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Capítulo 154. Noche Intranquila

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 154.
Noche Intranquila

Charlie y sus nuevas amigas recorrieron una distancia bastante extensa del bosque, antes de que la noche las alcanzara y les imposibilitara seguir avanzando. Esto las orilló a optar por mejor detenerse a descansar hasta que amaneciera. Por supuesto, el cansancio, el hambre, el tener que ir cargando al aún inconsciente Cody, y las heridas sólo a medio curar de forma improvisada, igualmente fueron un factor importante para tomar dicha decisión.

La ruta de escape que Francis les había marcado les resultó útil. En su camino a la puerta del andén no se encontraron con ningún obstáculo, pues en efecto los insectos de Cody se habían encargado de asesinar o ahuyentar a cualquier que podría habérseles opuesto en el camino. Lo más complicado, sin embargo, fue avanzar por el bosque cargando a Cody, y en especial cruzar la barda que rodeaba los terrenos de la base con él. Por suerte en esto último Gorrión Blanco pudo darles una mano, por decirlo de un modo, para facilitar las cosas.

El resto del día había sido básicamente seguir moviéndose, sólo tomando pequeños descansos por unos minutos, y luego continuar. Para ese punto no podían estar seguras de que se hubieran alejado lo suficiente de la base, o de que no hubiera grupos de rastreo peinando la zona en su búsqueda. Pero lo que sí podían asegurar era que si no se detenían a recuperar energías, y armar un plan que no consistiera únicamente en huir despavoridas sin rumbo, entonces no sería necesario que los mercenarios las encontraran para terminar mal.

Se acomodaron en un pequeño terreno despejado flanqueado por altos árboles, en cuyo centro Charlie juntó unas ramas y encendió con sus poderes una pequeña fogata. Lucy le cuestionó si acaso era buena idea encender un fuego que pudiera atraer a sus perseguidores, a lo que Charlie le respondió que para ese punto, estar a oscuras sin poder ver lo que se acercaba entre las sombras no resultaría mucho mejor. Además, conforme se fue haciendo de noche, el clima se fue tornando cada vez más frío, y no era que ninguno tuviera ropa apropiada para pasar la noche a la intemperie; en especial Charlie, que había tenido que dejar atrás la chaqueta que le había quitado a aquella agente del DIC, y ahora iba sin mangas. Un poco de calor les caería bien a todos.

Recostaron a Cody en el suelo a un lado del fuego, sin poder preocuparse mucho por su comodidad de momento. Igual el efecto del sedante parecía aún tan potente que el muchacho no le importó el terreno duro e irregular, y siguió dormido.

Una vez acomodadas y con el fuego encendido, las tres se sentaron a discutir cuál sería su siguiente movimiento. Fue evidente para Charlie desde el inicio que tanto Lucy como la otra muchacha se encontraban bastante perdidas, como animalitos asustados que sólo seguían la corriente. Así que le tocaba a ella de cierta forma tomar el liderazgo de la situación, aunque no le gustara.

Decidir un plan o hacia donde tenían que ir se volvió mucho más complicado. Ninguna tenía un teléfono, GPS o dinero. Charlie ni siquiera estaba del todo segura de en qué parte del país se encontraba, mientras que a Lucy y a Cody les habían quitado todas sus cosas cuando los aprehendieron. Gorrión Blanco tampoco traía nada consigo, salvo la ropa que traía puesta, al igual que todos ellos. La única que podría quizás hacer algo para ubicarlos y marcar un camino a seguir, o al menos contactar a alguien que pudiera ayudarlos, era la rastreadora del grupo. Y aunque Lucy sabía que era cierto, pareció un tanto renuente a la idea, alegando que en su estado físico actual le sería virtualmente imposible hacer mucho. Charlie le tuvo que insistir, algo agresiva para el final, hasta que cedió.

Un poco de malagana, Lucy se sentó en un punto un poco alejada del improvisado campamento, con sus piernas cruzadas y sus ojos cerrados, y les pidió que guardaran silencio. Y... así estuvo por casi una hora, sin siquiera moverse. Y cada vez que Charlie o Gorrión Blanco decían algo, o incluso se movían un poco, ella les lanzaba un escueto sonido de queja, lo que hacía que el ambiente, encima de todo, se volviera un poco incómodo.

Charlie optó por recorrer los alrededores en busca de más ramas, y así no estar sin hacer nada. Con la comida no había mucho que hacer estando a oscuras. Tendrían que aguantarse el hambre hasta la mañana, y quizás entonces Charlie pudiera cazar algo. No era la primera vez en su vida que le tocaba huir y esconderse en el bosque, así que bien o mal había aprendido algunas cosas.

Cuando volvió, cargando varios leños en sus brazos, Lucy seguía en el mismo sitio, y en la misma posición.

—¿Aún nada? —preguntó con tono tranquilo, contrastante con el grito de desesperación que Lucy soltó al instante, agitando además sus manos en el aire con frustración.

—¡Ya dejen de preguntar eso! —espetó la rastreadora, alzando su mirada con fiereza hacia ella.

—Lo siento —masculló Charlie con tono sarcástico, resistiéndose el impulso de responderle que era en realidad la primera vez que lo preguntaba.

Lucy resopló, farfulló algo por lo bajo, y volvió entonces a sentarse derecha y cerrar los ojos. Charlie comenzaba a dudar que en verdad pudiera lograr algo, pero debían al menos intentarlo.

Se aproximó entonces al fuego, frente al cual Gorrión Blanco se encontraba sentada, contemplando éste con expresión pensativa. Se puso de cuclillas y colocó los leños en el piso a su lado. Comenzó a cortar algunos en pedazos más pequeños, y a lanzarlos al fuego.

Su atención se fijó en algún momento en Cody, recostado a un metro de ellas.

—¿Y éste no ha despertado tampoco? —preguntó con ligera sorna en su voz, a lo que Gorrión Blanco respondió negando con la cabeza.

—El sedante es muy potente —le explicó—. Puede que despierte en cualquier momento, o quizás en un par de horas más.

—Sí, yo misma ya he tenido mis experiencias con esa pequeña droga —señaló Charlie, observando pensativo el rostro dormido del muchacho—. Pero al parecer es mucho más efectivo de lo que creía. Si lo que Lucy dice es cierto, incluso dormido deberíamos de poder ver sus pesadillas a nuestro alrededor. Aterrador, ¿no?

Alzó su mirada para mirarla en busca de alguna respuesta o reacción, pero la chica siguió con la mirada perdida en el fuego. La única luz en sus ojos, era la del reflejo de las llamas en ellos.

Charlie suspiró, y pasó su mano por sus cabellos; se sentían sucios y grasientos para ese momento. Luego de terminar de colocar más ramas en la fogata, se aventuró a aproximársele y sentarse a su lado. Ella no se lo impidió, pero tampoco dio muestra alguna de siquiera darse cuenta de que lo hacía. Charlie contempló también el fuego danzante delante de ellas. Hacer eso siempre la había relajado, desde niña.

—¿Y tú cómo estás? —le preguntó con gentileza—. Has estado muy callada, pero... yo no soy quién para criticar eso. ¿Podrías al menos decirme tu nombre? En vista de que estaremos forzadas a ser compañeras de aventura; al menos por un rato.

La chica siguió contemplando el fuego en silencio, y parecía que no estuviera dispuesta a dar una respuesta. Sin embargo, al final contestó con voz apagada:

—Me dicen Gorrión Blanco.

Charlie no pudo evitar soltar una leve risilla divertida. Sí había escuchado que Lucy la llamaba así más temprano, y aquel soldado moribundo también cuando hablaba con ella. Aun así, no pensó que le fuera a dar ella misma esa respuesta.

—Pero ese no es tu nombre real, ¿o sí?

—Me parece que no —respondió la muchacha, sonando de hecho bastante dudosa de ello.

—Bueno, a mí puedes llamarme Roberta. Aunque ya sabes quién soy en realidad, ¿no?

Gorrión Blanco apartó al fin su mirada del fuego y la centró en la mujer a su lado. Sí, sabía muy bien quién era ella; la había reconocido desde que la vio en aquel pasillo. Pero entre toda la conmoción, lo que menos le importaba era cuestionarse qué hacía libre. Y en ese momento el mismo sentimiento ciertamente se mantenía.

—Me enviaron a Los Ángeles para apresarla, junto con el otro chico —indicó Gorrión Blanco con seriedad.

—Así que tú ibas entre ellos —mencionó Charlie, asintiendo—. Supongo que te han dicho muchas cosas sobre mí, ¿no? Que soy un peligro, una terrorista, una asesina... un demonio que quema niños y destruye ciudades.

