Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 137. Eli

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 137.
Eli

Una noche no como cualquier otra, durante el viaje de Esther, Lily y Samara rumbo a Los Ángeles, el trío estacionó su camioneta en un área de descanso solitaria, al borde de una carretera secundaria poco concurrida, para poder descansar un poco. Aunque, en realidad, la única que en verdad descansaba en aquel momento era Samara, recostada en el asiento trasero hecha un ovillo, con sus largos cabellos negros cubriéndole la cara y costado como una larga y pesada cobija negra. Había caído rendida después de cenar, a pesar de que apenas y había tocado la comida que Esther les había conseguido.

—Mírala, durmiendo tan tranquila —masculló Lily desde el asiento del copiloto al frente, asomándose a mirarla sobre su hombro con desdén—. Ni pareciera que fue su culpa que tuviéramos que salir disparadas de ese sitio.

El penoso incidente en aquel motel de Eugene acababa de pasar apenas esa mañana. Y, justo como Lily había señalado, tuvieron que salir disparadas de ahí luego de que el gerente cayera del segundo piso y se rompiera el cuello, y la conmoción comenzara a reinar. Por suerte habían podido alejarse antes de que la policía asomara sus narices; aunque, tras la llamada con Thorn de la noche anterior, la mujer de Estonia ya no estaba tan segura que de qué tanto estaba la suerte involucrada en todo eso.

—Déjala, tuvo un día difícil —murmuró Esther en el asiento del conductor, justo después de expulsar con un soplido el humo de su cigarrillo encendido por la ventanilla abierta a su lado.

—¿Y el nuestro estuvo mucho mejor, acaso? —soltó Lily con ironía.

—Para bien o mal, nos salvó de que ese idiota nos acorralara y nos entregara a la policía. Por no mencionar el pequeño milagro de tu pierna.

Esther señaló con los dedos que sujetaban el cigarrillo hacia la pierna izquierda de Lily, la misma que hasta esa mañana tenía una horrible herida de bala que comenzaba a resultarle casi inmovilizaste. La niña de Portland llevó por reflejo una mano al sitio en el que se suponía debía estar aquella herida, ahora remplazada por una mancha negra sin forma que decoraba su piel.

—No me lo recuerdes —susurró con voz áspera, apretando sus dedos contra su muslo—. No sé qué le entró, pero te juro que si se me vuelve a acercar de esa forma, no me haré responsable de lo que le pueda hacer.

—Al menos ahora no tendremos que cargar con tus muletas —comentó Esther con voz risueña, encogiéndose de hombros.

Siguió fumando tranquilamente, inhalando con cuidado de su cigarrillo, y expulsando el humo por la ventanilla. A pesar de ese pequeño gesto, que Lily no estaba del todo convencida de que lo hiciera para no molestarlas a ellas, el interior del vehículo igualmente terminó impregnándose de aquel penetrante olor. Lily, por su parte, estaba terminando muy lentamente las papas que le quedaban de su cena; remojaba apenas la puntita de cada una en el pequeño empaque de cátsup, las llevaba a su boca dándole pequeñas mordidas, y repetía luego la misma acción con el sobrante.

—¿Por qué no duermes también? —le preguntó Esther, su mirada fija en la carretera en busca de cualquier par de luces que se aproximaran. Nadie había pasado por ahí en al menos veinte minutos.

—Eso te gustaría, ¿verdad? —indicó Lily, mordaz—. Así podrás cortarnos el cuello a ambas como le dijiste a la persona con la que hablabas por teléfono que harías.

Esther se giró a mirarla, al inicio sorprendida por sus palabras, pero tras unos segundos sonrió de forma juguetona. Sí, recordaba haberle mencionado algo así a Thorn mientras hablaba con él, pero no estaba segura de si esa pequeña demonio la había escuchado o no.

—¿No crees que si quisiera hacer tal cosa, ya lo habría hecho anoche mientras dormías? —sugirió Leena con tono jocoso.

Lily se encogió de hombros.

—Yo no sé cómo es que funciona tu mente de sociópata. Quizás hacerlo en una habitación de motel, con tanta gente alrededor, no te pareció tan buena idea. Pero aquí —indicó señalando con la papa entre sus dedos al exterior del vehículo—, en este paraje desolado, lo único que tendrías que hacer es tirar nuestros cadáveres a un lado del camino y alejarte conduciendo.

Esther soltó una bastante condescendiente risa burlona como respuesta inmediata a su comentario.

—¿Y cuál es tu plan? ¿No dormir nunca más?

—Quizás —contestó Lily con indiferencia—. O quizás estoy esperando a que te duermas primero, y hacértelo mejor yo a ti.

—¿Es una amenaza? —inquirió Esther, más curiosa que preocupada. Lily no respondió—. ¿Y en serio serías capaz de ensuciarte las manos de esa forma? No creo que hayas alguna vez infligido daño a alguien si no es a través de una de tus ilusiones. ¿Sabes al menos cómo usar uno de estos?

Esther bajó su mano en ese momento a su pierna derecha, metiéndola en el interior de su bota, y sacando de ésta el pequeño cuchillo de caza que llevaba atado a su tobillo. Lo tomó firmemente en su mano y lo giró con la punta de éste apuntando directo hacia Lily. Ésta se quedó quieta, con una papa a medio camino a su boca, y contempló con expresión inescrutable el arma. Ambas se quedaron quietas y en silencio por un rato, hasta que una sonrisa burlona se asomó en los labios de Esther. Giró entonces el cuchillo, tomándolo de la hoja y extendiéndole el mango a su compañera de viaje.

—Anda, tómalo —le insistió Leena, casi desafiante—. Intenta cortarme el cuello, a ver si eres capaz.

Lily observó en silencio el arma, seria, pero ciertamente dubitativa. Tras unos segundos, y sin pronunciar palabra, desvió su mirada al frente y terminó de acercar la papa a su boca.

—Aunque lo hiciera, te curarías de inmediato, ¿no es cierto? —indicó Lily.

—Francamente no lo sé —respondió Esther—. Es lo más probable, pero tendremos que hacer la prueba algún día.

Colocó entonces el cuchillo sobre el tablero del vehículo, justo en el centro, en un punto en donde cualquiera de las dos podría tomarlo, si se diera la necesidad de hacerlo. Tomó una bocanada de su cigarrillo, soltando el humo unos segundos después; en esa ocasión no fue tan cuidadosa para apuntar del todo hacia la ventanilla.

—Sigues llamándome sociópata, y otros nombres parecidos a ese —comentó Esther de pronto, como un simple comentario al aire que se le acababa de cruzar por la cabeza—. Pero creo que ya habíamos aclarado que en realidad tú y yo no somos tan distintas.

Lily bufó.

—Por supuesto que somos distintas —rio la niña de diez años—. Empezando porque ni siquiera nacimos en el mismo siglo. Y definitivamente no estoy tan loca como tú.

—¿Eso crees? —ironizó Esther, claramente divertida—. Muy bien, chica lista. Respóndeme esta adivinanza para ver qué tan mentalmente estable eres realmente.

—¿Una adivinanza? —masculló Lily, arqueando una ceja—. ¿En serio?

—Sólo cállate y escucha.

Esther extendió su mano hacia el cenicero del vehículo, presionando el cigarrillo para apagarlo y dejar la colilla en su lugar. Se giró entonces en su asiento por completo hacia Lily, observándola muy atentamente.

—Imagina lo mejor que puedas este escenario —le dijo con elocuencia—. Tu madre acaba de morir...

—No muy lejos de la realidad —indicó Lily con ironía.

—Tu madre acaba de morir —repitió Esther, ignorando su comentario—, y tu hermana y tú, por supuesto, asisten a su funeral.

