Capítulo 159. Nos vamos las tres
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 159.
Nos vamos las tres
Al salir de la habitación, Esther caminó sin ningún rumbo fijo. Sólo avanzó presurosa por el pasillo interior, rodeó el edificio principal, y cuando menos se dio cuenta, ya se encontraba de regreso en el estacionamiento frontal. La camioneta seguía contra la jardinera, justo donde la habían dejado, y las luces mercuriales alumbraban el espacio con una opaca luz anaranjada,
Se detuvo un instante para respirar hondo, e intentar serenarse lo mejor posible. Palpó el bolsillo interno de su chaqueta, y para su deleite encontró ahí justo lo que buscaba: la cajetilla de cigarrillos y el encendedor que había tomado de la camioneta. Definitivamente necesitaba uno; y un trago, pero se conformaría de momento sólo con el cigarrillo.
Sacó uno de la cajetilla, lo colocó entre sus labios, y lo encendió con algo de desesperación al hacerlo. En cuanto la punta del cigarrillo comenzó a brillar, dio una larga calada de éste. Seguía siendo tan malo como la primera vez, pero era mejor que nada.
Tras dar un par de bocanadas pequeñas, se sintió un poco más en calma. Se dirigió entonces hacia los escalones delante de la puerta principal, y se sentó en ellos. Contempló distraída hacia la carretera oscura, mientras seguía dando un par de caladas más, y expulsaba el humo como neblina sobre su cabeza. En todo ese rato que estuvo a solas, sólo le tocó ver pasar a un camión, a quizás más velocidad de la que debía, para luego perderse a la distancia.
Unos segundos después que el sonido del camión se disipó en el aire, a sus oídos llegó uno distinto: pasos en la nieve dirigiéndose a su dirección. Ni siquiera tuvo que voltear para saber que se trataba de Lily adulta, envuelta en una de las gruesas chaquetas que había comprado, y enfundada en unas botas para nieve que también había comprado por internet. Se paró a unos metros de ella con los brazos cruzados, observándola desde su altura con expresión de desaprobación.
—Dije que necesitaba un momento —espetó Esther con irritación.
—¿Y desde cuándo hago lo que tú me dices? —le respondió Lily, encogiéndose de hombros. Avanzó entonces cortando la distancia que las separaba, y se sentó en el escalón a su lado—. ¿Ya se te pasó el berrinche? —le cuestionó con tono irónico. Esther no le respondió, y simplemente siguió fumando con su atención puesta al frente.
Lily resopló, pero por un rato permaneció también en silencio. Ambas se quedaron calladas, observando hacia la oscuridad de la carretera. Las luces de otro vehículo se hicieron presentes tras un rato, pero no tardaron en disiparse también a la distancia.
—¿Me das para probar? —preguntó Lily de pronto, tomando a Esther un poco desprevenida. Al girarse a verla, notó que la muchacha tenía su atención puesta en el cigarrillo de sus dedos.
—¿En serio? —masculló Esther, divertida—. ¿Ahora sí te atreves?
Lily endureció su expresión, y extendió su mano con seguridad hacia ella. Esther soltó una pequeña risilla, y sin más le pasó el cigarrillo, curiosa por saber lo que pasaría a continuación. Lily tomó el pitillo entre dos de sus dedos, y lo observó atenta, como si se tratara de un objeto de lo más extraño, y de cierta forma para ella lo era.
Tras vacilar un rato, aproximó el otro extremo del cigarrillo a sus labios, e inhaló con fuerza como si sorbiera de un popote. Un instante después, sus ojos se abrieron grandes, alejó el cigarrillo de su boca, e inclinó el cuerpo hacia adelante, comenzando a toser con tanta fuerza y desesperación como si estuviera por escupir sus entrañas enteras en el proceso.
Esther no se contuvo ni un poco, y comenzó a reír tan fuerte que incluso se tomó la pansa con ambas manos.
—¡Pero qué asco! —espetó Lily al aire con voz rasposa—. Fue como respirar humo sobre una fogata. ¿Por qué les gusta esta cosa?
—No es sólo humo —aclaró Esther entre risas, y se apresuró a quitarle el cigarrillo de los dedos, antes de que se le ocurriera tirarlo. Ella misma dio una calada más de éste, por supuesto no reaccionando en lo absoluto parecido a su joven amiga—. Tiene otras cosas que te relajan, pero también te envenena poco a poco. Y a los adultos nos encanta envenenarnos a nosotros mismos. Así que olvida lo que te dije hace rato; no te apresures por ser una adulta. Aún te queda mucho por crecer y aprender. Disfrútalo mientras puedas.
—¿Disfrutar qué? —espetó Lily, tallándose la boca con una mano, como intentando limpiarse alguna mancha del rostro que sólo ella veía—. ¿Qué es lo que te pasa ahora? Estás tan rara como cuando te emborrachaste aquella noche en Malibú.
—¿Ah sí? —masculló Esther con tono ausente. Siguió fumando un poco más con su mirada perdida en el horizonte, y su mente quizás divagando en algún sitio mucho más alejado—. Quizás puedas hacer que te veas así —comentó de pronto, señalándola con la mano con la que sujetaba el cigarrillo—. Pero en el fondo eres la misma mocosa odiosa. Y eso está muy bien. Porque algún día, esa ilusión será real. Tendrás un cuerpo de adulta. Podrás hacer todo lo que a mí se privó desde que nací. Incluso quizás puedas casarte y tener hijos algún día. Por otro lado, por más que me hagas lucir a mí así con tu magia, sería falso. Una simple mentira, como siempre lo he sido.
Lily arqueó una ceja, confusa por toda esa palabrería salida de quién sabía dónde.
—Dios, ¿en verdad te emborrachaste cuando no te veía?
—Ya quisiera —bromeó Esther con voz risueña.
—¿Y quién te dijo que yo quiero casarme y tener hijos? ¿Qué? ¿Acaso tú quieres?
Lily esperaba algún comentario ingenioso como réplica, pero para su sorpresa todo lo que recibió al inicio fue silencio. De hecho, notó incluso como la expresión entera de Esther se ensombrecía; el poco buen humor que había tenido, o fingido, hasta ese momento, se esfumó en un parpadeo.
—No es lo mismo no querer algo, que no ser capaz de hacerlo —susurró la mujer de Estonia con voz apagada.
—¿No puedes tener hijos?
—Eso me dijeron —respondió Esther con simpleza, encogiéndose de hombros—. Un efecto de mi desbalance hormonal, según los doctores. O, quizás, parte de esta cosa que tengo en mi interior y aun no comprendo. Da igual, el resultado es el mismo. Una prueba más de lo rota que estoy por dentro.
—Lo que digas —susurró Lily con sarcasmo, y algo de cansancio en su voz—. Dime, ¿acaso es una obligación el que tengas una crisis existencial cada semana?
