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Capítulo 118. Un mero fantasma

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 118.
Un mero fantasma

Verónica Selvaggio pasó gran parte de la noche en uno de los quirófanos de cirugía del Hospital Saint John's en Santa Mónica. Ahí los doctores y enfermeras lucharon arduamente para curar su fea herida de bala en el abdomen, y la lesión que la varilla le había dejado en la pierna al atravesarla. Adicional a esas dos heridas, la joven de ascendencia italiana tenía sólo algunos raspones y golpes, pero nada a lo que los médicos debían darle mayor importancia de momento.

La cirugía resultó todo un éxito y sin la menor complicación. Y aunque la paciente estaba estable y en apariencia fuera de peligro, la dejaron en observación toda la madrugada. Verónica pasó la mayor parte de ese tiempo dormida por la mezcla de analgésicos y cansancio. Sus signos evolucionaron bien, y no parecía estar presentando ninguna complicación derivada de sus lesiones. Uno de los doctores incluso mencionaría que aquella era la herida de bala más "noble" que le había tocado tratar. Una pequeña diferencia en ella y muy seguramente se hubiera desangrado mucho antes de llegar al hospital.

—La chica debe tener un buen ángel guardián cuidando de ella —mencionaría como respuesta una de las enfermeras, con cierto humor acompañando a sus palabras. Entre su somnolencia, Verónica alcanzaría a escuchar tal comentario, y aunque nadie más lo notara aquello dibujó indudablemente una media sonrisa burlona en sus labios.

A media mañana, se determinó que ya se encontraba lo suficientemente estable para dejar el área de observación, y le informaron que la bajarían a un cuarto privado para que estuviera más cómoda.

—¿Quién pagó por eso? —preguntó la joven escuetamente mientras se preparaban para transportarla a su nueva habitación.

—No estoy segura —le respondió la enfermera, revisando si acaso en los papeles que traía consigo pudiera haber alguna respuesta al respecto—. De seguro tu familia ya fue notificada de lo sucedido, ¿o no?

—Supongo que sí.

La duda, sin embargo, sería cuál de los diferentes miembros de la galería de su "familia" habría hecho tal cosa, dada la situación. Tenía en mente un sospechoso número uno, pero ya lo confirmaría tarde o temprano.

Sus ojos se cerraron apenas una fracción de segundo, o eso creyó ella, y al abrirlos notó como el techo sobre ella comenzaba a deslizarse hacia atrás como una película en cámara lenta. Un camillero la empujaba desde la cabecera a la salida del área de observación, mientras a su lado una enfermera transportaba en alto el suero aún conectado a su brazo. Otro camillero más los acompañaba al frente.

Antes de salir de aquella área, el rostro de Verónica se desvío ligeramente hacia su diestra, contemplando algunas de las otras camillas frente a las cuales iba pasando. Una en específico, la última de ellas en realidad, captó significativamente su atención. Un doctor y una enfermera revisaban en la paciente en ella; el primero le abría el ojo derecho con los dedos, y pasaba una luz por éste. La mujer, de cabellos cobrizos y rostro pálido, parecía estar totalmente inconsciente. Verónica logró notar rápidamente que estaba vendada de su cabeza, y llevaba un collarín bajo el mentón. Tan rápido como apareció en su rango de visión, así desapareció. Aun así, Verónica logró reconocerla.

«Vaya sorpresa» pensó, conteniendo una pequeña risilla que deseaba ser libre; en parte para no dejarse en evidencia, y en parte por qué sabía que cualquier intento de risa en ese momento, muy posiblemente le dolería hasta lo más hondo.

Igual era muy oportuno que hubieran traído a esa persona también a ese hospital, aunque Verónica sabía bien que ese tipo de cosas no solían ocurrir simplemente por mera coincidencia. A veces era la forma en la que le informaban cuál debía ser su siguiente movimiento.

«Una no puede ni tomarse un día de descanso, ¿verdad?»

Sus cuidadores la llevaron hasta un ascensor de tamaño suficiente para que cupiera la camilla. Subieron hasta el piso para las habitaciones de los pacientes, y la volvieron a transportar por los pasillos hasta el bonito cuarto número 302. Era bastante amplio e iluminado, incluso contando con una sala adjunta con un par de sillones y una mesa, de seguro pensada para que los familiares del paciente pudieran pasar la noche si así lo requerían. Dudaba que en su caso alguien la fuera usar, pero era agradable saber qué contaría con todo ese espacio.

Entre los dos camilleros se encargaron de colocarla en su nuevo lecho, de sábanas limpias y tantos botones como el interior de la cabina de un avión. Verónica resintió un poco al ser trasladada a la cama, pero en cuanto logró recostarse se sintió mucho más cómoda. La enfermera colocó la bolsa con médicamente en el porta sueros a un lado de la cama, y luego presionó uno de los botones a un costado de ésta para que el ángulo del respaldo se elevara un poco y el cuerpo de Verónica quedara ligeramente sentado. Su herida volvió a resentir el cambio, pero fue pasajero.

—Hola, ¿cómo nos sentimos esta mañana? —pronunció la voz animada de uno doctor de bata blanca al ingresar por la puerta abierta de la habitación.

Verónica lo volteó a ver, desviando sólo lo suficiente su rostro hacia el recién llegado. Si no se equivocaba, era el mismo doctor que había ido a verla durante la madrugada. Si acaso le había dicho su nombre, para esos momentos lo había olvidado, y tampoco era que le importara mucho.

Mientras los camilleros y la enfermera terminaban de preparar todo en el cuarto, el doctor se paró a un lado de la cama, esbozando una amplia sonrisa que desdibujó un poco la forma de su barba tupida.

—Srta. Selvaggio, nos alegra mucho verla tan despierta para variar.

—No me siento muy despierta aún —respondió Verónica, sonriéndole de regreso.

—¿Alguna molestia o dolor fuera de lo normal?

