Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 11. Adiós, Emily

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 11.
Adiós, Emily

Emily Jenkins no tuvo una niñez feliz. Su madre era una mujer con problemas, serios problemas, a los cuales acostumbraba arrastrar a su hija, consciente o inconscientemente. Trastornos de personalidad, depresión crónica, abuso de sustancias indebidas, desajustes hormonales... Las personas quisieron justificar su comportamiento con mil y un motivos diferentes, pero ninguno le fue suficiente para llegar a perdonarle todo el daño que le había hecho. Aún en esos momentos, cerca de sus cuarenta años, cada vez que miraba hacia atrás, no podía más que sentir rabia y rencor por aquella mujer, repitiéndose una y otra vez que estaba mucho mejor alejada de ella. Eso podía verlo ya con su mente madura y forjada en base a las experiencias, pero en aquel entonces su percepción distaba de ser favorable.

Antes de llegar a la adolescencia, fue apartada de ese ambiente e ingresada al sistema. Recordaba haber llorado cada noche de las semanas siguientes, añorando volver con su amada madre; ¿qué tan lejos tenía que dañar una madre a un niño para que éste dejara de verla con esa adoración que rozaba casi a lo divino? Aún después de tantos años, no tenía una respuesta clara a ello.

Pasó de un hogar temporal y adoptivo a otro, sin que ninguno resultara como lo deseara. Cuando cumplió la mayoría de edad y pudo independizarse, se dijo a sí misma que haría todo lo posible para evitar que otros niños pasaran por la misma situación que ella, y eso fue lo que la llevó a dedicarse al trabajo social; trabajo que en ocasiones podía volverse difícil y angustiante, pero que había llevado a cabo por casi veinte años con orgullo y entusiasmo... hasta que esa niña llegó a su vida.

Todo comenzó de una manera tan casual, con Wayne, su supervisor, colocando un expediente sobre su escritorio, aún después de haberle dicho que tenía otros treintaiocho abiertos. Era el caso de una pequeña niña de diez años de nombre Lilith Sullivan; Lily de cariño. Sus maestros habían reportado que frecuentemente se dormía en clase, sus calificaciones habían bajado, y se mostraba más retraída en clase y en los descansos. Tras su larga, y nada envidiable, experiencia en casos familiares, Emily había aprendido muy bien que todas esas cosas eran señales claras de problemas en casa; y al visitar por primera vez a los Sullivan, estuvo bastante segura de que así era.

La casa estaba cubierta de un aire denso de miedo y enojo. Sus padres, en especial la madre, parecían muertos vivientes, de miradas perdidas que ocultaban un océano oscuro detrás de ellas. Y Lily... era una niña tan hermosa, tan radiante, y sin embargo de apariencia tan delicada. Parecía una pequeña muñequita de rostro triste, que podría romperse al más ligero toque. Emily siempre sentía un aprecio especial por cada niño o niña que llegaba a su cargo. Sin embargo, Lily tenía algo especial. En cuanto la vio, sintió una gran empatía por ella que nunca había sentido antes; una necesidad ferviente de protegerla, y ponerla a salvo de lo que fuera que estuviera ocurriendo en esa horrible casa.

Y todas sus sospechas, y todos sus miedos, se hicieron realidad aquella horrible noche. La noticia circuló por todo Oregón, y quizás por todo el país. Sus padres intentaron asesinarla, y de la forma más horrible: durmiéndola y quemándola viva en su propio horno.

¿Qué mentes retorcidas podrían hacerle tal atrocidad a otro ser humano, especialmente a su propia hija? De no ser por la propia Emily y su amigo de la policía, el Detective Mike Barron, quién sabe qué hubiera ocurrido. Pero lograron salvarla, ponerla a salvo, y mandar a sus padres a un sanatorio mental dónde posiblemente jamás volverían a ver la luz del día. Pero lo importante ahora era Lily, su seguridad y su bienestar. Esa necesidad imperante de Emily por protegerla, se volvió aún más aguda tras lo ocurrido. Cuando tuvo que dejarla en aquel orfanato en donde esperaría a que le encontraran algún hogar adoptivo, si es que acaso lograban encontrarle alguno, se vio a sí misma, sola en aquel lugar, llorando por su propia madre a pesar de lo que le había hecho.

¿Por qué le ocurría esto con ella? ¿Por qué estaba sintiendo esto tan profundo por una niña que apenas acababa de conocer? ¿Qué tenía de especial ella en comparación con todos sus casos anteriores? No tenía idea, ni tampoco se lo cuestionó mucho. Pese a una pequeña resistencia inicial, decidió hacer algo que nunca hubiera hecho con algún otro de sus casos: decidió servir de hogar temporal para Lily.

Emily jamás consideró la posibilidad de tener hijos. Siempre usaba su trabajo como excusa, pero ella sabía que había mucho más de por medio... mucho más de lo que estaba dispuesta a hablar, incluso con su amigo Doug Ames, psicólogo infantil que trabajaba en Cuidado Familiar con ella, tratando a niños con problemas, pero que casi siempre no era del todo sutil en sus intenciones de que fueran más que amigos; sin embargo, Emily siempre lo rechazó, en cada ocasión.

Esa vida no era para ella; su madre se había encargado de mostrárselo. Pero con Lily era diferente. Pensó que ambas podrían hacerse mutua compañía, y entre ambas podrían incluso sanarse las heridas. Y si acaso todo salía bien, si acaso lograba hacer esto y terminar conforme... bueno, ¿quién sabe? Las posibilidades eran muchas; quizás aún no era demasiado tarde para ella.

Cuando le informó a Lily al respecto, su rostro se iluminó como el propio sol. Nunca había percibido tan cándidamente la alegría de un niño como en ese momento. La llevó a su casa, le preparó una habitación, y poco a poco se fueron adaptando la una a la otra. Todo marchaba de maravilla. Lily era una niña extraordinaria, y cada día se convencía a sí misma de que su accionar había sido el correcto... Pero el tiempo se encargaría de demostrarle que jamás había cometido un error tan enorme en su entera vida...

Tardó en darse cuenta, pero una vez que las señales comenzaron a aparecer, no se detuvieron. Un hecho extraño tras otro, un mirada sospechosa, un susurro lejano... una muerte espantosa.

Esa niña no era ni remotamente lo que parecía: era un monstruo. Y no de manera figurada, sino algo literal; algo no humano, algo aterrador, rastrero y asqueroso. Un demonio con la apariencia de una niña, que había arrastrado a sus propios padres hasta la absoluta locura, dejándolos en un estado en el cual no les era posible hacer algo más allá de querer drogarla, dormirla, meterla en su horno y cocinarla hasta incinerarla viva. Y aunque en aquel entonces Emily se había colocado de lado de aquellos que los tacharon de lunáticos, desquiciados y enfermos... ahora compartía exactamente su misma angustia, y sabía que ella misma lo hubiera hecho.

Primero, otro niño que estaba a su cargo y en uno de los grupos de terapia de Doug, asesinó mortalmente a sus padres a mitad de la noche, sin motivo alguno, y de una manera horripilante y violenta. Y de alguna forma, que en ese momento no le fue claro entender, Lily estaba detrás de ello.

Algo raro ocurría con ella, y Doug también lo notó. Luego de hablar con ella de frente una noche, se lo dijo directamente: le tenía miedo. Había algo en ella que lo atemorizaba, como nunca lo había visto. No le dijo mucho más, excepto que llamaría a un experto que podría ayudarlos con eso. Luego de ello, desapareció tras las puertas del elevador... y sería la última vez que lo vería con vida. Lo encontrarían un día después, muerto en su propio baño, solo...