—Algo así —susurró Gorrión Blanco, mirando de soslayo hacia un costado. El Dir. Sinclair le había dicho algo parecido en su reunión antes de la misión, y había leído un poco más en el expediente. Pero incluso entonces había tenido sus dudas al respecto.

—No tienes que creerme si no quieres, pero la verdad es que no soy el monstruo que te han contado que soy. Y no te voy a cuestionar tampoco sobre cómo fue que Lucas consiguió que alguien como tú se uniera a sus fuerzas, o cuál es tu historia. Pero mientras estemos huyendo juntas, necesitaremos confiar entre nosotras y ayudarnos. ¿Puedo confiar en ti y en que no intentarás nada raro mientras no te veo?

No había hostilidad en sus palabras, o al menos Gorrión Blanco no la percibió como tal. Lo que sí estaba presente, tanto en lo que decía como en la agudeza de su mirada, era una latente advertencia, y una indicación clara de que no estaba bromeando. Aquello no le ofendió. Desde su perspectiva, ella era un soldado más del DIC, que la había aprehendido a ella, y también a los otros dos. Que desconfiaran de ella era más que esperado. Sin embargo, dicho sentimiento no era en una sola vía.

—¿Puedo confiar yo en ustedes y en que tampoco harán lo mismo? —cuestionó Gorrión Blanco con severidad.

—Es una pregunta válida —indicó Charlie asintiendo, y se giró en ese momento de nuevo al fuego—. Supongo que ambas lo descubriremos pronto. No sé qué tanto podamos quedarnos aquí, después de todo.

—¿Cree que más personas hayan podido salir? —inquirió Gorrión Blanco, sonando dolorosamente esperanzada con esa posibilidad.

—No contaría con ello, lo siento —respondió Charlie con pesar, negando con la cabeza. Gorrión Blanco agachó la mirada, abatida—. ¿Tenías algún otro amigo ahí?

La muchacha negó lentamente.

—Sólo el Sgto. Schur y la Dra. Mathews, pero ambos están... —calló de golpe, sin poder terminar su frase. Sentía una rajada en el pecho con tal sólo pensar en ello—. El Dir. Sinclair, el Capt. McCarthy y el Dr. Shepherd fueron también muy amables conmigo. Espero que alguno haya podido salir con vida.

Charlie guardó silencio, reflexiva. No se había detenido mucho a pensar en Lucas, y en cuál podría haber sido su destino tras todo ese desastre. Era un hombre terco, y ella lo sabía bien, por lo que era posible que se las hubiera arreglado para escapar... pero no lo creía muy probable. Aquello ciertamente sería un golpe duro para Eleven y Mike, por no mencionar a la familia del propio Lucas. Aun así, no podía darse el lujo de sentirse mal por ese hombre que la había cazado por tantos años, aunque muchos dirían que fue más una cacería mutua. De una u otra forma estaba predestinado que sólo uno de ellos quedara con vida.

Gorrión Blanco soltó en ese momento un quejido doloroso, quizás demasiado cerca de un sollozo. Cruzó sus brazos sobre sus rodillas, y ocultó su rostro contra estos.

—No entiendo qué fue lo que pasó —masculló como un lamento—. ¿Por qué esos soldados nos traicionaron? ¿Quiénes eran todas esas personas?

—El culpable tiene nombre, niña: Damien Thorn —contestó Charlie de forma tajante. Gorrión Blanco alzó de nuevo su rostro, mirándola con asombro—. Sabes de quién hablo, ¿no? El muchacho que fuiste a Los Ángeles a aprehender. Sin saberlo, tú y tus compañeros trajeron la muerte a su propia casa al llevarlo ahí.

—¿Qué quiere decir? —inquirió Gorrión Blanco, aprensiva—. ¿Él fue responsable de todo esto? ¿Esas personas iban por él?

—Lo apostaría con los ojos cerrados. Tiene a gente muy poderosa y loca sirviéndole, y él por sí solo es demasiado peligroso. Aprendí todo eso por la mala, y de seguro tú también lo viviste en carne propia esa noche en Los Ángeles, ¿no? Le arrojé todo mi poder encima, debería de haberse convertido en carbón, y aun así se levantó y los encaró a ustedes como si nada. Aún no sé cómo es que se las arreglaron para detenerlo.

No había sido fácil, y Gorrión Blanco lo tenía muy presente. A pesar de su lamentable estado, había acabado con varios de sus compañeros de misión, y lo hubiera hecho también con ella si no fuera por el Sgto. Schur. Recordar aquel momento aún le provocaba escalofríos, y una opresión en el pecho que la asfixiaba.

Charlie tomó un par de las ramas más que había traído consigo y las lanzó al fuego. Luego uso una más para picar la madera y acomodarla.

—Lucas debió haberlo eliminado cuando tuvo la oportunidad —soltó de pronto al aire como una queja—. Si su gente no iba a rescatarlo haciendo algo como esto, él mismo con el tiempo hubiera encontrado la forma de convertir esa pequeña base en un infierno...

—¡¿No podrían hacer menos ruido por cinco minutos?! —gritó Lucy de pronto con voz exasperada, girándose hacia ellas con su mirada cubierta de enojo.

Gorrión Blanco respingó un poco asustada por el exabrupto, pero Charlie se mantuvo bastante más firme.

—Cálmate, ¿quieres? Ni siquiera estábamos hablando fuerte, y hemos estado "haciendo menos ruido" por más de una hora.

—¡Agh! —chilló Lucy como respuesta, y se dejó caer de espaldas a la tierra. Se cubrió el rostro con ambas manos, y a Charlie le pareció por un momento que se lo arañaba, pero debió ser sólo imaginaciones suyas—. ¡Esto es inútil! No he comido nada en horas, estoy agotada, me duele cada músculo de mi cuerpo, y no tengo mis tés para relajarme. ¡Es imposible que pueda proyectarme a cualquier sitio o comunicarme con cualquiera en estas condiciones!

—Oh, disculpe usted, majestad —exclamó Charlie con ironía—. ¿No le gustaría además un masaje relajante de nuestro lujoso spa? —añadió extendiendo sus manos hacia el bosque que las rodeaba.

Lucy volvió a chillar, y se giró para recostarse sobre su costado derecho, y abrazarse a sí misma en un ovillo. Charlie consideró por un momento que quizás se había excedido un poco, así que optó por mejor bajarle un poco a su actitud por un momento. Se acercó con cuidado y se sentó a su lado, aunque manteniendo una prudente distancia.

—Oye, relájate y respira, ¿de acuerdo? No tienes que presionarte tanto. No necesito que te proyectes al otro lado del país, sólo que nos des una dirección hacia dónde ir. Dónde haya una ciudad, un poblado, una gasolinera; donde sea que podamos conseguir un teléfono y contactarnos con alguien de la Fundación, o con alguno de mis amigos que pueda echarnos una mano.

—Es fácil decirlo —farfulló Lucy, sonando casi a un puchero—. ¿Cómo quiere que haga eso estando aquí a la mitad de la nada? No es como darle vueltas a un globo terráqueo y picar con el dedo el primer sitio que salga. Si no sé hacia dónde buscar, no tengo una guía o un punto de apoyo, podría estar dando vueltas en todas direcciones sin resultado alguno. Si tan sólo supiera hacia dónde buscar...

—Al sureste —escucharon que Gorrión Blanco pronunciaba de pronto, jalando la atención de ambas. La muchacha había alzado su mirada del fuego, y miraba ahora hacia el cielo—. El sargento dijo que al sureste de la base debía haber una ciudad llamada Chamberlain.

—¿Estás segura? —cuestionó Charlie, dudosa.

—No... pero yo sé que él no me mentiría.

Charlie torció la boca en una mueca de desconfianza. No era una gran pista, pero era mejor que nada, y no era como que ella pudiera dar una mejor.

Se giró entonces hacia Lucy, y con su sola mirada le cuestionó si acaso eso le sería suficiente también a ella. La rastreadora suspiró, resignada.

—Al sureste. Bueno, es algo.

De nuevo a regañadientes, volvió a sentarse, cerrar sus ojos y a concentrarse como hasta hace un momento, con la esperanza de ahora sí obtener un mejor resultado.

Charlie se paró y volvió a lado de Gorrión Blanco, que se había vuelto a centrar en el fuego de la hoguera como si fuera el más interesante programa de televisión.

—Tú y ese soldado eran apegados, ¿verdad? —le preguntó con voz discreta, refiriéndose obviamente a ese chico al que sólo se refería como "sargento"—. Parecía buena persona... Bueno, para ser un soldado del DIC.

