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Capítulo 122. Encargarnos de otras cosas

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 122.
Encargarnos de otras cosas

A pesar de que Matilda y Cole tenían muchas preguntas que querían hacerle a su mentora, lo cierto era que la persona que había estado en coma hasta hace unos días, era Eleven y no ellos. Así que, siendo justos, la que en realidad tenía más preguntas sobre lo que había ocurrido durante todo ese tiempo, era ella. Al menos en lo que respectaba a los detalles más finos del asunto, pues al menos de manera general parecía ya haberse enterado bastante bien.

Así que turnándose un poco la palabra, ambos comenzaron a explicarle a la recién llegada qué habían hecho desde aquella noche Eola. Mucha de la conversación inicial la llevó principalmente Cole, quién detalló lo mejor posible su investigación y su encuentro con el padre Babatos y el padre Alfaro, y cómo dio con la identidad de Damien Thorn. Algunos de esos detalles la propia Matilda los conocía, pero otros no.

Matilda igualmente hizo lo propio, explicando aquella llamada que había recibido de un tal Sr. Sinclair, que fue quien le informó del paradero de Samara a cambio del apoyo de uno de los rastreadores. Le sorprendió (aunque en realidad no tanto) que Eleven ya supiera de eso, pues Mónica le había informado los detalles.

Los sucesos de hace dos días fueron más... complicados de explicar, pero igual lo hicieron lo mejor posible. Eleven los escuchó atentamente a cada momento, con rostro imperturbable. Su hija, sin embargo, sentada a su lado, parecía bastante más afectada por todo lo que escuchaba. Ni en todo el tiempo que ella había estado trabajando y ayudando en la Fundación siendo joven, había pasado por tantas como ellos dos en un par de días.

Sin embargo, sí hubo dos cosas de lo que Matilda y Cole le contaron que claramente llegaron a perturbar profundamente a la cabeza de la Fundación Eleven: la presencia de Charlene McGee, no sólo en Los Ángeles sino muy seguramente en el pent-house aquella noche... y el destino de Kali Prasad en esa abandonada bodega en la cual ellos estuvieron muy cerca de correr con la misma suerte.

Sobre todo eso último había tomado a Eleven totalmente desprevenida, y tuvo que tomarse un momento para digerirlo lo mejor posible. Su hija propuso que tomaran un descanso, pero El insistió en qué estaba bien, y tras unos instantes instó a que prosiguieran. Aunque ya no había mucho más que contar después de eso, salvo su huida de aquella bodega, la llegada a la clínica ayudados por los hombres del padre Babatos, y lo que Samara había hecho a la pierna de Cole. Lo siguiente más importante luego de eso, era justo ese momento que estaban viviendo.

—Pasaron por muchas dificultades en mi ausencia —musitó Eleven una vez que las explicaciones de Matilda y Cole habían terminado. En medio de todo la Srta. Honey les había traído un poco de té, y lo fueron bebiendo sorbo a sorbo mientras charlaban. En ese momento la taza de El ya estaba vacía, así que se estiró para colocarla de regreso en la mesita de centro—. Lamento mucho que haya tenido que ser así. Pero, por otro lado, me alegra ver que tras todo esto ambos lograron solucionar sus diferencias.

—¿Diferencias? —musitó Matilda un poco confundida, aunque casi de inmediato se le vino a la mente cómo había sido los primeros encuentros entre Cole y ella, y que muy seguramente eso había sido lo último con lo que Eleven se había quedado antes del incidente—. Ah, eso... sí —pronunció despacio—. Bueno, digamos que mucho de lo sucedido me ha ayudado a... abrir un poco más mi mente a otras posibilidades. Y en especial a darme cuenta de que efectivamente estaba siendo bastante obstinada y orgullosa. —Se viró en ese momento directo hacia Cole sentado a su lado. El detective pareció un poco sorprendido en cuanto los profundos ojos azules de la psiquiatra se posaron fijos en él—. Y me disculpo sinceramente por eso... No sé si ya lo había hecho, pero lo hago de todas formas.

—No tienes nada de qué disculparte —le respondió Cole con una media sonrisa—. No sé si ya lo había dicho, pero lo hago de todas formas.

Matilda soltó una pequeña risilla divertida como respuesta a su comentario, aunque de inmediato intentó contenerse al darse cuenta de ello. Se sintió un poco avergonzada por aquella tan "poco profesional" reacción de su parte. Eleven desde su asiento observó a ambos con una amplia sonrisa astuta. Definitivamente habían pasado más cosas de las que decían.

—Bueno, todo lo que me dicen me da una imagen más completa de lo ocurrido —señaló Eleven. Sus dedos jugaban inquietos con su bastón.

Aquel accesorio de apoyo les había llamado la atención a Matilda y Cole por igual, pues nunca habían visto que ella tuviera que usar uno antes. Sin embargo, no estaban seguros si debían, o podían, preguntar al respecto de forma directa.

—Pero ahora me toca a mí explicarles un pedazo de este asunto que creo que ninguno conoce aún —declaró Eleven con abrumadora seriedad, destanteando un poco a sus dos oyentes.

Sin muchos rodeos, comenzó a hablarles del DIC, de quién era su amigo Lucas Sinclair, y de la complica relación que ambos tenían con Charlie McGee. Pero el DIC y a lo que se dedicaban fue el tema más importante, y el que más captó la atención de sus dos protegidos. Cole ya había oído al respecto antes, más que nada por rumores. Matilda, por su lado, aunque había sido informado de los experimentos que se habían hecho en los 70's y 80's de boca de la propia Eleven, desconocía que dicha organización seguía funcionando. Y no sólo eso, sino que además la Fundación solía trabajar seguido con ellos; y que incluso ella lo había hecho aquella noche sin querer, al ayudar a ese hombre, Lucas Sinclair, con su asunto.

Matilda se paró abruptamente de su asiento y caminó unos pasos lejos del sillón, cruzada de brazos. Los ojos atentos de Eleven, Sarah y Cole la siguieron.

—¿Me estás diciendo que existe una organización del gobierno dedicada a cazar resplandecientes? —soltó con voz gélida, girándose de nuevo hacia El—. Y no sólo eso, sino que es la misma que experimentó hace años contigo, con la Sra. McGee, con Eight... ¿y además su director es tu amigo? ¿Y hemos estado... trabajando con esas personas durante todo este tiempo? No puede ser cierto...

—Cálmate, por favor —le indicó Eleven, alzando una mano hacia ella—. Las cosas no son como las estás diciendo. La organización que nos hizo todo eso despareció hace años. Ésta es una nueva, que se formó de nuevo hace... relativamente poco.

—¿Y por eso incluso se llaman igual?

—No negaré que es cierto que las bases de esta organización se cimientan en aquella que Brenner y otros más formaron hace tiempo. Y soy la primera en aceptar que su sola existencia no me agrada del todo. Pero confío en Lucas y en las personas que tiene a su lado para dirigirla y cuidar que no se vuelva lo que La Tienda alguna vez fue. Y nos guste o no, se necesita de una organización mucho más capacitada y con mayor facultades que las nuestras, para lidiar con amenazas que no podemos controlar.

—¿Cómo? ¿Cazando a los que son como nosotros? ¿Encarcelándolos sin juicio, abogado ni nada? ¿Tratándonos como monstruos? Eso es justo lo contrario que pensé que esta Fundación representaba. Se supone que debemos ser un apoyo y un lugar seguro para los que tienen estas habilidades, donde puedan desarrollarse y aprender a tener vidas normales. Se supone que debemos ser una ayuda para todos y cada uno de ellos, no cómplices de sus perseguidores.

—Una ayuda para todos y cada uno de ellos —repitió Eleven con dejo de amargura en su voz—. ¿Y crees que en serio podemos brindar esa ayuda a todos los que tienen estas habilidades únicas, Matilda?

—Es nuestro deber al menos intentarlo.

—¿Incluso en el caso de Damien Thorn? —soltó de golpe con seriedad, dejando a Matilda destanteada—. ¿O Lilith Sullivan? ¿Qué hay de Leena Klammer, o el hombre y la mujer que los atacaron y asesinaron a Eight, y casi los matan a todos ustedes? ¿En serio crees que podemos ayudarlos a todos ellos de alguna forma?

Matilda guardó silencio. Su mirada se mantenía firme, pero se había desquebrajado lo suficiente para dejar en evidencia que no tenía argumentos suficientes para rebatir sus palabras.

Eleven suspiró con pesadez.

—Sí, creé esta organización para ayudar a los que son como nosotros; eso nunca ha estado en duda. Pero también he visto de primera mano el grandísimo daño que una persona con el poder suficiente, y una gran oscuridad en su interior, puede causar si no se le detiene a tiempo. Personas con las que no puedes negociar, hacerlos entender o cambiar de opinión. Personas que lo único que quieren es destruir y quemarlo todo a su paso. Y ese tipo de personas, Matilda, no pueden ser salvadas, porque de entrada no quieren serlo. Y para ese tipo de situaciones, me temo se necesita hacer lo que sea para contenerlos, o exterminarlos si es preciso...

Quizás su rostro sereno no lo demostraba del todo, pero Matilda se sintió casi espantada de escuchar a Eleven decir esas cosas. Y no era para menos; nunca le había tocado oírla decir nada parecido antes, y mucho menos con ese tono tan agresivo, cargando consigo la amargura y el dolor de todas las malas experiencias que había vivido a lo largo de los años, y todas las pérdidas que la habían golpeado con ellas.

Eleven, sin embargo, pareció ser consciente de esto, así que se forzó a cerrar los ojos y respirar lentamente para así tranquilizarse. Sarah pasaba lentamente su mano su espalda en un intento de reconfortarla. No era común en ella perder el control de esa forma, pero todo eso resultaba difícil para ella, y enterarse de lo de Eight no ayudó en lo absoluto.

—Pero nunca quise que ustedes, ni ningún otro de mis chicos, tuviera que meterse en algo así —aclaró con voz mucho más tranquila, volviendo a ser la misma comprensiva y serena Eleven que Matilda tanto conocía—. La Fundación no fue hecha para crear soldados ni nada parecido, sino justo para evitar que alguno de estos niños tuviera que pasar por algo como lo que yo, Charlie o Kali pasamos. Y eso es algo que siempre le he dejado bastante claro a Lucas, y que él respeta incondicionalmente. Ustedes están conmigo para proteger y ayudar niños como Samara; no para enfrentar a monstruos como Damien Thorn. En un mundo ideal, ustedes nunca se habrían enterado de nada de lo que les estoy contando ahora, y nunca habrían tenido que pasar por una situación cómo por la que pasaron. Pero... como pueden ver, no me fue posible protegerlos de esto. Y lo lamento enormemente.

El pesar en su voz era pesado y profundo; ninguno de los presentes sería capaz de negarlo.

—Tú tampoco tienes que disculparte, El —declaró Cole, inclinándose hacia adelante en su asiento—. Nada de esto fue culpa de ninguno de nosotros. Fue algo que nos sobrepasó, y todos actuamos cómo mejor pudimos.

Se volteó en ese momento hacia Matilda, con una expresión casi suplicante.

—Aunque puede que no concordemos por completo en cómo vemos las cosas, todos hemos pasado juntos por esto, y tenemos que seguirlo haciendo. Ya que esto aún no ha acabado.

Las palabras de Eleven y Cole, y en especial los centellantes ojos de este último, parecieron lograr suavizar un poco el humor de Matilda. Y aunque algo reticente, dejó salir su estrés en forma de un pesado suspiro, y se aproximó de regreso al sillón, tomando asiento de nuevo a lado del detective.

—Supongo entonces —comenzó a pronunciar con voz moderada—, que el Sr. Sinclar sabía la ubicación de Samara ya que el DIC tenía localizado a Damien Thorn y planeaban ir por él. ¿Correcto?

Eleven asintió.

—Llamó su atención inevitablemente luego de atacarme, y comenzaron a moverse rápidamente para investigarlo y aprehenderlo lo más pronto posible. Y todo parece indicar que en efecto, el DIC estuvo en ese pent-house esa noche.

—¿Ellos fueron los que causaron la explosión? —cuestionó Cole, curioso.

—No lo creo; ese suena más el estilo de Charlie. Pero lo que hizo al parecer no fue suficiente para matarlo.

Justo como Abra las había dicho.

—Tengo entendido que la familia Thorn hizo un comunicado afirmando que el chico ya no estaba en el edificio cuando ocurrió la explosión —señaló Matilda—, y que ahora se encontraba de regreso en Chicago. ¿Es mentira? ¿El DIC lo detuvo esa noche?

—De eso no tengo confirmación explícita, pero... creo que es lo más probable; y también a Charlie.

Cole y Matilda se miraron el uno al otro, preocupados por aquella última afirmación.

—Charlie fue una de las prófugas más longevas del DIC —explicó Eleven—, desde los tiempos de la organización original. Y, además de eso, una de sus mayores amenazas. No es que no tuviera motivos para odiarlos; los tenía, y de sobra. Tantos o más que Kali y yo. —Suspiró—. Pero hace tiempo, Lucas y yo le dimos la oportunidad de dejar todo eso atrás, empezar una nueva vida y olvidarse de todos los rencores del pasado que la carcomían. Pero lo rechazó... No la juzgo, realmente. Quizás, de no haber tenido a mi familia, a mis amigos, la Fundación, y todos estos niños nuevos que me necesitaban, incluidos ustedes, habría terminado siguiéndola. Pero cada una tomó sus decisiones, y tendremos que lidiar con las consecuencias de ellas.

—¿En dónde los tienen? —inquirió Cole con seriedad.

—Es difícil decirlo. Lo único que sé es que el DIC tiene una base ultra secreta en algún lugar del este, en un sitio que es capaz de mantener alejada a cualquier proyección psíquica que intente acercarse; incluso a mí. Si es por alguna anomalía natural o por algún aparato artificial que hayan diseñado, no lo sé. Pero ya sea física o mentalmente, nadie puede entrar ni salir de ahí, lo que vuelve virtualmente imposible localizarlo. Si es que acaso quisiéramos hacer tal cosa...

—¿Y en verdad crees que serán capaces de retenerlo en ese sitio? —mencionó Matilda, escéptica.

—Esto tampoco lo sé, pero de momento sólo nos queda confiar en que será así y dejar ese asunto en sus manos. Ya que, por otro lado, nosotros debemos encargarnos de otras cosas.

Hizo una pausa y fijó su mirada, que se había tornado severa, en los dos.

—Empezando por el hecho de que la policía está buscando a dos personas con su misma descripción exacta, que entraron a la fuerza en ese edificio durante la tarde.

Aquella repentina acusación hizo que tanto Matilda como Cole respingaran un poco, y de inmediato los inundara una sensación de incomodidad. No había sido su mejor momento, ciertamente.

—Todo eso fue totalmente mi culpa —indicó Cole con firmeza—. Yo fui el que decidió entrar a ese sitio solo, y creyó ingenuamente que podría controlarlo todo por su cuenta. Matilda sólo ingresó de esa forma para salvarme el trasero.

—Muy noble de tu parte el decirlo, Cole —indicó Eleven, asintiendo—. Pero para el caso, no es relevante. Entiendo mejor que nadie la situación tan difícil por la que pasaron, y cómo tuvieron que reaccionar de la mejor forma posible dado el momento. Por lo cierto es que se expusieron demasiado, y a todos nosotros de paso.

—Lo sentimos —respondió Matilda con voz resignada, hablando claramente tanto por ella como por Cole—. Te aseguro que ninguno deseaba que las cosas escalaran de esa forma. Y sé también que a raíz de eso, Cole y Abra salieron grave heridos, y Eight... —Matilda hizo una pausa y respiró profundo por su nariz antes de volver a hablar—. Pero logramos sacar a Samara de ese sitio y alejarla de ese individuo. Y, siendo honesta, no estoy segura si hubiéramos podido hacerlo de otro modo.

—Tal vez no —señaló Eleven sin ironía alguna—. Como sea, lo hecho, hecho está. Lo importante es que pudieron salir de esa situación, pero ahora toca arreglarla de alguna forma. Y es justo para este tipo de circunstancias que conviene ser amigos del DIC. Ya arreglé con Lucas que sus nombres no sea involucrado en lo absoluto en lo sucedido, y cualquier sospecha sea desviada en otra dirección.

—¿Y cómo harán eso? —cuestionó Cole con curiosidad, aunque también con evidentes reservas.

—Sólo digamos que ya tienen todo un protocolo para atraer a su jurisdicción cualquier caso que involucre la posible presencia de un Usuario Psíquico, y así poder controlar lo mejor posible la información.

A Cole esa descripción hizo que se le viniera a la mente aquello que Vázquez le había mencionado en Eola, sobre una agencia que había aparecido en Portland para encargarse del incidente del Providence Medical Center, o como el Jefe Thomson le había comentado que los federales habían tomado control total del caso de Leen Klammer y el flujo de la información. Ahora que sabía que el DIC estaba de alguna forma involucrado, todo parecía encajar y tener más sentido.

—Y en el caso de lo sucedido hace dos días —prosiguió Eleven—, ellos son los primeros en desear que su participación en ese incidente no sea del dominio público. Así que se encargarán de dar una versión de los hechos que se acople a sus intereses; y, de paso, también a los nuestros. Así que por lo pronto no deben preocuparse de eso. Sólo no se metan en más problemas en los próximos días.

Matilda estaba asombrada con la forma tan calmada y casual en la que Eleven mencionaba todo aquello; como si recibir la ayuda de una agencia del gobierno para encubrir crímenes y mentirle a la gente fuera de lo más normal para ella. Aunque, luego de todo lo que había escuchado durante esa plática, era posible que en efecto sí lo fuera.

—No creo sentirme cómoda con ese tipo de "ayuda" —masculló Matilda con sequedad.

—Te aseguro que será más cómodo que ir a prisión —sentenció Eleven con dureza, dejando a Matilda sin ninguna contestación posible, o al menos no una que quisiera compartir—. Aclarado ese punto, el siguiente que nos atañe es quizás el más importante y el que requiere una acción inmediata. Y me refiero a Samara Morgan.

La sola mención de la niña de Moesko en ese contexto, puso en alerta a Matilda, que de inmediato se sentó más derecha en su asiento, notándosele algo tensa.

—¿Qué quieres decir?

—A que oficialmente —dijo Eleven—, lo último que la gente sabe es que fue secuestrada en Oregón por Leena Klammer y llevada al sur hacia alguna locación desconocida. Sería bastante contraproducente que se enterarán que de hecho está en estos momentos en la planta alta de esta casa. —Al mencionar aquello, apuntó con su bastón en dirección al techo sobre ella—. Es por eso que antes de que alguien lo descubra y tengamos que responder preguntas incómodas, tenemos que hacer que reaparezca públicamente.

—¿Cómo?

—Los detalles aún no los tengo claros. De hecho, en uno rato más tengo que ir a hablar con la persona que nos ayudará con eso. —Volteó a ver a su hija mayor sentada a su lado al señalar eso último. Sarah asintió lentamente, confirmando sus palabras—. Pero les puedo adelantar que Cole tendrá que desempolvar su traje héroe una vez más.

Cole pareció confundido al inicio ante la mención a su persona, aunque rápidamente una idea pareció cruzarle por la cabeza, pues sonrió casi divertido de pronto.

—¿Así que seré de nuevo el policía solitario que rescató a la niña en problemas? —masculló Cole con tono socarrón. Aquello extrañó un poco a Matilda, en especial porque ambos habían usado la expresión "una vez más" y "de nuevo". ¿Ya habían tenido que lidiar con esto antes?

—No es muy lejos de la verdad, considerando tu intento de rescate —señaló Eleven, rozando peligrosamente en un regaño—. Y sirve también que varios otros policías saben que estuviste estos días por aquí investigando por tu cuenta. Sólo habrá que decidir la mejor forma de manejar la narrativa, pero eso se los comunicaré más tarde, o mañana a más tardar. Pero como sea que vaya a ser, una vez que las autoridades y el público sepan que ha sido rescatada, lo siguiente será llevarla de regreso a Washington con su padre adoptivo.

—¿Qué? —exclamó Matilda, casi horrorizada por la idea—. ¿Su padre? Eleven, él... no quiere saber nada de ella. La culpa por todo, en especial por lo que le pasó a su esposa. Regresarla con él sería un peligro. Temo lo que pudiera hacerle...

La psiquiatra sintió un tremendo escalofrío recorriéndole el cuerpo, en cuanto a su mente volvían las imágenes de aquella horrible visión que había tenido de Anna Morgan intentando asfixiar a Samara y tirándola en aquel pozo para encerrarla. Nada le garantizaba que su padre no fuera capaz de hacer lo mismo; de hecho, lo consideraba casi un hecho.

—Quizás sea cierto —asintió Eleven—. Pero por lo menos hasta ahora, es su tutor legal, y quien tiene la última palabra sobre el destino de la niña. Claro, él y las cortes. Es por eso que tú irás con ella, Matilda, y te asegurarás de que todo salga bien con su padre. Ya sea que él la reciba de regreso o no, será una transición muy difícil para ella, y te necesitará más que nunca.

No necesitaba que se lo dijera; Matilda ya tenía decidido que acompañaría a Samara en cuanto la idea fue planteada, incluso si Eleven no hubiera estado de acuerdo. Pero su expectativa era mucho más que sólo servir de apoyo.

—Eleven, yo... —murmuró la psiquiatra en voz baja agachando la mirada—. Yo he considerado... si el Sr. Morgan no desea recibirla de regreso, o si estar con él representa un peligro real... yo quisiera hacerme cargo de ella...

Los ojos de Eleven se entrecerraron un poco, dibujando en su rostro una expresión de ligera confusión.

—¿Te refieres a que quieres adoptarla? —cuestionó la Sra. Wheeler sin muchos rodeos.

—¿De verdad? —se escuchó de pronto la voz de Jennifer cuestionar desde la puerta de la sala. Las miradas de todos se viraron hacia ella, pero en especial la de su hija adoptiva, azorada de verla ahí de pie, abrazando contra sí la charola metálica en la que le había llevado el té a las personas que conversaban afuera—. Matilda... ¿tú quieres...?

Jennifer se veía bastante asombrada. Hasta ese momento Matilda sólo le había comentado que Samara se quedaría un tiempo con ellas, pero no había aún planteado la posibilidad de que aquello fuera algo más permanente.

—Lo siento... —masculló Matilda vacilante, parándose de su asiento—. Quería hablarlo contigo en cuanto las cosas se calmaran. Pero yo... —Matilda turnó su mirada entre Eleven y su madre; las dos personas cuya opinión más peso tenía para ella en el mundo entero—. Samara es una niña única; más incluso que otros resplandecientes que hemos conocido antes. Con su padre no estará segura; tampoco en un orfanato, o un hogar temporal o adoptivo donde no entiendan sus habilidades y la manera de manejarlas. Pero sé que yo, con el apoyo de la Fundación, y el tuyo —indicó girándose de nuevo hacia Jennifer—, puedo darle todo ese amor y seguridad que ella se merece y necesita. Así como tú me lo diste a mí...

Jennifer respiró lentamente y agachó su mirada hacia su reflejo distorsionado en la superficie lisa de la charola que sujetaba. Su rostro era una máscara indescifrable en la que no era claro qué era lo que sentía o pensaba sobre lo que le estaban diciendo, y eso comenzaba a causarle un poco de angustia a Matilda que esperaba expectante su respuesta. No estaba segura de qué haría si le decía que no estaba de acuerdo, o que no pensara que ella estaba lista para tomar una responsabilidad como esa.

Tras unos dolorosos segundos de espera, la Srta. Honey habló al fin:

—Decidir ser madre es un gran paso, Matilda. Es aceptar una tremenda responsabilidad en tu vida, que además se vuelve diez veces más retadora si la criatura que decides acoger es "única".

Todos los presentes supieron de inmediato que hablaba por experiencia propia.

—Pero —prosiguió—, si una... ingenua y soñadora maestra de primaria con la cabeza en las nubes pudo hacerlo ella sola, no me cabe la menor duda de que alguien como la Dra. Matilda Honey será la mejor madre que esa pequeña pudiera pedir en cualquier vida. —Levantó de nuevo la mirada hacia su hija, y una amplia y radiante sonrisa se dibujó en sus labios—. Y no tendrás que hacerlo sola; por supuesto que yo estaré aquí para apoyarte en todo lo que necesites; a ambas.

Matilda sintió una oleada de calor quemándole el pecho, subiendo por su cabeza y amenazando con brotar de su cuerpo en la forma de densas lágrimas. Logró contenerlas, sin embargo, y sobreponerse lo suficiente para avanzar hacia su madre y estrecharla firmemente entre sus brazos. Jennifer hizo a un lado la charola, y le correspondió con su brazo libre.

—Gracias —murmuró despacio cerca del oído de su madre—. Has hecho ya tanto por mí en todos estos años. No es justo que siga pidiéndote tanto más.

—Eso es lo que las madres hacen —le respondió Jennifer despacio como respuesta—. Ya lo entenderás tú misma.

El momento casi tenso y serio por el que estaban pasando hasta hace un momento había dado un giro hasta convertirse en algo más. Y aunque para algunos como Jennifer aquello resultaba algo repentino, para Cole era algo esperado, y eso se notaba en cómo contemplaba aquello con una sonrisa de satisfacción y orgullo.

Tras unos momentos Matilda y Jennifer se separaron, y dicho cambio fue la indicación que Eleven tomó para intervenir.

—Si es lo que has decidido, yo también te apoyaré para lograrlo —indicó con solemnidad—. Pero para lograr que eso ocurra, primero tienes que hacer las cosas bien. Tienes que llevar a la niña de regreso, y una vez allá apelaremos a que lo mejor para ella es estar a tu cuidado. Pero un paso a la vez. Primero necesitamos que deje de ser una niña desaparecida, y para ello tengo que ir a mi siguiente "cita".

Eleven se puso de pie en ese momento. Sin embargo, al hacerlo ocupó apoyar ambas manos en su bastón, y adicionalmente Sarah tuvo que ayudarla tomándola de un brazo. Aquello dejó perplejos a Matilda y Cole. Aún ya de pie, Sarah seguía sujetándola firmemente de su brazo, y parecía por un momento que si la soltaba la mujer se fuera a desplomar al suelo. Era casi como si su mentora hubiera envejecido veinte años de golpe. ¿Era acaso eso una secuela que le había dejado el estado inconsciente en el que se había sumido?

Al observar los rostros de sus dos colegas, Eleven pudo detectar fácilmente la incertidumbre en ellos.

—Tranquilos —les comentó con una sonrisa despreocupada—. Tristemente no es la primera vez que terminó tan debilitada luego de usar mis poderes al máximo... aunque sí la primera en la que caigo en coma por un ataque de esta magnitud. Según mis médicos, debería haberme quedado en cama al menos una o dos semanas más, pero es obvio que no podía darme ese lujo. Necesitamos resolver todo esto lo antes posible.

—Eleven, si en verdad estás tan débil, no deberías exponer tu cuerpo a esfuerzos innecesarios —indicó Matilda, incapaz de ocultar su preocupación—. Estamos felices de tenerte de nuevo a nuestro lado, pero lo que menos queremos es que termines perjudicándote más, y en especial por nuestra causa.

—Te aseguro que ya tuve suficientes regaños de mi familia por haber decidido venir aquí —masculló Eleven, alzando una mano al frente para indicarle a Matilda que parara de hablar—. Y sí, todos tienen razón. Y prometo que en cuanto encaminemos todo esto en la vía correcta, me tomaré un merecido descanso. Y, de hecho... —Hizo una pequeña pausa, y luego prosiguió—. Puede que sea uno bastante largo, pues ya estoy pensando seriamente en mi retiro.

Todos se quedaron en silencio unos instantes al escuchar aquello, y la confusión y el asombro se apoderó de sus rostros; incluso del de Sarah.

—¿Tu retiro? —cuestionó Cole, parándose también por mero reflejo—. ¿De la Fundación? ¿Hablas en serio?

Eleven asintió.

—No es el sitio ni el momento para conversar a detalle de esto. Pero basta con decir que toda esta experiencia me hizo darme cuenta de mis verdaderos límites, y también de lo que es realmente importante. —Colocó en ese momento su mano sobre la que Sarah tenía en su brazo—. Y aunque siempre estaré aquí para apoyar a cada uno de ustedes en lo que pueda, es momento de que vayamos encaminando la Fundación para que pueda seguir adelante sin mi intervención directa.

Matilda y Cole se miraron entre ellos en silencio. La idea de que la Fundación pudiera existir sin Eleven, si bien resultaba lógica, era a su vez difícil de imaginar para ambos. Ninguno esperaba encontrarse esa mañana con una noticia como esa, y ciertamente les causaba una profunda mezcla de sentimientos.

—Eleven —masculló Cole con seriedad—. Esto no se debe a que... temas volver a enfrentarte a ese chico, ¿o sí?

Eleven guardó silencio unos instantes antes de responder.

—No —masculló despacio—. Y en parte quizás sí. Pero dejando de lado a Damien Thorn, la Fundación y nuestro trabajo es muy importante, y creo que lo será aún más dentro de poco. Por ello es crucial que todo esto pueda proseguir, pasara lo que tuviera que pasar. Y no crean que es una decisión que estoy tomando a la ligera. Esto es algo que ya he venido pensando y trabajando por bastante tiempo atrás. Empezando por tener desde hace mucho muy claro a quién deseo como mi sucesora.

Tras soltar tal declaración, los ojos de Eleven se colocaron fijos en una persona en específico de esa sala. Y dicha persona, aunque al inicio no se dio cuenta de este acto o el por qué detrás de él, tras unos segundos la insinuación que Eleven trataba de hacer se volvió bastante evidente; para ella y para todos los demás.

—¿Qué...? —exclamó Matilda, aturdida y confundida—. ¿Yo...? Eleven...

Sentía la lengua trabada, incapaz de articular una oración de dos palabras o más. Y antes de que lo siguiera intentando, la Sra. Wheeler alzó de nuevo una mano hacia ella, indicando que se detuviera.

—Como dije, no es el sitio ni el momento para discutirlo —señaló con firmeza—. Ya habrá tiempo. Sarah. —Se giró hacia su hija a su lado—. ¿Puedes ir pidiéndonos un vehículo?

—Sí, enseguida —respondió la joven mujer, permitiéndose soltarla con cuidado para sacar su teléfono.

—Cómo mencioné, tenemos otra cita —indicó Eleven con algo de humor en su voz—. Pero antes de que nos vayamos, quisiera conocer a Samara. Si estás de acuerdo.

La pregunta iba obviamente dirigida a Matilda. Sin embargo, ésta seguía tan aturdida que batalló para poder salir de ese estado y reaccionar.

—Sí, claro... dame un minuto.

Sin más se retiró de la sala con prisa, quizás con más prisa de la necesaria, y se dirigió a las escaleras que comunicaban a la planta superior. Eran tantas las emociones que le recorrían el cuerpo que sentía sus piernas casi como gelatina.

— — — —

Sólo unos pocos minutos después, Matilda venía ya de regreso con Samara tomada de su mano. A falta de otro atuendo mejor con el cual presentarse, la niña se había vestido con las mismas ropas con las que la habían recogido del pent-house de Thorn (tras al menos una pasada por la lavadora de la Srta. Honey). Eleven las observó desde el pie de la escalera, sonriendo con entusiasmo mientras ambas bajaban los escalones. Los rostros nuevos pusieron particularmente nerviosa a la pequeña de cabellos negros, y Matilda lo pudo notar por la forma en la que su mano se aferraba más firmemente a la suya.

—Está bien —le murmuró despacio, sólo para ella—. Son mis amigas, no tienes nada que temer.

La niña asintió, aunque no parecía en realidad del todo segura con esa afirmación.

—Samara —murmuró Matilda solemne, una vez que pasaron el último escalón—. Ella es la Sra. Wheeler, la cabeza de la Fundación Eleven. ¿Recuerdas que te hablé de ella en alguna ocasión?

Samara permaneció callada, observando desde abajo el rostro de aquella mujer de cabello rizado, y sus ojos cafés que la observaban de regreso a través del cristal de sus anteojos cuadrados.

—Hola, Samara —musitó El con voz cariñosa, extendiendo una de sus manos hacia ella mientras la otra se mantenía aferrada a su bastón—. Me llamo Jane, pero todos mis amigos me llaman Eleven. Es un gusto conocerte al fin. He oído mucho sobre ti.

Samara contempló la mano que le extendía por unos instantes, antes de animarse a soltar a Matilda y estrecharla tímidamente entre sus dedos delgados

—Mucho gusto —susurró la niña despacio, inclinando un poco la cabeza de tal forma que parte de sus cabellos cayeran frente a su rostro.

—Nos alegra mucho tenerte a salvo con nosotros una vez más. Sé que has pasado por cosas desagradables, pero te prometo que todo eso quedará atrás y ya no tendrás que esconderte, ni tampoco estar encerrada. Ya nos estamos moviendo para que eso suceda. Así que por el momento quédate tranquila, y dentro de poco te diremos exactamente qué es lo que haremos para que puedas retomar tu vida.

—¿Retomar mi vida? —masculló la pequeña, alzando de nuevo su mirada—. ¿Volveré al psiquiátrico...?

—No, claro que no —se apresuró a responder Matilda—. Te aseguro que no volverás a ese horrible lugar otra vez.

—Entonces... ¿Iré a prisión? —inquirió abatida, dejando a los demás un tanto desconcertados—. Damien dijo que si volvía, lo más seguro era que me encerraran. Por lo que le hice al Dr. Scott, a mi madre, a ese hombre del motel...

Samara agachó la mirada y se abrazó a sí misma, comenzando a temblar ligeramente. Matilda reaccionó de inmediato a esto, agachándose a su lado para rodearla en sus brazos; un acto muy similar al que Jennifer Honey había hecho más temprano en la cocina.

—Eso no tiene que preocuparte ahora —susurró al psiquiatra, pegando sus labios contra sus cabellos oscuros—. Lo que tenga que pasar, no tendrás que afrontarlo sola. Y te prometo que todo lo que hagamos de aquí en adelante será para tu bien.

—Confía en Matilda —señaló Eleven con firme confianza en su voz—. Haz lo que ella te diga, y todo saldrá bien. Te lo prometo.

Eleven culminó su comentario con un discreto guiño de su ojo, que a Samara por algún motivo le inspiró confianza. La niña asintió con la cabeza y respiró lentamente por su nariz, intentando tranquilizarse.

—Gracias...

—Es lo que hacemos —respondió Eleven, sonriente.

—El automóvil ya está cerca, mamá —le murmuró Sarah a su lado para llamar su atención.

—Sí, claro. Tenemos que irnos, Samara. Pero si todo sale bien, nos veremos esta noche para seguir discutiendo todo esto. Mientras tanto, pórtate bien y hazle caso a Matilda y a la Srta. Honey. —Extendió entonces su mano, permitiéndose darle un par de palmaditas en la coronilla de su cabeza—. Matilda, Cole, nos vemos más tarde.

—¿Y nos dirás entonces a quién irás a ver con exactitud? —preguntó Cole, mientras observaba cómo ambas mujeres Wheeler se aproximaban a la puerta.

—Creo que es un viejo conocido suyo, detective —respondió Eleven con tono jocoso, tomándolo un poco desprevenido. Y la siguiente pregunta que surgió en la cabeza de Cole, fue exactamente la misma que Lucas Sinclair tendría tras su conversación del día anterior:

«¿Qué estás tramando ahora, Eleven?»

Pero en su caso, no tendría que esperar mucho para obtener una respuesta.

Una vez en el pórtico, Jane y Sarah casi chocaron con Abra, Lucy y Dan, que ya también habían concluido su charla, así como su té, y se dirigían al interior para despedirse.

—Sra. Wheeler —musitó Abra, sorprendida de verla de pie ante ella, pese a que sus padres ya le habían comentado que habían llegado ahí todos juntos.

Eleven se giró a mirarla, y una renovada sonrisa de entusiasmo le iluminó el rostro.

—Al fin nos conocemos de frente, Abra —murmuró despacio, extendiendo su mano hacia ella del mismo modo que lo había hecho con Samara. La joven de Anniston, sin embargo, no vaciló tanto en estrechársela—. Aunque sé que en realidad ésta no es la primera vez que estamos físicamente la una frente a la otra. Sólo que en ese otro momento yo estaba... algo ausente.

—Sí, claro —pronunció Abra, riendo un poco—. Lamento el desastre que hicimos en su cabeza, y el que no pudiera ayudarla como quería.

—Oh, pero lo hiciste, te lo aseguro —señaló Eleven con certeza—. Estoy bastante convencida de que los golpes que le diste a ese mocoso petulante en ambas ocasiones, ayudó a que tu tío y yo estemos ahora de pie.

—¿Cómo es eso? —cuestionó Abra, un tanto escéptica.

—Yo tampoco estoy muy segura, pero sé que es así. Y como fuera, yo debo disculparme contigo, pues fue mi intromisión al querer buscarte lo que te jaló a toda esta locura en primer lugar.

—No del todo —negó Abra de inmediato—. Damien y yo... ya habíamos tenido un pequeño encuentro antes de que usted me encontrará. Creo que estaba en nuestro destino cruzarnos de nuevo de una u otra forma...

Antes de que Eleven pudiera responderle algo, el vehículo que Sarah había pedido fue visible por el camino de la casa, aproximándose en su dirección.

—Nuestro transporte llegó —indicó El apuntando al frente, aunque de inmediato se volvió de nuevo hacia Abra—. Espero en verdad poder hablar contigo con mucha más calma uno de estos días. Por todo lo que he oído y visto, me doy cuenta de que eres una jovencita más que excepcional. Sería todo un privilegio que te nos unieras en la Fundación. Creo que hay muchos como tú que pueden beneficiarse de contar con tu apoyo.

El rostro entero de Abra se iluminó como árbol de navidad al escuchar tal propuesta.

—Eso sería... —comenzó a pronunciar con marcada emoción, pero sus palabras fueron cortadas por un discreto carraspeo de su madre a su lado. Al mirarla, pudo notar por su expresión que la idea no la entusiasmaba tanto como a ella. Bueno, ya habría oportunidad de discutirlo—. Eso sería bueno —respondió con más moderación—. Me encantaría que pudiéramos hablarlo.

Eleven asintió, leyendo por el ambiente que en efecto sería algo para discutir en otra ocasión.

—Sra. Stone, Sr. Torrance —saludó a ambos con un leve movimiento de su cabeza—. Fue un placer viajar con ustedes.

—Gracias por todo, Sra. Wheeler —le respondió Dan con entusiasmo—. Espero que todo salga bien de su lado.

Eleven comenzó a bajar los escalones del pórtico con la ayuda de su hija mayor. El conductor del vehículo ya se había bajado para abrirles la puerta.

De pronto, Abra pareció recordar algo.

—Sra. Wheeler, espere un minuto —pronunció en alto, avanzando un par de pasos rápidos hacia ella, aunque deteniéndose justo después de eso por su herida. Eleven, con sus pies ya en el camino de cemento, se giró de regreso hacia ella—. ¿Usted sabe en dónde está Damien en estos momentos?

—No con total seguridad —respondió El con voz neutra—. Pero donde quiera que esté, te aseguro que no debes preocuparte de momento por él. Sólo debes enfocarte en descansar y recuperarte de esa herida.

—Supongo, pero... —masculló indecisa, agachando un poco su mirada. Miró hacia el chofer que aguardaba a lo lejos, y bajó los escalones para poder estar más cerca de El y hablar con voz más baja—. No sé cómo explicarlo, pero hace dos noches tuve un sueño bastante vivido, en el que aparecía Damien más joven, y un chico que creo que era su primo, y... Bueno, el caso es que no creo que haya sido un sueño. Parecía más un recuerdo, de cosas que realmente le pasaron, pero de las que yo no tenía conocimiento alguno. No tengo idea de por qué vi eso, pero siento que quizás él intentó de alguna forma comunicarse conmigo y terminó mandándome esas imágenes; algo parecido a lo que me sucedió la noche de su ataque, que pude ver lo que le ocurría a la distancia. ¿Cree que pudiera ser el caso?

Eleven la observó en expresión estoica, aunque reflexiva mientras hacía aquella descripción.

—No creo que haya sido lo mismo —respondió con firmeza tras un rato, también regulando su voz—. No puedo explicarte cómo o por qué, pero si es que está justo en dónde creo, no hay forma de que ninguna proyección o pensamiento entre o salga de ese lugar. Lo que puede haber sido es que, tras ese encuentro que tuvieron hace dos días en el que cada uno vertió todo su ser en el otro, quizás pudiste sin querer penetrar en una parte profunda de su cabeza, y extraído alguna de sus memorias sin darte cuenta. Y éstas se te mostraron solamente hasta que pudiste tener tu mente despejada y descansada.

—Pero entonces... —musitó Abra, vacilante—. ¿Puede que lo que vi... haya sido real?

—O quizás sólo fue un sueño —señaló El, encogiéndose de hombros—. ¿Hay algo en eso que viste que te tenga particularmente inquieta?

Abra desvió su mirada hacia otro lado, casi como si se sintiera avergonzada de alguna forma. No sabía si decir que "inquieta" era como se sentía, pero sí se encontraba muy pensativa sobre ese tema. Aun así, no era algo que deseara compartir en esos momentos, o siquiera permitirse darle una forma completa en su propia cabeza.

—No, no es nada —respondió, no muy sincera en realidad.

—Mamá, tenemos que irnos —le apuró Sarah a su madre.

—Sí, vamos —le respondió Eleven apremiante—. No tienes que preocuparte, Abra —le dijo rápidamente a la jovencita antes de reanudar su marcha—. Ya veremos la forma de asegurarnos de que ese chico no vuelva a ser una amenaza para ninguno de nosotros.

Abra le sonrió y la despidió con una mano mientras subían a aquel vehículo. En el fondo, sin embargo, ella no estaba muy segura de que eso que decía pudiera ser posible.

FIN DEL CAPÍTULO 122

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