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Capítulo 22. Un Milagro

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 22.
Un Milagro

Cuando Lily Sullivan recibió aquel intenso golpe en la cabeza, sintió como si todo se le sacudiera por dentro, y aquella habitación de hospital comenzara a dar vueltas a su alrededor. Sólo sintió dolor por unos segundos, pero luego éste se fue disipando rápidamente, o posiblemente su cuerpo sencillamente se volvió incapaz de sentir cualquier cosa. El escenario a su alrededor se tornó borroso, sus ojos se fueron cerrando pesadamente sin que ella pudiera prevenirlo, y después todo se disolvió y despareció.

No sabría hasta tiempo después el total de horas que había estado inconsciente, pero presintió desde el inicio que no habían sido pocas. En todo ese tiempo no soñó nada, o al menos nada digno de ser perpetuado en su memoria tras despertar. Dicho momento ocurrió primero con un penetrante olor a alcohol que le entro en el cuerpo por su nariz, haciendo que ésta se irritara y posteriormente lo hiciera también toda su garganta. Los ojos azules de la niña se abrieron de golpe, y a eso le siguió una tos moderada como acto reflejo. Su primer instinto fue jalar su mano hacia su boca y nariz, pero se encontró con la sorpresa de que no podía mover ninguna de las dos, y que al intentarlo sus muñecas le dolían.

Tardó uno o dos segundos antes de que su mente lograra aclararse lo suficiente como para poder tener consciencia de su condición. Al girar su cabeza, que poco a poco comenzaba a dolerle pero de momento era tolerable, hacia su mano derecha se sorprendió al ver que ésta estaba esposada a la anticuada cabecera de tubos de la cama en la que aparentemente estaba recostada antes de despertar. Giró entonces su mirada hacia su otra mano; ésta también estaba esposada de la misma forma. Jaloneó con un poco con violencia, pero sólo terminó lastimándose más las muñecas.

El dolor de su cabeza, sobre todo de un costado de su cara, se hizo mucho más intenso.

—Ya despertaste, princesita —escuchó que canturreaba una vocecilla a un costado de la cama, haciendo que se girara de lleno en esa dirección.

La persona que le había hablado, la misma que la había sacado del hospital y muy seguramente la había colocado en ese sitio, colocó sobre el buró a un lado un algodón húmedo, bañado en algún alcohol medicinal tan intenso que aún desde su posición lograba olerlo; de seguro con eso la había despertado. No pasó desapercibida para ella lo otro que había en el buró, a lado de dicho algodón usado: una pistola de color negro que le pareció bastante conocida.

Aquella chica que se había presentado como Esther ante ella, se giró entonces también en su dirección, sonriéndole ampliamente, y aunque en un inicio Lily estaba totalmente a la defensiva, su estado cambió al verla, tanto así que tuvo un fuerte respingo que le fue imposible disimular. Era la misma niña, de eso no tenía duda: sus facciones, sus ojos, su complexión, incluso su voz, todo concordaba... pero algo había cambiado. Su rostro tenía varias marcas de arrugas en él, debajo de sus ojos tenía un par de ojeras marcadas, y rastros de maquillaje aún sin retirar del todo. Y al sonreírle... al sonreírle le mostró una serie de dientes amarillentos y viejos... Tenía su cabello negro recogido en una cola de caballo, y usaba en esos momentos sólo una camiseta blanca de tirantes, algo holgada que dejaba al descubierto la piel blanca de sus brazos, su cuello delgado (con unas extrañas y nada agraciadas cicatrices en él), y parte de su pecho plano.

Era ella, la misma chica del hospital... pero al mismo tiempo parecía tratarse de una persona totalmente diferente; ni siquiera se veía como una niña en realidad.

Todo eso la desbalanceaba demasiado, especialmente porque se acababa de despertar y porque el dolor de su cabeza iba en aumento, rozando ya los límites poco tolerables. Y a éste se le sumó otro dolor del que se volvió consciente de pronto: su pierna. Intentó mantener la calma lo más posible y miró sigilosa a su alrededor. Aún usaba su bata de hospital, aunque por debajo de ésta podía notar que su pierna derecha, la que le causaba el dolor, estaba envuelta en apretados vendajes. La cama en la que estaba era para una sola persona adulta, y tenía una sábana blanca relativamente limpia, salvo por unas manchas de sangre debajo de su pierna, que supuso eran suyas. Detrás de su espalda tenía dos almohadas individuales contras las que su cuerpo reposaba.