"Un accidente", dijeron todos. "Debió haberse resbalado y rotó el cuello al golpearse con el inodoro", añadieron otros. "Qué horrible forma de morir", retumbarían por último como cierre final. Pero Emily lo sabía, en el fondo de su corazón comenzaba a verlo: Lily lo había hecho. No sabía cómo, pero sabía que ella estaba detrás de todo eso de alguna u otra forma. Pero nadie le creía, nadie la escuchaba. Era una locura, y muchas veces a ella misma se lo parecía. ¿Cómo una niña tan dulce podría haber hecho algo como eso? Pero no era una niña, y era todo menos dulce. Tardó en poder digerir por completo esa idea, pero al final logró.

Vio las cintas de las entrevistas que les estuvieron haciendo a los padres en el sanatorio mental, y habló en persona con el señor Sullivan. Él le dijo lo que tanto temía ella pronunciar en voz alta: Lily era un demonio, un monstruo que se alimentaba del miedo y las desgracias ajenas. Un monstruo oculto en el rostro de una niña, para moverse con libertad y devorarlos. Parecían delirios alucinantes de una persona desequilibrada, pero Emily sabía que lo que le decía tenía que ser cierto. Ella misma comenzó a vivirlo en carne propia...

No sabía cómo lo hacía, pero de alguna forma podía meterse en tu cabeza, manipular tus pensamientos y emociones, y hacer que vieras tu peor pesadilla materializándose ante ti. Ni siquiera tenía que estar en la misma habitación, o incluso en el mismo edificio. De alguna manera lograba alcanzarte, hacer que desconfiaras hasta de tus propios sentidos, y orillarte a hacer una locura. Así había llegado a Diego, a Doug... y a su propio padre. Aún encerrado en el sanatorio, ella encontró la forma de llegar hasta él, y hacer que muriera en una pelea en el comedor, sólo unos días después de hablar con Emily. ¿Era una venganza por haber hablado con ella? Emily no sabía ya ni qué pensar; todo era demasiado irreal, demasiado difícil de procesar.

Y ahora todo estaba por empeorar. Nancy, su compañera de Adopciones, le acababa de decir que le había conseguido una familia adoptiva a Lily; buenas y nobles personas, dispuestas a abrir sus corazones y su casa para ella. El Señor Sullivan le había dicho que ella se alimentaba del dolor y el miedo ajeno, y que disfrutaba tomar a seres buenos y puros para sumergirlos en la más absoluta oscuridad lentamente. No sabía si esto lo decía con alguna base o era meramente su propia percepción. Pero fuera como fuera, no podía permitirlo; no podía dejar que le hiciera eso a alguien más.

Mike no creía sus sospechosas en un inicio, pero al final tuvo que aceptar que algo ocurría con Lily cuando él mismo fue amenazado directamente por ella de una forma nada sutil. No lo dijo abiertamente, pero pudo sentir que el miedo se había apoderado de él, un miedo tan profundo y doloroso, que lo había empujado sin lugar a duda a ayudarla con la horrible pero inevitable tarea que debían ejecutar: matar a Lily, antes de que alguien más saliera herido.

Mike traería un arma de la bodega de evidencias, confiscada de algún asalto frustrado. Por su parte, ella fue con su doctor esa misma mañana, y le dijo que no podía dormir, esperando que le pudiera recetar algo, y funcionó. Adicional de ello, consiguió un galón de gasolina. El plan completo consistía en dormirla con las pastillas, dispararle una vez inconsciente, y luego pretenderle fuego al cuerpo para desaparecerla. Sonaba horrible, y cada vez que lo repetía en su cabeza le resultaba aún más. Ella, quién había jurado dedicar su vida a los niños, a protegerlos y mantenerlos seguros, iba a ser partícipe de un acto que a todas luces sólo podía ser catalogado como un brutal asesinato.

Pero ya no le importaba; estaba desesperada.

Salió temprano del trabajo, alegando no sentirse del todo bien, y se dirigió a su casa. Permaneció un rato sentada en su vehículo, contemplando la construcción de madera desde afuera, intentado imaginarse en dónde estaría... esa cosa, en esos momentos. La sola idea de volver ahí con ella, le causaba nauseas, y le oprimía el pecho. Pero debía ser fuerte, sólo un poco más. Si lograba aguantar un poco más, todo terminaría.

Bajó de su vehículo, e ingresó por la puerta principal. Las luces estaban encendidas, pero todo estaba en absoluto silencio...

—¿Lily? —Exclamó alto para que pudiera oírla, pero no recibió respuesta; todo seguía en silencio.

Se retiró su abrigo y lo colgó en su perchero. Dejó su bolsa en el mueble del recibidor, y siguió adelante con la intención de ir a la sala. Sin embargo, en cuanto giró en el pasillo principal, divisó algo en el suelo. Al inicio no supo qué era, pero al acercarse se dio cuenta. Eran sus expedientes, de todos sus casos, pasados y presentes, regados por todo el pasillo, creando un camino perfecto. Emily no supo cómo reaccionar, y una parte de ella le sugería con fuerza que diera media vuelta y saliera de ese sitio de inmediato. Sin embargo, ella no hizo caso, y en su lugar comenzó a avanzar por el camino de papeles, que la llevaban directo a la habitación de Lily. Al pararse en el umbral de la puerta, vio algo en el suelo que simplemente le revolvió el estómago. Eran alrededor de ocho fotografías de varios niños de casos que había tenido, parte de los expedientes que ahora yacían en el suelo. La mayoría era de marcas de golpes en los cuerpos de los niños, ojos morados, rasguños, moretones, labios partidos... todas esas atrocidades, expuestas una a lado de la otra, como un enfermizo mural.

¿Qué rayos estaba haciendo con ellas? ¿Le causaba algún morboso placer ver eso? ¿Era lo que le disfrutaba? ¿El dolor y el sufrimiento de las personas aunque fuera sólo en fotografías?

Pero había más fotos ahí que a simple vista no encajaban con el resto. Se agachó a lado de ellas para poder verlas mejor. Había una foto de Diego, el niño que había asesinado a sus padres, en la que sonreía alegremente y sin ninguna preocupación encima. Estaba también una foto de Doug, en un estado de ánimo similar al de Diego. Y por último, una foto de Mike y ella, que había sido tomada por la esposa de éste en una parrillada en su casa.

La presencia de esa foto entre todas las demás, le hizo perder el aliento...

"Mike", pensó casi horrorizada. ¿Por qué había puesto una foto de él y ella junto con las otras? ¿Por qué las había puesto ahí, de forma que ella pudiera verlas con total facilidad? ¿Qué clase de mensaje... o advertencia, deseaba transmitirle? Y lo más importante... ¿Dónde estaba Lily?

No estaba en su cuarto, no estaba en su cama... Pero escuchó de pronto que algo sonaba en ella, justo debajo de su colchón. Se aproximó con cautela, y levantó el colchón. Debajo de éste, sobre la base de la cama, se encontraba un teléfono... su teléfono perdido, sonando en vibrador. Como si se tratara de algo radioactivo, Emily acercó nerviosa su mano hacia él para tomarlo. En la pantalla, se mostraba un número desconocido. Aún más nerviosa, respondió la llamada y la acercó a su oído. Del otro lado sólo se oía mucha estática.

—¿Quién habla? —Murmuró asustada.

Hubo silencio unos segundos, y después...

—Emily, soy Wayne —escuchó la reconocible voz de su supervisor sonar entre la estática, y eso la tranquilizó ligeramente, permitiéndole respirar.

—¿Wayne? ¿Todo está bien?

—No —respondió de forma pesada, apartando de golpe toda la tranquilidad que le había llegado—. Me acaban de hablar hace unos minutos... es sobre Mike. Falleció.

Esa última palabra resonó con gran fuerza en su cabeza, y se repitió tantas veces hasta que perdió totalmente su sentido.

