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Capítulo 16. ¿Qué está ocurriendo?

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 16.
¿Qué está ocurriendo?

Mientras bajaba a toda prisa las escaleras de emergencia, Vázquez sacó su teléfono e intentó comunicarse con la seguridad del hospital para que cerraran todas las puertas. Sin embargo, nadie le respondió. Esperaba que se debiera a que el personal de seguridad ya se encontraba moviéndose tras el primer disparo, y no porque hubieran corrido de sus puestos para fingir que nada ocurría.

Algo fatigado por la bajada tan apresurada, pero con su adrenalina al mil por hora, el detective llegó a la planta baja, abrió con fuerza la puerta de las escaleras, y volvió estar de nuevo en los pasillos. Al salir, lo primero que vio fue a gente moviéndose asustada hacia una misma dirección, por lo que él optó por ir justo en la dirección contraria. ¿Qué había en el extremo del hospital al que se dirigía? Intentó hacer memoria rápida de la distribución del edificio, y lo primero que se le vino a la mente fue el área de emergencias. Tomó entonces de nuevo el radio en su cinturón y volvió a hablar por él.

—¡Aquí Vázquez! La sospechosa se dirige a la entrada del área de emergencias. Si hay unidades disponibles, intercéptenla por ahí.

Le pareció escuchar un lejano "enterado" un instante antes de colocarse de nuevo el radio en el cinturón, pero no estaba seguro de ello. Esperaba que realmente alguien lo hubiera escuchado, y si él no lograba alcanzarla al menos alguien más podría cerrarle el paso.

De pronto, justo al girar en una esquina, lo primero que captó fue el estruendo de otro disparo. Su cuerpo reaccionó sólo queriendo retroceder, pero de ninguna forma podría moverse lo suficientemente rápido. La bala le dio directo en el hombro izquierdo, alojándose en su interior. Cayó hacia atrás, y luego se arrastró con rapidez, protegiéndose tras la pared. Se revisó rápidamente, colocando su mano contra la herida que le sangraba intensamente. No había orificio de salida. Con su mano derecha tomó su arma con firmeza y pegó su espalda contra la pared, sin asomar ni un pelo por la esquina.

—¡Los refuerzos vienen en camino! —Le gritó a todo pulmón desde su posición—. ¡No tienes a dónde ir, pequeña!

—¿No le enseñaron a no decir mentiras? —La escuchó exclamar con un tono juguetón, que por dónde lo escuchara sonaba como la voz de una niña.

—¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?

—Sólo soy una inocente niña que desea jugar, obvio.

A tal afirmación le siguió una risilla burlona.

—Si alguien te está obligando a hacer esto, yo puedo ayudarte. Dime qué es lo que quieres, confía en mí.

No hubo respuesta alguna a su ofrecimiento.

Intentó asomarse aunque fuera un poco a ver, pero de inmediato otro disparo se escuchó, y la bala ahora le rozó por la frente a la altura de su ceja derecha, abriéndole la carne. El policía cayó hacia atrás de espaldas, pero extendió su arma al frente y comenzó a disparar en su dirección. No logró verla con claridad, pues la sangre le había escurrido hacia el ojo; sólo notó como su figura pequeña se ocultaba detrás de una columna, y sus tres disparos daban en ésta y en el techo. Se arrastró de nuevo para resguardarse, y con su antebrazo derecho intentó limpiarse la ceja y su ojo. Quien quiera que fuera, tenía una extraordinaria puntería.

¿En verdad era una niña? Y aunque lo fuera, ¿servía de algo cuestionárselo en esos momentos? ¿No había sido él quien acababa de poner a otra niña, quizás de su misma edad, prácticamente bajo arresto en esa habitación? Era como si el mundo entero hubiera perdido la razón, y todo se hubiera puesto de cabeza. ¿Qué demonios ocurría en ese sitio?

Los segundos de silencio que le siguieron los utilizó para intentar tranquilizarse un poco, y suponía que ella estaba haciendo lo mismo. Se arriesgó a asomarse de nuevo. No la vio con claridad, pero unos metros detrás de la columna pudo divisar una parte de la silla de ruedas que empujaba, la misma en la que llevaba a Lily Sullivan.

Pensó por un momento que quizás no había necesidad de salir y arriesgarse. Los refuerzos venían en camino y ellos de seguro la detendrían en cuanto intentara salir. Además estaba herido y confundido, y esa era una muy mala combinación. Podía simplemente haberse quedado ahí y aguardar... pero no lo hizo. Dos policías, dos muy buenos policías, acababan de morir en menos de veinticuatro horas, prácticamente bajo sus narices. Y ambos, aparentemente, en manos de esas dos. No sabía que ocurría, no sabía quiénes eran esas dos mocosas, pero todo su cuerpo le exigía que se parara y no las dejará poner ni medio pie fuera de ese lugar.

Inspirado por esa idea, logró ponerse de pie pese al dolor que sentía en su hombro, y salió de su escondite corriendo directo hacia donde la extraña se ocultaba. Disparó tres veces en su dirección, no con la intención de darle, sino más bien de asustarla o ponerla alerta; que no se le ocurriera salir de detrás de ese sitio mientras se le aproximaba. Pero al parecer la subestimó, pues la extraña no se quedó oculta ahí. En su lugar, mientras él se aproximaba por el lado derecho de la columna, su pequeña figura salió por el lado izquierdo, dando una maroma en el suelo, y a medio giro disparándole directo en su pierna derecha, a unos centímetros por encima de su tobillo.