—¿Tengo una hermana en este escenario?

—Oh sí, y la quieres mucho. Como sea, al funeral de tu madre obviamente asisten muchas personas. Familiares, amigos, conocidos, vecinos; de todo un poco. El lugar está lleno de gente; tanta que no estás segura de conocer a la mayoría de ellos. Pero entre toda esa multitud de rostros, uno llama particularmente tu atención. Es ni más ni menos que el chico más desgarradoramente apuesto que has visto en tu vida. Es tan hermoso que es casi irreal. Te deja tal impresión, que simplemente quedas totalmente enamorada a primera vista de él.

Lily soltó en ese momento una sonora risa burlona.

—Así que en este escenario, además de tener una hermana y una madre muerta con muchos amigos, ¿soy también una boba enamoradiza como tú?

Esther la observó, a todas luces nada divertida con el comentario. Aun así, lo dejó pasar y continúo con su narración.

—El caso es que intentas acercarte a él, hablarle, saber quién es. Sin embargo, entre la ceremonia y todas las personas a las que tienes que atender, te es simplemente imposible acercarte. Y cuando el evento termina, tal parece que ese chico ya se ha ido. No hay rastro alguno de él, y por más que le preguntas a la gente, nadie te puede decir quién era. Así que quedas totalmente a la deriva, sólo con la hermosa imagen de su rostro impregnada en tu mente.

De repente, un instante luego de dejar de hablar, Esther extendió su mano hacia ella en un movimiento brusco. Lily se puso tena, pensando por un momento que tomaría el cuchillo, aún sobre el tablero. Sin embargo, en lugar de eso, lo que hizo en realidad fue prácticamente arrebatarle de sus dedos la papa que sujetaba. Y antes de que pudiera decirle cualquier cosa para recriminarle, Esther se metió la papa entera a su boca. Y mientras la masticaba, la observó orgullosa con una sonrisita socarrona en los labios.

—Unos días después, tú asesinas a tu hermana —soltó de pronto con naturalidad en su voz, tomando algo desprevenida a Lily que tardó un poco en comprender que aquello era un complemento de lo anterior, y que hablaba justamente de esa hermana hipotética del escenario—. ¿Por qué lo hiciste? —le preguntó justo después con voz solemne y desafiante.

—¿Esa es la adivinanza? —inquirió Lily confundida, a lo que Esther le respondió asintiendo lentamente con la cabeza.

Lily entrecerró los ojos, y desvió su mirada pensativa hacia un costado. La interrupción de la papa hizo que su mente perdiera el hilo de la narración, así que tuvo que repetirla lo mejor pudo en su cabeza, hasta llegar a la pregunta final: «¿Por qué asesine a mi hermana?» Obviamente tendría que tener relación con el escenario planteado, sino aquello no tendría sentido.

—No sé... —masculló con seriedad—. ¿Por qué la vi hablando con el chico que me gustó y me dio celos?

Miró de nuevo a Esther, esperando que le dijera si estaba en lo correcto o no. Ella sólo se limitó a observarla, sonriéndole en silencio, por lo que Lily supuso que esa no era la respuesta.

Pensó un poco más al respecto, mientras sumergía otra de las últimas papas en la cátsup, y la introducía en su boca. Y justo cuando daba las primeras mordidas a su bocado, el rostro entero de la niña se iluminó, y sus ojos se abrieron grandes y desorbitados cuando la respuesta, en ese instante más que obvia, le cruzó por la cabeza.

—¡Ah! —exclamó con un entusiasmo casi infantil—. ¡Para ver si el chico va al funeral de mi hermana y así volver a verlo!

Bingo —le respondió Esther con voz pícara, apuntándola con un dedo que simulaba ser el cañón de un arma.

Lily dejó escapar de golpe una fuerte risotada divertida, tan fuerte que incluso se dobló hacia el frente en su asiento. Esther no tardó en contagiarse, y ambas rieron juntas de forma estridente. Samara se revolvió un poco en el asiento trasero, al parecer su sueño siendo perturbado un poco por sus risas. Ambas hicieron el esfuerzo de dejar de reír, respirando profundamente. Les resultó complicado, e incluso Lily tuvo que limpiarse algunos rastros de lágrimas que se escaparon de sus ojos. Al final ambas lograron recuperar la compostura lo mejor posible.

—Estás totalmente loca —señaló Lily con voz risueña.

—Y tú también, al parecer —indicó Esther, al tiempo que sacaba otro cigarrillo y lo colocaba entre sus labios para encenderlo.

—Pero eso no demuestra nada —exclamó Lily, algo defensiva—. Es sólo una prueba de lógica.

Esther se encogió de hombros. Acercó la llama del encendedor a la punta de su cigarrillo, y ésta se prendió al instante.

—Supongo que el punto preocupante es que pienses que una acción como esa tiene "lógica" —declaró Esther, expulsando humo por su boca mientras hablaba.

—No —musitó Lily con apatía—. Lo preocupante es que cualquiera puede llegar a la misma deducción sin problema, pero les avergüenza admitir que dicho pensamiento les cruza siquiera por la cabeza, porque les parece horrible.

—Pero a nosotras no, ¿cierto? —indicó Esther, señalándola otra vez con su cigarrillo—. Es sólo una solución lógica a un problema.

—Claro... Pero yo no me tomaría tales molestias sólo por un chico.

Esther rio divertida.

—Ya veremos si opinas lo mismo cuando seas un poco más grande...

* * * *

Lily se quedó paralizada, con su mirada fija en aquel reflejo en el espejo que su mente por unos momentos intentó desechar como algo meramente producido por su imaginación. Pero mientras más lo observaba, aquella silueta oscura más tomaba una forma clara, independiente de todo el resto del baño. Aquello era algo vivo, algo tangible; un ser que la miraba atenta con aquellos ojos helados y penetrantes. Y aquello se volvió aún más claro cuando Lily notó como aquella figura comenzaba a moverse, dando un salto directo hacia ella que la hizo cruzar en fracción de segundo el reducido espacio que los separaba.

Aquello bastó para sacudir por completo el interior de la niña, y arrancarle al fin una reacción. Lily se agachó rápidamente, prácticamente pegando su pecho al piso. La figura de su atacante pasó sobre ella, estrellándose de bruces contra el espejo, rompiendo éste en varios pedazos.

Lily se arrastró por el piso sobre su trasero, empujándose con sus pies y manos para alejarse. Tras chocar con el espejo, la criatura había quedado agazapada sobre el lavabo con sus pies descalzos y sus manos. Giró su cabeza rápidamente en su dirección, y la luz de la otra habitación que se filtraba por la puerta entreabierta del baño le tocó la cara. Lily entonces la reconoció: ese rostro pálido, esos cabellos negros andrajosos, y ese cuerpo delgado envuelto en ese vestido amarillo y esa sudadera negra demasiado grande para ella...

Era Abby, la niña de los columpios; exactamente idéntica a ella... y a la vez muy diferente, en especial esos ojos fríos y agudos que podía sentir en su piel como pequeñas agujas. Esos ojos que le causaban una opresión helada en su pecho que casi la asfixiaba. Una sensación que había percibido, e incluso infligido, en otros muchísimas veces, pero que nunca había sentido tan vívidamente en sí misma hasta ese momento. Era miedo; genuino y penetrante miedo.

La criatura se lanzó desde el lavabo hacia ella como una verdadera fiera en contra de su presa. Lily no logró reaccionar lo suficientemente rápido, y la extraña terminó derribándola por completo al suelo, sometiéndola con sus brazos y piernas. Era extraordinariamente fuerte; totalmente ajena a su apariencia escuálida.

