Capítulo 14. Imagen de Niña Buena
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 14.
Imagen de Niña Buena
Desde la perspectiva de la mayoría de la gente, pareciera que Lily Sullivan estaba teniendo un terrible día. Después de todo, muy pocas veces empezar la mañana en la sala de urgencias de un hospital, podría considerarse como algo bueno, especialmente cuando apenas se tiene diez años. Sin embargo, aunque las cosas no habían salido exactamente como ella lo esperaba, la verdad era que no podía quejarse. Una vez más había triunfado por encima de todos aquellos que habían querido hacerle daño. Por un momento, cuando el vehículo se dirigía sin freno alguno hacia el agua, realmente pensó que en esa ocasión no la contaría. Pero logró pensar rápido, concentrarse, y hacer que Emily cayera directo en la que había sido quizás su mejor obra. Hubiera sido perfecto si no la hubieran podido sacar del agua, o si los paramédicos no la hubieran logrado revivir. Pero fuera como fuera, ya no importaba. Era prácticamente imposible que volviera a despertar de ese profundo sueño en el que la había sumido; y si acaso existía una remota posibilidad de que eso ocurriese, lo más probable era que despertara como un vegetal andante, incapaz de atarse los zapatos siquiera.
De nuevo, había ganado, y eso era lo único que importaba.
Tenía que usar todo su control propio para que su autocomplacencia no se hiciera visible en su rostro, mientras reposaba en aquella camilla del área de urgencias. Le habían retirado su ropa húmeda mientras dormía, y colocado una holgada bata blanca con estampados de... ¿eran osos?; no importaba realmente. Como si realmente ponerle un estampado bonito a eso hiciera que todo fuera mejor. Las enfermeras la trataban muy bien y ella les sonreía y hablaba de la misma forma, pero moderadamente. Después de todo, dada la situación por la que acababa de pasar, no podía comportarse de manera casual y normal, ¿no? Y al parecer funcionaba, pues podía sentir como todas ellas se lamentaban, diciéndose entre ellas, y a sí mismas, lo afectada y traumatizada que esa pobre e indefensa niña debía de estar.
¿Afectada y traumatizada?, esa no era precisamente la descripción adecuada que ella usaría. Sí resentía un poco lo ocurrido con Emily, en efecto, ya que aquellas últimas palabras que le había dicho eran ciertas; realmente esperaba poder pasar más tiempo a su lado y sentía que juntas podían ser un buen equipo. Pero lo hecho, hecho estaba. Emily había tomado sus decisiones, y ahora ella tenía que ver hacia adelante. Una nueva familia la esperaba a la vuelta a de la esquina; una nueva casa, y una nueva oportunidad para... ¿para qué, exactamente? ¿Qué haría una vez que tuviera un nuevo patio de recreos en el cuál moverse y divertirse? Las posibilidades eran inmensas, pero no se precipitaría esa vez. Se tomaría su tiempo para disfrutarlo todo lentamente, como lo había hecho con sus pobres padres. ¿Quién sabe?, quizás estos nuevos papi y mami puedan mantener su interés por más de sólo diez años; eso dependería mucho de ellos.
Estar recostada en esa camilla la hacía recordar cómo había comenzado todo ello; como la habían llevado al hospital luego del intento de sus padres de quemarla viva. En aquel momento posterior igualmente todos la trataron con suma delicadeza y cuidado en cada acción, como si fuera tan frágil como el papel. En retrospectiva le producía gracia que por un segundo, Margaret y Edward creyeran que tenían la más leve posibilidad de llegar tan lejos, sino fuera porque ella se los permitiera. ¿En qué momento se habrían vuelto conscientes de ello? ¿En qué momento se habrán dado cuenta de que todo era un truco y que sus patéticas esperanzas eran poco más que una cortina de humo? Pobre de su padre ahora muerto, y pobre de su madre que tenía que seguir viviendo con ese peso. Tendría que rezar por ella en cuanto tuviera tiempo; de seguro eso le agradaría.
Alguien corrió la cortina azul que rodeaba su camilla; era una de las enfermeras, que ya había visto por ahí más temprano. Era de hecho la jefa de enfermeras, de nombre Lucy, y escoltaba consigo a Nancy y Robert, que habían ido hasta ahí para hablar con ella. Ambos ingresaron al área que le correspondía, y se pararon a lado de su cama. Lily los miró con mirada apaciguada y algo soñolienta. Lucy por su cuenta, corrió de nuevo la cortina para darles algo de privacidad.
—Hola, Lily —le saludó Nancy, sentándose en una silla a su lado, y compartiéndole una amplia sonrisa amistosa en sus labios rosados—. ¿Te acuerdas de mí?
Lily la miró un segundo, y luego asintió lentamente con su cabeza.
