Capítulo 136. Miedo Irracional
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 136.
Miedo Irracional
Un día como cualquier otro, Emily llevó a Lily a Westmoreland Park para que pasaran la tarde juntas. Era sábado, no había escuela y Emily tampoco debía trabajar, así que era el momento perfecto de una salida divertida y tranquila para que ambas se conocieran un poco mejor.
Era apenas la segunda semana que la pequeña de diez años llevaba viviendo en casa de la trabajadora social, así que se podría decir que eran los momentos en donde todo estaba bien entre ambas; sin enemistad, sin gritos, sin miedo, sin deseos homicidas la una por la otra... Y normalmente eso resultaría aburrido para la niña Sullivan. Sin embargo, lo cierto era que estaba tomándole cierto gusto a esa vida cotidiana y pacífica, con puertas sin seguros, sin intentos de drogarla y cocinarla en el horno, ni el constante aire deprimente que siempre cargaban sus padres consigo, y que llegado un punto resultaba asfixiante.
Con Emily los días eran comidas deliciosas, dulces, salidas, tés calientes antes de dormir, incluso una que otra canción o cuento. Una cama cómoda, una pantalla plana, televisión por cable e internet. Era ciertamente una mejora considerable a su situación anterior.
Lily sabía que eso no duraría por siempre. Y no sólo por el hecho de que su estadía con Emily era algo temporal y tarde o tempano tendría que irse con otra familia adoptiva, sino porque ella sabía bien que terminaría por aburrirse de todo eso, y tendría que dejar a un lado aquella casa, sus comodidades y, por supuesto, a Emily. Pero antes de que eso pasara, se las arreglaría para disfrutarlo, y quizás divertirse un poco a expensas de su trabajadora social personal. Aunque claro, eso último dependía de qué tan bien ésta se portara con ella.
Como le había dicho a sus padres, mientras hicieran lo que ella les dijera, y se comportaran como ella quisiera, podrían tener una vida tranquila y armoniosa. Sólo quizás una pequeña pesadilla ocasional cada vez que alguno metía la pata, para recordarles quién era la que mandaba. Y por un tiempo eso funcionó, hasta que fue más que evidente que sus padres no estaban dispuestos a vivir más tiempo de esa forma, y... bueno, pasó lo que pasó.
Si de ella hubiera dependido, ambos estarían en ese momento bien muertos, o algo peor. Y claro, esa opción aún estaba sobre la mesa para cuando quisiera tomarla. Pero de momento, una temporada estando encerrados meditando en lo que habían hecho para terminar así les haría bien. Siempre podía mandarles unas cuántas pesadillas desde dónde estaba para recordarles que seguía ahí, y que esas paredes y guardias no podían protegerlos de ella.
Como fuera, pensar en sus padres no se encontraba en sus prioridades de esa tarde. Y tras caminar un rato por aquel parque y jugar en las áreas de juegos, Emily la llevó hacia el estanque de los patos. Y aquel no era un simple nombre, pues en efecto había decenas de patos, nadando o caminando por la orilla de aquel pequeño cuerpo de agua. Lily no creía haber visto antes a tantos en un sólo lugar.
Emily le preguntó si quería alimentarlos. Por dentro Lily no estaba muy segura de qué opinar de tal propuesta; ¿se suponía que eso era algo divertido que los niños de su edad hacían? No obstante, por fuera se permitió esbozar una amplia sonrisa de emoción y pronunciar en alto:
—¡Sí!
Emily compró un vaso entero de comida para aves que vendían ahí mismo y se lo entregó. Y mientras buscaba dónde poder comprar un par de botellas de agua, dejó a Lily en el estanque para que se entretuviera con los patos. La niña se quedó de pie con el vaso con comida en una mano, mientras contemplaba a los ansiosos animales, agitándose delante de ella y soltando sus molestos graznidos (¿así se decía?) al aire. Parecían bastante conscientes de lo que la niña tenía en su mano.
—¿En serio quieren esto? —preguntó Lily con mordacidad. Tomó entonces un poco entre sus dedos y lo arrojó lejos de ella. Algunos de los patos corrieron ansiosos hacia la comida, recolectándola de inmediato del suelo con sus picos.
«Qué divertido» pensó, el sarcasmo tan denso que casi escurría por su cara.
Arrojó más pizcas de comida de un lado a otro, contemplando como los patos saltaban intentando alcanzarla antes que los otros.
«Qué animales tan simples y aburridos» pensó Lily. «Sólo viven para comer, y poco más»
No resultaban ser mucho mejores que algunas personas con las que ella se había cruzado en su corta vida, pero igual le parecían bastante sosos.
Comenzó a preguntarse a qué le temerían seres tan inferiores como esos. ¿Comprenderían siquiera lo que era el miedo en realidad? Por su experiencia en ese terreno, el miedo iba la mayor parte del tiempo ligado al deseo. Dudaba que los animales desearan. Las personas sí que deseaban cosas, y perderlas les asustaba. Su dinero, su reputación, su salud, su familia, su pareja, su seguridad, su vida...
«Su vida» pensó Lily, llegando a su mente como una revelación.
Vertió algo de comida sobre su palma y se colocó de cuclillas. Los patos se acercaron presurosos hacia ella para tomar la comida de su mano.
—¿Le temen ustedes acaso a la muerte? —cuestionó de pronto en voz baja mientras los patos comían de su mano—. Vamos a averiguarlo...
Y mientras los patos se congregaban delante de ella, Lily se enfocó en cada una de sus pequeñas e inofensivas mentecitas. Cavó profundo en ellas, abriéndose paso hasta el punto correcto en el cuál sembrarles la semilla de una linda visión: cientos de pesados pies, con botas grandes y gruesas suelas, precipitándose hacia todos ellos con fuertes pisotones. Los aplastaban por completo contra el suelo, les quebraban sus cuellos, hacía que sus interiores se salieran de sus cuerpos como globos reventados, machucaban sus cabezas hasta hacerlas papilla...
Claro, nada de eso era real. Sólo eran ilusiones creadas por la niña delante de ellos. Pero para los patos, fueron lo suficientemente convincentes para que todos soltaran una serie de estridentes parpeos (sí era ese nombre correcto, ¿no?) al aire, agitaran sus alas con intensidad, y muchos se elevaran y se alejaran despavoridos de ella.
Lily, por su parte, rio con ímpetu, llena de júbilo mientras admiraba tan divertida escena. Un montón de animales tontos, corriendo por todos lados sin saber qué hacer, presas de un terror que sólo ellos veían. No eran tan distintos a los humanos después de todo.