—¡No me toques! —exclamó Lily, exasperada—. ¡Suéltame!

La niña hizo en ese momento acopio de todas sus fuerzas, enfocando su mente entera en la atacante, y desbordando en ella todo su ser. Lily pudo sentir como lograba penetrar en lo hondo de la mente de aquella criatura, pero al mismo tiempo ésta pareció hacer algo muy similar con ella; como si aquello hubiera abierto una puerta en dos direcciones, y las mentes de ambas terminaran mezclándose de alguna forma.

Lo que fuera aquello, pareció tomar también por sorpresa a la tal Abby, pues su rostro, inexpresivo como una máscara de porcelana hasta ese punto, se cubrió enteramente de confusión, y su cuerpo se hizo un poco hacia atrás, como queriendo hacer distancia para poder mirar directamente a la niña que tenía debajo de ella. Sin embargo, lo cierto era que no veía a Lily en esos momentos, y ésta no la miraba a ella tampoco. Ambas fueron sumidas en una serie de imágenes y sensaciones que provenían de la otra, y le recorrieron el cuerpo entero como electricidad.

Lily pudo ver cientos de rostros, quizás miles; todos de personas muertas, con sus gargantas desgarradas, sus cuellos rotos, sus cabezas destrozadas, sus corazones arrancados... Uno tras otro pasando ante ella; cada uno grabado con fuego en la memoria de aquella criatura. Eran de seguro todas las personas a las que había asesinado, pero eran tantas que parecía imposible. Pero no se detuvo demasiado tiempo a meditar al respecto, y en su lugar dejó que todos esos rostros moribundos y dolientes inundaran la mente de su atacante, todas empalmadas entre sí como un collage que no le permitiera ver nada más.

Abby soltó un fuerte alarido de dolor y furia al aire, e instintivamente apretó los ojos y aferró sus dos manos contra su cara, arañándose un poco con sus uñas. Los sonidos guturales que surgían de ella parecían rabiosos y estridentes, como los de algún animales descontrolado, pero ninguno que Lily pudiera reconocer. Aprovechó ese momento para patearla fuerte en el estómago, y el cuerpo de Abby cayó de sentón en el piso del baño.

Lily se lanzó frenética hacia afuera del baño, y luego se giró hacia la puerta, jalándola de la perilla con todas sus fuerzas para cerrarla. Faltando sólo unos centímetros para que se cerrara, cuatro dedos blancos y delgados se interpusieron, sujetando la puerta con fuerza y evitando que avanzara más. Por más que Lily jaló, la fuerza de aquella mano era mayor. Alzó entonces su pie, golpeando frenética los dedos con la suela de su bota, una y otra vez, machacándolos y raspándolos hasta que cedieron lo suficiente para que Lily pudiera jalar la puerta y los dedos quedaran prensados entre ésta y el marco, machucándolos.

La criatura del otro lado soltó un estrepitoso grito de dolor, que en otro momento Lily podría quizás haber disfrutado, pero en ese momento estaba más enfocada en salir de ese maldito sitio. Siguió tirando de la puerta, aplastando más aquellos dedos, hasta que estos de alguna forma se escurrieron hacia el interior, dejando de ser un obstáculo. La puerta del baño se cerró con fuerza, y al instante Lily corrió frenética hacia la puerta de la habitación. Recordó con horror al mirar en dicha dirección que había colocado la silla contra ésta para atrancarla, además de haber puesto todos los seguros.

—¡Maldita sea! —soltó al aire con frustración y se apresuró a patear la silla hacia un lado y a retirar todos los seguros. Sentía las manos temblorosas e incluso un poco sudadas, y su corazón se estremecía en su pecho de forma violenta.

— — — —

Atada firmemente de los tobillos con una gruesa soga, el cuerpo aún inconsciente de Esther comenzó a ser alzado, hasta quedar colgada completamente de cabeza de la rama de un árbol ubicado en el otro patio del hotel; uno mucho más escondido y discreto que el del área de juegos. Sus brazos quedaron totalmente verticales, con sus dedos apuntando al suelo, y sus cabellos negros caían del mismo modo, dejando su rostro y frente totalmente descubiertos.

Una vez que el cuerpo de su pequeña huésped quedó en la posición deseada, Owen ató firmemente el otro extremo de la soga al tronco del árbol para mantenerla en su sitio. Luego se aproximó a chiquilla y colocó justo debajo de ella un recipiente grande de plástico blanco, similar al que se utilizaría para guardar químicos de limpieza. Retiró el tapón de rosca del envase, e introdujo por su boquilla un pequeño pedazo de manguera, atado al extremo pequeño de un amplio embudo. El embudo quedó sobresaliendo en la parte exterior de la boquilla, y Owen se tomó el tiempo de posicionarlo justo debajo de la cabeza de la chica colgada.

Todo esto el gerente del hotel lo hacía mientras canturreaba una alegre y movida canción, y masticaba un dulce de chicle. Todo lo hacía con bastante naturalidad y conocimiento de lo que hacía; como algo a lo que estaba ya bastante habituado.

Una vez que todo estuvo colocado en su posición, Owen se irguió de nuevo. Se retiró los gruesos guantes de trabajo que cubrían sus manos, y los arrojó al interior del amplio bolso de herramientas que estaba en el suelo a su lado. Rebuscó en el interior del mismo bolso, hasta que encontró lo que necesitaba para el siguiente paso: un largo y afilado chuchillo de hoja delgada y brillante, hecho especialmente para cortar la piel y la carne de los animales cazados; o, en su caso, la piel y carne de una pequeña niña, colgada en la misma posición exacta en la que un cazador colocaría un siervo para desangrarlo.

Owen revisó el filo del cuchillo, pasando la punta de su pulgar por éste. Parecía estar bien; lo que menos deseaba era que su huésped sufriera más de la cuenta, aunque estaba seguro que la dosis que le había aplicado la mantendría bien dormida; con suerte lo suficiente para no sentir nada.

Se puso entonces de pie sujetando firmemente el cuchillo. La niña usaba una gargantilla gruesa que le cubría casi todo el cuello, pero Owen no tuvo problema en quitársela de un tirón, dejando expuesto el cuello delgado y blanco, aunque decorado con unas feas cicatrices de heridas bastantes viejas. Éstas desconcertaron un poco a Owen, y le hicieron cuestionarse por un instante cómo podría haberse hecho algo como eso.

«¿Por cuáles horrores has tenido que pasar, pequeña?» pensó un tanto entristecido, pero se forzó rápidamente a hacer eso a un lado y no titubear ni un instante más. «Lo que haya sido, ya no tendrás que sufrir nunca más»

Con una mano tomó los cabellos de la niña para mantenerla quieta, mientras con la otra aproximó el letal filo al cuello; al punto exacto por dónde él sabía bien que corría la vena yugular. Mantuvo el cuchillo presionado ligeramente contra la blanca piel del cuello unos instantes, en los que se permitió observar el rostro dormido de la niña, tan placida y tranquila.

—Lo siento, cariño —susurró despacio, aunque en realidad el arrepentimiento no era precisamente tan palpable en sus palabras. No era ni de lejos la primera persona que le tocaba ver en esa posición; ni siquiera la primera niña pequeña.

Sin más preámbulo, presionó por completo el cuchillo contra el cuello y jaló de él en un sólo movimiento rápido y preciso. La piel de la niña se desgarró al instante, y abundantes borbotones de sangre comenzaron a surgir de la horrible herida, comenzando a escurrir por su rostro como una cascada, y precipitándose a chorros hacia el embudo.

Owen se apartó unos pasos del cuerpo, dándole la espalda quizás en un intento de no tener que mirar aquello más dela cuenta. Mientras pasaba un pañuelo por el filo del cuchillo para dejarlo totalmente limpio, a sus espaldas lograba captar vívidamente el distintivo sonido del líquido golpeando el embudo e introduciéndose en el envase de plástico. Aquel era un sonido que se había vuelto tan familiar para él que a veces lo escuchaba en sueños.

Una vez limpio, introdujo el cuchillo en su funda y lo arrojó al bolso junto con las demás herramientas. Del bolsillo de su chaqueta sacó una cajetilla de cigarrillos y se colocó uno en los labios. No fumaba muy seguido, y usualmente era sólo cuando hacía ese tipo de tareas. De niño, tras ver a los adultos, a su madre, y a otros jóvenes fumando y casi toser sus pulmones por la boca, se había prometido que nunca haría tal cosa. Años después, esa promesa sería rota, y no sería la única.

Acercó su encendedor al cigarrillo y lo prendió. Inhaló una profunda bocanada, que luego dejó salir en la forma de una densa neblina de humo blanco que flotó sobre su cabeza. Alzó su mirada hacia el cielo estrellado y dejó que su mente divagara en cualquier otra cosa. Por ejemplo, en qué prepararía para cenar esa noche; en si tenía ropa sucia que lavar; en la aburrida reunión en el ayuntamiento del día siguiente a la que había prometido que asistiría; o en que después de terminar ahí tendría que limpiar la habitación 304, revisar las pertenencias de sus últimas dos huéspedes, guardar el dinero y cualquier otra cosa de valor que no pudiera ser rastreable, y deshacerse de todo lo demás. Eso incluía, por supuesto, ambos cuerpos.

Pero no había problema con eso. Aquello tampoco sería para nada la primera vez que lo haría, y ya tenía todo un sistema de pasos a seguir que les había funcionado bien hasta ese momento. Para la mañana, todo estaría exactamente en dónde debería estar, como si esas dos niñas nunca hubieran puesto un pie en su hotel. Y para cualquiera que preguntara o quisiera revisar, así sería.

Él se encargaría de todo como siempre, hasta el último detalle. Todo por mantener a salvo y bien alimentada a la persona que más amaba.

Todo por Eli...

Exhaló humo una segunda vez, teniendo su mirada fija en el cielo, y sus oídos sumidos en el agradable silencio de la noche.

«¿Silencio?» pensó de pronto algo desconcertado, en cuanto pudo ser consciente de que, en efecto, todo lo que escuchaba era silencio.

El sonido de la sangre cayendo al embudo había cesado... ¿hace cuánto? No se había dado cuenta, pero cuanto hubiera sido, era demasiado pronto para que hubiera acabado. Normalmente tenía tiempo de terminarse su cigarrillo entero antes continuar con el siguiente paso.

Owen se giró lentamente al cuerpo colgado. El cuello y el rostro de la niña estaban manchados de rastros de su propia sangre, pero efectivamente ya no parecía estar brotando más de la herida. En esos momentos lo único que caía al embudo eran unas cuantas gotas esporádicas que escurrían de la frente o de los cabellos de la niña, pero nada más.

Tiró el cigarrillo al suelo y lo pisó fuerte con la punta de su zapato. Levantó el envase de plástico con ambas manos para intentar medir el peso de su contenido. Era prácticamente nada; lo que bien podría haberle sacado a un par de gatos, o quizás menos. Una niña de su edad y tamaño debería tener muchísimo más. ¿Por qué había dejado de salir? ¿Acaso había hecho mal el corte? Le parecía improbable, pero igual se irguió y aproximó el rostro al cuello de la niña para inspeccionar la herida. Sin embargo, tuvo problemas para localizarla, ya que el corte sobre la piel parecía simplemente haber desaparecido.

Totalmente confundido, acercó sus dedos para intentar retirar los rastros de sangre y buscar la herida a tientas. Las cicatrices del cuello la escondieron un poco, pero tras un rato logró localizar el punto exacto en donde había hecho el tajo, pero éste era para esos momentos sólo una línea borrosa en la piel... que además parecía estarse poco a poco borrando aún más.

¿Vad fan...? —soltó Owen al aire, totalmente estupefacto. Y no sólo por el tema de la herida, que por sí solo era suficientemente desconcertante. Sino que al tener sus dedos presionando la yugular de la niña, pudo sentir vívidamente su pulso acelerado; no el pulso débil de una persona moribunda desangrándose, ni siquiera el de una persona adormecida...

Owen giró su mirada rápidamente hacia el rostro de la niña, en el instante mismo en el que esa expresión placida y tranquila se transformó repentinamente en algo totalmente distinto, en cuanto sus parpados se abrieron de par y en par, y sus penetrantes ojos verde grisáceo se clavaron en él.

El hombre de barba oscura soltó un fuerte alarido al aire, e instintivamente hizo su cuerpo hacia atrás. Sin embargo, su movimiento no fue lo suficientemente rápido, y las manos de la niña lograron extenderse hacia él, aferrándose fuertemente de su cabello a cada costado. Esther se jaló hacia él, y su cuerpo colgado se alzó en su dirección. Aproximó su cara a la de Owen, y sin moderación alguna apresó la nariz del hombre entre sus dientes, mordiéndola con todas sus fuerzas.

Owen soltó un intenso alarido de dolor, y forcejeó con la niña intentando quitársela de encima, pero ésta estaba firmemente aferrada a él con sus dedos y dientes. Al final el hombre alzó un puño y lo dejó caer con fuerza contra el rostro de su atacante. Esther lo soltó tras el segundo golpe, y su cuerpo se balanceó de regreso a su posición original. Su boca estaba manchada ahora con la sangre del hombre, además de la suya, y una clara marca roja se había formado a un costado en dónde la había golpeado, aunque ésta última no tardaría en desaparecer.

Estando de cabeza, Esther logró fijar su mirada en aquel hombre. Owen había caído de sentón en la nieve, y tenía aferrada sus manos a su nariz ensangrentada. Eso lo distraería, pero no por mucho.

Haciendo acopio de todas sus fuerzas para oponerse a la agobiante gravedad, dobló su cuerpo hacia arriba, estirando sus manos hacia sus pies. Aquello resultó complicado, extenuante, además de doloroso. Pero al final logró introducir los dedos de su mano derecha en el interior en su boca, y sacar de su funda lo que ahí escondida: su chuchillo.

Una vez que tuvo el arma en su mano, su cuerpo cedió y volvió a precipitarse al suelo. Sintió por un momento como si su cabeza fuera estrellarse con el suelo, pero la cuerda que aún la sostenía la detuvo. Aquel movimiento tan brusco, acompañada del esfuerzo que aquello había implicado, la mareó un poco. Pero no podía permitirse ceder, que eso apenas era la mitad del trabajo.

Buscó con su mirada a Owen, que estaba comenzando a ponerse de pie; no le quedaba mucho tiempo.

Intentó una vez más alzar el torso y doblar sus rodillas, con tal de poder acercar su mano y su cuchillo a la soga atada a sus tobillos. De nuevo no fue fácil, y su cara se puso colorada por el esfuerzo y sintió como le faltaba el aire. Logró al final aferrar firmemente su mano izquierda a la soga para sostenerse, y eso le proporcionó un poco de alivio. Aproximó con su otra mano el cuchillo, y comenzó a pasar el filo con desesperación por la cuerda para intentar cortarla. El cuchillo era afilado y una parte de la hoja era de cierra, así que era la herramienta ideal para la tarea. Pero la soga era gruesa, y su posición no era precisamente la más cómoda, así que eso le tomaría algunos segundos.

Segundos con los que quizás no contaría, pues Owen comenzaba a incorporarse en ese momento.