Puso más atención al resto del cuarto. Era pequeño y cuadrado, de tapiz viejo con estampado de flores. Frente a la cama había una mesa con una televisión anticuada de enorme tamaño, apagada. A cada lado de la cama había un buró con una lámpara de noche, que de momento eran la única fuente de luz encendida de la habitación; encima de ella logró ver un abanico de techo colgando, apagado al igual que las tres bombillas que tenía incluidas. A su izquierda había una puerta semi abierta que suponía daba a un baño, y a la derecha otra puerta cerrada de madera que de seguro era la salida; no había ni una sola ventana, en ninguna de las cuatro paredes. Había un sillón en una esquina, y una silla a un lado de la cama, y básicamente eso era todo.

—¿Qué es esta madriguera? —masculló con repugnancia la niña esposada. Parecía ser algún tipo de hotel viejo, pues todo se veía anticuado, pero no descuidado o sucio.

—Es un lugar seguro —le informó la niña, o lo que sea que fuera, que la acompañaba, sentándose en la silla a lado de la cama y cruzándose de piernas; en ese momento Lily notó que no usaba pantalones, y debajo de su camiseta holgada se asomaban unas bragas rosadas, al parecer nuevas por sus colores tan vivos—. Seguro, apartado y, sobre todo, discreto. Mira... ¡Auxilio! —Gritó de pronto con gran fuerza, alzando su rostro hacia el techo; Lily se sobresaltó por lo repentino del grito—. ¡Ayúdenme! ¡Me están matando! ¡¡Aaaaaaaaaah!!

Gritó con tanta intensidad, usando al parecer toda la potencia que su garganta era capaz de producir, y que de hecho era suficiente para hacer que los oídos de Lily se quejaran. Tan abrupto como había comenzado a gritar, dejó de hacerlo de igual forma. Luego se quedó en silencio, con sus ojos mirando de reojo alrededor, y una sonrisa pícara en sus labios algo partidos. Una vez que el eco de su grito se fue... nada lo remplazó. Todo el cuarto, todo a su alrededor, se quedó totalmente en silencio.

—¿Lo ves? —ironizó Esther, soltando además una pequeña carcajada. La mirada de Lily se endureció; entendió de inmediato lo que quería demostrarle con ese lamentable acto. Esther se recargó por completo contra su silla y se cruzó de brazos—. Es increíble lo que puedes obtener en este mundo cuando tienes la cantidad de dinero suficiente. Y por alguna razón, alguien está dispuesto a pagar una muy, muy buena por conocerte.

—¿Quién? —Soltó Lily tajantemente—. ¿Quién te envió por mí?

Esther se encogió de hombros, sin borrar su sonrisa; disfrutaba estar en control, eso era más que evidente.

—No estoy segura. Bueno, sé su nombre y con un poco de investigación descubrí más de él, pero no sé realmente quién es... —vaciló un poco, como si hubiera olvidado lo que iba a decir. Miró pensativa hacia un lado uno instante y luego se volvió de nuevo hacia ella al tiempo que se paraba de la silla y se inclina sobre la cama—. Pero ese es un tema aburrido. Déjame ver cómo vas...

Extendió en ese momento su mano hacia su cara, y Lily deliberadamente quiso alejarlo de ella. Por su posición, sin embargo, no le fue algo simple de realizar, por lo que Esther logró tomarla con fuera de la barbilla y girar su rostro por completo hacia su lado. Esther echó un vistazo cuidadoso a la mancha morada y roja que abarcaba el área de su sien y ceja izquierda, parte de su frente, e incluso un poco de su mejilla. Se veía feo, pero en la tarde se veía mucho peor.

—Sí, el golpe de tu cara va bien —señaló con normalidad, alterando aún más a la pequeña.

—¿Mi cara? —espetó Lily, confundida—. ¿Qué le hiciste a mi cara?

—Nada que un par de días más con hielo y maquillaje no solucionen —le respondió Esther con tono irónico.

De pronto, Lily soltó un alarido e intentó jalar por completo su cuerpo hacia ella, y de no haber sido detenida por las esposas de seguro hubiera terminado por lanzarse contra ella. Mientras sus muñecas se apretaban e irritaban, la encaraba de frente a unos cuantos centímetros de su cara, con sus ojos llenos de una ira tan genuina y voraz que nunca se había permitido demostrar activamente, ni siquiera enfrente de sus padres; posiblemente, nunca había conocido a alguien digno de merecérselo.

