Capítulo 115. El Príncipe de Chicago
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 115.
El Príncipe de Chicago
Si Damien Thorn tuviera que señalar la última vez que su vida fue algo remotamente parecido a "feliz" o "tranquila", en retrospectiva lo más acertado sería decir que en realidad nunca lo fue, ya que desde su propio nacimiento, o incluso antes de éste, su vida había sido un agujero negro de tragedias que arrastraba y aniquilaba a todos los que estuvieran aunque fuera un poco cerca de él.
Pero sí hubo una época en la que ciertamente era gran parte ignorante de esa realidad. Una época en la que era un adolescente normal, con una vida normal, y una familia "casi" normal. Tenía un tío que había sido casi como su padre; una tía que había sido casi como su madre; y un primo... que había sido su hermano.
Y esa época ciertamente sí tuvo un final, uno que comenzó a darse paso a paso justo después de Acción de Gracias del 2012.
Damien era en aquel entonces un jovencito de doce años, cumplidos el junio anterior. Como en los años anteriores, le habían dado libre desde el jueves hasta el domingo, por lo que tuvo la oportunidad de dejar la Academia Davidson y pasar el feriado en su elegante casa en Chicago, en compañía de su tío Richard, su tía Ann, y su primo Mark. Los días habían sido relativamente calmados. Habían tenido una cena tranquila sólo los cuatro, en la cual su tía había hecho lucir sus dotes de ama de casa convencional. El viernes fueron de compras, y Damien agregó a su colección de cámaras fotográficas una de nueva generación, con un lente mucho más potente que las otras, y a un precio casi regalado por las ofertas del Black Friday. Aunque claro, lo cierto era que ninguno necesitaba de ese tipo de ofertas para adquirir algo como eso, pero daba una cierta satisfacción hacerlo de todas formas.
El sábado y domingo fueron básicamente para descansar, pasar el tiempo en "familia", y en el caso de Damien probar su nueva cámara.
Pero el lunes llegó más pronto que tarde, y era momento de que tanto Damien como Mark volvieran a la Academia, el sitio que había sido más su hogar en el último par de años que su actual hogar.
Damien nunca había sentido un desdén en particular por la escuela, ni siquiera por una tan estirada como la Academia Militar Davidson. Siempre se había caracterizado por ser un estudiante ejemplar en la mayoría de las materias, y al menos sobresaliente o bueno en las demás. Pero lo cierto era que eso no lo lograba por genuino interés, sino más bien todo lo contrario. La verdad era que mientras iba creciendo, menos interés le provocaba... bueno, casi todo.
Pasatiempos, películas, series, libros, personas... todas solían aburrirle bastante pronto. Quería pensar que se trataba sólo de la inminente adolescencia pegándole con fuerza. O quizás problemas sin resolver por la muerte de su padres, y el sentirse siempre como un invitado en la casa de su tíos, por más que estos se esforzaran por hacerlo sentir como parte de su familia. O también podría ser esa creciente e inexplicable sensación que cada día lo agobiaba más, que lo hacía ver a las personas a su alrededor como simples maniquís sin rostros que poco o nada tenían que ver con él.
Aunque claro, había sus excepciones a esto. La fotografía, por ejemplo, era una afición que había comenzado a explorar hace menos de un año, y que de momento parecía mantener su interés. Como algunos años después le describiría a una joven de su misma edad que respondía al nombre de Abra, le atraía bastante cómo era posible capturar un instante específico de una persona, congelada en el curso del tiempo junto con todo lo que pensaba y sentía en ese instante. Aunque sabía bien que quizás era algo que sólo él podía distinguir con tal nitidez.
Esa mañana de lunes se levantó muy temprano, empacó lo que faltaba (aunque en realidad no había llevado demasiado), se vistió con el uniforme gris de la Academia, y se peinó. En el inter, una de las sirvientas de la casa le había llevado su desayuno, el cual apenas y había tocado un poco. En su lugar, dedicó los minutos siguientes a abrir las ventanas de su habitación que daban al amplio patio trasero de la propiedad, enfocar el lente de su cámara hacia éste, y tomar algunas fotos de prueba. Había tomado ya varias parecidas durante el fin de semana, pero la tonalidad de esa mañana, y el color del follaje en los árboles del patio, ciertamente lo habían atraído para probar un poco más las diferentes opciones que traía su nuevo dispositivo.
Fotografiar paisajes no le resultaba tan interesante como fotografías personas, pero a veces una combinación adecuada de colores proporcionada por la madre naturaleza era difícil de ignorar.
Estaba bastante concentrado en su labor, aunque no lo suficiente para no percibir la presencia de alguien aproximándose a su puerta, llamando a ésta con sus nudillos delgados cuando estuvo ya delante de ella. Supo que se trataba de su tía Ann unos segundos antes de que tocara. Esa era otra de las peculiaridades que había empezado a notar en él; su facilidad para notar y distinguir a las personas que conocía sin tener que verlas.
«Quizás sólo me estoy volviendo loco» pensó con cierto humor.
—¿Damien? —escuchó pronunciar la voz de su tía al otro lado de la puerta, por si acaso aún le quedaba alguna duda de que se trataba de ella.
—Pasa, tía —le respondió con un poco de indolencia, teniendo su concentración más puesta en las fotos que seguía tomando.
Ann abrió la puerta al recibir dicha invitación, y se asomó sonriente hacia el interior. No tardó mucho en distinguirlo frente a la ventana con su cámara nueva en manos.
—¿Ya estás listo? —le preguntó, aproximándose a su lado.
—Más o menos —respondió Damien reticente sin dejar de tomar fotos.
—¿Estás tomando fotos del patio otra vez? ¿No tuviste suficiente tiempo estos días para hacer eso?
—Sólo quería experimentar un poco más con la cámara nueva antes de irme. El invierno se acerca, y los árboles están tomando un color bello. En la Academia ni siquiera me dejaran tenerla.
—Te prometo encargarme personalmente de llevarla a la casa del lago —indicó su tía, tomándose en ese momento el atrevimiento de retirar con cuidado la cámara de sus manos; si no lo hacía quizás nunca lo soltaría—. Te aseguro que cuando estemos allá podrás tomar muchas fotos mejores que éstas.
—Gracias, tía.
—Déjame verte —le pidió Ann tomándolo de los hombros y girándolo hacia ella. Lo observó detenidamente, pasando sus dedos sutilmente por los cabellos negros del muchacho, y acomodando un poco el nudo de su corbata—. Te ves tan guapo y elegante. Tu madre estaría orgullosa de ver el increíble muchacho en el que te has convertido.
—¿Y mi padre?
—Tu padre también —respondió Ann con tono cauteloso, aunque sin romper ni un poco su extensa sonrisa—. Vamos, Mark te espera en el auto.
Damien asintió, y sin más tomó su maleta de la cama y se dirigió a la puerta junto con su tía. Ya en el pasillo, Ann lo rodeó con su brazo y así fueron andando todo el camino.
En aquel entonces Damien ignoraba quién era Ann en realidad, o cuál era el verdadero papel que tenía que desempeñar estando ahí a su lado. Hasta dónde sabía, era simplemente la segunda esposa de su tío, por consiguiente su tía política, y nada más. Cuando mucho le había parecido notar en algunas ocasiones que solía portarse más apegada a él que a Mark, pero siempre pensó que debía ser solamente imaginaciones suyas. Después de todo, Mark era su hijastro, al que había criado como su hijo prácticamente desde que era un bebé. Él, por otro lado, era sólo su sobrino, hijo del hermano de su esposo, al que muy rara vez había visto por vivir en países tan alejados como lo son Estados Unidos e Inglaterra.
Pero claro, poco después descubriría que él era mucho más que sólo un sobrino para ella, y para muchos otros.
Cuando bajaron a la planta baja y llegaron al área del vestíbulo, ambos se encontraron casi de frente con una persona que venía entrando por la puerta principal. Una mujer muy mayor, delgada, de cabello canoso corto y rizado, rostro blanco muy bien maquillado. La mujer se viró lentamente hacia ellos al notar igualmente su presencia, fijando sus inexpresivos ojos azules en ambos. Aquella presencia tan repentina, casi como una abrupta aparición, paralizó a ambos por unos segundos.
—Tía Marion, hola —murmuró Damien con tono jovial, dando un paso hacia la mujer—. No sabía que vendrías.
—Esa era la idea —señaló tajantemente la tía Marion, girándose hacia otro lado—. Esperaba que ya te hubieras ido cuando llegara.
—Lamento decepcionarte —le respondió Damien con ironía. Comenzó a avanzar entonces con su maleta al hombro en dirección a la puerta—. Pero ya me voy. Es un gusto verte...
Al pasar a su lado, el chico se inclinó hacia ella para darle un beso en la mejilla, pero la mujer alejó su rostro de manera despectiva para evitarlo.
—No seas mentiroso.
—Tía Marion, por favor —exclamó Ann a tono de reclamo. Miró entonces a Damien y le indicó con un gesto de su cabeza que se retirara. Éste no lo pensó dos veces y continuó con su camino a la puerta, no sin antes virarse en el umbral a ver a Marion, sacándole la lengua y agitando su mano libre en un gesto de burla mientras la mujer le daba la espalda.