No todos los patos se alejaron por completo. Algunos se pararon a varios metros de distancia de ellos, pero observaban con precaución en su dirección, aguardando.
«¿Acaso su hambre es más fuerte que su miedo a la muerte?» pensó Lily. Aquel hecho le pareció particularmente interesante. Así que para comprobarlo, puso más comida en su mano y la extendió al frente, ofreciéndoselas.
Al inicio el grupo de patos permaneció quieto en su sitio, mirando con aprensión hacia la comida que le ofrecían. Dudaban, por supuesto, pero no descartaban por completo el arriesgarse a tomarla. Lily no lograba leer precisamente sus mentes (no pensaban para nada parecido a las personas). Sin embargo, sí lograba sentir como su instinto de supervivencia entraba en conflicto, y eso le pareció... delicioso.
Al final, uno de los patos fue lo suficientemente valiente para aproximarse con paso veloz hacia ella, aunque nadie más le siguió. Era uno pequeño, posiblemente joven, y por ello quizás más ingenuo.
«Eso es, acércate» pensó Lily emocionada, la sonrisa de sus labios ensanchándose en una amplia mueca, casi grotesca. «Ven, ven, ven por la comida... ven más cerca...»
El pato se paró justo delante de la niña, y aproximó apresurado su pico hacia su mano para tomar la comida.
«Bien, muy bien. Ahora, como premio a tu valentía... te haré ver algo muchísimo peor...»
La mente de Lily comenzó a darle forma a la horrible visión que le daría a aquel inofensivo patito. ¿Un enorme lobo que lo tomara en sus fauces del cuello y se lo desgarrara? ¿Qué se prendiera fuego espontáneamente y ni siquiera el gua del estanque pudiera apagarlo? ¿Qué cientos de arañas lo carcomieran desde dentro hasta abrirse paso al exterior?
O quizás, por primera vez, podría sólo acercar su propia mano a su delgado cuello, apretarlo entre sus dedos con fuerza, y ver qué pasaba. Sería una experiencia totalmente nueva. Ya se había convencido de aquella última alternativa, e incluso su mano se aproximaba lentamente hacia su objetivo. Sin embargo, algo la detuvo.
Sintió de pronto como algo frío, muy frío, la tocaba justo en su oreja, haciendo que se sobresaltara.
—¡Ay! —soltó asustada al aire, parándose rápidamente. La comida cayó de su mano al suelo, pero el patito no se quedó para recogerla. En vez de eso, el gritó de la niña pareció ser suficiente para menguar su valentía, así que rápidamente retrocedió para volver con su grupo.
Una risilla divertida se hizo presente a sus espaldas, por lo que Lily se giró rápidamente, claramente molesta. Sin embargo, su expresión se suavizó en cuanto divisó a Emily, que reía divertida mientras sujetaba en su mano el objeto frío con el que la había tocado: una botella de agua recién sacada de un refrigerador.
—Lo siento, ¿te asusté? —se disculpó Emily, aún con voz risueña.
—No —se apresuró Lily a responder, al tiempo que se tallaba su oído y mejilla para limpiarse cualquier rastro de líquido que hubiera quedado en ella—. Sólo me distraje.
—Sí, claro —comenzó Emily con ironía. Sin embargo, pareció forzarse a recuperar la compostura, y le extendió entonces la botella—. Aquí tienes, pequeña.
—Gracias —respondió Lily en voz baja. Le pasó a Emily el vaso con la comida de ave, para poder tomar la botella y abrirla. Dio entonces un largo sorbo de ella.
Mientras ella bebía. Emily observó sonriente hacia el grupo de patos a unos pasos de ellos.
—¿Te gustó alimentar a los patos? —le preguntó con curiosidad.
—Creo que yo no les gusto a ellos —respondió Lily, fingiendo total ignorancia de por qué las aves no sólo se mantenían alejadas de ella, sino que incluso en cuanto los miró comenzaron hacer aún más distancia.
—No te aflijas —indicó Emily, restándole importancia—. Son sólo patos, ¿qué saben?
La trabajadora social avanzó unos pasos y les arrojó de una vez todo lo que quedaba de comida en el vaso, que se desparramó sobre el suelo frente a ellos. Los patos no tardaron en lanzarse hacia ella.
—Todo suyo, chicos —indicó Emily con confianza, seguida de otra pequeña carcajada.
Lily la observó en silencio mientras bebía un poco de agua. Emily sonreía ampliamente mientras contemplaba a los patos comiendo. El sol tocándole el rostro hacía que éste le brillara, al igual que sus radiantes cabellos dorados que se mecían un poco con el viento.
En el corto tiempo que llevaba de conocerla, Lily se pudo dar cuenta de que Emily era ese tipo de persona que acostumbraba mostrarse ante la gente sólo de dos formas: como inmensamente alegre y optimista, o como una mujer ruda, seria y fuerte que no le temía a nada. Como la mayoría de las personas que había conocido que hacían exactamente lo mismo, aquello era una obvia fachada para ocultar la maleja de emociones negativas que era por dentro.
Quizás en parte por eso le gustaba estar a su lado. Le atraía la idea de desprender poco a poco cada una de sus capas hasta descubrir lo que se ocultaba en el núcleo; como desenvolver lentamente un regalo, alargando la emoción.
Tras dejar a los patos atrás, ambas comenzaron a caminar lado a lado, rodeando el estanque.
—¿Te estás divirtiendo? —le preguntó Emily con curiosidad, a lo que Lily asintió de inmediato como afirmación.
—Sí. Es un lugar muy bonito.
—¿Nunca habías venido?
—No creo —negó Lily con la cabeza—. ¿Y tú?
—Oh, sí —exclamó Emily con una luminosa expresión de felicidad—. De niña paseaba mucho por aquí. Por supuesto era un poco distinto, pero el estanque de los patos siempre ha estado aquí.
—¿Venías con tu madre? —soltó la niña de pronto, claramente destanteando a su acompañante.
Emily la volteó a ver rápidamente con sus ojos bien abiertos, reflejando confusión, pero al mismo tiempo una ligera pizca de miedo que, por supuesto, para Lily no pasó nada desapercibida.
—No... no precisamente —respondió Emily con voz apagada, empinándose casi de inmediato un poco de la botella de agua.
—Nunca hablas de ella —murmuró Lily con aparente ingenuidad, aunque en realidad lo único que deseaba era picar un poco más la herida—. De tu madre, me refiero.
Emily suspiró y pasó una mano nerviosa por su pelo, intentando acomodar algún cabello fuera de su lugar que en realidad no lo estaba como tal. Era obvio que el tema le incomodaba. Lily se había percatado de esa pequeña brecha de su fachada, y aquel parecía un buen momento para ver si la podía hacer un poco más grande.
—No hay mucho que hablar —respondió Emily con disimulo, encogiéndose de hombros—. Sólo que mi relación con ella siempre fue... complicada.
—No puede serlo más que con la mía —señaló Lily, fingiendo cierta dolencia al pronunciarlo.
Aquello sin duda tomó un poco desprevenida a Emily. Sin importar lo que su madre le hubiera hecho, de seguro no había intentado cocinarla en un horno.
—Creo que será mejor no hablar de madres, ¿cierto? —señaló Emily con seriedad.
—Supongo —asintió Lily—. Aunque creo que tú serías una estupenda madre.
—Gracias, pequeña.
—¿Por qué no lo has sido ya? ¿Es por tu trabajo?
Emily vaciló unos instantes, tomándose un momento para pensar antes de responder.
—En parte, sí. Siempre estoy muy ocupada. Pero... ¿Quién sabe? —pronunció encogiéndose de hombros—. Quizás si encuentro a la persona adecuada aún pueda serlo. Pero en estos momentos lo único que me ocupa es ser la mejor madre temporal para ti.
Remató su comentario pasando una mano juguetona por la cabeza de Lily, despeinándola un poco. La niña rio divertida.
—Eres muy joven para ser mi madre —señaló mientras se acomodaba sus cabellos de nuevo.
—Oh —pronunció Emily, al parecer conmovida por el comentario. La rodeó entonces con un brazo y la atrajo hacia sí. Ambas comenzaron a caminar una pegada a la otra—. Eso no es cierto, pero por ese astuto cumplido te ganaste un helado. ¿Te gustaría?
—¡Sí! —exclamó Lily con entusiasmo.
—Pues vamos por él.
Ambas se encaminaron sin espera a hacer realidad aquella propuesta. Siguieron conversando un poco más en el trayecto, de cuestiones mucho más banales. Y Lily se convencía a sí misma de que no estaría mal quedarse un tiempo más largo de lo pensado con Emily.
Sin embargo, dicho tiempo sería en realidad más corto de lo que ambas esperaban en esos momentos.
* * * *
Lily tuvo un arrebató de arrepentimiento en cuanto salió de la habitación, y el frío del exterior volvió a pegarle en el rostro. Y pensó entonces que quizás su amenaza de que prefería estar afuera en la nieve que adentro con Esther, no era en realidad tan cierta. Sin Embargo, su orgullo pudo más, así que no se planteó ni por un momento volver adentro. En su lugar se cerró su chaqueta, se colocó el gorro de ésta sobre su cabeza y se dirigió al área de juegos.
Caminó hacia uno de los columpios y se sentó en él, sujetándose firmemente de las frías cadenas. No había nadie más ahí; ni en los columpios, ni en el tobogán, ni en las barras, y mucho menos en la piscina tapada. Ella sin lugar a duda era la única loca que estaba ahí afuera con ese frío.
El profundo silencio en el que se sumía todo su alrededor se volvió de nuevo presente para ella, agobiándola un poco, pero ya no tanto como antes.
Miró lentamente en dirección a la planta superior, al mismo punto en el pasillo en donde había visto aquella figura pálida como un fantasma, y dada sus experiencias recientes bien podría haberlo sido. Aquella luz seguía tintineando, pero no había rastro de aquella persona, o lo que fuera.
Comenzó a mecer su cuerpo ligeramente hacia adelante y atrás con sus pies apoyados en la tierra, y sus ojos fijos en sus botas. Sólo se quedaría ahí afuera unos minutos para demostrar su punto, y luego volvería adentro y... ¿y haría qué con exactitud?
No tenía como tal una idea en específico. Ni siquiera tenía claro por qué aquellas palabras de su acompañante le habían afectado tanto. No era en sí peor que otras cosas que se habían dicho. Y aun así, la solo insinuación de que era ella la que necesitaba de Esther, le revolvía el estómago. ¿Por qué? ¿Sería acaso porque... era en parte cierto?
«Por supuesto que no» pensó para sí misma. «¿Quién necesita de esa loca? Puedo seguir mi camino sin ella en el momento que yo quiera. Me hubiera apartado hace mucho de todo esto si Damien no me hubiera detenido aquel día. Yo no soy como estos imbéciles llorones»
Se siguió repitiendo aquello una y otra vez como un mantra, casi como si en verdad quisiera convencerse a sí misma de ello. De que no necesitaba a sus padres o a Emily; ni a Esther, ni a Samara, ni a Damien. No necesita de nadie; estaba mucho mejor sola.
Siguió con la atención fija en el sus pies mientras mecía. Tras unos momentos alzó su mirada de nuevo, pasándola por su alrededor: por la piscina a lo lejos, por el tobogán, por las barras...
Y al mirar justo ese punto, se dio cuenta de que algo había cambiado. Aunque hace unos minutos cuando recién se sentó estuvo segura de que no había absolutamente nadie ahí, en ese momento pudo ver con total claridad la figura de alguien, sentada justa encima de las barras. Y no era cualquier persona desconocida: era la misma de cabello negro rizado, rostro pálido y sudadera negra que había visto cuando llegaron; de eso estuvo absolutamente segura. Y al igual que en esa ocasión, la estaba miraba de regreso, sólo a ella.
El cuerpo enteró de Lily se estremeció por la impresión. Su respiración se cortó por completo, y sus pies dejaron de moverse, dejando el columpio totalmente inmóvil. ¿Era real? ¿En qué momento había llegado ahí sin que la viera o la sintiera? ¿O es que era en verdad un fantasma? Y lo más importante: ¿por qué estaba ahí? ¿Por qué la observaba tan fijamente?
Lily se sumió de nuevo en aquellos ojos tan claros como el cielo, tan fríos y vacíos que se clavaban en ella como agujas. No le parecían ojos normales, no como ella los conocía. Parecían más pertenecer a algún tipo de animal; algún depredador observando a la distancia a su presa.
Su corazón palpitó con violencia en su pecho, y sintió por primera vez en mucho tiempo como una sensación opresiva le subía por la garganta, casi sofocándola.
Aquella pequeña figura bajó de las barras de un pequeño saltó, cayendo con los pies descalzos al césped artificial, y a la nieve que había sobre él. Avanzó entonces un par de pasos hacia Lily, lo que hizo que ésta reaccionara al fin, parándose rápidamente del columpio y retrocediendo un paso. Creyó que se le aproximaría por completo, incluso tenía la sensación de que se lanzaría encima como un lobo a un conejo. Sin embargo, pareció en su lugar detenerse en cuanto notó como se paraba de esa forma del columpio, y mantuvo su distancia a unos metros.
—Hola —le saludó de pronto, con una vocecilla que a Lily le sorprendió lo dulce y tranquila que sonó—. Lo siento, ¿te asusté?
—No —respondió Lily rápidamente por reflejo—. A mí... nada me asusta.
Eso decía, pero el ligero temblor de su voz de seguro la delataba.
Ya que estaba parada tan cerca de ella, y pudo contemplarla mejor, pudo notar que se trataba en efecto de una niña (o al menos su apariencia general así lo dejaba ver), delgada y paliducha como Samara, e incluso con el cabello tan oscuro como el de su excompañera de viaje. Era algo alta, pero dudaba que tuviera más de once o doce años. Pero lo que más le pareció extraño fue que sus ojos se veían ahora diferentes. Eran azules, sí, pero de un tono mucho más oscuro. Y definitivamente no brillaban como le había parecido en un momento, y se veían bastante... normales. De hecho, toda su apariencia en general se veía muy normal, como cualquier niña escuálida, incluso un poco desalineada.
Quizás lo más raro en ella eran sus piernas y pies descubiertos.
—¿Qué no tienes frío? —le preguntó con severidad, casi como si fuera un regaño.
La niña agachó su mirada, contemplando con curiosidad sus propios pies como si sólo hubiera reparado hasta ese momento que en efecto iba descalza.
—No —respondió con asombrosa naturalidad, alzando de nuevo su mirada hacia ella—. ¿Cómo te llamas?
—¿Qué te importa? —le respondió Lily con brusquedad, pero la otra niña no reaccionó en lo absoluto a su alarido, más allá de un pequeño y casi imperceptible movimiento de la comisura de su labio—. Lilith, pero me dicen Lily —le respondió tras un rato, dándose cuenta de inmediato que había usado su nombre real; un error que dejaba en evidencia lo alterada que se encontraba—. ¿Tú cómo te llamas? —le preguntó rápidamente, intentando quizás distraerla un poco.
—Me dicen Abby —respondió la extraña sin titubeo. Caminó entonces hacia el columpio justo a un lado del que Lily ocupaba hasta hace poco, y sin más se sentó en él. Se sujetó de las cadenas con ambas manos y comenzó a balancearse, aunque con bastante más ímpetu del que Lily utilizaba hace un momento.
Aquello parecía de cierta forma una invitación para que se sentara con ella, pero Lily mantuvo su posición a unos pasos del columpio, observando cada uno de sus movimientos. Aunque lo cierto era que mientras más la observaba, más inofensiva y común le parecía. Tanto así que comenzó a cuestionarse por qué se había alterado tanto en primer lugar.
—¿Te estás hospedando aquí? —le preguntó con curiosidad. No parecía haber nadie en los alrededores, así que resultaba raro que otra niña además de ellas dos anduviera por ahí sola. Al menos que aquello fuera algún tipo de refugio para niños sin hogar y por eso aquel hombre las había dejado pasar tan fácilmente.
—Yo vivo aquí —le respondió de pronto la niña presentada como Abby—. Mi padre es el gerente.
—¿Tu padre? —masculló Lily, arrugando un poco el entrecejo—. ¿El sujeto demasiado amable de barba?
Abby asintió, sin dejar de columpiarse.
—Creo que ustedes son las únicas huéspedes en estos momentos.
—¿Las únicas? —mencionó Lily, aunque en realidad aquello no le sorprendía. El casi silencio absoluto de emociones a su alrededor ya la había hecho sospecharlo—. El negocio va lento, ¿eh?
—Es mejor en el verano —aclaró la niña.
Se dejó de columpiar de golpe en ese momento, arrastrando sus pies descalzos por el césped artificial de una forma tan abrupta que debería quizás haberse raspado, pero se veía bien. Se giró entonces a mirar a Lily sobre su hombro, tan fijamente como lo hacía hace un momento cuando estaba sobre las barras.
—¿Qué? —cuestionó Lily con firmeza, intentando disimular su incomodidad.
—Nada. Eres muy bonita.
Lily arqueó una ceja, claramente más confundida que alagada por el repentino comentario.
—¿Gracias? —susurró en voz baja—. Tú... no eres fea, supongo.
—¿La niña con la que llegaste es tu hermana?
«Ya quisiera esa lunática» pensó Lily molesta, pero en su lugar respondió:
—Sí, algo así.
—¿No se llevan bien?
—¿Por qué dices eso?
—Me pareció que discutían cuando llegaron. Y te veías enojada cuando saliste de tu cuarto hace un rato.
Aquello puso bastante tensa a Lily de golpe, que ya se había incluso permitido relajarse un poco para ese momento. Entonces sí las había estado observando desde allá arriba cuando llegaron; ¿habrá llegado a escuchar algo de lo que decían? ¿Y cómo había visto que estaba enojada cuando salió del cuarto? ¿La había estado observando desde algún lado? ¿La estaba espiando quizás? ¿Por qué...?
Hizo acoplo de todas sus fuerzas para controlarse y no dejar tan evidencia que se estaba poniendo nerviosa de nuevo; o, aún peor... que estaba comenzando a sentirse asustada.
—No, no creo que nos llevemos particularmente mal —respondió con tono indiferente—. Estoy segura que nos llevamos tan bien como cualquier par de hermanas se puede llevar.
—Yo no recuerdo mucho cómo es tener hermanos —murmuró Abby pensativa, alzando su mirada hacia el cielo estrellado sobre ellas.
—¿A qué te refieres? —preguntó Lily, confundida.
La niña del columpio se quedó callada largo rato, y en todo ese tiempo se quedó totalmente quieta como una estatua. Incluso le parecía no parpadear en lo absoluto, y Lily se comenzó a cuestionarse si acaso la había visto hacerlo en todo ese rato que llevaban ahí.
Tras casi un minuto, y sin responder a la pregunta, Abby se puso de pie de pronto. Aquel cambio puso más en alerta a Lily, que retrocedió un paso por instinto.