—¿Qué? No, él está...

Fue incapaz de decir mucho más.

—No conozco los detalles —prosiguió Wayne al teléfono—, pero dicen que se dio un tiro en el estacionamiento de la jefatura.

¿Un tiro? ¿Mike se suicidó? No, era imposible, por supuesto que no lo había hecho. Él nunca lo haría, y menos cuando estaba a punto de ayudarla con tan horrible tarea. Había sido ella... ella lo había hecho. Cómo había hecho con Doug, como había hecho Edward Sullivan, y con tantos más antes de ellos...

—¿Emily? ¿Em? —Repitió Wayne al teléfono, pero ella ya no lo escuchaba—. Emily, ¿estás bien? —No hubo respuesta. Emily apartó su teléfono de su oído y comenzó a bajarlo poco a poco—. Emily, hay algo más. No sé si esté relacionado o no, pero hace unas horas alguien...

Ya no escuchó el resto. Escuchó de pronto el claro sonido del microondas de la cocina, indicando que acababa de terminar un ciclo, y poco después el lejano sonido de pasos y movimiento.

Era ella...

—¿Emily? ¿Sigues ahí? Emily...

Dejó caer el teléfono al suelo, sin importarle qué más Wayne quería decirle. Pasó de golpe de la confusión a la negación, de ésta a la tristeza, para deshacerse rápidamente de todo ello y quedarse sólo con una cosa: una absoluta rabia.

Apresurada, se puso de pie y se dirigió con paso veloz y decidido a la sala. Antes de llegar a su destino, escuchó claramente cómo se encendía la televisión, y la ruidosa melodía de un video musical rompía tan absoluto silencio. Y al llegar a la sala, ahí estaba ella, sentada tranquilamente en el sillón frente a la televisión y un gran tazón de palomitas sobre las piernas. Ahí estaba Lily Sullivan, con su rostro tranquilo, y sus ojos grisáceos fijos en la pantalla, mientras se introducía las palomitas de una en una en su boca. Traía su largo cabello castaño oscuro, perfectamente lacio, suelto y cayendo sobre sus hombros. Se veía tan inocente, tan tranquila... tan falsa.

Sin la menor duda, Emily tomó la pantalla colocada sobre el mueble de la sala, y la tiró con fuerza al suelo, haciendo que ésta soltara chispas al caer, acompañada de un crujido doloroso. La casa volvió a estar en silencio. Lily miraba el televisor en el suelo, inmutable; tomó otra palomita, y se la llevó a la boca.

—¿Tu madre no te enseñó a cuidar mejor tus cosas? —Le susurró con un tono entre sarcástico y burlón.

Emily respiraba agitada. El verla ahí sentada con su carita de falsa inocencia como si nada ocurriera, como si fuera remotamente algo parecido a un ser humano...

Alzó su mano lentamente, señalando hacia la puerta de manera determinante. Su enojo era tal que apenas y era capaz de estructurar palabras.

—Sal... de mi... casa... —Exclamó como le fue posible, casi atragantándose con cada palabra. Lily, por su lado, la miró un segundo y luego siguió comiendo como si no la hubiera escuchado.

—¿Tenemos mantequilla? —Preguntó tranquila, ignorando su desesperada petición.

Emily se aproximó hacia ella de forma violenta, y de un manotazo tiró el tazón de palomitas hacia un lado, regándolas por todo el sillón y el suelo.

—¡Vete de mi casa, maldito monstruo! —Le gritó ahora con mucha más fuerza y seguridad, señalando de nuevo hacia la puerta.

Lily la miró de reojo, aún serena. Delicadamente comenzó a sacudir las palomitas del sillón, y de sus propios jeans, como si se limpiara simple polvo.

—Creo que hay una confusión aquí —murmuró inmutable mientras seguía limpiando. Luego se paró de golpe, y la miró fijamente con una mirada que rompió por completo toda esa expresión inocente y tranquila que había tenido todo ese rato—. Tú... no... ¡me gritas a mí!

La voz que salió de ella no se parecía en nada a la suya... era grave, y resonó en su cabeza como el choque de un martillo. De hecho, sonaba como varias voces hablando al mismo tiempo con violencia, con odio, con una sensación tan agresiva que a Emily sencillamente la paralizó. No había forma de que un ser humano pudiera emitir siquiera esos sonidos.

Lily comenzó a avanzar lentamente hacia ella, y Emily instintivamente retrocedió, presa del pánico. Su rostro poco a poco comenzó a deformarse, a transmutar en algo grotesco, de piel gris, y ojos grandes, profundos y oscuros.

—Tú no me das a órdenes —le siguió diciendo con la misma voz; con cada paso que daba, por la periferia de su mirada Emily parecía percibir que todo el escenario a su alrededor se deformaba y contraía entre sí, estremeciéndose al tono de las palabras que escuchaba surgir de Lily—, no me dices qué hacer, no me regañas cuando no he hecho nada, ¡y no planeas con terceros apuñalarme por la espalda mientras no te veo!

Esa voz demencial se acrecentó de golpe, y sintió como si todas las paredes se desquebrajaran y contrajeran sobre ella.

—No es real... no es real... —Se repitió a sí misma, incapaz de creerlo realmente.

Cuando logró que sus piernas le respondieran como ella deseaba, se giró y comenzó a correr rápidamente por el pasillo, sintiéndose como una inofensiva presa escapando de su depredador. Llegó hasta su cuarto, y de inmediato se encerró en él, no sólo con seguro sino además con los pasadores que había instalado días antes, precisamente para mantener a esa cosa fuera. Pero en esos momentos, todo ello le parecía insuficiente. Empujó su cómoda con apuro hasta colocarla frente a la puerta, y le siguió su cama un poco después, creando una barricada completa. Pero, ¿y luego? ¿Qué haría luego de eso? Ahora ella era la atrapada en su propia habitación.

Miró alterada a su alrededor, buscando una salida, un escondite, un arma o lo que fuera. Sus pies hicieron rodar de pronto un destornillador largo que se encontraba en el suelo, que quizás se había quedado ahí desde que estuvo colocando los pasadores. Era prácticamente nada, pero igual lo tomó entre sus manos y lo sostuvo cerca de ella como un arma.

Los nudillos huesudos de Lily llamaron con fuerza a la puerta, rompiendo el silencio.

—Emily, perdóname —escuchó de pronto, de nuevo esa falsa voz dulce, pronunciar desde el otro lado de la puerta. Se puso de inmediato a la defensiva, tomando el destornillador delante de ella—. No fue a propósito. ¿Puedo entrar para que hablemos y lo resolvamos? —Emily no respondió nada, por lo que ella volvió tocar con fuerza a la puerta—. ¿Emily?

—¡Aléjate de mí! —Le gritó desesperada la trabajadora social.

—No te enfades, ya me disculpe. Vamos, te cepillaré el cabello.

—¡No te me acerques!

Una vez que el eco de su último grito se disipó de sus propios oído, todo fue silencio... pero no por mucho. Luego de unos segundos, antes de que Emily pudiera reaccionar o pensar en algo más, el estridente sonido de la madera crujiendo la estremeció. La puerta del cuarto comenzó a doblarse y desgarrarse, como si un enorme animal la empujara con violencia hacia adentro con gran fuerza. Emily retrocedió un par de pasos, con sus dedos aferrados al destornillador hasta que estos se pusieran pálidos.

—No es real —volvió a decir con un escaso hilo de voz—. No es real, ¡no es real!

Soltó el destornillador y corrió con rapidez hacia la barricada, empujándola con todo su cuerpo. Sin embargo, los golpes que le estaban propinando desde el exterior eran más fuertes. La puerta terminó por ceder, despedazándose, y su cama y cómoda fueron empujadas hacia atrás, así como ella misma. Cayó de sentón al suelo, y logró ver como la puerta salía volando, siendo arrancada de sus bisagras. De inmediato se arrastró por el suelo hacia debajo de la cama, ocultándose debajo de ésta, en el rincón más oscuro de esa área. Se aferró a sí misma, cubriéndose el rostro con ambos bazos, y pegando sus rodillas contra su pecho.

Eso era una pesadilla... era lo único que tenía sentido. Todo era una horrible pesadilla en la que despertaría en cualquier momento. Doug y Mike estarían ahí, y nada de lo ocurrido esas semanas sería real. Intentó aferrarse a esa idea, pero era esa voz deformada y sonando como varias a la vez, la jaló de nuevo a la innegable realidad.

—¿Emily? —Pronunció Lily al ingresas al cuarto. Emily alzó ligeramente su rostro del escondite de sus brazos, y pudo ver sus pies descalzos, avanzando por el suelo a un lado de la cama—. Necesitamos aprender maneras más sanas de resolver conflictos. Muchas familias ni siquiera saben que tienen problemas... Hasta que es demasiado tarde...

Mientras seguía el andar de sus pies con la mirada, Emily notó que el destornillador se encontraba justo a un lado de la cama. La delgada mano derecha de Lily bajó hasta tomar el destornillador, y luego lo clavó con fuerza en el suelo, a la altura de la cara de Emily; esto la hizo soltar un pequeño grito de miedo.

Lily se agachó entonces hasta poner su rostro a la altura de la parte baja de la cama. La miró con sus ojos azul grisáceo, y le sonrió... ampliamente, con la misma alegría con la que le había sonreído aquel día, cuando le dijo que se iría con ella a su casa.

—¿Qué estás haciendo ahí, pequeña calabacita? —Le inquirió con un alegre tono juguetón. Emily sólo pudo reír nerviosa, presa del pánico—. No querrás que entre ahí a sacarte, ¿o sí?

—No... No...

—Contaré hasta tres... uno... dos... —Mientras Lily realizaba su conteo, Emily murmuraba suplicas inaudibles; el terror era tal que ya no era capaz de pensar con siquiera un mínimo de claridad—. Dos y medio... dos y tres cuartos... ¡tres! Allá voy...

Lily Comenzó a arrastrarse por el suelo hacia ella, como una serpiente acechando.

—¡No! —Gritó Emily aterrada, y arrastró su cuerpo hacia atrás, hasta que quedó contra la pared; ahora sí estaba acorralada—. ¡¿Qué es lo que quieres de mí?!

Lily se detuvo justo frente a ella, teniendo su rostro a su misma altura. La contemplo con detenimiento en esa posición, y luego su expresión se tornó algo seria... y triste.

—Quiero lo mismo que tú querías de tu madre... quiero que me ames...

¿Qué la amara? ¿Quién podría amar a un ser como ella? ¿Quién podría sentir algo más que terror y odio contra alguien que usa, manipula y destruye a cuanta persona se cruza por su camino? ¿Entendía al menos su significado?

—Está bien... —Murmuró arrastrando un poco las palabras—. Sí... voy a hacerlo, voy a hacerlo... Puedo hacerlo.

Lily sonrió feliz. Se inclinó hacia ella, y el reflejo inmediato de Emily fue cerrar los ojos asustada y sólo sintió como le daba un inofensivo beso en su frente. Luego, la escuchó arrastrarse de nuevo hacia afuera de la cama.

—Ven a acostarme —la escuchó pronunciar una vez que estuvo afuera.

Emily se quedó petrificada en su lugar por largo rato, y al abrir los ojos, ya no había rastro alguno de Lily. Sin embargo, algo más no estaba bien... Lentamente salió de debajo de la cama, y se alzó sobre sus pies. Miró a su alrededor estupefacta sin poder creer la impactante imagen que veía: todo estaba exactamente igual a como hace unos minutos. La puerta seguía en su lugar, la cómoda y la cama, debajo de la cuál ella misma acababa de salir, seguían contra la puerta; incluso el destornillador estaba en el suelo a sus pies, y no clavado en la madera. No había rastro alguno de Lily, o siquiera seña de que hubiera entrado en algún momento.

¿Qué había sido eso? ¿Había de nuevo jugado con su mente? ¿Había sido todo una simple ilusión? Pero fue tan real... sintió el empujón que la lanzó hacia atrás, la sensación de sus labios en su frente cuando le dio aquel beso, incluso el aroma del champú de su cabello. Ella estaba ahí... ¿o no? Emily se tomó la cabeza, sintiendo que el mundo entero le daba vueltas. Las paredes, las puertas, las barricadas, nada podía detenerla. Con tan sólo desearlo, ya podía entrar a dónde fuera y hacerte lo que fuera. No había forma de contenerla tampoco...

Emily salió de su cuarto y se dirigió a la cocina de manera automática, como si fuera algún tipo de robot sin consciencia. Comenzó a preparar un té de manzanilla, incitada quizás por la propia costumbre, pues frecuentemente le preparaba uno a Lily antes de dormir. Se quedó se pie un largo rato, admirando de forma perdida el hervidor sobre la estufa, aguardando a que éste sonara. Y fue en ese momento en el que un pensamiento fugaz le llegó, un segundo antes de que el silbido del agua hirviendo se hiciera presente. Se volteó lentamente hacia la entrada, en donde había dejado su bolso.

"Las pastillas", pensó para sí misma. Las pastillas para dormir que le había dado el doctor, aún las tenía. Aún podía usarlas como había planeado, ponerlas en té para dormirla y... ¿y luego qué? ¿Qué haría después? Realmente no se lo cuestionó mucho, y sólo lo hizo. Se dirigió sigilosamente a la entrada, rogándole a Dios o cualquiera que la estuviera observando para que no se cruzara con Lily a medio camino; pos suerte, no hubo rastro alguno de ella, e incluso la escuchó claramente cantando en su habitación, de seguro mientras se cepillaba el cabello frente al espejo del tocador como solía hacer. Sacó cuatro pastillas de la bolsa y se las llevó ocultas en su puño a la cocina. Una vez ahí, las molió con una cuchara hasta hacerlas polvo, y las echó a la taza de porcelana, seguidas por la bolsita de té, y después el agua caliente. Revolvió muy bien el agua, hasta asegurarse de que no hubiera rastro visible de la presencia de las pastillas, y sólo se distinguiera el color opaco del té. Le echó además bastante azúcar, esperando que eso disfrazara un poco el sabor. Consideró probarlo ella misma para asegurarse, pero no podía arriesgarse; lo que menos podía hacer en esos momentos era quedarse dormida.

Llevó la taza, con todo un pequeño platito del mismo juego, hasta la habitación de Lily. Ahí la encontró sentada en su cama, cambiada para dormir y con el cobertor cubriéndole las piernas. Al verla en la puerta, le sonrió con toda la falsa inocencia que le había trasmitido desde un inicio. Se aproximó a la cama, y le extendió la taza, misma que Lily tomó gustosa. Le sopló un poco para apaciguar el calor del líquido, y una vez que estuvo segura la acercó a sus labios. Pero antes de dar el primer sorbo, la volvió a bajar.

—Mejor tómalo tú —le indicó con suavidad, y la volteó a ver de nuevo—. Se ve que estás estresada.

Emily tuvo un pequeño momento de duda, pero logró mantener una aparente tranquilidad.

—Me haré uno después, descuida.

Lily asintió con su cabeza, y comenzó a beber el té lentamente. Esperaba que le dijera que sabía raro, o quizás demasiado dulce y comenzara a sospechar. Pero no, se lo siguió tomando tranquilamente. Por ese pequeño momento, Emily se sintió triunfante.

—Lamento haber dejado que las cosas llegaran a esto —comentó Emily, ya más tranquila—. De aquí en adelante todo será mejor.

—Más te vale —respondió la pequeña tras dar el último sorbo, y colocar de nuevo la taza en su pequeño platito, y luego pasársela de regreso a Emily—. O alguien podría salir herido.

Emily sólo sonrió ante tal amenaza disfrazada. "Y ese alguien podrías ser tú", pensó para sí misma.

—¿Qué haremos mañana?

Lily caviló un poco, pero al final se encogió de hombros.

—Sorpréndeme.

—No soy buena para las sorpresas.

—Yo creo que estás mejorando.

La sonrisa segura de Emily casi se desquebrajó. ¿Qué quería decir con eso? Por la forma en la que lo había dicho... No, no podía seguir dejando que se metiera de esa forma en su cabeza. Siguió sonriendo, calmada. Colocó un momento la taza y el plato sobre el buró y arropó a Lily bajo el cobertor. Una vez que estuvo lista, se dirigió a la puerta para irse, pero a medio camino la escuchó pronunciar con un tono juguetón, pero a la vez bastante amenazante...

—Olvidaste darme un beso de buenas noches.

Emily respiró hondo, dándole aún la espalda, y luego se giró de nuevo a ella. Se le aproximó y le dio un pequeño beso en la frente.

—Buenas noches, pequeña.

Pasada una hora, se asomó muy sigilosamente al cuarto de la niña, mirándola en la cama. Esperaba verla abrir los ojos en cualquier momento, pero tal parecía que se encontraba plácidamente dormida. Era ahora o nunca.

Lo pensó demasiado durante esa hora que estuvo esperando. Tuvo oportunidad para arrepentirse, dar un paso atrás, simplemente huir de ahí y nunca regresar. Pero no podría vivir sabiendo que esa niña seguía suelta en algún lugar, sabiendo que por más lejos que se fuera, por más segura que se sintiera estar, realmente nunca podría poner la suficiente distancia y paredes entre ambas para efectivamente mantenerla lejos de ella. Era una situación extrema, y eso ameritaba... una medida extrema.

Sacó de su vehículo la gasolina que había conseguido para quemar el cuerpo. Sujetó con una cuerda gruesa la manija de la puerta de Lily, amarrándola con fuerza a un pilar para evitar que pudiera abrirse. Además de todo, colocó una silla, una mesa, y todo lo que encontró frente a ella para crear otra barricada, pero ahora para evitar que saliera. Quizás podía entrar a donde fuera con sus endemoniados poderes o lo que fueran, pero veríamos si acaso era capaz de salir también. Temió que su ruido terminara por despertarla, pero en todo ese rato todo siguió en silencio; las pastillas habían hecho efecto. Comenzó entonces a rociar la gasolina por toda la casa, poniendo principal énfasis en la puerta del cuarto y en la barricada delante de ella. Mojó el pasillo, las paredes, el suelo, todo para lo que el galón le alcanzó. La construcción era algo vieja, en su mayoría de madera como ya casi no se hacían. Sólo un poco, y de seguro ardería como un hermoso infierno que haría que esa cosa se sintiera como en casa.

Una vez que la gasolina se le acabó, y sin el menor remordimiento, prendió un cerillo, y lo dejó caer sobre el rastro oscuro que había dejado sobre el suelo. El combustible se prendió en un parpadeó, cubriendo casi de inmediato toda las áreas humedecidas con él, y haciendo que frente a la puerta de Lily se formara una muy llamativa hoguera.

Caminó tranquilamente hacia la sala, y se quedó sentada en el sillón como si nada hubiera pasado. Las llamas poco a poco comenzaban a propagarse, por lo que para cualquiera no sería un momento adecuado para detenerse y meditar sobre sus posibilidades, pero así lo hizo. Y realmente, ¿qué posibilidades tenía? Se encontraba considerando seriamente el quedarse ahí y perecer junto con la casa entera. Para bien o para mal, ese sería el final de todo: de su carrera, de su vida, de su libertad. Todos los niños que había ayudado, todas las familias que había protegido, todo el trabajo arduo que había hecho para seguir su misión... todo eso sería opacado por ese acto, que por altruista que pudiera sonar en su cabeza, las demás personas serían incapaces de comprender. Sería sólo otra loca que había perdido el juicio, y había arrastrado a una inocente niña a esa locura; por eso sería recordada, y eso sería lo que pondrían en su epitafio. Al quedarse ahí, al menos no habría más cuestionamientos, más problemas, o la incómoda y extenuante necesidad de lidiar con todo ello. Todo terminaría rápido, y limpio. Y si existía un cielo, posiblemente allá sí la recibirían bien. Incluso le darían una medalla, o unas alas, o lo que fuera que le dieran allá a la gente que se sacrificaba por hacer el bien.

Pero entonces se giró un poco hacia su derecha, y miró su enorme pecera, y al único pez de colores oscuros que aun nadaba en ella, ignorante de las enormes llamas que lo rodeaban. Fred, un pequeño regalo de Doug, y el único pez que le quedaba convida ocupando ese gran espacio. Se prometió muchas veces comprarle nuevos amigos, pero nunca lo hizo; siempre lo dejó pasar. ¿Sería absurdo querer salir de ese sitio sólo por un pez? Quizás... pero era al menos un último ser vivo al que podía salvar, antes de caer en el abismo de ser una loca asesina de niñas.

Tomó a Fred en una pecera más pequeña, y salió de la casa, antes de que fuera imposible de hacer. Apenas colocó sus pies en la acera, cuando escuchó el crujir doloroso a sus espaldas, y el sonido de ventanas rompiéndose por el calor. Avanzó un poco más, y luego se paró a mitad de la calle, a ver como su amada casa, a la que le había depositado tanto amor y sueños, era consumida.

Sus vecinos no tardaron mucho en salir a ver qué ocurría, y los bomberos y la policía se les sumaron poco después. Aún con toda la conmoción, ella seguía sin moverse de su lugar, viendo las llamas avanzar hasta casi cubrir por completo la construcción. Un bombero se le acercó por un costado, y pudo percibir lejanamente que le estaba hablando, mas era incapaz de entender cualquier cosa que surgía de sus labios. Le era más claro el sonido de la madera crujiendo, o las sirenas de los bomberos y policías resonando de fondo, que las palabras de aquel hombre de traje amarillo gritando a su lado.

—¿Señora, hay alguien más adentro? —Repitió el bombero, quizás por sexta vez, y sólo hasta entonces Emily reaccionó y lo volteó a ver. Y al voltearse... ahí la vio, entre la multitud, a unos cuantos paso de ella... Era Lily, con un abrigo rojo, mirando con una sonrisa la casa quemándose.

La respiración de Emily se cortó, y poco le faltó para soltar la pecera de Fred. No dijo nada, ni reaccionó de forma alguna, incluso cuando ella la volteó a ver de regreso. El bombero se alejó de ella, quizás para apoyar a sus compañeros, y en ese momento Lily caminó tranquilamente hacia ella, con sus manos dentro de los bolsillos de su abrigo. Se fue acercando y acercando, y en cada paso se volvía más y más real...

—Eso fue grosero... —le murmuró irónica al pasar delante de ella, y luego se paró a su lado, tomándola de la mano para que vieran juntas el espectáculo. Emily, sin embargo, perdió totalmente la noción del tiempo, del espacio, o de sí misma durante todos los minutos, y posteriormente horas, que le siguieron.

¿Cómo era posible? La había visto beberse el té, la había visto recostada en su cama, había sentido su frente al darle ese beso de buenas noches, la había visto dormida una hora después, la había encerrado en su cuarto, y se había incluso quedado ahí casi hasta el final ¿Cómo había pasado eso? ¿Cómo salió y sin rasguño alguno?

Le tomó tiempo, pero entonces lo comprendió: no podía creer en nada que viera, oyera o sintiera, estando ella presente. Quizás nunca estuvo en el cuarto, nunca se tomó el té, o incluso nunca estuvo dentro de la casa realmente. Nunca tiró sus expedientes por el piso, puso esas fotografías para que las viera, quizás Wayne no la llamó, y ella jamás encendió la televisión o hizo palomitas. Quizás todo el tiempo supo lo que pasaría, y todo ese rato estuvo ahí afuera, parada viendo a la casa, riéndose de ella, y disfrutando como la volvía más y más loca. Podría haber pasado a su lado con el galón de gasolina en mano, y no verle ni un solo cabello.

No había forma de saber qué era real y que no, ya no más. La realidad era lo que Lily quisiera que fuera, y no más...

— — — —

Le encargó a Fred a una pequeña niña que vivía a unas dos casas de la suya, y que siempre había insistido a que se lo regalara cuando su madre a veces la dejaba a su cuidado; a Lily nunca le simpatizó de todas formas, y esperaba que así al menos no le fuera a hacer nada.

Ya era entrada la madrugada cuando el fuego fue opacado por los bomberos, la policía tomó su declaración, una declaración que de hecho fue bastante escueta y nada informativa. Aun así, y aunque indirectamente le dieron a entender que sospechaban que el incendio había sido causado por alguien, no detectó ningún indicio de que pensaran que había sido ella. ¿Acaso Lily tendría algo que ver con eso? ¿Hacía que vieran o notaran algo que garantizara que no sospecharan de ella? Y si era así, ¿por qué hacerlo?, ¿qué interés podía tener en que no la arrestaran? ¿Acaso aún no había terminado con ella? ¿Acaso aún quería seguirla torturando un poco más?

Le era ya imposible saber distinguir qué de lo que la rodeaba estaba siendo manipulado por Lily, y qué no.

Para el final la policía les pidió que aguardaran en el auto. Estuvieron ahí a solas media hora, y aunque de vez en cuando Lily mencionaba algo con intención de empezar una plática, ninguna relacionada de forma directa con lo que acababa de ocurrir, Emily nunca le respondió, ni media palabra. Un oficial se les acercó pasada esa media hora, y se paró justo a un lado de la ventanilla de Emily. Una parte de ella deseaba que le pidiera que se bajara del auto, pusiera las manos atrás de su espada, y le relatara la clásica Advertencia Miranda mientras la esposaba de ambas muñecas, como en las películas: "Emily Jenkins, se encuentra bajo arresto. Tiene el derecho a guardar silencio; cualquier cosa que diga puede y será usada en su contra ante una corte judicial. Tiene el derecho a un abogado, si no puede pagarlo el estado le asignará uno. ¿Le han quedado claro los derechos previamente mencionados?"

"Si oficial, estúpidamente claro. Sólo aléjeme de esa niña, por lo que más quiera..."

Sin embargo, ese pequeño e inofensivo deseo no le fue concedido.

—Síganos la estación —le indicó el oficial con tono amistoso—. Les buscaremos un lugar donde puedan quedarse, descuiden.

Emily no respondió nada, a pesar de haberlo escuchado muy bien. Estaba quieta, con sus manos fijas en el volante, y la mirada fija al frente.

—¿Señorita? ¿Está bien? —Volvió a hablarle el oficial, pero Emily seguía con la mirada clavada al frente, inexpresiva. Lily la miró confundida desde el asiento del pasajero.

El policía iba a volver a hablarle, pero Emily logró reaccionar antes que eso.

—Estoy bien —murmuró abruptamente—. Gracias, oficial.

El policía volvió a su patrulla, y emprendió la marcha. Emily condujo detrás de ellos, casi en modo automático, totalmente ida.

Eso era todo, ¿no? Ese había sido el propósito de todo eso, ¿no era así? Demostrarle lo inútil que era siquiera pensar en hacer algo contra ella, demostrarle que siempre estaría un paso delante. Ya no quedaba nada más que rendirse, convertirse en otro muerto viviente como los Sullivan, sobrevivir día tras día, esperando el momento en que dejara de serle útil o divertida, como un juguete viejo; añorando aunque fuera un segundo en el que se distrajera para así poder apuñalarle el cuello por detrás... un segundo que posiblemente nunca llegaría.

—Quizás podríamos buscar un hotel que tenga piscina —la escuchó comentar una vez que ya estuvieron andando por la autopista; ella miraba por la ventanilla, pensativa. Al no recibir respuesta, la volteó a ver de nuevo—. No te desanimes, Emily. Mi madre decía que cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana.

¿Dios? ¿Enserio estaba hablando de Dios...?

—Ya te lo había dicho, ¿recuerdas? Ésta es una nueva oportunidad para empezar de nuevo. Una mejor vida, en un mejor lugar. Quizás en Miami.

Y entonces Emily recordó a la familia adoptiva, aquella con la que Nancy pensaba llevarla ese mismo viernes. ¿Qué pasaría entonces? ¿Ella ya no sería necesaria y se desharía de ella? ¿Se iría y la dejaría en paz? ¿O acaso no tenía pensado irse sino quedarse con ella por más tiempo? Y si era eso último... ¿qué planeaba hacer para lograr tal cosa?

Una nueva convicción la invadió. Aún no podía rendirse, aún había una última posibilidad.

Rápidamente giró el volante, tomando abruptamente una salida, y desviándose por completo de la ruta que llevaban las patrullas de policía.

—¿A dónde vamos? —le cuestionó Lily, extrañada.

—Dijiste que te sorprendiera —le respondió de forma tajante sin quitar los ojos del camino.

Lily sonrió calmada, mirándola fijamente desde su asiento.

—Sé lo que estás pensando, pero no funcionará. Así que sería mejor fueras a la jefatura como esos amables policías te solicitaron.

Emily no respondió. Lily subió entonces sus pies al asiento, y abrazó sus piernas contra ella sin dejar de mirarla.

—Se odiaba a sí misma, y te odiaba a ti —soltó de pronto, y eso hizo una fisura en la armadura de Emily—. Dijeron fue un accidente, pero tú sabías la verdad. Por eso nunca quisiste tener hijos —Emily se volteó de golpe hacia ella, pasmada por lo que oía; ella le sonrió, satisfecha—. Es a lo que le temes, ¿verdad? Esa parte de ti que es ella... que es como tu madre. ¿Vas a hacer lo mismo que te hizo ella a ti?

¿Cómo sabía que estaba pensando en su madre? ¿Cómo sabía lo que había ocurrido? ¿Lo investigó? ¿Lo averiguó...? ¿O acababa de leerle su mente?

—¿Qué eres? —Le cuestionó horrorizada. Lily simplemente sonrió aún más, y miró de nuevo por la ventanilla, pero entonces Emily pisó el acelerador de golpe, haciendo que el carro acelerara en un segundo. El cuerpo del a niña se pegó por un instante contra su asiento.

—Más despacio —le susurró Lily, más como una orden que una sugerencia.

—¡¿Qué demonios eres?!

—Estás alterada. No deberías estar manejando en ese estado.

¿Alterada? Le iba a mostrar qué tan alterada se encontraba. Pisó el acelerador más profundo, y comenzó a zigzaguear ferozmente, esquivando los vehículos. Los ojos de Lily se abrieron con asombro, aunque no demasiado.

—¿Así es cómo quieres que sean las cosas? —Susurró con notoria tranquilidad. Una lluvia repentina comenzó a caer; Emily estaba tan alterada, que ni siquiera se cuestionó si el cielo estaba nublado o no, sólo activó limpiaparabrisas para poder ver en su camino—. Cómo quieras... al parecer eres más parecida a ella de lo que creías...

Esa sola mención provocó que Emily desviara su atención un segundo del camino hacia el asiento del pasajero... el cual estaba completamente vacío.

—¿Qué? —Murmuró atónita. ¿A dónde se había ido? ¿O acaso... nunca estuvo ahí? No, sí lo estaba, ahí debía de seguir. Estaba de nuevo jugando con su mente, confundiéndola con...

—¡Mamá! —Escuchó una voz gritar con fuerza, la voz de una niña, pero no era la de Lily. Venía del asiento trasero del vehículo—. ¡Más despacio! ¡Tengo miedo! ¡Ve despacio, por favor!

Miró rápidamente por el espejo retrovisor hacia la parte de atrás del vehículo... y lo que vio le heló la sangre. Había una niña de rostro redondo y cabellos rubios largos, mirando muerta de miedo al frente, con sus ojos al borde del llanto. Ella reconocía a esa niña, sabía quién era... era ella misma, sentada en el asiento trasero del vehículo de su madre, mientras ella se encontraba al volante. Y al girar el espejo hacía ella, ahí los vio: los ojos con cargado maquillaje de su propia madre, mirándola a través del reflejo, con la misma desidia y desaprobación de siempre.

El recuerdo se estaba materializando ante ella. Aquel día, cuando su madre perdió por completo el control, y comenzó a conducir como desquiciada por una autopista bastante parecida a esa. No le importó que estuviera en el asiento trasero: ella quería morir. Y ahora ahí estaba repitiendo el mismo acto.

La idea la paralizó por unos segundos. Siguió conduciendo como le fue posible, hasta que delante en el camino surgió un camión, un enorme camión de carga con las luces encendidas alumbrándoles la cara. Todo era como aquel día; podía recordarlo con sumo detalle. Las luces acercándose, el sonido de la bocina del camión advirtiendo del inminente choque de frente, el sonido de la lluvia golpeando las ventanillas, y la mirada perdida y desorbitada de su madre, fijada en el objetivo, dirigiéndose directo hacia él. Sólo hasta el último momento, a uno instante de colisionar, un pequeño destello de lucidez la hizo girar violentamente el volante y sacarlas del alcance. No chocaron contra el camión, pero sí contra el muro de contención. El frente del auto se hizo pedazos, las bolsas de aire explotaron, y Emily sintió como su pequeño cuerpo era sacudido por el interior del vehículo. Tuvo que usar un collarín por varias semanas, más del tiempo que duró a lado de su madre luego de aquello.

¿Ella haría lo mismo? ¿Se desviaría a último momento para esquivar el camión? ¿O iría directo contra éste, esperando que el choque fuera suficiente para matar a la criatura que la acompañaba a bordo?

—¡Detente, mamá! —Gritó a todo pulmón su versión joven en el asiento trasero.

—No es real —se dijo a sí misma en voz baja.

—¡Sí lo es! ¡Mamá!

—¡No es... verdad! ¡No es real!

Nada de desviaciones, nada de esquivar, y tampoco nada de choques. No dejaría que manipulara su mente más tiempo, no dejaría que la hiciera dudar de qué era real y qué no. Ella tenía el control de su mente, no ese demonio... no esa cosa.

Pisó el acelerador hasta el fondo, y se dirigió de lleno contra el camión. En su subconsciente, podía escuchar el metal crujir, acompañado de sus propios huesos despedazándose. Pero ninguna de las dos cosas pasaron; un instante después de que las luces del camión la encandilarán por completo, lo atravesaron con tanta facilidad como se atraviesa una nube de humo, para luego desvanecerse. No sólo el camión se fue, sino también la lluvia; sus limpiadores se movían de un lado a otro a ritmo constante, pero no limpiaban nada, pues su parabrisas se encontraba totalmente seco

Su primera reacción fue reír; no era por alivio ni por diversión, ni ninguna emoción a la que Emily pudiera ponerle nombre en esos momentos. Bajó un poco la velocidad, y de manera automática apagó los limpiadores para que dejaran de moverse. Sólo entonces miró de nuevo hacia el asiento a su derecha; Lily había vuelto, o más bien nunca se había ido. Y quizás por primera vez desde que la conoció, logró ver una emoción real en su rostro, algo que no se podía fingir, no a ese nivel: terror... Lilith Sullivan estaba aterrada, como una niña pequeña e indefensa.

—¿Ahora tienes miedo? —Le cuestionó la trabajadora social, con poderío en su tono. Lily volteó a verla, sin escapar de su estado—. Porque yo no...

De nuevo, un giro violento del volante, que hizo que Lily se sacudiera en su asiento. Pisó el acelerador una vez más, y cuando menos lo pensó ya habían atravesado de golpe una reja de malla, derribándola por el impacto. Habían entrado a un área muelles a orilla del Río Willamette, el mismo Río Willamette al que ahora se dirigía en directo y en picada.

—¡Espera! —Le gritó Lily, notándosele desesperada—. ¡Las cosas no son como crees!

—¡No quiero oírte!

—¡Mis padres no sabían lo que estaban diciendo! ¡No soy un monstruo ni un demonio! ¡Sólo soy una niña!, ¡una niña diferente a las demás!

—¡Cállate!

—¡No cometas una locura como la de tu madre!

—¡Dije que te callaras!

—¡Emily!

Lily se soltó de su cinturón de seguridad y cerró sus ojos con fuerza; eso fue lo último que Emily vio de ella por el rabillo del ojo, antes de que su vehículo volara por los aires unos segundos, y luego se precipitara al agua fría del río. El impacto contra el agua fue brusco. Ambas se sacudieron y se golpearon en la cabeza contra el tablero. Emily quedó aturdida, pero entre toda su confusión le pareció ver que Lily había quedado inconsciente. El auto descendía lentamente, y el agua empezaba a filtrarse al interior; quizás aún tenía una oportunidad.

Rápidamente se soltó de su cinturón de seguridad, y de inmediato se disponía a salir del vehículo. En ese momento, sin embargo, sintió como la mano de Lily la tomaba con fuerza entre sus dedos. La niña lentamente separó su rostro de la guantera, y la volteó a ver con una mirada llena de maldad, y una sonrisa confiada; tenía un corte profundo en la frente, y de él brotaba un hilo de sangre que le bajaba por el rostro.

—Ya no te tengo miedo —murmuró Emily con dureza.

—Eso no importa —le respondió ella a su vez con un tono frío.

Ambas comenzaron a forcejear, y el vehículo se balanceaba de un lado a otro junto con sus movimientos. Emily logró soltarse del agarre de Lily, y entonces la tomó, y con fuerza casi sobrehumana que ni siquiera era consciente que poseía, la empujó hacia la parte trasera del vehículo, en donde el agua más se había filtrado. La tomó con fuerza, y la sumergió con ambas manos debajo del agua, sujetándola para que se ahogara de una buena vez. Lily pataleó y gritó, un chillido desgarrador que una vez más no parecía ser humano.

De pronto, del agua surgió un largo brazo, grueso y de piel blanca, con afiladas garras en los dedos, que lograron rasgarle la cara. Podía sentir sus manos aun sujetando el cuerpo de Lily bajo el agua, pero entre todo el ajetreo ya no la veía a ella, sino el enorme cuerpo de un ser blanco, de ojos negros profundos, afilados colmillos, sin cabello ni ningún otro rasgo fácil que pudiera aunque fuera fingir que se tratara de un ser humano.

—No es real... no es real... —se repitió a sí misma mientras seguía manteniéndola sumergida, a pesar de toda su pelea.

