Capítulo 23. Entre Amigos
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 23.
Entre Amigos
A pesar del éxito de Matilda para calmar a Samara, todo el resto de la noche en Eola estuvo cargada de un denso aire de confusión. El cuarto de Samara, así como el propio pasillo afuera de éste, había quedado totalmente inutilizable. No sabían aún de qué manera se podría volver a habilitar esa área, si es que acaso era posible. Y lo más importante: ¿cuánto costaría? Lo primero fue arreglar las luces fundidas. Luego, retirar la puerta oxidada y caída, y también la camilla que se encontraba en estado similar. Al mismo tiempo se tendía que limpiar toda el agua encharcada, y posiblemente eso sería lo único que podrían hacer por esa noche. Mañana tendrían que determinar qué hacer con esas paredes, pisos y techos. Mientras tanto, el pasillo quedaría clausurado hasta nuevo aviso.
Samara tuvo, obviamente, que ser movida a otra habitación. Ningún enfermero o doctor tenía deseo alguno de acercársele; todos ya sabían o intuían que ella había sido la responsable de ello, y de algunos ataques a varios miembros del personal que intentaron acercarse a su cuarto mientras aún estaba amarrada. Matilda tuvo que encargarse de acompañarla durante el resto del tiempo. Lo primero que hicieron fue dirigirse a un área de tratamiento para que una doctora le revisara la herida de su mano. Matilda le sugirió a Samara que aguardara afuera; no quería que viera su cortada y dicha imagen pudiera perturbarla o causarle algún tipo de culpa que se saliera de control.
—No quiero estar sola —le había casi implorado, y la Dra. Honey no tuvo más remedio que dejar que le acompañara.
Samara se quedó sentada en una silla, un poco lejos de la mesa en la que la doctora la trataba; ésta frecuentemente miraba a Samara de reojo con aprensión. Había pedido además que mantuvieran la puerta abierta... por si tenía que gritar, quizás. Pese a todo, Matilda no tenía mucho que recriminarle, pues de cierta forma era la más valiente de ese sitio en acceder a tratarla, incluso si venía acompañada de la fuente de tanto caos, desde su perspectiva. El procedimiento quizás determinaba que debía haber un par de enfermeros, quizás incluso guardias de seguridad, afuera de la puerta esperando, pues después de todo Samara seguía siendo considerada un "paciente peligroso". Pero no había nadie afuera del consultorio; de hecho, todo se sentía bastante silencioso y solo.
En un sólo día le habían disparado (aunque había logrado que las balas no la tocaran siquiera), un perro enorme, y al parecer imaginario, le había mordido el tobillo, y la mano invisible de un atacante casi le arrebataba la vida al sofocarla desde quien sabe qué distancia. Ahora su paciente le había abierto la palma de su mano en un acto reflejo de miedo. Era demasiado, demasiado para un día... y éste aún no acababa.
Mientras la doctora le limpiaba su cortada y le ponía algunos puntos, Samara observaba en silencio desde su silla. Sus ojos estaban enrojecidos por todo lo que había llorado, y un par de ojeras oscuras los decoraban por debajo. Se veía aún más pálida que el día anterior.
—¿Te duele? —preguntó de pronto la pequeña, con una voz débil, casi adormilada.
—No, descuida —le respondió Matilda sonriendo, aunque eso no era del todo cierto—. Ya casi no siento nada.
Samara agachó su mirada un poco.
—Fue ella —susurró de pronto, pero era difícil saber si se lo decía a Matilda o a sí misma—. Yo no fui, yo no quería hacerlo... ella lo hizo...
—Tranquila, Samara —susurró la Psiquiatra, suave y lento—. Estaré bien, sano rápido. En unos días, ya ni siquiera se notara.
La doctora que la estaba curando no estaba del todo segura de ello, pero no dijo nada.
—Fue como con mi madre —murmuró de nuevo Samara de la misma forma—. De nuevo le hice daño a alguien que quiero...
Pequeños rastros de melancolía se asomaron por los ojos de la nena, pero de inmediato ella se los talló para disimularlo.