—No tienes ni la menor idea del gran error que has cometido —musitó con su voz resonando de forma grave e inhumana, y como un fuerte eco retumbando en las paredes. Esther la miraba tranquila, sin mutarse ante esta acción—. No te servirá de nada tenerme esposada, no necesito mis manos para torturarte mil veces de formas inimaginables, hasta que no quede más que un remedo de ti y el único pensamiento que puedas formular de manera congruente en tu mente sea el deseo de morir...

Aun cuando calló, su voz siguió retumbando por unos instantes más como si hiciera temblar las paredes. Esther la contempló en silencio durante todo ese lapso antes de que, de la nada, soltara una sonora carcajada de burla que dejó perpleja a la niña Sullivan.

—Lo siento —murmuró la extraña en cuánto contuvo sus risas. Extendió entonces su mano izquierda y la colocó sobre la frente de Lily, empujándola hacia atrás para que quedara de nuevo contra la cama. Luego, caminó hacia la mesa en la que se encontraba la televisión. A un lado de ésta había dos bolsas de plástico color blanco. Tomó una de ellas y volvió hacia la cama, todo ello con un porte bastante casual y desinhibido—. Sí, por lo que vi supongo que podrías hacer eso. Pero déjame señalarte algunos puntos que quizá no has considerado, querida.

Colocó la bolsa sobre el colchón, a un costado de su pierna herida. Hurgó con su mano derecha en ella, sacando luego de un rato una cajetilla de cigarros blanco con rojo, y un encendedor desechable. Abrió el paquete cuadrado, sacó un cigarrillo de éste y lo colocó entre sus labios.

—Uno, estás esposada, y la llave no está aquí en esta habitación, por seguridad —comentó confiada mientras hacía cuatro intentos fallido antes de que el encendedor lograra mantener su flama ardiendo, lo suficiente para encender la punta de su cigarrillo. Dio una pequeña bocana de humo, mismo de que dejó salir casi de inmediato con una expresión mucho más relajada—. Dos, no tienes ni la menor idea de cómo salir de este cuarto, o de dónde estamos con exactitud. Y tres —extendió la mano con la que no sostenía su cigarrillo hacia la pierna de Lily, apretándola apenas un poco pero suficiente como para que la pequeña soltara un alarido de dolor—, tienes una bala alojada en la pierna, y esa herida realmente se ve fea. ¿Cuánto tiempo crees que puedas caminar con eso hasta que alguien te encuentre? Si es que te encuentran, ya que en lo que a ti respecta, podríamos estar en el bosque a mitad de la nada, o en un búnker bajo tierra, o al otro lado de la calle de la jefatura de policía; ¿quién sabe?

Se aproximó hacia el buró al lado derecho de Lily, en donde se encontraba la pistola. Lily no pudo evitar mirar dicha arma de reojo, y Esther igualmente lo notó.

—Claro, casi lo olvido —exclamó su secuestradora con una sorpresa casi sobreactuada. Tomó el arma con su mano derecha y se inclinó de nuevo sobre su rehén, aunque ahora no tuvo reparo en pegar la punta del cañón de su arma contra su suave mejilla, haciendo que se hundiera un poco por la presión; Lily la miraba de reojo, totalmente callada—. Y cuatro, otra cosa que puedes conseguir con dinero es muchas, muchas balas, y como viste aún con tus trucos sé bien como usarlas, especialmente ahora que te tengo totalmente quieta en este sitio. Y no lo dudes ni por un segundo: no me importa el dinero o la información que valgas, no me contendré ante la idea de agujerarte esa linda cabecita, a cabo que no serías la primera niña ingenua a la que se lo hago.

En ese momento le sonrió, le sonrió de esa forma grotesca con esos dientes sucios, provocando que todo su rostro tomara un aspecto tan intimidante del que ella posiblemente ni siquiera era consciente; era como si le saliera sencillamente natural.

Apartó el revolver de su cara. Con su otra mano tomó el cenicero que había también en el buró y se aproximó de nuevo a dónde estaba hace solo un segundo. Colocó el arma y el cenicero sobre las sábanas blancas y arrastró la silla para poder sentarse justo ahí, a la altura del muslo de Lily.