Cuando el auto estuvo casi lleno en su totalidad, tuvo que soltarla, y como le fue posible volver a su asiento, y abrir su puerta un segundo antes de que su cabeza quedara sumergida. Salió apresurada del vehículo, y nadó con todas las fuerzas que aún le quedaban hacia la superficie. Fue quizás lo más difícil que había hecho en su vida, físicamente hablando. Sentía como una fuerza la jalaba hacia abajo, y que su cuerpo no avanzaba ni un poco. Se le agotaba el aire, pero podía ver la luz del sol, ya en esos momentos afuera, filtrándose por la superficie. Siguió agitando sus piernas y manos, elevándose mientras su viejo vehículo seguía hundiéndose, con esa horripilante criatura en su interior.

En el último tramo creyó que no lo lograría, que se quedaría sin energías, se desmayaría, y descendería al fondo el río también. Y quizás eso no hubiera estado tan mal; ¿no estaba dispuesta a morir hace unas horas? ¿No estaba dispuesta a morir calcinada en su propia casa? Quizás... Pero de todas formas haría un último intento, un último empujón, un último esfuerzo; y éste dio frutos. Cuando su cabeza salió a la superficie, dio una profunda inhalación de aire, como si fuera la primera que tenía en su vida. Tosió con fuerza, y se retiró con ambas manos el cabello mojado de la cara. Se aproximó después apresurada hacia la orilla, subiendo por una vieja escalera ya algo desteñida.

Estaba congelada, y sumamente agotada. Al llegar al final de la escalera, tuvo que quedarse sentada en el suelo, resistiendo su impulso de simplemente tirarse ahí mismo de narices. Cómo pudo se giró hacia el agua de nuevo, contemplando como varias burbujas se formaban en la superficie, de seguro creadas por el aire interior del vehículo. Se quedó contemplando estas burbujas, esperando en cualquier momento ver surgir a Lily, o a esa criatura demoniaca en la que se había transformado. Pero ninguna de las dos cosas pasó; las burbujas se apaciguaron, y el agua se quedó una vez más, en calma.

Emily rio una vez más; ahora sí era por alivio y por felicidad. Había ganado... apenas y lograba creer tal cosa. Su respiración y sus latidos iban al mil por hora. Tenía ganas de llorar, de reír, quizás de correr y besar al primer extraño que se cruzara. Podía escuchar a la lejanía las sirenas acercándose. De seguro sería arrestada, o al menos interrogada por todo eso. Necesitaría un buen abogado, que a lo mucho podría lograr que la declararan mal de sus facultades, y enviada a un centro psiquiátrico, así como los Sullivan. Pero no importaba, ya no importaba nada...

—Qué lindo final feliz —pronunció alguien de pronto a sus espaldas, dejándola totalmente petrificada, y borrándole de un solo golpe su sonrisa. Lentamente se giró, y ahí la vio, por encima de su hombro, de pie, a un par de metros de ella, completamente seca, con sus manos ocultas en los bolsillos de su abrigo rojo, y una sonrisa de oreja a oreja en sus labios—. Lástima que sea una completa mentira...

Cualquier rastro de razón, cualquier pisca de lucidez que hubiera quedado en Emily, se volvió completos añicos en ese mismo instante. Sintió que todo a su alrededor se despedazaba como un espejo, y flotaba a su alrededor como miles de pedazos de cristal, reflejando en diferentes ángulos el espacio que la rodeaba. Ni siquiera fue capaz de pronunciar palabra alguna; ¿y qué hubiera dicho en todo caso? ¿Quizás soltar un incrédulo "¿Qué?"?, ¿Un desesperado "¡No!" tal vez?

Realmente no importaba, ya no importaba nada...

Sintió de pronto como una enorme y fuerte mano la tomaba de su brazo derecho. Una segunda se le sumó, tomándola del izquierdo, y un tercer brazo le rodeó el cuello. Fue jalada de golpe hacia abajo sin que pudiera oponer la menor resistencia, y su cuerpo chocó de nuevo contra las frías aguas.

—¡No!, ¡no! —fue lo único que lo que le quedaba de voz fue capaz de pronunciar, pero apenas y ella lograba oírse. Pataleó y agitó sus brazos, intentando mantenerse en la superficie, pero esos brazos fuertes y largos la seguían sujetando, y luego se le sumaron aún más que la tomaron de las piernas, del torso, de la cara... podía sentir sus largos dedos por todo su cuerpo, y sus garras rasgándole la ropa y la piel.

Con su mirada perdida en la ya lejana orilla, logró ver como Lily avanzaba hasta poder mirarla desde lo alto, otra vez con esa sonrisa de falsa inocencia.

—En verdad me agradabas, Emily —comenzó a murmurar con tristeza, o al menos algo que intentaba asemejar a ello. A pesar de la distancia, podía escucharla claramente en su cabeza—. Eras diferente a mis padres o a los otros adultos que he conocido. En verdad pensé que podríamos ser felices las dos; tener todo lo que quisiéramos e ir a dónde fuera, sin que nadie se nos opusiera. Y lo único que tenías que hacer era quererme, como una verdadera madre. Pero no, tenías que escuchar a mi padre e intentar ser la heroína. ¿Y a dónde te trajo eso? —Una aguda risa burlona se escapó de sus labios, y se quedó resonando como un eco aún después de que calló—. Ahora... te hundirás.

Emily no tuvo oportunidad de pronunciar o siquiera pensar en alguna última palabra. Todas las manos la jalaron de golpe hacia abajo, hundiéndola por completo en el agua, y en la completa y absoluta oscuridad...

— — — —

Mientras la mente de Emily se hundía, un grupo de trabajadores de los muelles lograron sacar su cuerpo a Lily del vehículo, una vez que éste tocó el fondo. La pequeña niña de abrigo rojo apenas y estaba consciente; logró escupir algo de agua y toser, pero luego se quedó inmóvil, sólo abriendo de vez en cuando los ojos. Pero Emily no reaccionaba, en lo más mínimo. Incluso cuando los paramédicos llegaron y la trataron, no lograron hacer que diera alguna señal de respuesta. Sin embargo, seguía convida.

La subieron rápidamente a una camilla, con una mascarilla de oxígeno y una manta térmica para quitarle el frío. Hicieron lo mismo con Lily, aunque por suerte ella sí respondía cuando los paramédicos le hablaban. La niña logró mirar a su alrededor mientras la subían a la ambulancia. La prensa ya estaba ahí, al igual que la policía, que entrevistaba a los trabajadores que habían visto el "accidente", y las habían salvado. Cómo le fue posible, giró su cuello lo suficiente para ver hacia la otra ambulancia, a la cuál subían a la inconsciente Emily.

La mascarilla en su cara quizás no permitió notarlo del todo, pero no pudo evitar sonreír.

—Adiós, Emily... —Murmuró de manera carrasposa y cansada. Se permitió entonces cerrar los ojos, y descansar un poco todo el camino hacia el hospital.

FIN DEL CAPÍTULO 11

Notas del Autor:

— Todo este episodio fue un resumen del final de la película Case 39 del 2009, agregándole algunas interpretaciones personales, y un agregado que modifica el final original. Para efectos de esta historia, se tomará como que los hechos de la película estuvieron ocurriendo paralelo a lo demás narrado hasta ahora (como la llamada de Doug en el Capítulo 07 daba a entender). Los siguientes episodios continuarán a partir de este punto, por lo que se podría considerar a partir de aquí como una continuación directa de la película, y se harán varias referencias a lo acontecido en ella

Emily y Lily son las protagonistas originales de Case 39, sin ningún cambio en su apariencia, edad o personalidad.

— Considero que el resumen de los hechos que hice en este episodio, engloba de manera general lo más importante de Case 39. Sin embargo, aun así recomiendo, si es posible, echarle un ojo, pero no es obligatorio.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro