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Capítulo 35. Él aún la busca

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 35.
Él aún la busca

Un día, quedándoles aún dos horas antes de que la madre de Carrie llegara a su casa del trabajo, Matilda y ella se subieron al carro de la psiquiatra y emprendieron un pequeño viaje a las afueras de Chamberlain, en concreto a un viejo depósito de chatarra abandonado en la carretera, a cinco minutos de la última casa. Durante todo el trayecto, Carrie miró asustada por la ventana del pasajero ante la idea de dirigirse a otro sitio que no fuera su casa, aunque quizás también acompañada de cierta emoción casi infantil.

Estacionaron el vehículo justo afuera de a la propiedad y simplemente entraron caminando. No había un portón, ni perros, ni tampoco algún vigilante; de hecho, no había ninguna persona cercana en un par de kilómetros. Era el sitio adecuado para lo que Matilda planeaba; Lucy, la rastreadora de la Fundación, le había hecho el favor de encontrarlo.

El sitio estaba lleno de carrocerías de vehículos viejos en su mayoría, apilados hacia arriba como si fueran los ladrillos de algún muro. Mientras avanzaban por aquel sitio, Carrie miraba a su alrededor un tanto confundida y curiosa.

—¿Qué hacemos aquí? —cuestionó tras unos segundos. Matilda sonrió divertida ante la idea de que apenas se le hubiera ocurrido preguntárselo.

—Sólo quiero que practiquemos un poco tus habilidades —le respondió con un pequeño tono de complicidad—. Aquí no hay nadie que nos moleste, así que podremos explayarnos con más libertad. Eso te gustaría, ¿no?

Carrie la miró un tanto perpleja, pero ciertamente muy interesada.

—¿Practicar cómo?

—Por ejemplo, ¿qué es lo más pesado que has levantado con tu telequinesis?

La chica meditó unos momentos antes de responder.

—El escritorio de su oficina, creo... o quizás un sillón.

Siguieron avanzando por un rato más, hasta que Matilda se detuvo en seco, al ver justo ante ellas el objetivo ideal. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios.

—¿Te gustaría intentar con algo más grande? —Le preguntó con un tono casi pícaro, y señaló al frente con su mirada.

Carrie miró en esa dirección, y detectó de inmediato a lo que se refería. Frente a ellas, se encontraba un viejo camión escolar del que aún se distinguía vagamente el amarillo de su pintura original entre todo el óxido de su carrocería. Pero fuera de eso, el camión realmente se veía entero. Tenía sus cuatro llantas, sus puertas, aparentemente casi todos los asiento, y sólo dos de sus ventanas estaban rotas.

—¿Un camión? —exclamó Carrie, sorprendida—. Es demasiado grande, ¿no?

—Cuando tus habilidades afloran en su máximo, el peso físico de los objetos se vuelve irrelevante —señaló Matilda con voz solemne.

La castaña colocó entonces su bolso en el suelo, y dio un par de pasos al frente. Enfocó su mirada fijamente en aquel gran vehículo, y tensó un poco sus manos a los lados de su cuerpo. Respiró lentamente, inhalando por la nariz y exhalando por la boca. En su mente se dibujó aquella imagen que Eleven le había enseñado a proyectar hace muchos años: la estufa de su cocina, con una de sus hornillas a llama baja, y su mano abriendo lentamente la perilla para que la flama aumentara sólo lo suficiente. Cuando estuvo lista, se enfocó por completo en su objetivo y el camión comenzó a alzarse lentamente del suelo y con suma facilidad, como si fuera una simple pluma empujada por el viento. Carrie miró esto estupefacta.

—Con la concentración adecuada, no hay límite ante lo que puedes hacer —murmuró Matilda mientras seguía alzando el camión hasta ponerlo varios metros sobre ellas. Lo dejó ahí unos segundos, y luego lo volvió a bajar con el mismo cuidado, colocándolo en el mismo sitio en el que se encontraba originalmente. Suspiró intentando aliviar el esfuerzo y dejó que su cuerpo se soltara un poco—. ¿Quieres intentarlo?

—¿Cree que puedo? —cuestionó la jovencita, algo insegura.

—Habrá que probar.

Matilda retrocedió y le cedió el escenario a su acompañante. Carrie se retiró su mochila y la dejó también en el suelo. Avanzó unos pasos, mirando con algo de temor el camión delante de ella. Le daba un poco de miedo, sí... pero también le emocionaba la idea de averiguar hasta dónde podía llegar; eso era bastante evidente con tan sólo ver sus ojos.

—Míralo, enfócate en él —le susurraba Matilda a sus espaldas—. Respira lentamente. —Carrie comenzó a hacer justo lo que le decía, sin quitar su mirada del camión—. Inhala, exhala... despacio... Siente el aire fluir por tu cuerpo... Ahora, enfócate, intenta alzarlo...

Carrie instintivamente extendió sus dos manos al frente, señalando con ellas al camión. Los primeros segundos no ocurrió nada, pero poco después el vehículo tembló levemente, provocando un sonido de metal chocando contra metal, y luego comenzó a elevarse despacio. Las llantas se separaron de la tierra, y toda la estructura comenzó a flotar como si de un globo se tratase.

La joven rubia sonrió ampliamente, iluminando su rostro con un ferviente gozo al ver lo que estaba haciendo.

—Muy bien, lo estás haciendo bien —comentó Matilda con orgullo.

—No puedo creerlo... —fue lo único que Carrie pudo responder, pues se encontraba maravillada ante lo que estaba logrando.

El camión se quedó levitando en el aire sobre ellas, y ahí permaneció unos momentos. Carrie había alzado sus manos hacia él, al mismo tiempo que éste subía. Lo había hecho bien para su primer intento; mejor que Luke Skywalker, pensó Matilda por un segundo, sintiéndose un poco abochornada por haber hecho esa referencia en su cabeza, aunque de cierta forma quizás era inevitable.

Un fuerte crujido la sacó abruptamente de sus pensamientos. Matilda miró extrañada el camión. Al inicio no lo vio, pero cuando más de esos crujidos siguieron apareciendo, se dio cuenta de qué los originaba. Era la carrocería del camión, doblándose hacia adentro pues toda la estructura del vehículo parecía comenzar a contraerse en sí misma, como si fuera goma y alguien comenzara a aplastarla poco a poco entre sus dedos.

Matilda bajó rápidamente su mirada a Carrie. Sus dedos estaban tensos y le temblaban ligeramente. Miraba fijamente al camión, pero la expresión de su rostro había cambiado por completo. Ya no se veía ni maravillada ni sorprendida; en su lugar se veía casi... excitada y emocionada, pero no de una forma que le transmitiera tranquilidad.

—¿Carrie? —murmuró despacio, pero la chica no le respondió. Las ventanas del camión comenzaron a romperse por la presión y pedazo de cristal cayeron como nieve hacia ellas, por lo que Matilda tuvo que retroceder un poco; Carrie, ni siquiera se movió—. Carrie, ya bájalo...

—No, aún no —le respondió con voz ausente, y abruptamente el camión comenzó a contraerse más, a doblarse y rasgarse.

El sentimiento que acompañaba a ese acto no era de curiosidad o de exploración, sino de absoluta violencia... Era como si Carrie estuviera disfrutando el destruirlo, el apretarlo como si lo hiciera entre sus propios dedos y ver como el metal se retorcía. Matilda se sintió abruptamente algo asustada. No era capaz de saber qué le cruzaba por la mente mientras realizaba aquello, pero se le venían algunas ideas...

Mi madre dice que Dios castiga a todos los injustos y malvados, y protege a sus fieles. Yo he intentado ser fiel a él desde siempre, pero nunca me he sentido protegida por él, ni por nadie. Y nunca he sentido tampoco que castigue a los que me hacen daño. Y por más que le he rezado a Dios para que ejerza justicia para mí, que haga caer toda su furia sobre ellos, nada pasa... Me han tratado tan mal toda mi vida. ¿No sería justo por una vez regresárselos?

—Carrie —exclamó con fuerza, tomándola de los hombros y sacudiéndola un poco, pero ella no le respondía; parecía totalmente ida en la destrucción que estaba provocando sobre sus cabezas—. ¡Carrie!, ¡ya!

Matilda misma alzó si mirada hacia el camión, y usando su propia telequinesis lo jaló con fuerza al suelo abruptamente. La gran estructura de acero cayó como roca delante de ellas, creando un fuerte estruendo y levantando una ligera capa de polvo.

Carrie se sobresaltó, sorprendida por tan repentino cambio, y ambas retrocedieron como reflejo. Una vez que la impresión pasó, la joven rubia se giró hacia Matilda, notablemente furiosa.

—¡¿Por qué hizo eso?! —Le gritó colérica, como nunca la había visto antes—. Lo estaba logrando... lo estaba sintiendo... ¡Nunca se había sentido tan bien!

Hasta ese momento, Matilda nunca la había visto así. Su personalidad tímida e introvertida parecía haberse apagado por unos momentos, y ahora parecía totalmente fuera de sí, embriagada por un sinnúmero de sensaciones que le invadían todo el cuerpo como adrenalina.

—No debes usar tus habilidades de esa forma —le contestó Matilda, casi como una reprimenda.

—¡¿Y por qué no?! —Le volvió a gritar de la misma forma que antes—. ¡¿Por qué no debo hacer todo lo que me dé la gana con mis poderes?!

Al exclamar eso último, Matilda pudo sentir como varios de los vehículos apilados a su alrededor se agitaban, como si un muy fuerte viento los hubiera golpeado, pero Matilda sabía que no había sido tal cosa. La miró fijamente en silencio. Ese rostro iracundo, ese resentimiento y esa cólera... eso era lo que Carrie ocultaba debajo de su aire sumiso y callado: una ira latente a punto de explotar...

Matilda había visto algo de ello desde aquella tarde en el café, pero no había podido percibir lo realmente intensa que era... pero debió de haberlo visto antes.

—Fue un error venir aquí —fue su respuesta contundente, y de inmediato tomó su bolso y sin decir nada comenzó a caminar al a salida. Carrie se sobresaltó confundida, viendo cómo se alejaba.

—¿Qué? —Exclamó la jovencita—. ¿A dónde va? Lo siento, espere...

Carrie recogió su bolso y se apresuró a alcanzarla.

* * * *

Luego de terminar su desayuno en Denny's, y de que vinieran a recoger a Cody, Matilda y Cole se dirigieron al vehículo rentado para ponerse ellos mismos en camino a Silverdale. Les esperaba alrededor de dos horas de carretera, así que era mejor que se pusieran en marcha lo antes posible. Matilda, sin embargo, se veía un tanto intranquila, y no precisamente por el viaje que tenían que hacer. Cuando estaban a medio camino hacia su vehículo, miró sobre su hombro, esperando aún ver el de Cody alejándose, pero ya no había rastro de éste.

—Nunca lo había visto así —murmuró de pronto, casi sin proponérselo.

—¿Así cómo? —Le preguntó Cole, curioso.

—No lo sé, tan... molesto. Todo el tiempo que lo he trato siempre lo había visto bastante calmado.

—Bueno, hasta los más tranquilos podemos tener malos días. O varios... —ambos llegaron al vehículo, y cada uno se paró en una de las puertas; Matilda en la del conductor, y Cole en la del pasajero. Antes de entrar, Cole, la miró intrigado sobre el techo del carro—. ¿No sabía que tenía novia?

Matilda desvió la mirada, un poco apenada.

—Hacía tiempo que no hablábamos. Además, no somos precisamente ese tipo de amigos...

—¿Qué tipo de amigos son entonces?

Matilda apretó un poco los labios con molestia, aunque no tanto por la pregunta sino por su posible respuesta. La incómoda verdad era que su relación con Cody, y con prácticamente todos en la Fundación, era básicamente profesional. La ayudaban en sus labores, los ayudaba en las suyas, y poco más que eso. No conocía mucho de la vida privada de ninguno, incluido Cody. La única excepción podría ser Eleven, ya que conocía en persona a su familia, su esposo y sus hijos, aunque en realidad tampoco es que supiera mucho de ellos.

Quizás la palabra "amigos" no aplicaba del todo en esa situación. ¿En qué momento sus estudios y su trabajo se volvieron tan absorbentes como para llegar a esa situación? De niña tenía varios amigos con los que jugaba y se divertía... ¿qué pasó con todos ellos? ¿Los había hecho poco a poco a un lado con tal de poder concentrarse en otras cosas? ¿O cada uno había terminado diciéndole algo que no le agradó como Eleven, y se había enojado con todos?

Pensar en todo ello le afectaba, pero no podía ni debía dejarse llevar por eso ahora. Tenía que enfocarse en lo que tendría que hacer justo en ese momento.

—Eso no importa —respondió con seriedad, abriendo la puerta del auto—. Vamos, se nos hará tarde.

—Yo la sigo, jefa.

Ambos subieron al vehículo y se sentaron. Matilda colocó las llaves en el encendido, pero no la giró. En su lugar, se volteó a ver a Cole directamente con algo de severidad.

—Debemos poner claras las reglas —declaró con firmeza—. El doctor con el que hablé me dijo que Evelyn está lucida, se expresa claramente y puede responder preguntas. Pero suele divagar, y muchas veces disocia sobre dónde o cuándo se encuentra. Tendremos que avanzar con mucho cuidado en nuestra conversación, así que déjeme dirigir a mí. ¿De acuerdo?

—Lo que usted diga, je... —Matilda lo miró aún más duramente, previendo que iba a llamarla una vez más "jefa"—. Es decir, lo que usted diga, Dra. Honey.

Matilda suspiró pesadamente, y encendió justo después el vehículo. El motor resonó con fuerza al arrancar.

—Espero que realmente obtengamos algo de esto.

—Parece bastante renuente a querer hablar con esta mujer —señaló Cole como una observación—. ¿Tiene miedo de lo que pudiera decir?

Matilda sólo lo miró de reojo en silencio, y comenzó a conducir fuera del estacionamiento, y poco después hacia la carretera.

— — — —

Ese parecía ser un buen día para Evelyn, la misteriosa paciente del Hospital Psiquiátrico de Silverdale. La chica casi siempre se la pasaba en su cuarto, un tanto aislada y concentrada en sus proyectos personales. Esa mañana, sin embargo, pidió salir unos momentos al jardín, sentarse en una banca y mirar los árboles y el cielo. No hizo mucho más que eso; no habló con nadie, ni caminó por ahí. Sólo se quedó ahí sentada, sola y en silencio, con una inusual sonrisa alegre en su rostro.

Cerca del mediodía, pidió volver a su cuarto, y ahí estuvo las siguientes horas entretenida en su proyecto. Dicho proyecto, básicamente se trataba de recortar artículos y fotos de periódicos, actuales y viejos, y pegarlos en alguno de los tantos álbumes que coleccionaba. Su cuarto estaba repleto de periódicos apilados en las esquinas, muchos de diferentes ciudades de Washington, pero algunos incluso de otros estados. Cada vez que algún enfermero ponía sus manos en algún periódico inusual, antes de tirarlo pensaban en Evelyn, y se lo llevaban para ver si le interesaba; rara vez decía que no. Pasaba los días revisando periódico por periódico, artículo por artículo, eligiendo los que más le interesaban, recortándolo y pegándolo en su álbum. Los pegaba además en un orden inusual; no parecía ser cronológico o por tema. Parecía ser algo que sólo tenía sentido para ella.

Muchos de los pacientes en esa institución tenían sus manías y obsesiones. Lo de Evelyn, cabía más en el terreno de un pasatiempo, uno muy importante para ella pero sin caer en alguna de las otras dos categorías. Parecía relajarla y la mantenía tranquila, y sus doctores no creían que le pudiera hacer algún mal, así que se lo permitían.

No se sabía mucho de ella, salvo algunos datos menores. Llevaba internada doce años en ese hospital, había dado a luz a una niña a la que intentó ahogar, y antes de eso prácticamente nada. No había hablado mucho de quién era o de dónde venía en todo el tiempo que llevaba ahí, salvo algunas pequeñas pistas que los doctores no habían sabido interpretar del todo. Todo esto, no era en realidad tan inusual; había a lo menos otros dos casos en ese sitio del que se desconocía gran parte de su identidad, pero el estado se ocupaba de su cuidado.

Lo más inusual o lo que más llamaba la atención de Evelyn, dejando de lado su curioso pasatiempo, era algunos comentarios que soltaba a veces, sobre acontecimientos ocurrido hace mucho tiempo ahí mismo en el hospital o en el albergue para mujeres del que venía, o que no ocurrieron como ella lo recordaba, o a veces mencionaba cosas que estaban por ocurrir y de los que sólo acertaba la mitad de las veces. Era como si su mente estuviera divagando entre varias ideas al mismo tiempo. Pero no era una paciente agresiva, sino todo lo contrario. Siempre estaba calmada y cooperativa, y por ello era de las favoritas del personal. Tanto así que era una de las pocas que tenían ciertas comodidades especiales. Además de todos los periódicos y los álbumes, era de las pocas que tenía permitido tener tijeras en su cuarto para sus recortes, además de una pequeña televisión ya algo vieja.

Poco antes de las dos de la tarde, mientras estaba sentada en su pequeño escritorio recortando y tarareando, la puerta del cuarto se abrió y un enfermero grande y de cabeza rapada entró cargando una bandeja con comida.

—Buenas tardes, Evelyn —le saludó el enfermero—. Te traje tu almuerzo.

El hombre entró y colocó la bandeja en una pequeña mesita que tenía a un lado de su cama.

—Gracias, Sully —le agradeció la joven, sin quitar los ojos del artículo que estaba recortando.

El enfermero Sully se aceró con cuidado a su escritorio, y se asomó a ver sobre el hombro de la joven para echar un vistazo a lo que hacía.

Evelyn era una chica bonita, aunque los años que llevaba ahí internada ciertamente la habían hecho decaer un poco. Era delgada, con dos grandes ojos azul claro, cabello castaño pajoso, largo y rizado, algo desalineado; muchas veces dejaba que le cayera sobre el rostro, y esto parecía no importarle. Como su demás información personal, se desconocía su edad, pero posiblemente no fuera de más de treinta años, pues cuando llegó a aquel refugio hace doce años, era apenas una jovencita que no aparentaba tener más de dieciséis o diecisiete.

—Se ve que estás muy activa hoy —señaló Sully—. Es bueno que tengas un pasatiempo.

Evelyn no le respondió nada. Terminó de cortar su artículo y rápidamente pasó a colocarlo en su álbum, dejando tres páginas vacías antes de encontrar el sitio correcto; todo esto mientras seguía susurrando despacio esa canción tan extraña, pero que al parecer a ella le gustaba tanto. Sully se dispuso a retirarse y seguir con sus labores. Se encaminó a la puerta, cuando Evelyn le volvió a hablar.

—Hoy recibiré visitas —comentó de manera repentina. El enfermero se detuvo y la volteó a ver un poco extrañado.

—¿Enserio? ¿Cómo lo sabes?

Evelyn se tomó unos segundo para terminar de acomodar de manera perfecta el recorte en el álbum, antes de responder.

—Sólo lo presiento —murmuró despacio—. ¿Puedes pasarlos para acá en cuanto lleguen?

Sully bufó un poco con ironía, aunque intentó ser discreto.

—Seguro, yo lo haré —le respondió intentando no sonar muy sarcástico.

—Gracias...

Sully se retiró, cerrando la puerta detrás de él. No quería ser condescendiente con ella; no era esa clase de persona. Pero la verdad es que era poco probable que recibiera alguna visita, ni ese día ni nunca. Nadie sabía quién era, y por lo tanto nadie sabía si tenía familia o amigos fuera de ese sitio. Pero era agradable verla tener ese tipo de esperanzas; esperaba que no se decepcionara demasiado si las cosas no terminaban ocurriendo como ella esperaba.

Cuando Sully terminó de hacer sus rondas, se dirigió al área de recepción a saludar a María, una de las guardias de seguridad cuyo turno comenzaba a las dos.

—Hola, Sully —le saludó la mujer desde atrás de la barra de registro de visitantes.

—¿Qué hay, María? —Le saludó el enfermero con entusiasmo, apoyándose sobre la barra—. Adivina quién acaba de hacer otra predicción.

María lo volteó a ver con curiosidad.

—¿Evelyn? —Preguntó insegura, a lo que Sully asintió lentamente. María soltó una pequeña risa divertida—. ¿Ahora qué dijo?

—Nada muy grande esta vez. Sólo dijo que hoy recibirá visitas.

—¿Enserio? —Inquirió la guardia, arqueando su ceja izquierda con incredulidad—. Si nadie ha venido a verla en... ¿cuántos años?

—No lo sé. Pero bueno, de todos los pacientes de aquí...

Sully no tuvo oportunidad de terminar lo que iba a decir, pues en ese momento dos personas, un hombre y una mujer, se acercaron al área de registro, por lo que el enfermero se hizo a un lado para dejarles el espacio libre. Los dos se pararon frente a María, que los miró con atención en espera de que anunciaran qué era lo que querían. La mujer visitante fue la que dio un paso al frente para hablar primero.

—Buenas tardes —saludó la mujer castaña y de cabello corto—. Soy la Dra. Matilda Honey, él es mi colega el Detective Cole Sear. Vinimos a ver a una paciente internada aquí de nombre Evelyn, sin apellido según tengo entendido.

Tanto Sully como María se sobresaltaron impactados al oír eso, y no pudieron evitar mirarse entre ellos, como si se preguntaran mutuamente con sus miradas si acaso habían escuchado lo mismo; en efecto, así parecía. Los dos visitantes miraron esto con extrañeza.

—¿Todo está bien? —cuestionó el hombre, obligándolos a reaccionar.

—No, nada —respondió María apresurada—. ¿Dijo Evelyn...?

—Sí —respondió la mujer castaña—, hablé hace dos días con el Doctor... —buscó en ese momento en el interior de su bolsa un pedazo de papel en el que había anotado el nombre—, Horton, y me confirmó que ella sigue aquí internada. Fue ingresada hace doce años, si sirve de algo para identificarla.

De nuevo, ambos empleados del lugar se miraron entre sí. ¿Era eso acaso una coincidencia?

—Sí, aquí está —respondió Sully, intentando parecer calmado—. Y de hecho, creo que los está esperando...

Esa afirmación pareció sorprender a los visitantes, quienes ahora fueron a los que les tocó mirarse entre sí.

— — — —

Luego de registrarse y dejar dos identificaciones en recepción, el enfermero encaminó a Matilda y a Cole hacia el cuarto de Evelyn. Ellos caminaban unos pasos detrás, mientras el hombre de blanco caminaba delante por el largo pasillo. Lo que habían comentado hace unos minutos dejó pensando un poco a ambos. Aprovechando que su guía no los veía, Cole se acercó un poco más a Matilda y le susurró despacio:

—¿Cree que ella...? —murmuró, y luego con su mano hizo el ademán de querer imitar una luz que parpadeaba. Una forma un tanto burda, pero Matilda entendió lo que quería preguntarle, pues ella también lo estaba pensando: ¿podría Evelyn resplandecer?

Si lo que el enfermero había dicho era cierto, y en efecto ella sabía que vendrían a verla sin que nadie le avisara con anticipación, era bastante probable que fuera así. Además, no podía pasar por alto las singulares habilidades que poseía su hija biológica. Ese pensamiento la hizo recordar aquella conversación que había tenido con la madre superiora del refugio para mujer.

Si se trata de alguna enfermedad mental lo que está sufriendo la pequeña, me temo que quizás podría haberla heredado de su madre. Eso funciona así, ¿no?

No era una enfermedad mental de lo que hablaban, pero sí podía ser heredado. Aunque era cierto que la mayoría de los casos que había visto no eran así, o en su defecto solían heredarse de abuelos a nietos. Pero sí había algunos casos en los que efectivamente un niño con el Resplandor lo había heredado de uno o dos padres que también lo poseían. ¿Sería ese uno de ellos?

—Lo sabremos en un segundo —señaló la psiquiatra con simplicidad.

Cuando ya se encontraban cerca del cuarto, se comenzó a percibir la voz de Evelyn tarareando la melodía que había repetido durante toda esa tarde. Matilda se detuvo unos momentos, intentando percibirla con más cuidado. Cada palabra o tonada que oía le confirmaba el pensamiento que le había surgido en un inicio: ya había escuchado esa canción antes, y recientemente.

—¿Ocurre algo? —le preguntó Cole, al ver que se había detenido sin aviso.

—No, nada. Es sólo esa canción... —señaló entonces hacia arriba con su dedo—. He oído a Samara tarareándola a veces.

Cole la miró fijamente, y entonces miró hacia Sully, que ya los aguardaba frente al a puerta a la que se dirigían. Fue obvio que la persona que cantaba, estaba ahí adentro. Y si era así, entonces es persona debía ser justo Evelyn.

—Qué extraño —comentó el oficial—. ¿No se supone que fue adoptada siendo apenas un bebé?

En efecto así era. No tendría sentido que recodara una canción que le cantara su madre biológica, pues a lo mucho había estado con ellas unas cuantas semanas antes de que las separaran. Podría no significar nada.

—Quizás es una canción conocida por aquí —señaló Matilda, intentando restarle importancia y rápidamente reanudó la marcha.

Sully abrió la puerta del cuarto con su pase de acceso. Una vez que la puerta se abrió, el sonido de la canción se volvió más notorio, y eso sólo confundió incluso más a Matilda.

—Hola de nuevo, Evelyn —saludó Sully, entrando primero—. Tenías razón, tienes visitas.

Matilda y Cole entraron con precaución detrás del enfermero, y cada uno echó un vistazo rápido al cuarto. Todo se veía bastante normal, aunque no tenían tampoco motivo para pensar que no sería así. La mujer a la que iban a ver estaba sentada en un escritorio al fondo del cuarto, iluminada por la luz natural que entraba por una ventana justo sobre ella. Evelyn seguía recortando artículos, y su atención se encontraba fija en esa labor, a pesar de la repentina llegada de sus visitantes.

—Gracias, Sully —fue lo único que se escapó de sus labios, apenas como un susurró.

Matilda avanzó lentamente hacia el centro del cuarto, contemplando fijamente la espalda de Evelyn, cubierta por su abundante cabellera castaña. No sintió nada en particular al estar en ese cuarto y en presencia de aquella mujer. Su Resplandor no la alertaba de nada, ni para bien ni para mal. Era una sensación realmente extraña; era como si no hubiera en realidad nadie ahí sentado. Pero ahí estaba, la madre biológica de Samara, la personificación del secreto que le había estado guardando a su más reciente paciente desde que se enteró hace unas semanas. La mujer que le dio la vida, e intentó ahogarla a los días de nacida. Sólo hasta ese momento meditó en el hecho de que realmente no estaban tan lejos de la Isla Moesko en esos momentos; ambas estuvieron relativamente tan cerca, posiblemente sin saberlo.

—¿Puede dejarnos solos unos minutos? —escuchó a sus espaldas que Cole le pedía al enfermero.

—Claro. Estaré cerca por si necesitas algo, Evelyn.

—Estaré bien, Sully —respondió Evelyn con voz apagada, sin voltear a verlo.

Sully salió del cuarto, cerrando la puerta detrás de ellos. En cuanto escuchó el sonido del seguro de la puerta, Matilda se animó a seguir avanzando en dirección al escritorio, con la cautela propia de un cazador intentando no asustar a su presa. Cole, por su lado, se mantuvo a un metro de la puerta, aguardando en silencio. Le había dicho a Matilda que la dejaría guiar, y así lo haría. Aun así, pondría mucha atención a cada palabra que se dijera; era muy, muy importante que escuchara todo...

Matilda se paró justo detrás de la silla de Evelyn, a una distancia adecuada para no ser invasiva.

—Hola, Evelyn —le murmuró con voz suave y amable—. Me llamo Matilda, y él es Cole. —La chica no le respondió ni la miró—. ¿Sabías que vendríamos a verte?

Evelyn se quedó callada varios segundos, y parecía que de nuevo no diría nada. Sin embargo, al final respondió:

—No exactamente. Sólo a veces... tengo presentimientos.

La psiquiatra miró discretamente sobre su hombro a su acompañante. Éste se encogió de hombros, sin saber qué más agregar. Sonaba a una posible percepción, pero quizás no tanto como para que ameritara catalogara como resplandeciente.

Matilda se asomó sutilmente sobre el hombro de Evelyn, viendo como cortaba con mucho cuidado un periódico, en concreto la foto de un tren que acompañaba a un artículo.

—¿Coleccionas recortes de periódicos?

—Sólo los que considero interesantes —le respondió Evelyn, ahora mucho más rápido que antes—. Me ayudan a tener mi mente en orden, y ubicarme en dónde estoy.

Tomó la foto del tren perfectamente recortada, y entonces retrocedió al menos cinco páginas en su álbum, para colocarlo en una página que apenas y le quedaba un pequeño espacio libre, mucho más pequeño que el tamaño de la foto.

—Lo hacías desde antes de entrar aquí, ¿cierto? —señaló Matilda, y en ese momento buscó algo dentro de su bolso. Sacó entonces un pequeño libro y se lo extendió por su izquierda. Evelyn lentamente separó sus ojos profundos y claros de su álbum, y volteó a ver el libro con confusión... pero también con fascinación—. Esto te pertenece, ¿cierto? Estaba en tu maleta, con la que llegaste al refugio para mujeres, hace doce años. ¿Lo recuerdas?

Evelyn contempló el pequeño diario en silencio por un rato, antes de al fin reaccionar y tomarlo entre sus dedos con suma delicadeza, casi como si temiera romperlo. Pasó sus yemas levemente por su pasta, sintiendo su textura, dibujando con ellas las líneas que formaban el dibujo impreso en ella. Mientras tanto, Matilda observaba todas sus reacciones. En general su expresión era ausente e ida, pero en el fondo se lograba percibir pequeños destellos de emoción, pero era difícil decir si era emoción buena o mala.

—Las monjas fueron muy amables —susurró de pronto, pero no parecía que se lo estuviera diciendo a ella—, conmigo y con...

Guardó silencio abruptamente, y sus ojos se abrieron por completo en una expresión de asombro, o incluso de miedo. Matilda se inclinó un poco hacia ella.

—¿Con Samara? —le susurró despacio—. ¿Recuerdas a tu hija, Samara?

De la boca de Evelyn surgió un pequeño murmullo, como un quejido. Alzó entonces su rostro alarmado hacia ella, y en cuanto sus miradas se cruzaron Evelyn saltó de su silla y retrocedió.

—¿Quiénes son ustedes?, ¿qué es lo que quieren? —cuestionó alterada, alzando sus brazos frente a ella en posición defensiva.

—Evelyn, tranquila —murmuró Matilda, alzando sus manos delante de ella—. Soy psiquiatra, estoy en estos momentos tratando a Samara. ¿Te acuerdas de ella?

—¿Samara? —Evelyn comenzó a negar insistentemente con su cabeza—. No, no, no... no es posible... ella murió...

—No, no es así. Ella está viva...

—Estás equivocada —le interrumpió la paciente tajantemente—. Ella murió, yo lo sentí... y lo vi...

Matilda no comprendió a qué se refería con esa afirmación. ¿Se refería a cuando intentó ahogarla en la fuente? ¿Creía que en aquel entonces la había logrado ahogar? Sería algo un poco extraño, ya que normalmente los pacientes que cometían ese tipo de actos, solían entrar en negación y bloqueaban por completo todo lo referente a ese acto, no ocurría al revés. Además, sería bastante extraño que en doce años sus doctores nunca hubieran tratado ese asunto, e intentado convencerla de que no fue así. ¿O acaso se trataba de algo más?

—No, Evelyn, ella está con vida. Creció grande y fuerte, y ahora es una niña preciosa...

No sabía que tan buena idea sería enfrentarla de frente con la realidad, especialmente sin la supervisión y consejo de sus doctores actuales. Pero decidió arriesgarse un poco. Buscó de nuevo en el interior de su bolso, y sacó de éste una fotografía cuadrada, tomada del expediente de Samara que le habían dado en un inicio. Era una foto de la niña, de antes de ser internada. Usaba un vestido azul, y miraba a la cámara con expresión fría, y apenas con una muy diminuta sonrisa asomándose en sus delgados labios.

Matilda le extendió la foto a Evelyn, y ésta la vio confundida, como si fuera algo a lo que no le pudiera reconocer su forma a simple vista. Se aproximó con cuidado hacia ella, y la tomó entre sus dedos con la misma delicadeza con la que había tomado la libreta. La acercó a ella, y la miró atentamente, analizando cada rasgo apreciable de la niña.

—¿Samara...? —susurró despacio con incredulidad. Avanzó entonces con cuidado hacia la ventana, haciendo que la luz que entraba por ella alumbrara la foto, quizás para poder verla con más claridad—. No puede ser... Si ella está viva, entonces... —Bajó la foto y miró por la ventana hacia ningún punto en especial—. ¿Qué fue lo que vi? ¿A quién vi morir en ese pozo?

—¿Pozo? —Exclamó Cole confundido, aunque ese sentimiento era también compartido por Matilda. ¿De qué pozo estaba hablando? ¿Se estaría refiriendo a la fuente del refugio de mujeres? ¿Ella creía que había sido un pozo?

—No, no, no... —repitió de nuevo la paciente, comenzando entonces a andar de un lado a otro por la habitación, abrazándose a sí misma como si intentara calmar el frío—. Si ella está viva, entonces Él aún la busca... Él la encontrará...

—¿Él...? —Murmuró Matilda, pero antes de que pudiera preguntar algo más, Cole intervino abruptamente.

—¿Quién es él? —le preguntó con algo de apuro, acercándose hacia ella—. ¿Quién está buscando a Samara?

—Detective... —exclamó Matilda a tono de regaño, pero Cole alzó una mano hacia ella, indicándole que aguardara un poco.

La mujer seguía andando de un lado a otro sin control. Cole se atrevió a acercársele lo suficiente, y la tomó de los brazos para detenerla, aunque sin mucha fuerza.

—Evelyn, mírame —le pidió casi suplicando; la joven lo volteó a ver apenas un poco, sin poder sostenerle por completo la mirada—. ¿Quién busca a Samara? ¿De quién intentabas esconderla? Puedes confiar en mí.

Evelyn balbuceó unos segundos muy despacio, aparentemente palabras sin ningún sentido.

—El Padre Burke me dijo que Él nos había elegido —murmuró de pronto, mucho más entendible—. Me dijo que a través de nosotros, Él le daría vida a quien vendría a transformar al mundo. Él se lo mostró todo en visiones... lo obligó a hacerlo... Yo no pude evitarlo... no pude evitarlo...

Su voz había tomado abruptamente un sentimiento de desesperación. Su respiración se agitó, y su cuerpo entero le tembló ligeramente.

—Evelyn, tranquila —exclamó Matilda con alarma, y rápidamente se le aproximó. Cole se hizo a un lado para abrirle espacio, y ahora fue ella quien la tomó con suavidad de sus hombros—. Respira, tranquilízate... todo está bien...

La joven comenzó a respirar cada vez con más calma, pero seguía balbuceando sin control.

—Intenté detenerlo... Intenté hacerlo cuando Samara aún era un bebé, pero me detuvieron. Creí que alguien más lo había hecho, lo vi y lo sentí, pero no fue así... ella sigue aquí, y Él viene por ella...

—¿Quién es él, Evelyn? —Insistió Cole desde atrás de Matilda—. ¿Quién es? Dímelo, por favor.

Su respiración se fue regulando poco a poco, hasta que pareció de nuevo tan calmada como cuando entraron por primera vez. Giró entonces su rostro de regreso a la ventana, de nuevo no mirando nada en especial... o, quizás mirando algo mucho más allá de lo que se veía realmente por esa ventana.

—Hace mucho que dejé de escuchar su voz desde el Mar —susurró de pronto como si fuera el verso perdido de alguna vieja canción—. Creí que se había ido... pero ahora creo que sólo se olvidó de mí. —Se giró de nuevo hacia Matilda, ahora contemplándola más directamente que antes—. Usted... usted debe hacerlo. Debe terminar lo que yo no pude.

—¿A qué se refiere? ¿Habla de Samara? ¿Por eso quiso ahogarla?

—Lo hice porque ella me lo pidió... Era la única forma de salvarla de Él... —Dejó caer en ese momento la libreta y la foto de Samara, y en su lugar tomó ella ahora a Matilda de sus brazos, con más fuerza de la que su pequeño cuerpo pudiera hacer parecer que poseía—. Sólo el agua puede hacerlo, sólo el agua puede liberarla. Tienes que hacerlo, antes de que lastime a otros... Porque ya lo ha hecho, ¿cierto?

Matilda enmudeció, atónita ante todo lo que oía. ¿Estaba pidiéndole acaso lo que ella creía? ¿Le estaba pidiendo que matara a Samara?, ¿ella también? Todo se volvió abruptamente un deja vu de su conversación con Anna Morgan, y eso la paralizó por unos instantes. No sólo su madre adoptiva, ¿también su madre biológica la quería muerta? No, debía tranquilizarse y no dejarse llevar por las emociones. Era obvio que todo ello era un delirio, algo que la había estado acompañando desde hace doce años; no podía tener idea de lo que estaba diciendo.

—Evelyn, estás confundida —le respondió con voz calmada—. Es obvio que has pasado todos estos años obsesionada con estas ideas. Pero necesitas dejar ir todo esto, sino jamás podrás recuperarte...

—¡No me estás escuchando! —Gritó con fuerza de golpe, y sacudió sus brazos violentamente para soltarse de su agarra. Retrocedió de nuevo hacia la ventana, y se asomó por ella, casi pegando su rostro por completo contra ésta—. Tal vez ya es muy tarde... tal vez Él ya la tiene...

Antes de que Matilda o Cole pudieran decir o hacer algo más, la puerta se abrió y el enfermero Sully volvió, apartemente alertado por su último grito. Se aproximó hacia Evelyn, y la tomó delicadamente para intentar guiarla hacia su cama.

—Evelyn, ¿estás bien? —le susurró despacio, pero la joven no le respondió nada, aunque sí permitió sin resistencia que él la encaminara—. Lo siento, creo que es mejor que salgan.

Matilda parecía renuente a irse; eso apenas había comenzado. Pero sintió como Cole colocaba una mano sobre su hombro para llamar su atención.

—Venga, Doctora —le indicó, y luego señaló con su cabeza hacia la puerta—. Dejemos que se tranquilice...

Matilda no dijo nada, pero por dentro no estaba feliz con la idea. Pero igual se permitió seguirlo hacia la puerta sin muchas más opciones, no sin antes recoger de nuevo la libreta y la foto de Samara.

Mil... vueltas... damos... El mundo... está... girando... —escucharon a Evelyn tararear muy despacio, pero aun así audible gracias a la acústica del cuarto. Matilda se detuvo y volteó a ver como el enfermero la recostaba en su cama, mientras ella entonaba esa misma melodía otra vez—. Y al detenerse... Sólo... estará empezando... El... sol... saldrá... Vivimos... y lloramos... El... sol... caerá... —Evelyn volteó a ver a la doctora directamente, justo antes de entonar el último verso—. Y todos... morimos...

Una sensación al fin le recorrió el cuerpo entero en ese momento, como una sacudida fría y preocupante. Ya antes había sentido algo parecido, cuando tocó la manta blanca que venía en la maleta del refugio por primera vez; una de las posesiones de Evelyn.

Cole la volvió a tocar para despertarla, y entonces ambos lograron salir del cuarto para dejarla reposar unos momentos.

FIN DEL CAPÍTULO 35

Notas del Autor:

Evelyn está completamente basada en el respectivo personaje de la película The Ring 2 del 2005, tomando en cuenta además algunos aspectos que fueron mostrados en la película de Rings del 2017. El mayor cambió a considerar es con respecto a su edad, ya que aquí se le vio relativamente más joven debido al cambio de época que se aplicó en los personajes de esta franquicia. Su apariencia descrita se encuentra un poco más basada en su apariencia en Rings que es donde se le vio más joven en recuerdos y visiones.

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