—Así que, resumiendo —musitó mientras se acomodaba y soltaba algo de ceniza de su cigarrillo sobre el cenicero—, si intentas algo como lo del hospital, terminarás muerta, o pudriéndote en esa cama por semanas antes de que alguien te encuentre. Así que, cierra tu puta boca, deja de hacerte la aterradora, y déjame curar tu pierna.

Antes de que Lily pudiera procesar por completo ese último comentario, notó como comenzó a sacar más cosas de la bolsa blanca. No reconocía todo, pero pudo ver gazas, vendas, alcohol, yodo, un paquete de guantes quirúrgicos, un bisturí nuevo, un paquete de algodón (aparentemente abierto) unas pinzas de cirugía largas y puntiagudas, entre varias otras cosas.

—La verdad te hubiera dejado dormir más, sino fuera porque te necesito consciente para esto —comentó Esther con asombrosa naturalidad.

—¿Estás loca? —Espetó Lily, entre asustada e indignada—. Tengo que ir a un hospital.

—¿Y de dónde crees que te acabo de sacar con tanto problema? —Ironizó su captora—. Sólo sacaré la bala, limpiaremos la herida y vendaremos. Si hubiera dañado algo importante, ya te hubieras muerto desangrada. Así que además de ser una pequeña perra, eres una suertuda.

Lily respiró agitada, mirando a Esther fijamente y totalmente corroída por la ira. Intentó analizar su situación lo más rápido que pudo. Con sus gritos demostró que o estaban muy lejos de cualquier persona que pudiera escucharla o ayudarla, o ese sitio a pesar de su apariencia estaba de alguna forma aislado; sin estar segura, tenía que suponer que era lo primero. Sí, podría intentar usar sus poderes para engañarla, manipularla, y hacer que la liberara y la sacara de ahí... pero ella tenía razón en que no iría muy lejos con esa pierna, y también le creía cuando le decía que a la primera señal de usar esta táctica usaría esa pistola que tenía a su lado; ya lo hizo una vez, ¿qué le impediría hacerlo de nuevo? Podría arriesgarse a suponer que fanfarroneaba al momento de decir que no le importaría matarla si era necesaria, basándose en el hecho de que no lo había hecho hasta ese momento e incluso le preocupaba curar su pierna lastimada. Sin embargo, desconocía que tan lejos estaba dispuesta a llegar sin tener necesariamente que matarla; si era la mitad de determinada que ella, sería bastante lejos.

Por los lados que lo viera, todo parecía indicar que estaba en sus manos. Eso no significaba que no habría una forma en la que pudiera arreglárselas, sino que simplemente no lo veía en esos momentos. La situación no le daba miedo, si es que acaso era capaz de sentir tal cosa. Lo que le causaba era enojo, mucho enojo y frustración. No podía creer que alguien, fuera quien fuera, pudiera haberla sosegado de esa forma, hasta reducirla a eso: una niña indefensa y a su merced absoluta sin tener ningún tipo de control sobre ello. Sólo alguien más le había causado esa incómoda y agobiante situación: Emily, al comenzar a conducir su auto como desquiciada sin importarle morirse ella misma con tal de acabarla. Pero ahora parecía estar en una situación mucho más precaria que el día anterior, pues Emily hasta cierto punto seguía siendo predecible. Pero ahora, ni intentando leer sus pensamientos le era posible entender qué era lo que pensaba esa lunática, como si toda su cabeza estuviera llena sólo de estática de un televisor viejo.

Esther se sentó en la silla y con unas tijeras pequeñas comenzó a cortar los vendajes que le envolvían el muslo, causándole pequeños respingos de dolor.

—¿Al menos has hecho esto antes? —inquirió Lily apretando los dientes y mirando hacia otro lado. Esther la miró de reojo con una sonrisa pícara.

—Claro, aunque nunca a otra persona. —Lily soltó una pequeña maldición silenciosa al escucharla decir eso—. Pero debe ser más fácil, sino también compre una sierra y así terminamos más rápido.

La niña la volteó a ver totalmente alarmada, con sus ojos desorbitados. Esther rio ligeramente de forma burlona.

—Sólo bromeo —le comentó algo pícara; al parecer sí le era posible sentir un poco de miedo después de todo.

Esther terminó de quitarle por completo los vendajes. Debajo de estos, contra la herida, había colocado un apósito rectangular, que al parecer había cumplido bien su trabajo en detener la hemorragia. Al retirar el apósito, Lily sintió pequeñas pulsaciones de dolor cuando dejaba expuesta la herida. Era prácticamente un agujero circular en su blanca piel del tamaño de una moneda. Su pierna era tan delgada que le parecía extraño que la bala no le hubiera atravesado. Surgió algo de sangre de la herida, aunque mucho más reducida.

Era hora de ponerse a trabajar.

Del suelo subió dos almohadas y las colocó en pila debajo de la pierna herida para mantenerla algo elevada; el cambio, de nuevo, provocó que la niña exclamara un gemido de malestar, aunque intentó disimularlo más esa vez.

—En verdad creo que empezamos con el pie izquierdo, Lily —comentó Esther—. ¿Puedo llamarte Lily?

—Púdrete —exclamó la niña sin mirarla.

—Es igual. —Tomó en ese momento la botella de agua oxigenada y vertió parte de ella justo sobre el área de la herida, haciendo que Lily casi saltara de la cama. Luego, con un paño limpio que sacó de un empaque nuevo, comenzó a limpiar la herida y todo su alrededor—. Me temo que de alguna u otra forma vamos a pasar mucho tiempo juntas los próximos días, así que será mejor comenzar de nuevo. Como te dije, me llamo Esther, y así es como me gusta que me llamen. Y no soy tu enemiga, y no te estuve buscando para hacerte daño. Todo esto fue tu culpa; de haber sido una buena niña, hubiéramos salido de ahí sin problema, y hasta te podría haber comprado un helado.

Lily hizo una mueca de hastío ante su comentario. Esther tomó entonces la botella de yodo y con un algodón comenzó a colocar el líquido oscuro alrededor de la herida. De nuevo Lily respingó un poco.

—Mientras hago esto, ¿qué te parece si te cuento una historia? —sugirió Esther con buen ánimo.

—¿Tengo opción?

—Te gustará, es una historia divertida. Es de hace mucho, mucho tiempo, sobre una niña como tú, pero que nació un poco diferente. —Una vez que terminó de colocar el yodo, abrió el paquete con los guantes de látex y se los comenzó a poner, pese a que evidentemente eran demasiado grandes para sus manos pequeñas—. Su madre murió justo el día en que nació y quedó al cuidado de su padre, un hombre ruin, despiadado, sin corazón, y que la odiaba. La golpeaba sin cansancio durante el día, y en la noche... hacía con ella cosas peores y más dolorosas. —Lily puso de pronto mayor interés en el relato, aunque intento ocultarlo—. Ella debería de odiarlo por todo eso, pero no fue así. De hecho, desarrolló una fijación muy espacial por él... una fijación que nadie más podía comprender, pero que para ella era pura y buena.

Lily se hizo una imagen en su mente de qué podría estarse refiriendo, y le fue difícil saber si aquello la perturbaba o de hecho le parecía... interesante. Desde siempre había tenido cierta fijación con ese tipo de cosas, no muy propias de una niña de su edad.

Esther dio una bocanada más de su cigarrillo y luego lo colocó de nuevo en el cenicero a su lado. Una vez con los guantes puestos, tomó dos pinzas quirúrgicas, unas para mantener la herida abierta y otras más para explorarla y buscar la bala. Colocó las primeras en la mano izquierda y las otras en la derecha. Introdujo las pinzas y abrió lo más posible el orificio de la herida, causando una incómoda sensación en su "paciente".

—Conforme pasaron los años, esta niña notó que su cuerpo no se desarrollaba al igual que el de otras niñas. Su estatura se había quedado estancada, sus pechos no le crecían, y nunca tuvo su primer periodo. —Introdujo las segundas pinzas lentamente en la herida; de haber tenido las manos libres, Lily hubiera apretado la sabana con fuerza entre sus dedos. En verdad esperaba que supiera lo que hacía—. Y fue entonces cuando un doctor, entre tanta palabrería médica irrelevante que acabo importaba una mierda, tuvo la osadía de decirle en su cara, como un escupitajo, que nunca crecería y que nunca sería una mujer. Eso... —soltó de pronto una risita irónica—, creó cierto corto circuito en la cabeza de nuestra protagonista, que ya de por sí creo que no estaba del todo bien.

Sus pinzas tocaron un punto específico dentro de la herida que hizo que el cuerpo de Lily se estremeciera y soltara un fuerte alarido de dolor. Rápidamente la volteó a ver, notablemente irritada.

—Eso debió ser un nervio —comentó Esther con notoria normalidad, sin apartar su atención de su labor—. Creo que estoy cerca... ¿en qué iba? Ah, sí. Un poco después de aquello, su padre dejó de interesarse en ella. Al parecer se había aburrido de su cuerpo infantil, escuálido y sin gracia; ya ni siquiera tenía interés en golpearla. Y entonces se consiguió otra mujer; una alta, voluptuosa, de anchas caderas, pechos como melones, labios gruesos y rojos... todo lo que ella nunca sería. Tenía que escuchar cada noche como su padre se cogía a esa puta en la habitación de al lado, que gemía como perra hambrienta y gritaba obscenidades como plegarias al cielo. —Su tono había tomado un sentimiento tan sombrío que incluso Lily tenía que admitir que le intimidaba un poco—. Hasta que ya no pudo más. Una noche, mientras ambos dormían, desnudos, sudorosos y sucios, envueltos entre las sabanas, ella entró en su habitación con el cuchillo más filoso de la cocina y... bueno, digamos que la puta ya no volvería a gemir con la garganta rebanada.

Los ojos de Lily se entrecerraron un poco. ¿Esa "historia" era real?, ¿o sólo intentaba asustarla y doblegarla? Su instinto le decía que era lo primero, pero más que asustarla realmente fue incapaz en ese momento de ocultar la fascinación que todo eso le provocaba. Claro, hubiera preferido que no dijera tales cosas mientras hacía todo eso con su pierna.

—No quería lastimar a su padre —prosiguió—, pero él se lo buscó, así como tú. Se despertó, intentó quitarle el cuchillo, y ella se defendió... una... y otra... y otra vez se defendió, hasta que su mano se cansó...

De pronto, se escuchó un pequeño tintineo metálico. Lily en realidad no lo escuchó, sino que lo sintió. Esther sonrió satisfecha. Movió la pinza un poco a tientas, hasta que sintió que la tenía. Luego retiró lentamente la pinza del agujero. Si acaso la bala se encontraba tapando una artería, entonces estaba por recibir un abundante chorro de sangre en la cara, y entonces ya no habría nada que pudiera hacer por la pequeña Lily Sullivan, más que irse y dejarla desangrarse en paz; quizás podría ser un poco piadosa y volarle los sesos y así hacerlo todo más rápido. Pero de nuevo la suerte estaba del lado de la pequeña, pues en cuanto sacó aquel pedazo de plomó, entero y casi sin haber perdido su forma, no brotó más sangre de la esperada.

—Listo, aquí está la presa —exclamó triunfante, alzando la bala un poco sobre su cabeza para verla contra la luz. Lily igualmente suspiró aliviada.

Esther colocó la bala ensangrentada sobre la sabana a un lado. Tomó entonces de nuevo el agua oxigenada, no sin antes tomar su cigarrillo y volver a aspirar un poco de él, y volvió a limpiar la herida.

—La historia sólo se pone peor de aquí en adelante. Tuvo que vagar por todos lados para no terminar en la cárcel, o en algún manicomio. En ese tiempo tuvo que sobrevivir con lo único que sabía hacer: satisfacer los deseos más asquerosos y vomitivos de los pervertidos, que no tenían reparo en desahogarlos en una niña... o en alguien que pensaban que lo era. —Una vez limpia la herida, colocó sobre ésta un apósito nuevo que la cubría por completo, y luego pasó a vendarla, igualmente con vendaje nuevo y limpio—. En el trascurso tuvo que usar de nuevo un cuchillo, pistola, o sus propias manos para deshacerse de más hombres, incluyendo algunos clientes. Pero al final fue encontrada, y en efecto metida a un manicomio.

Apretó el vendaje, aunque no de una forma incómoda y lo aseguró con dos broches.

—Con eso estarás bien por ahora —le indicó, elocuente. Sacó entonces de la bolsa de la farmacia una caja rectangular de pastillas, y otra más parecida, pero color rojo—. Tomate éstas cada doce horas para la infección, y estas otras cada ocho para desinflamar y amortiguar el dolor.

—Desátame las manos y lo hago —respondió Lily neutral, lo que le sacó a Esther una pequeña sonrisa.

—Buen intento.