— — — —

Cuando Lily quitó el último seguro, escuchó como la puerta el baño a sus espaldas no sólo se abría, sino cómo era prácticamente arrancada de sus bisagras. Por mero instinto se giró sobre su hombro, sólo alcanzando a reconocer la silueta de aquella niña en el umbral del baño, con sus ojos desorbitados llenos de su furia, y su respiración agitada. Los dedos de su mano derecha sangraban y la piel de estos parecía desgarrada.

De un parpadeo a otro, Abby corrió en su dirección con una velocidad sobrehumana, justo al mismo tiempo que Lily abría la puerta de par en par y se apresuraba hacia el exterior. No logró dar más de un paso antes de que el peso entero de la otra niña la golpeara por detrás y la derribara, estrellando su cara contra al piso del pasillo.

Lily forcejó, gritó, pataleó y lanzó manotazos al aire, intentando apartar a aquella cosa de encima de ella. Entre el forcejeo logró girarse y pegar su espalda contra el suelo, pero Abby rápidamente se colocó sobre ella como había hecho antes en el baño.

En un momento, Lily tuvo la suficiente claridad para intentar volver lanzarle una ilusión, enfocando su mente como una flecha directo contra la criatura. Aquello logró sólo un pequeño respingo en Abby, que le permitió a Lily zafarse apenas un poco de su agarre. Sin embargo, casi de inmediato Lily sintió como todo lo que había lanzado se le regresaba, como si le hubieran cerrado una puerta abruptamente en la cara.

«¿Qué...?» pensó sorprendida, pero en especial espantada por ese cambio. La mente entera de aquella criatura se había cerrado, y ya no podía entrar en ella; no de forma sencilla, al menos. Con concentración, tiempo y fuerza, era posible que pudiera destruir lo que fueran aquellas defensas y penetrar de nuevo. El problema era que en esos instantes no contaba con ninguna de esas cosas.

Abby se sentó sobre el abdomen de Lily, aplastándola con todo su peso. La tomó entonces de sus muñecas, con tanta fuerza que a Lily le dolió. Y por más que intentó moverse de alguna forma, era como estar atada al piso con pesados y gruesos grilletes. Estaba totalmente inmovilizada...

Aquel ser fijó de nuevo sus fríos ojos de depredador en Lily, y abrió grande su boca, dejando a la vista de la inofensiva niña debajo de ella una hilera de afilados y largos colmillos que sobresalieron de ella, como las fauces de un enorme tiburón.

Lily se quedó pasmada, con su respiración cortada de tajo, y sus ojos desorbitados fijos en aquella horrible imagen. La imagen de la mismísima muerta.

— — — —

Owen se irguió lo suficiente para sostenerse en sus rodillas, y se arrastró sobre ellas en dirección a su bolso de herramientas. Su mano derecha continuaba aferrada a su nariz, mientras su mirada enrojecida y encrespada estaba fija en su objetivo. Rebuscó rápidamente entre las cosas del bolso, y sacó de ésta la que le pareció más que justa para lo que necesitaba: una larga barreta de acero en forma de "J".

Se giró pronto hacia la chica colgada, que seguía moviendo frenética su cuchillo contra la soga, desesperada por liberarse. Owen se puso rápidamente de pie y avanzó hacia ella, blandiendo su barra de acero con ambas manos.

—¡Chilla! —gritó con su voz consumida por la ira—. ¡Chilla como un cerdo!

Hizo entonces la barra de acero hacia atrás, y luego la jaló con todas sus fuerzas hacia el frente, dirigiéndola directo hacia el cuerpo de Esther como si se tratara de una grotesca piñata humana. Y por unos momentos estuvo bastante cerca de poder golpearla con ella justo como se proponía. Sin embargo, al último momento el cuchillo de Esther cumplió con su trabajo, y la soga cedió. El cuerpo de la mujer de Estonia se precipitó con fuerza al suelo, y la barra de acero sólo alcanzó a golpear el aire.

Esther cayó de espaldas contra el embudo y el envase, tumbando ambos y provocando que la poca sangre que había quedado en el último se vertiera contra la nieve blanca, tiñéndola de rojo. Se giró de inmediato sobre su costado, y en cuanto logró captar por el rabillo del ojo las piernas de su atacante, de pie justo a un lado de ella, sin menor vacilación estiró su mano hacia él, haciéndole un profundo y largo tajó a un costado de su pantorrilla izquierda.

Owen gritó de nuevo de dolor. Y aquel corte, junto con el giro brusco que había dado todo su cuerpo al no alcanzar a golpear a su objetivo con la barra, hizo que perdiera el equilibrio y cayera sobre su costado izquierdo. La barra se soltó de sus dedos, cayendo a unos centímetros de él, aunque de momento sus manos se preocuparon más por presionar la herida de su pierna.

Esther aprovechó para sentarse, y con sus manos y cuchillo intentar deshacer el nudo que le aprisionaba los tobillos. La adrenalina le recorría el cuerpo entero, y sentía su corazón tan acelerado que podría explotarle en cualquier momento. Por suerte estar en el suelo representaba una posición mucho más favorable que estar colgada de cabeza, así que le resultó bastante más sencillo cortar la cuerda en sus tobillos y al fin ser libre.

O al menos libre de cuerdas.

Se giró sobre su hombro, justo para ver cómo Owen estiraba el brazo por el suelo para volver a alcanzar la barra de acero. Esther se lanzó enardecida en contra de él, apuñalándolo con su cuchillo justo en el centro del antebrazo, y casi clavándole el brazo entero al suelo. Owen gimoteó y se retorció, y por mero reflejo jaló su brazo intentando apartarlo, sólo consiguiendo lastimarse más.

Esther retiró el cuchillo de su sitio, y sin espera se colocó sentada sobre el cuerpo del hombre, con sus piernas a cada uno de sus costados, su mano izquierda prensada con firmeza de su cuello, y la punta del cuchillo flotando estática justo a unos milímetros de su ojo derecho. Esther sabía que pesaba demasiado poco para someter a alguien de su tamaño, pero tenía confianza en que la amenaza latente de su arma, así como las heridas que le había infligido hasta ese momento, lo persuadieran de intentar quitársela de encima. Y, por lo quieto que se quedó, al parecer tuvo razón.

Owen respiraba agitado; el vaho de su aliento se hacía notar ante su boca. Y en sus ojos se le notaba asustado, mientras contemplaba a aquella niña, o lo que fuera, visiblemente alterada, con sus ojos chispeando de ira y el rostro manchado con su propia sangre, y de paso la suya también. Y, lo más importante, ni un rastro de la cortada de le había hecho en su cuello.

—¿Cómo? —susurró Owen, incrédulo—. ¿Cómo es posible que estés viva...?

—¿Cómo es posible? —escupió Esther, como si aquellas palabras le rasparas—. ¡Más bien qué clase de enfermo eres tú!

Dirigió de inmediato el cuchillo hacia el hombro izquierdo de Owen, y le clavó la hoja entera en éste, hasta el mango. Owen soltó otro alarido más al aire. Se zarandeó un poco, pero parecía bastante débil o sentía demasiado dolor para intentar hacer mucho más.

—¡¿Qué estabas intentando hacer?! —le cuestionó Esther con brusquedad. Owen sólo la observó, sin decir nada—. ¡Respóndeme, imbécil!

Hizo girar en ese momento el cuchillo, estando aún dentro de su atacante, lo que a todas luces hizo que un dolor aún más intenso recorriera el cuerpo entero del hombre. Aun así, de su boca sólo salieron gemidos y gritos, por lo que además de retorcer el cuchillo se permitió dirigir su otra mano a la herida de su brazo, presionándola e incluso introduciendo su dedo pulgar en ella.

—Más te vale que hables —le amenazó Esther con voz rabiosa—. ¡No quieres hacerme enojar más de lo que estoy! ¡¿Qué mierda es lo que pasa aquí?!

—E... li... —soltó Owen de pronto entre gemido y gemido, siendo la única palabra medianamente entendible que logró pronunciar.

—¿Quién carajos es Eli?

Owen de nuevo guardó silencio, al parecer totalmente indispuesto a responder tal pregunta.

Aquello ya había sido suficiente para Esther, así que terminaría con eso de una buena vez. Retiró el cuchillo de un tirón del hombro de Owen y lo alzó en alto, con la clara intención de dejarlo caer directo al ojo, al pecho, a la garganta... a cualquier sitio; le daba igual luego de lo que le había hecho.

—¡¡Aaaaaah!! —se escuchó de pronto que un agudo y estridente grito cortaba el aire de tajo, agitando a Esther y jalando su atención hacia la lejanía; en dirección al otro patio.

Aquella vocecilla le pareció de inmediato conocida.

«¿Lily?» pensó sorprendida y confundida.

—Eli —volvió a pronunciar Owen en ese momento, estirando su rostro en la misma dirección en la que aquel grito había venido.

Esther lo miró rápidamente. ¿Ese imbécil no trabajaba solo? ¿Había alguien más en ese hotel? En cuanto ese pensamiento se volvió claro en su mente, aquel individuo que sollozaba y sangraba de tantas partes, le resultó poco relevante de momento; ya se encargaría de él después. Así que en lugar de apuñalarlo decenas de veces como era su deseo original, se limitó a sólo darle un fuerte puñetazo en su nariz, ya de por sí lastimada por la fea mordida que le había hecho hace rato.

Owen gimió, se llevó la mano de su brazo sano a su nariz y se ladeó hacia un costado. Esther se puso entonces de pie, y sin más espera comenzó a correr como desquiciada de regreso a su habitación.

— — — —

Aquella grotesca cara desfigurada, esos ojos vacíos sin humanidad alguna en ellos, la boca tan abierta como si la quijada se hubiera dislocado, dejando a la vista todos esos filosos y mortales colmillos... Toda esa horripilante imagen parecía sacada directamente de una de sus pesadillas fabricadas. Pero aquello no era una ilusión, sino un monstruo totalmente real. Un monstruo que la tenía por completo a su merced; indefensa y frágil... como una simple y común niñita.

Abby abalanzó sus fauces abiertas directo hacia el costado derecho del expuesto cuello de Lily. Ésta se zarandeó y agitó, pero nada impidió que clavara sus afilados colmillos, perforando su piel y su carne. Un agudo y punzante dolor le recorrió su cuerpo en cuanto esa letal mordida se cerró en torno a ella, exteriorizado en la forma de un fuerte grito, como nunca había lanzado uno antes.

Sus muñecas seguían inmovilizadas, al igual que el resto de su cuerpo presionado bajo el peso de la criatura. No podía hacer nada, y en un punto ya ni siquiera pudo gritar. Sollozos de terror y dolor fueron lo único que surgió de su boca, y las lágrimas no tardaron en resbalar por sus mejillas. Además del dolor, percibía como aquella criatura succionaba la sangre que brotaba de la herida de su cuello.

«No puede ser, esto no puede estar pasando» pensaba inundada en el terror y en la impotencia.

¿Cómo podía ella, que siempre había estado por encima de cualquiera, que había influenciado tanto miedo y dolor a aquellos que le molestaban, terminar de esa forma? ¿Cómo podía haber caído tan fácil en las garras de esa cosa, fuera lo que fuera? ¿Sería ese el final? ¿Acaso sería ahí donde todo terminaría...?

«¿Voy a morir? ¿Así como así...? No, no quiero... No quiero morir, ¡no quiero!»

Pero a pesar de su ferviente deseo, podía sentir como la vida misma se escapaba gota a gota por su herida. Como esa chica literalmente la succionaba de su cuerpo.

No supo cuánto tiempo estuvo así, pero daba igual; unos cuántos segundos resultaban demasiados. Pero de un momento a otro, Abby apartó bruscamente su cara de ella, alzándola y soltando un fuerte alarido, como un rugido, al aire. Lily giró su cabeza hacia ella como pudo; su boca estaba total enrojecida por su sangre, pero se le notaba además desconcertada y confundida. Y lo siguiente que notó fue a la persona que se había aproximado rápidamente a un costado de ambas, y que en esos momentos sostenía firmemente el mango del cuchillo clavado justo en el centro mismo de la espalda de la criatura.

«¿Esther...?» pensó Lily con debilidad, sin poder deducir con total seguridad si lo que veía era real o no.

La mujer de Estonia sacó de un tirón el cuchillo de la espalda de Abby, y luego la pateó con todas sus fuerzas directo en la cara. El cuerpo de la criatura se hizo hacia atrás por el golpe, apartándose un poco de encima de Lily. Esther abalanzó el cuchillo de nuevo en dirección a la cara de Abby, pero ésta se hizo más hacia atrás de un salto, entrando en el interior del cuarto 304 por la puerta aún abierta, cayendo en la alfombra en cuatro patas.

Esther la contempló fijamente con su expresión dura, mientras sujetaba su cuchillo delante de ella de forma defensiva. Ella la miró de regreso, desde la profundidad de esos ojos bestiales, enseñando sus dientes como un verdadero animal salvaje.

«¿Qué demonios es esa cosa?» pensó Esther, confundida.

Por el rabillo del ojo notó que Lily se sentaba y se hacía hacia atrás por el suelo. Su mano derecha se presionaba con fuerza contra la herida de su cuello.

—Oye, ¿estás bien? —le cuestionó con seriedad, mirándola de reojo sobre su hombro.

—¡Me mordió! —gritó Lily, visiblemente perturbada—. ¡Esa perra me mordió!

Eso le pareció a Esther que estaba haciendo cuando se aproximó corriendo, pero no creyó que en efecto fuera el caso. Al girarse de nuevo al frente, logró ver como aquella criatura se erguía lentamente, al parecer totalmente intacta. La puñalada que le había hecho en la espalda debería de haberle cortado en dos la columna, o al menos haberla dañado lo suficiente para que no pudiera levantarse. Y sin embargo, ahí estaba, de pie delante de ella totalmente derecha e impasible.

«¿Pero qué mierda está pasando en este lugar?» pensó Esther, totalmente perdida con toda esa locura.

Abby la contempló en silencio unos instantes, ladeando ligeramente su cabeza hacia un lado. Pasó la manga derecha de su sudadera para su boca para limpiar de ella los rastros de la sangre de Lily, pero sólo logrando embarrarla un poco. Y sin más, se lanzó directo hacia Esther, totalmente indiferente al cuchillo que ésta sostenía hacia ella.

Esther reaccionó, blandiendo el cuchillo en su contra, llegando a hacerle una profunda cortada en su mejilla izquierda que casi se llevaba de paso su oreja. Pero eso no la detuvo, y dirigió sus dos manos directo hacia el delgado cuello de la mujer, apretándolo entre sus dedos. Esther sintió como el aire dejaba de poder ingresar a su cuerpo, y como su cuello se comprimía hasta casi destrozarse.

Aquella cosa era fuerte; muy fuerte.

No dejó que la desesperación la dominara, y en lugar de intentar quitarse sus manos de encima, Esther dirigió su cuchillo a ciegas hacia el abdomen de la criatura, introduciéndolo hasta lo más hondo una, dos, tres... varias veces seguidas; cuchilladas rápidas y desesperadas por todo su abdomen, haciéndole varios agujeros a su vestido, cuya tela amarilla rápidamente comenzó a teñirse de rojo.

