo su atención, sino una extraña sensación sobre su cabeza. Caminó lentamente alejándose de las puertas, y éstas se cerraron de la misma forma que se habían abierto. A medio camino, se detuvo en seco, alzó su mirada hacia el cielo ya casi estrellado por completo, y logró ver, o más bien sentir, algo de gran tamaño que se desplomaba hacia ellos desde el tejado el hospital. Esto la puso totalmente en alerta.

—¡Cuidado! —Exclamó de golpe y por mero reflejó alzó su mano hacia el frente. Tanto Cole como Vázquez fueron empujados abruptamente hacia un lado su telequinesis, cayendo en el pavimento del estacionamiento a varios metros de donde se encontraban. Todo esto, antes de que aquello que Matilda había visto se estrellara contra el suelo justo delante de ella.

Matilda lo sintió pasar a sólo unos centímetros de ella, y tras el impacto sintió como su cara era salpicada, y por mero reflejo cerró sus ojos. El choque de aquello contra el cemento fue duro, como de algo rompiéndose, pero acompañado de un grotesco sonido húmedo como si fuera una plasta de puré o salsa.

Cole y Vázquez, aturdidos por el cambio tan repentino, comenzaron a reponerse poco a poco, siendo el Detective de Portland al que más trabajo esto le resultaba debido a su condición. Ambos viraron al mismo tiempo en dirección a Matilda, sólo para ver aquello de lo que los había protegido. La expresión de ambos se llenó de una gran confusión... pero también de horror.

—¿Qué demonios....? —Escuchó Matilda que Cole externaba, incapaz al parecer de terminar su frase.

La castaña se obligó a sí misma a abrir sus ojos y enfrentar aquello. No tuvo que mirar por mucho antes de que el mismo sentimiento que había albergado a los dos oficiales se le contagiara. Una bata blanca cubría el cuerpo de gran tamaño, que ahora reposaba en un charco de sangre y tejidos. El cuello se le había torcido en un ángulo obsceno, y sus piernas y brazos se encontraban desparramados sin ningún sentido. El rostro, o lo que quedaba de éste pues cerca de la mitad de su costado derecho se había deformado de una forma casi irreconocible tras el impacto, se encontraba volteado justo hacia Matilda. Y aquel único ojo oscuro que le quedaba intacto, parecía aún estarla mirando a través del cristal roto de sus anteojos, como si sólo estuviera ahí recostado.

Llevó una mano a su boca para contenerse de gritar. Respiró agitadamente, intentando calmarse. Le era imposible quitarle los ojos de encima, como si esperara que mientras más lo viera más sentido le encontraría a esa figura abstracta y horrenda que hace sólo unos segundos era una persona.

—Oh, por Dios —exclamó con un nudo atorándosele en la garganta—. Dr. Scott...

Apenas y lograba reconocerlo, pero era él. Había saltado desde el tejado, era la única forma en la que podría haberse hecho tal daño. Pero, ¿por qué? ¿Y por qué justo en ese momento?

Se quedó paralizada en su sitio, tan desconectada que no sintió vívidamente cuando Cole se le aproximó, la tomó en sus brazos y la giró para que dejara de verlo. Ella no se resistió, y de hecho una parte de sí le agradeció en silencio. Ni siquiera hizo el intentó de apartarse de él, y permaneció con su mejilla apoyada contra su pecho, en un infantil intento de sentirse segura.

Vázquez se aproximó cauteloso, parándose a un lado del cuerpo y mirándolo con absoluta perplejidad. Justo en ese momento, y como si fuera una consecuencia de lo que acababan de ver, los tres escucharon abruptamente como las alarmas de incendio del hospital comenzaron a sonar con fuerza estridente, como campanas resonando una tras otra, destruyendo por completo ese frágil silencio que los envolvía. Los tres se viraron al mismo tiempo hacia las puertas del hospital. Desde el interior sólo se lograban escuchar las alarmas... y nada más...

—¿Qué está pasando? —Cuestionó Vázquez, pero ninguno de ellos tenía una respuesta que darle.

* * * *

La madre de Roberta pasó por ella apenas unos minutos antes de que su sesión terminara. Había sido una buena charla, y para el final la niña se había soltado bastante; de hecho, ni siquiera parecía tener ganas de irse.

—Hasta la próxima semana, Roberta —se despidió Matilda en la puerta.

—Muchas gracias, Matilda —le saludó la pequeña mucho más entusiasmada, agitando una de sus manos enguantadas.

Cerró la puerta con llave una vez que se fueron, y se tomó un segundo para estirar un poco los brazos e intentar relajarse. Eran las ocho, o quizás un poco más. No tenía ninguna otra cita para ese día, así que se retiraría a su departamento a descansar. Mientras caminaba de regreso a su oficina para tomar sus cosas y apagar todo, repasaba en su cabeza todo lo que tendría que hacer a continuación: comprar algo de cenar, trabajar en las notas de las sesiones que había tenido ese día, quizás hablar con su madre...

A medio camino hacia su escritorio, sintió de golpe un extraño dolor punzante en el estómago, que la hizo paralizarse y doblarse un poco sobre sí misma. Llevó sus manos al centro de su abdomen, y lo presionó con algo de fuerza. Fue bastante extraño, pues había surgido de la nada, y así como vino se esfumó, dejando en su lugar sólo un molesto ardor. ¿Qué había sido eso?

Separó lentamente sus manos de su abdomen, y al hacerlo notó algo extraño: sus manos se veían manchadas. Las giró para contemplar mejor sus palmas, y se quedó atónita ante lo que vio: estaban manchadas de sangre... completamente manchadas de sangre. ¿Acaso estaba herida? Miró hacia sus ropas, y no era su abdomen: todo ella estaba cubierta de sangre rojiza y brillante, de pies a cabeza, formando incluso un charco en el suelo a sus pies, y pequeñas gotas se escurrían por sus dedos y caían como lluvia sobre su alfombra.

—¿Qué es esto...? —Exclamó horrorizada, retrocediendo con pasos torpes, cayendo de sentón al suelo al tropezarse con sus propios pies.

En cuanto tocó la alfombra, al parpadeo siguiente ya no se encontraba en su oficina. El mundo a su alrededor se volvió confuso, lleno de luces, y risas... muchas risas estrepitosas, rebotando en su cabeza. Sintió abruptamente una gran ansiedad, tanta que sintió que su corazón se aceleraba y rebotaba en su pecho, hasta casi provocarle dolor.

Tuvo la suficiente cabeza fría para cerrar sus ojos, respirar lentamente y comenzar a tranquilizarse poco a poco. Las risas se fueron disipando, hasta que se esfumaron por completo. Cuando logro abrir sus ojos de nuevo, se encontraba otra vez sentada en la alfombra de su oficina. La sangre también se había ido; sus manos y sus ropas se encontraban totalmente impecables... como si nada hubiera ocurrido.

—¿Qué fue...? —murmuró en voz baja, pero calló abruptamente. Un pensamiento inundó su mente de manera invasiva—. Carrie...

Se paró a toda velocidad y se dirigió a su bolso, que seguía sobre la mesa de centro justo donde la había dejado. Buscó desesperada su teléfono y revisó rápidamente la pantalla; no había ningún mensaje o llamada perdida, pero eso no la tranquilizó. Sin esperar mucho lo desbloqueó y se fue directo a la conversación con Carrie. El último mensaje era el suyo, y estaba marcado como leído, pero ya no había ninguna respuesta. De hecho, marcaba que la última conexión había sido aproximadamente al mismo tiempo que había enviado los mensajes.

Le escribió rápidamente:

Hola Carrie, ¿cómo estás?

Lo envió, y se quedó mirando la pantalla en silencio, mientras caminaba de un lado a otro por la oficina. Pasaron, dos, tres, cinco minutos, y Carrie ni siquiera se conectaba. Los nervios la invadían cada vez más. No pudo resistirse y mandó de inmediato un mensaje más.

Carrie, ¿estás ahí?

El resultado fue el mismo: ninguna respuesta, ni siquiera una señal de vida.

Se tomó un segundo para dejarse caer en su sillón y meditar un segundo. No tenía motivo alguno para suponer que algo malo había pasado. Quizás sencillamente se estaba divirtiendo mucho en el baile, y en lo que menos pensaba era en ver el teléfono. Pero... ¿Qué había sido esa visión? ¿Qué significaba?

Se talló su rostro con una mano, pensando intensamente en qué hacer. Aunque, en realidad, todo su cuerpo le gritaba exactamente lo que debía de hacer, y lo que buscaba era alguna excusa que la convenciera de no hacerlo. Pero no la consiguió...

Tomó de inmediato su teléfono, su bolso y las llaves de su auto. Se fue casi en estampida de su consultorio, sin siquiera preocuparse por apagar las luces. Tenía su camino bien decidido: Chamberlain, Maine

FIN DEL CAPÍTULO 37

Notas del Autor:

Las cosas habían estado relativamente tranquilas, pero en este capítulo se prendieron abruptamente. En los siguientes dos capítulos veremos la conclusión del que se podría decir es el "arco" de Carrie, y lo que sucedió aquella noche en Chamberlain entre Matilda y ésta. Algunos hechos serán más que conocidos, pero otros serán nuevos. Luego de ello, veremos lo que podríamos considerar casi como el Final de Temporada de lo que ha sido esta historia hasta ahora, y eso no sé qué tantos capítulos durará pero será realmente muy emocionante (espero).

Gracias por seguir esta historia hasta este punto, y espero que los próximos capítulos sean de su agrado. Nos vemos dentro de muy poco con más.

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