Esther caminó hacia el baño y Lily pudo oír como abría la llave del lavabo unos momentos. Un segundo después, volvió con un vaso con agua en una mano y dos pastillas, una blanca y otra rosada, en la otra. Se sentó en la cama a lado de ella, y sin decir nada le metió las dos pastillas de golpe en la boca antes de pudiera siquiera pensar en negarse. Le acercó entonces el vaso, y a la niña no le quedó más remedio que aceptar el agua para hacerlas pasar, provocándole un fuerte ataque de tos, y que parte de dicha agua se vertiera sobre ella. Su cuidadora paso un paño por sus labios para secarla.

—Sorprendentemente, en el manicomio estuvo tranquila por un tiempo. Hasta llegó a sentirse segura y cómoda ahí. Había un doctor muy guapo que le agradaba. Le recordaba tanto... a su papi. —una sonrisa embobada se dibujó en sus labios, dejando a la vista de nuevo sus maltrechos dientes—. Era muy amable con ella, y sentía maripositas en el estómago cada vez que hablaban. Pero cuando ella intentó demostrarle lo que sentía por él, metiéndose entre sus piernas para aplicarle toda su maestría de las calles sin costo alguno, el muy desagraciado la rechazó. Y ella no lo tomó muy bien. No sé a quién se le ocurre llevar un bolígrafo cuando se entrevista con alguien... ya sabes, trastornado. Error de novato, supongo. Pero le quedó muy bien enterrado en su cuello.

—Por Dios —exclamó Lily, no precisamente asustada por el comentario, sino más bien sorprendida.

—No te hagas la santita, que a tus diez años tampoco eres candidata al cuadro de honor, ¿o sí?

Se paró y caminó hacia la mesa del televisor, más específicamente hacia otra bolsa que se encontraba a lado de éste. No era de la farmacia al parecer, pero Lily sólo pudo ver que tenía un logo verde en un costado. Esther extrajo de la bolsa algo alargado envuelto en papel de colores. Volvió hacia la silla a un lado de la cama, y se sentó en ella tranquilamente, cruzándose de piernas. Al desenvolver lo que traía entre sus manos, reveló que se trataba de un emparedado de pan blanco, aparentemente pechuga de pavo, lechuga y tomate. Le dio una pequeña mordida, notándosele mucha satisfacción por ese acto.

—Nuestra protagonista huyó de ese sitio —continuó relatando entre mordida y mordida del aperitivo—, y entonces fue recogida por una amable familia que pensó, como todo el mundo, que era una niña desvalida a un lado de la carretera. Decidieron ayudarla, acogerla, y hacerla pasar por su hija para traerla aquí, a América. Para no hacer el cuento tanto largo, eso tampoco salió muy bien. Su nuevo papi tampoco aceptó de buena gana su afecto, así que todo terminó con algo de fuego... no, me corrijo, mucho fuego. —Soltó una sonora risa casi desquiciada, aunque la misma se cortó casi de inmediato—. La tercera sería la vencida... o, ¿cuarta quizás? Es igual. Hace ocho años se las arregló para ser adoptada por otra adorable familia, con una hermosa casa, un apuesto nuevo papá y dos simpáticos hermanos. Pero la madre era... bastante suspicaz y celosa. No le agradaba la idea de compartir el afecto de papi, así que ella tampoco lo haría.

—Déjame adivinar, ¿los mató a todos también? —cuestionó Lily con ironía.

—No, pero lo intentó —le respondió Esther entre risillas—. ¿Tienes hambre? Yo sé que sí.

Colocó en ese momento su emparedado a medio comer justo sobre el pecho de Lily, en una posición que con problema podía verlo, mucho menos alcanzarlo con su boca. La niña sencillamente la miró de reojo nada divertida por ese acto, pero Esther se mantuvo indiferente a esto, y se concentró más en terminar su relato, así como su cigarrillo.

—Y eso terminó aún peor que las veces anteriores —masculló despacio, exhalando humo mientras lo hacía—. ¿Te han roto el cuello? No, claro que no. Es una sensación graciosa. Oyes el fuerte "crack", pero no en tus oídos, sino en todo tu cuerpo, como si todos tus huesos vibraran. Y luego estaba el agua, el agua fría como no tienes idea, atravesando cada centímetro de piel como si fueran cientos de agujas. Pero dicha sensación se fue apaciguando mientras más se hundía en aquel lago. Hasta que todo fue silencio, y oscuridad...

Sin siquiera voltearla a ver, Esther volvió a tomar el emparedado y ahora sí lo acercó a los labios de Lily lo suficiente. A ella le daba repugnancia la idea de comer esa cosa, pero lo cierto era que sí tenía hambre; no sabía que tanto había estado inconsciente, pero definitivamente había sido bastante así que se limitó a comer un poco mientras la escuchaba.

—Y la historia terminaría ahí, pero de pronto... la luz volvió —exclamó Esther con un tono casi melodramático—. Sus pulmones se llenaron de aire, y pudo sentir de nuevo. Su cuerpo estaba afuera del lago, tirado en la nieve. Su propia sangre y mocos se encontraban congelados en su cara. Pero estaba viva... Su cuello apenas y le dolía, e incluso su mente estaba un poco más lucida, ¿sabes? —Una amplia sonrisa iluminada se dibujó en sus labios, como si estuviera viendo el regalo más hermoso bajo el árbol la mañana e Navidad—. Pudo ver las cosas con un poco más de claridad. Y por mucho tiempo, estuvo convencida de que Dios la había perdonado, de que había sido la receptora de un hermoso milagro. Se lo imaginaba extendiendo su mano omnisciente desde los cielos, para sacarla de ese hielo porque la amaba... como todos sus papis.

Siguió sonriendo por un rato más, pero conforme pasaban los segundos dichas sonrisa se iba apagando. Ahora su expresión era más similar a como si hubiera abierto dicho regalo, y adentro sólo hubiera encontrado calcetines, zapatos, o cualquier otra cosa menos el juguete que añoraba con tanta fuerza. Aspiró una vez más de su cigarrillo, y luego alzó un poco dicha mano al frente para contemplarla; era la misma mano en la que unos días atrás la apuñalaron con unas tijeras, y sin embargo en su piel no había quedado marca alguna.

El tono del relato se tornó algo más sombrío, incluso más que durante cualquiera de los momentos anteriores que lo ameritaban.

—Pero nuestra protagonista muy pronto se dio cuenta de que aquello no había sido precisamente un milagro celestial. Y que quizás no fue Dios quien la sacó de ese lago aquella noche, sino algo... más... —Apartó el sándwich de la boca de su rehén, y ella volvió a comer de él. Sus ojos señalaban en ese momento hacia la pared, pero en realidad miraban a la absoluta nada—. Siempre he querido saber qué ocurrió en aquel momento, y porque ahora soy así como soy. —Al parecer ya había dejado de expresarse en tercera persona, lo que supuso Lily significaba que la historia había terminado—. Y todo parece indicar que tú serás la clave de ello, tú y la otra niña que también debo encontrar. Gracias a ustedes, podré saber al fin la verdad... así que de alguna u otra forma, tendré que cuidarte un poco más.

Se giró lentamente hacia ella, y le sonrió ampliamente de una forma que quizás en otro tipo de circunstancia, alguien podría considerar "dulce".

—¿No te parece divertido?

Lily la miraba estoica y calmadamente. Ya no se le veía molesta, al menos no por fuera. Si tenía que adivinar, diría que posiblemente estaba analizando en silencio, ya sea a ella misma o todo lo que le acababa de decir.

—¿Qué edad tienes exactamente? —cuestionó de pronto con voz seria. Esther sonrió divertida.

—¿Enserio? De todo lo que te acabó de contar, ¿eso es lo único que se te ocurre preguntar? —Lily se encogió de hombros, impasible, y Esther volvió a reír—. Creo que tú y yo nos llevaremos muy bien.

—Yo no lo creo —respondió Lily con voz ronca.

—Ya lo verás. Puedo ser mucho más agradable de lo que parezco. —Se apoyó entonces por completo contra la silla y dio otra mordida más de su emparedado—. Sólo te puedo dar un par de días para que reposes esa pierna. Luego de eso, debemos de irnos.

—¿A dónde?

Esther caviló un poco mientras masticaba bien su último bocado de aperitivo.

—Al norte —le respondió con simpleza—, a una isla llamada Moesko. A buscar a la otra mocosa.

FIN DEL CAPÍTULO 22

Notas del Autor:

—Gran parte de la historia de trasfondo de Esther narrada en este capítulo, está basada en efecto en lo visto en la película Orphan (2009), pero también a algunos datos adicionales que se dieron al respecto en entrevistas, pero que no fueron agregados a la película ya sea por falta de tiempo o por ser bastantes crudos. Aquí además les di una interpretación personal a dichos sucesos, que espero haya quedado bien.

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