Ann tuvo que disimular su casi inminente risa, cubriéndose su boca con su mano. Para cuando Marion se giró hacia atrás para mirar de nuevo al chico de doce, éste ya había prácticamente cruzado la puerta de un salto.
Mientras bajaba las escaleras de la fachada principal en dirección al vehículo negro que lo esperaba, se cruzó fugazmente con dos sirvientes que iban en la dirección contraria. Se despidió rápidamente de ellos, no sin antes percatarse que cada uno subía una maleta consigo, muy seguramente de la tía Marion.
¿Qué tanto tiempo tenía pensado quedarse? ¿Era que no recordaba que después de Acción de Gracias sus tíos cerraban la mansión y se mudaban a la casa del lago durante las fiestas? Posiblemente sí lo recordaba pero no le importaba, y esperaba que todos cambiaran siempre sus planes sólo por ella.
Damien ya no le dio más importancia. Lo que fuera que la tía Marion hubiera ido a hacer, ya no era su problema.
Bajó rápidamente los últimos escalones y se dirigió presuroso al vehículo negro y brillante. Murray, su chofer, lo aguardaba para recibir gustoso su maleta y colocarla en el portaequipaje.
—Gracias, Murray —murmuró el chico escuetamente, y una vez que le entregó su maleta al chofer se dirigió a la puerta abierta de la parta trasera del vehículo. Ahí, como su tía bien había mencionado, ya lo aguardaba su primo, Mark Thorn.
—¿Por qué tardaste tanto? —le cuestionó Mark con ligera molestia—. He estado esperando tanto aquí que ya casi son vacaciones de nuevo.
—Estaba despidiéndome de la bruja mandona del oeste —respondió Damien de mala gana, cerrando la puerta detrás de él—. Cada día más vieja, y más odiosa. Murray —pronunció con fuerza un instante después, cuando Murray pasó justo al lado de su ventanilla en dirección a la parte delantera—, vámonos de aquí antes de que se le ocurra venir a desquitarse más con nosotros.
—Cómo ordene, señor —respondió Murray, un poco en tono de broma.
Murray tomó su lugar en el asiento del conductor, y unos cuantos segundos después el vehículo ya estaba en marcha, girando alrededor de una glorieta al frente de la espectacular mansión Thorn, y luego yéndose derecho hacia el portón principal.
—Al menos una cosa buena de volver a la Academia es que no tendremos que pasar tiempo con esa arpía —masculló Damien, aun notablemente irritado.
—Oye, no hables así de la tía Marion —comentó Mark en ese instante, aunque al parecer más incómodo que molesto por sus palabras.
Damien soltó de golpe una carcajada burlona, sin contenerse demasiado.
—Para ti es fácil decirlo. Eres su adoración, después de todo. Mark, cariño. Mark, hermoso. ¡Cómo has crecido! —comenzó a pronunciar, intentando hacer su voz chillona en un aparente intento de hacer una (muy mala) imitación de la tía Marion. Mark, aunque intentaba permanecer ecuánime, no pudo evitar que se le escaparan un par de risillas—. Tú sí que eres todo un Thorn, y todo eso. Si pudiera me casaría contigo, querido Mark.
—Oye, basta —pronunció Mark, asomándose algo de disgusto entre sus risas—. No pongas esas imágenes en mi cabeza, ¿quieres?
—Pero mira cómo reaccionas —pronunció Damien, señalándole con su dedo acusador—. Le romperá el corazón a la pobre anciana saber que su amor no es correspondido.
Ambos chicos siguieron riendo y bromeando un poco a expensas de la tía Marion. Murray al volante sólo los oía y los miraba de vez en cuando a través del espejo. Esa facilidad que tenían los jóvenes de burlarse de la gente mayor nunca sería de su agrado, pero sabía que tampoco era algo que se pudiera evitar.
Mark era un año mayor que Damien, o más bien unos meses. Era hijo de su tío Richard y de su primera esposa. Su madre había muerto cuando Mark era muy pequeño, y un par de años después su tío se había vuelto a casar con su tía Ann. Durante sus primeros años, los dos muchachos habían pasado muy poco tiempo juntos, más que nada en las fiestas. Pero cuando sus padres fallecieron siete años atrás, Damien se había mudado con ellos a la mansión Thorn en Chicago.
A pesar de que en ocasiones en efecto Damien podía sentirse fuera del lugar con el resto de su familia, con Mark era diferente. Y no creía que fuera sólo por las edades tan parecidas. Pero fuera lo que fuera, el muchacho se había convertido en más que sólo un primo; era su hermano, y su mejor amigo.
Y desearía poder sentir lo mismo con más personas.
Los ánimos de broma se fueron apagando, al igual que las risas. Las cosas parecían haberse calmado, pero en la turbulenta mente de Damien aún no del todo.
—No entiendo por qué la tía Marion siempre me ha odiado —pronunció despacio, observando pensativo por la ventanilla. Ya habían salido en esos momentos de la propiedad Thorn y se dirigían por la carretera a su destino—. Si yo no le he hecho nada... que yo sepa.
—Con el tiempo se le pasará, yo lo sé —pronunció Mark a su lado, adoptando una actitud más seria—. La familia es muy importante para ella, y tú eres su familia.
—Pues ella no parece estar de acuerdo con eso —le respondió Damien con algo de amargura.
Y en parte no era la única. Él mismo no se sentía del todo parte de esa familia.
Poco tiempo después descubriría que ambos tenían razón.
— — — —
La Academia Davidson era un enorme campus ubicado al este de la ciudad. Era una academia militar de gran renombre y tradición, que se distinguía por haber albergado por generaciones a los hijos de las familias más prominentes de Chicago y sus alrededores. Y claro, la familia Thorn no era la excepción. El abuelo de Mark y Damien, así como sus respectivos padres, habían asistido ahí. También el padre de su abuelo, y el padre de éste igual. Así que sí, el apellido Thorn tenía su historia en esos edificios y extensos campos. Historia de logros y excelencia... machada quizás únicamente por una "estupidez de juventud", como la llamarían algunos, cometida por Damien y Mark a principios de ese año.
Ese lunes después de Acción de Gracias, la academia estaba particularmente concurrida por los vehículos que venían a dejar a los demás alumnos que igualmente volvían de su feriado. Todo el estacionamiento, la entrada y explanada principal era un festival de padres, madres, e hijos. Un poco caótico para los estrictos estándares de una academia militar como esa, pero al parecer se estaban portando un poco laxos por ese día.
Damien no se quejaba de ello. Mientras más pudiera alargar el tener que soportar las trompetas, los tambores, las marchas, los "espaldas rectas, vista al frente, pecho afuera..." mejor para él.
Luego de que Murray los dejara en la puerta, Damien y Mark caminaron hacia la explanada principal, cada uno cargando su maleta.
—Hola de nuevo, Academia Davidson —profirió Damien con entusiasmo, como si recitara una solemne declaratoria—. Un fin de semana largo no fue suficiente para extrañarte. Lo bueno es que ya casi son vacaciones de invierno...
Mientras avanzaban, Damien distinguió más al frente a un grupo de chicos de pie, saludándose entre ellos, quizás también recién llegados. Los dos jóvenes Thorn los reconocieron. Eran Cray Marquand, Joe Bishop y Roland McNeil, de su mismo pelotón.
—Hey, perdedores —le saludó Damien con energía en cuanto estuvo lo suficientemente cerca.
Los tres chicos se viraron hacia ellos, y sus joviales y burlonas sonrisas se fueron apagando una vez que sus ojos se posaron en los primos Thorn. O, en específico, cuando se posaron en Damien.
—Ah, hola Damien, Mark —los saludó Roland, con apenas una pizca justa de (forzado) entusiasmo. Carraspeó un poco, y justo después añadió—: ¿Cómo... pasaron Acción de Gracias?
—¿Cómo crees tú, Roland? —le respondió Damien con tono burlón, riendo un poco. Los tres chicos rieron también justo después, sonando como un pequeño eco—. Tan aburrido como puede ser. Pero no me quejo de la comida, ¿cierto, Mark?
Éste asintió y se encogió de hombros.
El grupo comenzó a caminar todos juntos hacia la explanada, aunque un ojo más observador se daría cuando que los tres chicos avanzaban más a lado y al ritmo de Mark que el de su primo, que caminaba unos cuantos pasos delante de ellos.
—Oye, Mark —comentó Cray, llamando la atención del muchacho rubio—. Escuchamos que celebrarás tu cumpleaños en el lago este año.
—Sí, será grandioso —respondió Mark con desbordante emoción—. Espero todos puedan ir.
—Sí, claro —respondió Joe, y los otros dos lo imitaron del mismo modo con (genuina) emoción.
—Será la fiesta del año —señaló Damien, volteando a mirarlos fugazmente sobre su hombro—. Claro, si es que el mundo no se va a la mierda el veintiuno de diciembre como todos dicen.
Aquel repentino comentario causó una pequeña reacción aversiva en el grupo. Especialmente en Joe Bishop, que se sobresaltó tan asustado que sus lentes casi se le resbalaron por la nariz.
—Sí, Joe, dije "mierda" —murmuró Damien, riéndose divertido de la reacción del chico—. No te espantes, ¿quieres?
El rostro de Joe se puso muy rojo. Se volteó hacia un lado, y rápidamente se acomodó sus anteojos.
—No creen que realmente vaya a pasar algo el veintiuno de diciembre... ¿o sí? —inquirió Roland de pronto, bastante curioso.
—Por favor, no le des cuerda —masculló Mark, un poco fastidiado—. Ha estado pique y pique con ese tema.
—Oye, perdón si el posible fin del mundo me resulta interesante —pronunció Damien, riendo de nuevo de forma despreocupada—. Y respondiendo a tu pregunta, Roland: claro que sí. ¿Qué no viste la película? La tierra se partirá en dos, lloverá fuego, y todo eso. Te lo juro.
A pesar del claro tono sarcástico que había usado para pronunciar aquello, en las miradas de algunos, como las de Joe y Roland, era evidente que el tema sí los tenía un poco inquietos; al igual, claro, que todas esas personas alrededor del mundo que se habían tragado por completo toda esa propaganda catastrófica sobre el 21 de diciembre del 2012.
«Vaya, pero qué idiotas» pensaba divertido el joven Thorn.
Daba igual. Lo que fuera a pasar, o no pasar, ese día, lo descubrirían muy pronto.
Se dirigieron justo después hacia sus dormitorios para dejar sus cosas, y luego volver a la explanada para la ceremonia de bienvenida y los honores con el comandante. Y, en el caso de su pelotón, les había llegado el aviso de que tendrían un asunto adicional que tratar esa mañana.
—Oigan, ¿no empezaba hoy nuestro nuevo jefe de pelotón? —comentó Cray una vez que iban ya de salida de los dormitorios.
—Eso creo —murmuró Mark como respuesta.
Les habían dado la noticia antes de irse la semana pasada. Ya llevaban un buen rato sin un líder de pelotón, desde el repentino, y bastante extraño, suicidio del "agradable" sargento Goodrich. Unos días antes de que decidiera que era buena idea intentar tragarse entero el cañón su escopeta y decorar de rojo su oficina, Damien y él habían tenido un pequeño altercado. El muchacho se había puesto un poco ingenioso, y le había respondido al sargento de una forma que algunos, incluido él, podrían definir como insolente. Aquello en realidad no pasó a mayores, y no había por qué suponer que ambos incidentes estuvieran de alguna forma relacionados.
—Me pregunto cómo será —murmuró Mark con curiosidad.
—Da igual, cuando conoces a uno los conoces a todos —añadió Damien con desdén—. Todos son un montón de fracasados que no hicieron la gran cosa en el ejército, y vienen a desquitarse con nosotros porque envidian nuestra juventud; y nuestro dinero, de paso.
El grupo comenzó a reírse como respuesta al astuto comentario de Damien, aunque algunos más por deber que otra cosa.
—¿Qué es tan gracioso?, ¿eh? —escucharon a alguien pronunciar a sus espaldas con ímpetu.
Damien se detuvo al instante en ese momento, y el grupo que lo seguía hizo lo mismo. Al girarse a ver quién les hablaba, distinguieron al chico alto y grueso, de cabello rubio rizado y hombros anchos, que se aproximaba hacia ellos desde el interior del edificio. Era Teddy Moore, un miembro de su mismo pelotón, aunque difícilmente podrían considerarlo como algo más que eso.
—Nada, Teddy —pronunció Roland en voz baja—. Sólo conversábamos.
El chico, más alto que todos, incluso que Mark, se paró firme delante de ellos. Su mirada férrea, sin embargo, estaba centrada justo y únicamente en Damien. Éste lo miraba de regreso sin pestañear, con una abismal indiferencia similar a como si viera a un extraño cualquiera en la calle.
—¿De qué conversaban, Thorn? —soltó Teddy con tono de provocación—. Yo también quiero reírme.
Damien sonrió ligeramente ante tal pregunta. No pensó demasiado su respuesta antes de soltarla:
—Nos burlábamos de tu cara fea y redonda, Teddy. Decíamos que parece haberse vuelto más grande en tan sólo cuatro días que no te vimos. ¿Cómo puede tu cuello sostener todo ese peso?
La reacción obvia y esperada de Teddy fue de evidente rabia y agresión al escuchar aquello. Tuvo la clara intención de aproximarse a Damien y tomarlo de su uniforme, y quizás darle uno o dos golpes si no quitaba esa sonrisa burlona de su rostro. Y lo habría hecho, si no fuera que Mark reaccionó ante el inminente peligro, colocándose rápidamente enfrente de su primo de forma protectora, deteniendo el avance de Teddy con sus dos manos contra su pecho.
—Hey, tranquilo, Teddy —masculló Mark despacio, sereno, aunque lo suficiente firme como para dejar claro que si le hacía algo a Damien, tendría que vérselas con él también.
Aquello hizo que Teddy pensará mejor su actuar. Sin embargo, no disminuyó ni un poco el coraje que traía consigo que, para sorpresa de nadie, no tenía en realidad mucho que ver con el poco atinado comentario de burla a sus expensas.
Se quitó con un poco de tosquedad las manos de Mark de encima, y se movió hacia un lado lo suficiente para poder tener sus ojos de nuevo en el primo menor. La hostilidad se había vuelto tan evidente que ya había captado la atención de algunos otros de los chicos cerca de ellos.
—No sé cómo es posible que no te dignes a al menos bajarle un poco a tu altanería, luego de lo que le hiciste Chuck.
—¿Chuck?, ¿Chuck Harrison? —masculló Damien, arqueando una ceja en un gesto de confusión—. ¿Y a ese idiota qué le hice?
—No te hagas el tonto conmigo —soltó Teddy con brusquedad—. Todos sabemos que tú fuiste el de la estúpida idea de jugar con el butano, y tú fuiste el que le prendió fuego al pobre diablo de Powell.
Si Teddy quería borrarle a Damien su sonrisa del rostro, aquel comentario en efecto lo logró. Su semblante entero se tornó rápidamente en duro como piedra al procesar aquella referencia directa a su "estupidez de juventud".
—Oye, no estés diciendo esas cosas —masculló Mark con firmeza—. Lo de Powell fue sólo un accidente.
Mark se viró hacia Cray y los otros en busca de algo de apoyo al respecto. Sin embargo, ninguno hizo tal cosa. De hecho, los tres desviaron la mirada hacia otro lado en cuanto Mark los miró.
—¿Un accidente? —soltó Teddy con molestia—. Pues yo no me lo creo.
De pronto, con un brazo hizo a Mark a un lado, lo suficiente para poder dar un paso hacia Damien y encararlo de frente. Éste se quedó quieto en su sitio, sin que su rostro de piedra se mutara ni un poco ante su agresivo acercamiento.
Teddy prosiguió con su acusación, lo suficientemente alto como para que todos los que estaban cerca la escucharan.
—Todo el mundo sabe que siempre odiaste como Powell te seguía a todos lados como un perrito lame botas. Quizás lo hiciste todo apropósito para deshacerte de él. Y encima hiciste que Chuck se echara la culpa y fuera expulsado, mientras que tú sólo saliste de eso con un pequeño jalón de orejas, como siempre.
Damien siguió sin reaccionar, apenas parpadeando un par de veces si acaso.
—Ya déjalo... —le advirtió Mark, con la intención de volver a alejarlo. En esa ocasión, sin embargo, Damien se le adelantó.
—Mark, tranquilo —murmuró con sorprendente calma, colocando una mano en el brazo de su primo para indicar que se detuviera—. Por favor, no le des importancia a este bobo.
Se volteó a ver de nuevo a Teddy, otra vez con esa mirada tan fría y apartada, como si viera a la nada; como si Teddy mismo fuera nada...
—Me das bastante crédito, Teddy. Harrison y Powell son bastante capaces de arruinar sus vidas ellos mismos, ¿no te parece? Y además, ¿a ti todo eso qué te importa? ¿Qué alguno de ellos era tu novio, acaso? ¿O quizás lo dos?
Los ojos de Teddy se abrieron grandes al oír tal pregunta, y su rostro se pintó rápidamente de rojo.
—Oye, lo respeto —añadió Damien, riendo un poco y alzando sus manos delante de él—. Pero definitivamente creo que Harrison podría conseguirse algo mejor que... bueno, tú.
Esa fue la gota final para desbordar el vaso, que de entrada no estaba precisamente muy vacío. Los ojos de Teddy se cubrieron de una enceguecedora ira, y la clara intención de lanzarse en contra de Damien se hizo evidente. Aun así, éste no se movió, como si de hecho esperara recibir ese golpe prometido de una vez por todas y terminar con ello. Igual no ocurrió, pues dos chicos, amigos más cercanos de Teddy, se apresuraron a sujetarlo fuertemente de sus brazos para evitar que cometiera una locura.
—Basta, Teddy —exclamó uno de ellos con severidad—. No vale la pena.
Necesitaron la ayuda de un tercero para poder mover al corpulento chico, y alejarlo a rastras de los Thorn. No fue fácil tranquilizarlo, pero pareció serenarse lo suficiente tras unos metros, para caminar por su cuenta sin mirar atrás.
Damien observó en silencio como se alejaba.
—¿Qué les parece este pelmazo? —comentó con tono burlón. Al virarse a ver a sus acompañantes, sin embargo, fue evidente que ninguno tenía deseos de secundarlo; ni siquiera Mark.
—Damien, no deberías hablar así de lo que pasó con Charles —indicó Mark, rozando peligrosamente la frontera del regaño—. Fue... algo horrible.
Las palabras de su primo solían ser las que tenían mayor peso en Damien, y esa no fue la excepción. Borró de inmediato su sonrisa, y pasó sus dedos por sus labios, tallándolos un poco, casi como un pequeño tic nervioso.
No podía ignorar que su "estupidez de juventud" también terminó afectando a Mark, aunque fuera lo último que deseaba en aquel momento.
—Hey, tú mismo lo dijiste —soltó tras un rato, encogiéndose de hombros con evidente despreocupación por el tema—. Fue sólo un accidente.
Sonaba bastante confiado de ello. Aunque, en realidad, ni siquiera el propio Damien podía asegurarlo por completo.
— — — —
Dejado atrás ese molesto altercado con Teddy Moore, todos los chicos tuvieron que reunirse rápidamente en la explanada principal, formándose en sus diferentes pelotones. Y fue entonces que el joven Damien no tuvo más remedio que soportar las trompetas, tambores, y todo lo demás con lo que sabía que tendría que lidiar tarde o temprano. Y no tenía de otra más que estar ahí de pie bajo el sol, firme, con su pecho afuera, brazos a sus costados, rostro alzado, quieto como un soldadito de porcelana a lado de todos los demás, como si fueran adornos en una vitrina.
Todo un espectáculo que no terminaba siendo más que una aburrida pérdida de tiempo.
Bueno, aunque no todo era de hecho tan aburrido en realidad, pues algo había captado la atención del joven Thorn desde hace un rato.
Delante de los jóvenes, sobre la tarima de presentación y escuchando atentos también el retumbar de la banda de guerra, se encontraba el comandante de la Academia, los líderes de cada pelotón, y algunos profesores. Y entre todas esas caras ya bien conocidas por él, una nueva resaltó como un faro. Estaba de pie justo a un lado del comandante, observando también hacia la banda, con su espalda recta y sus manos juntas detrás de ésta. Era un hombre alto, de hombros anchos y complexión fornida, de cabello totalmente negro, aunque en su mayoría estaba cubierto con su boina. Usaba el usual uniforme verde militar, aunque saltaba a la vista que las condecoraciones en su pecho eran relativamente más variadas que las de los demás hombres de pie a su lado.
Su rostro era cuadrado y su mirada dura e inexpresiva, típicos de cualquiera que haya desempeñado la carrera militar hasta no hace mucho. Y en un primer vistazo su apariencia pudiera parecer que se tratara solamente de ello, como los demás profesores de esa academia. Pero... Damien sentía que había algo diferente en aquel individuo desconocido. No podía decir qué con exactitud, pero no resaltaba de ese grupo solamente por la novedad. Aunque ciertamente compararlo con la luz de un faro podría ser incorrecto. No era que algo en él brillara, sino...
Como si hubiera presentido la mirada del muchacho sobre él, aquel hombre viró lentamente su rostro en su dirección. Damien reaccionó por mero reflejo, desviando sutilmente sus ojos en dirección a la banda. Se sintió un poco tonto inmediatamente después de haberlo hecho; como si fuera un mocoso desviando la mirada para que no descubrieran que hizo algo malo.
La ceremonia entera se prolongó por varios minutos más, acaparada principalmente por el comandante y su recordatorio de que antes de las vacaciones de invierno tenían primero que pasar por los exámenes de fin de semestre. Así que tras ese pequeño descanso, tenían ahora que enfocar por completo su atención en sus estudios y no distraerse con nada más. El mismo discurso que daba cada año, muy seguramente.
Cuando la ceremonia terminó, los demás pelotones comenzaron a marchar en formación hacia sus respectivos dormitorios, pero no el pelotón Bradley. Los muchachos de éste se quedaron quietos y firmes en su puesto, aguardando su siguiente instrucción. Una vez que la explanada estuvo libre, incluso de la mayoría de los maestros, el comandante se aproximó a ellos en compañía del misterioso hombre de uniforme verde que tanto había captado la atención de Damien.
De cerca, lo que fuera ese "algo" que lo distinguía del resto, resultaba aún más intimidante.
Cuando el comandante estuvo ya justo delante de ellos, el alumno de la primera fila más a la derecha pronunció en alto la orden de saludo, y todos rápidamente alzaron sus manos a sus frentes, ofreciéndole al oficial un firme saludo militar
—Descansen, muchachos —indicó el comandante, y todos rápidamente atendieron colocando sus manos atrás de sus espaldas y separando sus pies; todo en perfecta sincronía—. Quiero presentarles al Sargento Mayor Daniel Neff —añadió a continuación virándose hacia el hombre que lo acompañaba. Éste se mantuvo impasible, apenas recorriendo levemente su mirada entre todo ese bosque de rostros jóvenes—. Él será a partir de este día el jefe de su pelotón. Es un soldado condecorado con gran experiencia en servicio, y que ahora ha decidido dedicarse a forjar nuevas mentes como las suyas. Somos muy afortunados de tenerlo con nosotros. Y sé que con su guía, el pelotón Bradley resaltará en esta Academia aún más de lo que ya lo ha hecho hasta ahora. Pero dejaré el resto de las presentaciones a él.
El comandante se giró hacia el Sgto. Neff, ofreciéndole un saludo de despedida, que éste le correspondió. Luego se alejó caminando por la explanada hacia el edificio administrativo, dejando detrás al pelotón Bradley y a su nuevo líder.
El Sgto. Neff permaneció de pie en su sitio unos segundos después de la partida del comandante, observando atento a los chicos formados delante de él. Comenzó poco después a andar hacia un lado y hacia el otro con pasos lentos, para poder ver a cada uno mejor, y que ellos lo vieran a él. El aire que rodeaba a aquel individuo se percibía pesado y tenso; incluso más que el de otros militares que igualmente enseñaban en ese sitio.
Tras casi un par de minutos de silenciosa expectación, el militar habló al fin, fuerte y claro para que todos lo escucharan:
—Me considero a mí mismo un hombre justo y simple. Trato a los otros con el mismo respeto con el que ellos me tratan a mí, y eso aplica también con ustedes. Así que me dirigirán la palabra cuando así se los permita, y me responderán cuando así se los indique. No vengo aquí a ser su amigo o su papá, sino para forjarlos y hacerlos aún mejores de lo que ya son. Quizás algunos consideren que alguien de mi posición no se tomaría en serio el puesto de jefe de pelotón de una simple academia militar de niños ricos. Pero lo cierto es que sí lo hago, y mucho. Tanto así que no espero que este pelotón sólo resalte, sino que sea, por mucho, el mejor y más destacado de toda la Academia. Y no lo digo como simples palabras vacías. Mi trabajo consistirá en pulir el potencial de cada uno de ustedes hasta hacerlo una realidad. Pulirlos hasta que el brillo de sus logros deslumbre a todos en este sitio. ¿Fui claro?
—¡Sí, señor! —espetaron todos los chicos al unísono.
Daniel Neff siguió andando delante de ellos un poco más, hasta detenerse en el extremo derecho. Una vez ahí, su mirada inquisitiva se escurrió hasta la tercera fila, en dónde el joven Damien Thorn lo observaba con la misma estoicidad marcial que mantenían el resto de sus compañeros. Quizás fue su imaginación, pero Damien en efecto sintió que lo miraba directamente a él. O, incluso, que todas esas palabras que había pronunciado iban dirigidas sólo para sus oídos.
Cuándo aquella idea comenzaba ya a resultarle insufriblemente incómoda, el sargento se viró sobre sus pies, dándoles la espalda y comenzando a caminar hacia el edificio.
—Ya los iré conociendo a cada uno llegado el momento —indicó mientras se alejaba—. Ahora, rompan filas y vayan a clases.
Los chicos se relajaron al instante una vez que el sargento se alejó lo suficiente, rompiendo poco a poco la formación y comenzando a andar hacia sus salones justo como les había indicado. Los murmullos reinaron al instante, todos más que deseosos de compartir con sus compañeros las primeras impresiones de su nuevo líder de pelotón. La mayoría eran bastante neutrales, pero otras no tanto.
—"Pulirlos hasta que el brillo de sus logros deslumbre a todos" —repitió Mark con voz pomposa mientras caminaba a lado de Damien. El mayor de los primos Thorn había tenido el impulso de reírse mientras el sargento daba su discurso, pero había logrado contenerse bastante bien—. Debe pensar que nos impresionó con su discurso, pero es lo mismo que todos dicen, ¿no es cierto?