Una vez que le curaron su mano, Matilda la acompañó a las regaderas para que pudiera lavarse el cabello y el cuerpo, y mudarse de ropas. La espero afuera a que terminara, y en ese lapso tuvo el auto reflejo de tomar su celular; sin embargo, éste no encendió. Esos minutos que estuvo bajo el agua, evidentemente no le habían sido beneficiosos; incluso aún seguía húmedo y algo sucio. Había visto en película y en el internet que podía servir ponerlo en una bolsa de arroz, pero no estaba segura de qué tan útil sería eso en realidad. Tenía un segundo teléfono, el de "emergencias", que era un número al que sólo la Fundación le marcaba; sin embargo, lo había dejado en su bolsa en el módulo de recepción.
Ya con una bata limpia, su cabello y cuerpo aseado, Samara estaba lista para ir a su nueva habitación. Debido al deplorable estado en el que quedó el cuarto anterior, la tuvieron que mover a uno diferente en otra ala, aunque fuera de menor seguridad, petición que Matilda había hecho desde prácticamente su primer día ahí, y que sólo hasta ese entonces se le podía cumplir, pese a las circunstancias no tan agradables en las que ocurría. Era, en apariencia, más agradable que el anterior. Además de la camilla, que era algo más amplia, tenía un sillón para visitas, e incluso una ventana que daba al jardín, aunque con sus respectivos barrotes en ella.
—Este cuarto es un poco más agradable del que tenías, ¿no te parece? —Sonrió Matilda con un tono juguetón, mientras recostaba a la niña en la camilla—. Intenta descansar un poco, ¿sí?
—No puedo dormir —señaló Samara, apremiante, quedándose sentada en la camilla pero sin recostarse—. Si lo hago... ella vendrá por mí de nuevo.
Matilda respiro hondo. Se sentó en una silla a lado de la camilla, y la tomó gentilmente de su mano.
—Quedarte sin dormir no hace nada bueno por tu salud, Samara.
La niña miró hacia otro lado, insegura. Su reacción era más que esperada, debido a la espantosa experiencia por la que acababa de pasar. Y aplicarle un calmante, no era para nada recomendable por exactamente lo mismo.
—Dime una cosa —masculló Matilda, de nuevo algo jovial—. ¿Siempre que duermes tienes estas pesadillas?
Samara se viró hacia ella lentamente, mirándola con sus ojos enrojecidos y cansados.
—No... no siempre.
—Los últimos días habías podido dormir tranquilamente y sin pesadillas, ¿verdad? ¿A qué crees que se debió?
Samara apretó un poco el entrecejo y cerró un poco los ojos, en un gesto reflexivo casi sobreactuado.
—No lo sé... —sus delgados dedos se apretaron un poco más a la mano de la psiquiatra—. Creo que todo ha sido mejor desde que llegaste. Pero cuando creí que también me habías abandonado...
—No te abandoné, ni lo haré, pequeña —se apresuró Matilda a aclarar tajantemente—. Si es lo que necesitas, me quedaré aquí contigo hasta que concilies el sueño. Y pasaré la noche en la sala de espera, y así si ocurre algo a mitad de la noche podrán avisarme y te ayudaré como lo hice hace un momento. ¿Así estarás más tranquila?
Samara de nuevo caviló unos segundos, pero luego asintió lentamente, afirmativa. Lentamente deposito su cabeza en la almohada suave, aunque de funda un poco áspera.
—Gracias.
—No te preocupes, para eso estoy aquí —le comentó Matilda con una amplia sonrisa.
La niña de cabellos negros cerró lentamente sus ojos.
—¿Pudiste hablar con mi madre? —susurró de pronto, con su voz aún bastante despierta.
Matilda se sobresaltó un poco, pero intentó tranquilizarse y despejar su mente de cualquier pensamiento consciente referente a aquella conversación que la pequeña pudiera llegar a percibir. El secreto, le había enseñado Eleven, era concentrarse en una idea específica en segundo plano; una imagen, un paisaje, una canción, incluso un chiste. La habilidad de Samara en ese sentido era algo pequeña, y no lograba, hasta dónde había visto, activarla siempre de manera consciente, así que era muy poco probable que pudiera percibir algo en ese momento justo. Pero igual era mejor no arriesgarse, pues lo último que necesitaba es que se alterara en ese momento al enterarse del rumbo que aquella conversación había tenido. Tarde o temprano tendría que hablarlo con ella, pero no sería esa noche.