—Viene también con el paquete de ser adulto.
—Pues qué asco.
—Y con el tiempo es aún peor.
—Pues doblemente asco.
Esther no pudo evitar soltar una pequeña risotada, que Lily no tardó en acompañarle. Definitivamente eran más compatibles, y congeniaban mejor, cuando encontraban algo común a lo cual odiar.
—Como sea, si algún día te sientes capaz de no perder la cabeza como allá adentro, verás que el replicar esta ilusión contigo nos puede ser de utilidad. Podremos ir por ahí con mayor tranquilidad, comprar, comer, pasear... Y además así no tendría que conducir yo.
—Igual tienes que aprenderlo —le indicó Esther con severidad—. De eso no te vas a salvar. Pero gracias.
Lily se limitó a sólo asentir como respuesta, y ambas volvieron a quedarse en silencio, mirando hacia la oscuridad. Todo estaba muy pacífico y callado por ese rumbo; con el invierno tan cerca, ni siquiera se percibía el chillar de los insectos. Aquello podría ser aterrador, pero también relajante hasta cierto punto.
Un vehículo más hizo acto de presencia por la carretera, pero éste no se alejó por la ruta como los demás. En lugar de eso, giró sobre el camino de acceso e ingresó al estacionamiento. Lily y Esther por igual dedujeron que era algún otro viajero tonto que no se daba cuenta que tenían apagado el letrero de habitaciones disponibles; eran bastante más comunes de lo que les gustaría.
Pero mientras estaban ya ideando como despacharlo, las luces del estacionamiento enfocaron mejor el vehículo y, con horror, notaron que no se trataba de un vehículo cualquiera: era una patrulla de policía.
—Oh, oh —masculló Lily, sobresaltada.
—Mierda —soltó Esther por lo bajo, y se apresuró a tirar el cigarrillo al suelo y a pisarlo con frenesí bajo su bota.
—¿Alguien nos habrá reportado? —preguntó Lily, sonando más curiosa que preocupada.
Esther no tenía idea, pero no lo veía tan descabellado. Y para mejorar o empeorar las cosas, cuando del lado del conductor se bajó el ocupante de la patrulla y fue iluminado por las luces mercuriales, Esther lo reconoció. No era un oficial cualquiera, sino el hombre de cabeza un poco calva, cabello y bigote rojizo, que había visto anteriormente justo en ese mismo sitio.
—Es el mismo policía del otro día —le susurró en voz baja a Lily. Al menos él ya la conocía, y su presencia ahí no le resultaría tan sospechosa—. Déjame hablar a mí.
—Al contrario —le respondió Lily con tono jocoso—. Como yo soy la adulta ahora, yo soy quien debe hablar. ¿No te parece?
Antes de que Esther fuera capaz siquiera de contradecir su argumento, Lily se puso de pie y comenzó a caminar presurosa hacia el recién llegado.
—No, espera... —musitó Esther entre dientes, siguiéndola por detrás con un pequeño nudo formado en su garganta.
El policía cerró la puerta de su patrulla, y reparó de inmediato en las dos chicas que se aproximaban a él.
—Buenas noches, oficial —le saludó Lily con voz animada—. Bienvenido al Hotel Blackberg. Si busca un cuarto, me temo que estamos cerrados temporalmente por remodelaciones.
—Sí, algo de eso escuché —comentó el policía, mirando con discreción hacia la puerta principal del hotel, y las cintas amarillas que indicaban que nadie pasara—. Soy el Sheriff Estefan, jovencita —se presentó, centrando de nuevo su atención en Lily—. ¿Y tú eres...?
—Es Lala, mi hermana mayor —intervino Esther rápidamente, colocándose a lado de su compañera—. Hola, oficial. ¿Me recuerda? —le comentó con un tono de voz dulce e inocente, mientras le orecía al policía la mejor de sus sonrisas de niña buena.
—La pequeña sobrina de Owen, ¿cierto? —comentó el oficial, señalando a la pequeña con un dedo. Ésta asintió—. Supongo entonces que tú eres su sobrina no tan pequeña —añadió a continuación, señalando ahora a Lily.
—Eso dicen —masculló la chica más alta, encogiéndose de hombros—. Pero yo no he visto el acta de nacimiento que lo pruebe.
Soltó entonces una singular risa burlona, queriendo quizás dejar claro que era una broma. Esther de inmediato le secundó riendo también, esperando no pareciera forzada. El oficial no rio.
Esther se dio cuenta en ese momento que su actitud era muy diferente a la del otro día. Su expresión ahora era seria y reservada, y no tan jovial y amistosa como en aquel entonces. Además, miraba a cada una con una nada disimulada desconfianza.
«Mierda, sabe algo» pensó Esther alarmada, pero se esforzó para que esto no se materializara en su rostro.
Aún tenía oculta el arma a sus espaldas. Si las cosas se ponían feas, siempre tenía la opción de meterle a ese sujeto una bala entre los ojos. Pero claro, matar a un policía en ese sitio y momento, añadiría un grado de complicación a sus vidas que no necesitaban. Así que antes irse a los extremos, lo mejor era ver un poco más de qué se trataba.
Después de todo, si supiera totalmente que algo malo ocurría, o que una asesina buscada se ocultaba en ese sitio, no habría ido solo ni se presentaría con su arma enfundada.
Ajeno a todas las cavilaciones que pasaban por la mente de Esther, el oficial Estefan miraba a ambas chicas, turnando su mirada inquisitiva entre una y otra.
—Es curioso que Owen nunca me mencionara que vendrían sus dos sobrinas de visita. ¿De dónde son exactamente?
—De Los Ángeles —respondió Lily rápidamente sin vacilación alguna, ganándose una discreta mirada de desaprobación de Esther. Teniendo tantas ciudades que elegir, tuvo justo que ser de la que venían huyendo.
—Así que dejaron la calurosa California para meterse al frío Nuevo México —comentó Estefan con apenas una pequeña dosis de sorna.
—Dentro de lo que cabe, es agradable tener una blanca Navidad —comentó Lily.
—¿Se van a quedar hasta Navidad?
—No —se apresuró Esther a responder primero—. Sólo vinimos por Acción de Gracias a pasarla con el tío Owen y Abby. Pero ya casi toca volver a casa.
—Entiendo —masculló el oficial despacio, asintiendo con la cabeza—. Bueno, venía justo buscando a Owen. ¿Está por aquí?
La pregunta puso tensas a las dos chicas por igual, aunque Esther de nuevo logró disimularlo mejor que Lily.
—No —respondió Lily, dubitativa—. Fue a... a... Ay, ¿a dónde dijo que iba, Jessica?
—Tú eres la mayor, Lala —le contestó Esther con fingida inocencia—. ¿Por qué me preguntas a mí?