Vázquez gimió de dolor, se tambaleó, y cayó al suelo. Intentó enderezarse, pero en cuanto empezó a alzarse fue recibido por una patada directa en la cara por la planta del pie de su atacante, que lo hizo caer de nuevo al suelo. Su pistola se escapó de sus dedos, y ella rápidamente la empujó lejos de él con un pie. Luego se alejó de él algunos pasos, retrocediendo. Cómo le fue posible, Vázquez se dio la vuelta y se alejó lo más que pudo por el suelo. Ella lo apuntaba sosteniendo su arma con ambas manos, y sólo hasta ese momento la pudo ver con más claridad. Era una niña delgada, de estatura mediana, de no más de diez años. Tenía un rostro blanco, decorado con varias pecas, y unos ojos cafés con una mirada demasiado fría y ausente. De todo su ser, esos ojos eran quizás los únicos que no encajaban con lo demás. No podía concebir la idea de que un niño de esa edad pudiera tener esos ojos, ni siquiera con dichosa psicopatía. Esos eran los ojos de alguien que había visto y hecho tantas cosas, hasta el punto de no importarle en lo más mínimo la vida o la muerte; la suya, y la de los otros.

Además estaba el tema de su forma de disparar y sus movimientos, sobre todo ese último que había hecho al dispararle en la pierna. Estos sólo implicarían algún tipo de entrenamiento, quizás incluso militar... Pero, ¿cómo era posible?

Vázquez respiraba agitado, mientras admiraba con detenimiento el arma que le apuntaba, y el rostro apacible de la persona que la sostenía.

—Los demás oficiales ya vienen en camino —intentó decirle, resistiendo las oleadas de dolor que le recorrían el cuerpo por sus recientes heridas—. Sé que debes estar asustada y confundida, pero no cometas una locura. Ya mataste a un policía, si matas a otro no habrá forma de que salgas bien de esto. Abrirán fuego en cuanto te vean, y no tiene porqué terminar así. No sé por qué estés haciendo esto, o quién te esté obligando. Pero yo puedo ayudarte, permíteme ayudarte...

La niña guardó silencio largo rato, sin bajar el arma y sin apartarle sus penetrantes ojos de encima. Inclinó su cabeza ligeramente hacia la izquierda, en un gesto casi inocente. Y entonces, sus labios dibujaron de pronto una larga mueca que quizás intentaba asemejar algún tipo de sonrisa, pero no fue ni cerca nada que Vázquez hubiera visto antes. Como le había dicho a Nancy antes, había visto con anterioridad a dos asesinos seriales de cerca... y ninguno le había transmitido tanto miedo, tanta amenaza, y tanta inhumanidad como esa cosa en forma de niña que se paraba ante él en esos momentos...

—No necesito a más papis que me quieran ayudar —murmuró de pronto como si estuviera recitando algún tipo de broma que sólo ella era capaz de entender—. Hüvasti... isa...

Sus dedos se tensaron entorno al gatillo, y Vázquez supo de inmediato que estaba a punto de disparar.

—¡No!, ¡espera...! —Gritó con fuerza, alzando su mano al frente, en un inconsciente acto de súplica. El ruido del disparo, sin embargo, lo ensordeció en ese momento.

Su respiración se cortó, y presentía que incluso los latidos de su corazón lo habían hecho al mismo momento. Todo a su alrededor se volvió gris y se mantuvo en pausa e inamovible. Pero todo fue bastante rápido, tanto que difícilmente su mente podría procesar que ese lapso de tiempo existió siquiera. Para cuando fue capaz de reaccionar del shock, y ser consciente de lo que era real ante él y que era sólo un reflejo de su propia mente divagando en recuerdos y lamentaciones, lo primero que pudo divisar con total claridad, casi como si brillara con luz propia, fue la bala, de color cobre y forma ovalada, flotando justo en el espacio que los separaba a ambos, a quizás medio metro de su cara.

No se movía, no avanzaba, no emitía sonido alguno. Sólo estaba ahí, flotando como si de un ser vivo se tratara. Vázquez se vio por unos momentos maravillado por tan curiosa escena, antes de poder comprender que de hecho... no tenía sentido alguno. Esa no podía ser la bala que se dirigía hacia él...

Se tocó su cara, y desvió su mirada hacia su torso, en busca de cualquiera señal de herida, de sangre, de dolor; pero fuera de las heridas que ya tenía... no había ninguna nueva. Estaba totalmente ileso. La idea de que ello era algún tipo de extraña experiencia previa a la muerte fue una de las tantas cosas que le pasó por la cabeza, hasta que alzó su mirada más allá de la bala flotando, y vio el rostro de su atacante: estaba totalmente lleno de confusión, incluso quizás más que el suyo; mucho más.

La presencia de una tercera persona se hizo notable para ambos en ese momento, y prácticamente al mismo tiempo se giraron en la dirección en la que venían. Esa mujer de cabellos castaños se acercaba por el pasillo, a paso cuidadoso, con su mirada fija en ese punto de plomo y acero, con su mano derecha extendida hacia ella, y con sus dedos tensos. Vázquez la reconoció; aún en toda su confusión y revoltijo de ideas que lo hacían rayar en la locura, tuvo la lucidez de reconocer a esa mujer que estaba hace unos minutos con Wayne, la que estaba con el otro chico... la supuesta psiquiatra de apellido Honey.

La mujer respiró de pronto con profundidad, y relajó un poco su mano y su mirada. La bala, que se había mantenido tan apacible durante todo ese tiempo, descendió por sí sola hacia el suelo, como un inofensivo granizo. Tintineó en el linóleo, rodó unos centímetros, y luego se quedó apacible frente a los pies de Vázquez.

—Pero... ¿Cómo...? —Fue lo único que logró pronunciar, mientras su vista se tornaba consecutivamente entre la bala, y el rostro duro y firme de esa mujer.

Ella, sin embargo, no le puso principal atención a él, y en su lugar giró su mirada de lleno hacia la niña del arma, que al notarlo, dio un paso inconsciente hacia atrás.

—Dame el arma —pronunció Matilda con tono de mando, y extendió su mano hacia ella; pero en lugar de obedecer, comenzó a dispararle consecutivamente, sin espera en cuanto el retroceso se lo permitía.

Disparó cuatro veces en total. Matilda reaccionó asombrada, y retrocedió unos pasos, al tiempo que alzó sus manos rápidamente al frente. Cada una de esas balas se detuvo en el aire, cada una un poco más lejos que la anterior. La primera se quedó a milímetros de atravesarle la palma de la mano. Vázquez, e igual Esther, miraron este acto casi boquiabiertos. Sin embargo, la última no se quedó más tiempo y tras dar el último disparo corrió hacia donde había dejado la silla de Lily y comenzó a empujarla por el pasillo hacia donde se dirigía en un inicio.

Matilda la vio de reojo, pero necesitó demasiada concentración para detener esas cuatro balas, concentración que era igualmente difícil de romper. Inhaló con fuerza, y exhaló justo después. Bajó sus manos de golpe, dejándolas caer a sus lados, y las cuatro balas se desplomaron al suelo junto con la primera. Respiró profundo por la nariz y entonces comenzó a andar rápido detrás de la extraña niña.

—¡Alto!, ¡espere! —le gritó Vázquez, haciéndole detenerse abruptamente y virarse hacia él. Matilda notó entonces las heridas que tenía en su hombro, pierna y frente.

—Quédese aquí —le indicó con un tono bastante calmado—. Vendrán a ayudarlo en un segundo.

Sin decir más, se giró de nuevo y volvió a correr en su persecución, antes de que Vázquez pudiera decir cualquier otra cosa. Y aunque hubiera podido... ¿qué le habría dicho? Si antes sentía que todo su mundo se había puesto de cabeza... ahora no tenía ni idea de cómo describir eso.

— — — —

Matilda corrió apresurada por el pasillo intentando alcanzar a la niña. Sus tacones la detenían, y en un par de veces sus tobillos se doblaron. Al final optó por quitárselos de lleno, sin importarle si tenía que dejarlos tirados en el suelo, y siguió sólo con sus medias cubriéndole los pies; se sintió mucho más libre en ese momento, y mucho más rápida.

Desde que la vio, no dejaba de preguntarse quién era, y qué hacía ahí. ¿Era Lily Sullivan?, era poco probable; era más seguro que Lily fuera a quien llevaba en la silla, inconsciente y vestida con bata de hospital. ¿Quién era entonces? ¿Y por qué buscaba a Lily? La única teoría que se le vino a la mente era aquel grupo que Eleven se encontraba rastreando desde hacía mucho tiempo, y que nunca había dado siquiera con una pista solida de ellos. Ni siquiera sabía si era un grupo como tal, aunque era lo más probable. Pero fuera lo que fueran, se trataba de alguien que se dedicaba a buscar niños con el resplandor, raptarlos y desaparecerlos; y según lo poco que se podía deducir si es que se lograban encontrar los cuerpos, torturarlos de formas horribles. ¿Para qué?, Eleven no tenía ni idea, pero de algo ella estaba segura: para encontrar a otros con el resplandor, la única forma era también poseerlo.

Pero, ¿cómo podía alguien que resplandecía hacer algo tan horrendo? A pesar de algunas cosas que le había tocado ver, incluido lo que sintió al tocar la fotografía de Lily la noche anterior, Matilda no podía concebir que existiera un grupo de resplandecientes cometiendo en conjunto actos tan atroces; pero Eleven parecía bastante segura de su existencia.

Sin embargo, hace ya un par de años atrás, le dijo que les había perdido todo rastro posible, como si se hubieran desaparecido de la faz de la tierra. Y aunque claro, seguía habiendo casos de niños desparecidos por el país, prácticamente todos los días; y claro, muchos de ellos debían ser niños como ellos, ninguno le daba la sensación de estar relacionado de forma directa con aquellos que estuvo tanto tiempo investigando. Eleven llegó a incluso considerar que se hubieran separado, o incluso mudado a otro país.

Pero, ¿y si se trataba de eso? ¿Y si esa niña de alguna forma era parte de ese grupo y venía a llevarse a Lily Sullivan ya que se dieron cuenta del gran poder que posee? Era una posibilidad, pero le resultaba un tanto inusual. Ese grupo debía de ser bastante astuto y cuidadoso como para moverse y hacer ese tipo de cosas sin que siquiera Eleven los notara. Pero ese acto de escape parecía todo menos astuto y cuidadoso; parecía de hecho, bastante improvisado y desesperado.

Daba igual quién fuera, e igualmente daba igual si Lily Sullivan había estado o no detrás de todas esas muertes, incluida la de Doug. No podía permitir que se la llevaran de esa forma. Ella estaba ahí para ayudar a cualquier niño que la necesitara, fuera quien fuera.

— — — —

Para Esther, ya no había lugar para las sutilezas; eso se había quedado atrás desde el segundo disparo. Ahora lo único que le quedaba era salir de ahí a la fuerza si era necesario. Atravesó las puertas plegables que llevaban a la sala de espera del área de emergencias, y sin el menor pudor comenzó a disparar al techo con insistencia.

—¡Todos fuera de aquí!, ¡ahora! —Gritó furiosa acompañando los disparos estridentes con su voz.

Rápidamente todos los que ahí se encontraban: enfermos, familiares y equipo médico por igual, comenzaron a moverse con rapidez sin pensarlo mucho. Un guardia de seguridad se le aproximó rápidamente por un costado con el claro intento de embestirla, pero ella se giró rápidamente hacia él y le propino el último disparo de esa carga directo en el pecho, haciendo que cayera al suelo escupiendo sangre por su boca y retorciéndose. Esto paralizó por unos momentos a los que aún quedaban, y eso la hizo enfurecer aún más.

—¡Dije que se largarán! ¡Ahora! —Les gritó con todas sus fuerzas, sonando bastante más parecido a una colérica mujer adulta que a una niña.

Dos enfermeros se acercaron sigilosos hacia el guardia caído, y lo arrastraron como pudieron fuera de ahí, hacia un consultorio. Esther no los detuvo, ya que tampoco quería dejar en evidencia que en ese momento se le habían acabado las balas y alguien intentara hacerse el héroe. Una vez que el área estuvo aparentemente despejada, colocó la silla de ruedas de Lily en el centro de la sala y se tomó un segundo para retirar el cargador vacío del arma, sacar de su cangurera azul con estampado de estrellas que colgaba de su espalda otro cargador, pero éste ya con las municiones integradas.

—¿En qué maldito circo me han metido? —murmuró fingiendo que hablaba con la inconsciente Lily, aunque en realidad hablaba consigo misma—. Más te vale que valgas la pena.

La cabeza de Lily colgaba hacia un lado sin resistencia alguna. Su cuerpo se veía totalmente apaciguado y desparramado por la silla. En el costado de su rostro, en donde la había golpeado, se había formado un moretón. El vendaje improvisado que le había puesto se había teñido casi por completo de rojo, pero era considerablemente menos que la sangre que hubiera perdido de no habérselo aplicado.

Metió el cargador en su lugar de un solo empujón, y luego jaló la parte superior del arma hacia atrás para cargar la primera bala en la cámara. Bien, se sentía segura de nuevo. Miró hacia la puerta de entrada y notó una ambulancia estacionada justo al frente con las puertas abiertas; los paramédicos quizás habían sido de los que huyeron ante sus disparos. Y lo mejor, aún no había rastro alguno de la policía, pese a lo que aquel sujeto había dicho. O le había mentido, o quizás sí era su día de suerte después de todo.

Tomó la silla de nuevo y comenzó a avanzar a paso veloz hacia la puerta. Sin embargo, se encontraba a medio camino cuando se detuvo de golpe. Pero no porqué ella lo hubiera querido o le hubiera dado esa orden a sus piernas. Sencillamente se detuvo, sin poder moverse en lo más mínimo, con sus brazos apretados a sus costados como si la aprisionara algún tipo de cuerda invisible. Antes de que pudiera procesar del todo esto, sus pies comenzaron a deslizarse hacia atrás, como si se movieran sobre hielo. Todo su cuerpo retrocedía sin que ella pudiera oponer resistencia alguna. Y una vez que recorrió quizás tres metros de esa forma, fue girada por completo sobre su propio eje por la misma fuerza invisible, hasta quedar volteada directo hacia la causante de todo ello.

Esa mujer castaña de hace unos momentos se encontraba ahora de pie frente a la misma puerta por la que ella había entrado; la única diferencia era que ahora no traía sus zapatos. Tenía su mano derecha alzada hacia ella, y la miraba muy fijamente. Esther intentó moverse, al menos alzar la mano que sostenía su arma, pero no podía hacerlo. La tenía totalmente aprisionada.

—Impresionante —murmuró Esther entre enojada y sarcástica—. Ahora aparéceme un conejo, ¿quieres?

Matilda se le acercó cautelosa, sin quitarle los ojos de encima ni bajar su mano. Esa niña se veía bastante tranquila, considerando su situación. La contempló con más detenimiento, sobre todo su rostro y sus ojos. Todo en ella le causaba una extremadamente incómoda sensación, que nunca había sentido con un niño, ni siquiera con los más dañados que le había tocado tratar.

—¿Quién eres...? —inquirió con dureza, aunque algo dudosa. La niña de pecas sonrió.

—Sólo soy una mensajera —respondió con un tono burlón.

—¿Mensajera de quién? —Cuestionó Matilda a continuación, pero ella sólo se le quedó viendo sin pronunciar palabra alguna—. ¡Habla!

—¿Y si no lo hago qué? ¿Qué me harás?

¿La estaba retando acaso? Como fuera, no podía confiarse. Hasta ese punto sólo había usado su pistola y nada más. Sin embargo, eso no eliminaba por completo la posibilidad de que también resplandeciera, y estuviera guardándose un as bajo la manga en cuanto tuviera la oportunidad.

—¿Para qué viniste aquí? ¿Qué quieres con Lily Sullivan?

Ella siguió sin responder.

Matilda respiró hondo, e intentó tomar una postura más calmada.

—Escucha, no tienes que tener miedo; lo que menos quiero es hacerte daño. Pero has hecho demasiadas cosas malas por las que tendrás que responder. Y en cuánto la policía llegue, no seré capaz de ayudarte en lo más mínimo. Dime qué es lo que haces aquí y quién te envió, y yo veré la forma de apoyarte, te lo prometo. Pero tienes que confiar en mí y decírmelo todo.

—¿Acaso todos los adultos promedio son igual de estúpidos? —Espetó Esther con ironía en su voz—. ¿Por qué siguen creyendo que necesito su ayuda de alguna forma? Que te den, puta... Metete tu ayuda en dónde puedas.

El rostro de Matilda se llenó de colores al escucharla hablarle de esa forma. No soportaba oír a adultos hablar así, mucho menos niños, aunque en sus terapias le había tocado escuchar a varios decir incluso cosas peores. Pero había algo realmente incorrecto con esta niña, algo que no sabía qué era, pero no le parecía natural. ¿Quién era realmente?

De pronto por encima de los hombros y la cabeza de su prisionera, Matilda divisó tres figuras oscuras abriéndose paso por las puertas abiertas de la entrada. Tuvo que enfocar su atención en ellos para poder identificar con claridad qué eran: tres enormes perros, de pelaje totalmente negro, ojos enrojecidos, y afilaos colmillos que mostraban entre gruñido y gruñido. Los tres miraban en su dirección con sus patas delanteras tensas y firmes en el suelo, como si estuvieran listos para saltarle encima en cualquier momento... y efectivamente, eso hicieron, mucho antes de que la psiquiatra pudiera preguntarse a sí misma siquiera qué hacían ahí.

Los tres comenzaron a correr de golpe, sacándole la vuelta a Lily y a Esther y yendo directamente contra ella. Matilda no supo cómo reaccionar a tan extraña escena. Retrocedió, olvidándose de Esther por un instante, el suficiente para liberarla y que cayera de sentón al suelo cuando ella ya no la sostenía con su telequinesis. Dudó en un inicio de usarla ahora con sus nuevos atacantes, pues eran sólo inofensivos perros... aunque más bien de inofensivos no parecían tener nada.

Uno le saltó encima por un costado, y rápidamente lo empujó con su mente antes de pudiera tocarla, haciéndolo volar por los aires contra las sillas de espera. Otro más logró cerrar sus fauces en torno a su tobillo derecho, comenzando a jalonearla. Matilda soltó un quejido de dolor pero de inmediato lo empujó igual que al otro, haciéndolo rodar por el suelo hasta varios metros lejos de ella. Un tercero le saltó por el frente, pero reaccionó haciendo lo mismo, pero para esos momentos el primero ya se había puesto de pie y se dirigía hacia ella otra vez.

Esther miró totalmente confundida todo eso desde el suelo. ¿De dónde habían salido esos perros? No tenía idea, pero no desaprovecharía la oportunidad que le estaban dando. Se paró rápidamente, tomó la silla de Lily y corrió hacia la puerta. Matilda la miró de reojo alejarse.

—¡No!

No quería propasarse con inocentes animales, pero no le dejaban de otra. Inhaló con fuerza, enfocó su concentración en los tres animales al mismo tiempo, y los tres se quedaron paralizado en sus lugares. Luego sus cuerpos se pegaron contra el suelo, y los tres soltaron un pequeño chillido de dolor. Se arrastraron después por el suelo, como empujados por el viento, para terminar arrojados con intensidad contra la puerta de entrada de la sala, pasándola y cayendo lejos en el pasillo de afuera.

Una vez más libre, buscó entonces con la mirada a la niña, y la vio ya en la salida. Estaba dispuesta a hacerle lo mismo que los perros si era necesario. Pero antes de que pudiera siquiera enfocarse, algo la detuvo. En un inicio fue como un frío que creció de golpe en su pecho, y luego subió hasta acumularse en su garganta. Después, sintió como ésta se le cerraba y le imposibilitaba el hacer aunque fuera la más mínima inhalación de aire, comenzando así a ahogarse. Llevó instintivamente sus manos a su cuello, intentando arrebatarse con sus uñas los invisibles dedos que la aprisionaba, pero sólo terminó arañando su propia piel.

La desesperación por la falta de aire no la dejaba pensar con claridad. Nunca había sentido algo tan horrible recorrerle el cuerpo; era como lo que había sentido al tocar la fotografía de Lily en la computadora, pero diez veces más intenso, o más. ¿Qué era?, ¿qué lo estaba causando? ¿Era hecho por esa niña? Notó entonces que todas las luces de la sala comenzaron a tintinear de forma irregular, como luces de Navidad...

Su cuerpo se elevó de pronto por el aire como si hubiera sido golpeado por un auto, y se estrelló contra la pared a un lado de la puerta. Descendió con la espalda pegada contra ésta, quedando sentada en el piso. Sentía como todo su cuerpo era presionado contra la pared, provocándole dolor en los huesos como si algo muy pesado la estuviera aplastando poco a poco. Su mirada estaba desorbitada y borrosa, y se sentía más y más sofocada, y cada alarido débil y lastimero que daba era totalmente inútil.

Entre toda su desesperación y confusión, entre un tintineo de las luces y otro, le pareció ver algo. Estaba ahí cuando la luz brillaba, y desaparecía al siguiente instante. Tenía primero una forma, luego otra, y luego volvía a la primera. Era algo, o más bien alguien, de pie justo al frente, con su brazo extendido hacia ella, y suponía que su mano era la que se aprisionaba contra su cuello; esa mano que era incapaz de quitarse de encima por más que lo intentara. Y entonces, las luces se apagaron por completo, pero sólo entonces logró verlo con completa claridad.

Entre las sombras, distinguió su rostro blanco y joven, sus ojos azul cielo, su cabello negro y lacio, perfectamente peinado hacia un lado. Era un chico, que no reconoció en lo más mínimo, pero estaba ahí ante ella, aprisionándola mientras la miraba fijamente con unos ojos carentes de cualquier rastro de humanidad en ellos, y una sonrisa torcida que sólo transmitía un enfermizo placer.

Oyó de pronto como esa figura extraña le murmuraba con un tono grácil y extrañamente educado y suave. Pero no eran como tal palabras, sino más bien pensamientos que entraban como agujas en su cabeza.

"No sé quién seas, pero lo que hiciste fue impresionante. Es una lástima tener que hacer esto. Pero, ¿qué se le hace?"

Sintió como esos dedos invisibles se apretaron aún más, imposibilitándole siquiera el gemir o gritar de dolor. Las fuerzas comenzaron a abandonar su cuerpo, y sus ojos comenzaron a cerrarse, siendo ese rostro cruel que se regocijaba con su agonía lo último que vería...

"¡No!"

Aquel grito resonó en su cabeza con un intenso eco, que luego se extendió por todas direcciones. Las luces se encendieron hasta lo máximo, y luego varios de los focos fluorescentes estallaron en pedazos. Los ojos de Matilda se volvieron a abrir, lo suficiente para ver como la imagen de aquel extraño se alejaba de golpe de ella como si alguien lo hubiera empujado, para luego desaparecer entre las sombras.

Llenó de inmediato sus pulmones de aire con una fuerte inhalación, y poco después se desplomó sobre su costado derecho, comenzando a toser con fuerza, e incluso escupiendo un poco de sangre al suelo.

Las puertas de la sala se abrieron poco después. Matilda alzó su mirada como pudo desde el piso, y aunque al inicio esperaba encontrarse fatídicamente de frente con el rostro de alguno de esos perros, en su lugar distinguió a Cody, mirando a todos lados, y luego poniéndose más que alarmado al verla tirada ahí.

—¡Matilda!, ¡¿qué pasó?! —Exclamó por mero reflejo, agachándose a su lado. La ayudó a sentarse, mientras seguía tosiendo un poco. Su respiración poco a poco se iba calmando, pero aún le faltaba.

Señaló entonces hacia la puerta de salida con debilidad.

—La niña... detenla... —Gimió con voz rasposa.

Cody miró hacia donde señalaba y entendió de inmediato. Corrió hacia la salida y al estar en la puerta vio como la ambulancia se alejaba por la rampa de acceso teniendo sus sirenas encendidas. Avanzó un poco más por la rampa, pero sería imposible alcanzarla a pie; iba a toda velocidad, tambaleándose sobre sí misma hasta incorporarse a la avenida. Pensó rápido en algo para detenerla, algo que pudiera crear con sus pensamientos, pero no fue lo suficientemente rápido, pues en un parpadeo se escapó de su rango de visión.

Cuando iba a seguir avanzando detrás de ella, escuchó las patrullas de policía a sus espaldas. Al voltearse, pudo ver al menos a cinco patrullas estacionándose frente a la entrada de emergencias. Un oficial se bajó de inmediato de su vehículo y lo apuntó con su arma, indicándole que no se moviera. Frustrado y molesto, sólo pudo alzar sus manos en cooperación.

Adentro, Matilda escuchó las sirenas y todo el ajetreo que se había comenzado a formar. Sin necesidad de que alguien se lo dijera, ella ya lo sabía: se había escapado. Pero ese no era su pensamiento principal en esos momentos. ¿Qué había sido eso tan horrible que le acababa de pasar? ¿Quién era esa persona que había visto? ¿Y... qué la había salvado...?

Y de pronto, un pensamiento fugaz le cruzó por la cabeza, inspirado más que nada por una sensación que se había quedado en el aire desde que ocurrió aquello, pero de la que no fue consciente del todo hasta ese momento. Miró a su alrededor lentamente. Afuera había pasos, voces, sirenas; pero ahí adentro, todo era silencio. Fue en ese momento que se volvió bastante claro para ella qué había ocurrido.

—¿Eleven? —Exclamó despacio, esperando algún tipo de respuesta, mas no fue así.

— — — —

Había sido jalado de golpe hacia un espacio totalmente oscuro, aunque antes de ese momento no había concebido propiamente qué significaba en realidad la "total oscuridad". Todo a su alrededor era negrura absoluta hasta donde alcanzaba la vista. Además estaba el silencio, un silencio profundo, lúgubre, que incluso hacía chillar los oídos al no estar estos acostumbrados a ese nivel de ausencia de sonido. Pero claro, todas esas manifestaciones supuestamente físicas, eran más un truco que el cerebro se hacía a sí mismo, pues él no estaba realmente ahí. Él no estaba de pie en ese espacio oscuro, así como tampoco lo había estado hace un segundo en aquella sala del hospital. Sin embargo, eso no significaba que su situación mereciera menos cuidado.

¿Quién había sido capaz de empujar su proyección de esa forma tan fuerte y repentina, y hacerlo caer en ese espacio? La respuesta a esa pregunta le era mucho más intrigante que el cómo salir de ese sitio. Y sabía muy bien quien quiera que fuera, tenía que estar ahí con él, de la misma forma en la que estaba él al menos. De hecho, podía sentirlo, o sentirla, de pie a sus espaldas, volteando en la dirección contraria, de tal forma que ninguno era capaz de ver al otro, ni siquiera un cabello; sólo la oscuridad ante ellos.

El joven se mantuvo tranquilo en su posición, y un pensamiento intencionalmente claro se formuló y materializó.

"¿Eres tú, Abra?"

Cuestionó con tono solemne, pero la voz que le respondió distó mucho de ser la que esperaba.

"No conozco a ninguna Abra."

Quien le respondió, tenía la voz seria de mujer, con bastante autoridad y amenaza en su tono, y resonando en un eco que se iba apaciguando a la distancia. Así que su captor era una mujer, y por su voz no sonaba a que fuera joven; eso descartó por completo que se tratara de quien creía.

"¿Quién eres?"

"Le podría hacer la misma pregunta. ¿Cómo puede hacer esto?"

"¿Cómo puedes hacerlo tú?"

"No juegue conmigo, señora... No sabe con quién se está metiendo."

"No, chico. Tú eres el que no lo sabe."

Sintió como todo el espacio que los rodeaba comenzó a girar, aunque sus pies se mantuvieran fijos en el suelo. No había una forma clara de describirlo; er como si en efecto estuvieran espalda contra espalda, y esa persona intentara girarse para verle el rostro de frente. Nunca había jugado este tipo de juegos con otra persona; hasta unos meses atrás, desconocía que hubiera alguien más que pudiera hacerlo. Y podía sentir sin problema que quién fuera esa mujer, tenía ya bastante experiencia en lidiar con ese tipo de situaciones, y sabía exactamente como mantener el control en todas ellas. Al parecer su amenaza anterior no estaba alimentada por palabras vacías.