—Lo era —respondió Gorrión Blanco con pesar en su voz—. Siempre me apoyó, y yo lo traté muy mal hace poco. Ahora nunca...

Las palabras murieron en su boca.

Arrepentimientos; Charlie también sabía mucho de eso. Aún sin conocer la historia completa de esa chica, podía sentir que había pasado por bastantes cosas para su corta edad. Pero también sabía que toda esa horrible experiencia que acababa de vivir, no sería la última, ni la peor.

En ese sentido, en la teoría ella sería la más apropiada para compartirle algunas palabras de apoyo. Pero salvo por lo que ya le había dicho con anterioridad, Charlie no creía tener nada más para decir que pudiera ayudarla. Y además, para variar, no le caería mal que alguien la animara a ella. Estaba tan cansada, tan harta de todo...

Unos quejidos a su lado pusieron tanto a Charlie como a Gorrión Blanco en alerta. Al girarse en dicha dirección, se dieron cuenta que Cody había comenzado a moverse, a agitarse a un lado y al otro, para de repente abrir sus ojos de golpe, perplejo.

Al parecer Gorrión Blanco tenía razón: podía despertar en cualquier momento.

—Miren quién vuelve de entre los muertos —comentó Charlie con tono jocoso (quizás demasiado). Cody pareció alarmarse, e hizo en ese momento el intento abrupto de sentarse, pero apenas llegó a la mitad de ello antes de precipitarse de nuevo de espaldas al suelo—. Oye, no te apresures, amigo. No creo que estés en condiciones de sentarte siquiera.

Cody se sujetó la cabeza con una mano y apretó sus ojos con fuerza. Debía de estarle doliendo bastante para esos momentos. La herida de su brazo, que igualmente habían vendado lo mejor que pudieron con un pedazo de tela, no tardó en también llamar su atención. Pero todas esas sensaciones incomodas palidecían ante la confusión absoluta que lo invadía.

—¿Dónde...? —susurró con desconfianza—. ¿Quién...?

—Hey, hey, tomate sólo un segundo y respira, ¿sí? —indicó Charlie, alzando una mano en señal de paz hacia él—. Todos estamos del mismo lado, ¿de acuerdo? Escapamos del Nido, y estamos a salvo... más o menos. Tu amiga, Lucy —añadió señalando con un dedo hacia donde la rastreadora estaba sentada—, está por allá intentando encontrarnos un sitio a dónde ir.

Cody volteó a mirar en la dirección que señalaba. Su vista estaba algo nublosa, y la ausencia de sus lentes tampoco ayudaba mucho. Aun así, logró divisar la silueta de Lucy, su espalda iluminada por la luz anaranjada de la fogata. Cerró los ojos de nuevo, y dejó que sus pensamientos y recuerdos tomaran forma en la oscuridad. Uno en especial lo golpeó con fuerza en cuanto tuvo la claridad suficiente, obligándolo a abrir de nuevo sus ojos y a intentar sentarse una vez más.

—¿Lisa...? —susurró despacio con un hilo de voz, pero una ferviente esperanza en los ojos.

Charlie y Gorrión Blanco guardaron silencio, pero fue ésta última la que se animó a decirle algo.

—Lo siento. La Dra. Mathews... ella...

No completó la frase, pero no fue necesario. Esas solas palabras bastaron para que Cody tuviera claro que aquello que flotaba en el mar de su memoria, no había sido una pesadilla ni un error. Lisa estaba muerta... había fallecido en sus brazos, acribillada por esos malditos sin razón alguna. Todo luego de eso estaba oscuro en su mente, pero ese momento lo recordaba bastante claro, aunque hubiera rogado por olvidarlo igual.

Cody volvió a recostarse en la tierra, y llevó sus manos a su rostro, apretándolas con fuerza contra éste, en especial sobre sus ojos. Parecía estar luchando por contener un fuerte ataque de llanto, o quizás incluso un grito.

—No puede ser cierto —susurró con voz desgarradora—. Es mi culpa, de no haber...

—Oye, por supuesto que no es tu culpa —se apresuró a decir Charlie—. Eso habría ocurrido con o sin ti. Esos malditos no iban por ustedes, sino por Thorn. E iban con la intención de matar a cualquiera que se les atravesara en el camino.

Cody retiró rápidamente las manos de su rostro y se giró a mirarla. Sus ojos se veían enrojecidos, presa de los pequeños rastros de lágrimas que amenazaban con escaparse.

—¿Thorn? —inquirió un tanto perplejo.

—Damien Thorn —completó Charlie con dureza—. Ese es el nombre del chico que atacó a Eleven. Y él estaba justo ahí, encerrado en ese mismo lugar.

¿Eleven? ¿Esa mujer conocía a la Sra. Wheeler? ¿Y conocía además de su ataque? Eso no hizo más que acrecentar la confusión en Cody.

—¿Quién es usted? —inquirió con desconfianza—. ¿Cómo sabe todo eso?

Charlie vaciló unos momentos, indecisa sobre cómo responder a esa pregunta. Ignoraba qué tanto les había contado Eleven a los miembros de su Fundación sobre ella. Era claro que la tal Lucy la conocía bien, pero no sabía si sería el mismo caso con ese muchacho. Además de que era obvio que no ese encontraba en el mejor estado mental en esos momentos, así que lo mejor sería llevar las cosas con más calma.

—Ya habrá tiempo para presentarnos cómo se debe... —comenzó a explicarse, pero no logró terminar antes de que se escuchara en alto la voz de Lucy, rompiendo la quietud de la noche.

—¡La encontré! —exclamó el alto con efusividad—. Sí, es una ciudad pequeña, poco poblada, pero ésta por allá —complementó, apuntando con su dedo en la dirección marcada que, según le parecía a Charlie, debía ser el suroeste como Gorrión Blanco había dicho.

—Grandioso —pronunció Charlie con ligero entusiasmo—. ¿Qué tan lejos?

Lucy no dio una respuesta inmediata, y fue rápidamente evidente que en realidad no tenía una.

—No sé... más o menos.

—¿Más o menos qué? —cuestionó Charlie, tajante.

—¡No soy un jodido GPS! Está lejos, quizás un día entero caminando... o algo así.

—¿Un día entero? —exclamó Charlie, incrédula, a lo que Lucy simplemente se encogió de hombros, insegura.

La rastreadora notó en ese momento a Cody, que reposaba en su sitio, pero ya con sus ojos abiertos que la miraban desde su lecho improvisado.

—Ah, hola Cody —le saludó con tono neutro, alzando una mano—. ¿Cómo estás?

—¿Cómo crees? —le respondió el profesor con tono cortante.

—¿No hay nada más cerca? —insistió Charlie, regresando al tema anterior—. ¿Otro poblado?, ¿una granja?, ¿o al menos una gasolinera?

—¿Yo qué sé? —masculló Lucy, irritada—. Les dije que no estoy en mi mejor condición en estos momentos. Es lo mejor que puedo hacer, así que tómenlo o déjenlo.

Charlie soltó una pequeña maldición por lo bajo, que aun así Gorrión Blanco logró escuchar, y su rostro pareció horrorizado por ello. Pasó una mano por su rostro y por su cabello, mientras contemplaba pensativa al fuego. Su mano no tardó en posicionarse en su hombro herido, también pobremente limpiado y vendado, pero que había comenzado a dolerle incluso más durante la última hora. No estaba segura de poder aguantar un día más de caminata, sin algunos analgésicos y antibióticos de por medio.

Pero no podía darse el lujo de mostrarse débil. Esos chicos contaban con que los sacara de esa.

—Bien, descansemos y esperemos a que salga el sol —indicó con resignación—. Y entonces comenzaremos a caminar. Yo haré guardia, ustedes intenten dormir.

—Yo puedo hacerlo —dijo Cody con convicción, haciendo de nuevo el intento de sentarse, y en esta ocasión teniendo mejor suerte—. Ya dormí bastante, y dudo poder hacerlo de nuevo pronto.

—Tus reflejos y tus poderes seguirán un poco atontados por el sedante —le advirtió Charlie—. Mejor tómatelo con calma.

Cody negó tajante con la cabeza.

—Es imposible que vuelva a dormir sin tener pesadillas, así que lo mejor para todos es que me quede despierto.

Todas guardaron silencio, y ninguna parecía tener disposición de contradecirlo. Aunque Charlie y Gorrión Blanco no tuvieran pleno conocimiento de lo que Cody era capaz de hacer, esa demostración que había hecho en el Nido con aquellos insectos había sido suficiente.