Abby pareció al inicio impasible ante las puñaladas, con su atención totalmente puesta en Esther y que sus manos aparentaran más y más su cuello hasta asfixiarla o rompérselo; lo que ocurriera primero. Pareciera como si aquello no tuviera ningún efecto en ella. Aun así, Esther continuó una y otra vez, hasta que las señales de dolor ya no pudieron ocultarse del todo de la cara de Abby, y se volvieron después, a simple vista, insoportable.

La criatura soltó otro gruñido al aire, y con una fuerza increíble lanzó a Esther hacia un lado con sus manos. El cuerpo de la mujer voló por la habitación, cayendo sobre una de las camas, pero de inmediato rebotando por la fuerza del empuje y estampándose de narices contra el suelo a un costado. Su cuchillo se había escapado de sus manos a medio vuelo.

Abby se tambaleó hacia un lado, dando pasos en falso hasta quedar contra el mueble de la televisión. Llevó sus manos a su abdomen, presionándolo. Respiró lentamente, quizás intentando calmarse, enfocándose en el suelo mientras sus heridas se iban curando poco a poco.

No fue la única, pues aunque debería tener su cuello destrozado en esos momentos, Esther sintió como éste se iba recobrando. Y aunque el dolor de aquellos dedos alrededor no desaparecería en un buen tempo, al menos parecía que no tendría nada grave de momento de lo cual preocuparse. Así que cuando estuvo lista, se apoyó en la cama para alzarse, y se giró en busca de aquella otra chica. Para su horror, ésta parecía también ya recuperada, y lista para volver a atacar.

—Oh, genial —masculló sarcástica, sonando más como una maldición.

Y entonces, al palpar la cama (su cama) con una mano para levantarse, recordó algo; una cosita que había colocado bajo su almohada para emergencias, como lo hacía siempre que llegaban a un alojamiento como ese. Aquello lo hacía pensando más en si alguien las perturbaba durante la noche mientras dormían... pero esa parecía una situación mucho más adecuada.

Esther se lanzó hacia la almohada al mismo tiempo que Abby daba un largo salto desde su posición hacia ella, cruzando el cuarto en un amplio arco. En un sólo movimiento, Esther introdujo su mano bajo la almohada, tocó con sus dedos lo que ahí había escondido, lo tomó firmemente, lo sacó de un tirón, y con la espalda contra la cama se giró de lleno hacia Abby, apuntándola directo con aquel objeto: su pistola larga, oscura y cargada.

Los ojos de Abby, que se encontraba en ese momento prácticamente suspendida en el aire sobre la cama, se abrieron estupefactos en cuanto divisaron aquella arma cuyo cañón le apuntaba directo. Y al instante siguiente, el estrepitoso sonido del disparó llenó por completo el cuarto, y el cuerpo de la criatura fue empujado hacia atrás. Cayó pesadamente contra el borde inferior de la cama, rodando al instante después al suelo.

Esther se paró de inmediato de la cama, y con pistola en mano se aproximó hacia ella, y la observó arrastrarse por el suelo con la ayuda de sus manos, que en esos momentos parecían haber tomado la forma de largas y puntiagudas garras. La bala le había entrado directo en el lado derecho de su pecho, y atravesado su delgado cuerpo hasta salirle por la espalda y estamparse contra el techo. Pese a todo, estaba claramente viva, aunque el dolor de esa última herida no le era indiferente.

—Maldita puta —exclamó Esther furiosa, y extendió entonces su arma, apuntándole con ella, ahí en el suelo. Estaba lista para vaciarle todo el cartucho entero en su espalda, cuando la presencia de alguien más la distrajo.

—¡No! —gritó alguien con todas sus fuerzas desde la puerta principal de la habitación. Y al virarse en dicha dirección, Esther pudo ver la enorme figura de Owen, renqueando hacia ella, pero lanzándosele encima con la intención de taclearla.

Esther intentó girar rápidamente el arma hacia él, pero no logró hacerlo antes de que el hombre de barba la empujara con todo el peso de su cuerpo, derribándola al piso. Ambos comenzaron a forcejear, siendo la intención de Owen claramente arrebatarle su arma. Esther, sin embargo, no se dejó y se aferró a ésta con fuerza. Owen podía ser más grande y fuerte, pero sus heridas de hace rato lo tenían débil, y Esther lo aprovechó.

Mientras apartaba la pistola de él con una mano, con la otra golpeó su hombro, en el punto exacto en el que lo había apuñalado, y luego lo apretó con fuerza entre sus dedos. Owen gimoteó adolorido, pero resistió, por lo que Esther se permitió lanzar su cabeza contra él, estrellándole la frente contra su nariz lastimada. Esa combinación hizo que el cuerpo de Owen se hiciera para atrás, lo suficiente para que Esther pudiera patearlo con fuerza en el pecho y lo apartara de ella.

Una vez que ya no lo tuvo encima, Esther se hizo hacia atrás por la alfombra, sólo unos centímetros. Pero estos bastaron para que pudiera apuntarle con su pistola, y soltar tres disparos seguidos que dieron directo en el pecho del hombre, casi a quemarropa.

El aullido del arma disparando bastó para que Abby pudiera reaccionar y salir de su estupor tras su última herida. Separó rápidamente su rostro de la alfombra, el momento justo para ver el cuerpo de Owen precipitarse al suelo, con los tres agujeros de bala decorándole su pecho y comenzando a impregnar sus ropas de sangre.

—¡¡NOOO!! —gritó la niña de piel pálida con todas sus fuerzas, retumbando en las paredes. Se puso de pie de un salto, y corrió hacia el hombre.

Esther estaba en el camino, e intentó girar su arma hacia ella, pero la mano de Abby se dirigió contra ella primero, golpeándola con increíble fuerza en la cara y literalmente lanzando de nuevo su cuerpo por la habitación como si la hubiera golpeado un auto. Esther se estrelló contra la mesa del cuarto a un lado de la puerta, derribándola.

—¡Oskar! —exclamó la chica con exasperación. Se agachó a un costado de Owen, y lo tomó delicadamente entre sus brazos. El hombre respiraba con dificultad, y observaba fijamente el techo sobre él mientras intentaba desesperado jalar aire por su boca. Una mano se presionaba inútilmente contra su pecho, pero la sangre se escurría entre sus dedos—. No, Oskar... ¿por qué...? ¿Por qué? —masculló dolida, mientras pasaba los dedos de su mano delicadamente por su rostro—. Sabías que eso no puede matarme... ¿por qué lo hiciste?

Owen giró lentamente su rostro en su dirección. En cuanto sus ojos enfocaron su rostro lleno de angustia y temor, una sonrisa casi divertida se dibujó en sus labios.

—Sólo no quería verte lastimada —susurró despacio, incluso permitiéndose reír un poco, algo que lamentaría cuando un pequeño ataque de tos lo hizo escupir algo de sangre por su boca.

—Oskar... —susurró la niña con marcado dolor. Algo brillante y pequeño surgió de pronto de la comisura su ojo izquierdo, resbalándose poco a poco por su mejilla. Owen, u Oskar, contempló aquello con asombro.

—Lloras —señaló entre quejidos—. ¿Lloras por mí...? No recuerdo... haberte visto hacerlo nunca...

La niña llevó por instinto su mano derecha a su rostro, tallando su mejilla con sus dedos. Era cierto, se sentía húmeda.

Esther se incorporó adolorida. Miró a la mocosa que le estaba dando la espalda en esos momentos abrazada de aquel hombre, y le pareció el momento justo para volarle la cabeza por detrás. Buscó alrededor su arma, pero ésta parecía haber quedado en el centro de la habitación tras su último lanzamiento. La puerta del cuarto estaba más cerca de ella. Desde ésta, sentada contra el marco y con su mano aferrada a su cuello, Lily observaba todo con mirada soñolienta. Se le veía débil y pálida, y respiraba agitadamente.

Esther prefirió mejor intentar una huida, aprovechando que aquella cosa estaba distraída. Se dirigió rápidamente hacia Lily, pero ésta estaba tan sumida que no notó su presencia hasta que estuvo de cuclillas delante de ella.

—Levántate —le ordenó Esther, tomándola con brusquedad del brazo.

—No... puedo... —susurró Lily con voz frágil—. Me siento mal... me siento...

Su cabeza se ladeó hacia un lado y sus ojos amenazaron con cerrarse. Esther abalanzó su mano derecha con dureza hacia ella, dándole una fuerte bofetada que hizo que su cara se girara por completo en la dirección contraria y sus ojos volvieran a abrirse de golpe.

—¡Ni se te ocurra dormirte! ¡Levántate ahora mismo!

Tomó el brazo de Lily y la forzó que le rodeara el cuello y los hombros con él, y así ayudarla a alzarse. Lily no estaba ayudando demasiado, así que aquello resultó una tarea más difícil de lo esperado.

Los otros dos casi parecían haberse olvidado de ellas. La niña contemplaba absorta el rostro de su amigo, y éste la mirada lo mejor que la inminente muerte se lo permitía. Al final, el hombre de barba logró tener la suficiente fuerza para decir lo que tanto deseaba:

—Por favor... alimentante de mí para que te cures...

—¿Qué? —exclamó Abby en voz baja—. No... Oskar...

—Por favor —insistió el hombre—. Déjame serte de utilidad una última vez...

Owen alzó débilmente una mano hacia ella, tocando su rostro con las yemas, y un poco sin querer dejando marcas rojas sobre éste pues sus dedos estaban manchados con su propia sangre. Abby tomó su mano cálida, aunque ella fuera incapaz de percibir por completo aquel calor tan real, tan vivo, y la pegó por completo contra su mejilla. Lo besó también con dulzura en su palma, y susurró despacio contra su piel:

—Te amo...

Owen sonrió.

—Yo te amo... a ti... Eli...

La niña se giró hacia él, y cumplió de inmediato su último deseo. Abalanzó su rostro contra el cuello del hombre en el suelo, y sin más vacilación clavó sus colmillos enteros contra éste, desgarrándolo y dejando que su sangre brotara de su cuerpo directo a su boca.

Esther ya había hecho que Lily y ella se pararan, pero el distintivo sonido de la mordida, y el mórbido sonido de succión de lo que aquella criatura estaba haciendo, provocó que inevitablemente se girara a ver lo que ocurría justo al pie de las camas del cuarto. Esa niña, agazapada encima del cuerpo de aquel hombre, con su rostro hundido contra su cuello, succionándole... la sangre.

—No puede ser —masculló Esther, atónita.

—Es un... —susurró Lily con voz queda—. Es un... es un va...

—Ni siquiera lo digas —pronunció Esther como un regaño. Había visto demasiadas cosas extrañas para ese momento, pero... ¿eso? Tenía que ser una jodida broma de mal gusto.

Sin darse cuenta, se quedó más de la cuenta absorta en aquellos pensamientos, y en la grotesca escena ante ella. Sólo reaccionó de nuevo cuando aquella muchacha alzó abruptamente su cara, y fijó sus ojos de nuevo en ella. Su boca, mentón y nariz parecían enteramente pintados de rojo.

Esther se estremeció. Quiso retroceder, pero sus pies no reaccionaron. Pero cuando la vio en ese justo instante, supo que su deducción debía ser cierta. Esa cosa no era humana: era un maldito vampiro...

Abby, o Eli, desvió su atención un instante más hacia el cuerpo del hombre debajo de ella, ya en esos momentos totalmente inmóvil, con sus ojos abiertos y vacíos contemplando a la nada. Dirigió sus manos hacia su cabeza, la tomó firmemente entre ellas... y vaciló, sólo por un instante. Pero luego tomó la resolución suficiente para girar la cabeza del hombre por completo. El crujido del cuello rompiéndose se escuchó en todo el cuarto.

Eli se puso entonces de pie lentamente, con sus ojos acechadores totalmente fijos en Esther. El disparo, las puñaladas, los golpes... Nada de eso parecía afectarla en ese momento. Se veía entera, apacible, fuerte... Esther supo de inmediato que sería inútil intentar huir, y menos cargando a Lily en el estado en el que se encontraba. Las alcanzaría sin problema antes de que pudieran cruzar el patio de juegos, y las mataría a ambas con sus propias manos.

Sólo había una cosa sensata que podía hacer, si es que algo de lo que estaba pensando podía ser catalogado en realidad como "sensato".

Sin decir nada, soltó el brazo de Lily y la empujó con brusquedad hacia el pasillo. El cuerpo delgado y debilitado de la niña se tambaleó hacia atrás, cayendo se sentón con su espalda contra una columna.

—¡¿Qué estás haciendo...?! —le gritó Lily, confundida. Esther no respondió, y en su lugar simplemente cerró con brusquedad la puerta del cuarto, desapareciendo detrás de ésta, y quedando totalmente a solas con aquella criatura.

Una vez la puerta se cerró, Esther le regaló a aquella criatura su sonrisa más confiada y entusiasta; más de lo que en verdad se sentía. Ésta se quedó inmóvil, contemplándola en silencio.

—Muy bien, perra —masculló Esther con tono de provocación, alzando sus manos a cada lado y haciendo con sus dedos los gestos de que se aproximara—. ¿Quieres chupar? Pues chúpame ésta, fenómeno. Pero adivina qué...

Esther aspiró profundamente por su nariz, y pudo sentir como su cuerpo se llenaba abruptamente de energía. Sus golpes, sus heridas, todo lo que había sufrido en ese rato se curaron también por completo. Su cansancio también se esfumó, siendo remplazado por una clara sensación de energía y bienestar.

Eli pareció también notar esto; fue evidente en la expresión de ligera sorpresa que se plasmó en su rostro.

—No eres la única que se alimenta de la vida de otros —le indicó Esther con sorna, pasando además su lengua de forma juguetona por sus labios, mientras observaba de reojo el cadáver de Owen a lado de ellas—. Tú papi sí que es delicioso, ¿verdad?

Aquello claramente crispó el enojo de Eli, y sus ojos chispearon con ira. Saltó entonces con agilidad en su contra, mientras rugía con ímpetu al aire.

FIN DEL CAPÍTULO 137

Notas del Autor:

—El flashback de la escena inicial de este capítulo ocurriría justo después de los incidentes del Capítulo 53.

—Como algunos quizás ya lo adivinaron desde antes, los personajes de Oskar, alias Owen, y Eli, alias Abby, están inspirados en los respectivos personajes de la película sueca Let the Right One In o Déjame Entrar del 2008, así como la novela de John Ajvide Lindqvist en la que está inspirada. En menor medida se han tomado también algunos detalles y referencia de la versión americana del 2010 (como por ejemplo los nombres de Owen y Abby). La historia se ubicaría alrededor de 36 años después del final de la película original. Más detalles sobre ambos personajes y su trama se darán a conocer en los siguientes capítulos. Sin embargo, de entrada les puedo adelantar que para los fines de esta historia, se omitirán por completo los hechos narrados en el cuento Let the Old Dreams Die o Deja que los Viejos Sueños Mueran del mismo autor de la nivela original.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro