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Capítulo 138. Duelo a Muerte

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 138.
Duelo a Muerte

Esther se lanzó rápidamente hacia un lado, esquivando la inminente tacleada del cuerpo de Eli, que rebotó con fuerza contra la puerta del cuarto. Saltó justo después al frente, en dirección a dónde había caído su pistola. Tomó el arma firmemente con una mano, y se giró rápidamente hacia Eli, pero ésta ya estaba en esos momentos a unos cuántos pasos de ella. Con un fuerte manotazo, la chica vampiro le arrancó el arma de sus dedos, y ésta voló por el aire en dirección a las camas. Casi al instante siguiente, le propinó un revés con su otra mano directo a la cara, y el cuerpo entero de Esther giró sobre sí misma y se precipitó al suelo de narices.

Se apresuró rápidamente a girarse de espaldas, pero en cuanto intentó levantarse Eli se colocó sobre ella, tomándola con fuerza del cuello con sus manos, y comenzó a apretarlo entre sus dedos, estrangulándola como hace un rato. En esa ocasión, sin embargo, Esther no tenía a la mano su cuchillo para defenderse, así que su reacción inmediata fue intentar apartar aquellas poderosas pinzas que tenían capturado su cuello, golpearlas, incluso arañarlas. Pero aun teniendo a su favor la fuerza adicional que en teoría debería proporcionarle el dolor y la muerte del tal Owen, no era capaz de quitársela de encima. Y Eli, por su parte, ni siquiera pestañeaba o mostraba alguna señal de reacción. Estaba inmóvil, contemplándola fijamente con esos ojos fríos y profundos.

Esos ojos...

Esther extendió de pronto su mano derecha hacia el rostro de Eli, tomándola con fuerza de un costado, y sin menor miramiento presionó su pulgar entero contra su ojo izquierdo, hasta casi introducirlo por completo en su cuenca.

Eli soltó un potente rugido de dolor e ira al aire, y rápidamente se hizo hacia atrás, llevando ambas manos a su ojo lastimado. Esther alzó en cuanto pudo una pierna, y le estampó una patada directa en su abdomen, derribándola al suelo. Se puso de pie de un salto, y estando Eli aún en el suelo presionando su ojo, la volvió a patear con fuerza: en el abdomen, en la cara, en el pecho... Eli gruñía con cada golpe y se retorcía. Sin embargo, en un momento logró reponerse lo suficiente para detener una de las patadas de Esther con sus propias manos, tomándola con firmeza de su tobillo para luego jalar su cuerpo entero hacia un lado con suma facilidad, y prácticamente estrellarla contra la alfombra.

Esther terminó aturdida tras ese golpe, pero en cuanto vio que Eli a su lado intentaba levantarse, ella se apresuró a hacerlo primero y lanzársele encima para taclearla. Y aunque no pudo derribarla del todo, la tuvo lo suficientemente cerca para alzar su puño derecho y propinarle un golpe directo en el centro de su cara. Y aunque el golpe claramente la lastimó, no fue lo suficientemente para que la niña vampiro sucumbiera.

Ambas comenzaron a forcejar, intentando de alguna forma tirar a la otra al suelo, golpearla, o en el caso de Eli arañar a su contrincante con sus afiladas garras que lograron hacerle unas largas y profundas rasgaduras en el brazo derecho de Esther. Ésta se mantuvo serena, no dejando que el dolor de aquella herida la hiciera titubear, y en su lugar volvió propinarle otro puñetazo, en esa ocasión en su mejilla derecha, dejándole una amplia marca rojiza con la forma de su puño.

Mientras se zarandeaban y golpeaban la una a la otra, se fueron moviendo por prácticamente toda la habitación. En un punto, pasaron lo suficientemente cerca de la ventana del cuarto, y Esther aprovechó esto e hizo que ambas se giraran hacia ella. Y, aprovechando el mismo impulso que Eli llevaba al atacar, que la cara de ésta se estrellara directo contra el cristal de la ventana, rompiéndolo en el acto.

Pedazos de vidrio cayeron hacia el exterior, y unos cuantos en el interior. Eli quedó mareada y confunda por ese golpe. Un largo tajo se había formado en su frente, y una pequeña cascada roja le brotaba de ésta y le baja por el rostro. Antes de que se recuperara del todo, Esther se le lanzó por detrás, la tomó del cabello con fuerza, y empujó la cara de Eli contra la ventana; o, más específico, contra los filosos y peligrosos pedazos de vidrio que había quedado en el marco de ésta. Eli logro reaccionar, oponiendo resistencia y empujándose con sus manos quedando su rostro a escasos milímetros de la peligrosa punta de uno de esos vidrios. Esther no se rindió y siguió empujándola con todas sus fuerzas, y por su posición tenía cierta ventaja; la suficiente para que la orilla de uno de esos vidrios acariciara al mejilla de Eli, abriéndole otro corte más pequeño, pero que igual comenzó a sangrarle notoriamente.

Eli alzó sus piernas, y con sobresaliente elasticidad logró apoyar sus pies contra la parte del muro debajo de la ventana. Y empujándose con fuerza con sus piernas, logró hacer que ambas fueran lanzadas hacia atrás, cayendo de espaldas contra la cama más cercana.

Esther intentó apartarse lo más rápido que pudo, mientras la vampiro intentó tomarla por detrás para pegarla a la cama y someterla. Su boca se abrió grande, y sus colmillos de prepararon para desgarrar el cuello de Esther, pero ésta se apresuró a lanzar un codazo directo hacia atrás, estrellándolo contra un costado de la cabeza de Eli para quitársela de encima, y entonces poder arrastrarse por la cama lejos de ella.

En su desesperación, Esther incluso tomaría una de las almohadas e intentaría golpear con ella para alejar a su atacante, pero ésta no tendría problemas para partirla en dos con sus garras. Eli se le lanzó encima, prácticamente volando entre los restos de la almohada aun flotando en el aire. Agitó una mano con violencia frente a ella, y Esther pudo sentir como esas garras le rasgaban sus ropas a la altura del pecho, alcanzando también su piel de manera superficial, pero no por eso resultando menos doloroso.

Esther cayó de la cama de espaldas contra la alfombra tras su movida para intentar esquivar ese último ataque, y Eli no tardó en saltarle encima. Pero Esther no se lo pondría fácil. Mientras la vampiro seguía en el aire precipitándose hacia ella, alzó rápidamente su pierna derecha, estampándola la suela de su zapato directo en la cara y haciendo que su cuerpo se precipitara hacia atrás. Así que ahora fue Esther la que pudo colocarse encima, sentándose sobre ella en el suelo, y la tomó firmemente de su cuello con una mano para mantener su cara fija lo suficiente para propinarle otra serie de golpes directos contra ésta.

La golpeó una, dos, tres... varias veces seguidas. Estrelló su puño directo contra la cara de aquella criatura sin menor pudor o vacilación. Marcas rojizas y rastros de sangre comenzaron a decorarla, pero los nudillos de Esther parecían aún más afectados; no tardó en sentirlos lacerados y magullados, pero ni así dejó de golpearla.

Aún a pesar de los constantes golpes, Eli la miraba desde su posición, sus ojos hirviendo de rabia, en especial aquel que Esther le había picado con su pulgar que se veía enrojecido, irritado. Entre un golpe y otro, la vampiro estiró una mano hacia Esther, tomándola con firmeza también de su cuello, e incluso clavando sus garras en su piel. Jaló entonces su mano de regreso con increíble velocidad, desgarrando casi por completo el costado de su cuello, y haciendo que un lago chorro de sangre brotara de éste hacia el frente, manchando la cara de Eli.

Azorada, Esther se apartó rápidamente de un salto, y retrocedió con torpeza con sus manos aferradas a la horrible herida de su cuello para intentar parar la hemorragia. Se sintió mareada y débil de golpe. Su espalda topó con la pared mientras retrocedía, y terminó cayendo de sentón al suelo entre la silla del cuarto, y la entrada del baño cuya puerta apenas se sostenía de una bisagra.

De seguro ese monstruo le había rasgado la yugular. Aquello la inquietó severamente, pues considerando la sangre que ya había perdido hace poco por culpa del tal Owen, no creía poder darse el lujo de perder más, ni siquiera con su curación acelerada. Además, daba igual qué tan rápido se curara si esa cosa la hacía pedazos antes de que eso ocurriera. Y con horror supo que eso era bastante posible, cuando la vio alzarse en ese momento, lista para volver a atacarla.

Eli tenía el rostro amoratado y varias heridas evidentes en el cuerpo derivadas de todos los forcejeos que habían tenido, pero parecía lo suficientemente entera para terminar el trabajo. Incluso tuvo el atrevimiento de acercar a su boca la mano con la que había herido a Esther, y comenzar a pasar su lengua entre sus dedos, saboreando con ella la sangre que había quedado impregnada en ellos.

«Pero qué perra» pensó furiosa, lo mejor que su debilidad se lo permitía.

Necesitaba ponerse de pie y seguir luchando, porque si se quedaba ahí sentada esa cosa terminaría por destriparla y comerla desde adentro; aquella imagen se hizo tan vivida en su mente que habría jurado que era una premonición y no sólo un producto de su imaginación.

Retiró una mano de su cuello y la estiró por el suelo, intentando apoyarse para así alzarse. Sus dedos de pronto rozaron algo, justo debajo de la silla a su lado. Esther desvió su mirada en esa dirección, en el mismo instante en el que Eli se lanzó hacia ella de nuevo, con sus garras y colmillos más que listos para desgarrar a su víctima. Esther sólo tenía unas fracciones de segundo para reaccionar, pero no necesitó mucho pues en cuanto sus ojos se posaron en el objeto que sus dedos habían tocado lo reconoció: su cuchillo. Ahí había caído luego de que esa mocosa la arrojara por el aire.

Sin titubear, tomó rápidamente el arma por el mango entre sus dedos, y lo alargó hacia al frente en el momento justo en el que Eli ya estaba prácticamente sobre ella. La hoja entera del arma se clavó justo en el centro del cuello de la vampiro, hasta casi salirse por el otro lado. Los ojos de Eli se abrieron grandes, asombrados, pero también algo asustados por la sensación de aquella filosa hoja atravesándole el cuello. La sangre comenzó a amontonarse en su garganta, escurriendo por su boca y haciéndola sentir ahogada.

Eli agitó una mano con desesperación, golpeando a Esther para hacerla a un lado. Esther golpeó la silla, derribándola, y cayó al suelo sobre su costado. Cuatro líneas rojas paralelas hechas por las garras de la vampiro se dibujaron a un costado de su cara. Estando ahí tirada, Eli la tenía a su merced. Sin embargo, el cuchillo en su garganta, que se había quedado ahí enterrado incluso después de que Esther lo soltara, pareció preocuparle más de momento.

Se tambaleó torpemente hacia un lado, regando sangre de su boca y herida en las paredes y suelo mientras avanzaba. Su cuerpo se precipitó hacia el interior del baño, cayendo de rodillas en el piso de éste. Llevó ambas manos al mango saliente del cuchillo, y lo retiró de un sólo tirón. Una explosión de sangre brotó de la herida ahora completamente expuesta, pintando las paredes y las baldosas.

Eli tiró el cuchillo a un lado, y apoyó sus manos contra el suelo. Intentó calmarse y concentrarse para que la herida de su cuello se cerrara antes de que se desangrara. Pero podía sentir que esa, y todos los demás golpes, rasguños y raspones que le habían propinado esa noche, no lograrían curarse del todo, en especial considerando la sangre que había perdido. Se sentía débil y mareada. Necesitaría alimentarse para poder recuperarse, y también dormir lo más posible para que el sueño la ayudara a curarse más rápido. Pero no podría hacer ninguna de las dos cosas si no acababa con esa bruja...

Intentó alzarse de nuevo, dispuesta a terminar con ello. Pero apenas había lograr alzarse lo suficiente para considerarse "de pie" cuando sintió de pronto como Esther la tomaba con brusquedad desde atrás, una mano en sus cabellos, y otra en su nuca. La mujer de Estonia había logrado recuperarse primero, y entrar como embestida al baño. Y antes de que Eli lograra reaccionar, Esther la jaló con brusquedad hacia un lado, haciendo que la cabeza de la vampiro se estrellara contra lo que quedaba del espejo del baño, rompiéndolo aún más y abriéndole la cabeza.

Eli gruñó y se zarandeó como un animal, intentando quitársela de encima, incluso lazándose contra las paredes para golpearla contra éstas. Esther se aferró firmemente con sus brazos a su cuerpo, manteniéndose de pie e intentando a la vez de someterla. Era claro que la vampiro estaba más débil que antes, pero Esther también lo estaba así que ninguna cedía ni un poco.

En un momento Esther logró presionar sus pies contra la orilla de la tina, y teniendo a Eli aún sujeta de su cuello con ambos brazos, se apoyó con sus pies contra la tina, empujando el cuerpo de ambas hacia adelante. Eli se precipitó hacia el frente, y su frente chocó contra la orilla del lavabo, agrietándolo un poco y haciéndose una tremenda herida que para un ser humano normal quizás habría sido fatal.

Eli cayó al suelo aturdida, pero se apoyó en sus manos para intentar evitar caer del todo. Aquella posición, sin embargo, fue ideal para que Esther la tomara de nuevo sus cabellos y cuello, la alzara con brusquedad, y le estrellara de nuevo la cara contra el lavabo una, y otra, y otra vez, con todas las fuerzas que le quedaban en su pequeño cuerpo.

—¡¡¿Por qué... no... te mueres... de una maldita vez?!! —gritó exasperada mientras seguía lanzando la cabeza de Eli sin descanso contra la porcelana, hasta que ésta se rompió totalmente, y el cuerpo de la vampiro se precipitó de nuevo al piso sin oposición.

Esther no pudo mantenerse más tiempo de pie, y el esfuerzo de esa última jugada le cobró caro y terminó ella también por caer al suelo de espaldas en el piso del baño. Jaló aire con desesperación a sus pulmones, que le dolían horriblemente junto con casi todas las demás partes de su cuerpo.

Ya no podía más. Sus piernas, sus brazos, su cabeza... nada le respondía. Era casi como estar de nuevo sumergida en ese maldito lago congelado, con todo su cuerpo apagándose mientras se perdía en aquella oscuridad y frío. Era sin lugar a duda lo más cercano a la muerte que se había sentido desde aquel instante.

Y estaba bastante cerca de permitirse caer en la inconsciencia, y que pasara lo que tuviera que pasar. Sin embargo, por el rabillo del ojo pudo ver como el cuerpo de aquella mocosa se movía y agitaba, hasta comenzar a pararse con movimiento lentos y temblorosos, incluso apoyándose en las ruinas que habían quedado del lavabo.

«No puede ser» pensó sorprendida, y claro hasta cierto punto aterrada.

De pie a muy duras penas, Eli se giró hacia ella y la miró. O al menos le pareció que la miraba, pues en realidad era difícil determinarlo pues todo el rostro de aquella criatura estaba cubierto de sangre, totalmente magullado y desfigurado. Su nariz estaba totalmente torcida, e incluso uno de sus ojos parecía fuera de lugar, y el otro se veía nebuloso. Dio un paso hacia ella, luego dio otro, y otro más... y entonces dejó de avanzar, y en su lugar su cuerpo entero se derrumbó hacia el frente sin oposición alguna, cayendo encima de Esther con su cara contra su abdomen.

El peso de aquella niña contra ella sólo empeoró el dolor de Esther, pero fue más la sorpresa. Se forzó a alzarse sobre sus codos y poder mirarla mejor. Había caído claramente inconsciente. Dudaba mucho que estuviera muerta, pero parecía que ahora sí se quedaría quieta por un buen rato.

Y así había terminado, aparentemente, su duelo a muerte.

Esther la empujó hacia un lado como pudo para quitársela de encima, y el cuerpo de Eli rodó hasta quedar sobre sus espaldas. Por suerte, siguió sin reaccionar. Esther comenzó su complicado intento de pararse, pues su cuerpo ciertamente no cooperaba en lo absoluto. Ya de pie, avanzó renqueando hacia la puerta, usando cada fibra de su ser para no volver a desplomarse. Ya en la puerta por poco y le pasó, pero logró apoyarse en el marco para no caer.

El cuerpo de dolía horrible. No le parecía haber estado tan herida desde que salió de aquel lago congelado, así que desconocía cómo reaccionaría con exactitud su nuevo cuerpo y sus habilidades de curación a un daño como ese. Si debía adivinar, diría que tardaría bastante en volver a la normalidad, si es que lograba hacerlo del todo. Pero lo importante era que estaba con vida. Una vez más la muerte misma había ido por ella, y le había pateado las bolas en su lugar.

Salió del bañó y recorrió el cuarto con la vista, en busca de su pistola. La divisó a pie de las camas, cerca del cadáver del tal Owen. Se acercó a ella, casi teniendo que arrastrar su pierna derecha al avanzar, y se agachó para recogerla. Retiró el cartucho para revisar cuántas balas le quedaban; debían ser al menos unas siete. Colocó de nuevo el cartucho en la cámara del arma, y volvió cojeando al baño. Eli seguía tendida en el baño, así que no perdió el tiempo y apuntó el cañón directo a su cuerpecito. Aunque al hacerlo, se dio cuenta de que su vista se hallaba borrosa y sus manos temblaban un poco por la debilidad, por lo que antes de poder dar el primer disparo tuvo que bajar el brazo y tomarse un respiro. Era como si toda esa última travesía para simplemente ir a recoger la pistola hubiera sido tan extenuante para ella como haber corrido un maratón.

Al final decidió ahorrar sus balas. Igual de seguro no podría matarla con ellas.

«Quizás con una maldita estaca en el corazón» pensó un tanto divertida.

Colocó la pistola guarda a sus espaldas, y decidió entonces mejor salir de ese cuarto y largarse de ahí. No sabía qué tanto tiempo esa cosa estaría dormida, así que era mejor que se apresurara.

Al abrir la puerta del cuarto y asomarse al pasillo, le sorprendió ver a Lily aún ahí, en lugar de haber huido como obviamente debía haber hecho. Sin embargo, la niña no sólo estaba ahí tirada en el piso en donde la había dejado, sino que se encontraba totalmente quieta, y sus ojos cerrados. La posibilidad de que estuviera muerta inundó la mente de Esther, y sobreponiéndose lo suficiente a su estado tan deplorable, se acercó presurosa y se agachó a su lado. Aproximó su oído a su rostro, y logró captar el pequeño siseo de su respiración. Era escaso, pero estaba presente.

Como si su cercanía la hubiera perturbado de alguna forma, Lily soltó un quejido doloroso y movió su cabeza hacia el otro lado, pero sin abrir aún los ojos. Al moverse, dejó por completo expuesto el costado de su cuello. La mordida que aquella lunática le había hecho parecía ya no sangrar demasiado, pero no se veía nada bien.

—Oye, levántate de una buena vez —le exigió Esther, sacudiéndola con una mano, pero Lily siguió con reaccionar—. ¡Qué te levantes! —le gritó con fuerza, obteniendo el mismo resultado—. ¡Arriba, estúpida! ¡Tenemos que irnos de este maldito sitio!

Esther alzó en alto su mano derecha, y la dejó caer con brusquedad contra Lily, propinándole una fuerte bofetada con toda su palma. La cabeza de la niña se sacudió hacia un lado; un pequeño quejido surgió de sus labios, y su mejilla comenzó a enrojecerse notablemente en el punto exacto en donde la golpeó. Sin embargo, siguió sin despertarse. Y fue evidente en ese punto que no lo haría en un buen rato... si es que lo hacía.

—Carajo... —masculló Esther en voz baja, más frustrada que molesta.

Recorrió su mirada por su alrededor. Por la puerta aún abierta del cuarto, vio el cuerpo inmóvil de Owen, y más allá por la puerta abierta del baño observó también el de Eli, para su deleite aún quieta. Y luego miró una vez más a Lily, que comenzó a soltar pequeños gemidos ahogados, mientras movía su cabeza ligeramente, como si fuera presa de alguna pesadilla; irónico viniendo de ella.

—Al demonio con esto —soltó Esther con enojo, parándose de nuevo. Se sentía un poco más recuperada, pero aún lejos de estarlo del todo—. Yo me largo de aquí...

Un cadáver en la habitación, y uno más potencial en el pasillo, además de una loca vampira que podría despertarse en cualquier momento. Lo más inteligente que podía hacer era huir de ese sitio lo más rápido que pudiera, antes de que a alguien se le ocurriera querer ir a hospedarse, o algún policía se le ocurriera pararse para ver que todo estuviera en orden. Lo que menos necesitaba era esas complicaciones adicionales en ese momento, o que relacionaran a Leena Klammer con esa masacre. Y, en especial, lo que menos necesitaba era cargar con el peso muerto de esa estúpida mocosa que había dejado que la hirieran tan fácilmente.

Caminó presurosa, dispuesta a cruzar el patio de juegos en dirección al vestíbulo. La camioneta estacionada afuera debía de ser de Owen. Buscaría las llaves, las tomaría así como el vehículo, y conduciría toda la noche; a dónde fuera, mientras la alejara de ese sitio cuánto antes.

No había avanzado mucho cuando un fuerte chillido detrás de ella la hizo detenerse.

—Mamá... —escuchó la débil voz de Lily pronunciar, sonando casi como el llanto lastimero de un bebé—. Mami... me duele...

Y luego ya no hubo más palabras, o al menos no alguna descifrable. Sólo más gemidos y sollozos.

Esther se giró a mirarla. Su frente comenzaba a perlarse por el sudor, y la expresión de su rostro exteriorizaba el miedo y el dolor que sentía entre sueños. Se veía tan patéticamente indefensa; como si fuera una verdadera niña de diez años que lloraba por su mamá. Como si no fuera un demonio con cuerpo de niña que había causado a su paso la muerte de sólo Dios sabía cuántas personas.

Leena bufó y se giró de nuevo en la dirección que se dirigía. Dio un paso más en la nieve, y se volvió a detener. Se viró una vez más hacia Lily; en serio se veía tan, tan indefensa... tan sola...

Sintió una pequeña punzada que le perforaba el pecho, y sus pies se negaron a dar ni un sólo paso más en dirección al vestíbulo, y a su posible escape.

—Mierda —dejó escapar entre dientes, repleta de frustración—. Mierda, mierda, mierda, ¡¡mierda!! —gritó con exasperación al aire, pateando la nieve con un pie con tal enojo como si se tratara de la cabeza de alguien, sin tener claro de quién.

Supo con claridad en ese momento que no se iría a ningún lado; no aún, al menos.

— — — —

Lo primero y más importante que hizo, fue arrastrar el cuerpo de la aún inconsciente Eli e introducirla por la fuerza en la tina del baño. Luego, usando la misma cuerda gruesa que Owen había intentado usar para colgarla, la ató con fuerza de piernas y manos, sujetando éstas últimas además a la llave de la tina.

—Sólo esto me faltaba —se quejaba Esther con molestia mientras ataba un fuerte y grueso nudo alrededor de las muñecas de Eli—. Anticristos, demonios, fantasmas... Y ahora, un jodido vampiro... Bienvenido a Estados Unidos: tierra de libertad, justicia... y putos monstruos.

Lo más sensato habría sido intentar acabar con ella de una buena vez; cortarle la cabeza, arrancarle el corazón, o algo por el estilo. Pero aquello ocuparía demasiado tiempo y energía, de los que no contaba demasiado en esos momentos, y sin garantía de si funcionaría o no. ¿Qué tanto podía fiarse de las películas y cuentos de vampiros, después de todo? Y eso sólo si es que claro, esa cosa era en realidad uno de esos seres, y no algo más parecido a lo que eran Mabel y su noviecito; y, de cierta forma, a lo que ella misma era en esos momentos.

Quizás fue más por eso que se abstuvo de momento de matarla. Por el mismo motivo que había recorrido toda la costa oeste por órdenes de Thorn: su búsqueda de respuestas sobre qué era en esos momentos, y cómo había terminado en ese estado. Ignoraba si su nueva amiga chupasangre pudiera tener alguna pista al respecto... pero valía la pena intentarlo. Y claro, siempre tendría la opción de decapitarla si no le respondía lo que quería. El buen Owen debía de tener una cierra entre sus herramientas.

Y hablando de Owen, una vez que tuvo bien atada a Eli en la tina y volvió al cuarto, su cadáver tirado en la alfombra llamó de inmediato su atención. En su estado actual, ciertamente ya no le parecía tan guapo. Como fuera, no podía dejarlo ahí; por higiene... y porque ciertamente no le apetecía verlo ahí toda la noche. Pero sería lo último de lo que se encargaría, pues su siguiente prioridad sería otra.

Se dirigió ahora sí al vestíbulo, pero no para huir sino para cerrar con llave la puerta principal, apagar el letrero de habitaciones vacantes, y de paso todas las luces de la fachada para que a nadie se le ocurriera pararse en el hotel esa noche. Luego rebuscó entre las llaves de las habitaciones, buscando la de la habitación 303, adyacente a la que les habían dado. Sería en ésta en donde acomodaría a Lily, intentando que estuviera lo más cómoda posible. Se hizo también de un botiquín de primeros auxilios que guardaban bajó el mueble de la recepción, además de una botella de whisky y los cigarrillos de Owen; iba a necesitar ambos con urgencia.

Recostó a Lily en una de las camas de la habitación 303, e intentó limpiarle la herida del cuello con alcohol y agua oxigenada, para después vendársela. Durante todo ese rato, la niña siguió agitada como acosada por un horrible sueño, pero se mantuvo profundamente dormida. Probó pasando un algodón con alcohol cerca de su nariz para ver si reaccionaba, pero no resultó. Luego de curarla pareció más calmada, aunque no del todo.

La dejó de momento recostada, arropada y encerrada en la habitación 303, y se dirigió de regreso a la 304. Contempló el cuerpo de Owen en el suelo un rato, intentando pensar qué hacer con él. Enterrarlo en el bosque de atrás era una opción, pero de nuevo resultaba demasiada energía que no tenía intención de desperdiciar.

Buscó entonces entre el manojo de llaves que encontró en la recepción aquella que pudiera ser de alguna bodega; quizás ahí hubiera algo que le diera alguna idea. Encontró la bodega en la parte de atrás, no muy lejos del árbol en dónde la habían querido colgar. Adentro había un poco de lo que esperaba ver en un sitio así; no divisó a simple vista ninguna cierra, pero sí una bonita hacha que por supuesto tomaría prestada. Lo otro que llamó su atención fue una carretilla, posiblemente usada por algún encargado del jardín... o, conociendo ahora a lo que Owen y su hijita vampiro se dedicaban, más posiblemente la usaban para transportar cuerpos. Aunque no fuera el caso, Esther decidiría usarla justo para ese fin.

Subir a Owen a la carretilla resultó quizás lo más difícil de esa noche (después de patearle el trasero a la niña vampiro, claro). La gente no se imagina lo realmente pesado que es un cuerpo, en especial cuando tienes un cuerpo del tamaño de una niña de diez años, y cuando todo éste te duele y arde. Tras más de media hora a prueba y error, logró colocarlo encima de la carretilla y así le resultó más sencillo jalarlo hacia la bodega; aunque "sencillo" quizás no habría sido de todas formas la palabra que ella usaría.

Ya en la bodega no se tomaría la molestia de bajarlo. Sólo puso la carretilla hasta el fondo, y la echó encima unos plásticos transparentes con algunas manchas de pintura en ellos para cubrirlo. No sería el mejor escondite, pero confiaba en que para cuando cualquiera lo descubriera, ella estaría ya lo suficientemente lejos como para que aquello no fuera más su problema.

Y con Eli atada, Owen escondido, y Lily recostada... ¿qué quedaba hacer? Por esa noche, no mucho en realidad. Sólo intentar descansar...

Volvió al árbol en donde la habían colgado, y de entre la nieva recogió la barreta de acero con la que Owen había intentado golpearla. Armada con ésta, se dirigió a la máquina expendedora, se paró justo delante de ella, y con un fuerte y certero golpe, hizo pedazos el cristal protector para abrirse paso directamente a los productos. Para esas alturas, no tenía más tiempo, ni ganas, de andar con sutilezas de monedas.

Con todas las galletas, frituras, aguas y sodas que pudo cargar en una bolsa de plástico, se dirigió al cuarto 303. Similar a como había hecho en su otro cuarto, colocó todas las cadenas y seguros en la puerta, además de atrancarla con la silla. Hizo algo similar con la ventana del baño, cerrándola y rompiéndole el seguro para que fuera bastante complicado abrirla. Era poco probable que su amiga vampiro fuera a molestarlas en ese momento, pero era mejor no arriesgarse. Necesitaba descansar, dormir un poco y recuperar energías. Luego podría pensar mejor en un plan de escape.

Tomó una ducha rápida para limpiarse todos los rastros de sangre seca que le había quedado en la piel, y ponerse otro cambio de ropa. Dudaba que el conjunto de esa noche podría volver a usarse, por más que intentara lavarlo.

Encendió la televisión, más para tenerla como ruido de fondo que otra cosa, y se sentó al pie de la cama de Lily, con su pistola cargada a un lado, su cuchillo de caza al otro, y el hacha apoyada contra la pared a un lado de la puerta. Comió frituras y se empinó de vez en cuando un trago de la botella de whiskey que había conseguido en la recepción. Se permitió además encender un cigarrillo, ignorando totalmente el amenazante letrero que decía que se prohibía fumar.

—Jódanse —soltó al aire, dejando escapar una densa bocanada de humo. No le sorprendió ver que los detectores de humo no funcionaban. Lo que menos deberían querer un hotelero homicida y su mascota chupasangre era que los bomberos y la policía husmearan por su recinto.

Su cuerpo poco a poco se iba recuperando de la golpiza, la pérdida de sangre, y el extenuante esfuerzo. Pero resultaba un proceso incluso más lento de lo que ella se esperaba. Y al final, inevitablemente se quedó dormida, presa de todo aquel abrumador cansancio. Mientras se quedaba dormida, se dijo a sí misma que sería sólo un par de horas. Pero, por supuesto, terminó siendo bastante más.

— — — —

Al despertarse, lo primero que captó fue el sonido de la televisión aún encendida. Pasaban las noticias de la mañana, un aburrido reportaje sobre los preparativos locales de Acción de Gracias, o algo parecido. Nada sobre Leena Klammer, o la desaparición de un agradable hotelero local, así que esa era buena señal. Lo siguiente que notó fue la luz del día que se filtraba muy ligeramente por la cortina, pero en su mayoría el cuarto estaba totalmente a oscuras salvo por el reflejo de la televisión.

Puso silencio y se talló la cara intentando desperezarse. El cuerpo le seguía doliendo de varias partes, pero ya era bastante menor. Se tomó unos momentos para revisarse en el baño. Sus golpes y heridas ya eran casi invisibles, aunque en contraposición sus marcas y arrugas de la edad comenzaban a volverse notables en su cuerpo.

«Una cosa por otra» pensó resignada. Normalmente se tomaría el tiempo de maquillarse para ocultar esa apariencia tan poco agraciada, pero debía ocuparse de otras cosas más importantes primero.

Revisó a Lily en la cama. Seguía inconsciente, y no daba ninguna seña de haber despertado ni una sola vez durante la noche. Incluso le había dejado a un lado en el buró una botella de agua y algunas galletas por si se despertaba con hambre o sed, pero todo estaba intacto.

Eso no le gustaba en lo más mínimo.

Tocó su frente con una mano, esperando sentirla hirviendo en fiebre... pero en realidad la sintió fría, muy fría, a pesar de estar bien arropada y que el clima en el interior del cuarto era de hecho muy agradable. Retiró el vendaje y le echó un vistazo a la herida. Se veía bien, sin ningún rastro aparente de infección. Ya no sangraba, pero igual la volvió a limpiar con alcohol y la volvió a cubrir.

No entendía que era lo que la tenía inconsciente de esa forma; era casi como si hubiera caído en un coma, sino fuera por lo intranquila que se le veía. Si no era una infección ni fiebre, debía ser algo más. ¿Algún tipo de veneno, quizás?

«¿Qué demonios fue lo que te hizo esa perra?» pensó molesta al tiempo que le colocaba un vendaje limpio.

Y, hablando de la "perra", era justo a ella a quién debía ir a ver a continuación.

Al ingresar a la habitación 304, Esther fue recibida por un intenso olor nauseabundo y metálico. Sólo había que echar un vistazo a las múltiples manchas de sangre seca, de Owen, de Eli y de ella misma, esparcidas por prácticamente cada rincón para adivinar de dónde provenía dicho olor. Aquel sitio sería el deleite de un equipo forense, y de seguro terminarían preguntándose en dónde habrían quedado los otros dos cadáveres.

Con pistola en mano, entró muy cuidadosamente en el baño del cuarto y se asomó a la tina. No sabía qué cosa le causaría más alivio: el encontrarse con Eli aún ahí atada, o no encontrar de hecho rastro alguno de ella. En parte la enamoraba la idea de que se hubiera ido por su cuenta, huyendo muy lejos de ahí, y que no la volvería a ver nunca más. Pero para bien o para mal, ahí estaba, atada en la misma posición en la que la había dejado, con sus ojos cerrados.

Aunque no todo era igual: su rostro parecía de hecho bastante menos enrojecido y con prácticamente ningún rastro de sus heridas. Al parecer a ambas les había caído bien su sueño reparador. Pero eso representaba de hecho algo bastante preocupante para Esther.

Se aproximó a la ventana para abrirla y poder echar un mejor vistazo. Como era usual en las ventanas de los baños, el vidrio de ésta era opacado, aunque parecía serlo incluso más que los normales. Así que la luz del sol alumbraba en parte el interior, pero no tanto. Y el que de seguro acabara de amanecer hace relativamente poco no ayudaba mucho tampoco.

—No abras la ventana —escuchó de pronto que pronunciaban a sus espaldas, justo cuando su mano se dirigía al vidrio.

Esther se giró rápidamente, sosteniendo en alto su pistola y apuntando con ella directo a la tina. Desde la sombras de ésta, el par de ojos brillantes como de felino de Eli la miraron de regreso. Seguía atada en la misma posición de hace un momento; sólo sus ojos abiertos eran lo que había cambiado.

—Cúbrela con una manta antes de que el sol suba más, por favor.

Esther apretujó sus dedos alrededor del mango de la pistola, y pasó su lengua intentando humedecer un poco sus labios resecos. Intentó asegurarse de estar lo más calmada posible antes de al fin hablar.

—¿Me estás dando órdenes? —masculló con mofa—. Creo que no te has dado cuenta de en qué situación estás, ¿o sí? ¿O todos los golpes que te di anoche en la cabeza te hicieron olvidarte de todo?

Eli no respondió. Permaneció quieta, callada, y con su vista tan fija en Esther que ni siquiera parpadeaba. Estaba tan inmóvil que casi pareció algún tipo de maniquí, y eso no hizo más que poner a Esther aún más nerviosa. No obstante, se esforzó por no exteriorizarlo demasiado.

—¿Por qué no quieres que abra la ventana? —susurró despacio, mirando de reojo hacia el cristal opaco—. ¿Es por el sol? ¿Entonces sí eres un vampiro? ¿Y el sol te hace daño?

Eli continuó sin decir nada.

—Si es ese el caso, entonces con más razón debería hacer justo lo opuesto, ¿no? —indicó Esther con voz desafiante, y estiró entonces su mano en dirección a la ventana.

—Si me quisieras muerta, ya lo habrías hecho —respondió Eli con abrumadora calma.

Esther bufó.

—Quizás sólo estaba buscando la mejor forma de hacerlo, y me lo acabas de dar. Así que, gracias...

—Quieres algo de mí —soltó Eli con severidad—. Por eso me mantienes aquí. ¿Qué es? ¿Dinero? ¿Información? Lo que sea, lo podemos arreglar...

Ahora fue Esther la que guardó silencio, al menos en un inicio. Retiró su mano de la ventana lentamente, y contempló un rato a la chica en la tina, pero sin bajar ni un milímetro el cañón de su arma. Volvió de nuevo a ese estado congelado en el tiempo que Esther creía ningún ser vivo debería ser capaz de imitar, en especial teniendo sus muñecas atadas de esa forma tan incómoda.

Pero fuera de ese detalle, le sorprendía escucharla hablarle con tal templanza y claridad, casi como si fuera ajena a la situación o lugar en el que se encontraban. ¿Era ese en verdad el mismo ser que la había atacado casi como un animal salvaje la noche anterior?

—Qué cooperativa —dijo Esther con clara ironía—. ¿A qué viene el cambio tan abrupto? ¿Ya no estás molesta porque le abrí un par de agujerito en el pecho a Owen? ¿O cómo fue que lo llamaste tú? ¿Oskar? Como se llame, ¿te gustaría saber dónde lo fui a tirar para que no apestara más el cuarto?

Esther pudo notar como aquellas palabras lograron aunque fuera una pequeña reacción en el apacible rostro de la vampiro. Fue apenas un pequeño tic en sus ojos que los hicieron centellar de rabia por un instante, y un movimiento de sus muñecas queriendo jalar las cuerdas. Aun así, tras esos instantes, volvió de nuevo a la normalidad; o, a lo que ella intentaba al menos reflejarle como normal.

Así que la criatura salvaje de anoche aún seguía ahí. Eso, por extraño que sonara, le dio algo más de seguridad a Esther. Un ser capaz de sentir odio y rabia, e incluso de intentar ocultarlos, era algo que ella podía entender. Y si la podía entender, no resultaba tan ajena o desconocida.

—Del dinero podemos hablar después —susurró Esther, fingiendo indiferencia—. Por ahora, podrías decirme qué fue lo que le hiciste a mi amiga con exactitud.

—¿Tu amiga? —susurró Eli, sonando un tanto confundida.

—No te hagas la imbécil conmigo. La niña malhumorada a la que mordiste anoche, y que no ha despertado desde entonces. ¿Qué es lo que le pasa?

El rostro de Eli recobró su frialdad original, lo que a Esther le hizo suponer que en efecto sabía exactamente de qué le estaba hablando.

—Cubre la ventana, y te lo diré —respondió Eli con seriedad.

—¿Estás negociando conmigo? —rio Esther—. Quizás mejor vuelva en un par de horas, cuando haya un poco más de luz...

Dicho eso, avanzó unos cuantos pasos hacia la puerta con la clara intención de irse.

—¡Espera! —gritó Eli con fuerza a sus espaldas, y en esa ocasión su desesperación se volvió bastante tangible. Esther se giró a mirarla, y notó como desde su rinconcito en la tina la observaba de una forma mucho más expresiva; mucho más "suplicante"—. Por favor... No me dejes así. Tengo miedo... No... no quiero morir... así...

Esther bufó de nuevo.

—Déjame adivinar, ese acto de niña indefensa es con el que logras que idiotas como el inepto de Owen hagan lo que les dices, ¿no? —indicó divertida—. Yo escribí el libro de cómo hacer eso, muñeca. No me subestimes.

La expresión entera de Eli cambió de un segundo a otro. Esa mirada asustada, esos labios ligeramente separados, casi temblando por el miedo, todo eso se extinguió al instante, dejando en su lugar de nuevo esa máscara de porcelana, fría e inexpresiva... o, quizás no del todo. De nuevo ese vestigio de ira que Esther pudo notar antes, se hizo una vez más presente.

—Tú amiga ya no existe —exclamó Eli con dejo venenoso, sorprendiendo a Esther—. A estas alturas, la infección de seguro ya la consumió por completo.

—¿Infección? —susurró Esther despacio—. ¿Qué infección? ¿De qué estás hablando? —exigió con dureza, aproximándose de nuevo a la tina, pistola en mano.

—¿Tú qué crees de qué estoy hablando? —le respondió Eli con firmeza—. Has oído las historias, ¿no? ¿Visto las películas? Sólo se necesita una mordida... para convertirte en mí.

El rostro de Esther se ensombreció. No tuvo problema en comprender lo que intentaba decirle, pues aquella posibilidad, o una parecida, le había en efecto cruzado por la cabeza, pero la había desechado por completo considerándola una tontería; algo que sólo pasaba en los cuentos.

—No, no es cierto... —susurró despacio, negando con la cabeza—. ¡No es cierto! —soltó con exaltación al aire.

Eli permaneció serena.

—En cuánto tu amiga se despierte, no será más la persona que conociste. La infección se habrá apoderado de ella, y lo único que buscará será alimentarse de lo que tenga más cerca. Y esa serás tú —le advirtió con voz de amenaza—. Lo mejor que puedes hacer por tu bien, y por el de ella, es matarla antes de darle la oportunidad. Arrójala al sol, mientras aún puedas hacerlo, y observa como las llamas la consumen...

—¡¡Cállate!! —gritó Esther con ímpetu, y se le aproximó rápidamente, hasta pegar el cañón de su arma justo contra su frente. Pese a eso, Eli siguió en el mismo estado apacible, indiferente. Sólo la observaba fijamente, ignorando por completo la letal amenaza contra su frente.

El dedo de Esther tembló contra el gatillo, indeciso. Quizás volarle la cabeza no la mataría, quizás sí. Pero cualquier de las dos opciones, de seguro no resultaría nada agradable para ella. Pero al final, no se atrevió a hacerlo. Sin decir nada, apartó el arma de Eli y comenzó a andar con paso presuroso hacia afuera del baño.

—¡Oye!, ¡la ventana! —exclamó Eli exasperada a sus espaldas, pero Esther la ignoró, saliendo al acto de la habitación, azotando la puerta a sus espaldas.

— — — —

De vuelta a la habitación 303, Esther estuvo un largo rato contemplando en silencio a Lily. ¿Podía ser eso posible? ¿Podría Lily en verdad haberse convertido... en un vampiro? Era verdad que algunas historias contaban como la simple mordida de un vampiro podía convertirte, pero... eso era absurdo; tan absurdo como admitir que los vampiros en verdad existían...

La habitación estaba casi en su totalidad a oscuras, salvo las luces del buró. La ventana estaba justo a un lado de la cama en la que Lily reposaba. Lo único que debía hacer era correr la cortina hacia un lado, y la luz del sol entraría por ella y alumbraría a la pequeña frentona por completo. Si lo hacía, y si su pequeño y huesudo cuerpo se prendía en llamas, o no, sabría si era cierto o no.

Tentada por aquella idea, la mano de Esther se aproximó casi temblorosa al cordón de la persiana, pero la apartó de inmediato antes de siquiera llegar a tocarlo.

Volvió a observar a Lily, inspeccionando en especial su rostro en busca de alguna señal evidente de si se había convertido o no en otra cosa, pero desconocía qué tanto de lo que supuestamente se sabía de los vampiros era real y qué no. Lily se veía de hecho algo más tranquila para ese punto; respiraba lentamente, y parecía estar simplemente durmiendo. Esther aproximó una mano con cuidado a su boca, y con dos dedos intentó separar sus labios para echarle un vistazo a sus dientes, en busca de cualquier señal de colmillos largos y filosos. No le pareció notar nada raro, aunque en realidad no logró ver mucho antes de que Lily agitara la cabeza incómoda, y Esther tuviera que retroceder con aprensión, temerosa de que se fuera a despertar. No ocurrió.

Frustrada y vacilante, comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación, con un cigarrillo encendido entre sus dedos, intentando pensar en qué hacer a continuación.

—No, no puede ser verdad —se decía a sí misma, al tiempo que daba de vez en cuando una bocanada de su cigarrillo—. No es más que una mentira de ese maldito monstruo. Sólo está intentando molestarme.

Se repitió eso una y otra vez, intentando en verdad convencerse. Pero luego de todo lo que había visto esas semanas, anoche, o en sí misma... ¿Qué tanto podía estar segura de cualquier cosa? Pero más importante aún de si Lily era ahora un vampiro o no, debía tomar una decisión de qué hacer. Pues mientras más tiempo se quedara ahí parada sin hacer nada, más probable era que alguien viniera y la sorprendiera a mitad de todo ese desastre. O, aún peor, la amenaza latente atada en la tina de la otra habitación podría liberarse y terminar lo de la noche anterior.

—Debe haber algo que aún pueda hacer —se dijo a sí misma, contemplando el rostro plácidamente dormido de su compañera. Dio una calada más de su cigarrillo, y dejó salir el humo por su nariz.

Lo primero que debía encontrar era la forma de largarse de ese hotel lo más rápido posible.

FIN DEL CAPÍTULO 138

Notas del Autor:

Había querido escribir esta escena de pelea desde hace mucho tiempo. Y aunque en mi cabeza era un tanto diferente, estoy satisfecho con el resultado. Me gustaría alguna vez verla animada, o al menos en formato cómic, pero es más un sueño que otra cosa. Espero que igual les haya gustado. El resto del capítulo fue algo más de descripciones, pero un intento de indagar en el cansancio y desesperación que están invadiendo a Esther, y que veremos aún más en el siguiente capítulo.

Por otro lado, ¿qué les ha parecido Eli? La verdad es que la versión de la novela, la película, y la versión americana son un tanto diferentes entre sí (o al menos así me lo parecieron a mí), y aquí intenté crear mi propia interpretación de este personaje. Qué bueno, por un lado no debemos de dejarnos llevar tan rápido por lo que ha mostrado de sí hasta este momento, pues como la propia Esther ya lo intuyó, le muestra sólo que ella quiere que vea. Así que aún faltara ver cómo es la verdadera Eli, si es que algo como eso realmente existe.

Nos leemos en el siguiente capítulo.

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