—Necesitamos... contactar a alguien... —soltó Cody de pronto, como un vago pensamiento al aire—. Cuando veníamos para acá pasamos cerca de Boston. Quizás Matilda ya volvió a su casa, y pueda auxiliarnos.

Sin que los demás lo notaran, Gorrión Blanco alzó abruptamente su rostro, y sus ojos se abrieron grandes como los de un venado deslumbrado. Lo que aquel hombre había dicho, hizo temblar algo en lo profundo de su ser; algo que no supo identificar la causa, pero la estremeció fuertemente como cualquiera de las visiones que la habían estado invadiendo esos días.

—¿Matilda? —susurró en voz muy baja para sí misma. Ese nombre le resultaba inusualmente conocido, ligado además a "Boston". Fue una sensación quizás al mismo nivel de la que le provocaba el nombre de "Carrie"; la sensación de que debería reconocerlos con mayor facilidad.

—De eso nos encargaremos una vez que lleguemos a la ciudad —indicó Charlie, ignorante de momento de la reacción de la muchacha a su lado—. Llamaremos a Eleven, y ella nos mandará a alguien.

Lucy y Cody la miraron claramente confundidos.

—¿Eleven? —murmuró Cody, escéptico—. Pero la Sra. Wheeler está en el hospital.

—Ya no más —declaró Charlie, esbozando una media sonrisa—. Si lo que me dijeron es cierto, ya está de pie y causando problemas.

—¿De verdad? —cuestionó Lucy, exaltada.

Charlie achicó los ojos, y miró a ambos con cierta desconfianza. Aún no tendía cómo los miembro de la propia Fundación no sabían que Eleven había despertado pero Lucas sí.

—¿Ustedes no saben nada al respecto? —les preguntó con tono suspicaz.

—Llevamos los últimos días viajando y un poco incomunicados —aclaró Cody—. Pero, ¿en verdad despertó?

—Gracias, gracias —exclamó Lucy con fervor, antes de darle oportunidad a Charlie de responder—. Ahora ella arreglará todo esto... ¿verdad?

—Yo no pondría todos mis huevos sólo en esa canasta —contestó Charlie con cierta negatividad—. Eleven de seguro tiene muchas otras cosas de qué ocuparse. Pero al menos podrá enviarles algo de dinero, o quizás alguien que los recoja y los ponga a salvo.

—¿Y usted? —preguntó Lucy, desconcertada al notar que parecía no haberse tomado en cuenta a sí misma en ese plan.

Charlie no respondió. Agachó su mirada al fuego, y lo contempló en absoluto silencio. Más allá de ponerse a salvo en un lugar concurrido, no había pensado a más adelante. ¿Qué debía de hacer ahora? Se había casi resignado a pasar el resto de sus días encerrada en ese pequeño cubo de plástico, así que ese repentino giro de acontecimiento la ponía en una posición difícil. Había pasado tanto tiempo buscando el Nido, y ahora había presenciado en primera fila su destrucción, y un golpe tan fuerte al DIC del que quizás no volvería a levantarse. Y tras lo ocurrido en ese pent-house, ir de nuevo tras Thorn sonaba a una mala idea. Aunque claro, el dejarlo libre así nomás sin que reciba ningún castigo por sus actos, tampoco le satisfacía.

¿Qué hacer ahora? ¿Hacia donde apuntar su fuego? ¿Cuál debía ser el nuevo mal a vencer? ¿No iba a ser Thorn su "Última Misión", después de todo? ¿Le tocaba acaso ahora ser sólo Roberta Maders, periodista investigadora, sin más?

«¿Y qué tendría eso de malo?» se dijo a sí misma, intentando convencerse de ello. Quizás eso pudiera ser lo mejor...

—Disculpen —murmuró de pronto Gorrión Blanco rompiendo el silencio, y llamando la atención de los demás, incluida Charlie—. Hace rato mencionaron a alguien llamada... ¿Matilda?

—Matilda Honey —contestó Cody, asintiendo—. Es parte de nuestra organización, y una buena amiga.

—Y una telequinética muy poderosa —añadió Lucy con un peculiar orgullo en su voz—. Como tú, aunque de seguro ella es mejor.

—Lucy —masculló Cody con tono de reprimenda.

—¿Qué? ¿Crees que a estas alturas sirve de algo ocultar cosas?

En otro momento Cody quizás le hubiera debatido más al respecto, pero era claro que el cansancio físico y mental que lo agobiaba en esos momentos lo superaba todo.

Lisa estaba muerta. Con esa realidad haciéndose cada vez más tangible en su mente, todo lo demás comenzaba a carecer de sentido.

—Matilda Honey... —susurró Gorrión Blanco en voz baja, y aquel nombre completo pronunciado en sus labios no hizo más que aumentar aún más la extraña sensación de hace rato.

—¿La conoces? —preguntó Charlie con curiosidad.

Gorrión Blanco vaciló unos segundos, pero luego negó rápidamente con la cabeza.

—No... No creo —respondió sin más, y se volvió a quedar en silencio, contemplando la fogata.

Sabía bien que su respuesta no parecía muy convincente, pero igual los demás al parecer prefirieron dejarlo hasta ahí. Gorrión Blanco lo agradeció, pues no sabía bien qué diría si seguían insistiéndole. Pero aunque no tuviera claro quién era esa persona, sí estaba convencida de que no era la primera vez que escuchaba su nombre.

— — — —

A varios kilómetros de ahí, en una dirección totalmente diferente a la que Charlie y los demás habían tomado, otro tipo diferente de campamento tenía lugar. Una mujer de rostro pálido y cabellos oscuros desalineados, se encontraba sentada en una silla plegable, afuera del camper estacionado en un claro del bosque. Delante de ella se encontraba un calentador eléctrico, conectado a la fuente del vehículo, y sobre su cabeza se había extendido un toldo del que colgaba también una bombilla que la alumbraba en la noche. Estaba envuelta en una cálida frazada azul que le cubría todo su delgado cuerpo, a excepción de la cabeza.

Su compañera salió en ese momento del camper con una taza humeante de café en las manos, pero se detuvo unos momentos en su sitio, observándola con ligera consternación desde su posición. Annie la Mandiles miraba ensimismada hacia el calentador, pero Mabel sabía que en realidad no miraba nada en especial. Para esos momentos, Annie se encontraba mucho más lucida, pero era claro para la Doncella que seguía bastante sumergida en ese letargo. Al menos ya era capaz de hablar, y eso la aliviaba.

Mabel se aproximó con paso más seguro hacia ella, y se sentó en la silla a su lado. Annie se giró lentamente hacia un lado, posó sus ojos en su hermana del Nudo, y parpadeó dos veces, con la misma lentitud con la que había girado su cuello. Mabel pensó por un momento que diría algo, pero sólo se quedó ahí mirándola. Así que en su lugar, Mabel le sonrió con gentileza, y le extendió la taza que traía consigo.

—Te preparé un poco de café —le dijo—. Te calentará más rápido.

Mabel había percibido que el cuerpo de su hermana se enfriaba conforme pasaba el tiempo; un efecto secundario de lo que fuera que le estuvieran haciendo en ese sitio, seguramente. Por ello en cuanto estuvieron a una distancia segura y pudieron estacionarse, no tardó en arroparla y ponerle el calentador mientras descansaban.

Annie bajó su mirada hacia la taza, y la contempló un rato como si no fuera incapaz de reconocer qué era aquel objeto con exactitud, o qué se suponía que debía hacer con él. Al final, sus delgadas manos se asomaron de debajo de la frazada, y tomó con cuidado la taza entre sus dedos. Sin siquiera molestarse en soplarle, acercó la orilla de la taza a sus labios, y le dio un largo sorbo. Si acaso ese acto le provocó algún tipo de quemadura en la lengua, su rostro no lo demostró en lo absoluto.

—¿Qué tal? —preguntó Mabel con entusiasmo—. ¿Te sientes mejor?

—El café no me sabe a nada —respondió Annie con voz apagada—. Ya nada tiene sabor para mí. Ni siquiera puedo sentir el calor en mis dedos —añadió, mientras recorrió los dedos de una mano sobre la parte exterior de la taza—. Es como si estuviera totalmente vacía por dentro...

Mabel tuvo que ahogar un pequeño quejido doloroso tras escuchar aquello. Le lastimaba profundamente verla en ese estado.

—Tranquila, te pondrás bien —masculló despacio, al tiempo que la rodeaba con delicadeza con sus brazos, y apoyaba la cabeza de ella contra su hombro—. Volverás a ser tú misma en cuanto te consiga un poco de vapor.

Annie no respondió nada, o siquiera dio seña de haberla escuchado. Permaneció quieta, con su cabeza contra el hombro de su amiga, y la taza de café entre sus manos.

Tras un par de minutos de silencio, Annie volvió a hablar:

—¿Dónde está James? ¿Y Hugo y Marty?

Mabel se sobresaltó al escuchar esa pregunta. Entre tantas cosas ocurriendo, no se había detenido a pensar en que ella no tendría cómo saber de lo ocurrido a sus demás compañeros, en especial lo de James.

Suspiró con pesadez, y apoyó su cabeza contra la de su hermana.

—Los tres murieron —le respondió sin muchos rodeos—. James murió protegiéndome hace poco. Marty fue consumido por la enfermedad, y Hugo fue asesinado por un maldito paleto que... —Calló de golpe, optando de momento por no entrar en tantos detalles—. Hay mucho que debo contarte. Pero por mucho tiempo pensé que tú igual habías muerto juntos con Doug y Phil.

—Lo hubiera preferido —soltó Annie de forma cortante—. O incluso mejor haber muerto mucho antes con Rose y mis demás hermanos.

—Sé cómo te sientes —susurró Mabel con aspereza. Aquel era un sentimiento con el que ella ciertamente se podía sentir identificada.

Tras un rato más en la misma posición, Annie pareció tener la suficiente entereza para sentarse derecha, y volver beber de su café, poco a poco. Los verdaderos como ellas no necesitaban consumir ninguna de esas comidas o bebidas de paletos, pero igual solían hacerlo por mero gusto. Mabel recordaba que Annie le gustaba tomar un café bien cargado cada mañana, así que esperaba que eso le trajera un poco de familiaridad.

—Annie, ¿qué fue lo que te pasó? —preguntó la Doncella con cautela—. Ese día, cuando volvimos al campamento, parecía haber sucedido una horrible lucha. Encontramos las ropas de Doug y Phil, los vehículos dañados, y los cilindros perforados.

Annie permaneció en silencio, sólo concentrada en su taza. Conforme pasaron los segundos, Mabel creyó que no la había escuchado, y estaba por rendirse y dejarla sola. Pero antes de levantarse de su silla, Annie habló de nuevo, con asombrosa más claridad y firmeza que antes:

—Nos emboscaron, esos soldados en sus vehículos negros. No sé cómo nos encontraron, pero no atacaron, mataron a Doug y a Phil, y creí que me matarían a mí también. Pero en lugar de eso, me apresaron, me llevaron a ese horrible sitio, y estuvieron experimentando conmigo por... Ni siquiera sé cuánto tiempo pasó.

—Meses —respondió Mabel con seriedad—. Casi un año... ¿Dices que experimentaron contigo? ¿Qué clase de experimentos?

Annie negó con la cabeza, frenética.

—No lo sé... Me tenían apresada y aislada en ese tubo. Me sacaban sangre regularmente, y sólo lograban mantenerme con vida, inyectándome... esa cosa.

Alzó en ese momento con debilidad una de sus manos, y apuntó con un dedo hacia un lado. Mabel se giró en la dirección que señalaba, y no tardó en visualizar la caja transportadora que habían traído consigo; la caja que transportaba los químicos que habían sacado de aquella sala.

Mabel se paró y se acercó presurosa a la caja. La tomó, y volvió con ella a su silla. La colocó sobre sus piernas y la abrió. En aquel refrigerador había varios tipos de recipientes, cada uno etiquetado con un color y nombre distinto. A Mabel le habían indicado que tomara todo lo que pudiera, así que trajo un poco de cada cosa. Fue sacando uno de cada uno para enseñárselo a Annie, hasta que ésta asintió, indicándole que ese era al que se refería.

Mabel tomó el frasco y leyó la etiqueta: "Lote 9-X".

—¿Qué es esto exactamente? —preguntó Mabel, curiosa.

—No lo sé —masculló Annie con voz apagada—. Es algún químico que ellos fabricaban, pero de alguna forma nuestro cuerpo lo procesa muy parecido al vapor. Me mantenía viva, y mantuvo también la enfermedad a raya todo este tiempo.

—¿Lo dices en serio? —exclamó Mabel atónita, y volvió a fijar su atención en el recipiente. El contenido era un líquido transparente, sólo un poco más espeso que el agua, pero por lo demás no parecía ser nada extraordinario—. ¿Estás diciendo que esto es como algún tipo de vapor sintético? Eso es increíble... Algo como esto podría ser la solución a nuestros problemas. Si pudiéramos fabricarlo, ya no tendríamos que seguir cazando para sobrevivir...

—No —espetó Annie con fuerza de pronto, tomando un poco por sorpresa a Mabel, pues la intensidad de su voz al hacerlo había sido mayor a cualquier otra cosa que hubiera dicho ese día—. No es cómo crees, Doncella. Esa cosa no es más que un horrible veneno. Cada dosis me mantenía viva, pero me mataba un poco por dentro. Y mientras más me daban, menos efecto surtía, más la necesitaba, y más me desgastaba. Hasta convertirme en este remedo de ser vivo que soy ahora...

Mabel guardó silencio unos instantes. Sólo bastaba con ver el estado casi cadavérico al que había caído, para así no poner en duda que lo que decía era cierto. Volvió entonces a poner de nuevo el frasco en su sitio en la caja, con tanto cuidado como si temiera que pudiera explotar si no lo manejaba de esa forma.

—¿Por qué te hacían todo eso? —cuestionó Mabel, irritada—. ¿Sólo para mantenerte con vida? ¿O qué era lo que buscaban?

—No lo sé... —repitió Annie—. O no del todo, al menos. Por lo que entendí, dicen que cuando nuestros cuerpos sintetizan el vapor, lo convierten en una sustancia, que es lo que nos da la fuerza y nos mantiene vivos. Y ellos querían justo esa sustancia para crear... esa otra cosa.

Annie extendió una mano hacia la caja aún abierta, y colocó un dedo sobre la parte superior de uno de los frascos. Mabel lo tomó y lo alzó para ver la etiqueta a la luz de la bombilla sobre ellas.

—VPX-01 —leyó en voz baja—. ¿Y esto qué es?

—Tampoco lo sé. Pero me tenían encerrada, manteniéndome sólo consciente y con vida apenas lo suficiente para poder ordeñarme como una vulgar vaca, y así fabricar esa cosa. Y ni siquiera sé para qué...

Conforme fue hablando, un dejo de desesperación y furia se fue asomando entre sus palabras, culminando en un agudo sollozo. Y aunque en el pasado Annie nunca había tenido problemas para llorar, incluso cuando no lo sintiera, en esa ocasión sus ojos fueron incapaces de producir ni una sola lágrima.

—Ya, tranquila —susurró Mabel, volviéndola a abrazar, aunque con un poco más de firmeza que antes—. Ya estamos juntas; estás a salvo. Ahora todo estará bien.

—No, Doncella, no... —exclamó Annie contra su pecho, sonando verdaderamente desesperada—. Nada estará bien... Nunca más...

Mabel no dijo nada. Sólo recorrió lentamente su mano por la espala de su hermana, intentando reconfortarla lo mejor posible. Aunque intentó mantener la calma para no alterarla de más, por dentro una furia casi incontrolable comenzaba a hacer ebullición.

En cuanto Annie se calmó, pareció quedarse dormida en su asiento. Mabel le retiró la taza de las manos, y se dirigió rápidamente hacia el interior del camper. Si quería respuestas, sólo había una persona al alcance de su mano que podría dárselas.

Russel se encontraba en una posición bastante menos cómoda. Las consideraciones se habían acabado en el momento en el que cruzaron la barda y llegaron al camper. Mabel lo ató firmemente de muñecas y tobillos, y le tapó la boca con cinta. Lo tiró en el piso del vehículo, y ahí había tenido que ir durante toda la huida. No sabía qué haría con él en el momento que tuvieran que tomar las carreteras, pero ya pensaría en algo.

Al ingresar al interior del vehículo, lo encontró justo en donde lo había dejado: tirado el piso y amarrado, aunque en ese momento se encontraba a parecer plácidamente dormido. O quizás "plácidamente" no era la mejor descripción. De seguro simplemente el cansancio del día se sobreponía a la incómoda posición, y había caído rendido. Mabel no podía culparlo por eso... pero tampoco le importaba una mierda.

—¡Despierta! —pronunció con fuerza, lanzándole sin miramiento una fuerte patada en el abdomen.