—¿Qué molestia o dolor es fuera de lo normal luego de recibir un disparo? —señaló con algo de ironía, lo que el doctor respondió con una escueta risa—. Estoy bien —contestó—. De momento nada que no pueda tolerar.

—Es bueno escuchar eso. Déjeme decirle que tuvo bastante suerte. Un centímetro de diferencia y tanto la herida de bala como la de su pierna pudieron haberla puesto en grave peligro; pero en estos momentos ya está bien. Sólo necesita reposar un par de días, y podrá irse a casa.

—Entonces sí tengo un buen ángel guardián, ¿eh? —masculló Verónica con tono juguetón.

Notó entonces que la enfermera, aún el cuarto, se viraba a verla rápidamente sobre su hombro al pronunciar aquello. Verónica supuso que había sido precisamente ella a quién había escuchado decir tal comentario; quizás en verdad confiaba en que no la había escuchado en ese momento.

—Eso pudo haber ayudado un poco —indicó el médico, sin notar la reacción completa que el comentario había causado—. Necesito informarle que la policía ha estado esperando desde anoche para poder tomar su declaración. Hemos intentado mantenerlos afuera lo más posible, pero al parecer todos tienen bastantes preguntas sobre lo ocurrido. ¿Se siente lista para hablar con ellos?

—¿Cree que deba llamar a mi abogado?

—No sé, usted dígame —le respondió el doctor con tono bromista. Verónica sólo volvió a sonreírle.

—Hablaré con ellos. No quiero que se difundan rumores venenosos que pudiera afectar a los Thorn.

El doctor asintió como respuesta afirmativa a sus palabras, y pasó entonces a retirarse en compañía de los demás. Antes de irse, la enfermera se tomó un momento para indicarle dónde estaba el botón para llamarlos en caso de que ocupara cualquier cosa, además de pasarle el control remoto de la televisión. Y tras eso, todos salieron la habitación para dejarla sola, y quizás darle unos minutos en silencio para descansar, antes de que los oficiales llegaran a hostigarla con preguntas.

Descansar era una buena idea, y definitivamente eso era lo que su cuerpo parecía pedirle. Sin embargo, Verónica permaneció en su cama apenas un par de minutos luego de ser dejada sola. En lugar de cerrar los ojos, o al menos prender el televisor, su atención fue jalada a un espejo de cuerpo completo empotrado a la pared, cerca del closet privado del cuarto. En verdad le faltaba poco para ser una habitación de hotel.

Resistiendo lo más posible al dolor de sus heridas, se deslizó hacia un costado de la camilla, bajándose de ésta hasta que sus pies descalzos tocaron el suelo frío. Tomó el atril para los sueros con una mano, y lo deslizó consigo mientras rodeaba la camilla y se dirigía al espejo. No podía presionar del todo su pierna herida contra el suelo, por lo que su avance fue algo lento al tener que ir cojeando poco a poco.

Una vez de pie frente al espejo, se paró lo más derecha que pudo y se contempló fijamente de pies a cabeza. Mientras con una mano se sujetaba del porta suero, presionó los dedos de la otra contra su mejilla, su sien y su frente. Su cabello era un desastre, y su rostro entero dejaba bastante en evidencia el gran cansancio que le había dejado la extenuante jornada del día anterior. Aun así, no era nada que el maquillaje adecuado no pudiera arreglar; rubor, sombra, un lápiz labial adecuado color rosado, quizás. Verónica sonrió conforme con dicha idea.

Se soltó un momento del porta suero para poder usar sus dos manos, y así desatar con cuidado los nudos de su bata. Una vez suelta, separó la delgada tela blanca que la cubría, abriéndola por completo de lado a lado, y dejando expuesta la parte frontal de su cuerpo, visible en el reflejo del espejo. Debajo de la bata de hospital sólo traía puestas unas pantaletas color morado, por lo que en el reflejo podía apreciar totalmente su torso desnudo, joven y firme; sus curvas, el tono de su piel, la forma y tamaño de sus senos... y claro, el abultado vendaje que cubría su costado y parte de su abdomen, escondiendo debajo la herida que había sido en realidad casi mortal para Verónica, por más que aquel doctor dijera que había tenido suerte.

Desde que llegó a la pubertad, muchas personas le habían dicho a Verónica Selvaggio cosas hirientes en base a su apariencia; su nariz, las facciones un tanto toscas de su rostro, la forma de su boca, sus hombros huesudos o busto pequeño. Tanto así que inevitablemente se había quedado grabado en su cabeza la idea que era una chica fea... muy fea.

Pero ahora, al verse en ese momento en el espejo, lo veía bastante claro. Nunca había sido fea en lo absoluto; era en verdad tan hermosa como cualquier mujer podía llegar a serlo, con tan sólo creerlo.

Mientras contemplaba su propio reflejo con sus ojos bien abiertos, sin permitirse siquiera el pestañear demasiado, aproximó sus manos a su cuerpo, percibiendo vívidamente cada cosquilleo que el roce de sus yemas provocaba en su piel. Recorrió su cuello, sus hombros, bajando y rodeado entre sus dedos ambos pechos, y permitiéndose además rozar ligeramente apenas la punta de sus pezones. Bajó aún más, recorriendo su vientre plano, y deteniendo una de sus manos, justo en el área del vendaje. Y aunque un parte casi instintiva de su mente le ordenaba a sus dedos alejarse de ahí, estos hicieron justo lo contrario, apretando con sólo un poco de fuerza entre sus dedos.

Una intensa oleada de dolor le recorrió el cuerpo entero, haciendo que éste se inclinara hacia adelante y su frente se pegara contra el espejo. A pesar de esto, su rostro no reflejó sufrimiento alguno, sino que incluso la sonrisa de satisfacción en sus labios se ensanchó más. Ese dolor, así como todas las otras sensaciones que causaba el roce de sus dedos, era la prueba fidedigna de que estaba viva; y le encantaba estarlo...