Mark se giró hacia su primo en busca de confirmación y apoyo. Y en otras circunstancias, muy seguramente Damien hubiera sido el primero en burlarse de aquel individuo, y de formas más directas que el bonachón de Mark. Sin embargo, en esa ocasión no parecía en lo absoluto motivado a hacer tal cosa.
—No sé —masculló Damien despacio con voz ausente—. Creo que me pareció un sujeto interesante.
—¿Interesante? —bufó Mark, incrédulo—. Vamos, tú bien lo dijiste. Una vez que conoces a uno, los conoces a todos, ¿no?
Damien arqueó su boca en una mueca pensativa, y centró su mirada unos instantes en el andar de sus propios zapatos, lustrosos y brillantes, contra el concreto del camino debajo de ellos.
—Sí, tienes razón —murmuró tras un rato.
Como fuera, lo mejor sería dejar el tema del Sgto. Neff de lado por el momento. Ya verían con el tiempo qué tipo de sujeto era, y si no eran tan "agradable" como su predecesor.
— — — —
La mañana prosiguió tan lenta y aburrida como Damien Thorn esperaría que pasara una mañana de lunes, en especial después de un fin de semana largo. Sin embargo, pese a que su atención la mayoría de las veces solía ser un poco dispersa, ese día en particular lo fue aún más que de costumbre.
Y lo peor de todo era que la clase justo antes del receso para comer era la de historia militar, una en la cual el joven Thorn no era precisamente el mejor. Y ese día el profesor Guild seguiría repasando las campañas de Napelón que dejó pendiente antes de Acción de Gracias, y Damien no podría estar menos interesado.
—Deben tener en cuenta que para este punto, Napoleón se creía invencible —relataba el maestro al frente de la clase—. Ese fue su error. Cuando atacó, los rusos se retiraron a su país y lo burlaron. Cuando llegó a Moscú, la encontró totalmente desolada...
Mientras él hablaba, todos tenían sus cabezas agachadas tomando notas; todos menos Damien, que prefería observar pensativo por la ventana hacia el patio. Las hojas de los árboles también comenzaban a tomar ese color de muerte, tan distintivo del inminente final del otoño. Cómo pintaba el clima, lo más seguro era que las primeras nieves caerían en quizás un par de semana, o menos. La Navidad en la casa del lago sería de seguro totalmente blanca. La mente de Damien ya se había adelantado para allá hace rato, sólo faltaba que su cuerpo la alcanzara.
—¿Sr. Thorn? —escuchó que alguien pronunciaba con fuerza, aunque para él era como el molesto sonido lejano de los pájaros—. ¡Sr. Thorn! —insistió la misma voz, haciendo que no pudiera ignorarla mucho más.
Damien suspiró con agotamiento, y se viró lentamente hacia el frente. No le sorprendió ver que el profesor lo observaba con expresión malhumorada. Sus compañeros igualmente lo observaban, todos con emociones diferentes en sus rostros; Mark, por ejemplo, parecía algo consternado, mientras que el estúpido de Teddy sonreía con satisfacción desde la segunda fila.
—¿Se encuentra con nosotros, Sr. Thorn? —masculló el profesor Guild con ironía—. ¿O se fue de paseo a Moscú un rato?
—Tal vez el próximo invierno, señor —respondió Damien con sorna—. Ahora preferiría una playa soleada, como Hawái.
Su atinado comentario fue recompensado por las discretas risas de un par de los presentes. Aunque ninguno de ellos fue su primo Mark, y mucho menos el profesor.
—Veo que volvimos un poco más respondones del feriado, ¿cierto? —señaló el profesor Guild, cruzándose de brazos.
—No, señor —murmuró Damien con aparente normalidad—. Sólo la misma cantidad de respondón de siempre.
De nuevo algunas risas se hicieron notar entre la multitud, un poco más que las anteriores. Pero de nuevo, a su primo, sentado justo a su lado, aquello no parecía resultarle tan divertido.
—¿Qué haces? —murmuró en voz baja el mayor de los Thorn, inclinándose un poco hacia él.
La lengua de Damien siempre había sido un poco afilada, pero nunca tanto con los profesores. Y a éste en particular al parecer le había colmado la paciencia muy rápido.
—Venga al frente, Sr. Thorn —le ordenó el profesor Guild, haciéndole el además con su dedo para que se aproximara. La dureza con lo que lo había dicho fue suficiente para que todo el salón se tornara en silencio.
Damien contempló unos segundos al profesor, como si esperara que le dijera que no era en serio. Pero su mirada dejaba bastante claro que no era un juego, así que no le quedó más que hacer caso. Se levantó con cuidado de su asiento, y avanzó con la misma cautela hacia el frente. El instructor lo aguardó firme en su sitio. Mientras más cerca estaban, más notoria era su diferencia de estaturas. Él era sólo un niño de doce años, después de todo.
—Díganos, Sr. Thorn —masculló Guild con aspereza—, ¿la clase le resulta aburrida?
—No particularmente, señor.
—Supongo entonces que sabe todo lo que hay que saber sobre las campañas de Napoleón para el próximo examen, y por eso no requiere poner atención.
—No sé si todo, señor. Pero quizás lo suficiente.
—¿Ah, sí? —soltó el profesor con incredulidad, incluso permitiéndose dibujar una molesta sonrisa altanera en sus labios—. Dile a clase entonces, ¿cuántos hombres perdió Napoleón en su marcha a Moscú?
El silencio reinó al segundo siguiente. La atención de todos se centró justo y únicamente en Damien, a la espera de ver qué decía. El joven, sin embargo, permaneció simplemente quieto en su sitio, contemplando al profesor delante de él en absoluto silencio. Ninguna respuesta se hizo presente, y eso al parecer provocó algunos murmullos risueños entre los otros alumnos; de seguro de Teddy y sus amigos mayormente.
El que también parecía complacido con su evidente fracaso era el profesor Guild.
—Eso pensé... —masculló con orgullo tras un rato, cuando al parecer fue claro que Damien no daría ninguna respuesta.
Claro, de seguro le complacía bastante poder bajarle los humos a los chicos, en especial a aquellos que intentaban de alguna forma hacerse los inteligentes. Ahora se imaginaba que iría a contarle a todos los otros maestros sobre cómo le había callado la boca a ese muchacho insolente, y daría una cátedra sobre cómo un profesor debía mantenerse firme frente a los alumnos, esperando que todos los demás le alabarán por su logro.
Todas esas ideas que le cruzaban por la cabeza resultaban totalmente claras para Damien, casi como si las tuviera directamente escritas en la cara. Así mismo lo fue la intención siguiente de ordenarle con condescendencia que se volviera a sentar, marcando de esa forma el punto final a su pequeña victoria.
Pero Damien en ese momento no tenía intención alguna de darle tal placer.
—450,000 hombres, señor —soltó Damien rápidamente, en el instante mismo que Guild abrió la boca para dar su orden, pero antes de que cualquier sonido surgiera de ésta—. Más o menos, claro. Pero como bien dijo, al llegar encontró a Moscú totalmente despoblada, y creyó ya haber ganado. Pero los rusos en realidad sólo fingieron rendirse. Prendieron fuego a la ciudad ellos mismos, dejando a los invasores sin abrigo ni suministros ante el cruel invierno ruso. La indecisión de Napoleón fue letal, y no le quedó más que iniciar la penosa retirada.
El silencio volvió a caer como un pesado manto sobre el salón, aunque ahora por un motivo bastante diferente. Todos se habían quedado sorprendidos por escuchar aquel giro tan repentino, y en especial por la bastante notable confianza con la que había pronunciado esa respuesta. Incluso el profesor tardó un poco en reaccionar, y cuando lo hizo no fue para afirmar si la respuesta era correcta o no (eso estaba bastante claro para todos, en realidad).
—¿En qué fecha fue eso? —soltó de pronto Guild, como si fuera algún tipo de bola rápida para tomar por sorpresa al muchacho. Damien, sin embargo, se limitó a simplemente sonreír y contestar:
—Entró a Moscú el 14 de septiembre de 1812. Se retiró el 19 de octubre del mismo año.
—¿Qué pasó después?
—Muchas cosas, supongo —murmuró el chico, encogiéndose de hombros—. Varias batallas, varias derrotas, y tuvo que abdicar como emperador el 13 de abril de 1814
—¿Y qué pasó después?
—Fue exiliado a la Isla de Elba, en dónde estuvo menos de un año. Escapó, regresó a Francia, reunió fuerzas entre sus simpatizantes, y empezó la Guerra de los Cien Días, hasta que fue derrotado en Waterloo.
—¿En qué fecha?
—18 de junio de 1815, si no me equivoco.
—¿Y cuándo murió?
—5 de mayo de 1821, en la Isla de Santa Elena.
El asombro fue generalizado en toda el aula. Incluso Teddy no tuvo más remedio que borrar su altanera sonrisa, y unirse a los demás en sus expresiones de incredulidad. Guild echó un vistazo rápido al aula, y luego al rostro confiado y tranquilo del chico justo delante de él. Damien disfrutó bastante ver cómo pasó de creer que tenía el control absoluto de todo eso, a quedar tan destanteado. Pero justo como Napelón, al parecer no estaba dispuesto a rendirse tan fácil.
—¿Y la Batalla del Nilo? —cuestionó rápidamente, tajante.
—Eso es irnos muy atrás, señor —respondió Damien, riendo—. Ya estábamos en su muerte, ¿recuerda?
—¿Sabes la fecha o no? —espetó Guild, sonando incluso un poco agresivo.
Su tono ya no le pareció nada agradable a Damien. Ya sin sonreír, con una expresión bastante más seria, pasó a responderle como quería:
—Del 1 y 3 de agosto de 1798, señor.
—¿Trafalgar?
—21 de octubre de 1805.
—¿Y la Guerra de los Treinta Años?
—¿Ya nos olvidamos de Napoleón, señor? —inquirió Damien curioso, pero el profesor permaneció en silencio—. ¿Quiere saber el comienzo o el final?
—El principio.
—23 de mayo de 1618.
—¿La Peste Negra?
—Una fecha exacta es difícil de determinar, señor. Pero debió ocurrir entre 1346 y 1353.
—¿La muerte de Abraham Lincoln?
—15 de abril de 1865.
—¿Carlos I?
—30 de enero de 1649.
—¿Oliver Cromwell?
—3 de septiembre de 1658.
—¿Thomas More?
—6 de julio de 1535.
—¿Thomas Becket?
—29 de diciembre de 1170...
Aquello se había vuelto algo casi surreal. La sorpresa de los alumnos en sus pupitres pasó a convertirse en completa confusión, incluso un poco de miedo. ¿Eso estaba pasando realmente? ¿Era algún tipo de broma? ¿Un truco quizás?
Guild escupía pregunta tras pregunta, y cada una Damien la respondía casi de inmediato y sin la menor vacilación. Poco a poco los nervios eran más visibles en el rostro del profesor, incluso unas gotas de sudor comenzaron a asomarse en su prominente frente. Mientras que de su lado, Damien permanecía totalmente calmado, inmutable, como si aquello no le requiriera ni siquiera un esfuerzo. Incluso intentando saltar de épocas o de regiones para despistarlo, el chico continuaba respondiendo de la misma forma. Guild sabía que estaba llegado a un punto en el que aquello ya resultaba ridículo, y que incluso que el que estaba comenzando a verse mal era él. Pero no podía detenerse. Era una sensación extraña que le oprimía el pecho, de que si acaso lo hacía... algo horrible pasaría.
—¿El Príncipe Negro?
—8 de junio de 1376.
—¿Sócrates?
—399 a. C.
—¿Aristóteles?
—322 a. C.
—¿Alejandro Magno?
—323 a. C.
—¿Julio César?
—15 de marzo del 44 a. C.
—¿Roosevelt?
—Theodore el 6 de enero de 1919, y Franklin 12 de abril de 1945. ¿Cuál de los dos?
—¿Ricardo III?
Antes de que respondiera a esa última, la campana sonó abruptamente, marcando así el final de la clase. Aun así, nadie se movió de su asiento, como si temieran que la más mínima perturbación pudiera hacer que ese delicado equilibrio se convirtiera en absoluto caos.
Guild respiraba con cierta agitación. Sintió una gota de sudor entrando a su ojo, y eso pareció hacerlo reaccionar. Sacó rápidamente un pañuelo de su bolsillo para limpiarse el ojo, y también su frente.
—Pueden irse —indicó con algo de urgencia, agitando una mano en el aire. Sólo hasta ese momento los chicos comenzaron a recoger sus cosas y a levantarse.
Damien igualmente avanzó rápidamente hacia su lugar, tomando sus libros y mochila. Luego se dirigió a la puerta igual que los otros, pero antes de irse se aproximó al escritorio de Guild. Éste, al sentir su cercanía, cayó de sentón a su silla, mirándolo desde su asiento con los ojos grandes y deslumbrados. Desde esa posición ya no se veía tan alto.
—22 de agosto de 1485, señor —respondió el muchacho con altivez a la última pregunta, y se dirigió entonces ahora sí a la salida.
Guild permaneció en su asiento, totalmente petrificado, observando cómo se alejaba, pero no sintiéndose en realidad nada tranquilo con ello.
— — — —
Damien avanzó presuroso por el pasillo sin mirar atrás. Por fuera podría parecer de alguna forma tranquilo y confiando, pero por dentro su mente era un revoltijo de cosas. Sus pies se movían solos en dirección al patio, y en realidad no tenía ningún sitio en específico en mente al cual dirigirse. Sólo quería... alejarse; lo más posible de ese salón, de ese edificio, de esa escuela... de ese mundo.
—¡Damien! —escuchó que lo llamaban a sus espaldas. Identificó de inmediato quién era, pero no se detuvo; de hecho, incluso aceleró un poco más—. Oye, Damien, espera.
Estando ya en patio frente al edificio de clases, la persona que lo seguía aceleró hasta casi correr, alcanzándolo en cuestión de segundos. Lo tomó del hombro, obligándolo a detenerse y que se girara hacia él. Damien, sin embargo, no lo volteó a ver directamente; algo muy extraño en él.
—¿Qué fue todo eso? —le cuestionó Mark, con una evidente mezcla de inquietud y recriminación.
—¿Qué fue qué? —respondió Damien, intentando fingir ignorancia, pero sin ser del todo convincente.
—No me salgas con "¿qué fue qué?" ¿Cómo es que sabías todas las respuestas a esas preguntas?
—Porque... —masculló Damien vacilante, mirando discretamente hacia un lado—. Porque soy un genio, obviamente. Creí que ya lo sabías.
—¿En Historia Militar? —soltó Mark, arqueando una ceja con incredulidad—. Por favor, si apenas y apruebas esa materia.
—¿De qué hablas? La historia siempre me ha interesado, en serio.
—Damien... ¿Qué sucede? Dime.
La preocupación de Mark por su primo se sobreponía a cualquier otro sentimiento que pudiera sentir con respecto a lo que acababa de ver en esa aula, y Damien lo supo; casi del mismo modo que supo las intenciones del profesor, y todo lo demás...
El muchacho de cabellos negros suspiró como pesadez, y comenzó a avanzar por el patio, aunque ahora con bastante más calma para que su primo pudiera seguirlo.
—No lo sé, ¿de acuerdo? —le respondió en voz baja, aunque con ligera angustia acompañando su voz—. No sé cómo sabía esas cosas. Fue como si... como si Guild tuviera cada respuesta en su cabeza, y yo pudiera leerlas tan claro como si estuvieran escritas en la pizarra detrás de él, con el sólo hecho de querer hacerlo...
Guardó silencio, mordiéndose ligeramente su labio inferior con algo de ansiedad.
—No tiene ningún sentido, lo sé. Pero... no es la primera vez que me pasa. De seguro no es nada, ¿de acuerdo?
—De acuerdo... —respondió Mark despacio, más por obligación que por un sentimiento real. Lo que describía su primo en efecto no tenía sentido, al menos no para él—. Pero lo que haya sido, será mejor que no lo vuelvas a hacer. Fue aterrador...
"Aterrador"
Esa era una palabra que no esperaba alguna vez escuchar que Mark usara para referirse a él. Claro, la tía Marion había usado algunos adjetivos parecidos, o incluso peores; algunos en su propia cara. Y ni se diga algunos de los alumnos de ese sitio, como el idiota de Teddy. Y presentía que el profesor Guild lo tendría igualmente en su mente de ahí en adelante.
Y en general no le importaba lo que ellos pudiera sentir u opinar o decir de él. Pero Mark...
Si había una persona a la que no le quería parecer aterrador, ni nada parecido, ese era él. Así que lo que fuera que hubiera pasado, debía quedarse ahí...
Y justo cuando pensó que quizás podría dejar ya ese tema por la paz, la mala suerte tocó de nuevo a la puerta. Por el rabillo del ojo, tanto Damien como Mark notaron que alguien se les aproximaba por un costado, con actitud para nada agradable.
«Lo que me faltaba» pensó Damien, totalmente lleno de fastidio, al ver la cara pedante de Teddy acercándose a ellos.
Intentó en un inicio ignorarlo y seguir caminando como si no lo hubiera visto, pero Teddy se las arregló para hacerse notar.
—Ahora encima de todo tramposo, ¿eh? —masculló Teddy con reproche, andando a un lado de él—. ¿Cómo lo hiciste? ¿Tenías un audífono en el oído?
Teddy aproximó en ese momento una mano a su oído, tomándolo con fuerza entre sus dedos para simular que revisaba por la presencia de cualquier artefacto. Damien reaccionó de manera asertiva, dándole un fuerte manotazo a su mano para que lo soltara, y dando un paso lejos de él.
—Hey, más te vale que lo dejes en paz, Teddy —le advirtió Mark, igual que en la mañana colocándose frente a su primo de forma protectora. Teddy simplemente rio, al parecer ahora no muy intimidado por la aparente amenaza.
—Oye, sólo quiero saber cómo de repente te volviste experto en historia —exclamó con fuerza, mirando hacia Damien por encima del hombro de Mark—. Es más que obvio que estabas haciendo trampa de alguna forma. A muchos los han expulsado por menos que eso. Pero, como siempre, a ti no te harán nada. Porqué Damien Thorn siempre se sale con la suya, ¿verdad?
—Suficiente, ¡ya basta! —exclamó Mark furioso, tanto que incluso se atrevió a empujarlo hacia atrás con fuerza. El grueso cuerpo de Teddy, sin embargo, apenas y retrocedió un par de pasos por aquel empujón, aunque sí tuvo efecto en exacerbar de más su humor.
—¡Tú no te metas! —espetó Teddy furioso, regresándole rápidamente el empujón al mayor de los Thorn. Y a diferencia de él, el empujón resultó ser suficiente para que Mark no sólo retrocediera, sino que cayera de espaldas al suelo, golpeándose un poco contra éste.
—¡Mark! —soltó Damien, pasmado al ver aquello. Su primo yacía en el suelo, agarrándose con una mano su cabeza, claramente adolorido. Al mismo tiempo, la socarrona risa de Teddy inundaba su alrededor de forma estridente y molesta.
De inmediato fue como si la mente de Damien se nublara por completo. Como si hubiera olvidado en dónde o con quién estaba, y lo único que fuera capaz de ver fuera a aquella enorme masa de estupidez humana de pie delante de él, riéndose como un imbécil de su primo justo en su cara.
Soltó de golpe su mochila, dejándola caer al piso, y comenzó a avanzar rápidamente hacia Teddy en actitud desafiante. El muchacho rubio se dio cuenta de esto, y más que asustarse aquello pareció incluso divertirlo más.
—Huy, el principito de Chicago se enojó, qué miedo —farfulló con marcado sarcasmo—. ¿Qué vas a hacer, pulga...?
Cuando Damien estuvo lo suficientemente cerca, Teddy extendió rápidamente una mano hacia él, tomándolo firmemente de su traje hasta casi alzarlo. Había esperado tanto poder hacer eso, que ya no le importaba lo que pudiera ocurrir a continuación. Así que sin vacilar ni un poco, alzó su otro puño en alto, más que preparado para hundírselo entero en su pretenciosa y egocéntrica cara.
Pero su intención terminó quedándose sólo hasta ahí. En cuanto sus ojos se encontraron fugazmente con los del chico Thorn, una sensación de desorientación absoluta comenzó a inundarlo, siendo incapaz al instante de poder mover siquiera un dedo. Y mientras más observaba aquellos ojos azules, más se sentía absorbido por ellos, como si estuviera siendo jalado de los pies hasta lo más profundo de una piscina. Y por más que pataleaba o agitaba las manos, no era capaz de salir a flote, y sólo podía hundirse más y más.
Su desorientación y confusión se convirtieron rápidamente en desesperación. En algún momento le pareció ya no estar viendo los ojos de un chico de su misma edad, ni siquiera los de otro ser humano. Ya ni siquiera percibía en ellos su característico y frío azul, o el enojo desbordante de hace un rato. Eran simplemente dos pozos profundos y oscuros, totalmente repletos de absoluta nada. Y Teddy era totalmente engullido en ella...
—¿Qué... qué estás haciendo? —masculló tartamudeando. Usó las últimas fuerzas que le quedaban para obligar a su mano temblorosa a soltarlo y retroceder, intentando de alguna forma alejarse de aquella sofocante oscuridad—. ¿Qué estás haciendo? Basta... ¡Ya no más! ¡Basta!
Teddy comenzó a gritar como enloquecido, mientras retrocedía dando pasos en falso. Su altercado, así como sus gritos, no había tardado en llamar la atención de varios de los otros chicos, que no tardaron en virarse hacia ellos. Mark igualmente ya había logrado para ese momento incorporarse un poco; lo suficiente para ver al grandulón de Teddy alejándose lleno de pánico de su pequeño primo, tan desesperado que sus pies terminaron encontrándose entre sí, y cayó al suelo de sentón. Damien se siguió aproximando hacia él.
—¡Déjame! —gritó Teddy con fuerza, su voz resonando como un llanto de angustia—. ¡No me toques! ¡No!, ¡por favor no...!
El muchacho terminó haciéndose ovillo en el suelo mientras sollozaba. Se cubrió la cabeza con ambas manos, y pegó su frente al suelo.
Se veía tan patético...
Damien se paró justo a su lado, mirándolo hacia abajo como miraría cualquier porquería que hubiera caído al suelo. A pesar de las dramáticas súplicas de Teddy, Damien no tenía pensado simplemente dejarlo así. Alzó entonces su pie derecho, por encima de la espalda del muchacho, y lo dejó caer con fuerza contra él, con la misma fuerza e indiferencia que pisaría cualquier otra cucaracha. El cuerpo entero de Teddy chocó contra el piso por la fuerza de aquel golpe, abriéndose la barbilla contra el asfalto.
Aquello causó una reacción de asombro en todos los presentes. Y cuando vieron como Damien levantaba de nuevo su pie con la clara intención de hacerlo de nuevo, muchos tuvieron el deseo de intervenir y detenerlo, pero nadie lo hizo. No podían... o tenían miedo de hacerlo.
Damien dejó caer de nuevo su pie con fuerza contra la espalda de Teddy. El muchacho gimió con dolor, y se retorció en el suelo.
Lo repitió una vez más. Teddy ni siquiera hacía el intento de levantarse.
Lo haría sin vacilación una cuarta vez, pero ahora le apetecía que la suela de su zapato se dirigiera a la altura de su cabezota. Quizás así pudiera darle una mejor apariencia...
—¡Damien!, ¡basta! —escuchó de pronto que la voz de su primo Mark exclamaba con fuerza a sus espaldas.
Aquello pareció hacer reaccionar al joven Thorn, al menos lo suficiente para quitar su agresiva mirada de Teddy, y virarse hacia atrás. Mark ya se encontraba de pie. Tenía el uniforme desarreglado, sus cabellos desacomodados, y un pequeño raspón en su mejilla. Fuera de eso, se encontraba bien, pero lo miraba en ese momento igual que todos los demás; con incertidumbre, confusión e incluso miedo...
Damien sintió como el coraje que lo había cegado hace un momento se iba apaciguando, hasta prácticamente desparecer. Miró una vez más a Teddy, ahí contra el duro suelo, temblando y sollozando como un bebé, y ya no le provocó enojo. En realidad, ya no le provocaba nada.
Bajó entonces su pie de nuevo al suelo y se alejó unos pasos del chico caído. Aquello pareció ser una invitación suficiente para que los amigos de Teddy en la multitud se aproximaran a él para socorrerlo.
—Teddy, oye —le hablaba uno de los chicos, mientras entre todos intentaban levantarlo—. ¿Estás bien? ¿Qué te pasa, amigo?
Teddy no reaccionaba en lo absoluto. Su mirada se encontraba totalmente ausente, y su cuerpo temblaba y se sentía engarrotado. Los chicos no lograron levantarlo más allá de ayudarlo a sentarse en el suelo.
—¡Thorn! —se escuchó la voz de alguien más resonar con fuerza por encima de toda la conmoción. Aquel alarido como un trueno, hizo que todos reaccionar, incluso el propio Damien.
La multitud comenzó a abrirse y a dispersarse un poco, abriéndole paso al Sargento Mayor Neff. Éste se aproximó con paso firme hacia el epicentro de todo aquello. Al distinguir la imponente silueta del militar acercándose, Damien se sobresaltó, más impresionado que asustado.
El jefe de pelotón se paró con firmeza en el centro de la multitud, y recorrió lentamente su mirada férrea por toda la escena, observando en sólo unos segundos a Mark, a Damien y sobre todo a Teddy. No sabían qué tanto había alcanzado a ver, pero lo que hubiera no visto evidentemente no tenía problemas en deducirlo.
—A mi oficina, ahora —espetó el sargento, dirigiéndose directa y únicamente a Damien.
—Señor —intervino Mark, aproximándose unos pasos—, yo fui el que...
—¿No fui claro? —murmuró Neff con firmeza interrumpiendo lo que fuera a decir, sin apartar su mirada de Damien. Éste lo observaba de regreso, intentando parecer lo más tranquilo posible.
—Sí, señor —masculló tras un rato, y sin decir más comenzó a caminar en dirección al edificio administrativo.
Mientras Damien se adelantaba, el sargento miró fugazmente de nuevo a los demás chicos, en especial a Teddy, que continuaba con su trasero contra el piso.
—Llévenlo a la enfermería —le indicó rápidamente a sus amigos—. Todos los demás, ¿qué están mirando? Muévanse, ahora.
Los pocos curiosos que ahí quedaban comenzaron a dispersarse y a alejarse; definitivamente no querían ser parte de aquello más de lo que ya habían sido. Neff se apresuró al momento para andar sobre los mismos pasos que Damien.
Mark, por su parte, sólo pudo quedarse quieto y en silencio, observando como ambos se alejaban.
— — — —
No era la primera vez que Damien se encontraba ahí sentado en la oficina del jefe de su pelotón. De hecho, ese "pequeño altercado" que había tenido con el sargento Goodrich, previo a su repentino suicidio, había sido ahí. Y claro, era también difícil ignorar que había sido ahí mismo dónde lo habían encontrado; sin la parte trasera de su cráneo, según había oído.
Mientras aguardaba al Sgto. Neff, que evidentemente se había entretenido o sólo quería hacerlo esperar para torturarlo un poco, miraba atento la silla de terciopelo al otro lado del escritorio; la que ahora le pertenecía al nuevo jefe de pelotón. Se preguntaba si acaso sería la misma en la que Goodrich había hecho aquel último disparo. Lo más seguro era que no. Pero aunque no fuera la misma silla exacta, no debía ser el todo cómodo para el Sargento Mayor el sentarse en el mismo espacio en donde su predecesor se voló los sesos. Aunque, siendo un militar de carrera como bien el comandante lo había presentado, quizás estaba acostumbrado.
Tras casi diez minutos de espera, la puerta de la oficina se abrió al fin, y el Daniel Neff hizo al fin su aparición. Damien se sentó derecho en su silla, y mantuvo su mirada firme al frente. El sargento no dijo nada al entrar. Sólo cerró la puerta, y comenzó a avanzar con paso calmado hacia detrás del escritorio; hacia la misma silla que Damien había estado observando tanto. Cuando ya estuvo frente a él, logró distinguir que bajo su brazo traía una expediente color café; su expediente, de seguro.
El sargento se sentó en la silla, aún sin decir nada, y abrió el expediente sobre el escritorio, comenzando a revisarlo ante los ojos indiscretos del muchacho delante de él. Se tomó un par de minutos más, antes de al fin pronunciar algo.
—He escuchado bastante de usted en las pocas horas que llevo aquí, Sr. Thorn.
Normalmente Damien hubiera respondido aquello con alguna frase ingeniosa, pero en esa ocasión particular se sentía tentado a mejor no hablar si no lo necesitaba.
—Excelente en educación física —prosiguió Neff—, muy buen futbolista según tu entrenador. Calificaciones sobresalientes en matemáticas, ciencias, inglés y ciencias sociales. En historia militar... regular.
El sargento levantó su mirada del expediente en ese momento, apenas lo necesario para poder mirarlo.
—Es curioso, no es lo que el profesor Guild me acaba de decir. Me detuvo allá afuera para contarme del "espectáculo" que acabas de hacer en su clase hace un rato.
Un rastro de molestia se asomó en el semblante de Damien al oír aquello. ¿Tan pronto había ido a llorar por aquello? En verdad le gustaría saber bajo que argumento se fue a quejar; ¿ser demasiado bueno respondiendo preguntas estúpidas?
Como fuera, Neff ya no comentó mucho más al respecto. De hecho, cerró en ese mismo momento el expediente y lo hizo a un lado. Se recargó por completo contra el respaldo de la silla, el cual se inclinó ligeramente hacia atrás, y clavó aquella intensa mirada en el muchacho delante de él. De nuevo Damien sintió el impulso de girar su rostro hacia otro lado, pero se contuvo.
—En realidad, tu expediente estaría totalmente limpio, sino fuera por ese incidente con fuego el semestre pasado que te hizo acreedor a una suspensión. Y hubieras sido expulsado sino fuera porque otro chico se echó toda la culpa. Y ahora has hecho que se le tenga que agregar una pelea en pleno patio. ¿Te quedaron tantas ganas de lograr esa expulsión?
Damien no respondió nada. Ya le habían echado en cara demasiadas veces lo del mentado accidente de Charles Powell ese día.
—¿Qué le hiciste a ese chico en el patio? —cuestionó Neff—. No sólo fueron los pistones. Se veía realmente aterrado.
—Yo no le hice nada.
—¿Y lo del salón hace rato? ¿Estabas sólo presumiendo?
—Sólo respondí unas estúpidas preguntas —farfulló Damien, defensivo—. ¿Es un crimen ahora saber las respuestas?
—¿Y cómo las sabías?
Hubo una pausa, bastante más evidente conforme pasaron los segundos. La mirada de Damien terminó inevitablemente volteándose hacia un lado, justo lo que deseaba evitar, y con amargura en su voz respondió con un simple:
—No lo sé.
El silencio reinó en la oficina por los siguientes minutos. Lo único que Damien quería era acabar pronto con eso. Si lo iban a suspender de nuevo, o de una vez expulsarlo, que lo hiciera de una buena vez más. A esas alturas, ya no estaba seguro si en verdad le importaba o no.
El sargento se paró en ese momento de su silla y se giró hacia el largo ventanal que se extendía detrás de ésta. Se paró firmemente delante de éste, con sus manos detrás de su espalda, observando fijamente al patio.
—Hay cosas que aún no entiendes —murmuró el militar abruptamente—. Cosas que deben pasar en su forma y momento justo. Y por eso no debes llamar de esa forma la atención; no todavía.
Damien se sintió un tanto desorientado por aquello, casi como si hubieran cambiado de golpe el tema de la conversación, sin haber tenido la gentileza de avisarle primero.
—¿A qué se refiere con eso?
—Llegará el día en que todo el mundo sabrá quién eres, y de lo que eres capaz —añadió el jefe de pelotón—. Pero ese día aún no ha llegado. Hasta entonces, debes ser el estudiante y el chico modelo. Un ejemplo a seguir para tus compañeros, no la persona a la que temen o desprecian. Así que te disculparás con el Sr. Moore, y dejarán esto atrás. ¿Entendido?
—¿Disculparme? —masculló Damien, incrédulo—. ¿Sólo eso?
Neff al parecer pensaba ya haber dejado bastante clara su instrucción, pues no se preocupó por decir algo más. ¿Y qué era todo eso sobre que algún día todos verían de qué era capaz? ¿Qué sabía el Sgto. Neff que él no...? Tenía demasiadas preguntas, y aun así no hizo ninguna. En su lugar, se limitó a simplemente responder como debía:
—Sí, sargento.
Neff se paró más derecho frente a la ventana. Su mirada se encontraba fija en la vista que se lograba apreciar a través de ella.
—Sé cómo te estás sintiendo en este momento. Hay cosas que están surgiendo en ti que no entiendes, y que crees no poder controlar. El mundo y la gente a tu alrededor comienzan a parécete minúsculos, insignificantes. Comienzas a darte cuenta de que estás destinado a algo más grande que estar aquí perdiendo el tiempo, jugando a ser un soldadito o un simple estudiante más. Todo esto quizás haga que te sientas emocionado, asustado, incluso molesto. Pero quiero que sepas que yo estoy aquí para ti. Para enseñarte, pero también para ayudarte. Si tienes cualquier problema, cualquier inquietud, acude a mí. Ya sea de día o noche, atenderé a tu llamado. ¿Me entiendes?
No, en realidad no entendía por qué le estaba diciendo esas cosas tan repentinamente. Desde hacía tiempo no entendía nada de lo que le estaba ocurriendo. Aun así, sus palabras le dieron cierta seguridad y calma. Como si el saber que él estaba por ahí cerca, pudiera de alguna forma garantizarle que todo estaría bien.
—Lo que usted diga... sargento.
Sin evidentemente nada más de que hablar, Neff le permitió retirarse, y Damien así lo hizo.
Una vez más había esquivado la expulsión. Había pateado a un chico en pleno patio en frente de todos, y salía de la oficina del jefe de pelotón solamente con la encomienda de pedir disculpas.
Bajo ese escenario, ¿las palabras de Teddy no eran bendecidas con una mayor validación? ¿Acaso sería cierto que "Damien Thorn siempre se sale con la suya"? De una u otra forma...
FIN DEL CAPÍTULO 115
Notas del Autor:
Como había comentado en las notas del capítulo anterior, entramos de nuevo en otro flashback, aunque en esta ocasión en terreno ya conocido. Como algunos pudieron darse cuenta, estamos de nuevo en la época de 5 años atrás, cuando Damien tenía 12 años. Anteriormente ya vimos mucho de esta época desde la perspectiva de Ann en los Capítulos del 65 al 69. Pero ahora como pudieron ver, veremos las cosas más desde la perspectiva de Damien, y en especial exploraremos más su relación con su primo Mark.
Igual como los Flashbacks de Ann, mucho de lo que veremos se encuentra muy basado en los acontecimientos de la película Damien: Omen II (1978) siendo los personajes de Mark Thorn, Marion Thorn, Daniel Neff, y Teddy originales de esta película. Pero dichos personajes, así como los acontecimientos, tendrán varias diferencias (como algunos podrían ya haber notado en este capítulo).
Aquí también se vuelve a mencionar el incidente de Charles Powell que ya se había comentado anteriormente en el Capítulo 66. Este personaje, así como dicho incidente, como comenté en su momento están basados en lo narrado en la serie de Damien del 2016. Esto lo profundizaremos aún más en futuros capítulos. El chico con el nombre de Cray Marquand se encuentra también basado en un personaje de dicha serie.
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