Lily rio divertida, al tiempo que le daba una palmada evidentemente juguetona en su brazo, pero que en realidad fue mucho más fuerte de lo que parecía. Luego la miró de reojo, diciéndole sin palabras que no jugara. Esther sonrió divertida; merecía la pena arriesgarse un poco con tal de poner a esa estúpida mocosa en su lugar.
—Creo recordar que dijo algo de ir a Albuquerque para ver algo de la remodelación —explicó Esther—. Materiales o algo así. No sé.
—¿Saben?, ese tema de la remodelación me confunde un poco —comentó el oficial, rascándose su cabeza calva con una mano. Dirigió entonces su mirada hacia el edificio, repasando con los ojos la fachada de extremo a extremo—. A mí y a otros de la ciudad, de hecho. Porque en estos días parece que nadie ha visto a ningún trabajador por aquí. Y es extraño que Wally, el contratista que usualmente le trabaja a Owen con el mantenimiento del hotel, no haya sido contactado para este trabajo.
De nuevo, ambas chicas se pusieron tensas, y en esta ocasión Esther no pudo disimularlo del todo.
Pero al menos con eso ya sabía el motivo que lo había traído ahí tan de repente. Esther sabía que la excusa de la remodelación no podía sostenerse por mucho antes de que alguien se acercara a hacer preguntas, pero esperaba poder contar con un al menos un par de días más.
—No sé qué decirle, oficial —masculló Esther con tono risueño—. No es como que el tío Owen nos comparta el porqué de sus decisiones. Sólo nos pidió que cuidemos aquí mientras no está. ¿Verdad?
Se giró entonces a mirar a su supuesta hermana mayor en busca de su confirmación, que vino de inmediato en la forma de un rápido asentimiento de su cabeza.
—Sí, claro —susurró Estefan con voz distraída. Caminó hacia un lado, sacándoles la vuelta a las dos chicas, y dio unos pasos más hacia la inexistente puerta de recepción—. Ustedes no tienen motivo para saber esas cosas, ¿verdad? Creo que lo mejor será que hable con Owen, para asegurarme de que todo esté bien. ¿Tendrán su número o un lugar donde localizarlo?
—¿Número? —exclamó Lily, más alto de lo que se proponía en un inicio—. Pues... Jessica, ¿tienes el número de del tío Owen?
—A mí aún no me dejan tener teléfono —comentó Esther, bromista—. Pero no será necesario que le marque, oficial.
—¿Ah no? —inquirió Estefan, girándose de nuevo a mirarlas.
—El tío Owen estará aquí mañana mismo. O quizás llegue más tarde hoy, pero es más seguro que lo encuentre mañana. Y así podrá hablar de frente con él.
Los ojos de Lily se abrieron grandes como platos, y la miró totalmente confundida por aquella repentina y loca afirmación. Esther, por su parte, siguió atenta al oficial.
—Con qué mañana, ¿eh? —musitó Estefan en voz baja, aunque parecía más para sí mismo.
Esther lo percibió en su tono, en su mirada, incluso en su postura. No estaba convencido de que le estuvieran diciendo la verdad, y no lo culpaba. Toda esa situación era bastante sospechosa, y las únicas que le deban parte de algo eran una niña y una joven que no había visto nunca en su vida. Y ni rastro aparente de las dos personas que sí conocía.
Quizás si no fuera porque el propio Owen se la había presentado como su sobrina el día que vino, hace rato que hubiera dejado de lado la plática, y directamente simplemente las hubiera esposado a ambas y subido a la patrulla.
La opción de dirigir su mano a su arma y sacarla se volvía cada vez más tentadora, y Esther podía sentir como su mano derecha temblaba un poco, expectante por hacer el movimiento.
El sheriff abrió la boca para hablar, quizás para expresar en voz alta su escepticismo. Pero antes de que pudiera decir cualquier cosa, el sonido de una voz sonando en el radio que colgaba de su camisa rompió el silencio primero.
—Atención unidades —pronunció en alto la voz de una mujer por la radio—. Nos reportan un asalto en la licorería de la calle principal. Sospechoso armado huye en dirección al oeste por la avenida.
La noticia pareció captar casi por completo la atención del oficial, olvidándose por un instante de las dos jovencitas sospechosas. Tomó entonces la radio, y la aproximó a su boca para poder hablar directamente por éste.
—Aquí Estefan —pronunció con voz firme, al tiempo que se encaminaba de regreso a su patrulla—. Voy en camino, estoy cerca por la carretera oeste.
Tras una confirmación al otro lado de la línea la comunicación se cortó, y el oficial se dirigió con más apuro hacia su vehículo. Pero antes de retirarse del todo, se giró una última vez hacia las niñas para hacerles una última petición; o, quizás, una última advertencia.
—En cuanto hablen con Owen, díganle que vendré a verlo mañana en la mañana. Que procure estar aquí.
—Nosotros le decimos —exclamó Lily en alto, agitando una mano a modo de despedida—. ¡Tenga cuidado!
Estefan se sentó frente al volante y la patrulla retrocedió hacia la carretera. Antes de alejarse, sin embargo, se tomó un segundo para echarle un vistazo por el retrovisor a las dos chicas, que lo seguían observando frente a la puerta principal del hotel.
Encendió entonces las sirenas que resonaron en la noche, y se enfiló para alejarse por el camino de vuelta a la ciudad. Mientras iba a la escena que le habían indicado, tomó de nuevo su radio y lo acercó a su rostro con una mano, mientras con la otra sujetaba firme el volante.
—Rosy, aquí Estefan.
—¿Qué pasa, cariño? —le respondió en la radio la misma voz femenina de hace rato, de la despachadora de la jefatura.
—Voy en camino a ver lo del asalto a la licorería. Pero oye, pídele a Hains que me haga un favor. Que busque en la base de datos de niños desaparecidos o reporte de personas extraviadas a una niña, de entre 9 y 12, cabello negro quebrado, ojos verdes y pecas.
—Es una descripción un tanto general, ¿no crees? De seguro le saldrán muchos resultados.
Estefan meditó un segundo sobre qué otros detalles podrían ayudar. Se jactaba de tener buen oído y ojos para los detalles, pero en esa ocasión no contaba con muchos. Salvo quizás dos.
—Quizás sea extranjera, o tenga acento extranjero. Ruso o algo parecido. Y que limite la búsqueda a sólo las ciudades circundantes, y... a Los Ángeles.
—¿Los Ángeles? —exclamó Rosy, confusa—. ¿Qué está sucediendo, Estefan?
—Quizás nada. Sólo un mal presentimiento. Que me hablé en cuanto tenga algo, ¿sí?
Cortó en ese momento la comunicación, colocó la radio de nuevo en su sitio, y aceleró para llegar más rápido a su destino.
— — — —
Una vez que el vehículo desapareció de sus vistas, y estuvieron seguras de que ellas habían desaparecido de la suya, la actitud de ambas chicas cambió. Esther de inmediato se giró sobre sus talones y comenzó a caminar con apuro hacia el interior del hotel. Lily, por supuesto, la siguió sin espera con una mezcla de confusión y enojo.
—¿Qué estabas pensando? —le recriminó Lily, exasperada—. ¿Por qué le dijiste que ese sujeto iba a estar aquí mañana?
—¿Para qué crees? —le contestó Esther con tono desafiante, sin detener su paso—. Obviamente para que se largara y darnos tiempo.
—¿Tiempo para qué?
—Para irnos de aquí —recalcó Esther con firmeza—. Ahora mismo; las tres.
—¿Las tres? —exclamó Lily en alto, y se detuvo en seco de la impresión—. Dime que tanto humo te atrofió el cerebro y olvidaste cómo contar.
Esther se detuvo uno pasos delante. Se quedó quieta unos instantes dándole la espalda. Luego respiró hondo por la nariz, y se giró de lleno hacia ella, encarándola.
—Nos llevaremos a Eli con nosotras —pronunció sin titubeo alguno.
—¡¿Qué?! —espetó Lily, incrédula de haber oído bien—. ¡¿Pero de qué...?!
—No hay tiempo —le cortó Esther, y reanudó su marcha al instante—. Tenemos que movernos, ¡ya!
Lily la siguió a regañadientes, pero no por ello estaba ni un poco conforme, y mucho menos feliz.
No tardaron mucho en arribar a la habitación 302, entrando a trompicones, azotando la puerta y haciendo algo parecido al ingresar al baño del cuarto. Sentada en la tina, Eli las volteó a ver con expresión de aparente apatía, aún pese a su explosiva entrada.
—Felicidades —exclamó Esther con ironía, parándose a lado de la tina—, te ganaste un viaje directo a cualquier culo del mundo que esté muy lejos de aquí. Pero tendrás que aprender a comportarte.
Dicho eso, dirigió una mano a su bolsillo, del cual sacó un pequeño manojo de llaves, y con ellas se dirigió hacia las esposas que aprisionaban los tobillos de la niña vampiro.
—¿Qué haces? —exclamó Lily a sus espaldas, estupefacta.
Esther no le hizo caso, y terminó por completo de liberarle los tobillos. Eli se quedó quieta y en silencio mientras lo hacía.
—Las de las manos te las dejaré un tiempo más —explicó Esther—. Pero por ahora necesito que puedas moverte rápido.
—No hay problema —susurró Eli con normalidad, comenzando a pararse ahora con bastante más libertad que antes.
—¿Qué estás haciendo? —cuestionó Lily de nuevo, ahora con marcado enojo, tomando a Esther de su codo y jalándola unos pasos lejos de la tina—. ¿Has perdido la poca cordura que te quedaba? No podemos confiar en esta cosa, mucho menos llevarla con nosotros. Lo que debemos hacer es decapitarla, sacarle el corazón, o lo que sea que la mate de una buena vez, e irnos.
—Quiero ver que lo intentes —respondió Eli con fría amenaza desde su posición.
—Hey, tú cállate —le advirtió Esther, señalándola con un dedo. Eli se limitó a simplemente encogerse de hombros, y quedarse en silencio como le había pedido.
Eshter se zafó del agarré de Lily, y se giró por completo hacia ella para encararla con firmeza, aunque tuviera que verla hacia arriba dada la nueva diferencia de estatura entre ambas.
—Intenta mantener la cabeza fría por un momento y escúchame, ¿quieres? —le susurró Esther con la voz más aplacadora que pudo pronunciar—. La necesitamos para que nos lleve y nos presente a la persona que les hizo sus identidades falsas. No es un peligro inmediato para ninguna; está vulnerable, débil, y necesitada de que alguien la cuide y le ayude a alimentarse. Así que se portará bien, mientras la tratemos bien. ¿Verdad?
Se giró en ese momento hacia Eli, esperando por supuesto su confirmación, o al menos algo que le ayudara a que su argumento fuera más convincente. La vampira, sin embargo, se limitó a sólo esbozar una pequeña sonrisita de (falsa) inocencia y decir en voz baja como un susurro:
—Como un ángel...
Lily bufó, exasperada.
—No puedes estar hablando en serio —exclamó con ironía—. ¿Nos quieres poner en riesgo sólo para obtener unas estúpidas credenciales falsas? Cualquier imbécil con una computadora te las puede dar.
—No estás escuchando —declaró Esther con irritación, girándose hacia ella de nuevo. Lily fue capaz de percibir un fuego inusual que se asomaba desde sus ojos—. No estoy hablando de unas simples "credenciales falsas", sino nuevas identidades en toda la extensión. Números de seguro social, actas de nacimiento, tarjeta de nacionalidad, licencia de conducir... hasta la jodida cartilla de vacunación. Nombres y rostros nuevos. Una oportunidad para empezar una nueva vida desde cero, como una verdadera familia. Tú, yo, Max, Daniel...
—¿Y esa también? —le interrumpió Lily, señalando con desdén hacia Eli.
—Sólo nos llevará hasta la persona que nos dará todo esto. Luego de eso, que haga lo que le dé la gana.
—Dios —espetó Lily, en sus labios aquella palabra resonaba casi como la peor de las groserías—, estás tan loca y obsesionada con esa fantasía que te has hecho en la cabeza, que ni siquiera escuchas lo que dices. ¿Qué no entiendes que después de lo que esa perra me hizo, el sólo hecho de estar en el mismo cuarto que ella me enferma?
—¿Quieres olvidarte ya de la maldita mordida? —exclamó Esther en alto, casi gritando—. Si tuviéramos que decapitar a todo aquel que te ha agredido en tus cortos diez años de existencia, llenaríamos la cajuela de cabezas; la mía entre ellas. Con tus constantes berrinches y lloriqueos sólo confirmas lo que ya había dicho: te puedes ver como una adulta, pero sin duda sigues siendo una niña estúpida que no puede ver más allá de su nariz.
Aquellas palabras no le agradaron ni un poco a Lily, cuyos ojos comenzaron a centellar con furia.
—Puedo ver bastante más allá de mi nariz para darme cuenta de lo desquiciada que estás —le replicó Lily, exasperada—. Ese par de mocosos no van a llenar tu vacía necesidad de una familia; yo tampoco, y mucho menos esta sanguijuela. ¿Tener una vida normal y empezar desde cero? ¿Cómo puedes pensar siquiera que algo como eso es posible para alguien como tú?
—Lo es —declaró Esther con ferviente convicción—. Y lo voy a obtener, cueste lo que cueste. Así tenga que vender mi alma, o lo que quede de ella, al Diablo, a los Vampiros, o a quién sea. Y si no quieres ser parte de mi sueño, ¡entonces no me estorbes!