—Sí, así es —le respondió lo más natural que le fue posible, considerando que intentaba hablar al tiempo que su voz interna relataba las estrofas Moby-Dick.
—¿Qué te dijo?
—Será mejor que hablemos de eso después, ¿está bien? —Matilda pasó entonces su otra mano por su cabello, retirándolo gentilmente de la cara de la pequeña—. Ahora sólo duerme.
Samara asintió.
—¿Ella está bien?
¿Bien? De nuevo una pregunta difícil de responder, y en la que no podía siquiera pensar directamente en esos momentos.
—La están ayudando, así como yo te ayudo a ti.
No era del todo una mentira; lo que menos le gustaba era mentirles a sus pacientes. La estaban ayudando, pero dudaba de qué tanto le serviría dicha ayuda.
Le siguió sosteniendo su mano todo el rato que estuvo ahí, hasta que la niña al fin se durmió. Esperaba que tuviera un sueño agradable, para variar.
— — — —
Quien temía posiblemente no tener sueños agradables esa noche, era Cody. Como bien había mencionado en el hospital de Portland, procuraba evitar situación que lo estresaran de tal forma que le pudiera causar pensamientos negativos, y principalmente pesadillas. Pero todo ese día había sido bastante estresante; no era quizás el más estresante de toda su vida, pero si lo suficiente para tenerlo intranquilo. Cole y él habían ido al comedor para empleados del hospital, que en ese momento se encontraba totalmente solo, mientras Matilda se encargaba de Samara. Durante todo ese lapso, el profesor de escuela había estado muy callado y pensativo. Temas en los cuales pensar posiblemente le sobraban en esos momentos, pero el que más le ocupaba su cabeza eran sin lugar a duda ese pasillo, esa habitación, y el estado en el que se encontraba. Y, quizás menos importante pero igualmente significativo, aquello que la niña había dicho.
"El monstruo es real. Soy yo... Yo soy el monstruo... yo soy el monstruo..."
Un ligero escalofrío le recorría la espalda cada vez que lo recordaba. Ni siquiera era del todo consciente del porqué su cuerpo reaccionaba de esta forma; era como si se tratara de alguna reacción fisiológica o psicológica involuntaria... o quizás era de nuevo el resplandor, advirtiéndole del inminente peligro que aún no era capaz de digerir del todo.
¿En qué se había metido...?
Estaba tan enfrascado en sus pensamientos, que no sintió cuando Cole volvía de regreso a la mesa en la que se encontraba sentado. Cuando por el rabillo del ojo notó como se sentaba en otra de la silla, dio un pequeño sobresalto nervioso. Cole tenía dos vasos pequeños de café en sus manos, y colocó uno de ellos delante de él, en la mesa.
—¿Un café, profesor? —le preguntó con una sonrisa elocuente. Cody miró el vaso unos instantes, y luego le restó importancia.
—Creo que ya bebí demasiado café hoy.
—Entonces será mejor quizás un trago —comentó el policía cono irónico. Dio un sorbo de su propio vaso de café, y su rostro dibujó casi de inmediato una mueca de hastío—. Café de psiquiátricos. Con razón la gente enloquece.
Cole puso el vaso de regreso en la mesa, apartándolo un poco de él. Cody lo miró de reojo, un tanto curioso por su actitud tan... relajada. Él prácticamente había visto y sabido lo mismo que él con respecto a ese caso, incluso un poco menos. Y aun así no mostraba preocupación alguna.
—Pareces bastante tranquilo —señaló Cody sin rodeos. Cole se encogió de hombros.
—¿No debería de estarlo?
—No lo sé... —Cody se inclinó un poco hacia él, apoyando sus brazos en la mesa—. Lo que ocurrió en ese pasillo... no fue algo "normal", ¿cierto?
Cole lo miró y esbozo una media sonrisa.
—Para gente como nosotros, lo "normal" es bastante relativo, aunque suene trillado.
—Sí, sí, lo sé. Pero no me refiero a eso. Lo que ocurrió ahí...
Las puertas del comedor se abrieron en ese momento, poniendo en alerta a los dos hombres, pero especialmente a Cody. Ambos se relajaron unos segundos al ver que quien se les acercaba era Matilda, ya con su mano vendada, aunque el cansancio era más que evidente en sus pasos y en su mirada agachada. Ambos se pusieron de pie casi de inmediato y se adelantaron un poco a su encuentro.