Sin embargo, aunque fuera un juego nuevo para él, tenía un talento innato para aprender rápido. Y ya fuera en una habitación física o en una mental, él siempre era quien tenía el control. Por cada movimiento que ella hacía para voltear a verlo, él hacía el propio para permanecer en la misma posición y evitarlo. A su vez, él intentaba hacer lo mismo, hacer que todo se diera vuelta, pero en el sentido contrario, en el sentido en el que él pudiera ver de frente el rostro y lugar en el que se encontraba su contrincante.

Era como un baile, pero no uno divertido del todo. Tantos giros y giros, tarde o temprano uno terminaría mareándose, pero estaba seguro de que no sería él.

"Es buena, pero yo soy mejor..."

De pronto, el suelo debajo de ellos se tornó de negro a rojo sangre, y los pies de su captora se hundieron en él como en arena. Él rápidamente se giró antes de que pudiera reaccionar, y en cuanto lo hizo el escenario negro se esfumó de delante de sus ojos. En su lugar, podía ver un escenario nada familiar: parecía un estudio, con dos puertas de vidrio que daban a un jardín, y por las que entraban intensos rayos de sol que iluminaban todo el lugar. Más allá de las puertas, había un extenso espacio de césped, en su mayoría verde, y más allá árboles que se perdían en un pequeño bosque. El cielo se veía además soleado y despejado. El clima, más la posición del sol, le hizo pensar de inmediato que no se encontraba en Portland, posiblemente ni siquiera en Oregón. Apuntó a algo más cercano a la costa este.

"Bonito lugar. ¿Es su casa o su oficina...?"

Comenzó a intentar girar su vista alrededor. Frente a él, había una mesa de centro de madera, con varios papeles sobre ella.

"Veamos si podemos descubrir quién es en realidad..."

Intentó acercarse a los papeles, intentando divisar lo que fuera. Sólo pudo ver unas cuentas palabras incomprensibles, antes de que todo el espacio se agitara y tiñera de rojo.

"¡No lo harás!"

La voz de la mujer resonó con intensidad, taladrándole la cabeza.

Estaba de nuevo en el espacio oscuro, o al menos una parte. Su visión se turnaba entre la oscuridad y la imagen de aquel estudio repetidamente, como una luz parpadeante. Podía sentir como su contrincante hacía un sobresfuerzo para intentar empujarlo lejos. Él no se lo permitía, pero, sorprendentemente, parecía como si lo estuviera logrando...

—¡Aléjate de mí... y de mis... chicos!

Las últimas palabras fueron como una intensa explosión en su cabeza, y luego sintió como si su cuerpo saliera volando por los aires, recorriendo años luz de estrellas y constelaciones, sin poder poner algún freno hasta estrellarse de golpe contra el suelo como un meteorito calcinándose.

— — — —

Los ojos Damien se abrieron de golpe, y tuvo que sostenerse del respaldo de su sillón para no desplomarse al suelo. Su visión se aclaró luego de unos segundos. Era obvio que no estaba perdido en el espacio ni nada parecido, sino en el sillón del estudio del pent-house. Inhaló lentamente por la nariz y exhaló por la boca, intentando hacer que su cuerpo y mente se relajarán lo más posible.

Eso había sido increíble. Esa señora, quien quiera que fuera, lo había jalado hasta ese espacio en el que ella tenía el control, y lo había sometido para luego empujarlo lejos con una intensidad tal como si le hubiera pateado un caballo en la cara, o atropellado un tren a alta velocidad. No estaba realmente enojado, sino... fascinado. No podía creer que realmente alguien hubiera podido hacerle eso, a él... Y no sólo fue ella; la otra mujer, como fue incluso capaz de parar las balas y detener y someter Esther. ¿Dónde habían estado todas estas personas? ¿Por qué sólo hasta ahora se aparecían ante él?

Soltó de golpe una sonora carcajada, e hizo su cabeza hacia atrás, apoyándola contra el respaldo y mirando hacia el techo, esbozando una larga sonrisa.

—Vaya, vaya. Esto realmente se está poniendo divertido...

Cómo fuera, eso había sido una victoria para él por dónde lo viera. Esther había escapado con la niña, y había descubierto a dos personas muy interesantes. ¿Cuántas más conocería si seguía por ese camino?

— — — —

Muy lejos de ahí, en Hawkins, Indiana, Eleven no había tenido el mismo equilibrio o fortaleza que Damien para mantenerse en su asiento, y ella sí terminó cayendo sobre su alfombra de colores opacos, y tirando algunos de los papeles que tenía sobre la mesita. No hizo intento inmediato de levantarse; sólo se quedó sentada, con sus manos contra la alfombra, y sus piernas enredas en una posición en la que ni siquiera se cuestionó cómo llegaron a ponerse así. Sus cabellos rizados le caían sobre la cara; respiraba agitadamente, y sentía que su corazón latía con mucha intensidad, al igual que su cabeza. Se sentía agotada... muy, muy agotada...

La puerta del estudio se abrió de golpe, y eso la puso en alarma, obligándola a alzar su rostro. Sus poderes parecieron reaccionar por mero reflejo a un inminente peligro, pues la mesa de centro a su lado se deslizó sola por el piso, hasta pegarse contra la pared, a un lado de la puerta que se acababa de abrir.

Mike Wheeler, un hombre alto y delgado a mitad de sus cuarentas, de cabello castaño oscuro un poco rizado, lentes redondos y un bigote discreto sobre su labio superior, había entrado alarmado al estudio de su esposa al escucharla gritar esas últimas palabras que seguramente ni ella misma había sido consciente que había pronunciado con su propia voz. El sonido de la mesa deslizándose por el suelo y chocando contra la pared, lo hizo dar un salto hacia un lado, poniéndolo aún más nervioso de lo que ya estaba.

Al reconocer a su marido, Eleven se tranquilizó un poco, pero no por ello se aplacaron todas las sensaciones extrañas que le recorrían el cuerpo.

—¡Jane! —espetó Mike, y rápidamente rodeó la mesa y el sillón para ir hacia dónde se encontraba—. Jane, ¿estás bien?

La tomó en sus brazos, y la ayudó a ponerse de pie lentamente y colocarse de nuevo en el sillón. Eleven se dejó caer sobre éste, y apoyó su cabeza hacia atrás. Llevó su mano hacia su frente, y la talló con sus dedos en un intento de calmar el dolor.

—Sí, estoy bien... —murmuró con algo de debilidad, aunque ella sentía que estaba más estable.

—Jane... tu nariz —escuchó que Mike pronunciaba con voz casi temblorosa.

Eleven alzó su mirada hacia él y notó que la miraba fijamente con sus ojos grandes detrás del cristal de sus anteojos. Acercó sus dedos a su nariz, y luego los colocó frente a su rostro. Las yemas de sus dedos estaban manchados de sangre; estaba sangrando por nariz...

Mike se apresuró a ir hacia su escritorio, que se encontraba en un extremo del estudio, y tomó dos pañuelos de la caja que ahí tenía. Volvió al sillón y ella tomó sin dudar los pañuelos que le ofrecía, limpiándose con ellos la sangre, que afortunadamente no parecía ser mucha.

—Hacía años que no te pasaba eso —señaló Mike mientras se sentaba de nuevo a su lado.

Y en efecto así era. Durante su niñez y pubertad, las hemorragias nasales eran bastante habituales en ella, especialmente cuando hacía uso de sus habilidades, y aún más cuando abusaba de ellas. Con el tiempo, sin embargo, éstas fueron siendo menos en cuánto sus poderes se fueron fortaleciendo aún más con la edad, y aprendió a conocer y medir mejor sus límites. Y llegado un punto, ya prácticamente se había olvidado de ellas.

¿Qué significaba que después de tanto tiempo le volviera a ocurrir? Nada bueno, de eso estaba segura. Implicaba que ese individuo la había llevado hasta el límite de su capacidad para poder defenderse de él. Y aunque había logrado alejarlo esa vez, tenía el presentimiento de que no le había demostrado por completo de todo lo que era capaz... y ni siquiera había logrado descubrir su identidad.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Mike, tomando con cuidado la mano de su esposa que no sostenía el pañuelo contra su nariz.

Eleven negó lentamente con su cabeza.

—No hay tiempo, pásame mi teléfono, por favor —le indicó, señalando con su dedo hacia la mesa que había empujado lejos de ella sin darse cuenta.

Mike fue hacia ella, y volvió un segundo después con el Smartphone de Eleven en una mano. Ésta de inmediato lo tomó y comenzó a marcar a uno de sus contactos recientes.

Inclinó un poco su cuerpo hacia el frente, mientras se sostenía la cabeza. Ya no le dolía tanto, pero se seguía sintiendo cansada y algo mareada. Mike mientras tanto, pasaba su mano de arriba a abajo por su espalda de manera reconfortante. No le ayudaba de mucho a aliviarla, pero la hacía sentir al menos más segura de que en efecto estaba a salvo en su casa, un pensamiento que aún no parecía plasmarse del todo en su cabeza.

La llamada tardó en ser contestada, pero lo fue al final.

—Hola, Eleven —respondió la voz juguetona del Detective Cole Sears. De fondo, se escuchaba algo de ajetreo, pasos y voces—. Me preguntaba cuando me harías tu primera llamada.

—Cole, no tengo mucho tiempo —se apresuró la señora Wheeler a intervenir—. ¿Ya aterrizaste en Portland?

—Así es, acabo de recoger mi maleta, de hecho. Voy hacia el módulo para alquilar un transporte a Salem...

—No —interrumpió rápidamente su antigua mentora con firmeza—, necesito que vayas a otro lugar primero. Matilda te necesita ahí.

Aún sin verlo, pudo sentir que Cole se había detenido de golpe, confundido y expectante. Le contó lo más resumido posible la situación y el lugar en el que se encontraban Matilda y Cody en esos momentos. Le pidió que se dirigiera lo más pronto posible para allá y los apoyara en todo. Como era propio de él, no se negó en lo absoluto.

Luego de colgar, Jane sostuvo el teléfono entre sus manos, mirando fijamente al frente, más allá de las puertas de cristal, del césped y de los árboles del bosque, y el cielo azul; todo lo que ese individuo había logrado divisar al lograr meterse en su cabeza, traspasando todas las diferentes protecciones que se había colocado para evitarlo. Hacía años que no se sentía tan indefensa y vulnerable; quizás desde que era una niña.

—Jane, ¿qué está ocurriendo? —Le cuestionó su esposo, bastante incapaz de esconder su preocupación. Ella lo volteó a ver unos instantes, y luego se viró de nuevo hacia el exterior.

—No lo sé... Te juro que no lo sé...

FIN DEL CAPÍTULO 16

NOTAS DEL AUTOR:

-Mike Wheeler está basado en el respectivo personaje de la serie de Netflix, Stranger Things del 2016. En la serie original, en su primera temporada que ocurre en 1983, él tiene sólo 12 años. Para este tiempo, sin embargo, tendrá alrededor de 46. Para el momento en el que se escribe este capítulo, sólo se ha sacado hasta la Segunda Temporada de la serie, por lo que de momento sólo se tomará en cuenta la Primera y Segunda Temporada como referencia para esta historia de aquí en adelante. Como se había comentado anteriormente, en esta historia se especula que Eleven y Mike contrajeron matrimonio en algún momento de su vida adulta, y esto se mantendrá así, aún si en las próximas temporadas de dicha serie ocurriese algo que contradijera esta idea.

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