Se hizo el silencio. Fue claro y visible como las emociones de ambas habían ido creciendo rápidamente, hasta que sus caras rojizas parecían volcanes a punto de explotar. Y por supuesto, quien más disfrutaba del espectáculo, y no lo disimulaba ni un poco con esa sonrisita socarrona que aún tenía en los labios, era Eli.
Pero para decepción de la vampira, y sorpresa de la mujer de Estonia, Lily no hizo ningún otro ataque o amenaza. En lugar de eso, sólo respiró hondo por su nariz, se cruzó de brazos, y pronunció sin más:
—Si te vas con ella, yo no voy.
Esther se sobresaltó, y parpadeó un par de veces con confusión. Aguardó, como si esperara que Lily dijera algo más, pero no lo hizo. Sólo se quedó ahí de pie, sosteniéndole la mirada con firme convicción.
—¿En serio? —susurró Esther, dubitativa. Lily se mantuvo derecha e inalterable.
Esther soltó un largo suspiro, y sus hombros se relajaron. Miró un instante a Eli que observaba expectante desde su posición. Y tras unos segundos de reflexión, habló al fin.
—Lo entiendo... Entonces, te deseo u feliz regreso a casa.
Aquello fue como un balde de agua helada para Lily, perdiendo en un instante toda esa seguridad y firmeza que había transmitido hasta ese momento.
—¿Qué? —masculló despacio, apenas con un pequeño hilito de voz.
—Vámonos —le indicó Esther a Eli, y al instante le sacó la vuelta a Lily y comenzó a andar hacia la puerta del baño.
—¡¿Qué estás haciendo?! —profirió Lily exaltada, tomándola rápidamente del brazo antes de que avanzara mucho más—. ¿La eliges a ella por encima de mí? ¿Luego de todo lo que...?
—Yo no estoy eligiendo nada, Lilith —le respondió Esther con voz beligerante, jalando con fuerza su brazo para librarse de su agarre—. Tú lo estás haciendo. Creo que dejamos claro hace mucho que no se te puede obligar a hacer nada que no quieras, ¿recuerdas?
Lily se quedó atónita al escuchar aquello, quieta como una estatua. Esther la miró de nuevo con intensidad en sus ojos, pero Lily detectó de nuevo algo diferente y, en parte, nuevo en ellos: decepción.
Ninguna dijo nada por unos segundos, y Esther tuvo claro que se quedarían así toda la noche de ser necesario. Lamentablemente, ella no tenía tiempo para eso.
—Vamos —pronunció tras un rato, dirigiéndose de nuevo hacia Eli. Ésta avanzó sin más hacia la puerta, pasando frente a Lily sin siquiera mirarla.
Ambas salieron por la puerta, dejando a Lily detrás; aún inmóvil de pie en el centro del baño... sola.
— — — —
Esther empacó rápidamente sus cosas en una maleta, junto con el dinero que tenían a la mano, las tarjetas, las armas, la comida sobrante de la máquina expendedora, y todo lo que pudiera serles de utilidad para su viaje. Igualmente llevó consigo los papeles de identificación a nombre Abby; definitivamente podrían servirles para algo.
En tan sólo unos minutos ya estaba lista, y se dirigió presurosa de regreso al estacionamiento. Con una mano, jalaba a Eli de sus esposas, como si se tratara de la correa de un perro. Ésta la seguía manteniendo su paso, sin chistar.
—Necesito mi baúl —masculló Eli de pronto, una vez estuvieron frente a la camioneta.
—¿Tu qué? —cuestionó Esther confundida, mirándola sobre su hombro.
—Mi transporte para protegerme del sol durante el día.
Esther la observó unos instantes, mientras en su cabeza intentaba procesar y entender lo que estaba diciendo.
—No me vas a decir que en serio duermes en un sarcófago, ¿o sí? —inquirió con una mezcla de confusión y humor.
—No es un sarcófago... pero parecido.
Esther no pudo evitar soltar una pequeña risilla burlona, que bien le hacía falta en esos momentos.
—No tenemos tiempo. Tendremos que improvisar algo en el camino.
Le abrió entonces la puerta lateral de la camioneta para que se subiera a la parte trasera. Eli no pareció muy convencida con esa idea de "improvisar" en el camino, pero tampoco le quedaban muchas opciones. Así que se subió al vehículo y se sentó en los asientos.
Esther cerró rápidamente la puerta y se dirigió a la parte delantera para tomar asiento frente al volante. Rebuscó entonces las llaves para introducir la correcta en el encendedor, al tiempo que la mitad de su concentración estaba enfocada en cómo se las arreglaría para conducir ese vehículo tan grande por una larga distancia, dada su estatura. No sería imposible, pero definitivamente muy incómodo y cansado. Pero, al igual que Eli, no era que tuviera muchas opciones...
Aunque, para su suerte, otra opción se presentó justo antes de que arrancara el vehículo.
El sonido de nudillos llamando con fuerza en la ventanilla a su lado la hicieron sobresaltarse, y por mero reflejo sacar su arma y apuntarla hacia la ventana. Poco le faltó para accionar el gatillo, sino fuera porque al último segundo reconoció la cara de pocos amigos de la Lily adulta al otro lado del cristal.
—Quítate —le gritó con fuerza para pudiera oírla—. Ese es mi asiento.
Aún un poco confundida, Esther retiró el seguro de la puerta, y Lily se apresuró a abrirla primero.
—Que te quites —insistió, empujándola hacia un lado con una mano. Esther se arrastró por el asiento hasta quedar de lado del copiloto.
Ya con el camino libre, Lily se subió al vehículo y tomó asiento. Colgando de su hombro traía otra maleta mediana, que no tuvo reparo en lazar hacia los asientos de atrás, evidentemente sin importarle si golpeaba a Eli en el proceso; o, tal vez, esperando hacerlo. Igual la vampiro logró esquivarla, y la maleta cayó en el asiento a su lado.
Lily cerró la puerta, se colocó en el asiento. Acomodó igualmente el espejo retrovisor, y se colocó el cinturón de seguridad. Todo esto mientras, desde el asiento a su lado, Esther la observaba con una sonrisita divertida en los labios.
—Sabía que vendrías —comentó con dejo burlón.
—Oh, cállate —respondió Lily con hastío—. Simplemente aún no he terminado contigo, y tampoco con ella —añadió mirando de reojo hacia los asientos de atrás—. Las dos me deben el placer de verlas sumidas en el dolor y la miseria.
—Lo que tú digas —susurró Esther, jovial. Parecía querer decir más, pero no lo hizo.
Lily bufó y dio vuelta a la llave en el encendido, haciendo que el motor rugiera y el vehículo temblara un poco.
—Te recuerdo que no he conducido esta cosa fuera del estacionamiento hasta ahora. Así que no seré responsable de lo que nos pasé allá afuera.
—¿Qué es lo peor que puede pasar? —musitó Esther encogiéndose de hombros—. Sólo morirnos, y ya sabemos que para nosotras eso nunca es permanente.
Lily sólo la miró de reojo, e hizo un gesto sarcástico con el rostro, como si riera, pero sin soltar ni un solo sonido.
—¿Y exactamente a dónde vamos? —preguntó al tiempo que giraba el volante y comenzaba a enfilarse poco a poco hacia la salida del estacionamiento.
A Esther le hubiera encantado responderle eso, pero en realidad no tenía idea. Se giró hacia atrás para ver a su otra compañera de viaje, esperando que ella les diera mayor detalle.
—Sólo conduzcan hacia el este —dijo con voz tranquila—. Les diré hacia dónde en cuanto nos acerquemos.
—Para allá vamos, entonces —concluyó Esther, sonando más como un suspiro resignado.
Lily encaminó la camioneta hacia afuera del estacionamiento y comenzó a avanzar por la carretera oscura, al principio muy despacio, pero luego tomando más velocidad por insistencia de Esther. No le tomaría mucho tiempo el tomarle gusto a la velocidad.
En un parpadeo, dejaron atrás el Motel Blackberg.
— — — —
El peligroso asaltante de la licorería movilizó a gran parte de la policía de Los Alamos, Nuevo México; que en realidad no eran tantos, para bien o para mal. Por suerte, si se podía nombrar de esa forma, el peligro no fue tan grande como se lo imaginaron, pues el sospechoso se trataba de una vieja cara conocida: un chico de veinte años local, experto en meterse en problemas, pero que en esa ocasión había llevado las cosas al siguiente nivel.
El asaltante estaba claramente drogado de sólo él sabía qué, pero le dio la energía suficiente parar correr un buen tramo entre los callejones para evitar ser atrapado; cosa que al final ocurrió, gracias a la intervención del Sheriff Estefan. Y usando toda la fuerza necesaria, y un poco más, entre dos oficiales lo sometieron, lo tiraron al suelo, y lo esposaron.
La pistola que el muchacho traía consigo, y con la que había amenazado al encargado de la licorería, ni siquiera tenía balas. Por suerte para todos, había tenido la suficiente lucidez para no atreverse a amenazar a la policía con ella.
—No es mi culpa, Sheriff —gimoteaba el muchacho mientras un oficial lo ponía de pie de un jalón, y lo empujaba con tosquedad hacia su patrulla—. Estoy enfermo...
—Sí, lo que tú digas, Pete —murmuraba Estefan, un tanto condescendiente, a su lado—. Llamaremos a tu madre en la jefatura, ¿está bien?
El chico sólo asintió, pero no dejó muy claro si había entendido lo que le decían o no. El oficial lo metió de un empujón a su patrulla, y azotó la puerta detrás de él. El sospechoso cayó recostado sobre el asiento trasero, y no pareció querer levantarse de ahí.
—Llévenselo, y denle agua —indicó el Sheriff Estefan—. Mucha agua.
El oficial y su compañero asintieron, y se dirigieron sin espera al interior de la patrulla. No tardaron en alejarse, dejando al Sheriff Estefan atrás. Sólo hasta entonces, el viejo policía se tomó la libertad de que el peso de aquella persecución a pie le cayera encima, y sus viejas rodillas la terminaran de resentir.
Definitivamente ya no era un jovencito, y ese tipo de cosas lo sobrepasaban. Cada vez que ocurría algo como eso, hacía más tentadora la propuesta de su esposa de retirarse prematuramente, pero se seguía resistiendo. Prefería hacerlo en grande y con su pensión completa. Además, no era como que ese tipo de noches agitadas fueran tan comunes por ahí. La mayoría del tiempo se la pasaba más que nada sentado en su patrulla, o por defecto en su escritorio.
Sólo un par de años más y podría dejar todo eso de una vez.
Cuando ya se dirigía a su patrulla, escuchó como una voz sonaba desde el auricular de su radio.
—Sheriff, aquí Hains. ¿Me copia?
—Aquí Estefan —respondió acercando la radio a su rostro—. Dile a Rosy que ya tenemos al asaltante de la licorera. Es el pringado de Pete Harrison, drogado hasta las cejas otra vez.
—Yo le digo.
Estefan se subió a su patrulla, acompañado por supuesto de un quejido de dolor, pero también de alivio, que reverberó desde sus rodillas hasta escaparse por su boca.
—Sheriff, tengo un adelanto de lo que me pidió investigar —informó Hains por la radio.
—¿De la niña? ¿Tan rápido? —exclamó Estefan, sorprendido.
El oficial al otro lado vaciló un momento.
—Bueno, no sé si tenga relación con lo que investiga o no. Pero en cuanto busqué la descripción que nos pasó y la cotejé con Los Ángeles, de inmediato brincó... algo.
—¿Una niña desaparecida?
—No, no una niña —negó Hains, categórico—. No sé cómo explicarlo. Será mejor que le mande la información a la impresora de su patrulla y lo vea usted mismo.
—De acuerdo —suspiró Estefan, en realidad no del todo entusiasmado por la idea.
Ya para ese momento prácticamente se había olvidado de ese asunto, y concluido que sólo estaba exagerando en sus sospechas. Al día siguiente iría a hablar directamente con Owen, y él resolvería todas sus dudas.
Fue sacado de todos esos pensamientos en el momento en el que la impresora integrada a su vehículo comenzó a sonar, y la hoja con la información enviada por Hains se hacía visible. Una vez terminó, Estefan tomó la hoja, se recargó contra su respaldo, y le echó un ojo rápido.
No se quedó cómodo por mucho tiempo, pues no necesitó leer demasiado de aquel reporte para ponerse en alerta. No era el reporte de una niña o persona desaparecida; era el reporte de una prófuga, buscada por la policía de Los Ángeles y los federales. Una asesina de Estonia de nombre Leena Klammer. Y claro, lo más impactante de todo: la foto de la sospechosa que acompañaba al reporte.
Acababa de ver ese rostro justamente esa noche.
—¡Mierda! —exclamó con fuerza. Dejó entonces el reporte a un lado, se colocó el cinturón, y tomó de nuevo la radio para pedir refuerzos... pero se detuvo al último momento.
Se tomó un momento para meditar la cuestión, y volvió a revisar el reporte. Todo era muy extraño. ¿Estaban diciendo que aquella niña era una mujer de más de treinta, buscada por múltiples homicidios? ¿Cómo podría una persona así hacerse pasar de esa forma por una niña inocente?
¿Estaba realmente seguro que eran la misma persona? La fotografía, a blanco y negro salida de una vieja impresora portátil, ciertamente se parecía, e igual la descripción. Y dijeron que venían de Los Ángeles.
Muchas coincidencias para dejarlas pasar. Pero, ¿qué hay de esa otra chica que dijo ser su hermana? ¿Y no había sido el propio Owen quien se la presentó como su sobrina?
Había algo muy extraño en todo eso. Decidió entonces mejor adelantarse por su cuenta, antes de llenar el hotel de Owen de policías por un mero malentendido.
Encendió su vehículo, y se dirigió presuroso de regreso a la carretera, y de regreso al Motel Blackberg. Consideró prender la sirena, pero concluyó que lo mejor, de momento, era pasar más desapercibido.
— — — —
Cuando llegó al estacionamiento vacío del hotel, lo primero en lo que reparó era que la camioneta roja que estaba hace un rato ahí, había desaparecido.
Mala señal.
Se estacionó delante del edificio principal y se bajó. Se encaminó hacia la puerta e hizo a un lado la cinta amarilla de precaución para abrirse paso. Avanzó con su mano aferrada a su pistola aún enfundada, pero lista para sacarla a la primera provocación.
El vestíbulo era un desastre. Había pedazos de vidrio y madera por el suelo, así como papeles, plumas, y tarjetas. Desde el mostrador, podía echarle un escueto vistazo a la puerta entreabierta de la oficina, que se veía en un estado igual o peor al del vestíbulo.
Alguien había estado revolviéndolo todo por ahí, sólo Dios sabe con qué intenciones. Pero en ese momento no parecía haber nadie...
O eso creyó.
Un sonido a su diestra lo hizo reaccionar, y sacar su pistola al instante y apuntarla en dicha dirección. El sonido había venido justo del baño para empleados, en ese momento con la puerta cerrada. Era el ruido de agua corriendo, y pasos desde el interior. Se quedó en su posición, sujetando su arma con ambas manos, y el cañón apuntando directo a la puerta, en espera.
Cuando ésta al fin se abrió, del otro lado se asomó la figura de un hombre.
—¡Quieto ahí! —gritó Estefan en alto en cuanto vislumbró el primero de sus cabellos rubios.
El extraño se sobresaltó asustado ante el repentino grito, fijó sus ojos en él, y de inmediato alzó sus manos.
—Oh, oh —murmuró aquel individuo, nervioso—. Tranquilo, Sheriff. No se le vaya a salir un disparo de esa cosa.
Estefan contempló con detenimiento a aquel individuo. Era un hombre alto y de hombros anchos, envuelto en una chaqueta café de piel. Tenía cabellos rubios cortos, y un rostro de piel muy clara. Aunque al inicio a Estefan le pareció que era un completo desconocido, mientras más lo miraba... más familiar le parecía.
—¿Owen? —masculló con duda.
—Sí, soy yo —respondió aquel individuo, y se atrevió en ese momento a bajar una de sus manos y acercarla a su rostro para colocarse lo que sujetaba en ella: un par de anteojos redondos.
Con los anteojos puestos, Estefan fue más capaz de reconocerlo. Su cabello era rubio y no negro, y su rostro no tenía aquella barba de candado oscura que siempre lo había caracterizado. Pero fuera de eso, sus facciones y su manera de hablar eran inconfundibles.
—Con un demonio —pronunció Estefan con molestia, pero igual bajó el arma—. ¿En dónde has estado? ¿Y qué le pasó a tu cabello?
—Es mi color natural, y me rasuré la barba —se explicó Owen con voz tranquila. Y una vez que el oficial bajó su arma, él igualmente hizo lo mismo con manos—. Y sobre dónde he estado, pues un poco ocupado por ahí por allá. ¿Por qué lo pregunta?
—¿Qué pasó aquí? —cuestionó Estefan, apuntando con su arma a los escombros y papeles en el piso, así como la puerta destruida.
—Estamos remodelando —indicó Owen—. ¿No lo sabía?
El rostro de Estefan era una máscara inmutable de confusión e incredulidad. No apuntaba a Owen con su arma, pero sus dos ojos clavados en él casi hacían el mismo trabajo.
—¿Está bien, Sheriff? —cuestionó Owen con confusión.
—La niña que me presentaste el otro día como tu sobrina —soltó Estefan sin más—. ¿Es en verdad tu sobrina? Y antes de que decidas mentirme, será mejor que veas esto.
Tomó entonces el reporte de la prófuga Leena Klammer, y lo colocó con fuerza contra el mostrador, azotándolo.
Owen contempló el pedazo de papel, visiblemente perdido. Lo tomó y comenzó a releerlo con cuidado, ajustándose sus anteojos un par de veces. No tardó mucho en llegar al meollo de lo que Estefan trataba de decirle.
—Oh, Dios... ¿No es una niña? —exclamó estupefacto.
Aquello fue suficiente respuesta para Estefan.
—¿De dónde la conoces?
—No la conozco —reconoció Owen, apenado—. Ella y su hermana llegaron aquí con identificaciones falsas...
—¿La otra chica? La más grande, de cabello castaño, largo.
Owen asintió como respuesta.
—Tenían frío y hambre. Pensé que sólo necesitaban un sitio caliente donde dormir. Me contaron una historia sobre que sus padres abusaban de ellas, y yo... Sé que debí llamar a la policía, pero no quería meterlas en problemas. Pensé que eran buenas chicas.
Aquello no hacía más que afianzar aún más las preocupaciones de Estefan. Aún no podía asegurar con completa seguridad que aquella chiquilla fuera la asesina prófuga, pero cada vez se convencía más de que sí. Tendría que llevársela e interrogarla; a ella y a su supuesta hermana.
—¿Dónde están ahora?
—Habitación 304 —indicó Owen, vacilante.
—La llave —exigió Estefan, extendiendo una mano hacia él.
Owen rebuscó rápido entre las llaves de repuesto, y le pasó justo la de la habitación mencionada. Estefan la tomó y se dirigió a la puerta del patio, pistola en mano.
—Por favor, Sheriff, no las lastime —decía Owen como suplica a sus espaldas, mientras lo seguía unos pasos detrás hacia afuera—. Estoy seguro de que todo esto debe ser un malentendido. Quizás no es la misma persona.
—Quédate aquí, Owen —le indicó Estefan con severidad, girándose un instante hacia él. Owen asintió, y se quedó quieto en su sitio.
Estefan avanzó por el patio, sujetando su arma con ambas manos al frente, hasta que divisó la habitación 304. Se dirigió a ésta, pegó su espalda contra el muro a un lado de la puerta, y tocó con fuerza con una mano.
—Soy el Sheriff Estefan —profirió en alto—. Abran la puerta.
No hubo respuesta del otro lado.
—Abran, dije —repitió, obteniendo el mismo resultado.
Sin más remedio, utilizó la llave y escuchó la cerradura de la puerta abriéndose. La empujó con fuerza con una mano, aguardó un segundo, y entonces salto al interior con su pistola al frente. Al principio no vio nada, pero lo golpeó un fuerte olor asqueroso a fierro. Extendió una mano hacia la pared para encender las luces, y de inmediato comprendió la causa.
La habitación era una horrible catástrofe, con manchas oscuras por la alfombra, paredes y la cama, que claramente supo que eran manchas de sangre seca. Había una ventana rota, una silla volcada, y desde su posición pudo ver que el lavabo del baño estaba roto, y más manchas de sangre acompañaban a los pedazos.
—Oh, Santo Dios —exclamó horrorizado, y avanzó entones con paso cauteloso al interior de la habitación.
Fue claro de inmediato que había ocurrido algún tipo de pelea ahí. Y, por la cantidad de sangre que veía en el suelo, al menos uno de los involucrados tuvo que haber muerto, y otros más estarían malheridos. Pero no había rastro de ningún cuerpo, ni tampoco de las dos chicas que había visto hace rato.
Ahora sí era tiempo de llamar a los refuerzos.
Ya tenía la radio en su mano, cuando vio por el rabillo del ojo a alguien en la puerta. Se giró para encararlo con su arma, pero se relajó al reconocer a Owen, de pie en el pasillo.
—No entres aquí, Owen —le ordenó Estefan, extendiendo una mano hacia él—. Esto es la escena de un crimen.
—Lo sé —respondió el encargado del hotel del pronto.
Y no fue exactamente lo que dijo, sino el tono con el que lo había dicho, lo que desconcertó aún más al veterano oficial. No sonaba como si hiciera una afirmación, sino como si con cada letra pronunciada se riera de él.
Estefan alzó su mirada y la fijó mejor en Owen. Notó entonces algo... extraño en él. De nuevo no llevaba sus anteojos, pero eso no era lo importante. Lo verdaderamente desconcertantes fueron esos ojos que ahora lo miraban: azules y claros como el hielo, acompañados además de una mueca que formaba una extraña y deforme sonrisa, más propia de una máscara que un verdadero rostro humano.
—Es la escena de mi asesinato, después de todo —añadió con tono burlón, acompañado de una risilla sarcástica.
Estefan no comprendió, y siguió sin comprender hasta un segundo después de que Owen se le lanzara encima con tal velocidad que, para cuando logró reaccionar y alzar su arma de nuevo, él ya estaba justo delante de él.
Owen agitó su mano derecha en el aire, y Estefan sintió como sus largas y afiladas garras le rasgaban la piel de mano, haciéndole tres profundas heridas. El oficial gritó de dolor, y el arma se escapó de sus manos. Retrocedió torpemente, pero no lo suficiente para evitar que Owen lo tomará de los brazos, tan fuerte que esas garras suyas atravesar su chaqueta, hasta clavarse en su piel.
El oficial volvió a gritar. Se agitó intentando zafarse de ese agarre, pero era tan fuerte como si lo aprisionaran dos pinzas mecánicas.
Owen lo miraba con esos ojos de frío hielo, y Estefan tuvo el pensamiento intrusivo de que así debían verse los ojos de la mismísima muerta.
No hubo ninguna palabra o explicación previa, ni siquiera tiempo para hacer preguntas. Estefan sólo alcanzó a ver por un instante como Owen abrió grande su boca, como de ésta se asomaban dos largos y afilados colmillos. Luego su rostro enteró se abalanzó hacia su cuello, y Estefan sintió como éste era perforado, y un chorro de sangre brotaba de la herida.
Volvió a gritar, pero en esa ocasión no estuvo seguro si sonido alguno surgió de su boca. Owen lo jaló con violencia hacia el suelo, y se colocó sobre él, todo sin retirar la boca de su cuello ni un instante. Y ahí se quedaron los dos por un buen rato, hasta que sólo uno salió con vida de esa habitación.
O, quizás, "con vida" no era a forma correcta de decirlo...
— — — —
Owen canturreaba esa vieja canción, mientras avanzaba por el pasillo del hotel, roseando cada puerta con un poco del bidón de gasolina que traía consigo. Había echado uno entero en la habitación 304, en especial sobre el cuerpo, ahora desnudo, del Sheriff Estefan que reposaba en la tina del baño. Pero tenía un segundo para empapar los pasillos y el jardín, para asegurarse que el fuego se esparciera un poco más.
—Eat some now, save some for later. Eat some now, save some for later. Now and later the really tasty treat. Now and later the flavor can't be beat...
Roció los últimos chorros de gasolina en la oficina de principal y el mostrador del vestíbulo, y entonces tiró el bidón hacia un lado. Se paró cerca de la puerta, y rebuscó en el bolsillo interior de la chaqueta de policía de Estefan que ahora llevaba puesta, encontrando el pequeño encendedor plateado que ahí se ocultaba.
—Fumar siempre fue malo para la salud, Sheriff —soltó al aire, mientras contemplaba la llama del encendedor bailando frente a su rostro—. Qué bueno que yo ya lo dejé...
Tiró entonces el encendedor sobre el mostrador, y éste se prendió en fuego rápido, y las llamas no tardaron en comenzar a esparcirse por todo aquel sitio.
Owen se giró hacia la puerta, y salió tranquilamente del edificio. Se dirigió entonces al coche patrulla, terminando de acomodarse la chaqueta y la corbata del uniforme de Estefan, así como su sombrero. Le quedaba un poco holgado de algunas partes, apretado de otras, pero no podía ponerse quisquilloso.
Se subió a la patrulla, y sin mucha espera encendió el motor y emprendió el camino. Por el retrovisor, alcanzó a ver cómo el brillo de las llamas poco a poco comenzaba a ser apreciable. Antes de que alguien se diera cuenta y llamara a los bomberos, el fuego de seguro consumiría gran parte de los objetos importantes, y con suerte lo suficiente del cuerpo de Estefan para que hiciera más complicado su reconocimiento.
Ese hotel era el patrimonio de tantos años de trabajo honesto, salvo claro por una que otra muerte ocasional en busca de sangre. Ahora todo sería destruido, y de aquello sólo quedarían las cenizas y los recuerdos.
Pero no importaba, pues el hotel nunca fue importante en realidad. Lo único que siempre había sido importante, se había ido hace no mucho en compañía de esas dos niñas. Aunque claro, ahora sabía que una de ellas no era lo que parecía.
—Eli, Eli, Eli. ¿Dónde estás que no te veo...?
El coche patrulla se perdió en las sombras de la noche, dirigiéndose también hacia el este, pisándole los talones a la camioneta roja de Esther, Lily y Eli.
FIN DEL CAPÍTULO 159
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