Capítulo 150. Combate en dos frentes
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 150.
Combate en dos frentes
—¿No oyeron eso? —comentó Lucy con aprensión, deteniéndose y volteando a ver hacia atrás sobre su hombro—. Sonó como una explosión...
—No te quedes atrás, Lucy —exclamó Cody como reprimenda; él y los otros ya se habían adelantado varios pasos, por lo que la rastreadora tuvo que apresurarse para alcanzarlos.
El grupo se adentró a un largo pasillo de luces blancas, que al parecer terminaba en perpendicular a otro corredor. De momento todo parecía bastante más calmado en esa zona, en comparación con las demás partes que habían cruzado. Tendrían bastante suerte si todo se mantenía de esa forma hasta llegar a su objetivo final.
Y claro, suerte era lo que menos tenían en esos momentos.
Al girar en la esquina del siguiente corredor en dirección a los ascensores, tuvieron que frenar de golpe pues justo al otro extremo del pasillo ya los esperaba un grupo numeroso de hombres armados, que apuntaron sus armas directo en su dirección en cuanto los tuvieron en mira.
—¡Fuego! —exclamó con potencia la voz de alguien detrás de los hombres armados, y a su orden todos presionaron los gatillos de sus armas al mismo tiempo.
Los sonidos de detonación cubrieron el pasillo entero, y las balas volaron por los aires en su contra. Rápidamente Francis empujó a los demás para que se refugiaran de nuevo tras el muro, mientras Gorrión Blanco se esforzó por desviar la mayor cantidad de disparos con sus poderes, y luego ponerse en cobijo junto con los demás. Todos se quedaron quietos, con sus espaldas contra la pared hasta que el sonido de los disparos cesó.
—Los ascensores están del otro lado —susurró Gorrión Blanco, jadeando entre respiro y respiro—. Tendremos que cruzarlos...
Se giró en ese momento a mirar al sargento en busca de la siguiente indicación. Sin embargo, notó de inmediato con horror como Francis se presionaba firmemente el costado derecho con una mano, y como la sangre comenzaba a mancharle los dedos. Gorrión Blanco supo en ese momento que no había logrado desviar todas las balas, y una de éstas la había pasado de largo, alcanzándolo a él.
—¡Sargento! —exclamó la muchacha, alarmada.
—Estoy bien —respondió Francis. Y aunque su voz sonaba firme y segura, su mirada no lo parecía tanto.
—Se los dije —murmuró Lucy con voz áspera.
—Ahora no, Lucy —le prendió Cody, mirándola sobre su hombro.
Francis comenzó a retirarse rápidamente la chaqueta azul de su uniforme, quedándose sólo con su camiseta negra sin mangas que usaba debajo. Le indicó a Gorrión Blanco que rasgara las mangas de la chaqueta, y ésta lo hizo lo más rápido que pudo con la ayuda de la fuerza adicional que le proporcionaba su telequinesis. Francis amarró ambas mangas, y comenzó a atarlas alrededor de su torso, presionando con fuerza la parte herida.
En todo ese rato, los hombres en el pasillo se mantuvieron en silencio, posiblemente aguardando a ver qué hacían a continuación.
—¿Y ahora qué? —cuestionó Cody, inquieto.
Antes de que Francis o cualquiera pudiera responder, una voz desde el pasillo se hizo presente primero, hablando con fuerza ayudada del eco de los altos techos.
—Sgto. Schur, esto no tiene que terminar mal para usted. Entréguenos a la chiquilla resucitada, y usted, y también los que lo acompañan, podrán irse en paz. Se lo prometo.
—¿Resucitada? —susurró Cody confundido, mirando a Lisa y a Francis. Ninguno dijo nada o lo miraron siquiera. Sin embargo, un pequeño vistazo de soslayo que Lisa hizo en dirección a Gorrión Blanco, fue suficiente para dejar en evidencia lo que pasaba por sus mentes.
—No es cierto —exclamó Lucy con fuerza—. Está mintiendo, no dejará salir a nadie con vida de esta base.
—¿Leíste su mente? —le preguntó Francis, acompañado justo después de un pequeño jadeo de dolor.
—No... Sólo es un presentimiento.
—¿Se refieren a ella? —preguntó Cody directamente, mirando a la joven mujer de cabellos rubios, que en esos momentos parecía también algo confundida—. ¿A qué se refieren con "resucitada", Lisa? ¿Qué fue lo que hicieron?
—Ahora no —le susurró Lisa despacio, con un tono que no dejaba lugar a que le insistiera más.
Lisa miró de reojo hacia Gorrión Blanco, y ésta igualmente parecía tener preguntas dibujadas en su rostro. Lamentablemente, ella no era quién tenía las respuestas que buscaba. Y no las obtendría de ningún lado, si no lograban salir vivos de ahí.
— — — —
Mientras el ascensor bajaba rápidamente hacia el nivel -20, Mabel aprovechaba para revisar cada una de sus armas, y ver que estuvieran cargadas y listas para lo que vendría, pues presentía que no podría abrirse paso hasta donde necesitaba ir utilizando únicamente sus nuevos trucos. Se había ya retirado la chaqueta que había robado de aquel soldado, para poder moverse con mayor libertad; además de que le quedaba grande, para esos momentos ya había cumplido su propósito de pasar un poco más desapercibida.
Mientras colocaba de nuevo la munición en el interior de su rifle, miró de reojo hacia su acompañante. Russel reposaba prácticamente hecho un ovillo, sentado en una esquina del ascensor, cabizbajo y ensimismado en sí mismo, como si deseara imaginarse en un sitio muy lejano a ese.
—¿Con qué tipo de seguridad me encontraré ahí abajo? —le cuestionó Mabel con severidad, pero Russel no respondió; ni siquiera reaccionó en lo absoluto—. ¡Responde! —insistió Mabel, obteniendo el mismo resultado—. Te recuerdo que en estos momentos no puedes confiar en que allá abajo haya alguien que aún esté de tu lado y quiera salvarte. De momento, la única persona en toda esta base que le interesa que salgas con vida de aquí, soy yo. Así que más te vale que cooperes conmigo por las buenas.
Russel soltó un largo y pesado suspiro. Recorrió una mano nerviosa por toda su calva, apoyándola al final sobre su nuca.
—Para entrar al área a la que quieres ir, tienes que pasar una gruesa puerta de acero blindado, custodiada por dos soldados bien armados que tienen la orden de no moverse en lo absoluto de su lugar, sin importar qué ocurra; y por supuesto, no dejar pasar a nadie sin autorización. La puerta sólo se abrirá con un identificador facial y de voz, que sólo dará acceso al personal autorizado.
—Y supongo que tú eres parte de ese personal autorizado, ¿no? —inquirió Mabel con tono burlón.
—Supongo que sí —respondió el científico con voz apagada—. Pero aunque puedas matar a los dos soldados de la puerta y atravesarla, en el interior habrá más, con órdenes de custodiar cada una de las salas en uso; incluyendo la 217.
—¿De cuántos estamos hablando? —preguntó Mabel, percibiéndose ligera inquietud en sus palabras.
—No lo sé —exclamó Russel, casi gimoteando—. Tal vez unos quince.
Mabel guardó silencio, y meditó detenidamente en ese número. Sí, definitivamente no sería sencillo. Toda esa muerte a su alrededor dejaba pequeños rastros de vapor que la fortalecían, pero no tanto como para poder encargarse ella sola de quince hombres armados. Si tan sólo James estuviera con ella, quizás sería más fácil, pero no valía la pena lamentarse por lo que no era.
El ascensor se acercaba ya peligrosamente a su destino, y era hora de actuar.
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Arriesgándose a recibir un disparo en la sien, Francis se atrevió a aproximarse hacia la esquina, asomando el rostro lo suficiente para echar un vistazo rápido. Los hombres alzaron sus armas en su dirección, pero por suerte nadie le disparó. Y tras unos segundos logró divisar mejor a la persona detrás de ellos, que al parecer los dirigía: hombre alto y delgado, de cabello rojo y ojos verdes, de abrigo y boina verde que solían usar los hombres de confianza de la Capt. Cullen. Y a ese en específico lo reconocía, pues era la mano derecha de ésta: el Tte. Johan Marsh.
Una vez que tuvo la información que requería, Francis se ocultó de nuevo con rapidez. Si el segundo al mando de la Capt. Cullen estaba dirigiendo este ataque, ¿indicaba entonces que ella estaba también al tanto de todo esto? Se le informó que la capitana había llegado de improviso con sus hombres esa mañana, justo a tiempo para el inicio de toda esa locura. Difícilmente podía ser una coincidencia...
Pero, ¿ella? ¿Ruby Cullen? ¿Una agente de la Agencia con tantos años de carrera y logros? ¿Una amiga tan cercana del Capt. McCarthy y su familia? ¿Cómo podía ser que ella estuviera detrás de eso?
—Su tiempo y mi paciencia se acaban, Schur —pronunció Marsh en alto, ahora sonando un tanto exasperado.
—¿Qué quieren con Gorrión Blanco? —inquirió Francis con severidad.
—¿Tú qué crees? —soltó Marsh con voz burlona—. Es demasiado peligrosa para dejarla con vida. Pero eso no debe extrañarle, ¿o sí? En el fondo sabía que tarde o temprano tendría que elegir entre cumplir su deber, y seguir protegiendo a esa asesina. Siéntase afortunado que en vez de eso lo que tenga que cambiar sea su vida; eso hace todo más simple, ¿no le parece?
—¿Asesina? —exclamó Gorrión Blanco pasmada, mirando al sargento con sus ojos grandes bien abiertos—. ¿Por qué dice eso, sargento?
Francis no respondió, pero ella supo de inmediato que en efecto sabía algo... ¿Tenía algo que ver con eso que había prometido decirle más tarde? ¿Qué era lo que todos en esa base sabían menos ella?
No habría forma de saberlo, si no lograban salir todos de ahí. Así que sobreponiéndose a su impresión inicial, decidió dar un paso al frente y tomar la iniciativa de la situación.
—Quizás pueda distraerlos mientras ustedes escapan —propuso con voz apagada.
—Nada de eso —le contestó Francis, cortante—. Yo los distraeré, ustedes regresen por donde vinimos.
—Pero sargento, su herida...
—No es nada —indicó Francis, negando con la cabeza—. La chica gritona tenía razón: éste es mi deber. Ustedes no tienen por qué arriesgarse por esto.
—Bueno, gracias —masculló Lucy—. Aunque no me agrada mucho eso de "chica gritona". Además de cómo ya dije, esos sujetos no nos dejarán irnos así nada más.
A Francis le daban igual sus quejas. Ya había tomado una decisión, y no necesitaba que ninguno de ellos lo convenciera de lo contrario. Así que sostuvo un arma cargada en ambas manos, y se dispuso a salir.
—Aguarde —intervino Cody en ese momento, aproximándose hacia los dos militares—. Quizás haya otra alternativa.
Francis y Gorrión Blanco lo voltearon a ver, expectantes de ver qué era lo que ese profesor de biología podía aportar a la situación.
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De entre los artículos de combate que Mabel había traído consigo, tomó un objeto en forma de lata color verde, con una manija y un seguro en la parte superior. Russel se estremeció, pegándose instintivamente más a la pared.
—¿Eso es una granada? —inquirió con voz temblorosa.
—No exactamente —fue la respuesta simple de la Doncella.
En cuanto el ascensor llegó a su destino y las puertas se abrieron, la verdadera retiró rápidamente el seguro y arrojó la lata a través de las puertas hacia el recibidor que los esperaba del otro lado. Antes de que los dos soldados de guardia frente a la puerta blindada pudieran reaccionar, la lata comenzó a girar en el suelo, y a soltar un grueso humo blanco que comenzó a cubrir todo rápidamente.
—¡¿Qué es esto?! —exclamó uno de los soldados, y rápidamente su compañero y él alzaron sus armas.
Mabel para ese momento ya había tomado a Russel con brusquedad de un brazo y lo jalaba hacia las puertas.
—Más te vale identificarte adecuadamente, doctor —exclamó Mabel con sorna, y de inmediato lo empujó con violencia hacia la nube de humo del exterior.
Russel trastabilló aturdido tras el empujón, y de un segundo a otro fue incapaz de ver cualquier cosa a su alrededor, salvo la blancura de todo ese humo.
—¡¿Quién está ahí?! —gritó con agresividad uno de los soldados, y no esperó ni un segundo su respuesta antes de disparar hacia la silueta que se movía entre la neblina. Russel sintió como la bala pasaba cortando al aire a unos centímetros de su cabeza, haciéndolo saltar atemorizado. Un segundo disparo, quizás del otro soldado, cruzó ahora peligrosamente cerca de su brazo derecho.
—¡No disparen!, ¡por favor no disparen! —gritó Russel con todas sus fuerzas, casi sollozando—. Soy yo, el Dr. Shepherd. No disparen, por todos los cielos...
Los soldados parecieron atender a sus súplicas, y no hubo ningún otro disparo en esos momentos. La neblina se fue aplacando poco a poco, y conforme Russel fue reconociendo las siluetas y los rostros de los dos soldados frente a él, estos lo reconocieron a él de regreso.
—¿Dr. Shepherd? —murmuró uno de ellos, bajando su arma para que apuntara al suelo—. ¿Se encuentra bien?
Russel respiró aliviado por primera vez desde que comenzó toda esa locura; ellos no eran el enemigo. Quizás al fin estaría a salvo.
Sin embargo, dicho alivio le duró muy poco, pues antes de que el humo se disipara por completo, y que Russel pudiera decir cualquier cosa, Mabel surgió justo desde atrás de él, disparando con asombrosa precisión dos disparos de su rifle, dando cada uno en una de las piernas de los dos soldados. Estos gimieron de dolor, totalmente confundidos, y se desplomaron al suelo en el acto. Y ante la mirada horrorizada de Russel, Mabel sacó su cuchillo de caza y se lanzó hacia los dos hombres en el suelo, rebanándole su cuello de un sólo tajo a cada uno, antes de que cualquiera pudiera reaccionar. Su sangre brotó a chorro de sus heridas, manchando las paredes, y Russel sólo pudo ver impotente como ambos hombres se desangraban y ahogaban en el suelo. Y su asesina, sin embargo, ni siquiera pestañeó.
«En verdad no hay nada de humanidad en ella» pensó Russel, atónito. Como científico, debía procurar siempre ver todo de una forma más fría y pragmática, y el mismo pensamiento lo había aplicado en sus investigaciones, incluyendo el estudio de los UX. Pero no había nada en ese día que lo animara, ni siquiera un poco, a ser frío y pragmático en esos momentos.
Mabel se alzó lentamente luego de haber terminado con sus últimas dos víctimas, y limpió la hoja de su cuchillo contra la manga del abrigo azul que portaba. De pronto, escuchó una puerta azotarse con fuerza, obligándola a girarse de lleno hacia un lado. Desde la cabina de control de acceso a un costado del cuarto, surgió un tercer soldado con pistola en mano.
—¡Maldita! —exclamó el tercer hombre con fuerza, comenzando a disparar con rapidez en su contra.
Mabel y Russel se tiraron al suelo de inmediato, y las balas cruzaron el aire muy cerca de sus cabezas. Estando en el piso, la verdadera se giró y apuntó con su propia arma desde un ángulo bajo en dirección a su atacante. La bala de Mabel entró directo por la cara del hombre, por debajo de su ojo, saliendo por la parte de atrás y manchando la pared a sus espaldas. El soldado no tardó en soltar su arma y desplomarse al suelo.
Mabel respiró hondo, intentando calmarse. Se paró en cuanto pudo, claramente furiosa, y se dirigió hacia Russel. Éste seguía tirado en el suelo, pero ella lo levantó de un fuerte tirón.
—¡Dijiste que sólo eran dos! —le gritó llena de coraje, zarandeándolo un poco.
—¡Sólo dije que había dos soldados cuidando la puerta! —respondió Russel, nervioso—. Eso no fue una mentira...
—Mucho cuidado, doctor. No intentes jugar conmigo, porque no te va a agradar lo que ganarás.
Lo jaloneó entonces con nada de delicadeza hacia el panel de autenticación, y lo empujó contra él con fuerza, haciendo que prácticamente se estrellara de narices contra éste.
—Ahora abre la maldita puerta —le ordenó, apuntándole además con su rifle para dejar más claras sus opciones.
—¿Qué harás con los quince hombres que están ahí dentro? —masculló Russel nervioso, volteando a verla sobre su hombro—. Sólo conseguirás que nos maten a los dos...
—Yo me estreso por eso. Tú sólo abre la puerta.
Mabel alzó más su arma de manera amenazante. Russel dudaba que lo fuera a matar en serio, al menos no mientras lo necesitara. Pero era claro también que no tenía el menor pudor al momento de causarle dolor a la gente, así que eso no le impediría volarle una mano, herirle un brazo, o cualquier otra cosa que no lo matara, pero lo hiciera pasarla aún más mal de lo que ya estaba pasando. Y por encima de todo, lo que él más deseaba era poder salir con vida de ese lugar.
Quizás estaba siendo egoísta, pero, ¿qué otra cosa podía hacer? No era un soldado, ni un peleador. Lo único que siempre había tenido a su favor era su inteligencia, y ésta le gritaba con ahínco que debía sobrevivir sin importar qué.
Se inclinó entonces sobre la pantalla y el micrófono en la pared, para que la cámara integrada enfocara por completo su rostro. Y entonces pronunció en voz baja, pero bastante claro:
—Dr. Russel Shepherd, Jefe de Investigación, sala 217.
El reconocimiento facial y de voz hizo su trabajo sin ningún problema, identificando de inmediato al jefe de la División Científica del Nido. Las puertas blindadas comenzaron a abrirse.
Mabel respiró hondo, jalando aire a sus pulmones, pero también cualquier rastro de vapor que hubiera podido quedar en el aire de la muerte de esos últimos tres soldados, aunque fuera poco. Tomó dos bombas de humo más que traía consigo, y centró su atención en las puertas abriéndose. Volvió a respirar profundamente, relajando todo su cuerpo y, en especial, su mente. Y entonces sus ojos comenzaron a brillar con fuerza.
— — — —
Mientras los segundos pasaban, y no había movimiento o respuesta por parte del Sgto. Schur y sus acompañantes, Marsh y sus hombres se iban impacientando. El teniente sabía bien que mientras más cabida les diera para actuar, más pronto podrían hacer uso de esa pequeña bruja y sus trucos. Así que tras darles más del tiempo suficiente para meditar en su propuesta, decidió mejor cortar el asunto por lo sano; por decirlo de un modo.
—Al demonio con esto —masculló molesto, y luego le ordenó a sus hombres con voz potente—: ¡Avancen y acaben con todos de una vez!
Los soldados se dispusieron al instante a avanzar por el pasillo con armas en mano con la intención de acatar la orden.
—¡Esperen! —pronunció en alto una voz femenina cuando apenas acababan de dar un par de pasos. Marsh dio rápidamente la indicación a sus hombres para que se detuvieran, y así lo hicieron.
Aguardaron un instante, expectantes pero sin bajar ni un momento sus armas. Tras un rato, aquella joven de cabellos rubios y ojos azules a la que llamaban "Gorrión Blanco" salió de su escondite con las manos alzadas a cada costado de su cabeza, y avanzó unos pasos hasta ponerse en el centro del pasillo, delante de ellos. Lo soldados alzaron y prepararon sus armas para disparar al menor indicio de que intentara algo sospechoso. Eran al menos diez rifles de asalto, cuyos cañones se perfilaban sólo en su dirección. Posiblemente podría desviar varias de esas balas con sus telequinesis, pero por más hábil que fuera con sus trucos, nadie sería capaz de desviarlas todas. Marsh lo sabía, y estaba seguro de que ella también.
—Aquí me tienen —murmuró Gorrión Blanco con voz seria—. ¿Qué es lo que quieren? Haré lo que me pidan, sólo dejen ir a los demás.
Marsh sonrió complacido.
—No importa a dónde vayan, toda la base está bajo nuestro control de todas formas —declaró el teniente con voz presuntuosa—. Si no mueren en este pasillo, lo harán en cualquier otro. Y lo mismo va para ti —indicó al tiempo que la señalaba con un dedo—. Lastimaste a nuestro señor, perra. No hay forma de que te dejemos con vida.
—¿Su señor? —masculló Gorrión Blanco, confundida. Pero Marsh no estaba dispuesto a responderle y aliviar su confusión. Él tenía una misión clara, y la iba a cumplir en ese mismo instante.
—¡Disparen!
Todos los soldados comenzaron a disparar al mismo tiempo, y antes de que Gorrión Blanco pudiera reaccionar, las balas la impactaron de frente en diferentes partes de su cuerpo. Sin embargo, para sorpresa de todos los observadores, las balas la atravesaron enteramente de lado a lado, como si pasaran a través de una cortina de humo. El impacto de los proyectiles apenas distorsionó un poco su forma, pero a los segundos ésta volvió a la normalidad, como si fueran piedras chocando contra la superficie de un lago. Los soldados dispararon una decena de veces cada uno, antes de que se dieran cuenta de lo que ocurría y uno a uno detuvieran su ataque.
—¿Qué rayos...? —masculló Marsh, confundido.
La imagen de Gorrión Blanco les sonrió confiada, y de la nada desapareció en el aire como la imagen de un proyector al apagarse. Un instante después, y antes de que alguno de los soldados procesara lo ocurrido, la verdadera Gorrión Blanco salió de detrás de la pared, y aprovechó ese momento de desconcierto por parte de los hombres delante de ella para empujarlos a todos con sus poderes. Los cuerpos de los soldados se desplomaron hacia atrás, pero Marsh y uno cuantos más se hicieron a un lado hacia un pasillo adyacente, para así esquivar los proyectiles humanos de sus propios compañeros.
Francis salió justo después, con un arma en cada mano con las cuales comenzó a disparar repetidas veces hacia los atacantes, que luchaban por reponerse e intentar contraatacar. Gorrión Blanco y él comenzaron a avanzar por el pasillo, la primera desviando lo mejor que podía los disparos de los enemigos, y Francis abatiéndolos de regreso.
Desde su escondite Cody observaba atento lo que ocurría. Su ilusión había funcionado, incluso mejor de lo que él mismo se imaginó.
—Bien hecho —escuchó que comentaba Lisa, asomándose detrás de él sólo un poco por la esquina—. Es increíble. ¿También puedes hacer cosas tan realistas como esa?
—Y muchas más —le respondió Cody despacio, no sonando precisamente como si dijera algo bueno.
—Me gustaría verlo todo —le susurró Lisa despacio con tono reflexivo—. Todo lo que eres capaz de hacer.
Cody no pudo evitar sonreír al escuchar aquellas palabras. ¿En verdad Lisa había superado el miedo inicial que le había causado ver sus poderes? En serio quería creer que sí.
—Cuando salgamos de aquí te lo enseñaré todo, ¿de acuerdo? —le propuso con voz confiada, a lo que Lisa respondió simplemente asintiendo.
Mientras tanto, Francis y Gorrión Blanco lograron avanzar por el pasillo, aunque sus atacantes no daban su brazo a torcer tan fácil. En un momento, las armas de Francis se vaciaron, por lo que rápidamente se colocó detrás de Gorrión Blanco, espalda contra espalda, para que ella lo cubriera mientras recargaba.
—¿Cómo está su herida, sargento? —musitó en voz baja la muchacha, mientras gran parte de su concentración estaba enfocada en desviar los disparos. Por suerte una porción importante de sus atacantes había optado por ponerse a cubierto en lugar de seguir disparando, lo que volvía todo mucho más sencillo.
—Estoy bien —masculló Francis con voz apagada—. Sin importar qué pase, tienes que llegar a los ascensores y encontrar al director y al capitán. ¿Entendiste?
—No lo dejaré atrás —declaró Gorrión Blanco con bastante convicción—. Saldremos todos juntos de aquí...
—Prometiste que a partir de ahora harías todo lo que te dijera sin chistar, ¿lo olvidas? Tu misión...
—Me importa una mierda la misión —exclamó la chica con voz malhumorada, tomando por sorpresa a Francis, e incluso a sí misma. No sabía de dónde había salido eso, pero por algún motivo le gustaba.
De pronto, tras desviar un disparo que iba directo a su cara y hacer que la bala atravesara en su lugar una puerta del pasillo a su lado, Gorrión Blanco se quedó repentinamente paralizada, con su mirada desorbitada, turnándose al instante un poco nebulosa. Un fuerte dolor en la parte frontal de su cabeza la atacó de pronto, haciéndola tambalearse y caer contra la pared a su lado para no caerse.
—¿Gorrión Blanco? —masculló Francis, inquieto, girándose hacia ella.
La chica presionó una mano contra su frente con fuerza, y luego la bajó por sus ojos, llegando hasta su nariz. Se talló ésta con sus dedos, y entonces los colocó frente a su rostro para echarles un vistazo: estaban cubiertos de sangre. Había comenzado a sangrar por la nariz, similar a como le había ocurrido en Los Ángeles.
«No, no ahora» pensó llena de angustia.
Para Marsh, que vigilaba todo desde su punto seguro, aquel momento de titubeo no pasó desapercibido. Así que sin pensarlo mucho, se asomó rápidamente al pasillo con su arma en las manos, y disparó una sola vez directo hacia la chica. Esto tomó totalmente por sorpresa a Gorrión Blanco, que no pudo evitar que la bala la alcanzara justo a la altura del hombro derecho, atravesándola hasta salir por su espalda.
—¡Ah! —exclamó con dolor la muchacha al aire, y al instante siguiente se desplomó al suelo con un sonido sordo. Estando ahí tirada, aferró su mano fuertemente a su herida, y comenzó a sollozar y gemir en voz baja. El dolor que le recorría era aún más intenso de lo que se hubiera imaginado.
Francis, al verla en el suelo, se le acercó rápidamente, cubriéndose de sus enemigos con más disparos. Llegó hasta ella e intentó ponerla de pie, pero las piernas de la chica flaquearon. Por lo que un segundo antes de que otra ráfaga de disparos los acribillara, Francis pateó con fuerza la puerta más cercana a ellos, cosa que la herida de su vientre resintió, e hizo que ambos brincaran hacia el interior del cuarto a oscuras.
—La bruja está herida —informó Marsh con orgullo, al tiempo que se colocaba un cigarrillo en los labios—. Matenla, y tráiganme su cabeza. Será un bonito regalo para nuestro señor.
Los soldados a su mando, o al menos los que quedaban de pie, comenzaron a avanzar rápidamente con sus armas en mano en dirección al cuarto en el que se habían escondido.
—Necesitan ayuda —indicó Cody con seriedad, que había visto todo desde su posición. Rápidamente se apresuró a salir de su escondite, pero unas manos lo tomaron rápidamente de su brazo para detenerlo.
—Cody, ¡no! —exclamó Lisa, casi suplicante.
—Estaré bien —masculló el profesor, volteándola a ver con una media sonrisa—. No te preocupes.
—No digas estupideces —le recriminó Lucy, desde más atrás—. ¿Te parece que es el mejor momento para jugar a ser héroe? Nosotros tenemos que irnos, ¡ya!
—Ustedes dos háganlo —le respondió un tanto tajante—. Las veré afuera.
Y antes de que pudieran decirle algo más, corrió presuroso hacia el pasillo.
—¡Cody! —espetó Lisa, un poco exasperada—. ¡Maldición!
—Tu novio es un idiota —comentó Lucy con molestia—. Lo que puede hacer con esas ilusiones tiene sus límites, y no creo que él los tenga claros.
Lisa no respondió nada, pero la angustia obviamente la agobiaba en esos momentos. Aun así, lo que le había dicho hace un rato a Cody era cierto: quería ver todo de lo que era capaz. Y por ese motivo permaneció en su sitio, observando expectante lo que ocurriría.
— — — —
En el nivel -20, los alrededor de quince soldados que custodiaban el pasillo al otro lado de la puerta blindada se percataron de los disparos provenientes del otro lado, y de inmediato se agruparon para recibir a la posible amenaza. En cuanto las puertas comenzaron a abrirse, se colocaron en fila, apuntando con sus rifles directo a la entrada. Pero antes de que pudieran vislumbrar a cualquier persona, lo primero que notaron fueron las dos bombas de humo lanzadas hacia el interior, que de inmediato comenzaron a arrojar el vapor blanco al aire y cubrirlo todo. Los soldados dispararon al mismo tiempo por reflejo, y una ráfaga de balas cruzó la nube de humo, pero sin lograr tocar a su verdadero objetivo.
—¡No disparen! —ordenó uno de ellos, gritando con fuerza para intentar que su voz se escuchara por encima de los disparos. Todos se detuvieron poco a poco, permaneciendo quietos en su posición mientras eran envueltos por completo por el humo, siendo incapaces de ver mucho más allá de sus narices.
De pronto, algunos notaron como algo se movía entre la neblina. Era una silueta oscura... no, eran dos, o quizás tres; eran varias, difíciles de contar en realidad, siluetas humanoides que se abrían paso contra ellos. Y aunque no lograban distinguirlas con claridad y eran más como borrones confusos, hubieran jurado ver que estaban armados, y los apuntaban directamente con sus armas. Su temor se acrecentó cuando el estruendo del primer disparo les taladró el oído, sin darse cuenta de que se trataba de hecho de uno de ellos. Y al escucharlo, presas del miedo, los demás comenzaron a disparar de nuevo.
—¡Qué no disparen! —gritó el mismo soldado de hace un momento—. ¡¿Qué les ocurre?!
Él no lo comprendió, pues no veía lo mismo que sus compañeros; sólo unos cuántos lo hacían, pero eso fue suficiente.
Aquellas siluetas negras se lanzaron en contra de ellos, y algunos de los soldados se tiraron al suelo intentando esquivarlos. Para cuando alzaron sus miradas, a su alrededor entre la neblina ya no distinguieron a ninguno de sus compañeros, sino más de esas mismas siluetas, rodeándolos, mirándolos fijamente con ojos resplandeciendo como llamas.
Los soldados comenzaron a disparar sin miramiento, acompañados de un aguerrido grito, sin darse cuenta de que abrían fuego contra sus propios compañeros, y estos respondían por reflejo sin comprender tampoco lo que ocurría. Las balas comenzaron a cruzar de un lado a otro por el pasillo, acribillando uno a uno a los soldados. Para cuando el humo se fue disipando y su visibilidad mejoró, lo que se abría paso ante ellos era un montón de sus compañeros heridos en el suelo, incluso algunos ya claramente muertos, y apenas unos cinco aún de pie.
—¿Qué rayos...? —masculló uno de ellos, respirando con agitación y confusión.
Ninguno tuvo tiempo de pensar o detenerse a dar ninguna teoría, pues los disparos se reanudaron en ese instante desde el umbral de la entrada. El primero fue tan certero que entró por la nuca del soldado más próximo a la puerta, saliéndole por la parte delantera de su cuello. El segundo le dio a otro más en un brazo, derribándolo, y sólo entonces el resto se giró y notó a la hermosa mujer armada en la puerta, con un rifle en una mano y una pistola corta en la otra.
Antes de que la misteriosa atacante pudiera volver a disparar, los tres soldados en pie se giraron hacia ella y dispararon al mismo tiempo primero. Mabel se ocultó rápidamente de nuevo tras el muro a un lado de la puerta, y las balas le pasaron rozando. Respiró muy hondo, llenando de nuevo sus pulmones con los pequeños rastros de vapor que dejaba la muerte en el aire. Luego, mientras los soldados disparaban, acercó una mano a su cinturón, tomando un objeto redondo y oscuro; esa sí era una granada.
Le retiró el seguro, y sin más la arrojó como una pelota al interior del pasillo. El objeto rebotó en el suelo hasta los pies de los soldados.
—¡Granada! —gritó alarmado uno de ellos, y rápidamente intentaron retroceder, pero no lo suficientemente rápido antes de que la explosión hiciera retumbar el pasillo entero, y lanzara sus cuerpos hacia atrás por el fuerte impacto.
Mabel se agachó y se cubrió sus oídos para protegerse de la explosión. Esperó unos segundos, y escuchó con atención para ver si había algún otro movimiento. Cuando estuvo segura de que todo estaba en calma, pegó su espalda a la pared y se dejó caer de sentón al piso, claramente agotada. Proyectar aquellos pensamientos en diferentes personas a la vez no había resultado nada sencillo; ni siquiera con los poderes adicionales que le había proporcionado el vapor de Rose. Pero al parecer había funcionado. Sin embargo, dudaba tener la energía suficiente para volver a hacer algo como eso en lo que restaba del día; no sin recibir una buena dosis de vapor para reponer las energías que había estado gastando.
Y aún le quedaba por delante todo el recorrido de salida...
Pero era mejor no angustiarse por eso aún.
Se forzó a recuperarse y ponerse de pie. Revisó rápidamente la carga de sus armas, y se preparó para ingresar. Russel reposaba en el suelo a su lado, tembloroso y lloroso. Mabel resopló molesta, y lo levantó de un jalón, obligándolo a acompañarla hacia adentro.
El pasillo era angosto, y era en ese momento un revoltijo de cuerpos y heridos; algunos por las balas, otros por la explosión de la granada. Pero conforme avanzaron y ella veía a alguno de esos incautos aún moviéndose en el suelo, Mabel no tuvo reparó en acabar con su sufrimiento metiéndoles una bala directo en sus cabezas. Russel respingó y gimió con cada disparo que le retumbaba sus oídos.
—Deja de llorar —le reprendió Mabel—. Si no era yo, serían los demás traidores de arriba en cuanto bajaran a encargarse de ellos. Sólo les adelante el viaje.
Siguieron avanzando por el pasillo, hasta encontrar la sala que buscaban: la 217. Tirado en el suelo contra la puerta, se encontraba otro soldado, que presionaba con fuerza una herida en su costado con su brazo sano, mientras el otro le colgaba a un lado con un feo agujero en su antebrazo que le sangraba abundantemente. Estaba consciente, y respiraba con agitación. En cuanto los vio acercarse, usó las pocas fuerzas que le quedaban para retirar la mano de su herida, tomar su arma y extenderla directo al rostro de la mujer.
Mabel, que en cuanto lo vio ya había previsto sus intenciones, ya tenía su cuchillo en mano desde antes de que él levantara su arma, y lo arrojó hacia él un segundo antes de que pudiera disparar. El cuchillo se clavó de lleno en su mano, haciéndolo soltar su arma al suelo. El soldado gimoteó con dolor, cayendo hacia un lado sobre su costado. Mabel se aproximó presurosa hacia él, tomó el cuchillo del mango y lo retiró de un jalón, rasgándole la mano entera en el proceso. Y prácticamente en el mismo movimiento, extendió el arma hacia el cuello del hombre, clavándolo hasta la empuñadura. La sangre comenzó a brotar con fuerza de la herida y de la boca del soldado, mientras la Doncella lo observaba fijamente con sus ojos fríos como hielo.
Una vez el soldado dejó de moverse, Mabel retiró rápidamente el cuchillo de su cuello y lo soltó para que cayera con su propio peso hacia el suelo. Respiró profundo por su nariz; de nuevo la muerte que impregnaba ese pasillo la alimentaba un poco.
Librado el último obstáculo, o eso pensaba ella, se giró hacia la puerta de la sala 217. No le sorprendió mucho ver que estaba cerrada, y no había ningún picaporte, pero sí un sensor en el muro justo a un lado de la puerta.
—Ábrala —ordenó con fiereza, girándose hacia Russel. Éste la miró de soslayo, nervioso.
—Para abrir... la puerta desde afuera... necesitas su tarjeta —pronunció tartamudeando, señalando tímidamente hacia el soldado caído a los pies de Mabel. Ésta resopló con fastidio, y se agachó para rebuscar en el cadáver, hasta dar con la tarjeta de acceso roja.
—¿Y qué me espera allá adentro? —cuestionó con severidad, volteándolo a ver sobre su hombro estando aún de cuclillas en el suelo—. ¿Más soldados? ¿Alguna trampa o alguna otra medida de seguridad?
Russel no contestó, pero se le notaba claramente incómodo. Algo estaba ocultando, y no necesitaba leer mentes para saberlo.
—Bien, lo descubriremos juntos —amenazó Mabel, y rápidamente se irguió y lo acercó hacia ella con agresividad.
Mabel colocó a Russel delante de ella, rodeándolo con un brazo para mantenerlo firme en su sitio, como su escudo humano. Con la otra mano acercó la tarjeta de acceso al sensor, que de inmediato la aceptó. Antes de que la puerta se abriera del todo, Mabel tomó su rifle y apuntó con él hacia adelante, apoyando el cañón sobre el hombro de Russel, más que lista para abrir fuego contra lo que se fuera a encontrar.
Lo que los recibió al otro lado de las puertas, fue una habitación cuadrada, relativamente pequeña, con algunos escritorios con computadoras, gavetas cerradas, y los rostros pálidos y asustados de tres hombres y dos mujeres en batas blancas de laboratorio, que se pusieron rápidamente de pie y se giraron hacia la puerta, retrocediendo temerosos ante la mujer extraña que los apuntaba con un rifle.
Mabel los inspeccionó rápidamente con la mirada, y se percató de inmediato de que ninguno de esos individuos estaba armado, ni parecía tener la predisposición a pelear. Bien, eso haría su eliminación mucho más sencilla.
—¡No! —exclamó Russel con fuerza, y rápidamente logró soltarse del brazo de Mabel y colocarse delante de ésta, interponiendo su cuerpo entre el cañón de su arma y los demás presentes en el cuarto—. Por favor, no lo hagas —murmuró exasperado, casi al borde del llanto—. Ellos no son soldados, son sólo científicos como yo. Deja que se vayan.
Mabel lo observó con molestia, más que dispuesta a hacerlo a un lado a la fuerza, aunque tuviera que golpearlo para hacerlo. Sin embargo, antes de dar ese primer golpe, su atención se fijó en más allá de Russel, en aquello que se encontraba en el centro de la habitación, y era lo que más resaltaba de ésta, aunque por algún motivo no había reparado en él al inicio.
Era lo que parecía ser un enorme y grueso tubo transparente de vidrio, que iba desde el suelo hasta el techo. Y en su interior se encontraba lo que parecía ser alguna clase de camilla colocada en vertical, con una persona sujeta a ella de sus muñecas, tobillos y cintura con gruesas correas de cuero. Dicha persona vestía únicamente una delgada bata blanca, como la de los hospitales, y tenía su cabeza completamente inclinada hacia el frente, y sus largos y desalineados cabellos negros caían sobre su rostro como una cortina.
Era una imagen que le resultó extraña y desconcertante en un inicio. Sin embargo, sólo le tomó observar a dicha persona en el interior del tubo unos cuántos segundos para que todo su ser la reconociera...
Un espasmo de confusión y asombro le recorrió el cuerpo entero como un choque de electricidad, y su rostro cambió enteramente de forma de un segundo a otro.
—No puede ser —susurró atónita.
Empujó entonces con algo de fuerza a Russel hacia un lado para quitarlo de su camino, y avanzó lentamente los pasos que la apartaban de aquel tubo. Todos los demás miembros del equipo científico se hicieron a un lado, separándose lo más posible de ella. Mabel se paró justo delante del tubo, y colocó delicadamente la yema de sus dedos sobre el frío cristal. Contempló entonces en silencio el cuerpo inerte al otro lado de éste, como si fuera la pieza de alguna morbosa exposición.
—¿Annie? —susurró despacio, apenas logrando que su voz surgiera con claridad de su garganta—. Annie, ¿eres tú...?
La persona dentro del tubo no reaccionó a sus palabras. Sólo un pequeño espasmo ocasional que le cruzaba el cuerpo de repente, fue el único indicativo que tuvo de que se encontraba con vida. Si es que acaso eso que veían sus ojos podía considerarse vida...
— — — —
Cody se paró con firmeza en el centro del pasillo, encarando sin temor a los soldados armados que avanzaban por éste. En cuanto estos notaron su presencia, rápidamente alzaron sus armas y lo apuntaron con ellas. Cody, sin embargo, no se doblegó por esto, y de inmediato enfocó su mente para hacer el mismo truco que había hecho en el bosque: hacer aparecer a su alrededor miles de mariposas azules y brillantes, que volaron como proyectiles directo hacia los atacantes. Estos, desconcertados, no reaccionaron a tiempo antes de que aquellas ilusiones los golpearan de frente, cubriendo su visión, y comenzando a pegarse a sus cuerpos con pequeñas patas que se convertían en cuchillas y se encajaban a sus ropas y pieles.
Los soldados comenzaron a agitarse y a manotear intentando quitarse aquellas cosas, pero sin éxito pues era como si sus manos las atravesaran sin más. Algunos incluso empezaron a disparar al aire en desesperación, intentando darles a los pequeños insectos, pero obteniendo el mismo resultado.
Cody avanzó agachado para evitar todos esos disparos al aire, y se dirigió al cuarto en donde Gorrión Blanco y Francis habían entrado. En cuanto se asomó por la puerta, éste último rápidamente alzó su arma y lo apuntó directo a la cara con ella.
—Hey, soy yo —exclamó Cody rápidamente, alzando sus brazos. Gracias a su entrenamiento, Francis no le disparó por reflejo, y alcanzó a bajar su arma.
Cody volteó hacia un lado, en donde Gorrión Blanco estaba sentada contra la pared, con los ojos fuertemente apretados, mientras sujetaba su cabeza con ambas manos. A la altura de su hombro, aquella horrible herida que le habían hecho se asomaba de forma grotesca, pero por suerte parecía no estar sangrando demasiado; no como el caso de Francis.
—¿Qué le ocurre? —preguntó curioso y preocupado.
—Está bien —exclamó Francis de forma cortante. Cody notó rápidamente como pasaba una mano por su propio costado. Ese vendaje improvisado que se había hecho con sus propias ropas, ya se veía para ese punto bastante impregnado de rojo.
Notó además los rastros de sangre en la nariz de Gorrión de Blanco. Eleven le había dicho en alguna ocasión que eso le pasaba a algunos resplandecientes cuando abusaban mucho de sus poderes; ella misma lo sabía por experiencia, según le había dicho. Era verdad que aquella chica había estado desviando bala tras bala desde hace buen rato, pero antes de aquel pequeño mareo no parecía agotada en lo absoluto; de hecho, parecía estarlo haciendo con bastante facilidad.
—Vamos, salgan mientras yo los cubro —les indicó Cody con seriedad, asomándose de nuevo al pasillo. Sus mariposas seguían haciendo lo suyo, y por si acaso hizo que aumentaran en su número, y además comenzaran a morder a los atacantes en cada parte expuesta de su piel que pudieran.
Francis tomó a Gorrión Blanco y pasó un brazo de ella alrededor de sus hombros para ayudarla a levantarse. Ésta no opuso resistencia, y de hecho parecía haberse sobrepuesto lo suficiente a su dolor para ponerse de pie sin mucho problema.
Por su parte, desde su posición, el Tte. Marsh observaba la escena casi cómica ante él, de sus hombres siendo atacados por pequeñas mariposas. Pero, por supuesto, no le causaba la más mínima gracias.
—Un ilusionista —masculló con voz áspera, expulsando algo de humo de cigarro por su boca al hacerlo—. Odio a los putos ilusionistas. Tú, tráeme esa cosa —le ordenó con severidad a uno de sus hombres de pie a su lado, señalando con su cabeza a un maletín largo que reposaba en el suelo a su lado—. Veamos cómo les va contra esto.
El soldado se apresuró a cumplir su encargo.
Para cuando Francis salió del cuarto ayudando a Gorrión Blanco a caminar, y Cody retrocedía delante de ellos con su atención fija en su propia ilusión, Marsh ya tenía armado y listo en sus manos el lanzacohetes portátil. Y sin espera, lo colocó sobre su hombro, salió de detrás del muro que lo cubría, y apuntó la mirilla de su arma directo a Cody. Ninguno de los que escapaban se dio cuenta de aquel peligro inminente; sólo Lisa desde su posición al inicio del pasillo, logró divisar la silueta de Marsh a lo lejos.
—¡Cuidado! —gritó la bioquímica con fuerza para alertarlos. Cody, Francis y Gorrión Blanco se sobresaltaron, y por reflejo se giraron a mirarla, un instante antes de que Marsh presionara el detonador y el letal proyectil cruzara el pasillo directo hacia su objetivo.
Gorrión Blanco fue la única que logró reaccionar al escuchar la detonación, y alcanzar a ver aquello se dirigía en su dirección. Usando toda la agilidad mental y física que pudo, concentró de inmediato todos sus sentidos, y jaló su mano con violencia hacia arriba, usando su telequinesis para empujar lo más rápido que pudo el proyectil hacia arriba. Éste en efecto se elevó como empujado por una fuerte ráfaga de viento, y se estrelló directo contra el techo sobre sus cabezas, creando una fuerte explosión que sacudió todo el pasillo entero.
El techo voló en pedazos por la explosión, y escombros de éste comenzaron a desplomarse, no sólo contra Cody, Francis y Gorrión Blanco, sino también contra los propios hombres de Marsh, sepultándolos a todos.
—¡No! —exclamó Lisa horrorizada, y tuvo el impulso de correr hacia ellos. Sin embargo, Lucy alcanzó a tomarla, y jalarla hacia atrás. Ambas se lanzaron al suelo, antes de ser alcanzadas por un nubarrón de polvo y pedazos de techo.
— — — —
Mientras se movía escurridiza por los pasillos desolados de la base en busca de alguna salida, Charlie McGee fue sorprendida por la sacudida de aquella explosión. Se encontraba vestida con las ropas que había logrado quitar del cuerpo de Grish Altur, las cuales no habían sido nada fáciles de retirar. Eso incluía una camiseta negra holgada, unos pantalones verdes, botas anchas de combate, y su gabardina verde, cuya manga derecha tuvo que terminar de arrancarle pues aquel pedazo de plástico térmico la había prácticamente cercenado junto con el brazo de su antigua dueña.
Charlie se puso rápidamente en alerta tras el estruendo, en busca de la presencia cercana de algún enemigo. Sin embargo, en el momento en el que el retumbar de la explosión se apaciguó, todo se sumió en una inhóspita calma.
—¿Y ahora eso qué fue...? —susurró en voz baja para sí misma, por supuesto sin recibir ninguna respuesta.
Y aunque el reflejo más natural hubiera sido avanzar en la dirección contraria de dónde había escuchado aquella explosión, ella hizo justo lo contrario y comenzó a caminar con cautela justo hacia allá. No sabía con qué o quién se encontraría, pero su instinto, o algo más, le decía que aquel era justo el sitio en el que debía estar en ese momento.
FIN DEL CAPÍTULO 150
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