Teniendo su frente contra el espejo, abrió sus ojos y se encontró totalmente de frente con la contraparte de estos en el reflejo, sintiendo por un momento que aquella era otra persona con su rostro suspendidos a escasos centímetros del suyo. Su respiración se aceleró, lo suficiente para dejar un rastro de vaho en la superficie del espejo.

—Eres tan hermosa, Verónica —murmuró despacio, contemplando como la mujer en el reflejo movía los labios al ritmo y forma exacto de sus palabras—. Te deseo, Verónica... Bésame, Verónica... por favor... Bien, si insistes...

Impulsada por la petición de aquel reflejo, cortó lentamente la poca distancia que las separabas, pegando sus labios a la superficie lisa y fría del espejo, y por consiguiente a los de la chica al otro lado de éste. Sólo un pequeño e inocente beso consigo misma.

Se separó abruptamente del espejo cuando una sensación un tanto fuerte le recorrió la espalda. Se viró lentamente a la puerta, y tras unos segundos estuvo segura de que ese primer pensamiento era acertado: alguien se acercaba a su cuarto. Y no era un policía, ni un doctor, ni una enfermera, sino alguien más interesante.

Se apartó un paso del espejo, y se cerró rápidamente la bata entorno al cuerpo. Dos segundos antes de que aquella persona llegara, pasó rápidamente su mano por el espejo, desdibujando cualquier marca que sus labios pudieron haber dejado sobre éste.

—Adelante —pronunció Verónica al escuchar unos nudillos llamando contra la madera de la puerta para hacer notar su presencia.

La puerta se abrió, y del otro lado se asomó el distintivo rostro de Adrián Woodhouse, sujetando un manojo de rosas blancas en una mano. En un inicio pareció extrañarse al no ver a la ocupante del cuarto en la cama, pero al desviar su mirada sólo un poco hacia un lado, logró verla de pie sujetada al atril con ruedas, y con el espejo de cuerpo completo a sus espaldas.

—Buenos días, espero no importunar —pronunció el cantante con moderación, dando de todas formas dos pasos adentro sin esperar a recibir una invitación formal a pasar—. Estás de pie, esa es buena señal.

—Sr. Woodhouse, ¿qué hace aquí? —murmuró Verónica, imitando lo más parecido a un tono de sorpresa—. Sólo me paré un segundo, pero creo que no fue tan buena idea. ¿Me ayudaría a volver a la cama, por favor?

—Sí, por supuesto.

Adrián se apresuró entonces a cerrar la puerta detrás de sí, y avanzó más hacia la chica, aunque a mitad del camino su atención se centró en las flores en su mano, y luego miró a su alrededor con la clara incertidumbre de qué hacer con ellas

—Me parece que puede ponerlas en el jarrón de por allá —indicó Verónica, señalando débilmente hacia un mueble esquinero a un lado de los sillones—. Qué rosas tan hermosas, muchas gracias. Pero no se hubiera molestado.

—Era esto o un bobo globo de "Mejórate" o un oso de peluche —comentó Adrián con tono relajado—. Creí que esto sería más apropiado.

Verónica se limitó a sonreír, mientras observaba cómo colocaba las flores en el jarrón.

«Siempre un caballero, Andy» pensó divertida. «Pero podrías haberte esmerado un poco más y no tomar lo primero que viste en la tienda de regalos»

Con las flores en su lugar, Adrián se aproximó de regreso a Verónica, se paró a su lado y extendió sus manos hacia ella con la intención de ayudarla a avanzar. Sin embargo, éstas se detuvieron a unos centímetros de la joven, al parecer retrayéndose ante la idea de tocarla.

Verónica se volteó a mirarlo, sonriéndole con un sutil toque de inocencia.

—¿Sucede algo, Sr. Woodhouse? —inquirió la joven—. Parece asustado. No me veo tan terrible, ¿o sí? —pronunció con tono de broma, incluso riendo un poco; y, como había predicho, incuso la más pequeña risilla resultaba dolorosa.

—No, claro que no —se apresuró el cantante a responderle, y de inmediato la tomó delicadamente de los brazos para así guiarla de regreso a la cama, avanzando al paso lento de la paciente.

De hecho, Adrián sí había recelado el contacto por un instante, aunque no por los motivos que Verónica había expresado. La realidad era que temía un poco qué podría pasar si tenía algún contacto físico con esa muchacha, considerando que (supuestamente) era su hija. No sabía lo que pudiera sentir o ver al hacerlo por primera vez. Sin embargo, recordó que eso en realidad ya había ocurrido, la noche anterior cuando interceptó la camilla en la que la llevaban herida para poder preguntarle qué había pasado. Y tanto en aquel momento, como ahí en ese cuarto de hospital, había ocurrido exactamente lo mismo: nada.

—¿Fue usted quién pagó por este cuarto? —preguntó Verónica con curiosidad mientras se aproximaban a un costado de la cama.

—De momento sólo firmé un pagaré. Lo más importante es que estés lo más cómoda posible para que te recuperes.

—Será difícil estar cómoda con la policía haciéndome preguntas. De hecho, creí que se trataba de ellos cuando tocó.

—No te preocupes, un abogado de Thorn Industries los interceptaron para hablar antes de que te vengan a molestarte. Eso nos da unos minutos para que podamos hablar primero.

Adrián la ayudó a subir de nuevo a la cama y sentarse en la orilla de ésta. Verónica se quejó un par de veces del dolor, pero en general aguantó bien. El recostarse bocarriba resultó más sencillo.

—Entonces, ¿la Sra. Thorn ya sabe lo que pasó? —preguntó Verónica, teniendo ya su cabeza de nuevo apoyada contra las almohadas.