El golpe despertó a Russel al instante, y de no haber tenido la boca tapada, de seguro habría gritado o gemido de dolor. En su lugar sólo se retorció en el suelo, intentando respirar lo mejor que su nariz le permitía. Mabel lo tomó de un brazo, y lo jaló con brusquedad para sentarlo. Tomó la cinta de su boca y la arrancó de un jalón; eso sí que provocó que Russel gritara.

—Cállate —le amenazó Mabel. El hombre la miró, desconcertado por el dolor, y también por el abrupto despertar.

—¿Ahora qué quieres? —susurró entre pequeños sollozos—. He hecho todo lo que has querido, maldita sea...

—¡Qué te calles! —insistió Mabel con mayor agresividad. Lo tomó entonces de su cara con una mano obligándolo a mirarla directamente—. Lo único que quiero oír salir de tu boca son respuestas, ¿entendido? ¿Qué son esos malditos químicos? ¿Qué era lo que estaban haciendo en ese sitio? Y ni intentes mentirme, que ya sé que mantuvieron a Annie viva todo este tiempo para fabricarlos. Y la persona que me mandó a ese sitio estaba muy interesada en sacarlos antes de que todo quedara en ruinas. Así que dime qué demonios son, y por qué son tan importante.

Lo soltó abruptamente, empujando su cabeza hacia un lado. Russel cayó al suelo de nuevo sobre su costado, y gimió por el dolor del golpe. Tardó un poco en recuperarse, y lograr decir algo coherente. Mabel esperó, aunque su paciencia claramente escaseaba en esos momentos.

—Es muy largo y complicado de explicar —masculló Russel.

—Hazlo corto y simple, entonces —le respondió Mabel con agresividad.

Russel se giró como pudo en el suelo, hasta quedar sobre su espalda. Respiró hondo, e intentó entonces explicar lo mejor posible. Para esos momentos, guardar secretos parecía ya inútil; el Nido estaba destruido, el Dir. Sinclair y McCarthy de seguro estaban muertos, y si Cullen era una traidora, sólo Dios sabía quién más. Así que provocar que esa lunática lo torturara para sacarle información, no estaba precisamente primero en su lista de prioridades.

—En los 70's y 80's, el DIC realizó una serie de experimentos para despertar y controlar las habilidades psíquicas de las personas, con el fin de crear un ejército de soldados y agentes con habilidades únicas que estuvieran al servicio de los Estados Unidos. Tras varios intentos y fracasos, desarrollaron una fórmula conocida como Lote Seis, que tuvo éxito sólo en un diez por ciento de los casos. Pero esos pocos casos de éxito, fueron extraordinarios... Desde entonces, se ha intentado replicar el mismo resultado, procurando además aumentar la tasa de efectividad. Por años no hubo progresos significativos, hasta hace muy poco...

Mabel lo observó fijamente mientras hablaba, notándosele un tanto aprensiva con respecto a aceptar la explicación que le daba.

—¿Me estás diciendo que en ese sitio estaban fabricando una fórmula para crear vaporeros?

—¿Vapo...? —masculló Russel, confundido por el término que había usado.

—Paletos con poderes psíquicos —explicó Mabel, sin prestarle en realidad mucha importancia—. ¿Y qué tiene que ver Annie en esto? ¿Qué es lo que estaban haciendo con ella?

Russel guardó silencio. En su mirada, Mabel pudo apreciar vívidamente que sabía la respuesta, pero no quería darla. Exasperada, sacó la pistola que guardaba en su espalda, metida en su pantalón, y la jaló hacia el frente, pegando el cañón directo a la yugular de Russel.

—No te atrevas a mentirme —le susurró con voz amenazante—. Ya sé que le inyectaban una de esas cosas, y luego le extraían sangre. ¿Para qué?

—Esa mujer... la UX... —susurró Russel, nervioso al sentir el roce del cañón con cada palabra que pronunciaba—. Ella fue la clave para desarrollar esta nueva versión, el Lote Diez. Descubrimos que cuando ustedes se alimentan, sus cuerpos generan un químico en su sangre, que es lo que les da su fuerza, cura sus heridas, y lentifica su envejecimiento. Y vimos que podíamos replicar la misma reacción metabólica usando una mezcla especial del Lote Nueve. Extraíamos una muestra de su sangre en ese momento, y así sintetizábamos el químico que necesitábamos. Al mezclarlo todo, daba como resultado una nueva fórmula que no sólo podía estimular los cerebros de los sujetos de prueba, sino incluso acelerar su proceso de curación, lo que en teoría evitaría que sus cuerpos se degradaran por los efectos secundarios. Era algo casi... milagroso. Pero seguía siendo muy agresivo con la mayoría de los sujetos, así que tuvimos que seguir probando. Apenas hace sólo unos días logramos encontrar una combinación que podría ser clave para lograrlo... O al menos así era, antes de que ocurriese todo esto.

Mabel enmudeció ante lo que escuchaba. Era en cierta forma la misma explicación que Annie le había dado, pero mucho más extendida. Y la sola idea de lo que ese hombre le describía, le asqueó por completo.

Retiró rápidamente la pistola de su cuello, y se puso de pie. Se alejó unos pasos, mirando hacia el suelo, mientras intentaba en su cabeza darle forma a todo eso. Habían estado experimentando con su hermana, una verdadera como ella, para crear un químico que pudiera darle poderes psíquicos a paletos. La habían tenido encerrada, torturándola, y envenenándola con sus químicos, hasta dejarla como ese cadáver viviente en el que se había convertido...

¿Cómo pudieron...?

—Usaron a mi hermana —masculló despacio con ira contenida—. Experimentaron con ella, le inyectaron cosas y le sacaron su sangre hasta dejarla seca. Ustedes, todos ustedes... no son más que unos...

—¡¿Qué tan diferente es lo que hicimos con lo que ustedes hacen?! —exclamó Russel con fuerza, tomando a Mabel desprevenida—. ¿Crees que no sé lo que son? ¿Qué durante años han estado secuestrando niños inocentes y torturándolos hasta la muerte sólo para alimentarse de ellos? Lo que tu "hemana" sufrió, no tiene comparación.

—¡Cállate! —gritó Mabel furiosa, girándose hacia él y apuntándolo con su arma—. ¿Cómo sabes todo eso? ¿Cómo es que dieron con nosotros?

Russel soltó una escueta risilla burlona. Al parecer para ese punto ya había pasado el límite del miedo.

—Desde hace mucho, debido a todos los caso sin resolver de niños UP clasificados que desaparecían sin dejar rastro, el DIC había comenzado a sospechar de un grupo desconocido que se dedicaba específicamente a cazar y secuestrar individuos como estos, con algún propósito desconocido. Inteligencia pensaban que podría ser alguna organización extranjera, o incluso un culto. Pero quienes fueran, siempre habían sido en extremo escurridizos. No fue hasta hace dos años que alguien le proporcionó al DIC la información necesaria sobre quienes eran en realidad, y como rastrearlos.

—¿Hace dos años? —exclamó Mabel, atónita—. ¿Quién? ¿Quién les dio esa información?

—Eso no lo sé, en serio —respondió Russel, negando frenético con la cabeza—. Sólo sé que me ordenaron en aquel entonces realizar un estudio en base a toda la información que nos dieron, y el Dir. Sinclair presionó a sus agentes de campo para que encontraran a este grupo lo antes posible. Tardaron bastante en dar con ese pequeño grupo, en aquel campamento en donde apresaron a Annie. Pero al final lo hicieron, y la llevaron al Nido para que la usáramos para nuestra investigación.

—¿Y lo dices tan tranquilo? ¡¿Así como así?! —exclamó Mabel en alto, acercándose de nuevo con su arma en mano.

—Ódiame si quieres, ¡mátame de una vez si así lo deseas! —dejó escapar Russel con desesperación—. Pero lo que hice, lo hice por el bien de mi país, y para proteger a mi gente de monstruos como tú, y como ese maldito... muchacho.

Mabel se detuvo en seco al escuchar aquel comentario, en especial esa última parte.

—¿Muchacho? —pronunció dubitativa, bajando su arma por mero reflejo—. ¿Qué muchacho?

—Quién ocasionó todo eso —explicó Russel con indolencia—, e hizo que nuestros propios hombres nos dieran la espalda. Sabía que era un error despertarlo, pero ya no sé siquiera si eso hubiera cambiado algo. Ya no entiendo nada...

—¿De quién carajos estás hablando? —exigió saber Mabel, impaciente.

—Del muchacho Thorn... El maldito chiquillo que el Dir. Sinclair se obsesionó por atrapar en Los Ángeles.

Una sensación fría recorrió la espalda de Mabel, y por mero reflejo retrocedió, como alejándose de una amenaza inminente, hasta que su espalda quedó contra los asientos delanteros de la camioneta.

—¿Thorn? —susurró despacio—. ¿Damien Thorn? ¿Me estás diciendo que él... estaba ahí? ¿En esa base?

Russel volteó a mirarla como su posición le permitió, desconcertado por esa reacción.

—¿Lo conoces? —susurró confundido—. ¿Estabas ahí por él también...?

Mabel negó rápidamente con la cabeza por mero reflejo.

—¿Lo tenían ahí encerrado? Entonces... Los mercenarios, los soldados... ¿Hicieron todo eso para liberarlo?

—En retrospectiva, es lo más posible —susurró Russel, mirando reflexivo hacia un lado—. Todo comenzó justo cuando lo despertamos, y cuando él dijo que ocurriría. Pero, ¿qué relación tienes tú con él...?

Mabel no tenía interés alguno en responder a esa pregunta, ni de seguir hablando con él. De inmediato se dirigió a la puerta del camper, y salió por ésta prácticamente disparada.

Una vez afuera, se alejó unos cuantos pasos del camper, antes de detenerse a mirar a todos lados, como si buscara quizás algún tipo de explicación entre las sombras que la rodeaban. Pero era obvio que lo que buscaba no lo encontraría ahí, por lo que su siguiente movimiento fue sacar de inmediato el teléfono móvil y encenderlo. El tiempo que tardó en arrancar se volvió casi un suplicio, pero en cuanto pudo lo siguiente que hizo fue marcar el teléfono listado como V.S.

Esperó impaciente a que Verónica le respondiera, pero tras unos segundos saltó el buzón. Lo intentó una vez más, y luego otra tercera, obteniendo el mismo resultado.

—¡Maldita sea! —gritó con fuerza, y alzó en ese momento el teléfono con bastante intención de arrojarlo al suelo, pero conteniéndose a último momento—. Ahora que necesito hablar contigo, no me respondes, ¡maldita perra!

Pateó con fuerza el suelo con un pie, imaginando un poco que se trataba de la cabeza de la tal Verónica.

¿En qué enredo la había metido exactamente?

—Mabel —escuchó de pronto que pronunciaban a su lado. Se volteó rápidamente, y fijó su atención en Annie, ya despierta, que la observaba confundida desde su silla—. ¿Qué pasa?

—No lo sé —respondió Mabel, negando rápidamente con la cabeza—. Cada vez entiendo menos todo esto.

Respiró hondo, intentando calmarse y poner sus pensamientos en orden, y acomodar todos los pedazos de información. Si lo que aquel hombre había dicho era cierto, Thorn estaba ahí en la base, y todo ese caos había sido precisamente para rescatarlo.

Recordó las noticias que había leído, con respecto a una explosión en el pent-hpuse, y un par de personas que habían irrumpido en el edificio de Thorn poco antes. De seguro ahí fue donde esos soldados lo aprehendieron, de alguna forma. Y eso explicaba cómo era que Verónica, que claramente trabajaba para las personas que le servían a ese muchacho, sabía con anticipación que dicho ataque a la base se llevaría a cabo y cuándo.

Pero si ese era el caso, entonces... ¿para qué su participación en eso? ¿Para qué involucrarla a ella? Si esos hombres también trabajaban para Thorn e iban por él, ¿por qué no pedirles a ellos que recogieran esos químicos? ¿No hubiera sido mucho más sencillo? ¿Por qué pedirle a ella que lo hiciera, y además a escondidas de sus compañeros?

Sólo había una explicación razonable que se le venía a la mente.

«Esa paleta no está trabajando para Thorn. Ella está haciendo todo esto a sus espaldas. Pero, ¿por qué? ¿Acaso lo piensa traicionar? ¿O se trata de algo más...?»

Lo que tenía claro era que lo que fuera que estuviera ocurriendo, podía turnarse más peligroso en cualquier momento. Lo que la dejaba sin muchas herramientas para decidir cuál debería ser su siguiente paso.

Según las instrucciones que Verónica le había dado antes de infiltrarse, debía mantenerse fuera del radar por unos días, y mantener a salvo tanto los químicos como al científico. Ella se contactaría en cuanto pudiera para darle su siguiente indicación. Y sin más información a la mano, ¿le quedaba acaso alguna otra alternativa más que seguir obedeciendo?

«Tengo que terminar con esto cuánto antes...»

— — — —

Tras caer la noche, en las ruinas de lo que alguna vez fue el Nido, reinaba la confusión y el caos. Helicópteros sobrevolaban el perímetro, con grandes reflectores alumbrando los bosques circundantes. Soldados armados recorrían uno a uno los niveles de la base, en busca de sobrevivientes, o de cualquier pista que diera aunque fuera un poco de luz sobre lo que había ocurrido.

Las fuerzas de asalto del DIC, al mando del Capt. Jules Albertsen, habían intentado contactar al Nido durante toda la tarde, sin recibir ninguna respuesta. Al fallar también en contactar directamente al Dir. Sinclair, al Capt. McCarthy, o incluso al Dr. Shepherd, Albertsen había ordenado a un grupo de exploración a que se dirigiera de inmediato para allá. Para cuando llegaron, las fuerzas invasoras ya se habían ido, y lo único que encontraron fue un escenario de muerte y destrucción desmedida.

Al ser notificado de la situación, Albertsen ordenó a más fuerzas de las bases cercanas para que apoyaran en la zona, y él mismo se subió a un avión e iba en camino desde Fort Liberty. Mientras tanto, los hombres ya en el sitio comenzaron a realizar como les fue posible una inspección de la base, y todos los terrenos de ésta.

No tardaron en dar con el vehículo de Lucy frente a la valla al oeste, ni en confiscarlo y registrarlo a profundidad. Dentro de la base, lo que más se encontraron fueron cuerpos acribillados, cortados, y algunos realmente mutilados de formas que a simple vista no podían imaginarse cómo había ocurrido. La mayoría serían muy difíciles de identificar, pero al menos de momento un soldado había dado con el cuerpo del Capt. Davis McCarthy, muerto de un tiro en la cabeza. Poco después, encontrarían también el del Sgto. Schur y el Tte. Johan Marsh; ambos muertos en horribles circunstancias, difíciles de determinar.

No tardarían también dar con la Capt. Ruby Cullen que, sorpresivamente, se encontraba con vida, pese a las múltiples heridas de bala que había recibido. Pero se encontraba inconsciente, y su estado era grave, por lo que se apresuraron a trasladarla para que recibiera ayuda médica. Ella fue una de los pocos sobrevivientes con los que habían dado, incluida entre ellos la Sra. Kathy, asistente personal del Capt. McCarthy, que sólo mostraba una herida en la cabeza, y parecía estar en un estado de shock que le imposibilitaba dar mayor detalle sobre lo ocurrido; al menos por ahora.

Aún no encontraban rastro del Dir. Sinclair o el Dr. Shepherd, por lo que la búsqueda tenía que continuar hasta encontrarlos, al igual que a cualquier otro sobreviviente que siguiera por ahí. Pero conforme encontraban más y más cuerpos, entre ellos el de la aún por identificar Lisa Mathews, las esperanzas iban cayendo.

Dos soldados inspeccionaban uno de los niveles intermedios, alumbrando su camino con las lámparas adheridas a sus rifles, mientras se abrían paso por los pasillos llenos de cuerpos. Pero lo que más les confundía, al menos a uno de ellos, eran los grandes agujeros abiertos en el suelo y las paredes, como si algo grande y fuerte los hubiera golpeado desde el otro lado.

De hecho, al pasar justo delante de uno en particular, tuvo que detenerse a observarlo con mayor detenimiento. El agujero estaba justo en un muro exterior, de tal forma que a través de él se podían apreciar las estrellas del firmamento de afuera, y un aire frío se filtraba por él debido a la altura a la que se encontraban. El agujero le pareció lo suficientemente grande como para que una aeronave pequeña entrara por ahí. Pero lo más preocupante era que al ser un muro exterior, debía ser aún más resistente que el resto, e incluso luego del concreto le seguía una capa gruesa de roca natural perteneciente a la montaña.

¿Cómo pudo algo atravesarlo de esa forma?

—¿Qué rayos habrá causado esto? —inquirió el soldado, preocupado, alumbrado con su linterna el contorno del agujero. No había escombros en el pasillo, por lo que fuera que lo había hecho, lo hizo desde adentro—. Ni siquiera parece haber rastro de una explosión.

—No lo sé —respondió su compañero con pesadez, adelantándose algunos pasos—. Y tampoco estoy seguro si quiero saberlo.

El soldado contempló el agujero sólo unos segundos más, y luego se apresuró a alcanzar al otro.

—¡Dir. Sinclair!, ¡¿puede oírnos?! —gritó su compañero con fuerza, recibiendo como respuesta sólo el retumbar de su propio eco—. ¿Hay alguien vivo por aquí? Grite o golpe para que podamos oírlo.

Dieron unos segundos para quien quiera que los oyera respondiera, pero no percibieron nada más que el silencio.

—¿En verdad crees que siga alguien con vida? —murmuró uno de ellos, escuchándose bastante cansado para ese momento—. Mira este sitio, es una verdadera masacre —añadió alumbrando a sus pies el cuerpo de un soldado, que parecía tener su garganta totalmente desgarrada—. ¿Qué crees que pasó? ¿Quién hizo esto?

—Ya te dije... —empezó a decir su compañero, pero calló de golpe en cuanto ambos percibieron lo que parecían ser quejidos cercanos—. ¿Oíste eso? —preguntó en voz baja, a lo que el otro soldado asintió despacio.

Ambos se giraron en la dirección que les parecía había venido, alumbrando con sus linternas. Había una pila de escombros a un lado, que al parecer habían caído del techo, y cubrían parte de su visibilidad.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó uno de ellos con fuerza. Aguardaron unos segundos, y entonces escucharon como una voz débil y rasposa pronunciaba:

—Por aquí... por favor... Ayúdenme...

A ambos les pareció que aquella voz sonaba extraña, pero de momento no pudieron identificar con claridad por qué. No pensaron mucho en eso, y en su lugar se aproximaron con cautela a aquel punto, armas en alto. Al rodear los escombros, se encontraron al otro lado con la silueta de alguien tirado bocabajo en el suelo. Vestía una bata blanca, manchada bastante de rojo, y unos mechones blancos y delgados caían sobre sus hombros.

—¿Se encuentra bien? —preguntó uno de los soldados, e hizo el ademán de querer aproximarse. Sin embargo, su compañero lo detuvo con un brazo, antes de que pudiera avanzar demasiado.

—Identifíquese, ahora —ordenó el otro soldado con ligera hostilidad.

El hombre de la bata se agitó un poco en el suelo, y soltó un par de quejidos de dolor, antes de poder volver a hablar.

—Soy... el Dr. Barlow, de la división científica. Por favor, ayúdenme... No puedo moverme...

De nuevo su voz les resultó ajena, con un acento extranjero que ninguno pudo identificar. Ambos soldados se miraron el uno al otro, preguntándose qué debían hacer. El mayor de ellos le indicó al otro que se quedara en su sitio y vigilara, mientras él se acercaba. Su compañero obedeció, sujetando su rifle en alto para cubrirlo.

—No se mueva —le indicó el soldado que se aproximó al hombre en el suelo, agachándose a su lado—. ¿Está herido?

El hombre en el suelo volvió a quejarse y gemir. El soldado aproximó una mano hacia él para voltearlo, pero antes de poder tocarlo, el hombre se movió primero con increíble agilidad sacada de la nada. Rápidamente tomó al hombre con una mano de su cuello, y la otra de su brazo, aprisionando ambos firmemente entre sus dedos largos y delgados. Al empujar la cabeza del soldado hacia un lado, dejó expuesto su cuello, mismo al cual el hombre aproximó con rapidez su rostro. El soldado gritó con fuerza, al tiempo que aquel individuo clavaba sin miramiento dos largos colmillos en su cuello, abriéndole dos heridas de las que comenzó a brotar sangre con fuerza hacia la boca del extraño.

Todo pasó tan rápido, que el otro soldado de pie no entendió lo que ocurrió. De un segundo a otro, el hombre había pasado de estar en el suelo, a ahora aprisionar a su compañero y morderle el cuello. Tardó unos segundos en reaccionar, pero en cuanto pudo alzó su arma y disparó sin siquiera detenerse a advertir.

El hombre giró hacia él sus ojos dorados, brillando como carbones encendidos, y antes de que la primera bala saliera del cañón, se puso de pie e interpuso el cuerpo del soldado al frente, usándolo como un escudo que recibió directamente todos los disparos; todo eso sin apartar en ningún momento la boca de su cuello.

Cuando el otro soldado dejó de disparar, y el que estaba en sus manos estaba ya agonizando, el hombre lanzó a éste contra el primero como un proyectil, con tanta fuerza que ambos cayeron al suelo, azotándose. El hombre de bata blanca dio entonces un largo salto desde donde estaba hacia ellos, cayendo en cuatro patas justo encima. De un manotazo hizo a un lado al hombre herido y casi muerto, quedando frente a frente al otro.

Y fue sólo ahí cuando el soldado logró verlo con claridad: rostro blanco como nieve, ojos dorados penetrantes, pómulos salientes y rostro afilado. Su cabello era largo y totalmente blanco, al igual que el poblado bigote que adornaba su cara por encima de su boca. Y su boca... su boca bien abierta, manchada enteramente de rojo por la sangre de su compañero, y de la cual se asomaban dos colmillos largos y afilados como agujas.

El soldado gritó horrorizado, un segundo antes de que el extraño abalanzara igualmente su rostro contra su cuello, desgarrando su piel y carne al instante.

Todo ocurrió en cuestión de segundos, y luego el pasillo volvió a sumirse en el silencio. Una vez con su sed saciada, la criatura se alzó rebosante de energía nuevo. Su rostro, hace un rato demacrada, se veía relativamente más joven, y algunos de sus mechones y su bigote, habían tomado color. Aunque, en general, su apariencia era la de un hombre anciano, aunque alto y fuerte.

Exhaló con fuerza, y pasó una manga por su boca para limpiarla un poco de los rastros de sangre que habían quedado en ella.

—Ya me encuentro mucho mejor —musitó con tono jovial, al tiempo que se retiraba la bata blanca y la dejaba a un lado, revelando debajo de éste un mono anaranjado de prisionero—. Gracias por su ayuda, caballeros.

El soldado al que acababa de morder lo observaba desde el suelo, con su mirada confusa y asustada. El hombre de cabellos blancos lo volteó a ver, le sonrió, y entonces jaló de golpe ambas manos hacía él, rasgando su garganta en el acto con sus largas garras, hasta arrancarle la cabeza por completo de su cuerpo. No tardó en hacer justo lo mismo con el otro.

Bien se lo había dicho Russel a Mabel más temprano ese día: Annie la Mandiles no era el único espécimen que el DIC guardaba en ese sitio. Y ahora, entre todo el caos y la destrucción provocado, era de esperarse que más de uno se abriera paso hacia la libertad.

Una vez terminado, la criatura se aproximó con paso tranquilo al agujero en el muro, el mismo que los soldados habían contemplado hace un rato, mientras se relamía los rastros de sangre que habían quedado en sus dedos. Se paró en la orilla del gran agujero, contempló fijamente el cielo nocturno, y aspiró profundamente el aire frío del exterior. Una amplia sonrisa de regocijo ensanchó sus labios.

—He estado demasiado tiempo aquí encerrado —proclamó al aire, sin ningún receptor en específico—. Creo que ya es hora de irme, y encargarme de mis asuntos.

Un helicóptero pasó cerca alumbrando al suelo con su reflector, por lo que aguardó hasta que se alejara. Luego dio un paso tranquilo al frente, y dejó que su cuerpo entero se precipitara hacia abajo en caída libre. Sus pies tocaron el piso sin más, como si hubiera simplemente saltado un escalón, o no a varios metros de altura.

Se acomodó con sus manos su atuendo de prisionero, y comenzó a caminar con completa calma hacia el bosque, internándose y desapareciendo entre las sombras de la noche.

FIN DEL CAPÍTULO 154

Notas del Autor:

Pues bien, con este capítulo damos por terminado el largo y complicado arco del Ataque al Nido. Todas las consecuencias que esto traerá al futuro, se explorarán más adelante, incluyendo esa repentina aparición en el último momento. Con respecto a la identidad de este ser, más adelante lo veremos con más detalle, pero será de cierta forma una combinación de dos personajes diferentes.

Y por cierto, dejo a su imaginación qué otras "cosas" podría haber tenido el DIC atrapadas ahí en su base, y ahora pudieran estar sueltas en el mundo (un buen tema para escribir algún spin-off de esto).

Espero hayan disfrutado esos capítulos, o al menos los hayan entretenido, o al menos no los haya aburrido o cansado. Como comenté, ahora pasaremos a otros personajes y otros temas más tranquilos, pero no por eso menos interesantes.

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