—¿Quieres jugar en las barras? —propuso la niña, señalando hacia la estructura en forma de cúpula conformada por varios tubos de acero.
«No hay nada que quisiera hacer menos en estos momentos» pensó con ironía, pero de nuevo se limitó a dar una respuesta más "amable".
—No, yo... debería volver a mi cuarto. De seguro mi hermana me está esperando.
Dicho eso, y sin esperar alguna replica, Lily comenzó a intentar rodear los columpios para dirigirse directo a la habitación 304. Había cambiado de opinión: definitivamente prefería estar en el cuarto con Esther que ahí afuera en el frío, y con esa extraña niña. Sin embargo, antes de poder avanzar demasiado, Abby se movió abruptamente de su posición, dando una larga zancada que la colocó justo delante de Lily, cortándole el paso.
La niña de Portland se sobresaltó en cuanto aquella figura se posó justo delante de ella, haciéndola retroceder. Al tenerla frente a frente, los centímetros de diferencia que había entre ambas se volvió más palpable. E igualmente, contempló de más cerca aquellos ojos que, si bien ya no se veían tan antinaturales como había percibido en un inicio, no por ello dejaban de ser inquietantes.
—¿Qué? —le cuestionó Lily, intentando aún reflejar una serenidad que cada vez era menor. Abby se quedó callada, contemplándola fijamente; de nuevo, sin parpadear ni una sola vez—. ¿Qué quieres?
Abby siguió quieta y callada por un rato más, y la fachada de calma de Lily se iba desmoronando. Su instinto le decía que usara sus poderes contra ella, que le soltara todo lo que tenía aunque con ello la convirtiera en un vegetal viviente. Pero algo la detenía. Por un lado la idea de que no podía dejarse en evidencia de esa forma con el riesgo de las atraparan, por supuesto. Pero por el otro, era una sensación profunda y visceral de que no quería, por ningún motivo, meterse a la cabeza de aquella niña.
Al final no tuvo que hacer nada, pues tras esos angustiantes segundos Abby se hizo a un lado dejándole el camino libre. Lily avanzó, al principio cautelosa al pasar justo delante de ella, pero en cuanto la pasó comenzó a caminar presurosa hacia su cuarto. Sentía esos malditos ojos sobre su nuca mientras se alejaba, pero intentó no mirar atrás, como si la invadiera un miedo irracional de que si acaso hacía algún tipo de contacto visual con ella de nuevo, se le lanzaría encima como tanto había temido todo ese rato.
Una vez que estuvo frente a la puerta, se apresuró a tocar para hacer notar su presencia y que Esther abriera la puerta. Sin embargo, la puerta se abrió sola un instante antes, lo que la hizo por mero reflejo soltar un pequeño chillido al aire.
—¿Y a ti qué te pasa? —preguntó Esther desde el marco de la puerta, viéndola confundida ahí de pie con el rostro casi desfigurado. Tenía puesto su disfraz de Jessica.
Los labios de Lily se separaron un poco para responder, pero terminó quedándose muda. Con un poco más de confianza al no estar sola, se atrevió ahora sí a girarse de regreso al área de juegos. Sin embargo, ya no había rastro de la extraña niña llamada Abby. No había siquiera huellas visibles en la nieve más que las suyas.
—Nada —respondió rápidamente, y sin aceptar más preguntas se abrió paso hacia el interior del cuarto, casi empujando a Esther a un lado. Ésta sólo la miró de reojo con ligera molestia, y la dejó pasar. Luego ella misma se encaminó hacia afuera—. ¿A dónde vas? —le preguntó Lily presurosa al notar que se iba.
—Por algo de comer —le respondió virándose hacia ella con el pomo de la puerta en la mano para cerrarla detrás de sí—. Creo que vi una máquina expendedora cerca la piscina cuando llegamos. ¿Quieres algo?
Lily negó con la cabeza. Pareció querer decirle algo más, quizás alguna advertencia, pero al final decidió callar.
Esther se dispuso a irse, pero se detuvo un instante más.
—Oye —pronunció con voz sosegada—. Sobre lo que dije hace rato...
—No te pongas sensible conmigo, perdedora —soltó Lily con agresividad, quitándose de un tirón la peluca rubia y arrojándola al suelo.
Si acaso había alguna pequeña fracción de arrepentimiento en Esther por lo de antes, esas palabras se encargaron de quitársela de encima por completo.
—No sé para qué me esfuerzo —exclamó con evidente frustración, y sin más cerró la puerta con fuerza, haciendo que el marco temblara un poco.
Lily pensó que se sentiría tranquila una vez que la puerta estuviera cerrada y estuviera rodeada únicamente por las cuatro paredes de la habitación. Pero la versad era que "tranquila" no era la palabra con la que describiría su estado. Así que en cuanto Esther se fue, se lanzó hacia la puerta y se apresuró a ponerle el seguro, la cadena, e incluso volvió a colocar la silla contra el pomo como Esther lo había hecho cuando llegaron. Sólo entonces sintió que podía permitirse respirar con normalidad.
«Cálmate de una vez» se reprendió a sí misma. «¿Por qué permites que una tontería como esa te altere tanto? Tú no le tienes miedo a nada; ¡tú eres el jodido miedo personificado! No hay nada que una simple mocosa estúpida como esa, o cualquier otra persona, pueda hacer para lastimarte»
Mientras más se repetía aquellas palabras en su cabeza, más se convencía a sí misma de ello. Así que decidió dejar aquello totalmente de lado y enfocarse en algo más; como por ejemplo, ver televisión. Aunque eso tuvo un impedimento cuando al buscar el control remoto éste no se veía por ningún lado. Tras un rato, recordó el arrebato de Esther y como había arrojado el control contra la pared.
—Excelente —masculló, sarcástica. Se dirigió entonces a donde recordaba que el control había caído, para ver si acaso tenía algún arreglo—. También nos van a cobrar eso.
— — — —
Justo como había dicho, Esther se dirigió por el pasillo en dirección a la piscina, o más específicamente a la máquina expendedora que estaba al pie de unas escaleras que llevaban a la planta superior, y a lado de una de máquina de hielos. Seguía molesta por la actitud de su acompañante, aunque ya para esos momentos estaba más que acostumbrada a ésta. Pensaba que ya habían dejado esas riñas inmaduras atrás, pero... Bueno, pese a todo, Lily seguía siendo sólo una niña, así que actuar como una estaba en su naturaleza.
¿Cuál era su excusa?
Esther no consideraba que estuviera actuando de forma incorrecta. De hecho, considerando todas las circunstancias, se portaba bastante más comprensiva y tolerable con Lily de lo que ésta se merecía. Quizás en verdad sólo debería cumplir su amenaza de hacerla tragar su pistola, y termina de una vez con ese asunto. O quizás optar por algo más sutil, como sofocarla mientras dormía, ponerle veneno en su comida o algo así.
No sería en verdad algo del otro mundo para ella, y normalmente lo haría sin la menor vacilación. Sin embargo, el tan sólo ponderar esas alternativas de forma seria le resultaba... incorrecto, aunque no identificaba bien el porqué. Se sentía como si aquello pudiera ser una traición de alguna forma, o algo desagradecido de su parte; como si en verdad le debiera algo a esa niña que aún debía pagarle.
«Qué estupidez» pensó casi con indignación. «En todo caso ella es la que me debe todo a mí. Su vida, para empezar»
Dejando aquel asunto a un lado de momento, se concentró mejor en el contenido de la máquina expendedora. No era de sorprenderse que no fuera en realidad muy variado. En general los productos exhibidos se componían de botellas de agua y refrescos. En lo que respectaba a comida, sólo había papas fritas, chocolates, y algunas galletas.
Nada de eso era precisamente ejemplo de una cena balanceada, pero no tenía muchas otras opciones.
Extrajo de su bolsillo algunas monedas y las introdujo en la máquina para sacar un par de botellas de agua, y unas galletas. Las botellas fueron despachadas de forma correcta. Las galletas, sin embargo, el arcillo que las sujetaba giró hasta que el empaque azul alargado llegó a lo orilla, pero éste no cayó, sino que se quedó enganchado con el arcillo, y ahí se quedó.
—¿Pero qué...? —maldijo Esther con frustración. Presionó varias veces el botón de devolución, pero la máquina no hizo nada; ni le regresó su dinero, ni tampoco dejó escapar las galletas—. ¡Con una mierda!
Comenzó entonces a chocar su palma contra el cristal de la máquina con bastante fuerza, llena de evidente frustración y furia. Para cualquiera resultaría lógico que aquel exabrupto no era causado sólo por unas simples galletas, pero eso no impedía que fuera aquella pobre máquina la que recibiera los golpes, e incluso una fuerte patada.
—¡Oye! —escuchó que alguien pronunciaba con fuerza a sus espaldas, haciendo que se sobresaltara—. ¡¿Qué crees que estás haciendo?!
Esther se giró rápidamente y vio al gerente que los atendió, el tal Owen, aproximarse desde las puertas de recepción con paso veloz. Su paso y su postura reflejaban clara molestia, y no era para menos considerando lo que ella estaba haciendo hasta hace unos momentos.
El enojo de Esther menguó un poco al verse sorprendida de esa forma, y en especial porque fue justamente ese hombre tan bien parecido el que lo había hecho. Tuvo el primer reflejo de correr hacia su habitación, pero tuvo la suficiente claridad mental para entender que aquello no serviría de mucho.
—Lo siento —se apresuró a responder con voz apagada, haciéndose hacia un lado de la máquina. Owen no tardó en llegar hasta donde se encontraba, y se paró derecho con sus manos en su cintura y una expresión de desaprobación en el rostro—. No era mi intención, es que... no me entregó mis galletas, y bueno... Creo que exageré, lo lamento.
Owen desvió su mirada hacia la máquina, y no tardó mucho y notar el paquete enganchado. Se acomodó sus anteojos y se viró de nuevo hacia Esther. Ésta presintió que le lanzaría encima un regañó monumental sobre el daño a propiedad ajena, en especial considerando que las había recibido en su motel, y sin que tuvieran que pagar el cuarto. Estaba lista para usar su mejor cara y tono de niña arrepentida para salirse de esa. Sin embargo, el regaño no llegó. En su lugar, la expresión de Owen se suavizó notoriamente, e incluso en sus labios se asomó una comprensiva y amistosa sonrisa.
—Entiendo, no te preocupes —comentó risueño, mientras caminaba hacia el otro lado de la máquina—. Esta cosa hace eso a veces. Creo que hace falta que le den mantenimiento.
—¿No estás molesto? —preguntó Esther con cierta desconfianza.
—No, pero por favor no vuelvas a golpear nada del motel de esa forma, ¿de acuerdo?
Owen se paró entonces a un costado de la máquina, y deslizó su mano lentamente por la superficie de la pared exterior, como si buscara alguna imperfección en ella. Esther lo observó en silencio, curiosa.
—Está casi a punto de caerse, así que creo que podemos arreglarlo con un simple y ligero... empujoncito.
De pronto, el gerente movió con rapidez su cadera contra el costado de la máquina, golpeándola con ella en un punto específico, y sólo la debida cantidad de fuerza. La máquina tembló ligeramente, y el paquete de galletas se soltó y cayó libre hacia el área de despacho.
—Gracias —murmuró Esther impresionada.
—No hay de qué.
Esther rápidamente se agachó para recoger las galletas y las dos botellas de agua. Mientras maniobraba para poder cargar todo al mismo tiempo, Owen se paró a su lado, con el hombro apoyado contra la máquina.
—¿Están disfrutando su estancia? —le preguntó con curiosidad de pronto.
—Sí, claro —respondió Esther rápidamente, ya teniendo sus delgados brazos alrededor de las botellas de agua y las galletas—. Es un lugar muy bonito. Además de muy limpio.
—Deberías haberlo visto antes de que lo compráramos —señaló Owen con elocuencia, tomándola un poco por sorpresa.
—¿Tú eres también el dueño?
Owen asintió.
—Y me esfuerzo mucho para que sea un sitio agradable y cómodo para cada huésped. Y por lo mismo será mejor que pida que vengan a darle mantenimiento a esta máquina pronto —comentó con tono bromista, dándole un par de palmas con su mano al costado de la máquina—. Para que ya no haya más niñas que no puedan obtener sus galletas por las buenas.
—Eso estaría bien —respondió Esther, riendo divertida, y Owen la secundó.
Mientras más lo veía y lo escuchaba, Esther se sentía más atraída por aquel hombre. Era alto, fuerte, bien parecido, aseado, educado... lo que ella siempre buscaba en sus papis. No le molestaría en lo más mínimo subirse a sus piernas si se lo pedía, o hacer mucho más que eso si él se lo permitía. Las imágenes de ello se formaban vívidamente en su cabeza, haciendo que el cuerpo le cosquilleara un poco. Esperaba que eso no fuera tan evidente en su cara, aunque presentía que lo único que evitaría que lo fuera sería la idea de que dichos pensamientos no podrían brotar de una simple niña de diez años. Pero si él supiera quién era en realidad, si supiera las cosas maravillosas que sabía hacer, y que podrían hacer juntos...
Pero no podía permitirse ser tan arriesgada. Mientras la gente creyera en su disfraz de niña pequeña e inocente, podría estar medianamente segura. En el momento en el que alguien sospechara que debajo de esa máscara se ocultaba una mujer en sus cuarentas, y encima una asesina, ladrona, y secuestradora buscada por la ley... bueno, era mejor mantener ese escenario lo más alejado posible. Por más que se muriera de ganas de plantarle un beso bien dado a aquel hombre tan apuesto, tirarlo al suelo, bajarle los pantalones y meterse su miembro en la boca hasta la garganta.
Así que en lugar de hacer eso, se limitó a sonreír y reír con voz cauta y chillona, como lo haría cualquier pequeña que ni siquiera tendría la capacidad de darle forma a un pensamiento tal sucio como ese.
—Te llamas Jessica, ¿cierto? —preguntó Owen de pronto, sacudiendo a Esther un poco de su ensimismamiento lo suficiente para responderle con un ligero asentimiento de su cabeza—. Dime la verdad, sólo entre nosotros —susurró despacio, inclinando un poco su rostro hacia ella. En la mente de Esther imaginó que bajaría hasta su nivel para besarla, pero se quedó bastante lejos de eso—. ¿Por qué están viajando las dos solas? ¿Huyeron de casa?
Esther bufó disimulada. Por supuesto que tendría que preguntarlo; era un adulto responsable preocupado por las dos niñas solas que llegaron de improviso a las puertas de su motel.
—Se podría decir que sí —respondió con voz escueta, dejando claro entre líneas que no quería decir mucho más al respecto.
—Entiendo —mencionó Owen, asintiendo—. Quizás no me creas, pero yo también hui de mi casa cuando era niño.
Esther soltó una pequeña risilla incrédula como respuesta a ese comentario.
—En serio —recalcó Owen—. Cuando tenía sólo doce o trece años. ¿Y quieres saber un secreto?
Se inclinó un poco más hacia la niña para susurrarle de más cerca.
—Nunca regresé... Así que se podría decir que aún estoy huyendo.
Esther lo observó fijamente, un tanto insegura de si estaba hablando en serio o no. Podría sólo intentar conectar con ella para que le dijera más sobre quién era en realidad; es algo que ella misma habría hecho, y con suma facilidad. Pero una parte de ella quería creerle. Quizás era su punto débil por los hombres maduros y apuestos, pero quería creer que cualquier cosa que saliera de su boca, como miel escurriendo por sus labios, era la absoluta verdad.
—¿Y por qué lo hiciste? —le preguntó con sólo la precisa dosis de interés—. ¿Problemas con tus padres?
—Es lo más usual, ¿no? —indicó Owen con mofa—. Pero no, no precisamente. No eran los padres perfectos, pero creo que al menos lo intentaban. Pero como toda pareja en proceso de divorcio, cada uno lo intentaba por separado, y se las arreglaban para meter la pata en conjunto. Aun así, no fue ese el motivo por el que me fui.
Se giró dándole la espalda a la máquina expendedora, y se apoyó por completo contra ésta. Introdujo sus manos en los bolsillos de su chaqueta, y pegó sus brazos contra él; señal de que había comenzado a enfriarse. Esther también sentía frío, y las botellas de agua que cargaba en su regazo no ayudaban a mitigarlo. Aun así, no le molestaba en lo absoluto estar ahí afuera un poco más, si podía a cambio estar en su compañía.
—Me sentía... atrapado en aquel sitio, ¿sabes? —soltó Owen de pronto, su mirada fija en algún punto no específico en la lejanía—. Asfixiado, quizás sea la expresión más correcta. Como uno de esos pequeños árboles que los tienen amarrados y aprisionados para que no crezcan más de la cuenta. ¿Sabes de lo que hablo? Aquel sitio nunca fue mi hogar, y eso lo supe desde muy temprano. Lamento a veces haber tenido que dejar sola a mi mamá, pero tenía que salir de ahí para en verdad poder crecer. ¿Me entiendes?
—Creo que sí —susurró Esther, pensativa.
Entendía en especial la sensación de sentirse asfixiado en su propia casa, y no sentirla como un hogar real, incluso siendo demasiado joven. Aquella idea la transportó bastante atrás; antes de los Coleman, antes de Albright, del psiquiátrico o de las otras familias que vinieron antes. La transportó a su primera casa, y a su primer papi; su papi verdadero, si acaso aquel despreciable hombre que tanto daño le hizo podía siquiera ser llamado de esa forma.
Del mismo modo como Owen había descrito, ella también tuvo que salir de esa casa para cambiar, volverse fuerte, y alguien a quien la gente debía temer, y no al revés. Fue como romper el cascarón de un huevo y nacer, aunque para hacerlo haya tenido más bien que "romper" a su padre y a la puta de su novia. Su verdadera primera vez...
Aunque no sabía si "crecer" era la expresión que más encajaba en el proceso por el que había pasado. Y no porque su cuerpo siguiera siendo el de una niña, sino porque incluso por dentro a veces seguía sintiéndose como esa niña indefensa, maltratada, golpeada y abusada que lo único que quería era un poco del cariño de su padre; o de su madre.
—¿Y funcionó? —preguntó de pronto, alzando su mirada—. Lo de irte para crecer. ¿Te funcionó?
—Quiero pensar que sí —asintió Owen—. ¿Qué hay de ustedes? ¿Se fueron por algún problema en casa?
Esther desvió su rostro hacia un lado, avergonzada.
—Mi padre... él... —su boca comenzó a hablar antes de que ella misma pudiera ser consciente de ello, pero logró cerrarla antes de decir algo de lo que pudiera arrepentirse—. Creo que no me siento lista para hablar al respecto.
—No te preocupes —le respondió Owen, totalmente compresible—. Pero si necesitas cualquier cosa, aquí estoy. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —respondió Esther, sonriéndole igual que antes—. Muchas gracias, Owen.
—No hay de qué. Ahora, quizás debas volver con tu hermana, ¿no es cierto?
—Sí, supongo que sí. Buenas noches.
—Buenas noches.
Esther se giró y comenzó a caminar con paso lento en dirección a su cuarto, cargando consigo las botellas de agua y las galletas. Mientras se alejaba, le invadió el profundo deseo de no irse aún; de quedarse un poco más con Owen, estar en su compañía, aunque fuera sólo para platicar un rato.
Quizás, si él tanto quería escuchar la historia triste de una niña desamparada, podía darle un poco de eso. Contarle su historia, o una inventada aderezada con toques de verdad. Podía proponerle que fueran a un lugar más privado y cálido a tomar quizás un café o chocolate caliente; conversar, abrirle su corazón y... bueno, cualquier cosa podría pasar estando los dos solos.
Una sonrisa pícara pero alegre se dibujó en sus labios en cuanto aquella idea tomó forma en su mente, y se convenció a sí misma de que eso era lo que deseaba hacer; sin importarle qué consecuencias podría traer consigo.
—Oye... —susurró despacio, al tiempo que se giraba de regreso hacia él, esperando poder alcanzarlo si aún no se había alejado demasiado. Sin embargo, la realidad era que Owen estaba mucho más cerca de lo que ella esperaba.
Antes de que Esther pudiera girarse por completo, sintió como de pronto una mano fuerte y grande se colocaba abruptamente en su rostro, cubriéndole boca y nariz. Pero había algo más: la mano sujetaba un paño húmedo, cuyo intenso olor penetró profundamente en sus fosas nasales antes de que pudiera reaccionar. Esther identificó de inmediato aquel olor.
Sus brazos se abrieron rápidamente, soltando las botellas y las galletas y dejando que éstas cayeran el suelo. Comenzó a zarandarse intentando liberarse, pero el otro brazo fuerte y grueso de su atacante la rodeó por completo, no sólo sometiéndola sino que además la alzó del suelo con bastante facilidad.
Esther pataleó, agitó el rostro en un vago intento de apartarlo de aquel paño, o de zafar sus brazos del fuerte agarre. Pero no logró hacer nada para liberarse; estaba totalmente a su merced.
—Está bien, está bien —escuchó de pronto como le susurraba la voz de Owen en su oído, sonando incluso dulce y amistosa—. Sólo cierra los ojos. Yo te cuido...
Su mente no logró entender en ese momento lo que ocurría, y tampoco tuvo mucho tiempo para meditarlo demasiado pues los efectos del líquido contra su rostro comenzaron a presentarse rápidamente. Su vista se difuminó, su mente se nubló, y su cuerpo enteró comenzó a perder fuerzas. En cuestión de segundos, dejó de poder darle forma a cualquier pensamiento consciente. Sus brazos y pies quedaron colgando flácidos y sin fuerza, y sus ojos se cerraron profundamente. Había caído totalmente inconsciente.
Owen retiró con cuidado su mano de su rostro, con todo y el paño con cloroformo. Durante el forcejeo, la peluca castaña de la niña se había caído, dejando a la vista sus cabellos negros. Aquello era inusual, pero él no le dio demasiada importancia.
Cargó el pequeño cuerpo de la niña en brazos con suma facilidad, y se la llevó consigo al tiempo que canturreaba una animosa canción.
—Eat some now, save some for later. Now and later the really tasty treat...
— — — —
Lily alzó su rostro rápidamente, apartando su mirada del control remoto sobre sus piernas que seguía intentando arreglar. Algo la había hecho exaltarse de pronto, sin ningún motivo evidente. No había sido ningún sonido o movimiento; sólo un extraño e indescifrable presentimiento.
Sacudió la cabeza intentando quitarse cualquier pensamiento opresivo de encima. En definitiva seguía alterada por lo de hace un rato.
Dejó el control remoto a un lado. Tras estrellaste contra la pared, se había abierto por completo, dejando regados todo lo que tenía adentro. Lily había intentado arreglarlo, y aunque pudo volverlo a cerrar y colocado las baterías en su sitio, seguía sin poder encender la televisión. Quizás en verdad no tendría arreglo, o no uno que ella pudiera aplicar en esos momentos.
«Genial, la televisión era lo que único que hacía moderadamente soportable todo esto»
Se paró entonces de la cama y caminó al cuarto de baño para mojarse un poco la cara y ver si eso la despejaba un poco todos esos miedos irracionales que la carcomían. Aunque claro, ella seguía sin estar dispuesta a utilizar la palabra "miedo" para describir lo que le ocurría. Al abrir la puerta del baño, lo primero que captó su atención fue una sensación fría que le recorrió, casi como si hubiera abierto la puerta al exterior. Y al alzar la mirada, notó de inmediato el origen de esto: la ventana del baño estaba abierta, y por ésta se colaba aire frío del exterior.
¿Por qué estaba abierta? ¿Esther la había abierto? ¿O ya lo estaba desde que llegaron y no se habían dado cuenta?
Se aproximó cautelosa a ella, pero tuvo que pararse sobre la taza para poder asomarse hacia afuera. Como era de esperarse, la ventana daba a la parte trasera del motel, pero desde ella sólo se apreciaban los árboles del bosque circundante; aunque estando en el desierto, quizás llamarlo "bosque" era exagerar un poco.
Se apartó un poco y miró con detenimiento la ventana. No era muy grande en realidad, aunque sí del tamaño correcto para que alguien pequeño cupiera por ella; como un niño...
Sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, y se apresuró de inmediato a cerrar la ventana de un manotazo, y además le colocó el seguro. Se bajó presurosa de la taza y se dirigió de inmediato al lavabo como era su plan original. Abrió las llaves y comenzó a echarse agua a la casa con las manos y a tallársela un poco.
Debía tranquilizarse y quitarse de encima esos pensamientos; esos miedos irracionales, aunque siguiera sin usar esa palabra. No había nada a qué temer, nada que pudiera hacerle daño, nada que debiera afectarla de esa forma.
Extendió una mano para alcanzar una de las toallas y se secó rápidamente el rostro con ella. Una vez seca, alzó su mirada hacia el espejo sobre el lavabo, y contempló la forma de su rostro reflejado en él. Pero vio algo más; algo más atrás de su reflejo: dos ojos brillantes, adornando el rostro de una figura pequeña y oscura, oculta entre las sombras de la esquina del baño. Dos ojos que la observaban directamente...
FIN DEL CAPÍTULO 136
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