—Era casi imposible que no se enterara —respondió Adrián, tomando asiento en una silla a un lado de la camilla—. Si por ella fuera se habría venido en persona desde la madrugada, pero se está encargando de algunos asuntos. Esto que pasó nos tiene... inquietos a todos.

—Sí, lo entiendo. Lo que pasó fue simplemente...

Verónica no terminó su frase. Por su parte, la expresión total de Adrián se tornó mucho más seria de golpe. Las cordialidades ya habían sido suficientes, y la realidad era que no tenían mucho que tiempo que perder.

—Verónica —le murmuró en voz baja observándola atenta con sus ojos color avellana—, antes de que la policía llegue, necesito que me cuentes a detalle qué fue lo que ocurrió con exactitud. Anoche me dijiste que unos hombres armados se llevaron a Damien, ¿lo recuerdas?

—No sé qué tanto pueda ayudarlo —siseó Verónica con pesar en su voz—. Todo fue muy rápido, y confuso...

—Inténtalo, por favor. Cualquier cosa que hayas visto y recuerdes servirá.

La joven en la camilla asintió.

—Lo que sea para ayudar a salvar a Damien.

Verónica pasó entonces a explicarle lo mejor posible lo que había ocurrido, comenzando con el hombre misterioso que la había interceptado en el estacionamiento, y a punta de pistola la obligó a llevarlo al pent-house.

—¿Qué era lo que quería? —cuestionó Adrián.

—Me pareció que estaba desesperado por ver a Damien. Le cuestionó insistentemente sobre una mujer llamada Gema.

—¿Gema? —masculló Adrián, confundido—. ¿Alguna idea de quién sea esa persona?

—No, no creo. Cuando era niña conocí a una Gema en Montepulciano, pero... —hizo una pequeña pausa reflexiva—. No creo que se estuviera refiriendo a ella.

—Ese hombre es el desconocido que murió en la ambulancia, ¿cierto?

—Eso creo.

—¿Alguna idea de quién podría haber sido?

«Nadie, sólo un patético remedo de sacerdote alcohólico, incapaz de superar la pérdida de su joven e inocente protegida, y mucho menos la culpa por haberla corrompido en nombre del amor... o del simple deseo» pensó Verónica, bastante divertida. Pero claro, la respuesta que surgió de sus labios fue en realidad bastante distinta:

—No, lo siento. Jamás lo había visto.

—Está bien. ¿Qué pasó después?

La narración de Verónica prosiguió, pasando por el encuentro a tiros que aquel hombre había tenido con Willy y Jimmy, en el cual resultó herido, y de pasó ella también. Contó también sobre la repentina intromisión de aquella mujer rubia de chaqueta de piel, cómo había calcinado a los dos guardaespaldas, y luego había provocado esa tremenda explosión que lastimó a Damien gravemente, y destruyó casi por completo el pent-house.

—Luego de eso me desmayé —añadió con un marcado sentimiento de cansancio en sus palabras—. Cuando desperté, todo estaba destruido, cubierto de llamas y humo. Pero pude ver como aquellos hombres subían a Damien a una camilla y se lo llevaban en uno de sus helicópteros. No sé quiénes eran, o si estaban relacionados con los otros dos atacantes. Lo siento, ya no pude ver ni oír nada más después de eso.

—Descuida, hiciste todo bien —murmuró Adrián, comprensivo. Recorrió su mano por su rostro, tallándolo un poco con sus manos, y luego tomó su barbilla adoptando una pose pensativa—. ¿Y Kurt? —preguntó tras un rato—. Así se llama el tercero de los guardaespaldas que cuidaba de Damien, ¿cierto?

—Damien lo mandó con... esas otras personas, a rastrear al hombre y a la mujer que fueron más temprano y se llevaron a Samara.

El escuchar ese nombre hizo que un agudo sentido de alerta se despertara en Adrián. ¿Qué había pasado exactamente con esa niña llamada "Samara"? Ese era un tema del que también necesitaba saber más, pero tendría que ser para otra ocasión.

—¿Alguna idea de dónde esté? —cuestionó de pronto, refiriéndose de nuevo a Kurt.

«Si lo quieres, creo que su cuerpo sin cabeza debe estar recostado en la fría plancha de la morgue de la policía para estos momentos»

—No, no lo sé —pronunció Verónica, negando también con su cabeza.

—¿No se comunicó con ustedes antes de que todo esto ocurriera?

—Conmigo no, al menos.

—Bien, no importa —concluyó Adrián con cierta amargura—. Ya lo encontraremos. Por ahora, antes de que hables con la policía, es muy importante que nos pongamos de acuerdo con la versión de los hechos que les darás. Lo primordial de todo...

—Es dejar muy claro que Damien ya no estaba en el pent-house cuando todo ocurrió —se apresuró Verónica a pronunciar primero—, y que se fue a Chicago más temprano, ¿cierto? Pero, ¿no podrían descubrir fácilmente que no subió a su avión como estaba previsto?

—Nosotros ya nos estamos encargando de eso —señaló Adrián con seguridad—. No podemos permitir que nadie fuera de la Hermandad sepa lo que le pasó. ¿Puedo contar contigo, Verónica?

—Por supuesto —asintió rápidamente—. Como dije, haré todo lo que pueda para ayudar a Damien. Soy su leal sierva...

Eso último había sido quizás lo primero completamente sincero que Verónica Selvaggio había dicho esa mañana.

Luego de que acordaran rápidamente lo que le diría a la policía, Adrián se retiró de la habitación. Menos de cinco minutos después, dos oficiales de policía ingresaron, en compañía del abogado de Thorn Industries. Éste último se paró firme justo a un lado de la camilla, como si se tratara de su custodio, y le indicó que podía hablar con total libertad. Verónica pasó entonces sin más dilatación a dar una versión de los hechos que se apegaba a los intereses de todos ellos; una creíble, pues de hecho no se apartaba demasiado de la verdad.

Contó la parte en la que ese hombre desconocido la había interceptado en el estacionamiento, y la amenazó con su arma para que lo llevara hacia el pent-house. Sin embargo, en esta narrativa Damien ya había salido hacia el aeropuerto para esos momentos en compañía de dos de sus guardaespaldas, y ella y un hombre más del equipo de seguridad se habían quedado para cerrar y preparar todo, y pensaban alcanzarlos en cuanto terminaran. Por ello, para cuando el extraño atacante y ella llegaron al último piso del edificio, el muchacho Thorn ya no estaba. Sin embargo, el guardaespaldas que aún quedaba ahí sacó de inmediato su arma al verlo, y comenzaron a intercambiar disparos entre ellos. Fue una de esas balas perdidas la que terminó hiriéndola, mientras que aquel extraño había recibido lo propio de parte del hombre de seguridad de Thorn; eso último era también en parte cierto.

La narración de Verónica terminaba con ella perdiendo el conocimiento luego de haber recibido el disparo, y lo siguiente que recordaba luego de eso era estar tambaleándose hacia afuera del edificio, siendo de inmediato recibida por los paramédicos. El cómo logró bajar sola hasta el vestíbulo era totalmente difuso para ella.

Por supuesto, los oficiales tuvieron sus cuestionamientos, pero Verónica se mantuvo apegada a sus palabras.

—¿Qué hay de la explosión?

—No tengo idea de cómo ocurrió, lo siento.

—¿Quién era ese hombre? ¿Lo había visto alguna vez?

—No, nunca lo había visto antes.

—¿Le dijo acaso qué era lo que quería?

—Sólo deliraba y decía cosas sin ningún sentido. Creo que estaba tomado, o muy confundido.

Eso último también era técnicamente cierto.

—¿Quién era este guardaespaldas que menciona que le disparó al atacante? ¿Por qué no se ha presentado a declarar?

—Lo siento, no conozco su nombre. Yo...

—Le aseguramos que investigaremos al respecto —intervino el abogado abruptamente—. Y en cuanto demos con esta persona, irá personalmente con ustedes a dar su declaración.

La respuesta no satisfacía del todo a los oficiales, pero no tenían muchas más opciones que dejarlo así de momento.

—La seguridad del edificio menciona que poco antes de que ocurriera la explosión, una mujer entró por la fuerza al estacionamiento en una motocicleta. ¿Iba también con el hombre que la atacó? ¿Estuvo en el pent-house cuando todo esto ocurrió?

—No vi a ninguna mujer. Lo siento, como les digo me desmayé; no sé bien qué ocurrió luego de que me dispararon.

—¿Qué hay del incidente que se reportó más temprano en la tarde? Del hombre y la mujer que entraron por la fuerza. ¿Cree que ambos allanamientos estén de alguna forma relacionado?

Verónica guardó silencio, al parecer cavilando un poco sobre esa última pregunta.

—No lo sé. Pero supongo que es posible...

Era improbable que los oficiales hayan quedado satisfechos con tan escueta declaración, y de seguro deseaban presionar un poco más con el fin de escarbar y obtener más información. Sin embargo, la intervención del abogado de Thorn Industries los persuadió de ello, junto con su petición para que la dejaran dormir de una buena vez. Los dos policías se retiraron, con una casi implícita advertencia de que volverían para hacerle más preguntas.

Pero no lo harían.

Recostada cómodamente en su camilla, Verónica tenía más que claro como transcurriría todo. La Hermandad arreglaría los registros y testigos para que nadie tuviera la menor duda de que Damien había subido a ese avión, y se encontraba ahora descansando en su hermosa mansión en Chicago. Y ante la insistencia de autoridad para querer hablar con él, si es que lo hacía, Thorn Industries usaría su ejército de abogados para postergarlo; al menos lo más que les fuera posible. Encontrarían además a alguien que afirmaría ser el guardaespaldas que protagonizaba la versión que Verónica les había dado, y confirmaría cada una de las cosas que les había dicho. La parte sobre cómo había ocurrido la explosión o por qué se había desparecido... bueno, confiaba en que se les ocurriría algo convincente; ella no podía hacer todo por ellos.

La policía seguiría sospechando, pero al final no importaría. En un par de días máximo, el DIC, ya fuera de forma directa o bajo el nombre de alguna de las otras agencias de seguridad, tomaría por completo la jurisdicción del incidente alegando que se había tratado de algún grupo de terroristas que buscaban secuestrar a Damien Thorn y que se encargarían de la investigación. Por supuesto, no podían dejar que alguien más investigara y descubriera algún testigo que describiera los helicópteros negros que habían sobrevolado el edificio esa noche, o cómo habían sacado a escondidas el cuerpo de los soldados que Damien había asesinado. Con tal de esconder su participación en todo ello, como siempre lo hacían, el DIC se encargaría por ellos de sepultarlo todo.

Y con respecto a su único sospechoso, el misterioso atacante muerto de un disparo en el abdomen, éste permanecería como un completo desconocido, y de eso se encargaría el tercer jugador del tablero. Al igual que ocurría con el DIC, el Vaticano tenía todo un protocolo para mantener ocultas las acciones un tanto "indebidas" que podían llegar a realizar los miembros del Scisco Dei, en especial en lo que involucraba a la Orden Papal 13118. Por lo tanto, en cuanto la autoridad y los medios lo comenzaran a señalar como el responsable de lo ocurrido, todo lo que pudiera ligar a ese desconocido con el Padre Jaime Alfaro de la de la Compañía de Jesús, Inspector de Milagros e Inquisidor de la Arquidiócesis, sería sepultado también. Pero su último testimonio antes de morir por supuesto que no sería ignorado; Verónica contaba con ello.

Así que de una u otra forma, todo se acomodaría para crear una historia coherente con la que la gente se mantendría contenta, y la olvidaría pronto, ignorantes de cómo habían sido todos manipulados por la Hermandad, el DIC y la Iglesia por igual, todos cuidando sus respetivos intereses. Y no era ni de cerca la primera vez que ocurría. Pero en el fondo las personas preferían que fuera así. Que los reptilianos, alienígenas y satanistas se pelearan, mientras ellos podían tranquilamente seguir con sus aburridas vidas, y ver el siguiente episodio de su serie favorita. Que de salvar o destruir el mundo se encargue otro.

Así que poco importaban las sospechas de esos dos oficiales sobre ese asunto; estarían en otro caso más pronto de lo que les tomó ingresar a esa habitación.

Y controlado aquello, lo que quedaba en la mesa para la Hermandad era lo más importante: recuperar a su Salvador.

Pero eso, igualmente, Verónica tendría que confiárselo a Andy y sus amiguitos de juego. Ella debía descansar, recuperarse, y encargarse de poner en marcha otros asuntos.

— — — —

Como bien Adrián había mencionado, era bastante difícil que Ann no se enterara de todo lo que estaba ocurriendo en Los Ángeles, incluso estando recluida en el departamento de los Woodhouse en New York. Y aunque hubiera agradecido que hubieran sido Adrián o Lyons quienes se lo informaran, tuvo que enterarse como cualquier persona corriente al ver las noticias de la noche.

Ann se puso cada vez más histérica conforme fue investigando y enterando de más cosas. No había dormido prácticamente nada, pasando horas pegada a su teléfono, comunicándose insistentemente con Adrián y Lyons, hasta el punto de seguro hartarlos a ambos, pero no le importaba. Por suerte ninguno le vino con rodeos, y en cuanto pudo contactarles le dijeron directamente sobre la situación de Damien, y claro también la de Verónica. Y eso no fue precisamente de mucha ayuda para tranquilizarla.

—Ann, cálmate —le había dicho Adrián al teléfono anoche, con un tono que se inclinaba mucho más a ser una orden que una amistosa petición—. Yo me encargaré de todo, ¿de acuerdo? Tú sólo confía en mí.

Claro, era fácil para él decirlo. Había confiado antes en que él se encargaría de todo, ¿y qué había resultado de eso? Su hija ahora estaba gravemente herida, y Damien había sido capturado por esas personas de la que se suponía lo iban a alejar. Típico de los hombres de esa Hermandad, creyendo que podían hacerlo todo por su cuenta, y a su vez disponer de ella hasta incluso tenerla ahí de niñera y enfermera cuando podría ser de mucha más utilidad solucionando todo ese desastre.

Estaba enojada, sí, pero en especial preocupada. Damien y Verónica, sus dos hijos... Si algo le pasaba a cualquier de ellos, no sabía lo que sería capaz de hacer, o a quién.

La mañana siguiente prosiguió con normalidad. El chofer llevó a Sebastián a la escuela, Gilda se encargaba de los quehaceres, y la enfermera de Rosemary, Miriam, se presentó temprano a sus labores. Ann, por su parte, se había instalado en el estudio de Adrián, intentando trabajar lo mejor que podía desde su computadora y teléfono, aunque la realidad era que con su mente tan dispersa le resultaba prácticamente imposible concentrarse hasta en la tarea más simple. Había tenido que cancelar varias citas para realizar su viaje a Suiza, y tuvo que hacerlo de nuevo el día anterior y ese. Su asistente insistía en que le dijera cuándo iba a volver, pero Ann no podía darle siquiera un estimado. Bajo esa situación, no estaba en lo absoluto segura de nada.

Un poco antes del mediodía, Adrián se comunicó de nuevo con ella. Ann se apresuró a responder su llamada al segundo, ansiosa de recibir cualquier novedad, aunque se tratara de una mala. Por suerte, de momento no lo era.

—Verónica está bien —le informó el Apóstol de la Bestia al teléfono—, totalmente fuera de peligro, despierta, y yo diría que incluso de buen humor. El abogado de Thorn Industries está con ella, y creo que despejará sin problemas las dudas de la policía. Al menos de momento.

—Yo debería estar ahí cuidándola —indicó Ann con sequedad.

—Te recuerdo que es sólo una interna que trabaja para ti, al menos a los ojos de la gente. No puedes dejar tan evidente que es algo más.

—¿En serio crees que eso me importa en estos momentos? Le dispararon, pudo haber muerto...

—¿Cuántos de nosotros hemos estado cerca de morir en más de una ocasión en todos estos años? —exclamó Adrián, cortándola—. ¿Cuántos de nosotros han muerto en el cumplimiento de su misión? Es el riesgo que uno acepta cuando se cree en lo que luchamos, y en las recompensas que se nos darán al final. Verónica ha sido una buena y leal soldado, y te aseguro que eso no pasará desapercibido.

—Casi suenas como un padre orgulloso —musitó Ann de forma mordaz, e incluso desde la distancia pudo percibir que sus palabras no habían sido del todo cómodas para su oyente—. ¿Al menos te pudo decir algo de utilidad sobre lo que pasó?

—No mucho. Al parecer un hombre y una mujer desconocida ingresaron al pent-house momentos antes de que el DIC llegara, y fueron los responsables de la explosión y no los soldados como habíamos pensado. También parece ser que Damien resultó herido en dicha explosión, y los hombres del DIC aprovecharon esto para someterlo.

—¿Herido? —murmuró Ann a media voz. Su mirada se desvió discretamente hacia su maleta, colocada a un lado del escritorio, la cual había tenido muy cerca de ella durante todo su tiempo en ese departamento—. ¿Cómo es posible? Se supone que nada ni nadie puede dañarlo.

—Nada, sí. Nadie... bueno, es complicado. Como sea, estoy seguro de que está bien. No hay nada que estos sujetos puedan hacer para lastimarlo en serio.

—¿Y quiénes eran esas otras personas que mencionaste?

—Es difícil saberlo. Damien hizo enojar a mucha gente estos días con las cosas que estuvo haciendo, así que me inclinaría más hacia ese lado. Lo raro es que Verónica mencionó que uno de ellos iba en busca de una persona... —Hubo una pequeña pausa mientras intentaba recordar el nombre que Verónica había mencionado—. Gema, o algo así me parece.

—¿Gema? —musitó Ann despacio, intentando mantener su sobresalto lo más disimulado posible, aunque al parecer no lo suficiente como para que Adrián no lo notara en absoluto.

—Sí, ¿por qué? ¿Conoces a alguien con ese nombre?

¿Si conocía a alguien con el nombre de Gema?, sí; definitivamente sí. Pero el que su nombre saliera a relucir en esa situación le resultaba un tanto... extraño, y algo preocupante. No era tan ingenua para creer que aquello pudiera ser sólo una coincidencia. Sin embargo, sin tener más claro cómo esa monja muerta, o lo que fuera, estaba involucrada en ello, prefería mejor guardarse lo que sabía. No fuera a ser que Adrián pudiera llegar a sospechar que Verónica o ella estaban de alguna forma involucradas, ya fuera por su propia iniciativa o por la sugerencia del incordio de John Lyons, quién claramente buscaba cualquier excusa para deshacerse de ella.

—No, no creo —respondió con una muy convincente calma—. ¿Y qué sigue ahora? —cuestionó rápidamente, intentando dirigir la conversación hacia otro lado—. ¿Sabemos a dónde llevaron a Damien? ¿Qué haremos para rescatarlo? Por qué sí vamos a rescatarlo, ¿verdad?

—Por supuesto que sí —espetó Adrián con firmeza—. Pero no es un movimiento que podamos realizar de forma descuidada. Por eso he ordenado que los Diez Apóstoles nos reunamos de inmediato para discutir esto, y decidir de inmediato lo que haremos.

Ann sintió como su cuerpo entero se volvía de piedra al escuchar eso. ¿Los Diez Apóstoles se reunirían? En el tiempo que ella misma llevaba de ser uno, eso no había ocurrido nunca; había algunos de los otros a los que ni siquiera les conocía sus caras. Aunque claro, el Salvador nunca había estado en un peligro tan atroz como el actual, y su misión primordial siempre había sido protegerlo. Pero hasta ese momento lo habían hecho estando en las sombras, ocultos de todo y de todos, incluidos sus perseguidores del Vaticano. ¿Podrían hacer lo mismo en una situación tan apremiante como esa?

La respuesta obvia era que no. Aquello iba muy seguramente a requerir una acción mucho más directa, y quizás era precisamente por eso que necesitaban discutirlo entre todos.

—Entonces será mejor que me ponga en marcha de inmediato —declaró Ann con apuro.

—No, por favor —se apresuró Adrián a farfullar—. Necesito que te quedes un poco más ahí en New York.

—¿Qué? —exclamó Ann, con un indicio de enojo—. ¿Acaso piensas excluirme? Yo también soy un Apóstol, Adrián...

—No tienes que recordármelo —contestó Adrián con tono juguetón, que no fue del todo agradable para Ann—. Puedes participar desde ahí. Algunos de los demás están en otros países, y no tenemos tiempo para esperar que se muevan hasta acá. John se está encargando de los detalles, y ya te informará cómo conectarte.

—¿En serio esperas que discutamos algo tan vital por Zoom? —murmuró Ann, incrédula, aunque debía admitir que también un poco divertida.

—No por Zoom precisamente, pero... sí, algo así.

—Baylock se volvería a morir si escuchara esto.

—Una pérdida que ninguno lamentaría, ¿o sí?

—No —musitó Ann con voz ausente. Lo que menos quería era pensar en su antigua mentora en esos momentos—. ¿Por qué insistes en quererme aquí, Adrián? Tu madre tiene a su enfermera, a Gilda, y a ese niño que adoptaste para hacerle compañía. Ya incluso John envío a hombres de sus fuerzas de seguridad a resguardar el edificio. Sé que su despertar tan repentino te tiene preocupado, pero ella está bien. La situación de Damien es la que debería preocuparnos de verdad.

—Por supuesto que me preocupa. Pero es precisamente por esta situación que necesito de alguien de mi entera confianza para que me apoye en esto. Más de uno intentará aprovechar esto en mi contra, yo lo sé. Y no pienso dejárselos fácil.

—¿De quiénes estás hablando? —inquirió Ann, sintiéndose confundida por la actitud tan aprensiva, casi paranoica del cantante.

De pronto, una idea cruzó fugazmente por su cabeza.

—¿Acaso te refieres a los otros Apóstoles? —cuestionó con seriedad. Adrián permaneció callado—. ¿Desconfías de ellos? ¿Crees de verdad que alguno pudiera hacer algo contra ti a través de tu madre?

—No sería la primera vez que intentan golpearme por el lado que consideran más vulnerable —soltó Adrián con amargura arrastrada por sus palabras—. Mi liderazgo y varias de mis decisiones se han puesto en duda desde hace tiempo, incluso desde antes de que Damien naciera. Y ahora que le ha pasado esto cuando se suponía que lo estábamos cuidando... Bueno, me sorprendería que ninguno intentara tomarlo como una oportunidad. Y en cuanto se enteren que además mi madre ha despertado...

—Te entiendo —murmuró Ann despacio. Y en verdad lo entendía, aunque no por eso terminaba de sentirse conforme—. Sólo unos días más —le advirtió con marcada firmeza—. En cuanto recuperemos a Damien, debo volver a Chicago y cuidar de él, así como de las apariencias.

—Una vez que lo recuperemos yo mismo volveré allá a cuidar de mi madre. Gracias, Ann.

Los modales dictaban que debía responderle "no tienes nada que agradecer", pero lo cierto es que sería mentira. Y si en verdad estaban por entrar en guerra con sus enemigos externos, y también internos, esperaba que él recodara quiénes eran realmente sus aliados de "su entera confianza".

—¿Cómo está todo por allá, por cierto? —preguntó Adrián tras un rato con interés.

—Bastante aburrido —respondió Ann secamente.

—¿Y mi madre?

—Ella está bien. Ya hasta está preguntando qué manteles y flores vamos a querer para la boda.

Adrián se quedó callado un rato, tardando unos instantes en lograr captar por completo el tono de broma en las palabras de Ann. Soltó entones una aguda carcajada.

—¿Qué le dijiste? —inquirió Adrián con falsa molestia.

—Yo nada —respondió la ejecutiva, encogiéndose de hombros—. Ella sola sacó sus conclusiones. Es una mujer bastante avivada para haber dormido cuarenta años seguidos, si me permites mencionarlo.

—Siempre lo fue. —Hubo una pausa, y entonces comentó—: Hablaré con ella en cuanto vuelva. Tengo muchas cosas que debo explicarle.

—¿Le contarás de Verónica? —soltó Ann de golpe, volviéndose ya demasiado insistente para el gusto de Adrián.

—En su momento —le respondió con solemnidad—. Tengo muchas otras cosas que aclararle primero. Pero para eso necesito enfocarme primero en lo urgente. Ahora debo ponerme en contacto con John que terminar de planear la reunión. Te informaré de cualquier cambio, ¿de acuerdo?

—Me molestaría que no fuera así.

No hubo mayor despedida fuera de ello, y tras unas escuetas palabras ambos colgaron.

Ann colocó su teléfono sobre el escritorio y lo observó en silencio, mientras hacía girar un poco la silla en la que se encontraba hacia un lado, y luego hacia el otro. Había muchos temas que le preocupaban; lo difícil era elegir sólo uno. Pero ciertamente, luego de la situación con Damien, el más inquietante era enterarse de que existía una división dentro de la Hermandad de la que ella no era del todo consciente. Quizás había estado tan enfocado en el cuidado y la crianza de Damien, así como el manejo de Thorn Industries, que simplemente había hecho de lado ese tipo de cuestiones.

Pero, ¿quiénes podrían ser los opositores de Adrián? John definitivamente no; todo el poder que tenía en la Hermandad recaía en su cercanía a Adrián, y sin él no era nada.

«Algunos de seguro pensarán lo mismo de mí» pensó de pronto, sintiéndose molesta por la idea.

Recordaba que en vida la Sra. Baylock nunca ocultó demasiado sus diferencias con él, y Spiletto... bueno, era más una oveja que seguía a quién le parecía conveniente en el momento. Un caso parecido sería el de Paul; era listo, carismático y con iniciativa, pero no se atrevería a levantar la mano contra nadie al menos de que estuviera seguro de estar en el bando ganador.

«¿Y si lo está?»

A los demás no los conocía lo suficiente como para señalar a alguno como un peligro potencial... salvo quizás uno. El único que se podría decir que tenía la suficiente influencia en Damien, incluso de momento más que ella considerando que no era su persona favorita la última vez que se vieron. Pero, ¿en serio esa persona sería capaz de darle la espalda a Adrián? Con suerte, y si era tan inteligente como parecía, se daría cuenta él solo de que era el peor momento para hacer que las lealtades de Hermandad se dividieran.

Estaba por dejar el asunto por la paz y volver a trabajar, cuando se le vino a la memoria de nuevo que el nombre de Gema había salido a relucir en todo este desastre. ¿Quién habrá sido ese hombre y por qué la buscaba? Y más importante, ¿por qué pensó que encontraría información de ella ahí? ¿Iba acaso a buscar a Damien? ¿O era a Verónica? ¿O quizás... esperaba verla a ella?

¿Sospechaba alguien acaso que su muerte no había sido un suicidio? ¿Sospechaba acaso alguien que en realidad... no se había cortado la garganta ella sola como todos creían?

Ann contempló su mano. Por un instante le pareció verla justo como la vio esa noche: pintada casi por completo de rojo, con sus dedos bien aferrados al mango del cuchillo, pero aun así temblándole un poco. Y más allá de su mano, yacía Gema, sentada en el suelo, con su espalda contra la pared, y con la cascada carmesí que había soltado su yugular empapándole sus ropas por completo. Pero lo que más recordaba era como, a pesar de que la vida se le escapaba, ni siquiera luchó por evitarlo. Y en su lugar, sólo se había quedado ahí, mirándola con sus ojos bien abiertos, y sus labios congelados en esa grotesca sonrisa que tenía, y que siempre le gritaba lo mucho más astuta que era.

Agitó su mano hacia un lado con algo de violencia, disipando de forma casi metafórica aquellos pensamientos que no tenía caso poner sobre la mesa en esos momentos. Pero la verdad era que le rabiaba como incluso muerta esa estúpida monja seguía afectando su vida, hasta incluso poner en peligro a su hija... otra vez.

Pero como se lo había dejado bien claro aquella noche, justo antes de que la vida se esfumara por completo de sus ojos, no le permitiría acercarse a su hija de nuevo.

No pudo evitar reír un poco al darse cuenta de las cosas que estaba pensando. Resultaba absurdo que estuviera preocupándose por las acciones de esa mujer. Después de todo, era inquietarse por un mero fantasma; uno que ya no podía hacerles nada...

FIN DEL CAPÍTULO 118

Notas del Autor:

Este capítulo cumple varios propósitos. Primero vemos un poco más cómo quedó el desastre de Los Ángeles, vemos cuáles serán los siguientes movimientos de la Hermandad y, quizás lo más importante, vemos un poco más a Verónica... o al ser que ahora se llama Verónica, que pueden intuir será un personaje central en este nuevo arco. Espero haber podido captar su interés, pues aún hay varias cosas que revelar sobre este tema. Así que nos vemos pronto en el siguiente capítulo.

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