Capítulo 29. Cosas Malas
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 29.
Cosas Malas
Damien y Abra no fueron muy lejos. En realidad, sólo subieron al segundo nivel, en dónde se encontraba una pequeña área de comidas para los asistentes. Había de todo un poco, desde ensaladas y rollos para los más exigentes, hasta hamburguesas y pizzas para los más convencionales. El joven Thorn pidió una ensalada con pollo, y en contraposición su invitada pidió una hamburguesa mediana y papas. Ambos se sentaron frente a frente en una de las mesas pequeñas, cerca del barandal que rodeaba la zona de comidas, que en realidad era como una pequeña terraza en la que se podía ver desde lo alto al resto del centro de convenciones, los puestos de las empresas, y la gente que iba y venía. Desde esa posición, era como una de esas imágenes sobrecargadas de elementos de los libros de Where's Wally?, aunque con movimiento.
Desde el inicio Abra se vio bastante curiosa por la cámara que colgaba del cuello del chico. Le preguntó si le dejaba verla, y él le indicó que sólo si se limpiaba sus dedos manchados de cátsup y aceite de papas fritas.
—Huy, está bien, princesita —exclamó con un tono irónico, y de inmediato se talló las manos fuertemente con una servilleta. Luego sacó de su mochila un gel antibacterial, vertió un poco en sus palmas y se volvió a tallar. Le enseñó ambas manos por ambos lados con actitud satírica, que a Damien en realidad le parecía bastante divertida—. ¿Satisfecho?
—Bastante.
Se quitó la cámara y se le extendió por encima de la mesa para que la tomara. Cuando Abra la tuvo entre sus manos, pareció sorprenderle el peso de ésta. La estuvo rotando, mirando su lente, todos los botones y opciones que tenía, la pantalla de la parte trasera... Más que interesada, parecía quizás asustada.
—Sí que se ve costosa —comentó algo aprehensiva—. ¿Cómo de cuánto estamos hablando?
—No recuerdo —masculló Damien, recargándose por completo contra su silla—. Incluyendo todos sus aditamentos, creo que unos cuatro mil.
—¿Dólares? —Exclamó la muchacha rubia, casi horrorizada—. Vaya, para un Thorn supongo que eso es como comprarse un chocolate en la tienda.
Abra alzó entonces el costoso aparato y lo colocó frente a su rostro. Acercó su ojo a la mirilla e hizo que enfocara directamente al chico sentado delante de ella. Éste sonreía muy sutilmente, con un plato de ensalada a medio comer delante de él.
—¿Sólo presionó aquí y ya? —Preguntó Abra mientras tocaba a tientas con un dedo el botón del obturador ubicado a un lado.
—Básicamente.
Abra pareció dudar unos momentos entre tomarla o no, para al final optar por bajar la cámara y mirar a su acompañante con incertidumbre.
—No, espera...
Colocó la cámara en la mesa unos momentos, y entonces se inclinó al frente, extendiendo su mano hacia él. Antes de que pudiera reaccionar, la joven colocó su mano sobre su cabeza, y sacudió violentamente su peinado cabello, haciendo que éste se desacomodara.
—Oye —exclamó Damien como reproche, pero de inmediato la misma mano tomó su corbata de su nudo y la jaló para retirársela.
—Desabróchate los primeros dos botones —le indicó la joven justo después con tono juguetón. Damien la miró de mala gana unos segundos, pero luego se vio más relajado y cumplió su petición abriendo su camisa hasta mostrar un poco de su pectoral mayor—. Ahora sí; ya no pareces tanto un yuppie.
—¿Sabes al menos qué significa esa palabra?
Abra no hizo caso a su pregunta. Volvió a tomar la cámara y lo enfocó con ella una vez más.
—Mira hacia acá, baby.
Damien no dibujó ninguna sonrisa u optó por alguna mirada fuera de lo común. Sólo miró hacia la lente de forma natural, y unos segundos después escuchó claramente el sonido característico de una fotografía tomada. Abra echó un vistazo a la foto en la pantalla digital trasera, y casi de inmediato se la pasó a Damien para que él mismo la viera.
—¿Qué dices? ¿Tengo talento?
El chico de traje, aunque ahora sin corbata, tomó de regreso su cámara e inspeccionó la última fotografía tomada. La inspeccionó en un intrigante silencio por un rato, y entonces volteó a ver lentamente a la jovencita ante él con un poco de seriedad en su mirada.
—Te quedó un poco desenfocada —le informó con normalidad—. Y me cortaste la parte superior de la cabeza. Y creo que hubiera quedado mejor si la hubieras tomado verticalmente.
El rostro de Abra se cubrió de un ligero enojo en forma de puchero, que hacía ver su ya de por sí infantil rostro aún más fuera de sitio.
—Apuesto que igual eres de esas personas que siempre salen bien en todas las fotos —masculló con molestia como si intentara que eso sonara a un insulto, aunque en realidad no se sintió para nada como tal—. Yo siempre terminó viéndome fatal.
—Quizás porque nunca has tenido al fotógrafo adecuado —señaló el joven Thorn, y entonces se permitió tomar la cámara, en posición vertical, y enfocarla con ella al tiempo que ajustaba los lentes—. Mira hacia acá con tu mejor sonrisa.
—Sólo tengo una sonrisa —contestó la rubia, irónica. Respiró entonces profundamente, se sentó erguida en su silla, miró fijamente al frente y sonrió de una manera suave y decorosa.
Damien la siguió enfocando, intentando encontrar el ángulo y el enfoque adecuado.
—Sólo déjame... —Extendió en ese momento una mano hacia ella, sin soltar la cámara con la otra, y pasó sus dedos por su frente para retirarle uno de sus rizos de la cara. Éste acto tomó por sorpresa a Abra, pero lo hizo aún más el hecho de que en ese mismo instante tomara la fotografía sin siquiera prevenirle—. Listo, perfecta.
Sin siquiera echarle un vistazo a la pantalla, le extendió la cámara de regreso a su modelo para que ella misma viera el resultado. Abra, bastante escéptica, tomó la cámara de mala gana para ver lo que había hecho. De seguro había salido con cara de estúpida o algo parecido.
No era así.
Abra se quedó anonadada al ver la espontanea fotografía que le habían tomado. Miraba hacia arriba en un pequeño ángulo ascendente, como si contemplara algo lejano en las alturas, aunque en realidad lo que sus ojos buscaban en esos momentos era la mano de su fotógrafo. Su rostro en ese momento no era de sorpresa o de enojo, sino más bien parecía reflexivo, soñador. La luz que entraba por el vitral sobre sus cabezas hacía que su piel tomara una tonalidad brillante, y jugaba bien con las sombras de su costado.
Quizás sólo la estaba viendo a través de una pequeña pantalla cuadrada, pero de inmediato pensó que podría ser la mejor fotografía que se hubiera tomado en su vida.
—Cielos... —masculló incapaz de salir de su asombro. Miró entonces a Damien, quien desde su silla parecía bastante orgulloso de su obra—. ¿Cómo lo hiciste?
El joven Thorn se encogió de hombros.
—Creo que tengo el don de sacar lo mejor y lo peor de las personas... en sus fotografías, claro —se apresuró a aclarar—. Me agradan las fotos porque capturan un momento fijo de las personas. Todo lo que les cruzaba por la cabeza, todo lo que deseaban y querían, puedes interpretarlo en su expresión, en su mirada, o postura. Pequeños detalles que en un video o a simple vista pasan desapercibidos.
Abra no mostró mucha reacción a sus palabras; parecía estar aun digiriendo la impresión de haber visto tal foto, y no tenía energías suficientes para intentar descifrar por completo lo que trataba de decirle con todo ello.
Le pasó entonces de regreso su cámara.
—¿Y qué ves en mi fotografía? —Preguntó curiosa.
Damien echó un vistazo a la pantalla de la cámara antes de responder algo.
—Brillas con intensidad —mencionó abruptamente—. Mucha intensidad.
Un trazo de sorpresa se dibujó en los ojos de la chica rubia, y sus mejillas tomaron una ligera tonalidad rosada, que intentó disimular volteando hacia otro lado. Se aclaró la garganta discretamente, y con un movimiento de sus dedos volvió a colocarse fuera de lugar el mismo mechón que él le había acomodado.
—Bien —exclamó con aparente más calma, aunque quizás era algo fingida en realidad—, además de rico, fotógrafo aficionado y lector de mentes, ¿qué más puedes hacer?
—¿Hablas de...? —Damien señaló su propia cabeza con un dedo. Abra no respondió nada, pero su sola mirada le fue suficiente para indicarle que era justo eso.
El chico sonrió, divertido.
"En realidad no creo poder leer mentes precisamente. Normalmente sólo soy capaz de sentir lo que le gente siente, o darme una idea de sus preocupaciones, miedos y deseos, y demás emociones fuertes."
—Es la primera vez que los pensamientos de alguien llegan a mí como si fueran parte de una conversación —concluyó ya con su propia voz.
—Para ser tu primera vez lo haces bastante bien —señaló Abra, colocando una mano en su barbilla en una casi sobreactuada expresión reflexiva—. Incluso logras bloquearme por completo, y muy fácil al parecer.
—¿Bloquearte? —Inquirió Damien, intrigado.
Abra fue ahora la que sonrió, inclinando un poco su cuerpo hacia el frente.
"Sí, no soy capaz de entrar en esa cabecilla tuya por mi cuenta, sólo lo que tú quieres que vea. No es tan raro realmente, yo también puedo hacerlo, y mi tío Dan igual. Pero me resulta curioso que tú lo hagas con tanta naturalidad si nunca habías hecho esto antes."
Tomó una de sus papas fritas, la sumergió hasta la mitad en su botecito de salsa cátsup, e inmediatamente después se la introdujo completa en la boca. Parecía disfrutarla gratamente.
—Siempre me han dicho que tengo facilidad para aprender cosas nuevas —contestó Damien, encogiéndose de hombros.
—Ajá, pero ya enserio —insistió la joven—, ¿puedes hacer algo más?
—¿Tú puedes?
—Yo pregunté primero.
—Dime y yo te digo.
—Qué maduro —farfulló con un poco de falso fastidio. Dio un sorbo profundo de su refresco, antes de dignarse a responderle—. Tengo un poco de telequinesis. Ya sabes, mover objetos con la mente, o romper cosas. De pequeña me parece que tenía más, pero conforme fui creciendo esa habilidad se fue diluyendo un poco. Ahora sólo me surge cuando estoy alterada, en peligro, enojada o cosas así.
El rostro de Damien se tornó algo serio al escucharla.
—Eso es interesante —murmuró con genuino interés, que posiblemente sin querer había sonado un poco sarcástico.
—Bien, te toca. ¿Qué más puedes hacer?
Damien se recargó por completo contra su silla, cavilando un poco. Dio un sorbo de su botella de agua, mientras miraba al techo en busca de la mejor respuesta para dar.
—Puedo... hacer que algunos animales hagan lo que les digo.
La ceja de Abra se arqueó con bastante incredulidad.
—No es cierto —musitó, casi ofendida.
—Es verdad.
—¿Enserio? ¿Quieres que crea que tienes control mental sobre los animales?
—En algunos, principalmente perros.
Abra rio de manera forzada; era evidente que no le creía. Tomó su vaso de bebida, y sorbió hasta que pareció acabarse todo lo poco que le quedaba.
—Qué conveniente que no haya ningún perro por aquí para que lo demuestres —murmuró, sarcástica—. Tengo un perrillo llamado Brownie. Fue un regalo de mi tío Dan; era de un conocido suyo que falleció. Es una criatura adorable, pero a veces me gustaría poder hacer que me obedeciera cuando le digo que se bajé de los sillones o que no mastique lo que no debe.
—Yo te puedo ayudar con eso.
—¿Ah, sí? Podrías ser como el Encantador de Perros, pero en versión Millennial.
—Creo que en realidad somos Generación Z.
—Da igual.
Abra rio entonces, con una risa bastante natural y suave. Todo en ella parecía demasiado... auténtico, transparente, como si no temiera en lo más mínimo decir o hacer lo que le placiera. Eso era algo realmente inusual para el joven Thorn, al menos cuando la gente estaba ante él. Aún aquellos que no conocían su supuesta verdadera naturaleza, por el simple hecho de ser un Thorn, o muchas veces por su mera presencia, tendían a decir y actuar de una forma tal para complacerlo y agradarle. Suena genial a primera instancia, pero lo cierto es que se vuelve un poco aburrido a la larga. Por ello, esa chica le resultaba ciertamente inusual, y por ello interesante.
Definitivamente más interesante que la pareja de adúlteros de hace un rato.
—¿Tú puedes hacer algo más? —Preguntó Damien directamente y sin rodeos. Abra se encontraba a mitad de una mordida de su hamburguesa cuando escuchó la pregunta, así que tuvo problemas al inicio para lograr enfocarse y responderle.
Masticó aprisa, cubriendo su boca con una mano, y tragó lo más rápido que pudo.
—Déjame ver... Puedo proyectar mi conciencia a otros lugares —declaró con bastante naturalidad, pese a la naturaleza tan inusual de su afirmación—. Puedo ver y escuchar a una persona que esté a kilómetros de mí tan vívidamente como si la tuviera al frente. Pero requiere mucha concentración, y ocupo saber a dónde quiero ir o con quién quiero ir. A veces tocar un objeto o una foto ayudan, o sencillamente me enfoco en una idea o deseo, y me dejo llevar por ella.
—Creo que yo también puedo hacer algo parecido —comentó Damien, entusiasmado. No sabía si era exactamente lo mismo, pero efectivamente lograba ver y oír a personas que estaban muy lejos de él; a veces, podía incluso hacerles mucho más que sólo verlos y oírlos.
—No es tan raro —comentó Abra, un poco indiferente—, mi tío Dan también puede.
—Ese tío Dan del que tanto hablas, ¿te enseñó a hacer todas esas cosas?
—No precisamente. —Abra dio una mordida más de su hamburguesa; ya sólo le quedaban alrededor de dos bocados más—. Yo podía hacer todo esto desde que era muy pequeña, y la mayoría las fui aprendiendo por mi cuenta. A mi tío lo conocí hasta que cumplí los doce. En general, mis habilidades son más poderosas que las suyas. Pero él tiene bastante más experiencia y control, así que sí, sus consejos y guías me han servido.
Así que no había sólo una persona más en ese mundo que podía hacer cosas parecidas a las suyas, sino que había al menos dos. Y encima de todo, era alguien con más "experiencia y control". La idea le provocaba una verdadera mezcla de sentimientos; entre ellos, definitivamente se encontraba el enojo, pero no deseaba pensar en ello de momento.
Tomó un bocado de su ensalada; un pedazo de pollo y uno de lechuga, para ser exactos. Miró entonces hacia abajo, hacia el resto de la gente, y al mismo tiempo comenzó a captar con más claridad todo el ruido que hacían: sus voces, sus pasos... y sus mentes.
—Hay algo más que puedo hacer —murmuró de pronto una vez que terminó de masticar, y antes de pasar una servilleta por sus labios para limpiar cualquier rastro de aderezo que le hubiera quedado ahí—. No sólo puedo influir en los animales, también en algunas personas. En las que tienen la mente más débil o vulnerable. Puedo hacer que hagan cosas.
—¿Cosas cómo qué? —Cuestionó Abra, al parecer también escéptica, pero no tanto como con los animales.
Damien sonrió complacido.
Miró entonces de nuevo hacia la multitud.
—Déjame ver... —susurró despacio mientras recorría su mirada por el tumulto, buscando a alguien que pudiera servirle de ejemplo. El sujeto perfecto se le cruzó sin mucha espera—. ¿Ves a aquel hombre de allá?
Damien señaló hacia abajo, hacia el área de los stands. Abra miró en la dirección que señalaba. Tardó un poco en identificar de quién hablaba, pero le pareció claro que señalaba a un hombre cuarentón, de traje gris y cabeza calva, que se encontraba de pie frente al stand de alguna marca motocicletas, o eso le parecía. El stand era atendido por hermosas mujeres en vestidos cortos y ajustados color plateado con brillos. Eso era lo único que ella podía percibir desde esa distancia.
—No le ha quitado los ojos de encima a esa edecán desde hace un buen rato —añadió Damien, señalando ahora hacia una de las chicas, una rubia alta y bastante, bastante curvilínea, que atendía en esos momentos a otro hombre interesado en una de las máquinas que exhibían—. Desde aquí puedo sentir todas las malas emociones que le provocan su figura y su vestido diminuto. Es un hombre casado, y aún así está considerando el invitarla a salir con él esta noche.
Abra lo miró sorprendida un instante, pero casi de inmediato se volvió a girar hacia aquel hombre, intentando enfocarse en él. Había mucha gente, mucho ruido y movimiento. No logró captar con tanta claridad lo que Damien describía, pero si le llegó una sensación un tanto incómoda y desagradable proveniente de él.
—Qué asqueroso —masculló, molesta.
—Los pensamientos indebidos son los más fáciles de percibir para mí —comentó Damien—, y también los que dejan más vulnerable la mente de una persona. ¿Qué te parece si le damos un pequeño empujón para cumplir su deseo?
Abra no entendió a qué se refería. El chico de negro observó muy concentrado al hombre calvo, como si mirara un acertijo que le resultaba difícil de entender. Aunque, en realidad, ese sujeto podía ser muchas cosas, pero no difícil de entender. Era un sujeto bastante común, bastante... aburrido.
De la nada, el hombre se estremeció como si le hubiera dado un pequeño escalofrío. Se paró derecho y miró hacia al frente de forma perdida, como si meditara en algo profundo, muy profundo. Abra notó este cambio. Miró a Damien con la intención de preguntarle si él lo estaba haciendo; él seguía con su atención puesta en aquel hombre, y no le pareció que fuera buena idea interrumpirlo.
De pronto, el hombre calvo comenzó a caminar con paso decidido y firme, en dirección al edecán, que en esos momentos le daba la espalda mientras hablaba con el otro caballero. Sin duda alguna ni vacilación en su acto, se paró justo detrás de la señorita, y acercó de inmediato su mano derecha hacia su glúteo, tomándolo firmemente entre sus dedos.
Abra contuvo el aliento al ver esto.
La Edecán dio un salto, asustada, y de inmediato se volteó y retrocedió; el hombre calvo la miraba aún con la expresión ausente, como si no fuera consciente de dónde estaba. Esto poco le importó a la chica, pues con justa razón se lanzó contra él, comenzando a golpearlo con ambas manos en su cabeza pulida y reluciente. No lograban escuchar qué le decía, pero parecía estarle gritando todos los insultos del manual. El hombre, confundido como si lo acabaran de despertar de un sueño, se cubría torpemente con sus brazos. El otro cliente que la señorita atendía, se le acercó de inmediato con actitud desafiante y lo tomó de su traje, zarandeándolo y dándole también su dosis de insultos sin duda. Otras de las chicas se acercaron a la joven afectada para apoyarla; no se veía asustada o triste, sino más bien furiosa. Varias personas más, incluyendo a un guardia de seguridad, se acercaron al sitio. Unos segundos después estaban jalando a aquel hombre a la salida.
Abra no pudo evitar soltar una pequeña risilla ante la escena; parecía casi sacada de una mala comedia de domingo.
—Eso fue terrible —exclamó entre risillas.
—Te estás riendo.
—No dije que no fuera gracioso.
Damien no rio, pero sí sonrió. Pero él no lo hacía tanto por lo ocurrido, sino por la reacción que había tenido su acompañante.
—Eso fue algo pequeño. Puedo hacer que hagan cosas más grandes.
—¿Cómo qué?
Se arrepintió de haber dicho eso en cuanto oyó esa pregunta. "¿Cómo qué?", eso definitivamente no era algo que deseara responder. ¿Quería saber cómo qué era capaz de hacer que las personas hicieran?; no, realidad no quería saberlo.
Sintió entonces su nombre flotar en el aire, y llegarle desde atrás directo a su nuca. No era un sonido como tal, nunca eran precisamente sonidos, salvo esas conversaciones que había tenido con esa chica que acababa de conocer. Era más como pensamientos o sentimientos, pero eran un tanto más fríos y distantes. Se giró sobre su hombro, y luego miró de nuevo hacia abajo, hacia la multitud. Pudo distinguir con facilidad a dos hombres de trajes negros y gafas, abriéndose paso entre la gente, mientras miraban constantemente a todos lados. Damien los reconoció de inmediato.
—Son los guardias de mi tía —comentó un poco fastidiado—. Deben estarme buscando.
—¿Te escapaste de ella acaso?
—Algo así. —Se puso entonces de pie rápidamente—. Salgamos de este sitio.
—¿De la Convención?
—Sí, no te preocupes por tu reporte. Yo te diré todo lo que ocupas saber de Thorn Enterprises, mi tía y sus negocios.
—¿Cómo rechazar esa oferta? —se encogió Abra de hombros, y de inmediato se paró también y se colocó su mochila al hombro. Damien comenzó a andar con un poco de prisa hacia las escaleras, y ella lo siguió.
Tiempo después esa misma noche, la joven de rizos rubios se cuestionaría a sí misma cómo era que había hecho todo aquello con tanta facilidad y sin pensarlo ni un poco primero.
— — — —
Era como una pequeña aventura de espías, de ambos abriéndose paso a escondidas entre la gente, intentado pasar desapercibidos. Los supuestos guardias de Ann Thorn no parecieron ser conscientes de su cercanía en ningún momento. Damien guio a su compañera entre los pasillos, hacia el estacionamiento subterráneo. Una vez ahí, todo se sentía mucho más silencioso y callado, como si el barullo sobre sus cabezas sencillamente no existiera.
—¿Tienes vehículo? —Cuestionó la joven, mientras andaban entre los vehículos estacionados.
—Llegamos aquí en un par de autos de la empresa. Tomaremos uno prestado.
El par de autos de la empresa eran en realidad tres camionetas negras del año con el logo de Thorn Enterprises en los costados de las puertas. Había tres choferes ahí esperando, aunque en esos momentos los tres se habían tomado un momento para fumar, charlar y revisar sus celulares. Uno de ellos, alto y fornido, quizás demasiado alto y fornido para ser sólo un chofer, fue el primero en notar que se acercaban. El hombre se sobresaltó casi asustado, y de inmediato tiró el cigarrillo al suelo y lo pisó con fuerza con la punta de su zapato.
—Joven Thorn —exclamó con un tono respetuoso y algo cohibido.
—Me llevaré este auto, Chuck —indicó el joven de negro, señalando con su dedo pulgar hacia una de las camionetas. El chofer miró el vehículo, un tanto perplejo.
—Pero su tía...
—Mi tía ya está enterada —interrumpió abruptamente y entonces le extendió su mano—. ¿Las llaves?
El conductor miró la mano blanca de aquel chico con una expresión tal como si lo hubieran apuntado con una pistola. Al final, sin embargo, lo obedeció sacando las llaves de su bolsillo y entregándoselas. A Abra toda esa escena le pareció extraña. El temor o nerviosismo que aquel hombre, y de paso sus demás compañeros, mostraba, le resultaba un poco más del normal que se esperaría de un empleado a su jefe; o más bien al hijo/sobrino de su jefe.
Damien tomó gustoso las llaves del vehículo. Luego sacó del bolsillo interno de su saco su billetera, y extrajo de ésta un billete doblado que le extendió al conductor para introducirlo en el bolsillo de su camisa.
—Por las molestias —le masculló el joven, seguido de un guiño de su ojo derecho. El hombre sólo agradeció con un discreto asentamiento de su cabeza. Abra no vio de cuánto había sido aquel billete, pero hubiera jurado que le pareció ver la cara de Benjamin Franklin por un instante.
Damien se dirigió sin espera a la puerta del conductor.
—Sube —le sugirió animoso.
Abra rodeó el vehículo para ir la puerta del pasajero. Otro de los conductores se apresuró a abrírsela.
—Gracias —exclamó la joven al tiempo que se subía y se colocaba la mochila sobre las piernas. El conductor cerró la puerta detrás, y ella de inmediato se colocó el cinturón de seguridad.
Damien encendió el vehículo y con notable destreza lo sacó en un solo movimiento de su cajón, para luego encaminarse apresurado hacia la salida, un poco más rápido de lo necesario. Abra sonrió, divertida por todo lo emocionante y nuevo que todo aquello le resultaba.
— — — —
Salieron casi disparados del centro de convenciones, y luego Damien se abrió paso por las calles de la ciudad con la maestría de un conductor Nascar, pero con relativa menor velocidad. En realidad no sabía a dónde iba o para qué; simplemente se estaba dejando llevar, sin ningún plan o agenda, para variar.
Aún no estaba seguro de qué hacer con toda la información nueva que acababa de recibir, o incluso qué hacer con la chica que tenía sentada a su lado. Tenía demasiados pensamientos entrecruzados, y demasiadas emociones que no eran propias de él o de su naturaleza. Pero ya tendría mucho tiempo para lidiar con ello. Por ahora, sólo quería seguir conduciendo y disfrutar de ese momento, hasta que ya no pudiera hacerlo más.
—Creo que nunca me había subido a un auto tan costoso —escuchó que Abra comentaba desde su diestra. Cuando Damien le echó un vistazo rápido de reojo, notó como pasaba su mano por la piel oscura del asiento—. Por sólo estar sentada aquí me siento intimidada.
Damien sonrió, divertido por esa reacción, que de hecho no le resultaba tan inusual.
—A la gente le intimida mucho las cosas materiales como éstas —murmuró sarcástico, mirando fijamente al camino—. Pero al final del día, sólo es plástico y metal, acomodado de una forma distinta y por ello le dan más valor.
Abra soltó una risilla incrédula.
—¿El chico rico del Top 5 Nacional me va a venir a hablar de no ser materialista?
Damien se encogió de hombros.
—Bueno, no mentiré. El dinero tiene su poder, pero existen fuerzas más poderosas que mueven a más personas.
—¿El amor o alguna cursilería parecida?
El chico guardó silencio, reflexivo por unos instantes.
—Sí, alguna parecida...
Abra no insistió mucho más con el tema; igual sólo fue un comentario sin importancia que se le había salido. Abrazó la mochila contra sí, y se viró hacia la ventana, viendo las tiendas y personas pasar mientras ellos avanzaban. ¿Qué cruzaba exactamente por esa cabecita rubia? Damien intentó enfocarse en descubrirlo, pero no percibió nada. Ella había comentado algo sobre una defensa. No pensaba que hubiera realmente alguien que pudiera "defenderse" por completo de él. De seguro si empujaba e insistía lo suficiente, podría atravesarla y ver del otro lado, pero no le apetecía hacer tal cosa en ese momento; no aún, al menos.
—Así que —comenzó a pronunciar la joven, sin apartar su mirada de la ventana—, recapitulando, lees mentes o algo parecido, puedes influenciar en los perros y en las personas para que hagan lo que tú quieras, e igual que yo puedes ver otros lugares y personas aunque estén lejos de ti. ¿Algo más que desees compartir?
Otra pregunta que lo obligó a guardar silencio. Sólo se le ocurría una cosa más que no había mencionado... una que ni él mismo era aún capaz de comprender del todo. Podría haberlo omitido, haber respondido su pregunta con un "no, nada más", dejar dicho tema por terminado, y ella no sabría que le mentía pues aparentemente él también tenía su propia defensa. Pero de alguna forma su razonamiento concluyó en intentar algo totalmente diferente: ser un poco más honesto, al menos hasta cierto punto.
—Hay algo, pero... no estoy seguro de cómo describirlo. —Su voz se tornó mucho más seria, tanto que desconcertó un poco a Abra. Ésta se volteó hacia él de nuevo; miraba fijamente al camino, con quizás demasiado ensimismamiento—. A veces, si me concentro lo suficiente, o en ocasiones sin darme cuenta del todo, pueden ocurrir... cosas a mi alrededor.
Abra arqueó una ceja, intrigada.
—¿Qué tipo de cosas?
—No lo sé —respondió un poco más jovial—. Todo tipo de cosas. Olvídalo, no es nada.
Agitó su mano, intentando restarle importancia al asunto para que así ella lo dejara pasar. No tuvo que leerle la mente, o lo que fuera, para saber que no se había quedado del todo convencida con ello. Pero no pareció con la intención de insistir tampoco. O Abra Stone no era tan curiosa como lo parecía, o sencillamente no deseaba tentar de más a su suerte en esa situación
De haber querido más información, no estaba del todo seguro de qué haría. Quizás tendría entonces que usar alguna de las habilidades que le había descrito para intentar convencerla por las malas de que lo dejara pasar. Ella quizás se hubiera dado cuenta, o quizás no; desconocía cómo funcionaría ello en alguien como ella. Pero igual lo intentaría, todo con tal de no decirle que esas cosas que ocurrían a su alrededor, eran de hecho puras "cosas malas"...
— — — —
Su paseo sin rumbo fijo los llevó hasta una colina a las afueras de la ciudad, un lugar muy conveniente para estacionarse y echar un vistazo a todo el panorama de la ciudad; bueno, para eso y para otras cosas. El lugar estaba totalmente solo. Era relativamente temprano, el sol apenas comenzaba a meterse y el cielo se pintaba poco a poco de anaranjado brillante. Quizás no había cielo estrellado o las luces de la ciudad, pero definitivamente tenían un hermoso atardecer delante de ellos.
—Éste parece un buen lugar para tomar una foto —comentó Abra, teniendo sus manos y barbilla apoyadas sobre el tablero del vehículo.
—Es cierto —secundó Damien, recargado por completo hacia atrás en su asiento—. Pero de momento creo que me apetece sólo disfrutarlo directamente.
Había colocado la costosa cámara en el asiento trasero, posiblemente para que no le estorbara mientras conducía. Efectivamente no parecía tener intención de tomarla. Tenía sus manos cruzadas sobre sus piernas, y sus ojos azules y fríos reflejaban el tono del atardecer, haciendo que de hecho se vieran brillantes y cálidos, como encendidos en fuego.
Abra lo miró, recostando un poco su cabeza sobre sus manos. Su perfil era casi perfecto, y bañado con esa luz anaranjada se veía aún más atractivo, si es que eso era posible.
La jovencita rio entrecortadamente, de forma casi embobada.
—Si mis padres se enteraran de que me escapé de la convención en el auto de un completo extraño, no me dejarían ir a otro viaje en mi vida.
—Creo que fácilmente se puede ver que sabes cuidarte tú sola —señaló Damien con tono elocuente.
—Eso digo yo. —Abra se sentó más derecha en su asiento. Su mirada y su tono se tornaron un tanto más astutos y pícaros, haciendo que su aire infantil e inocente que había traído consigo todo el día, se diluyera un poco—. Sí quisieras hacerme algo, definitivamente te iría muy mal, jovencito.
Damien sonrió, divertido.
"¿Es una amenaza?"
Abra se encogió de hombros, un tanto indiferente.
"Tómalo como quieras"
Y entonces se hizo el silencio. Ninguno dijo nada, ni con su boca ni con su mente. Sólo se miraron el uno al otro, intentando transmitir con su sola y sencilla mirada todo lo que necesitaban decir. Incluso las personas que no resplandecían en lo absoluto, eran capaces de hacer a veces ese tipo de conexiones inmateriales con otros. De verlo a los ojos y sencillamente "saber" lo que el otro desea. Claro, muchas veces la gente es un tanto insegura al momento de intentar interpretar esto, y lo es aún más cuando se trata de decidir cómo reaccionar, o no reaccionar del todo. Pero Damien Thorn no era inseguro en absolutamente nada; él siempre sabía lo que tenía que hacer, cómo y cuándo hacerlo, y la expresión de Abra se lo dejaba bastante claro.
El chico se inclinó con cuidado hacia ella, y Abra se lo permitió. El cuerpo de la joven se presionó a sí mismo contra su asiento, sin quitarle la mirada de encima a los profundos ojos azules del muchacho. Damien acercó su rostro al de ella, e hizo lo mismo con su torso a como la separación entre ambos asientos le dejaba posible; y de nuevo, ella se lo permitió. Abra lo miró, bastante tranquila, como si su presencia tan cercana no significara nada para ella, pero él sabía que no era así. Podía sentir su corazón latir cada vez un poco más acelerado, y sus mejillas se iban tornando de un rosado muy coqueto. Avanzó un poco más, teniendo su rostro a una distancia bastante escasa. Los ojos de la joven se cerraron por sí solos, y un ligero suspiro se escapó de sus labios; Damien pudo sentir dicho suspiro cálido sobre su rostro. No cortó la distancia de inmediato; dejó que ella percibiera el olor de su colonia y su champú, y el ardor de su propia piel.
La mano derecha del chico se posó sobre el muslo derecho de ella, acariciando sutilmente la mezclilla de sus jeans. Ella también lo permitió. Hizo nula la separación de sus rostros, dándole un beso que en un inicio fue lento y delicado, apenas apreciable por el roce de sus labios. Aun así, fue casi como un choque electico que hizo que Abra se estremeciera ligeramente en su asiento, pero sin dudar ni un poco se lo correspondió. No sólo ello, pues fue justamente ella quien decidió aplicar súbitamente un tanto más de empeño en el beso y menos delicadeza. Una de sus manos se colocó detrás de la cabeza del Damien, y recorrió sus cabellos oscuros con sus dedos. Pequeños suspiros se le escapaban entre suspiros, pero él callaba la mayoría con sus labios.
La mano que había colocado sobre su muslo, siguió en ese sitio por unos segundos más, recorriéndolo de arriba abajo con toda su palma. Sin embargo, se atrevió a subir un poco más, recorriendo su cadera, luego su costado por encima de su suéter, aunque sus dedos inquietos lograron alzar un poco éste en su trayecto y rozar ligeramente su piel con las yemas, pero luego siguieron su camino de forma habitual. Subió por su costado derecho, hasta llegar a la altura de su busto. Su mano se posó ahí, pero no de una forma ruda u obscena; era como una caricia cálida, similar a como si la hubiera puesto sobre su mejilla, pese a que tenía su ropa de por medio.
Abra lo permitió. Se estremeció ligeramente en el primer segundo, pero se calmó casi de inmediato y ni siquiera abrió los ojos. Ahora tenía sus dos brazos entorno al cuello del muchacho, y lo rodeó como queriendo abrazarlo y atraerlo más hacia él.
Damien la degustó con satisfacción, saboreando sus labios y la forma de su cuerpo. Era algo delgada para su gusto, y sus pechos se encontraban oscilando entre pequeños y medianos; un 60 sobre 100 en su escala, si debía dar alguna calificación. Pero realmente no pensaba en esos momentos en ello. Había algo en su esencia, su olor, su sabor, o aura entera, que le resultaba demasiado atractivo. Quizás no era nada de eso, y sólo era el saber que realmente no era otra persona común, aburrida y corriente. El saber que debajo de esa apariencia de chica normal sin un atractivo muy sobresaliente, se ocultaba una poderosa y peligrosa fuerza que él desconocía; y las cosas que desconocía de ese mundo realmente eran pocas, y por ello cuando encontraba una deseaba explorarla y conocerla, hasta que le resultara aburrida de nuevo. Y eso hacía en ese instante.
Y fue entonces, mientras su mente se movía entre todos esos pensamientos y sensaciones, y antes de que intentara alguna otra acción más allá de hasta dónde había llegado, que Abra Stone abruptamente... dejó de permitírselo.
Los ojos de la chica rubia se abrieron de golpe y por completo. Damien no fue consciente de esto, hasta que las manos de Abra se apartaron un segundo de él, para después colocarse sobre su pecho y empujarlo hacia atrás y lejos de ella con una sorprendente fuerza considerando su complexión. Su beso fue roto, y el cuerpo del muchacho volvió súbitamente al asiento del conductor. Para cuando el chico pudo reaccionar ante el cambio tan repentino, notó como la muchacha se encontraba ahora prácticamente pegada contra la puerta de su lado, y lo miraba fijamente en silencio, con su respiración agitada y sus ojos casi desorbitados.
—¿Qué? —Cuestionó Damien con un tono juguetón, acompañado de una pequeña risilla—. ¿Qué ocurre?
Supuso de inmediato que sería el clásico jugueteo de "esto no está bien", "no puedo hacerlo", "yo no soy esa clase de chica", o algo similar. No importaba, en realidad. Después de todo, el hacer que la gente hiciera justo lo que quería era quizás una de sus habilidades más importantes, sea por un efecto sobrenatural y no. Y no había ninguna chica que pudiera decirle un absoluto "no"; siempre tenía únicamente que insistir lo suficiente, y presionar los botones necesarios, en más de un sentido.
Sin embargo, poco a poco se pudo dar cuenta de cómo aquella chica lo estaba viendo en realidad. Ya no había ese mismo deseo y anhelo en sus ojos como lo había hace sólo unos momentos atrás. Lo que veía ahora no era asombro, ni culpa, ni siquiera miedo; era más bien... horror, un profundo, arraigado y estremecedor horror, que la paralizaba y la hacía pegarse contra la puerta en un intento inconsciente de querer crear más distancia entre ambos; de hecho, si no hubiera estado dicha puerta ahí, era probable que se hubiera alejado arrastrándose por el suelo. Dicho horror no era por lo que estaban haciendo, ni por lo que estaban por hacer luego de ello. No, esa expresión venía influencia directamente por él... y sólo por él.
Lentamente, la cándida sonrisa de Damien también se desvaneció, pues ya lo había entendido. No ocupó usar ningún tipo de percepción especial, pues su sola cara fue suficientemente clara para él. En ese momento exacto, quizás esa defensa casi perfecta de la que ella había hablado se bajó al fin por un segundo, o quizás la cercanía tan intensa se lo había facilitado. No importaba realmente lo que había sido, sólo importaba que... lo había visto: había visto lo que se ocultaba detrás de dicha barrera, y lo que vio... la había aterrado en cada milímetro de su cuerpo.
El rostro de Damien se endureció como roca. Rápidamente se le acercó, y antes de que ella pudiera reaccionar la tomó firmemente de su muñeca y la jaló hacia él. Abra se quedó paralizada, incapaz de mover su cuerpo para siquiera apartar su vista de él.
—¿Qué viste? —Le inquirió de frente, apretando su muñeca tan fuerte que casi la lastimaba—. ¡¿Qué fue lo que viste?! ¡Dímelo!
Abra siguió sin reaccionar por un rato más, incluso aunque él le gritara y zarandera. Uso todas sus fuerzas y todo su empeño para lograr sobreponerse, para lograr sacarse a sí misma de ese letargo. Su mirada también se volvió dura, o más bien agresiva, casi como la de una fiera.
—¡¡Suéltame!! —Gritó con fuerza, y abruptamente el cuerpo de Damien fue empujado por sí solo hacia atrás contra la puerta del conductor, como si un caballo le hubiera pateado el pecho. El empujón fue tan fuerte que su cabeza chocó contra el vidrio de la puerta, astillándolo en forma de telaraña, con su centro justo en el lugar del impacto.
El cuerpo del joven se desplomó sobre el asiento, y Abra no se quedó ni un segundo más para revisar si acaso seguía consciente o no. Abrió lo más rápido que pudo su puerta, batallando un poco pues sus manos se sentían nerviosas y temblorosas. Cayó casi de bruces al suelo sin pavimentar en el que se habían estacionado, interponiendo sus manos y rodillas para no golpearse la cara. Se raspó un poco las palmas, pero no le importó. Se puso de pie con pasos torpes, y comenzó a correr en dirección a la carretera por la que habían subido. No había dado más de cinco pasos, cuando lo escuchó a sus espaldas.
—¡Abra!, ¡detente ahora mismo! —Gritó la voz de Damien con gran poderío, pero por un instante le pareció que no era la única voz que gritaba; era como si hubiera una más grave, más fuerte y más amenazante acompañándola de fondo.
Pero no fue el grito lo que la obligó a detenerse, sino dos figuras oscuras que se posaron de pronto delante de ella, como si hubiera salido totalmente de la nada. Eran dos perros, grandes y oscuros, que le ladraron fuertemente, y sus ladridos retumbaron como truenos. Gruñían molestos, y de sus hocicos escurría saliva densa, que caía al suelo debajo de ellos. Sus ojos se encontraban inyectados de sangre, y a pesar de estar en el cuerpo de dos perros, transmitían una gran furia, bastante propia más bien de los humanos.
"Puedo hacer que algunos animales hagan lo que les digo... principalmente perros."
Se giró cautelosa hacia atrás; Damien ya se había bajado del vehículo y lo rodeaba con paso firme y apresurado para ir en su dirección. Abra se sorprendió, o quizás más bien asustó, al darse cuenta de que no había rastro alguno de herida en su cabeza tras el golpe que había recibido. Ni un raspón, ninguna cortada; nada...
La adrenalina le recorría el cuerpo a mil por hora. Su respiración se volvió mucho más agitada, y su corazón le latió tan fuerte que pensó que terminaría explotándole ahí mismo. Y conforme aquel individuo se le acercaba, con sus ojos encendidos como carbones, su estado no hacía más que acrecentarse.
Esa era justo la fórmula perfecta...
—¡Aléjate de mí!, ¡¡no me toqueees!! —Gritó con todas sus fuerzas, casi desgarrándose la garganta.
Todo el mundo pareció agitarse un poco. Damien sintió de nuevo que era empujado hacia atrás, pero ahora con mucha más intensidad; no era ya la patada de un caballo, sino más bien el choque directo de un camión de pasajeros. Su cuerpo salió volando, directo contra la camioneta, cuyos vidrios, todos ellos, estallaron en pedazos en cuanto su cuerpo tocó la carrocería. Los pedazos de vidrio volaron hacia atrás como arrastrados por el viento. El cuerpo el chico abolló la puerta de lo fuerte del impacto, y luego cayó de sentón al piso, quedándose ahí por unos instantes
Él no fue el único empujado; los dos perros que le cortaban el camino también salieron volando, aunque en direcciones diferentes. Uno de ellos chocó contra un árbol a un lado del camino, gimiendo de dolor, y luego cayendo al suelo para ahí quedándose. El otro fue más lejos, pasando la barda de seguridad y rodando unos metros colina abajo.
Una vez que tuvo el camino libre, Abra no lo dudó ni un instante más y comenzó a correr como liebre huyendo de su depredador. Corrió y corrió sin mirar atrás, y no se detuvo hasta que sus piernas ya no pudieron más.
Damien se alzó como pudo, apoyándose en el magullado vehículo. Desconcertado y confundido, buscó con su mirada a la joven. Distinguió su figura alejándose, ya a varios metros, por el camino aledaño a la carretera. Podría haberla detenido. De haberse concentrado lo suficiente, podría haber usado cientos de medidas diferentes para que se detuviera, se cayera o quizás algo peor. Pero no lo hizo... En lugar de eso, se paró derecho y se acomodó su cabello y su saco. Al querer acomodarse su corbata, se dio cuenta de que no la traía, pero no le dio mayor importancia. Volvió a rodear el vehículo y se subió al asiento del piloto, azotando la puerta detrás de él. Con la misma destreza demostrada antes, salió del pequeño espacio para estacionarse, y tomó la carretera en la dirección contraria a la que Abra se había ido.
Estaba molesto por ese mal rato, pero lo superaba considerablemente su gratitud. Después de todo, la información que le había dado durante toda su conversación, era mucho más valiosa que cualquier acto "divertido" que pudieran haber tenido en esa camioneta. Ahora tenía que volver a su realidad, y afrontar dicha información.
FIN DEL CAPÍTULO 29
Notas del Autor:
—La descripción que se hace en este capítulo de los poderes de Abra y Damien, son principalmente una interpretación personal de lo que se llegó a mostrar en sus respectivas obras. En el caso de Damien, en las tres películas (cuatro si se cuenta el remake del 2006) y en la serie de Damien (2016), los poderes que éste posee siempre se presentan un tanto ambiguos con respecto a qué puede hacer, cuánto y hasta qué punto con exactitud. La intención aquí fue darle un poco más de base y claridad a dichas habilidades, usando como inspiración, por supuesto, los diferentes momentos en los que se les vio hacer uso de ellas, además de también algunos agregados o ajustes propios. Es por ello que es probable que algunos puedan sentir que no concuerda del todo con lo mostrado en las obras originales. Cabe mencionar también que lo descrito o mostrado en este capítulo no abarca por completo el total de lo que ambos pueden hacer (sobre todo Damien). A lo largo de la historia iremos viendo a ambos a personajes con más detalle.
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