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Capítulo 114. Código 266

 Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 114.
Código 266

Debido a la naturaleza del trabajo que se realizaba en el Nido, en el cuál la mayor parte del tiempo su personal permanecía en la base con poco o casi nulo contacto con el exterior, era importante tener a la mano todo lo que se pudiera ocupar en el día a día. Eso incluía, por supuesto, alimentos y artículos de aseo personal como jabón, champú, cremas, desodorantes, etc. Y claro, también medicamentos de todo tipo para cualquier malestar menor o mediano que pudiera afectar las labores de algún empleado. Pero un producto que no era tan común que se pidiera, era precisamente una prueba de embarazo, como la que Lisa Mathews se vio necesitada a solicitar tras debatirse largo tiempo entre hacerlo o no.

Sabía que aquello era una tontería; por supuesto que no estaba embarazada. En cada una de las ocasiones que tenía relaciones con Cody usaban preservativo; ambos eran bastante cuidadosos con ello. Además, la última vez que estuvieron juntos fue... ¿hace unas semanas? El tiempo en el interior de esa base parecía correr de una forma extraña, así que en realidad no estaba segura. Pero cuando hubiera sido, ya para esos momentos debería tener algún síntoma, ¿o no...?

Aun así, no podía quitarse de la cabeza lo que esa chica, la tal Gorrión Blanco, le había dicho más temprano.

"Y... ¿cómo está su bebé?"

"Su bebé. ¿Está creciendo bien? ¿Cuánto tiempo tiene?"

"Claro que sí. Yo lo sentí ese día, estoy segura..."

¿Qué trataba de decirle? ¿Qué tenía la capacidad de saber cuándo alguien estaba embarazada con tan sólo tocarla? Qué locura... Aunque, luego de ver todo lo que había hecho en ese quirófano, no se sentía capacitada para decir qué era lo que esa chica podía hacer y qué no.

Además, su periodo aún no le había llegado, y tampoco era del todo consciente de si ya debería haberlo hecho o no; ese lugar en verdad estaba haciendo estragos en ella.

Estuvo toda la tarde dándole vueltas a ese asunto, una y otra vez, mentalmente colocando en columnas los motivos de por qué sí y por qué no la idea era simplemente absurda. Pero al final, la opción más lógica para salir de dudas terminó siendo la ganadora en su camino a seguir.

En su primer intento en la farmacia de la base, le habían indicado que no tenían pruebas de embarazo, pero un par de horas después le informaron que la habían conseguido, sin dar mayores detalles del cómo. Ya en la soledad de su habitación, debió leer las instrucciones del empaque unas diez veces, aunque éstas no eran en realidad tan complicadas. Cuando estuvo mental y físicamente lista (tomando casi toda una botella de agua para lo segundo), se dirigió a su baño, hizo lo que tenía que hacer, y dejó la prueba sobre el lavamanos. Salió del baño, sentándose en la orilla de la cama a esperar los diez minutos que el empaque decía que tomaba, aunque terminó aguardando en realidad cerca de media hora; para que no hubiera errores.

Estando ahí sentada, sola y en absoluto silencio, mil cosas le pasaron por la cabeza, aunque por algún motivo la principal era la última noche en la que estuvo con Cody. Fue la misma en la que discutieron de nuevo por renuencia de él a quedarse a dormir, o que ella se quedará con su casa. Y también la noche en que recibió la llamada de su "amiga", la tal Ma... ¿Cuál era su nombre?

Ya en retrospectiva, tras lo que le había mostrado días después en su espontánea visita a su trabajo, y todo lo que ella había visto en ese sitio desde que llegó, aquella discusión ya le resultaba más que absurda. Sólo quería volver a casa, recuperar su vida normal, y dejar esta locura de bases secretas y gente con habilidades psíquicas muy atrás, y poder arreglar las cosas con Cody.

«Pero Cody es parte de esta locura también» pensaba con cierta amargura. Eso significaba que aun dejando ese sitio, no podría dejar atrás todos esos asuntos si su novio podía hacer que mariposas imaginarias, o más cosas sacadas de sus sueños, se hicieran reales.

Y, ¿cuál era la alternativa? ¿Terminar la relación? ¿Y si era cierto que estaba embarazada e iban a tener un hijo? ¿Sería capaz de seguir con una persona que podía hacer ese tipo de cosas? ¿Alguien con la que quizás nunca podría dormir en la misma cama...?

«Todo esto es una mierda» se decía a sí misma llena de frustración, mirando fijamente la alfombra del cuarto bajo sus pies. Era increíble como su vida se había complicado tanto en sólo unos cuántos días.

Cuando al fin tuvo el valor suficiente, se dirigió al baño para enfrentar lo que fuera que la estuviera esperando ahí. Al inicio no se atrevió a tomar la prueba, así que sólo se inclinó lo suficiente sobre ella para poder ver el resultado en la pequeña pantalla rectangular. Sin embargo, tras ese primer vistazo, se vio forzada a rápidamente tomarla entre sus dedos y acercarla para poder verla de más cerca.

Sólo una clara línea roja.

Un resultado negativo, según las instrucciones del empaque.

No estaba embarazada; justo como ella ya lo sabía.

Dejó caer sus brazos hacia los lados, sujetando aún la prueba en una de sus manos. Eso calmaba todas sus dudas, y debería darle la serenidad que necesitaba. Pero, extrañamente, no lograba hacer ninguna de las dos cosas.

No se sentía aliviada por el resultado...

¿Acaso estaba decepcionada? ¿Acaso quería que el resultado fuera positivo? Eso no tenía sentido. Pero, siendo honesta consigo misma, nada en toda esa situación tenía sentido en realidad.

Con algo de molestia, tiró la prueba a la papelera del baño, y se dirigió presurosa hacia afuera de la habitación. No tenía claro al inicio a dónde iría, pero al final decidió ir por un chocolate a la máquina expendedora del nivel inferior. Ya había comido un chocolate ese día, pero le daba igual. Sentía que era justo lo que necesitaba en esos momentos.

Mientras aguardaba el ascensor, y posteriormente bajaba por éste, comenzó a reflexionar sobre a qué se debía su reacción tan adversa al resultado de la prueba. Si intentaba jugar un poco a la psicóloga, diría que no era tanto que en verdad deseara estar embarazada, sino que el estarlo le quitaba cierto grado de responsabilidad en su decisión de qué hacer con respeto a Cody. Claro, el tener un hijo en común no obligaba a ninguno a estar con el otro, pero... les daba un motivo de peso para considerarlo e intentarlo.

Pero ahora que no había bebé en el panorama, todo quedaba de su lado.

«Todo esto es una mierda» Se repitió en su cabeza mientras salía del elevador y avanzaba hacia la máquina expendedora. Ni siquiera se detuvo mucho a pensar en que fue en ese mismo sitio donde Gorrión Blanco le había dicho aquellas palabras.

Se paró frente a la máquina y pasó su mirada por los productos exhibidos, aunque ella ya de antemano que quería una maldita barra de chocolate, la más grande que hubiera. Totalmente en contra de su régimen de alimentación, pero le daba igual.

Mientras rebuscaba algo de cambio en su bolsillo, maldecía en silencio a Cody por no haberle dicho antes que existían personas como él. Maldecía a su empresa por mandarla a ese proyecto secreto sin decirle nada. Maldecía al Dr. Shepherd por ser directamente responsable de haberla metido en eso. Al Dir. Sinclair, al Capt. McCarthy, al Sgto. Schur, hasta al Dr. Takashiro por haber muerto de esa forma tan horrible y haberla dejado sola con todo ese embrollo.

Y, por supuesto, maldecía a Gorrión Blanco, o cualquiera que fuera su nombre. No le bastaba con tenerla aterrorizada luego de lo que vio en ese quirófano, sino que ahora encima se metía en su cabeza haciéndola creer que estaba...

Ya no importaba; nada de eso importaba realmente. Solamente el volver a casa lo más pronto que pudiera.

Su deseo espontaneo por chocolate, o quizás lo más correcto era llamarlo berrinche, terminó quedando únicamente en intenciones. Antes de que pudiera sacar el total necesario del bolsillo de su pantalón, el estridente bramido de una alarma resonando la hizo exaltarse asustada, incluso tirando algunas de sus monedas. Unas luces de color naranja comenzaron a parpadear una y otra vez, alumbrando todo el pasillo, acompañando el estridente ruido de la alarma.

—¿Qué demonios...? —musitó confundida, y bastante asustada. Una alarma de emergencias sonando en una base militar secreta; eso no podía ser bueno.

Se agachó rápidamente a recoger sus monedas, pero casi al mismo tiempo vio por el rabillo del ojo a un grupo de tres soldados, todos portando firmemente sus armas largas de asalto en sus manos, aproximándose con paso firme por el pasillo en su dirección. Sus miradas duras, casi agresivas, y por un momento Lisa se sintió intimidada por aquello. ¿Acaso iban por ella...?

Lisa tuvo el repentino reflejo de correr hacia al ascensor. Pero antes de que pudiera moverse, uno de aquellos hombres le dijo con voz firme, más no del todo amenazante.

—Señorita, vuelva a su habitación.

—¿Por qué? —musitó Lisa despacio, virándose hacia ellos—. ¿Qué ocurre?

—Todo el personal no militar debe quedarse en sus habitaciones hasta que se les indique —añadió el mismo hombre del mismo modo. Cuando llegaron a su encuentro, el soldado colocó una mano en su espalda, y con algo de insistencia comenzó a guiarla hacia el elevador.

—¿Todo está bien? —cuestionó Lisa, ya no preocupada porque esos hombres quisieran hacerle algo, pero sí por si acaso estuviera bajo la mira de algún misil nuclear o algo parecido.

—Es sólo un Código 266 —le indicó el soldado son sequedad, presionando el botón del ascensor. Las puertas se abrieron en ese mismo momento, y prácticamente empujó a Lisa hacia adentro, que avanzó torpemente apenas logrando no caer—. Sólo serán unos minutos —añadió por último, antes de estirarse al panel del ascensor y presionar el botón del nivel del dormitorio de Lisa. Luego salió, dejándola subir sola hasta su destino.

Lisa miró fijamente las puertas cerrarse, e incluso cuando la cabina cerrada comenzó a subir siguió mirándolas del mismo modo, como si esperara que en algún momento el soldado apareciera del otro lado y pudiera responderle de mejor forma sus preguntas. Como, por ejemplo:

—¿Qué carajos es un Código 266?

— — — —

De haber aceptado el nuevo trabajo de le ofrecían, Lisa hubiera conocido a mayor detalle los procedimientos estandarizados de uso interno del DIC. Y de esa forma se habría enterado que un Código 266 implicaba la trasportación de un prisionero peligroso, fuera o dentro de las instalaciones. Y en el caso del Nido, para la seguridad de todo el equipo científico residente, era imperativo que permanecieran resguardados en sus habitaciones hasta que el prisionero en cuestión estuviera resguardado o se les diera alguna otra instrucción por los altavoces del sistema de seguridad.

Y esa noche en cuestión, en efecto estaba por arribar a la base justamente un prisionero peligroso. De hecho, estaban por llegar dos.

Dos helicópteros negros sobrevolaban el apartado bosque, en dirección a la base en el interior de aquel risco. Lucas y McCarthy se encontraban de pie en el helipuerto, acompañados de un número considerable de soldados de la base, todos fuertemente armados y con la orden de disparar si es que cualquier cosa fuera de lo esperado ocurría. Las luces de la pista de aterrizaje alumbraron los dos transportes, mientras algunos miembros del personal de apoyo les daban instrucciones para poder aterrizar. Los dos helicópteros bajaron poco a poco, y cuando estaban a un par de metro del suelo todos los soldados en tierra tomar sus armas y apuntaron al frente al mismo tiempo, listos para actuar a la primera señal.

Era claro que todos se encontraban bastante nerviosos; todos, excepto el Dir. Sinclair. Lucas de hecho observaba los dos helicópteros descendiendo con una singular emoción en su mirada, una que muy seguramente ninguno de los que lo acompañaban compartía, o siquiera entendía.

Una vez que los helicópteros estuvieron estacionados y sus motores se fueron apagando, las compuertas laterales se abrieron, y rápidamente otro grupo de militares comenzó a bajar de cada uno una camilla, ocupada por una persona. Siguiendo el procedimiento, cada uno debía estar fuertemente sujeto con correas de cuero de manos, tobillos, cintura y cuello, además de estar ambos profundamente inconscientes, conectados por intravenosa a su respectiva dosis del ASP-55 para mantenerlos en ese estado todo el tiempo que fuera requerido.

Lucas se aproximó al prisionero que se encontraba más próximo a su posición, y McCarthy lo siguió. Les hizo un ademán con la mano a los hombres que la cargaban para que se detuvieran un momento, y así poder apreciarla mejor. Le resultó un tanto difícil de creer en un inicio, incluso al estar de pie a su lado y verla de cerca. Pero él la conocía bastante bien como para no estar segurp de que, en efecto, era justo quién parecía ser.

—Luego de casi tres décadas de cacería, el DIC al fin te atrapó, Charlie —murmuró Lucas despacio, como si esperara que la mujer inconsciente delante de él le respondiera de alguna forma. Pero Charlene McGee continuó con sus ojos cerrados y su rostro placido, disfrutando de un agradable sueño, cortesía del ASP-55.

Permaneció en silencio unos momentos contemplándola, e intentando digerir ese momento casi catártico para él. Aunque su lugar en el DIC se había extendido a muchas causas más allá de la famosa mujer de los ojos de fuego, era difícil ignorar que su involucramiento en ese asunto empezó en parte justamente por ella. Charlie y él habían estado jugando al gato y al ratón por muchos años, y ahora al fin la había atrapado. Había tenido éxito donde sus predecesores fallaron.

Debía sentirse emocionado, ¿no? En parte lo estaba, pero también lo agobiaba un poco la pena. Después de todo, hubo una época, ya tiempo atrás, en que esa mujer había sido su amiga, justo igual que Eleven. Pero cada uno había tomado sus decisiones, mismas que claramente los habían llevado por caminos muy diferentes.

Les hizo a los soldados un ademán con su cabeza, indicándoles que procedieran. Los hombres así lo hicieron, aproximándose al elevador más amplio para bajarla al área médica de contención, mientras Lucas los observaba.

—Debe sentirse orgulloso, señor —comentó McCarthy a su lado, con estoicidad—. La captura de Charlene McGee es un gran logro para el DIC. Los jefes estarán contentos.

—Me imagino que sí —comentó Lucas con apenas un poco de entusiasmo—. Pero antes de entregarla y que rinda cuentas por sus crímenes, hay varias cosas que quiero hablar con ella. Una vez que esté asegurada en su nueva caja, claro.

Mientras ambos hablaban, se aproximaron a otra de las camillas que bajaban de los helicópteros. Lucas pensó que esta llevaría al otro de los prisioneros, pero se sorprendió un poco al ver que en realidad la persona recostada ella era Gorrión Blanco. La joven agente estaba semiconsciente, conectada también por intravenosa, aunque claramente no al ASP-55 sino a otro tipo de medicamentos. Le habían limpiado lo mejor posible la sangre del rostro, aunque aún existían en sus ojos rastros de aquella hemorragia.

Cuando Lucas y McCarthy se pararon a lado de la camilla, la joven mujer se giró débilmente hacia ellos, abriendo y cerrando los ojos un par de veces.

—¿Te encuentras bien, Gorrión Blanco? —fue McCarthy el que se animó al final a preguntar—. ¿Puedes oírnos?

La joven siguió intentando enfocar su mirada en ellos, pero ninguna palabra surgió de sus labios.

Francis Schur se bajó en ese momento del mismo helicóptero, apoyado por dos de los solados en tierra. Él también estaba lastimado, y tenía uno de sus brazos sujeto a su cuello para que no lo moviera demasiado, además de algunos raspones y cortadas a medio tratar en el rostro. Sin embargo, al menos aún podía caminar.

—Capitán, director —saludó a ambos superiores, ofreciéndoles el saludo militar con su mano libre.

—Descanse, sargento —le indicó McCarthy, y Francis le tomó la palabra adoptando una postura más cómoda.

—¿Gorrión Blanco salió herida durante la confrontación? —inquirió Lucas, más curioso que preocupado.

—Ella cumplió excepcionalmente con su misión, señor. Logró someter al objetivo, pero esto al parecer fue a costa de un gran esfuerzo de su parte. Se encuentra ahora muy débil, y se ha mantenido inconsciente durante la mayoría del viaje. Sin embargo, lo que me preocupa es que sangró bastante mientras se enfrentaba a aquel individuo.

—¿Por su nariz? —cuestionó Lucas.

—No sólo por su nariz, señor. Sino también por sus ojos, su boca, sus oídos... No fue sólo como las leves hemorragias nasales que yo también he experimentado. Me pareció que fue algo mucho más grave.

Lucas lo observó pensativo al escuchar aquella descripción. Pensaba que podría ser un efecto similar al que le ocurría a Eleven cuando usaba sus poderes con bastante intensidad, pero... Sí, eso sonaba a algo más serio que eso.

—Llévenla a la enfermería —ordenó Lucas con seriedad—. En cuanto se apague la alarma, que el Dr. Shepherd la revisé.

Los soldados que cargaban la camilla se apresuraron a cumplir la indicación. Pero antes de que se alejaran, Gorrión Blanco extendió abruptamente su mano hacia Francis, tomando dos de los dedos de su mano libre, apenas logrando rodearlos débilmente con los suyos.

—Sargento... —susurró lánguidamente la chica en la camilla. Viró también su rostro hacia él, intentando mirarlo. Su mirada ausente apenas parecía poder darse cuenta de en dónde se encontraba la persona que buscaba.

—Está bien, ya estás segura —le murmuró Francis despacio, y con delicadeza retiró su mano de la suya, colocándola de nuevo en la camilla—. Te alcanzaré en un minuto, ¿está bien?

Carrie asintió lentamente, y se permitió de nuevo cerrar los ojos. Los soldados que la cargaban se la llevaron hacia los elevadores.

—Veo que ha cultivado una relación de confianza con la chica —señaló Lucas de pronto, sonando casi como una acusación—. Sólo no se le olvide quién es en realidad y de lo que es capaz. Usted mismo lo vivió de primera mano.

—Lo tengo claro, señor —fue la respuesta corta y concisa del sargento Schur. Tenía más cosas que quería decir, pero sabía que no eran apropiadas de pronunciar en ese sitio, y en especial ante esas personas.

—¿Dónde está el otro prisionero?

Francis comenzó a avanzar hacia uno de los helicópteros, y Lucas lo siguió, al igual que el capitán McCarthy. Mientras caminaban, el sargento les explicaba lo mejor que podía la situación, aunque ésta era de hecho bastante confusa incluso para él.

—Las lesiones del objetivo eran bastante más graves. Así que para el transporte, y para prevenir posibles infecciones, se sugirió hacerlo dentro de una cámara hiperbárica portátil.

Por una de las compuertas laterales del helicóptero, varios soldados se encontraban en ese momento descendiendo otra camilla, aunque ésta tenía encima lo que a parecía a simple vista una larga bolsa de tela inflada, conectada a varios dispositivos que otro par más de soldados se encargaba de bajar. En la parte frontal de la bolsa, se encontraba una película transparente que servía como ventanilla al interior. De esa forma, cuando Lucas y McCarthy se pararon a un lado de la tercera camilla, pudieron echar una mirada a la persona dentro de ella.

Obviamente, Damien Thorn permanecía también inconsciente; tenía una mascarilla de oxígeno en el rostro, por la cual también le administraban sedante para mantenerlo así. Traía además puesta una bata corta de hospital totalmente blanca, que le cubría principalmente el torso. Aun así, ni la mascarilla ni la bata lograban ocultar del todo el estado de su cuerpo, pues aún en sus brazos, piernas, y en especial en su rostro, eran notorias las quemaduras con forma de enormes manchas oscuras en su piel. Sin embargo, alrededor de aquellas manchas marrones y rojizas, se hallaban contornos sonrosados, y conforme más se alejaban de las heridas podía percibirse piel completamente sana. Incluso cerca de dos tercios de su cabello había vuelto a poblar su cabeza.

—No estamos aun totalmente seguros de lo que ocurrió —señaló Francis mientras sus superiores observaban al muchacho en el interior de la cámara—, pero creemos que Charlene McGee y él estuvieron enfrentándose antes de que arribáramos, y terminó gravemente quemado por ésta.

Lucas asintió.

—Sabiendo de lo que es capaz de hacer esa mujer, podríamos decir que no le fue tan mal.

—Director, es que... —Francis vaciló un poco antes de animarse a complementar lo que deseaba. Sin embargo, la mirada inquisitiva de Lucas lo obligó a proseguir—. Su estado era considerablemente peor en cuanto arribamos al sitio. Literalmente todo su cuerpo había quedado quemado e irreconocible, prácticamente hecho carbón. Y aun así seguía de pie, moviéndose, y logró matar a al menos cinco de los hombres del capitán Albertsen, incluido el sargento Lewis. Fue... algo totalmente surreal. Nunca había visto algo así.

Lucas y McCarthy lo miraron con marcado desconcierto al escuchar tan extraña declaración.

—Pero —masculló McCarthy muy confundido—, si dices que su cuerpo estaba quemado por completo hace unas horas —señaló en ese momento directo a la ventanilla de la cámara—. ¿Cómo es que se ve tan recuperado en estos momentos?

—Eso es lo más extraño de todo —señaló Francis rápidamente—. Durante el viaje, su cuerpo... No sé cómo explicarlo. Parece estarse curando poco a poco por sí solo. De manera espontánea, y sin tener que aplicarle ningún tratamiento adicional.

—¿Cómo Wolverine? —soltó Lucas de pronto por mero reflejo.

—¿Cómo dice, señor? —inquirió Francis, un poco perdido por la repentina mención. Y en la mirada de McCarthy fue evidente que él compartía el mismo sentimiento.

Lucas carraspeó un poco su garganta y se viró hacia otro lado. Se sintió apenado de pronto al darse cuenta de que acababa de hacer una referencia quizás demasiado geek para sus dos oyentes. Como fuera no tenía caso explicarla, así que prefirió mejor fingir que no había dicho nada.

—Igualmente que el Dr. Shepherd lo revise a fondo —indicó con voz de mando, la cual sonaba quizás más grave de lo habitual—. Quizás él pueda darnos un poco de luz sobre el asunto.

Les indicó con un ademán de su cabeza y su mano a los hombres para que se llevaran al último prisionero.

—Usted también vaya a que lo revisé el equipo médico, sargento Schur —musitó justo después, girándose de nuevo hacia Francis—. Y tomé un merecido descanso, que se lo ha ganado. Hizo un excelente trabajo.

—Gracias, señor. Pero como dije, todo fue gracias a la labor de Gorrión Blanco.

—Lo tomaré en cuenta. Ahora, vaya.

Francis se paró firme y le ofreció a ambos un último saludo militar de despedida, antes de aproximarse también a los elevadores junto con la camilla de Thorn.

Cuando estuvo lo suficientemente lejos, McCarthy se aproximó un poco más a Lucas para poder susurrarle despacio:

—¿Cree que sea algo parecido a los UX?

—No lo sé —respondió Lucas con estoicidad—. Es algo que supongo que Russel podrá decirnos con mayor seguridad. Lo importante es que lo tenemos, y ya no será un peligro para nadie. Ni él, ni tampoco Charlene McGee.

Alzó en ese momento su muñeca izquierda, revisando rápidamente la hora en su reloj. Hizo unos cálculos rápidos en su cabeza, y entonces se dispuso a él también bajar en otro de los elevadores.

—Si me disculpas, Davis, tengo que hacer unas llamadas. Puedo usar tu oficina, ¿correcto?

—Sí, señor —le respondió McCarthy—. ¿Llamará a los jefes de la Agencia para reportarles lo ocurrido?

—Quizás más tarde. Pero primero, creo que hay una persona que agradecerá mucho se le avisé primero que nadie la aprehensión de Charlene McGee.

McCarthy asintió sin hacer más preguntas. Se pudo hacer fácilmente una idea de a quién se estaría refiriendo.

Lucas se abotonó su saco, y caminó con porte seguro hacia los elevadores. De una u otra forma, esa era su noche.

— — — —

Lucas bajó a la oficina de McCarthy como había indicado, aunque tuvo que esperar un poco más a que el Código 266 terminara, y la alarma se apagara. Sólo hasta entonces los canales de comunicación seguros fueron restablecidos, y logró hacer la llamada que había comentado; o, más bien, video llamada.

Una vez que le confirmaron que tenía la vía libre, Lucas se sentó en una de las sillas frente al escritorio de McCarthy, y colocó sobre éste su computadora portátil. Como era de esperarse, el canal de comunicación cifrado del DIC era para uso exclusivo de sus agentes activos, y sus superiores en la Agencia. Sin embargo, había algunas pequeñas excepciones; personas que, aunque no eran en esos momentos miembros activos del DIC, tenían esa vía de comunicación para ocasión especiales o emergencias. Esa en especial era un poco ambas.

Lucas se conectó, inició la llamada y contempló paciente la pantalla de la computadora con la animación de cargado, esperando a que la persona del otro lado respondiera. Sabía que era posible que no estuviera disponible a esa hora, por lo que quizás tuviera que esperar hasta el día siguiente. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de desistir, la llamada al parecer fue aceptada, y el icono de conexión de la persona se volvió visible en la interfaz de la aplicación.

La cámara se encendió, y tras unos instantes el rostro de Lucas se proyectó en la esquina inferior derecha de la pantalla, mientras el resto de ésta era ocupada por la imagen de una mujer mayor, de piel oscura, rostro alargado y delgado, cabello corto rizado y oscuro, con algunas canas asomándose por debajo del tinte. En el rostro traía unas gruesas gafas de armazón negro, sujetos a una cadena que colgaba de su cuello, mismos que tuvo que acomodarse para poder ver bien la pantalla. Estaba envuelta en una gruesa bata color rojo, por lo que Lucas intuyó que quizás en efecto la había sacado de la cama. Y eso, por el semblante de marcada molestia que tenía, evidentemente no le había agradado del todo.

—¿Tienes idea de la hora que es, muchacho? —mustió la mujer en la pantalla con voz carrasposa.

—No realmente —respondió Lucas con tono relajado—. Pero no debe ser tan tarde si te encontré despierta.

La mujer en la pantalla soltó un sonoro quejido de hastío al aire como respuesta a ese comentario.

—¿Qué es lo que quieres? Si me llamas por aquí y a estas horas, no debe ser por nada bueno.

—Depende de cómo lo veas. Solamente creí que te gustaría ser la primera en enterarte.

El entrecejo de la mujer se arrugó, y sus ojos se entrecerraron detrás de los anteojos en una suspicaz expresión de intriga. Todo su rostro gritaba un claro: "¿de qué carajos estás hablando?"

Lucas cruzó sus piernas, se desabrochó su saco, y se sentó recto en su silla. Miró fijamente a la cámara con severidad, e intentó ser lo más directo y claro posible, con la menor cantidad de palabras posibles:

—Charlene McGee —pronunció de pronto, provocando una palpable reacción en su oyente—. La atrapamos, Madeleine.

La mujer en la computadora enmudeció, y se quedó tan quieta que incluso por un segundo pareció que la imagen se había quedado congelada, si no fuera por el sutil parpadeo que ocurría cada cinco segundos. Lucas igualmente guardó silencio, y le dio todo el tiempo que ocupara para procesar la noticia, y pensar en las preguntas que deseara hacer.

Madeleine Chief fue hace ya algún tiempo la cabeza del DIC; del "viejo" DIC en realidad, aquel que tan despectivamente apodaron "La Tienda". Tuvo la mala de suerte de tener que tomar el liderazgo tras la muerte del Capitán Hollister, en uno de los momentos más bajos y complicados para la organización.

Le había tocado dirigir toda la cacería de Charlie McGee posterior a aquel primer escape que resultó en la destrucción casi total de su base en Virginia, así como la muerte de Cap y decenas de otros agentes; y la maldita tenía apenas como siete años en ese entonces. Sin mencionar claro el desastre que resultaron no mucho después los proyectos del Dr. Brenner en Indiana, un par de incidentes rusos en plena Guerra Fría, y la serie de artículos que comenzaron a surgir en la prensa, cada vez desprestigiando más a la organización.

Todo eso y mucho más le habían tocado lidiar a Madeleine Chief durante su tiempo en la silla grande del DIC. Y, aun así, se las arregló para mantener las cosas a flote por unos años. Hasta que la Cortina de Hierro cayó, la Guerra que siempre creyeron que llegaría nunca lo hizo, y entonces el DIC entero tuvo igualmente que desaparecer. Aunque, en realidad, no del todo.

Pese a todo, Madeleine nunca se apartó completamente de ese mundo. Y cuando el DIC fue restructurado, sembrando las bases de lo que es ahora, fue llamada de nuevo para ser parte de eso. Fue ahí donde su camino se cruzó con el de un joven en ascenso llamado Lucas Sinclair, y la antigua jefa sirvió de una casi mentora para el muchacho. En el tiempo que trabajaron juntos, aunque corto, compartieron muchas cosas entre ellos. Y un tema en especial que tenían en común era precisamente la chica McGee.

Madeleine era para esos momentos ya una mujer anciana, bastante cerca de sus ochentas, aunque su régimen de vida y dinero le habían facilitado llegar a esa edad en bastante buen estado. Fue una militar de carrera desde joven, fuerte y decidida, que había logrado abrirse paso en un mundo de hombres y personas blancas por su propia cuenta. Pero Charlene McGee fue siempre el punto de quiebre de toda su historial. Madeleine la estuvo persiguiendo por años, incluso después de la disolución del viejo DIC. Se volvió prácticamente en su ballena blanca, en la personificación de todos sus fracasos y, en su mente, la culpable de todo lo malo que le había pasado en los últimos treinta años. Y lo peor es que nunca había tenido siquiera la oportunidad de verla de frente; ni una sola vez.

Por ello, el que la despertaran a mitad de la noche para avisarle que al fin la habían atrapado... le causaba una conmoción bastante fuerte.

Tras unos minutos, y luego de que quizás miles de cosas le cruzaran por la cabeza, logró al fin pronunciar la primera de sus preguntas, y quizás la que en ese momento consideró más relevante:

—¿Está muerta?

—No aún —respondió Lucas con seriedad, y dicha respuesta no pareció agradarle ni un poco a la mujer.

—¿Y qué estás esperado? Si le das aunque sea una pequeña oportunidad, esa maldita bruja...

—Tranquilízate un poco, ¿quieres? —comentó Lucas rápidamente, incluso dándose el lujo de soltar una pequeña risilla burlona—. Ya no somos el DIC de los 80's; no podemos simplemente asesinar gente sólo por qué sí.

—Sí, claro... —masculló Madeleine con escepticismo—. Te esfuerzas mucho para repetir que no eres como La Tienda, e incluso te pavoneas hablando mal de nosotros, ¿no? —Lucas permaneció en silencio ante ese cuestionamiento—. Claro, ahora todos nos quieren tachar de los malos. Pero lo cierto es que hacíamos lo que se tenía que hacer, cuándo se tenía que hacer, y no nos temblaba la mano el hacerlo.

—Te aseguro que a mí tampoco me tiembla la mano en lo absoluto —señaló Lucas con firmeza.

—Si eso fuera cierto, ese monstruo ya hubiera sido ejecutado, y estaría ahora brindado con champán para celebrar.

—¿Tus doctores te lo permiten? —masculló Lucas con ironía, no resultándole al parecer tan gracioso a su oyente—. No digo que eso no sea lo que el destino le tenga deparado a nuestra amiga en común. Sólo que hay cosas que deben hacerse primero, y hay personas con cierto interés en ella que deben primero dar la autorización.

—Interés... —soltó Madeleine, y por primera vez una sonrisa se dibujó en sus labios, aunque no precisamente de felicidad—. Sí, ya he oído eso. Te recuerdo que muchos antes que tú, o tus actuales jefes, quisieron contener a esa bestia. Y de todos ellos... sólo quedo yo. Y si te confías, dentro de poco seguirá siendo así.

—Gracias por los buenos deseos —murmuró Lucas con algo de amargura impregnando sus palabras—. Sólo quería informarte como cortesía. Pero mejor ya no te quito más tu tiempo...

Dicho lo que tenía que decir, Lucas estiró su brazo hacia la computadora con la clara intención de cortar de una vez la video llamada.

—¡Aguarda! —exclamó Madeleine rápidamente antes de que lo hiciera, logrando que el dedo de Lucas se mantuviera a unos pocos centímetros del botón. Madeleine recuperó rápidamente la serenidad, y mirando fijamente a la cámara pronunció—: Quiero hablar con ella, en persona.

—¿Estás bromeando? —murmuró Lucas, estando cerca de reírse. Sin embargo, el rostro estoico de Madeleine no parecía indicar que fuera el caso—. No te entiendo. Por lo que acabas de decir, esperaría que no quisieras estar ni a dos kilómetros de este sitio, y que la ejecutáramos justo después de colgar.

—Tú no lo entenderías —masculló Madeleine con amargura, virándose hacia un lado—. Estuve persiguiendo a esa mocosa por demasiados años. Mi reputación, mi matrimonio, mi salud... todo se deterioró por esa maldita cacería. Quiero poder encararla de frente al menos una vez. Si terminó muerta por eso... habrá valido la pena.

Lucas, de hecho, sí lo entendía un poco. Quizás no llevaba el mismo tiempo que ella persiguiendo a Charlie, o cualquier otro de los individuos que resultaban o habían resultado una amenaza. Pero entendía lo desgastante que aquello podía ser a nivel personal y emocional, y lo importante que era tener un cierre. Eso fue algo que había experimentado incluso desde edad muy temprana...

Aun así, Madeleine Chief no sólo ya no era un agente del DIC, sino que encima era ya una mujer mayor, con sus respectivos problemas de salud. No sabía lo que un encuentro de frente con Charlie pudiera ocasionarle, o si valía la pena lidiar con las consecuencias que ello pudiera traer sólo para complacer un capricho de su antigua mentora.

—No estoy muy seguro de que sea buena idea...

—No me subestimes, muchacho —señaló la mujer en la computadora con marcada confianza—. Si me obligas a saltarte, aún tengo bastantes amigos a los que les puedo pedir favores, y así ingresar cuándo me dé la gana a ese Monte de Olimpo que has construido.

—De acuerdo, si tanto insistes —musitó Lucas, resignado. Evidentemente no tenía mayor opinión en el asunto—. Mandaré a recogerte en unos días cuando todo esté listo por acá, ¿de acuerdo?

—Si es que logras sobrevivir hasta entonces —añadió Madeleine como último comentario sagaz.

A Lucas no le agradó demasiado la insinuación de aquello, así que prefirió en ese mismo momento cortar la llamada sin necesidad de siquiera despedirse.

Esa mujer causaba una mezcla confusa de sentimientos en el actual director del DIC. Podía causarle por igual admiración y respeto, como repudio y molestia. ¿Cuántos de sus subordinados sentirían quizás algo parecido hacia él?

Lucas cerró la tapa de la computadora, y se inclinó por completo contra su silla, intentando tomarse sólo un segundo para despejar su mente. Había sido un día bastante largo, y mientras las emociones se iban asentando, el cansancio se estaba volviendo bastante notable. Tenía más llamadas, preparativos y reportes que hacer, pero quizás sería más prudente dejarlo para el día siguiente.

Estuvo ido en sus pensamientos por varios minutos, estando incluso en una ocasión a punto de quedarse dormido ahí sentado en la silla. Pero el sonido de unos nudillos contra la puerta de la oficina lo hizo despabilarse lo suficiente.

—Adelante —musitó despacio, sentándose derecho.

La puerta se abrió, y del otro lado surgió el dueño original del despacho. McCarthy ingresó, cerrando con cuidado la puerta detrás de sí.

—¿Cómo se encontraba la Sra. Chief? —preguntó curioso, permaneciendo de pie frente a la puerta.

—Tan encantadora como siempre —respondió Lucas, con una ironía no tan disimulada en realidad—. ¿Ya volvió todo a la normalidad allá afuera?

—Tan normal como puede ser este sitio.

Lucas sonrió levemente. ¿Acaso esa había sido una pequeña broma? No recordaba nunca haberlo escuchado hacer una antes. En verdad ese era un día loco.

—Dime, Davis, ¿aún tienes en tu cajón esa botella de whisky escocés? ¿Me compartes un poco? Me parece que nos merecemos un pequeño trago para celebrar una operación exitosa. ¿O tú qué dices?

McCarthy permaneció de pie en su sitio, algo pensativo. Sin embargo, tras unos segundos comenzó en efecto a avanzar hacia detrás de su escritorio, hacia ese cajón inferior del lado derecho.

—Le serviré ese trago con gusto, director —pronunció con seriedad al tiempo que sacaba del cajón la reluciente botella de whisky, con el líquido opaco un poco por encima de la mitad, así como dos vasos de vidrio medianos—. Y lo acompañaré en un brindis si así lo quiere —añadió justo después, desenroscando la botella y comenzando a servir un poco del licor en cada vaso—. Sin embargo, me veo en la obligación de recordarle que cinco de nuestros operativos de campo murieron durante la aprehensión de estos dos sospechosos. Y éstas se suman además con las pérdidas que sufrimos días atrás, a manos de la recién resucitada Carrie White. Muchas vidas perdidas para poder lograr esta, en teoría, operación exitosa como la describe.

La sonrisa confiada de Lucas se fue desvaneciendo conforme McCarthy pronunciaba aquellas palabras, hasta desaparecer por completo.

Una vez servidos los dos vasos, el Director General del Nido cerró de nuevo la botella y la guardó en el mismo cajón. Caminó rodeando el escritorio con los vasos en mano, sentándose en la otra silla, a un lado de Lucas.

—Como líder, nunca debe olvidar que cada muerte importa —declaró McCarthy, extendiéndole uno de los vasos—. Y que toda decisión nuestra que las cause, tiene sus consecuencias.

Lucas tomó entre sus dedos el vaso que le ofrecía, aunque fue evidente que ya no tan de buena gana.

—Estoy muy consciente de todo eso —masculló con severidad—. Y por supuesto, no paso por alto ninguna de esas pérdidas. Pero si me detuviera a lamentarme cada vez que pierdo a alguien... no haría nada en lo absoluto. Y los malos hace mucho que nos hubieran devorado vivos. Creo que ambos hemos tenido una vida lo suficientemente larga como para saberlo. ¿No es cierto?

McCarthy no respondió, pero en su mirada fue evidente que al menos estaba de acuerdo con esa última afirmación.

Lucas pasó su mano libre por su rostro, tallándose un poco su frente y sus ojos. No era muy de su agrado que sus subordinados le señalaran sus culpas, o ninguna persona en realidad. Pero debía aceptar que McCarthy tenía razón en que ese asunto les había cobrado más de lo que él mismo creía. Pero todo había valido la pena al final.

Ya sintiéndose un poco más calmado, miró de nuevo a su compañero, y extendió el vaso que sostenía hacia él.

—Por las vidas que hemos perdido, y por las que salvaremos —murmuró en alto como un pequeño brindis. McCarthy lo acompañó, justo como dijo, chocando ligeramente su vaso con el suyo.

Ambos bebieron al mismo tiempo, y aunque no lo dijeron con palabras fue evidente que el trago les hizo bien a ambos.

Estando sentados en silencio, Lucas desvió ligeramente su mirada hacia el escritorio. En éste, Davis McCarthy tenía varias fotografías de su esposa y sus dos hijas; algo más que entendible si debía pasar tres semanas al mes ahí metido, o en ocasiones más.

—¿Cómo está la familia? —preguntó Lucas con curiosidad, extendiendo su mano para tomar uno de los portarretratos y verlo de más cerca.

—Bastante bien —respondió McCarthy justo después de otro sorbo de su vaso—. Ya me hace falta verlas.

Lucas contempló el portarretratos que había tomado, el cual enmarcaba la fotografía de dos jovencitas de cabellos rojizos, como el de su padre; las dos hijas de Davis. Una era, al menos en esa foto, una chiquilla sonriente y pecosa de no más de quince años, mientras que la otra era ya una mujer joven y esbelta en sus veinte, usando un uniforme militar de saco y pantalón verde, con estampado de camuflaje. La mayor estaba un poco agachada para tener el rostro a la misma altura que la menor, mientras la rodeaba con un brazo. Ambas sonreían a la cámara, aunque la mayor un poco más reservada.

—Debes actualizar esta foto —señaló Lucas mientras la colocaba de regreso en su sitio—. Tus pequeñas ya no son tan pequeñas, ¿cierto?

McCarthy sólo rio como respuesta, confirmando que en efecto así era. No recordaba cuándo se había tomado exactamente, pero en efecto ambas ya eran un poco distintas.

—¿Dónde está Miriam en estos momentos, por cierto? —preguntó Lucas justo después—. No la he visto en años.

—Ojala lo supiera —contestó McCarthy, encogiéndose de hombros—. Muchas veces ni ella misma sabe en dónde estará al día siguiente. Esperábamos que pudiera venir para Acción de Gracias, pero... bueno, quizás en Navidad. Todo es parte del trabajo.

—Debes estar muy orgulloso de ella.

—Lo estoy —asintió el capitán—. Pero a veces me hubiera gustado que eligiera una profesión diferente, lejos de... bueno, una vida como ésta.

—No la puedes culpar por querer seguir los pasos de su padre —señaló Lucas con algo de humor—. Igual no tienes por qué preocuparte. Es muy joven todavía, y aún se puede permitir que su vida dé algunos giros.

—Eso me gustaría —comentó McCarthy por último con cierta pena arrastrando sus palabras. Dio entonces un trago más de su vaso, esperando que éste le ayudara de alguna forma a calmarse. Y lo logró, en parte.

— — — —

Aún después que la alarma dejó de sonar, Lisa no se sentía segura para salir de su dormitorio. Esperaba que dieran algún aviso de que el código lo que sea hubiera terminado, pero no hubo uno como tal. Quizás no lo ocupaban, pues todos ahí sabían exactamente lo que tenían que hacer, menos ella.

Así que en lugar de arriesgarse, decidió mejor irse de una vez a la cama; sin su chocolate y también sin cenar, pero daba igual. Sólo quería terminar con ese día, y acercarse más al momento en el que pudiera dejar ese sitio. Su plan, sin embargo, se vio rápidamente frustrado. En parte porque toda la agitación de su cabeza le impidió conciliar rápido el sueño, y en parte porque no llevaba ni una hora en la cama cuando alguien llamó con insistencia a su puerta, haciéndola sobresaltarse, alterada.

Aturdida, y un poco asustada, tomó a tientas los anteojos del buró y se dirigió a la puerta, cubierta únicamente con su bata para dormir.

—¿Quién es? —preguntó despacio, estando justo delante de la puerta.

—Dra. Mathews —pronunció una voz recia del otro lado, que sólo podía pertenecer a uno de esos agradables soldados—. El Dr. Shepherd requiere su presencia en el área médica lo antes posible.

Lisa quitó en ese momento el cerrojo de la puerta y la abrió sólo un poco para poder asomarse el pasillo. En efecto, dos soldados de uniformes azules y rostros malhumorados, y que le sacaban ambos fácilmente dos cabezas de altura, estaban de pie del otro lado y miraban hacia ella con severidad.

—No soy doctora —fue lo primero que surgió de los labios de Lisa en ese momento—. No hasta que termine mi... no importa...

Soltó en ese momento un largo bostezo y se talló sus ojos con una mano. Se dio cuenta entonces que, aunque no había como tal entrado en sueño profundo, al parecer se encontraba lo suficientemente soñolienta.

—¿Qué dijeron del Dr. Shepherd?

—Que requiere su presencia en el área médica lo antes posible —repitió el soldado, usando las mismas palabras exactas.

—¿A esta hora? —soltó Lisa con exaltación. En realidad no sabía bien qué hora era, pero estaba segura que era bastante más de su horario laboral.

—Es una situación excepcional. Si puede acompañarnos, por favor...

—¿Puedo al menos vestirme?

Ambos soldados se miraron el uno al otro, como si se cuestionaran mutuamente qué debían responder a esa pregunta. Lisa no esperó a que lo decidieran, y simplemente cerró la puerta con fuerza, apresurándose a colocarse rápidamente sobre la bata para dormir unos pants grises y una sudadera al juego. No era precisamente la vestimenta profesional que le caracterizaba, pero dada la hora no tendrían por qué esperar algo diferente.

¿Qué era tan urgente como para que el Dr. Shepherd decidiera que era necesario molestarla tan tarde? ¿Tenía algo que ver con ese código... el que fuera el número? Igualmente era válido cuestionarse qué tanta responsabilidad tenía de seguir haciéndole caso, considerando que su trabajo había terminado y sólo estaba en la espera de su transporte de salida de ese sitio. Pero mientras estas personas fueran las responsables de su alimentación, agua, y productos de higiene personal, era mejor no hacerlos enojar demasiado.

Ya un poco más presentable, salió del cuarto y permitió que los soldados la escoltaran. Se dirigieron al ascensor, y justo después al área médica; el mismo sitio a dónde la habían llevado tras el incidente de Gorrión Blanco en el Quirófano 24. No era un sitio y momento que recordara con bastante cariño.

La llevaron por el largo pasillo, con vistas por los ventanales hacia diferentes áreas de observación, la mayoría vacías. Pero una en específico frente a la que pasaron no lo estaba...

Tendida en una camilla, al parecer plácidamente dormida, se encontraba Gorrión Blanco, acompañada de dos enfermeras, una revisando la bolsa del goteo intravenoso al que la tenían conectada, y otra sus signos vitales en los aparatos a un costado de la camilla.

Al pasar frente al ventanal de dicha habitación, Lisa sintió que la respiración se le cortaba. Sus manos le temblaron ligeramente al pensar por un momento que la llevarían justo a ese sitio, pero en su lugar fue a la siguiente puerta, a la sala de al lado. Aunque su alivio fue incompleto, pues dicha sala de todas formas tenía también otra amplia ventana que igualmente daba hacia la habitación de Gorrión Blanco. Pero al menos no estaban en el mismo cuarto.

Quien sí estaba en ese sitio era Russel, de pie frente a la ventana con sus brazos cruzados, observando atentamente a la chica en la camilla del otro cuarto. A diferencia de Lisa que iba con una apariencia mucho más casual, por decirlo de manera amable, el Dr. Shepherd tenía su atuendo habitual, incluida su bata blanca, por lo que Lisa supuso que a él no lo habían sacado de la cama.

—Buenas noches, Srta. Mathews —le saludó Russel, mirándola fugazmente sobre su hombro.

—Buenas noches —respondió Lisa secamente, aproximándose hacia él con cautela. Los dos soldados que la habían escoltado aguardaron de pie en la puerta, como si temieran que fuera a intentar huir corriendo en cualquier momento.

Lisa se paró a un lado de su jefe temporal, y observó también la escena a través del cristal. Ver a esa chica plácidamente dormida sorbe una camilla, le traía irremediablemente recuerdos de sus primeros días ahí en el Nido. Prácticamente la había conocido más tiempo en ese estado que despierta. Y claro, también le recordaba la horrible escena que ocurrió cuando al fin fue capaz de levantarse de dicha camilla.

—¿Qué fue lo pasó? —respondió Lisa con moderada curiosidad, aunque en realidad no estaba del todo segura si quería saberlo.

Russel suspiró pesadamente. Se retiró sus anteojos y pasó a limpiarlos rápidamente con un pañuelo.

—¿Recuerda que le dije que se llevaría a cabo un complicado operativo el día de hoy?

—Eso creo.

—Gorrión Blanco fue parte de él. Y al parecer utilizó tanto sus poderes que... bueno, mejor se lo muestro.

Russel se aproximó entonces al negatoscopio, en el cual ya se encontraban colocadas tres radiografías, aunque éstas no fueron lo suficientemente visibles hasta que encendió la luz de la pantalla. Las tres mostraban la imagen superior de un cerebro; del mismo cerebro.

—Ésta es una de las radiografías que se le hizo a Gorrión Blanco mientras estuvo en coma, y de la que creo se encuentra ya muy familiarizada, ¿cierto? —indicó Russel, señalando a la primera de las imágenes.

En efecto, a Lisa le pareció bastante conocida. Le había tocado verla bastante seguido en compañía del Dr. Takashiro mientras realizaban las pruebas y su investigación. Lo más resaltante eran por supuesto esas áreas oscuras que indicaban los daños que el cerebro de la chica presentaba, y que se buscaba la forma de remediar con el Lote Diez.

Russel dirigió su mano entonces a la segunda radiografía, que era casi una copia exacta de la primera, pero sin mostrar las mencionadas lesiones.

—Ésta es una de las radiografías que se le hizo posterior a su despertar, la cual muestra un cerebro sano y sin ninguna de las heridas antes detectadas.

La atención de ambos se centró en ese momento en la tercera y última radiografía, que a simple vista parecía muy parecida a la anterior... pero con unas pequeñas diferencias.

—Y ésta es la que le acabamos hacerle menos de media hora —pronunció el Dr. Shepherd con voz apagada.

Lisa se aproximó casi temerosa hacia la pantalla con luz, para poder apreciar de más cerca las imágenes. No era ni de cerca su área, y durante ese tiempo siempre había necesitado de la guía del Dr. Takashiro para interpretar ese tipo de análisis, tanto en Gorrión Blanco como en las ratas de prueba. Aun así, comparando rápidamente las tres radiografías, le pareció darse cuenta de lo que su actual jefe quería que viera. El cerebro de Gorrión Blanco ya no se encontraba precisamente tan "sano y sin ninguna herida" como en la segunda radiografía.

—¿Algunas de las zonas dañadas con anterioridad muestran de nuevo deterioro? —musitó Lisa despacio, más como un pensamiento para sí misma que una pregunta real.

—Muy leve, pero visible —aclaró el Dr. Shepherd, parándose a su lado—. Durante la confrontación con un sospechoso para su aprehensión, sufrió la ruptura de varios vasos sanguíneos, lo que se mostró con una considerable hemorragia en su nariz, oídos y ojos.

—¿Hemorragias cerebrales? —susurró Lisa despacio, desviando levemente su rostro hacia un lado, intentando hacer memoria—. Leí de algo así en los expedientes de los sujetos sometidos a las versiones anteriores del Lote, en específico el Lote Seis. Este hombre... McGee... El uso prolongado de sus habilidades provocaba estas hemorragias en su cerebro, que con el tiempo dieron origen a daños permanentes. Pero en esta chica —miró hacia la tercera radiografía una vez más—, parece además estar afectando de nuevo las áreas dañadas con anterioridad.

—¿Qué cree que esto signifique?

—¿Yo cómo voy a saberlo? Usted sabe que yo no son neuróloga, pero...

Lisa se tomó un momento para meditarlo. No estaba en su área de experiencia dar diagnósticos de ese tipo, pero eso no significaba que no se le vinieran un par de ideas al ver todo eso.

—Supongo que podría significar que el Lote Diez no curó del todo su cerebro como habíamos creído. Logramos regenerarlo, lo suficiente para que incluso lograra despertar. Pero es evidente que sigue aún bastante delicado, y la exigencia que significa usar sus poderes lo puede estar dañando de nuevo.

—Estuvo usándolos los días posteriores a su despertar, y no mostró de forma aparente ningún síntoma cómo éste.

—Pues no sé qué decirle —musitó Lisa, encogiéndose de hombros—. Tal vez sea capaz de soportarlo en pequeñas cantidades y en un ambiente controlado. Tendrían que hacerle más pruebas para comprobarlo. Pero lo que sea que haya hecho con exactitud esta noche, si lo sigue haciendo de manera recurrente, muy seguramente repercutirá pronto en ella. Y puede que en esta ocasión no sólo caiga en coma.

Lisa se viró a ver a Russel, que la observaba de regreso con rostro dureza en su mirada. Más que preocupación, parecía haber cierto enojo, frustración, incluso tristeza...

—Pero creo que todo esto usted mismo ya lo dedujo, ¿o no? —cuestionó Lisa tajante, pero Russel no le respondió—. ¿Para qué me quería mostrar todo esto, entonces? ¿Para decirme que no tuve éxito? ¿Qué no logré curar por completo a su joven princesa asesina como creía? Pues le recuerdo que me dieron sólo unas horas para hacer algo que les dije que ocupaba al menos tres o cuatro días de pruebas, y eso siendo muy optimista.

Russel siguió en silencio por largo rato más. Su rostro no dejaba ninguna evidencia de qué era lo que pasaba por su mente en realidad. Tras unos agobiantes segundos, pronunció al fin:

—Quería que viera con sus propios ojos que el trabajo por el que se le trajo aquí aún no está terminado. Aún quedan cosas por hacer, así que no se puede ir, Srta. Mathews. No todavía.

Lisa sintió aquello como un pequeño golpe en el estómago que le sacó de lleno todo el aire de su cuerpo, y de paso le arrancó cualquier rastro de aletargamiento que le podía haber quedado.

Desviando su mirada de nuevo hacia la puerta, y a los dos soldados de pie frente a ésta que la observaban atentamente con sus expresiones recias, casi agresivas, supo de inmediato que en efecto, sí estaban ahí para que no intentara huir.

Había sido muy inocente de su parte en serio creer que volvería pronto a su casa, y se alejaría de toda esa locura. El Nido evidente tenía aún planes para ella.

FIN DEL CAPÍTULO 114

Notas del Autor:

Volvemos a las andadas con esta historia, empezando con este nuevo arco que como pueden intuir una parte importante de éste estará ubicado en el Nido, y en las acciones del DIC. Pero no estaremos todo el tiempo aquí, pues también hay mucho que ver de otros personajes. Y de paso, a partir del siguiente capítulo tendremos de nuevo unos flashbacks, que de seguro ya los extrañaban. Pero, ¿de quién o de qué? Eso lo descubrirán pronto.

Antes de irme y como aclaración, Madeleine Chief, la mujer con la que Lucas habla en este capítulo, se encuentra basada en dos personajes. La primera sería la "nueva jefa" de La Tienda presentada al final de la novela de Ojos de Fuego o Firestarter. Ahí nos muestran que luego de la muerte del Cap James Hollister y de que Charlie lograra escapar, el liderazgo de la organización quedó en las manos de una nueva jefa, aunque nunca se menciona con exactitud su nombre o apariencia. El segundo personaje sería Jane Hollister de la adaptación de 2022 de la misma novela. Este personaje es en parte una adaptación de James Hollister (por ello los nombres parecidos), aunque dentro de la película curiosamente también menciona a "Cap". Así que preferí imaginarla también como una posible adaptación de este personaje que se presenta al final de la novela, aunque con varios ajustes. 

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