—Eres Nancy. Trabajas con Emily, ¿no?
—Sí, así es.
Lily le sonrió levemente. Claro que sabía quién era; era la mujer que le había conseguido su nuevo hogar. Estaba más que segura de que estaba ahí precisamente para avisarle de ello, y además se encontraba emocionada; aunque claro, igualmente debía disimular.
—¿Cómo está Emily? —Preguntó, proyectando cierta duda y a la vez temor en su voz.
Nancy se disponía a responderle, pero la voz del hombre que la acompañaba se adelantó desde detrás de ella.
—Ella está bien —masculló el oficial cruzado de brazos, estando de pie tras la silla de Nancy—. La están tratando.
Lily alzó su mirada con cautela desde el rostro de Nancy, hacia el de aquel hombre que le acababa de hablar. Ese hombre moreno y de pelo oscuro la miraba con detenimiento, con una expresión bastante impasible que a Lily extrañó un poco.
—Lily, él es el detective Vázquez —comentó Nancy—. Quiere hacerte algunas preguntas sobre lo ocurrido. ¿Crees poder responderle?
Lily siguió mirando al oficial en silencio un rato más, esperando que la intriga que le ocasionaba no fuera tan visible en sus ojos. Asintió entonces de nuevo con su cabeza, aunque esta vez fueron sólo un par de movimientos. Sólo era un policía que venía a preguntarle sobre el lamentable suceso que acababa de experimentar, algo totalmente normal. No había nada de qué preocuparse; ella nunca se preocupaba de nada, después de todo. Sin embargo, estaba recibiendo extraños presentimientos provenientes de aquel individuo, algo que no identificaba aún, pero la ponía intranquila. ¿Qué estaba navegando con exactitud en ese mar de pensamientos que tenía en su cabeza?
—Bien, Lily —comentó el detective, rodeando la silla de Nancy y parándose a su lado, sin quitarle la mirada de encima a la niña en la camilla—. Cuéntame lo ocurrido.
Lily bajó su mirada, y mientras sus dedos se movían inquietos sobre las sabanas, comenzó a relatar todo lo que pasó; o, al menos, su versión de lo que pasó.
—La casa se incendió, y Emily y yo salimos. Luego la policía nos subió al auto de Emily, y... creo que íbamos a la estación. De pronto, y sin decir nada, ella se salió del camino y aceleró. Conducía mirando al frente, sin pronunciar palabra alguna, cada vez más rápido. Me asusté. Le grité que parara, le supliqué, pero no me respondía. No sé qué le pasó. Lo último que recuerdo es que caímos al río... y luego desperté en la ambulancia. No sabía qué le estaba ocurriendo...
Pequeños sollozos se escaparon de su garganta.
—¿Por qué Emily hizo eso? ¿Por qué todos los que están cerca de mí terminan lastimados?
—Ya, tranquila, Lily —intervino Nancy, tomando gentilmente una de sus manos—. No es tu culpa.
Lily siguió sollozando, y luego pasó sus manos por sus ojos, tallándoselos. No había sido la mejor de sus actuaciones, pero con eso bastaba. Los adultos siempre eran bastante fáciles de manipular con algunas cuantas lágrimas de por medio.
—Dime una cosa, Lily —escuchó que el tal Vázquez pronunciaba de pronto, obligándola a voltearlo a ver. Él seguía mirándola de la misma forma, inmutable en lo absoluto—. ¿La señorita Jenkins... es decir, Emily prendió fuego a la casa?
—¿Qué? —Exclamó Lily, confusa.
—Los bomberos creen que alguien le prendió fuego a la casa con gasolina. ¿Fue Emily?
Vázquez se le quedó viendo fijamente sin siquiera parpadear, aguardando por su respuesta.
—Eso supongo...
—¿Estabas dormida cuando ocurrió? —soltó el policía de golpe, un instante menos a un segundo después de su respuesta anterior.
—Sí.
—¿Y quién te despertó? ¿Cómo saliste de la casa?
Lily dudó un instante.
—Emily... ella me despertó.
—¿Antes o después de prenderle fuego a la casa?
—¿Qué? Yo...
Lily parecía comenzar a sentirse enredada por tantas preguntas, una detrás de la otra sin dejarla pensar siquiera con claridad en lo que le preguntaba, o profundizar lo suficiente en su cabeza y descubrir qué era lo que buscaba con exactitud. Miró a Nancy con expresión de súplica, en busca de algo de apoyo.
—Oficial, tranquilícese —quiso intervenir Nancy en su defensa, pero Vázquez la ignoró.
—Dime, Lily, ¿Emily le prendió fuego a la casa, y luego te despertó para sacarte de ella? ¿Para después tirar su automóvil al río para que las dos se ahogaran? ¿Por qué haría todo eso?
—No lo sé —respondió Lily rápidamente, y Vázquez fue capaz de percibir algo de agresión en su voz. Y por ese momento, aunque fuera realmente poco, pudo notar que esa máscara de tristeza y dolor con la que los había recibido, se había rotó lo suficiente para ver a través de ella algo más—. Quizás tenía serios problemas y necesitaba ayuda... como mis padres. ¿Quién puede entender qué piensa una persona así?
Ahora fue Vázquez quien vaciló. Ambos se miraban el uno al otro, como si estuvieran a mitad de una competencia de miradas. Lily, sorprendentemente, le sostenía la suya con aparente facilidad, mientras que él sintió de pronto el deseo de mirar en otra dirección, pero se resistió.
Aspiró con fuerza por su nariz congestionada y soltó su siguiente pregunta.
—¿Conociste a Mike? —pronunció con solemnidad. Un pequeño respingo recorrió el cuerpo de Lily, pero se quedó calmada y en silencio—. El Detective Mike Barron. ¿Lo conociste?
—Era amigo de Emily —respondió con voz calmada.
—¿Era?
—Emily me dijo que falleció, que ocurrió un accidente.
—¿Eso te dijo ella? —Ironizó Vázquez, seguido de una pequeña risilla—. ¿Antes o después de quemar la casa?
—¡Oficial! —Exclamó Nancy, molesta, parándose de golpe de su silla—. ¿Es esto necesario?
Vázquez bufó fastidiado, y sólo le indicó con una mano básicamente que no se entrometiera, lo que terminó por ofender a la trabajadora social, casi al mismo nivel que si le hubiera recordado a su madre.
—¿Viste a Mike anoche? —Continuó Robert, aunque ahora parecía algo más agresivo— ¿Lo viste o hablaste con él?
Lily lo miró fijamente en silencio. Su mirada se había tornado tan notablemente violenta, que incluso Nancy no fue capaz de ignorarlo.
—¿Por qué me está haciendo todas estas preguntas? —Inquirió—. ¿Qué es lo que quiere?
—Sólo contéstame Lily —insistió Vázquez, y entonces se inclinó un poco sobre ella, como si tratara de subyugarla—. ¡¿Hablaste o no con el Detective Barron esta noche?!
—¡No! —Gritó la niña con ahínco, inclinando ahora su cuerpo hacia él, y provocando que Robert por mero instinto se hiciera hacia atrás—. ¡No lo hice! ¿Por qué me están haciendo esto? ¡Yo no hice nada malo!
Su grito puso en alerta a todos en el área de urgencias, y un par de enfermeras no tardaron en venir a reprenderlos por ello. Lily se acomodó de nuevo contra su almohada, sin dejar de ver a Vázquez, el cuál parecía algo afligido. Sin decir nada, salió apresurado del área que pertenecía a la camilla de Lily. Nancy lo siguió con la mirada, pero no fue detrás de él; se quedó con Lily un poco más.
—Está bien, Lily, tranquila. Todo está bien —le decía con dulzura, mientras tomaba su mano entre las suyas.
Lily se puso cómoda, pero no quitó ni un segundo la mirada de la abertura en la cortina azul que la rodeaba, por la cual aquel policía había salido. Algo iba mal... muy mal....
— — — —
Cuando Nancy salió del área de urgencias, se encontró con Vázquez en el pasillo, a unos segundos de terminar una llamada en su teléfono. Se le aproximó apresurada, con sus zapatos resonando con fuerza contra el suelo. Para cuando llegó ante él, ya había terminado su llamada y se guardaba de nuevo su teléfono en el bolsillo de su pantalón.
—¿Qué rayos fue eso? —Le cuestionó con dureza.
—Ella miente —le respondió el oficial con suma simpleza en su tono.
—¿En qué? Si no la dejó decir casi nada.
—Pues en lo poco que dijo, en todo ello mintió.
—¿Y usted cómo sabe eso?
Vázquez se volteó y avanzó hacia un lado del pasillo. Soltó un largo bostezo, y se talló su nuca con una mano. Era evidente que llevaba despierto ya varias horas, incluso desde antes de que saliera el sol.
—Escuche señorita... lo siento, olvidé su apellido.
—Strewell —murmuró Nancy, tajante.
—¿A cuántos asesinos seriales ha conocido?
Nancy arqueó una ceja, confundida.
—¿Disculpe?
—Yo he visto a dos —se apresuró Vázquez a explicar—. Uno como mero espectador mientras testificaba en su juicio, y otro que me tocó interrogar yo mismo. Y en ambos casos me dieron la misma sensación que me dio esa niña: que intentaban fingir emociones y reacciones que en realidad no sentían.
Nancy quedó estupefacta por tales palabras, que no tenía ni idea como interpretar.
—¿Está diciéndome que cree el cuento de esos dos sujetos?