—¿Cómo está? —preguntó Cody tomando la iniciativa.
—Mejor, dentro de lo que cabe —respondió Matilda vacilante. Caminó entre ambos, se dejó caer en una de las sillas y dejó su teléfono averiado sobre la mesa. Pasó su mano derecha por su rostro, tallándolo especialmente en el área de la frente y las sienes, mientras la otra la dejaba colgar a un costado de manera libre y perezosa—. Ya se durmió, pero no sé qué tanto duré eso. Escuché que los otros doctores y las enfermeras discuten sobre sacarla de aquí y mandarla de regreso a su casa.
—¿Eso sería algo bueno o malo? —cuestionó Cole, cruzándose de brazos.
—En estos momentos no estoy segura. Quien tiene la última palabra es el Dr. Scott, pero parece que se desapareció antes de que todo esto empezara y nadie sabe a dónde fue.
—Lo ideal sería que se fuera —sugirió Cody—. No hay nada que puedan hacer por ella aquí.
Matilda suspiró pesadamente. Se inclinó hacia la mesa, apoyando sus brazos sobre ésta y apuntó su mirada hacia el frente, hacia las ventanas reforzadas y con barrotes al frente que daban hacia el estacionamiento. Esa era un área sólo para el personal del hospital, y a la que los pacientes no tenían acceso, al menos no forma regular. Pero en esos momentos a nadie le importaba la presencia de los tres visitantes; bueno, dos externos y ella que al menos tenía un permiso y un gafete especial (que ahora recordaba había dejado en su bolsa, al igual que su segundo teléfono para emergencias) para poder moverse por esos lares.
—Tal vez no —musitó tras un rato—. Pero su padre parece estar mejor si la mantiene lo más alejada posible. Y su madre me incitó ayer a que la matara por ella.
—¿Cómo dices? —Exclamó Cody, sorprendido y alarmado. Sí, con todo el asunto de Lily Sullivan, no había tenido tiempo de contarle sobre eso.
Cole caminó hacia la mesa y la rodeó, parándose delante de la psiquiatra, justo para bloquear su rango de visión. Apoyó sus manos sobre la superficie plana y se inclinó un poco hacia ella, como si fuera a interrogar a un sospechoso al mero estilo de las películas o series policiales. Matilda lo miró desde abajo, sin impresión alguna.
—Bueno, creo que es momento de que nos platique ampliamente sobre esta niña, ¿no le parece? —propuso el detective con un tono mucho más afable de lo que su postura indicaba—. Eleven me contó algunas cosas, pero los datos más específicos e importantes, creo que sólo usted los conoce. Estamos aquí para ayudarle, así que será mejor que comparta con nosotros todo lo necesario. ¿No lo cree, profesor?
Cole se viró hacia Cody en busca de apoyo. Éste asintió y avanzó un poco hacia un lado de la mesa.
—Creo que sí —respondió—. Sólo tengo algunas nociones por lo que me dijiste el otro día, pero ahora realmente tengo interés en saber toda la historia.
Matilda volvió a suspirar, cansada. Extendió su mano para tomar el vaso de café que Cody había rechazado y dio un largo trago de él. En su primer día en ese comedor, y con esa máquina de café en la esquina, había tenido ganas de escupir su primer trago en cuanto tocó su boca. En esos momentos ya estaba un poco más acostumbrada, pero igual soltó un quejido rancio una vez que dio su trago.
—Está bien, les daré los detalles que pueda compartir.
Cody y Cole tomaron asiento delante de ella, y Matilda empezó a contarles, sin entrar a mucho detalle, un resumen de Samara y su caso. Empezó por el principio, contándoles sobre Evelyn, su madre biológica, y todo lo poco que pudo averiguar entorno al nacimiento de Samara. Luego pasó a hablarle sobre los Morgan, cómo terminaron adoptando a Samara, y los sucesos extraños que ocurrieron alrededor de la niña antes del incidente de los caballos, que fue la llama que disparó todo lo demás. A eso le siguió lo que había pasado con Anna Morgan, y aprovechó esa mención para contarle lo poco fructífera que había sido su conversación del día anterior. Dio una repasada por las pruebas que Scott y su equipo habían aplicado en la niña antes de su llegada, y posteriormente todo lo que ella misma había visto en sus diferentes sesiones. De nuevo, todo ello sin profundizar tanto en aspectos médicos o conversaciones más de carácter personal que había tenido con Samara. De igual forma, por sus caras, intuía que todo les había quedado claro.
—Y lo último es lo ocurrido hoy mismo —concluyó Matilda al llegar al final—, que ya oyeron el relato del Dr. Johnson y... bueno, ustedes mismos vieron lo demás.
Se recargó contra su silla, de forma relajada, o al menos lo más relajada que esa pequeña silla le permitía estar. Toda esa remembranza no había hecho más que agregar algunos granitos de arena adicionales a su ya tangible cansancio.
De pronto, Cole se puso de pie sin decir nada. Se alejó un par de pasos y se paró derecho, dándoles la espalda con sus manos en su cintura en una pose que parecía casi sobreactuada. Cody y Matilda lo miraban, expectantes.
—Bien —pronunció con seriedad, quizás la mayor seriedad que había cargado consigo desde que lo conocieron—, ahora entiendo mucho mejor porque Eleven quería que viera este caso.
—¿Cómo? —Exclamó Matilda perpleja, y luego soltó sin pudor una leve risilla sarcástica—. ¿Y por qué?, ya le dije que Samara nunca ha mostrado ningún tipo de cualidad de ver... fantasmas ni nada parecido.
—Ni nada parecido, esa es la clave —respondió el detective, girándose de nuevo hacia ellos. Miró a ambos como si él fuera el profesor de escuela y él sus alumnos a los que estaba por instruir. Respiró hondo, y comenzó a hablar con tono suave y claro—. Escuchen, esto siempre es complicado de explicar, incluso a los ya un poco familiarizados con el tema, o que creen estarlo. Pero este mundo que ven, no es el único que existe. A un lado de nosotros, abajo, arriba, al revés, existen muchos otros. Cientos, quizás miles. Los fantasmas, o lo que la gente conoce como tal, son energías que se deslizan desde este mundo a otro, y a otro. Y cuando cruzan de regreso por el nuestro, las personas como yo podemos verlos, oírlos... e incluso más. Esa es mi habilidad, y la de otros —su expresión se volvió aún más sombría y dura que antes—. Pero existen otro tipo de energías y seres que no son originarios de este mundo, sino que cruzan de otros lugares más oscuros, más lejanos y más peligrosos. Entran al nuestro, y cuando eso ocurre... horribles e inimaginables cosa ocurren. La gente los llama de muchas formas, pero quizás la más usual es... demonios.
Matilda y Cody miraron confusos al detective, aunque el sentimiento real de cada uno era muy distinto.
—¿Demonios? —murmuró Cody.
—¿De qué rayos está hablando? —soltó Matilda casi de inmediato, algo más asertiva.
Cole alzó su mano derecha, señalando de manera imaginaria en dirección a Samara.
—Hay algo en esta niña, algo inusual, antinatural... y maligno. Algo demoniaco, que se alimenta de su resplandor único, o aún peor: lo usa a su beneficio. Lo he visto antes, e Eleven también. —Sus ojos claros y profundos se clavaron directo en Matilda—. Su paciente, doctora, es la víctima de un ente que no es de este mundo.
Matilda se quedó callada, mirándolo con una incredulidad tan grande que rozaba en al agravio personal
—Es broma, ¿verdad? —soltó de pronto con un tono seco y aprensivo.
—Matilda, vamos... —intervino Cody, intentando suavizar las cosas, pero no tuvo el éxito esperado.
—Por favor, Cody —soltó la psiquiatra, casi ofendida—. ¿Demonios? Los fantasmas son una cosa, y acepto que en efecto hay muchos de los que resplandecen que creen en ello. ¿Pero demonios? Esto ya es absurdo.
—¿Absurdo?, ¿enserio? —escuchó como Cole expresaba, quizás evidentemente no tan ofendido y molesto como ella, pero igual un poco de ello lo acompañaba. Hasta ese punto se había comportado bastante casual y tranquilo, pero la postura aversiva de Matilda quizás comenzaba a cansarle—. ¿Esa es su conjetura científica, doctora? Dígame, usted afirma que ya ha tratado a muchos niños con el Resplandor antes, ¿o no? Y dice que nunca he visto alguno que pueda ver fantasmas. ¿Ha visto a alguno que pueda ser lo que esta niña hace?
Matilda se cruzó de brazos, mirando fijamente al detective como si se tratara de algún acusador al que encaraba sin miedo alguno.
—No, pero no es la primera vez que veo a alguien que resplandece mostrar una habilidad que no había visto antes. Samara es algo inusual, lo acepto. Pero nosotros ya tenemos una teoría de cómo funcionan sus habilidades...
—No Matilda —interrumpió Cody de pronto—, no la tenemos.
La castaña volteó a ver a su amigo, confundida por tales palabras.
—Esto... esto no es como lo que creíamos —intentó explicarse Cody, aunque se le percibía algo de nervios al hablar—. ¿Viste esas paredes? Se veían como si fueran de un edificio abandonado desde hace décadas. ¿Cómo hizo eso?
—Obviamente fue derivado de esa habilidad nueva que Scott y sus demás asistentes catalogaron como Termografía Proyectada. Debió haber plasmado en su alrededor un escenario de su pesadilla.
—Eso es bastante diferente a crear una imagen en el papel, radiografías o incluso en la mente de una persona. Esto fue un salto demasiado grande.
Matilda se encogió de hombros.
—Su estado de ánimo debió provocarlo. Hemos visto muchas veces como cuando algunos chicos se alteran, pierden por completo el control. Tú mejor que nadie sabe de eso.
Cody suspiró, también como una pequeña señal del cansancio que traía acumulado. Se recargó contra su silla y se retiró sus lentes, dejándolos sobre la mesa. Se talló sus ojos con sus dedos, y luego todo el costado derecho de su cara.
—¿Y el agua? —Señaló abruptamente, como si hubiera sido un pensamiento que se le vino de pronto—. ¿De dónde salió el agua que escurría de las paredes y cubría el piso?
—Del baño, quizás...
—No era agua del baño —exclamó de pronto, alzando de más la voz—, esa era agua encharcada, y sucia, como si viniera de un arroyo o... un pozo abandonado, o no sé. Eso no podría simplemente haberlo imaginado y aparecido de la nada.
—Tú sí podrías hacerlo.
—Sí, pero dejaría de existir en cuanto dejara de pensar en eso. En este caso las paredes se quedaron así y el agua también, aunque ella ya no se encontraba ni siquiera presente. ¿Y no sentiste el aire que nos rodeaba?, ¿no percibiste también esa sensación agobiante de pesadez y de... muerte?
Cody estaba más que alterado: tenía miedo. De todos los que conocía, Matilda nunca pensó que sería él quien reaccionaría de esa forma, considerando su historia la cual ella conocía muy bien.
Matilda se paró abruptamente de la mesa. Se alejó un par de pasos, mientras se sujetaba su cabeza con ambas manos y cerraba un segundo los ojos.
—¿Y qué es lo que crees entonces, Cody? —Cuestionó, girándose de nuevo hacia su amigo—. ¿Qué realmente está poseída por un demonio?
Cody vaciló al momento de responder, bastante inseguro.
—No lo sé... pero no me siento tampoco preparado para afirmar con seguridad que no es así.
Matilda bufó, totalmente incrédula de lo que oía.
—Esto es el colmo —balbuceó despacio como si fuera una pequeña maldición. Se giró entonces de lleno hacia Cole—. ¿Por eso lo envió Eleven? ¿Por qué cree que Samara está poseída por un demonio? ¿Esa es la dichosa experiencia diferente que me hacía falta? Perfecto, ¿dónde me inscribo al diplomado de demología?
Cole dibujó una media sonrisa por su comentario, aunque el resto de su cara, en especial su mirada, no parecían indicar que se debiera a que ello le hubiera parecido divertido.
—Tranquilos, creo nos estamos exaltando un poco —masculló Cody, parándose también; desde su posición, prácticamente estaba entre ambos—. Matilda, sé que todo esto es difícil y extraño, pero no tienes que desquitarte con Cole.
—Ah, ¿ahora es "Cole"? —respondió la doctora con tono irónico.
—Es uno de nosotros. Eleven lo mandó, ¿recuerdas?
Matilda volvió a bufar, como si quisiera dar a entender que eso no le importaba. Cole, por su lado, en verdad estaba cansado físicamente por todo el viaje y ajetreo, y toda esa situación no hacía más que empeorarlo. Pero hacía lo posible para mantenerse lo más sereno posible, a sabiendas de que, en realidad, esa no había sido la peor reacción que había visto en alguien luego de tocar ese complicado tema.
—Cody tiene razón, hay que tranquilizarnos —comentó el detective, algo más elocuente. Matilda sólo pensaba en cómo ahora eran "Cole" y "Cody", como si fueran conocidos de toda la vida—. Estamos entre amigos, o al menos de mi parte sí. Quizás comenzamos con el pie izquierdo, y lamento si mi forma de ser puede ser algo... conflictiva. Soy de hecho...
—Bastante introvertido e inseguro de sí mismo —declaró Matilda tajantemente de pronto, destanteándolo. Lo miraba tan fijamente con esos intensos ojos azules, que parecían tener la fuerza suficiente para atravesarle la cara—. Creció siendo un niño solitario, padres separados quizás, de calificaciones promedio. Es probable que se sintiera más seguro siendo el payaso de la clase, o actuando como alguien que no era. Con el paso del tiempo ha desarrollado esa personalidad extrovertida y aparentemente siempre animada, más como un instrumento de defensa. Si es el que tiene el control dentro de la habitación, todos estarán tan concentrados en estar enojados con usted que no se preocuparán por ver más adentro. Eso de seguro le ha traído problemas en su vida personal y profesional. Pero por ello se refugia en su trabajo lo más posible, tanto en el de policía como el que hace para la Fundación, por lo que supongo. Le agrada la idea de ayudar a las personas, de ser el héroe. Le da un propósito y justificación a su accionar, y lo hace sentir especial. Se dice a sí mismo que lo hace desinteresadamente, pero de hecho es su modo de obtener satisfacción personal instantánea. —Cruzó los brazos sobre el su torso, sin quitarle los ojos de encima—. Pero no soy un detective, ni cazador de demonios; sólo una simple psiquiatra.
El aire en ese comedor se volvió mucho más denso y frío de lo que ya era. La sonrisa y el buen humor se habían esfumado por completo del rosto de Cole, siendo remplazados por una mirada fría, dura e incluso, algo aterradora. Cody, aún en medio, miraba a cada uno, sin saber qué decir o hacer.
—¿Y eso lo teoriza por lo poco que hemos hablado? —Inquirió el policía, escéptico, a lo que Matilda respondió con una risilla burlona.
—¿Por lo poco? No se ha callado desde que nos conocimos. Es como un libro abierto.
—¡Ya basta! —casi gritó Cody, empujándose a sí mismo a intervenir. Se puso entonces realmente en medio de ambos, encarando a Matilda directamente—. ¿Cuál es tu problema?
Matilda se sobresaltó, confundida por su cuestionamiento.
—¿El mío?
—Sí, el tuyo —respondió el profesor, duramente—. Cole lo único que ha hecho desde que lo conocimos es intentar ayudarnos, y tú te las has pasado atacándolo. ¿Por qué te molesta tanto si ni siquiera lo conoces?
—Si tuviera que adivinar —intervino Cole a sus espaldas. Tenía las manos en la cintura, y miraba hacia Matilda por encima del hombro de Cody—, diría que se siente amenazada.
De nuevo Matilda casi saltó al escucharlo.
—¿Amenazada, yo?
—Sí, así es. —Cole avanzó hacia ella, parándole a una corta distancia, aunque Cody seguía fungiendo de muro divisorio entre ambos. Aun así, las miradas de ambos estaban cruzadas, y eran aguerridas sin lugar a duda—. Me parece que Eleven le dijo que enviaría a alguien con "otro tipo de experiencia" a ayudarla, que es lo mismo que decirle que necesitaba a alguien que sabía algo que usted no, y eso quizás hirió un poco su orgullo. Por eso la está tomando contra mí aunque sólo vengo a ayudar. —Se cruzó de brazos, imitando un poco la misma postura que ella había tomado hace unos momentos—. Pero no soy un psiquiatra, sólo soy un simple detective cazador de demonios.
—¿Eso es cierto? —cuestionó Cody, totalmente incrédulo de esa alocada afirmación. Sin embargo, la psiquiatra sólo lo vio de reojo unos instantes, y luego se viró a otro lado sin decir nada... como si se sintiera avergonzada—. Oh, Matilda, vamos. Eso no es digno de ti.
—Pues aparentemente sí lo es —respondió ella con rapidez, y totalmente a la defensiva—. Y no me importa lo que Eleven diga: Samara es mi paciente, y lo que menos necesita ahora es que venga un completo extraño a llenarle la cabeza con la idea de que está poseída por un demonio.
—Escuche, doctora... —Intentó Cole volver a hablar, pero Matilda no se lo permitió.
—No, usted escúcheme a mí. Intentar explicar lo que no se entiende atribuyéndole ello a espíritus y demonios, es exacta la forma de pensar que llevó a varios como nosotros en el pasado a ser perseguidos, y tratados como monstruos.
—¿Cómo Carrie White? —Soltó Cole de golpe sin el menor miramiento, y esas solas tres palabras hicieron que todo en el interior de Matilda se desmoronara.
De nuevo se formó un profundo y frío silencio, y decir que el aire se había puesto denso era quedarse corto.
—Oye, espera... no te pases... —intentó intervenir Cody, interponiéndose delante de Cole, pero éste parecía estar tan decidido en tocar ese botón que lo ignoró totalmente.
—Sí, eso fue algo más que todos me decían cuando preguntaba por la gran Matilda Honey, y su fracaso más grande dentro de la Fundación —prosiguió con un tono de desafío bastante punzante; Matilda sólo lo miraba en silencio, estoica—. ¿De eso se trata esto?, ¿protege a esta niña porque le recuerda a Carrie White? Para no creer en fantasmas, parece la persigue uno justo ahora, doctora...
Si tenía algo más que decir, ya no pudo hacerlo, pues en ese instante su cuerpo fue drásticamente empujado hacia atrás, hasta ser lanzado varios metros contra una de las mesas del comedor, misma que fue derribada por su peso creando un fuerte estruendo. Por su parte, el detective terminó sentado en el piso, aturdido y de seguro algo golpeado. Cody dio un salto hacia atrás de la impresión. Miró a Cole tirado en suelo, y luego miró a Matilda, con cierto temor en su actuar. Matilda miraba con una intensidad tan ferviente al oficial de policía, que sus ojos casi parecían centellar. ¿Lo había empujado con su telequinesis?, eso era más que seguro. ¿Lo había hecho apropósito o había sido un mero acto reflejo?, eso era lo que estaba en duda.
—Matilda... ¿qué haces? —masculló Cody, aún incapaz de salir de su asombro.
La castaña pareció reaccionar, aunque fuera un poco, al escuchar su voz. Lo volteó a ver unos instantes, sin cambiar la expresión de su cara, y sin decir nada se giró hacia la mesa, tomó su teléfono y se dirigió a paso apresurado hacia la puerta del comedor. Cody pensó en decirle algo, pero todas sus reflexiones lo llevaban a la conclusión de que era mejor dejarla ir, al menos de momento. Abrió las puertas dobles abatibles al mismo tiempo con algo de violencia, y éstas se cerraron solas detrás de ella.
Cuando Matilda ya se había ido, Cole comenzaba a tratar de levantarse, tambaleándose un poco en el intento y volviendo a caer de sentón como un ebrio en su peor estado.
—Te pasaste —exclamó Cody como reclamo. Se le acercó entonces, ofreciéndole una mano para ayudarlo a pararse—. Ese no es un tema con el que puedas estar jugando, especialmente con Matilda. ¿Por qué hiciste eso?
Cole miró de forma distraída la mano que le extendían, y a cómo le fue posible la tomó y se ayudó de ella para pararse. Ya de pie, su equilibrio se sintió un poco más estable.
—Las cosas no iban por buen camino —se explicó—. Creí que poner todas nuestras cartas sobre la mesa de una vez, sería la mejor forma de acabar con esto lo más rápido posible.
—¿Y cómo te resultó eso?
Cole alzó su mirada en silencio hacia las puertas por las que Matilda había salido.
—Ya lo veremos.
FIN DEL CAPÍTULO 23
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