Vázquez bufó, divertido.
—¿La parte de la telepatía?, claro que no. ¿La parte de la psicopatía y que está de alguna forma detrás de todas estas muertes? —Hizo una pequeña pausa reflexiva—. De esa no estoy tan seguro.
—Bueno, pero usted mismo lo dijo: ¿cómo una niña de diez años podría haber provocado todo esto?
—No lo sé —le respondió, encogiéndose de hombros—. Pero si realmente estuvo de alguna manera detrás de la muerte de Mike, y todas esas demás personas, voy a averiguarlo.
Nancy se rindió; no había nada que ella pudiera decir o hacer en ese caso, más allá de lo que ya había hecho. Después de todo, ella era de adopciones; su trabajo era encontrar hogares, padres y niños que pudieran estar bien entre ellos y formar una nueva familia. El hecho de que todas esas personas estuvieran casi complotando para convertir a esa pequeña niña en algún tipo de Charles Manson, le parecía simplemente inverosímil; pero para bien o para mal, no había nada que pudiera hacer para prevenirlo; no en ese momento, al menos.
—Hablaré con mis superiores y con la jueza Brenton sobre esto. Alguien tiene que darle un poco de sentido común a todo este asunto.
—Hágalo, pero mientras tanto ordenaré que la pasen a cuarto, y pediré que pongan un policía en su puerta vigilando que no escape.
—¿Que no escape? —Exclamó Nancy, atónita—. ¿Acaso ya la va a tratar como delincuente cuando ni siquiera sabemos qué pasó aún? Quisiera ver con qué bases pide esa orden.
—No la necesito. Entre policías nos cuidamos, y si esta niña podría ser de alguna forma la asesina de Mike, encontraré a alguien que me haga el favor —sacó de nuevo su teléfono, listo para hacer esa llamada—. Pero tranquila, señorita Strewell. Le prometo que la pondré en un cuarto cómodo, si eso la hace sentir mejor.
Nancy le otorgó una última mirada de desaprobación por ese último hiriente, e inapropiado, comentario. Le sacó la vuelta de mala gana, y se dirigió molesta a ver a Wayne, y luego a retirarse y volver al trabajo.
— — — —
Pasó una hora, quizás una hora y media. Tal y como Wayne les había pedido, Cody y Matilda fueron a la cafetería a esperar. Matilda sorprendentemente había llegado a su límite de cafeína del día; eso, o quizás su mente estaba tan ocupada en tantas cosas, que sencillamente ya no podía considerar la idea de tener más café en su sistema. Como fuera, había optado por simplemente beber agua y comer algo de fruta para compensar su pésimo desayuno. Cody, por su cuenta, sí pidió un café americano, y lo estuvo bebiendo a sorbos pequeños mientras revisaba las noticias y sus redes sociales en su celular. Pasado un tiempo, aquello parece haberlo aburrido, o quizás simplemente se le habían acabado las publicaciones que pudieran entretenerlo.
—Ya se tardaron un poco —comentó Cody un poco bromista, mientras miraba curioso a la entrada de la cafetería—. Quizás no sea posible que nos deje verla después de todo.
Matilda suspiró de forma pesada.
—Lamento tenerte aquí esperando inútilmente, Cody. Si tienes que volver a Seattle...
—No, descuida —Se apresuró el joven maestro a señalar—. Avisé que no iría hoy a clases, así que tengo todo el día.
—¿Qué excusa diste para eso?
Cody sonrió y se encogió de hombros.
—Dolor de estómago.
Matilda sintió incontrolables ganas de reír. Intentó apaciguarlas en un inicio, pero al final tuvo que soltar una sonora carcajada para dejarlo salir y que no se le atorara en la garganta.
—Vaya ejemplo eres para tus alumnos.
Cody también rio, aunque su risa fue un poco más forzada.
—Yo... —balbuceó de pronto, un poco más serio—. Lamento haber mencionado lo de Chamberlain sin consultarte primero. Espero no haberte molestado...
La sonrisa en los labios de Matilda también se esfumó. Miró de reojo a otro lado, y pasó los dedos de su mano derecha de arriba hacia abajo por su sien, como si quisiera apaciguar algún dolor.
—¿Eleven te contó? —Le cuestionó, algo fría en su tono. Cody negó con su cabeza.
—Otro amigo de la Fundación; es algo como un secreto a voces entre nosotros.
Matilda no comentó nada a ello. No era que en verdad le sorprendiera que otras personas de la Fundación estuvieran ya enteradas del asunto, considerando lo buenos que eran varios de ellos para conseguir información; a veces tan buenos que lograban realmente sorprenderla.
Cody, cauteloso, se inclinó un poco hacia ella, y le susurró despacio a modo de secreto.
—¿Realmente estuviste ahí... esa noche?
Matilda permaneció callada unos instantes. Viró su cabeza en dirección a un ventanal que daba hacia uno de los estacionamientos del hospital. Había bastantes autos, lo que se podría interpretar como que había también bastantes pacientes.
—No —respondió abruptamente, algo sombría— Sólo al final.
Cody soltó una exclamación de sorpresa. Se sentó derecho en su silla, y se acomodó sus anteojos.
—Ese incidente puso realmente nerviosos a muchos en la Fundación. Por un momento algunos pensaron que lo usarían como excusa para... no sé, atraparnos y estudiarnos en laboratorios del gobierno, como en las películas.
—Eso no sucederá.
—Yo no estaría tan seguro de eso. –Hizo una pequeña pausa, antes de soltar otra difícil pregunta—. ¿Todo lo que dicen de Carrie White es cierto?
Matilda negó con su cabeza rotundamente.
—Lo siento, esto no es algo de lo que me agrade hablar; no ahora, por favor.
—Claro, claro, lo lamento.
Ambos se quedaron entonces en un incómodo silencio por unos minutos. Matilda no podía molestarse del todo con Cody por mencionar a Chamberlain de esa forma. Para la intención que tenía, era más que lógico hacerlo, siendo un caso tan sonado, además de que él no tenía idea en ese momento de qué tanto ese tema la afectaba en realidad, o si precisamente estaba de alguna forma involucrada o era sólo un rumor.
Sin embargo, lo que le perturbaba un poco era las extrañas maneras en la que ese incidente parecía involucrarse en su rutina esos días. Primero Eleven, luego Samara, y ahora Cody, sin contar la corta conversación con su madre que ella misma había comenzado al mencionarlo. ¿Sería sólo una coincidencia? Debía de serlo; si no, ¿qué otra cosa podría ser? ¿Algún tipo de señal?, ¿advertencia quizás?
Sin darse cuenta, mientras meditaba en todo ello se había estado mordiendo el labio inferior, cada vez con más fuerza hasta lastimárselo un poco. Chisteó y se tocó su labio enrojecido con la yema de sus dedos, doliéndole un poco al más ligero tacto. Comenzó a sentir algo en todo su cuerpo que sólo podía ser descrito como "un muy mal presentimiento". No era la primera vez que los tenía, pero aún no lograba comprender qué tanto caso podía hacerles realmente. Matilda era consciente de que existían algunos resplandecientes con la capacidad de ver el futuro inmediato en sus sueños o en visiones; sus presentimientos difícilmente podrían ponerse a ese mismo nivel. Pero de todas las habilidades especiales que se obtenían como resultado del Resplandor, las que entraban dentro de esa categoría eran las que le eran más difíciles de interpretar.
Mover objetos, leer las mentes, crear ilusiones, poder ver y comunicarse con personas a kilómetros de distancia, obligar a la gente a hacer algo; todo ello hasta cierto punto, obedecía a algo tangible y visible. Incluso cuando se veía el pasado al tocar un objeto o alguna persona, igualmente podía comprenderlo, haciendo una relación entre sucesos ocurridos y el rastro que dejan a su paso. ¿Pero cómo podía exactamente alguien tener presentimientos o visiones del futuro? ¿Cómo podía alguien ver u oír algo que aún no ocurría? La única forma que se le venía a la mente para explicarlo era que el futuro de alguna forma dejaba un rastro en el presente así como el pasado, pero no entendía como eso podría ser cierto. Aunque claro, de las tantas diferentes ramas que había estudiado a lo largo de su vida, la Física Cuántica, la Teoría de Cuerdas, y todo aquello involucrado con algo que intentara explicar el curso del tiempo de una forma diferente, no eran de ellas. Y aunque lo fueran, no estaba segura de que algo de eso pudiera aplicarse a la realidad de aquellos como ella, que percibían el mundo y el tiempo de una forma bastante más... inusual.
¿Cuál sería el origen de ese presentimiento? ¿Tenía algo que ver con Carrie?, ¿Con esa niña de nombre Lily? ¿Con Samara? ¿Era algo que iba a pasar o tal vez estaba pasando en ese mismo momento? Quizás realmente no era nada, y sólo era alguna de esas sensaciones incómodas que la gente común que no resplandece tenía a veces, y que la mayoría del tiempo no significaban nada.
Como respuesta a su plegaria silenciosa de que algo la distrajera de todas esas cavilaciones, notaron de pronto al señor Wayne entrando apresurado por la puerta de la cafetería. Ambos se pusieron en alerta, parándose de sus sillas casi al mismo tiempo. Wayne se aproximó directo a su mesa, pero antes de hablar, miró sobre su hombro como si intentara asegurarse de que no había oídos conocidos cercanos. No los había, por suerte.
—Lily ya salió de emergencias y se dirige a su cuarto —les susurró despacio.
—¿Podemos verla? —cuestionó Cody, algo apurado, a lo que Wayne asintió.
—Sólo sean discretos. Vázquez pondrá a un policía en la puerta, pero es un viejo conocido. Intentaré convencerlo de que nos deje pasar un minuto.
—Muchas gracias —exclamó Matilda, tomando de regreso su bolso y maletín.
Wayne les indicó que lo siguieran, y así lo hicieron hacia fuera de la cafetería y hacia el pasillo.
— — — —
La camilla de Lily se movía por los pasillos hacia su cuarto, siendo escoltada por dos camilleros y la enfermera Lucy. En todo el camino, la niña no había pronunciado palabra alguna, aunque la enfermera de cabellos oscuros le preguntara o dijera algo. Parecía pensativa, o quizás molesta por algo.
Cuando llegaron al cuarto, no le sorprendió ver ahí a ese detective otra vez, el mismo que la había estado interrogando. Pero además estaba acompañado de alguien más: otro policía, de piel oscura, alto y robusto, de barba negra de candado, y cabello casi al ras. Usaba un típico uniforme de policía, de camisa azul y pantalón negro, con su placa reluciente en su pecho, y su nada discreta arma enfundada en su cintura. Tenía sus manos sujetas a su cinturón, y la miraba con estoica seriedad mientras los encargados acomodaban su camilla y demás accesorios. Ninguno de los dos policías le quitó la mirada de encima en ningún momento durante ese proceso, y ella, a su vez, los miraba a ellos, aunque de forma un tanto más discreta.
Una vez que estuvo instalada, Vázquez se aproximó, agradeció a la enfermera con un gesto de su cabeza, y luego se paró a un lado de la camilla, con una postura bastante prepotente en su forma de pararse.
—¿Estás cómoda, Lily? —Le cuestionó con cierta ironía en su tono. La niña, siguió sin decir nada—. Él es Butch, el Oficial Butch. —Señaló entonces hacia el otro policía en la habitación—. Estará afuera para cuidar tu puerta, ¿de acuerdo?
—¿Para qué? —Soltó Lily, notoriamente a la defensiva. Vázquez sonrió, como si su reacción le provocara algún tipo de satisfacción.
—Es por tu propia seguridad, por supuesto.
Seguridad, claro que sí. La cabecera de la camilla se encontraba un poco levantada en un ángulo cercano a los cuarenta y cinco grados, por lo que cuando Lily se pegó por completo hacia atrás y hundió su cabeza en la suave almohada de funda blancas, pudo clavar su mirada en la pared al frente, como si nada más, y nadie más, en ese cuarto existiera.
Fue evidente para Vázquez que no tenía interés en seguir actuando como niña inocente ante él. Eso, o quizás aún no decidía exactamente cuál sería su siguiente paso de acción. Como fuera, no le quitaría los ojos de encima mientras pudiera. La mantendría en esa bonita habitación de hospital el tiempo que fuera necesario, como una pequeña celda, hasta que pudiera investigar lo suficiente y determinar cómo estaba involucrada en la muerte de Mike y todas las demás personas. Sabía que lo tratarían como un loco, sabía que más de uno reaccionaría con desconcierto y aversión ante su idea de perseguir a una niña de diez años por crímenes tan horrendos. Pero si lograba llegar a la verdad detrás de todo eso, poco le importaba realmente si lo tachaban de estar tan loco como esos dos charlatanes que acababa de conocer esa mañana.
—Dejémosla descansar, por favor —indicó la enfermera Lucy para que todos salieran del cuarto—. Cualquier cambio, les avisaré.
Los camilleros, la enfermera y los dos policías salieron al pasillo, dejando a Lily sola en el cuarto. Cuando cerraron la puerta detrás de ellos, ella seguía viendo fijamente a la pared en sepulcral silencio.
Una vez afuera, Vázquez hizo que él y el Oficial Butch se apartaran un poco para poder hablar entre ellos.
—Mantente muy atento —le indicó el detective al oficial—. Que nadie, a excepción del personal del hospital propiamente identificado, entre o salga hasta que lo indiqué. ¿De acuerdo?
—Descuide, detective —le respondió Butch con voz grave y firme—. Pero, ¿en verdad cree que sea necesario? No parece precisamente muy peligrosa.
—No te confíes —le respondió con bastante firmeza en su voz—. No le dirijas la palabra siquiera si no es necesario. No puedo probar aún si ha hecho algo ilegal, pero puede ser más manipuladora de lo que parece. Abre bien los ojos, ¿de acuerdo?
Butch asintió con su cabeza, aunque seguía sin estar del todo seguro. Hacía eso como un favor para el detective Vázquez, y además por Mike Barron, que también había sido un buen amigo suyo. Aunque le era difícil entender como una niña como esa podría estar detrás de su muerte, igual no tenía motivo para dudar de Robert. De todas formas sólo sería por un rato, o eso esperaba.
Vázquez le dio un par de palmadas en su brazo derecho, y se alejó por el pasillo hablando con Lucy, posiblemente dándole algunas indicaciones finales también a ella. Butch tomó su lugar de pie justo frente a la puerta, con sus manos juntas al frente y postura firme.
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A pesar de estar la puerta cerrada, Lily pudo verlos y escucharlos. Pudo oír a ese detective hablar con ese policía y con la enfermera, dándoles instrucciones y advertencias sobre ella. Pudo sentir en su mente como maquinaba cientos de formas para atraparla, para engañarla, para encerrarla, y cómo no le importaba si se trataba de una inofensiva niña de diez o no.
Lily maldijo en silencio, y golpeó el colchón con ambas manos con fuerza unas tres veces. No podía creer que enserio hubiera pasado eso. ¿En qué había fallado?, ¿cómo era que la habían descubierto? ¿O en realidad ese sujeto sólo estaba fanfarroneando? Debía de serlo, no había forma posible de que tuviera alguna pista real de que ella... ¿de que ella qué? ¿Había hecho que Doug se golpeara con su propio baño cuando ni siquiera estaba ahí? ¿Qué su padre se encajara un tenedor estando encerrado tras cuatro paredes? ¿Qué ese molesto policía se diera un tiro a sí mismo? ¿Qué Emily enloqueciera, quemara su casa y se lanzara al río junto con ella?
Era absurdo, no había ninguna ley o ciencia actual pudiera probar que ella tuvo incluso remotamente que ver con alguna de esas cosas, mucho menos culparla de algún crimen. Y sin embargo ahí estaba, encerrada en ese cuarto, con un guardia custodiando la única salida.
Y todo por ese estúpido y presuntuoso detective que de seguro se creía Sherlock Holmes detrás de un escurridizo asesino. ¿Qué haría para quitárselo de encima? ¿Qué perdiera el control de su vehículo al ver de pronto a un lobo o alguna otra fiera sentada a su lado mientras conducía, y termine hecho pedazos contra la defensa de algún camión de carga? ¿Qué comenzara a ver a todos a su alrededor con caras de monstruos de pesadilla, empezara a disparar indiscriminadamente y sus propios compañeros tuvieran que acribillarlo? O incluso podría hacer que se cortara sus propias muñecas en un intento desesperado de librarse de los cientos de gusanos como comenzaba a ver salir de su piel como si brotaran de la tierra misma.
Había tantas opciones, cada una más apetecible que la anterior... Pero no, no podía hacer eso, no aún. Deshacerse a un policía había sido de seguro lo que la había puesto en esa situación. De no haber hecho lo que hizo a ese tal Mike esa misma noche, todo hubiera quedado como Emily fuera de sí, sin nada más sospechoso que eso. ¿Pero qué podía hacer? Ese sujeto iba en camino a casa de Emily con una escopeta, listo para meterle un tiro en la cabeza si no lo hacía ella primero. En perspectiva, prácticamente había sido defensa propia.
Fuera como fuera, lo cierto es que se había confiado. Pensó que siempre que mantuviera su imagen de niña buena ante todo, nadie jamás llegaría a pensar siquiera que ella pudiera ser algo más que eso, y que todos aquellos que sí lo hicieran, terminarían en manicomios, medicados o muertos. Pero al parecer esa imagen ya no era suficiente. Las máscaras se estaban desquebrajando, y debía pensar rápido en qué hacer a continuación, así tuviera que revelarse como lo que realmente era y reducir todo ese hospital a cenizas para ello.
De pronto, un ajetreo del otro lado de su puerta llamó su atención.
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Butch soltó un agudo bostezo, y se sintió un poco avergonzado por ello, pues apenas acababa de comenzar ese trabajo de vigilancia. Cuidar a alguien en el interior de un hospital, debía de ser bastante aburrido. Ese tipo de lugares casi siempre eran muy tranquilos, después de todo. Y además se trataba de una niña pequeña; ¿qué tanto podía hacer para intentar burlarlo? Lo cierto es que la niña que estaba en el interior de ese cuarto, efectivamente tenía varias formas de burlarlo, y sin que se diera cuenta siquiera. Pero para bien o para mal, él no tendría oportunidad de verlo con sus propios ojos.
Un fuerte estruendo, y un par de gritos a su zurda lo pusieron en alerta de golpe. Por mero reflejo, resultado de todos esos años que había pasado en las calles, llevó su mano derecha a su arma, listo para desenfundar en cualquier momento si era necesario. Por suerte no lo necesitó, aunque era difícil decir si "suerte" era la forma indicada de llamar a ello. Tardó un poco en entender qué era lo que veía, pero parecía como si dos camillas hubieran chocado entre ellas, se hubieran volcado y ahora los pacientes, una señora mayor, y un hombre flacucho y pálido, yacían en el suelo, quejándose de dolor con gemidos lastimeros. Un grupo de enfermeras y un doctor intentaban ayudar a levantarlos, pero todos se veían bastante confundidos.
Butch sin proponérselo dio un par de pasos en esa dirección, pero luego se detuvo. Debía, y definitivamente quería, ayudar, pero... ¿y la niña a la que cuidaba? Debatió un rato sobre qué hacer, pero al final se dio cuenta de que sólo se movería unos cuantos metros, bastante cerca como para que pasara algo y no se diera cuenta. Convencido por ese pensamiento, se apresuró a acercarse a la escena del choque, listo para usar sus grandes y fuertes brazos para levantar a la señora del suelo, ya que las enfermeras parecían estar batallando en encontrar la forma correcta de hacerlo; además del hecho de que la mujer gemía con mucho dolor mientras se sostenía el vientre.
El oficial de policía se fue tan decidido y directo a realizar su labor, que apenas y notó por el rabillo del ojo a la niña de cabellos negros que paso a su lado, caminando tranquilamente en su dirección contraria. Lo que sí pudo ver mejor fue el globo con la palabra "mejórate" que flotaba sobre su cabeza, pero igual no le puso mucha atención y siguió andando. Una niña con un globo de regalo a un paciente en un hospital, ¿qué habría de raro en ello?
Una vez que ambos pacientes estuvieran de nuevo en sus camillas y le cuestionara a una de las enfermeras sobre qué fue lo que pasó, ésta le respondería que no lo sabía. Que de alguna forma el seguro de las ruedas de la camilla de la señora se habían soltado, pero la camilla había salido casi volando por el pasillo hasta chocar con la del señor; como si alguien la hubiera empujado apropósito.
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La puerta del cuarto se abrió, y lo primero que Lily vio asomarse fue el globo de colores pasteles. Antes de que pudiera procesar exactamente qué era aquello, un poco más debajo se asomó la cabeza de una persona, que recorrió con sus ojos café oscuro toda la habitación, hasta centrarse en ella. Una amplia sonrisa, se dibujó en los labios rosados de aquella persona, enseñando incluso un poco de sus dientes, demasiado blancos y rectos para ser ciertos. Ingresó un poco después con rapidez al cuarto, cerrando la puerta detrás suyo, con la evidente intención de no hacer el menor ruido. Sus movimientos eran tan expresivos y sobreactuados, como los de un niño haciendo una travesura... Y en realidad eso era: una niña, quizás de su misma edad, pero no podía estar segura de ello a simplemente vista. Tenía hermoso cabello negro un poco rizado, sujeto con dos colas a cada extremo de su cabeza, atadas con listones verdes. Tenía el rostro muy blanco, con adorables pecas decorándole sus pómulos. Usaba un vestido color verde a cuadros, y sobre éste una chaqueta de mezclilla, y mallas negras le cubrían todas sus delgadas piernas. Pero el accesorio más llamativo, era sin lugar a duda una gargantilla negra con encaje que usaba alrededor del cuello.
Lily la contemplaba en silencio, entre confundida e intrigada. En cuanto entró al cuarto, la extraña soltó el globo que traía y éste se elevó hasta quedar pegado al techo. Se aproximó a la cama con naturalidad, sin retirar esa coqueta sonrisa de sus labios. Tomó una silla para las visitas y la alzó, quizás para no hacer ruido al arrastrarla, y la colocó justo a su lado. Se subió entonces a la silla, poniéndose de rodillas sobre ésta, todo esto sin pronunciar aún palabra alguna. Una vez en la silla, se acomodó su falda y un par de cabellos que se habían movido de su casi perfecto fleco. La miró de nuevo, le volvió a sonreír, y entonces pudo escuchar al fin su voz.
—Hola —exclamó con un gesto amistoso—. Tú debes ser Lillith, ¿no? —La niña en la camilla achicó un poco sus ojos—. ¿O... prefieres que te llamen Lily?
La sonrisa de aquella extraña se hizo aún más prominente haciendo que sus pómulos sobresalieran y sus dientes se enseñaran más. Al inicio sólo estaba un poco confundida, pero en cuanto la escuchó hablar todas esas dudas se convirtieron en absoluta incertidumbre. No tenía idea aún de quién era esa niña, pero algo en lo más profundo de su interior le estaba gritando con fuerza que fuera quien fuera... o más bien fuera lo que fuera... no era ni remotamente lo que parecía ser. Era algo mucho más peligroso...
FIN DEL CAPÍTULO 14
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